Sabiduría Hiperbórea Quinta Domínica Volver al principio

 

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LIBRO  SEGUNDO

1° Parte

 

 

“La Carta de Belicena Villca”

 

 

 

Dr. Arturo Siegnagel:

      

       Ante todo deseo agradecer cuanto hizo Ud. por mí durante este largo año en que he sido su paciente. Sé que muchas veces su bondad le ha llevado a sobrepasar los límites de la mera responsabilidad profesional y me ha dedicado más tiempo y cuidados de los que sin dudas merecía mi condición de alienada: mucho se lo reconozco, Dr., mas, como comprenderá al leer esta carta, mi recuperación era prácticamente imposible. De cualquier manera, la Diosa Pyrena sabrá recompensar justamente sus esfuerzos.

Seguramente, cuando esta carta llegue a sus manos, yo estaré muerta: Ellos no perdonan y Nosotros no pedimos clemencia. Esta posibilidad no me preocupa, ya que la Muerte es, en nuestro caso, sólo una ilusión, pero entiendo que para Ud. la ausencia será real y por eso he decidido escribirle. Soy consciente de que no me creerá por anticipado y es así que me tomé el atrevimiento de enviarle la presente a su domicilio de Cerrillos. Se preguntará cómo lo hice: sobornando a una enfermera, quien obtuvo la dirección registrada en el fichero administrativo y efectuó el despacho de la correspondencia. Le ruego que olvide la falta de disciplina y no indague la identidad de la enfermera pues, si muero, cosa probable, el miedo le hará cerrar la boca, y, por otra parte, tenga presente que ella sólo cumplía con mi última voluntad. Ahora iré al grano, Dr.: deseo solicitarle un favor postrero; mas, para ser justa con Ud., antes le pondré en antecedentes de ciertos hechos. Creo que me ayudará, pues una Voluntad, más poderosa que nosotros, le ha puesto en mi camino: quizás Ud. también busca una respuesta sin saberlo, quizás en esta carta esté esa respuesta.

       Si ésto es así, o si ya se ha hecho Ud. consciente del Gran Engaño, entonces lea con detenimiento lo que sigue pues allí encontrará algunas claves para orientarse en el Camino de Regreso al Origen. He escrito pensando en Ud. y fui clara hasta donde pude, pero descuento que me comprenderá pues lleva visiblemente plasmado el Signo del Origen.

Comenzaré por informarle que soy de los últimos descendientes de un antiguo linaje portador de un Secreto Mortal, un Secreto que fue guardado por mi familia durante siglos y que corrió peligro de perderse para siempre cuando se produjo la desaparición de mi hijo, Noyo Villca. Ahora no importa que los Golen me asesinen pues el objetivo de mi Estrategia está cumplido: conseguí distraerlos tras mis pasos mientras Noyo llevaba a cabo su misión. En verdad, él no fue secuestrado sino que viajó hacia la Caverna de Parsifal, en la Provincia de Córdoba, para transportar hasta allí la Espada Sabia de la Casa de Tharsis. Y yo partí enseguida, en sentido contrario, con la consigna de cubrir la misión de Noyo desviando sobre mí la persecución de los Golen. La Sabiduría Hiperbórea me ayudó, aunque nada podría hacer al final contra el poder de sus diabólicas drogas, una de las cuales me fue suministrada hábilmente en uno de los viajes que hice a la Provincia de Jujuy. Después de eso vino la captura por parte del Ejército y la historia que Ud. conoce. Pero todo esto lo entenderá con más claridad cuando le revele, como mi legado póstumo, el Secreto familiar.

       El Secreto, en síntesis, consiste en lo siguiente: la familia mantuvo oculto, mientras transcurrían catorce generaciones americanas, el Instrumento de un antiguo Misterio, tal vez del más antiguo Misterio de la Raza Blanca. Tal Instrumento permite a los Iniciados Hiperbóreos conocer el Origen extraterrestre de Espíritu humano y adquirir la Sabiduría suficiente como para regresar a ese Origen, abandonando definitivamente el demencial Universo de la Materia y la Energía, de las Formas Creadas.

       ¿Cómo llegó a nuestro poder ese Instrumento? En principio le diré que fue traído a América por mi antepasado Lito de Tharsis, quien desembarcó en Colonia Coro en 1534 y, pocos años después, fundó la rama tucumana de la Estirpe. Pero esto no responde a la pregunta. En verdad, para aproximarse a la respuesta directa, habría que remontarse a miles de años atrás, hasta la época de los Reyes de mi pueblo, de quienes Lito de Tharsis era uno de los últimos descendientes. Aquel pueblo, que habitaba la península ibérica desde tiempos inmemoriales, lo denominaré, para simplificar, “ibero” en adelante, sin que ello signifique adherir a ninguna teoría antropológica o racial moderna: la verdad es que poco se sabe actualmente de los iberos pues todo cuanto a ellos se refería, especialmente a sus costumbres y creencias, fue sistemáticamente destruido u ocultado por nuestros enemigos. Ahora bien, en la Epoca en que conviene comenzar a narrar esta historia, los iberos se hallaban divididos en dos bandos irreconciliables, que se combatían a muerte mediante un estado de guerra permanente. Los motivos de esa enemistad no eran menores: se basaban en la práctica de Cultos esencialmente contra-puestos, en la adoración de Dioses Enemigos. Por lo menos esto era lo que veían los miembros corrientes de los pueblos combatientes. Sin embargo, las causas eran más profundas y los miembros de la Nobleza gobernante, Reyes y jefes, las conocían con bastante claridad. Según se susurraba en las cámaras más reservadas de las cortes, puesto que se trataba de un secreto celosamente guardado, había sido en los días posteriores al Hundimiento de la Atlántida cuando, procedentes del Mar Occidental, arribaron a los continentes europeo y africano grupos de sobrevivientes pertenecientes a dos Razas diferentes: unos eran blancos, semejantes a los miembros de mi pueblo, y los otros eran de tez más morena, aunque sin ser completamente negros como los africanos. Estos grupos, no muy numerosos, poseían conocimientos asombrosos, incomprensibles para los pueblos continentales, y poderes terribles, poderes que hasta entonces sólo se concebían como atributos de los Dioses. Así pues, poco les costó ir dominando a los pueblos que hallaban a su paso. Y digo “que hallaban a su paso” porque los Atlantes no se detenían jamás definitivamente en ningún lugar sino que constantemente avanzaban hacia el Este. Mas tal marcha era muy lenta pues ambos grupos se hallaban abocados a muy difíciles tareas, las que insumían mucho tiempo y esfuerzo, y para concretar las cuales necesitaban el apoyo de los pueblos nativos. En realidad, sólo uno efectuaba la tarea más “pesada” puesto que, luego de estudiar prolijamente el terreno, se dedicaba a modificarlo en ciertos lugares especiales mediante enormes construcciones megalíticas: meñires, dólmenes, cromlechs, pozos, montes artificiales, cuevas, etc. Aquel grupo de “constructores” era el de Raza blanca y había precedido en su avance al grupo moreno. Este último, en cambio, parecía estar persiguiendo al grupo blanco pues su desplazamiento era aún más lento y su tarea consistía en destruir o alterar mediante el tallado de ciertos signos las construcciones de aquellos.

       Como decía, estos grupos jamás se detenían definitivamente en un sitio sino que, luego de concluir su tarea, continuaban moviéndose hacia el Este. Empero, los pueblos nativos que permanecían en los primitivos solares ya no podían retornar jamás a sus antiguas costumbres: el contacto con los Atlantes los había trasmutado culturalmente; el recuerdo de los hombres semidivinos procedentes del Mar Occidental no podría ser olvidado por milenios. Y digo esto para plantear el caso improbable de que algún pueblo continental hubiese podido permanecer indiferente tras su partida: realmente esto no podía ocurrir porque la partida de los Atlantes no fue nunca brusca sino cuidadosamente planificada, sólo concretada cuando se tenía la seguridad de que, justamente, los pueblos nativos se encargarían de cumplir con una “misión” que sería del agrado de los Dioses. Para ello habían trabajado pacientemente sobre las mentes dúctiles de ciertos miembros de las castas gobernantes, convenciéndolos sobre la conveniencia de convertirse en sus representantes frente al pueblo. Una oferta tal sería difícilmente rechazada por quien detente una mínima vocación de Poder pues significa que, para el pueblo, el Poder de los Dioses ha sido transferido a algunos hombres privilegiados, a algunos de sus miembros especiales: cuando el pueblo ha visto una vez el Poder, y guarda memoria de él, su ausencia posterior pasa inadvertida si allí se encuentran los representantes del Poder. Y sabido es que los regentes del Poder acaban siendo los sucesores del Poder. A la partida de los Atlantes, pues, siempre quedaban sus representantes, encargados de cumplir y hacer cumplir la misión que “agradaba a los Dioses”.

       ¿Y en qué consistía aquella misión? Naturalmente, tratándose del compromiso contraído con dos grupos tan diferentes como el de los blancos o los morenos Atlantes no podía referirse sino a dos misiones esencialmente opuestas. No describiré aquí los objetivos específicos de tales “misiones” pues serían absurdas e incomprensibles para Ud. Diré, en cambio, algo sobre las formas generales con que las misiones fueron impuestas a los pueblos nativos. No es difícil distinguir esas formas e, inclusive, intuir sus significados, si se observan los hechos con la ayuda del siguiente par de principios. En primer lugar, hay que advertir que los grupos de Atlantes desembarcados en los continentes luego del “Hundimiento de la Atlántida” no eran meros sobre-vivientes de una catástrofe natural, algo así como simples náufragos, sino hombres procedentes de una guerra espantosa y total: el Hundimiento de la Atlántida es, en rigor de la verdad, sólo una consecuencia, el final de una etapa en el desarrollo de un conflicto, de una Guerra Esencial que comenzó mucho antes, en el Origen extraterrestre del Espíritu humano, y que aún no ha concluido. Aquellos hombres, entonces, actuaban regidos por las leyes de la guerra: no efectuaban ningún movimiento que contradijese los principios de la táctica, que pusiese en peligro la Estrategia de la Guerra Esencial.

       La Guerra Esencial es un enfrentamiento de Dioses, un conflicto que comenzó en el Cielo y luego se extendió a la Tierra, involucrando a los hombres en su curso: en el teatro de operaciones de la Atlántida sólo se libró una Batalla de la Guerra Esencial; y en el marco de las fuerzas enfrentadas, los grupos de Atlantes que he mencionado, el blanco y el moreno, habían intervenido como planificadores o estrategas de su bando respectivo. Es decir, que ellos no habían sido ni los jefes ni los combatientes directos en la Batalla de la Atlántida: en la guerra moderna sus funciones serían las propias de los “analistas de Estado Mayor”...; salvo que aquellos “analistas” no disponían de las elementales computadoras electrónicas programadas con “juegos de guerra”, como los modernos, sino de  un instrumento incomparablemente más perfecto y temible: el cerebro humano especializado hasta el extremo de sus posibilidades. En resumen, cuando se produce el desembarco continental, una fase de la Guerra Esencial ha terminado: los jefes se han retirado a sus puestos de comando y los combatientes directos, que han sobrevivido al aniquilamiento mutuo, padecen diversa suerte: algunos intentan reagruparse y avanzar hacia una vanguardia que ya no existe, otros creen haber sido abandonados en el frente de batalla, otros huyen en desorden, otros acaban por extraviarse o terminan olvidando la Guerra Esencial. En resumen, y empleando ahora el lenguaje con que los Atlantes blancos hablaban a los pueblos continentales, “los Dioses habían dejado de manifestarse a los hombres porque los hombres habían fallado una vez más: no resolvieron aquí el conflicto, planteado a escala humana, dejando que el problema regresase al Cielo y enfrentase nuevamente a los Dioses. Pero los Dioses se habían enfrentado por razón del hombre, porque unos Dioses querían que el Espíritu del hombre regresase a su Origen, más allá de las estrellas, mientras que otros pretendían mantenerlo prisionero en el mundo de la materia”.

       Los Atlantes blancos estaban con los Dioses que querían liberar al hombre del Gran Engaño de la Materia y afirmaban que se había luchado reciamente por alcanzar ese objetivo. Pero el hombre fue débil y defraudó a sus Dioses Liberadores: permitió que la Estrategia enemiga ablandase su voluntad y le mantuviese sujeto a la Materia, impidiendo así que la Estrategia de los Dioses Liberadores consiguiese arrancarlo de la Tierra.

       Entonces la Batalla de la Atlántida concluyó y los Dioses se retiraron a sus moradas, dejando al hombre prisionero de la Tierra pues no fue capaz de comprender su miserable situación ni dispuso de fuerzas para vencer en la lucha por la libertad espiritual. Pero Ellos no abandonaron al hombre; simplemente, la Guerra ya no se libraba en la Tierra: un día, si el hombre voluntariamente reclamaba su lugar en el Cielo, los Dioses Liberadores retornarían con todo su Poder y una nueva oportunidad de plantear la Batalla sería aprovechada; sería esta vez la Batalla Final, la última oportunidad antes de que los Dioses regresasen definitivamente al Origen, más allá de las estrellas; entretanto, los “combatientes directos” por la libertad del Espíritu que se reorientasen en el teatro de la Guerra, los que recordasen la Batalla de la Atlántida, los que despertasen del Gran Engaño, o los buscadores del Origen, deberían librar en la Tierra un durísimo combate personal contra las Fuerzas Demoníacas de la Materia, es decir, contra fuerzas enemigas abrumadoramente superiores... y vencerlas con voluntad heroica: sólo así serían admitidos en el “Cuartel General de los Dioses”.

       En síntesis, según los Atlantes blancos, “una fase de la Guerra Esencial había finalizado, los Dioses se retiraron a sus moradas y los combatientes estaban dispersos; pero los Dioses volverían: lo probaban las presencias atlantes allí, construyendo y preparando la Tierra para la Batalla Final. En la Atlántida, los Atlantes morenos fueron Sacerdotes que propiciaban un culto a los Dioses Traidores al Espíritu del hombre; los Atlantes blancos, por el contrario, pertenecían a una casta de Constructores Guerreros, o Guerreros Sabios, que combatían en el bando de los Dioses Liberadores del Espíritu del hombre, junto a las castas Noble y Guerrera de los hombres rojos y amarillos, quienes nutrieron las filas de los ‘combatientes directos’. Por eso los Atlantes morenos intentaban destruir sus obras: porque adoraban a las Potencias de la Materia y obedecían el designio con que los Dioses Traidores encadenaron el Espíritu a la naturaleza animal del hombre”.

       Los Atlantes blancos provenían de la Raza que la moderna Antropología denomina “de cromagnón”. Unos treinta mil años antes, los Dioses Liberadores, que por entonces gobernaban la Atlántida, habían encomendado a esta Raza una misión de principio, un encargo cuyo cumplimiento demostraría su valor y les abriría las puertas de la Sabiduría: debían expandirse por todo el mundo y exterminar al animal hombre, al homínido primitivo de la Tierra que sólo poseía cuerpo y Alma, pero carecía de Espíritu eterno, es decir, a la Raza que la Antropología ha bautizado como de “neanderthal”, hoy extinguida. Los hombres de Cromagnón cumplieron con tal eficiencia esa tarea, que fueron recompensados por los Dioses Liberadores con la autorización para reagruparse y habitar en la Atlántida. Allí adquirieron posteriormente el Magisterio de la Piedra y fueron conocidos como Guardianes de la Sabiduría Lítica y Hombres de Piedra. Así, cuando digo que “pertenecían a una casta de Constructores Guerreros”, ha de entenderse “Constructores en Piedra”, “Guerreros Sabios en la Sabiduría Lítica”. Y esta aclaración es importante porque en su Ciencia sólo se trabajaba con piedra, vale decir, tanto las herramientas, como los materiales de su Ciencia, consistían en piedra pura, con exclusión explícita de los metales. “Los metales, explicarían luego a los iberos, representaban a las Potencias de la Materia y debían ser cuidadosamente evitados o manipulados con mucha cautela”. Al transmitir la idea de que la esencia del metal era demoníaca, los Atlantes blancos buscaban evidentemente infundir un tabú en los pueblos aliados; tabú que, por lo menos en caso del hierro, se mantuvo durante varios miles de años. Inversamente los Atlantes morenos, sin dudas por su particular relación con las Potencias de la Materia, estimulaban a los pueblos que les eran adictos a practicar la metalurgia y la orfebrería, sin restricciones hacia ningún metal.

       Y éste es el segundo principio que hay que tener presente, Dr. Arturo Siegnagel: los Atlantes blancos encomendaron a los iberos que los habían apoyado en las construcciones megalíticas una misión que puede resumirse en la siguiente forma: proteger las construcciones megalíticas y luchar a muerte contra los aliados de los Atlantes morenos. Estos últimos, por su parte, propusieron a los iberos que los secundaban una misión que podría formularse así: “destruir las construcciones megalíticas; si ello no fuese posible, modificar las formas de las piedras hasta neutralizar las funciones de los conjuntos; si ello no fuese posible, grabar en las piedras los signos arquetípicos de la materia correspondientes con la función a neutralizar; si ello no fuese posible, distorsionar al menos el significado bélico de la construcción convirtiéndola en monumento funerario; etc.”; y: “combatir a muerte a los aliados de los Atlantes blancos”.

       Como dije antes, luego de imponer estas “misiones” los Atlantes continuaban su lento avance hacia el Este; los blancos siempre seguidos a prudente distancia por los morenos. Es por eso que los morenos tardaron miles de años en alcanzar Egipto, donde se asentaron e impulsaron una civilización que duró otros tantos miles de años y en la cual oficiaron nuevamente como Sacerdotes de las Potencias de la Materia. Los Atlantes blancos, en tanto, siguieron siempre hacia el Este, atravesando Europa y Asia por una ancha franja que limitaba en el Norte con las regiones árticas, y desapareciendo misteriosamente al fin de la pre-Historia: sin embargo, tras de su paso, belicosos pueblos blancos se levantaron sin cesar, aportando lo mejor de sus tradiciones guerreras y espirituales a la Historia de Occidente.

       Mas ¿a dónde se dirigían los Atlantes blancos? A la ciudad de K'Taagar o Agartha, un sitio que, conforme a las revelaciones hechas a mi pueblo, era el refugio de algunos de los Dioses Liberadores, los que aún permanecían en la Tierra aguardando la llegada de los últimos combatientes. Aquella ignota ciudad había sido construida en la Tierra hacía millones de años, en los días en que los Dioses Liberadores vinieron de Venus y se asentaron sobre un continente al que nombraron “Hiperbórea” en recuerdo de la Patria del Espíritu. En verdad, los Dioses Liberadores afirmaban provenir de “Hiperbórea”, un Mundo Increado, es decir, no creado por el Dios Creador, existente “más allá del Origen”: al Origen lo denominaban Thule y, según Ellos, Hiperbórea significaba “Patria del Espíritu”. Había, así, una Hiperbórea original y una Hiperbórea terrestre; y un centro isotrópico Thule, asiento del Gral, que reflejaba al Origen y que era tan inubicable como éste. Toda la Sabiduría espiritual de la Atlántida era una herencia de Hiperbórea y por eso los Atlantes blancos se llamaban a sí mismos “Iniciados Hiperbóreos”. La mítica ciudad de Catigara o Katigara, que figura en todos los mapas anteriores al descubrimiento de América situada “cerca de China”, no es otra que K'Taagar, la morada de los Dioses Liberadores, en la que sólo se permite entrar a los Iniciados Hiperbóreos o Guerreros Sabios, vale decir, a los Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura.

       Finalmente, los Atlantes partieron de la península ibérica. ¿Cómo se aseguraron que las “misiones” impuestas a los pueblos nativos serían cumplidas en su ausencia? Mediante la celebración de un pacto con aquellos miembros del pueblo que iban a representar el Poder de los Dioses, un pacto que de no ser cumplido arriesgaba algo más que la muerte de la vida: los colaboradores de los Atlantes morenos ponían en juego la inmortalidad del Alma, en tanto que los seguidores de los Atlantes blancos respondían con la eternidad del Espíritu. Pero ambas misiones, tal como dije, eran esencial-mente diferentes, y los acuerdos en que se fundaban, naturalmente, también lo eran: el de los Atlantes blancos fue un Pacto de Sangre, mientras que el de los Atlantes morenos consistió en un Pacto Cultural.

       Evidentemente, Dr. Siegnagel, esta carta será extensa y tendré que escribirla en varios días. Mañana continuaré en el punto suspendido del relato, y haré un breve paréntesis para examinar los dos Pactos: es necesario, pues de allí surgirán las claves que le permitirán interpretar mi propia historia. 

 

 

 

 

Segundo Día

 

 

       Comenzaré por el Pacto de Sangre. El mismo significa que los Atlantes blancos mezclaron su sangre con los representantes de los pueblos nativos, que también eran de Raza blanca, generando las primeras dinastías de Reyes Guerreros de Origen Divino: lo eran, afirmarían luego, porque descendían de los Atlantes blancos, quienes a su vez sostenían ser Hijos de los Dioses. Pero los Reyes Guerreros debían preservar esa herencia Divina apoyándose en una Aristocracia de la Sangre y el Espíritu, protegiendo su pureza racial: es lo que harían fielmente durante milenios... hasta que la Estrategia enemiga operando a través de las Culturas extranjeras consiguió cegarlos o enloquecerlos y los llevó a quebrar el Pacto de Sangre. Y aquella falta al compromiso con los Hijos de los Dioses fue, como Ud. verá enseguida Dr., causa de grandes males.

       Desde luego, el Pacto de Sangre incluía algo más que la herencia genética. En primer lugar estaba la promesa de la Sabiduría: los Atlantes blancos habían asegurado a sus descendientes, y futuros representantes, que la lealtad a la misión sería recompensada por los Dioses Liberadores con la Más Alta Sabiduría, aquella que permitía al Espíritu regresar al Origen, más allá de las estrellas. Vale decir, que los Reyes Guerreros, y los miembros de la Aristocracia de la Sangre, se convertirían también en Guerreros Sabios, en Hombres de Piedra, como los Atlantes blancos, con sólo cumplir la misión y respetar el Pacto de Sangre; por el contrario, el olvido de la misión o la traición al Pacto de Sangre traerían graves consecuencias: no se trataba de un “castigo de los Dioses” ni de nada semejante, sino de perder la Eternidad, es decir, de una caída espiritual irreversible, más terrible aún que la que había encadenado el Espíritu a la Materia. “Los Dioses Liberadores, según la particular descripción que los Atlantes blancos hacían a los pueblos nativos, no perdonaban ni castigaban por sus actos; ni siquiera juzgaban pues estaban más allá de toda Ley; sus miradas sólo reparaban en el Espíritu del hombre, o en lo que había en él de espiritual, en su voluntad de abandonar la materia; quienes amaban la Creación, quienes deseaban permanecer sujetos al dolor y al sufrimiento de la vida animal, aquellos que, por sostener estas ilusiones u otras similares, olvidaban la misión o traicionaban el Pacto de Sangre, no afrontarían ¡no! ningún castigo: sólo era segura la pérdida de la eternidad... a menos que se considerase un ‘castigo’ la implacable indiferencia que los Dioses Liberadores exhiben hacia todos los Traidores”.

       Con respecto a la Sabiduría, los pueblos nativos recibían en todos los casos una prueba directa de que podían adquirir un conocimiento superior, una evidencia concreta que hablaba más que las incomprensibles artes empleadas en las construcciones megalíticas: y esta prueba innegable, que situaba a los pueblos nativos por encima de cualquier otro que no hubiese hecho tratos con los Atlantes, consistía en la comprensión de la Agricultura y de la forma de domesticar y gobernar a las poblaciones animales útiles al hombre. En efecto, a la partida de los Atlantes blancos, los pueblos nativos contaban para sostenerse en su sitio, y cumplir la misión, con la poderosa ayuda de la Agricultura y de la Ganadería, sin importar qué hubiesen sido antes: recolectores, cazadores o simples guerreros saqueadores. El cercado mágico de los campos, y el trazado de las ciudades amuralladas, debía realizarse en la tierra por medio de un arado de piedra que los Atlantes blancos legaban a los pueblos nativos para tal efecto: se trataba de un instrumento lítico diseñado y construído por Ellos, del que no tenían que desprenderse nunca y al que sólo emplearían para fundar los sectores agrícolas y urbanos en la tierra ocupada. Naturalmente, ésta era una prueba de la Sabiduría pero no la Sabiduría en sí. ¿Y qué de la Sabiduría?, ¿cuándo se obtendría el conocimiento que permitía al Espíritu viajar más allá de las estrellas? Individualmente dependía de la voluntad puesta en regresar al Origen y de la orientación con que esa voluntad se dirigiese hacia el Origen: cada uno podría irse en cualquier momento y desde cualquier lugar si adquiría la Sabiduría procedente de la voluntad de regresar y de la orientación hacia el Origen; el combate contra las Potencias de la Materia tendría que ser resuelto, en este caso, personalmente: ello constituiría una hazaña del Espíritu y sería tenido en alta estima por los Dioses Liberadores. Colectivamente, en cambio, la Sabiduría de la Liberación del Espíritu, la que haría posible la partida de todos los Guerreros Sabios hacia K'Taagar y, desde allí, hacia el Origen, sólo se obtendría cuando el teatro de operaciones de la Guerra Esencial se trasladase nuevamente a la Tierra: entonces los Dioses Libera-dores volverían a manifestarse a los hombres para conducir a las Fuerzas del Espíritu en la Batalla Final contra las Potencias de la Materia. Hasta entonces, los Guerreros Sabios deberían cumplir eficazmente con la misión y prepararse para la Batalla Final: y en ese entonces, cuando fuesen convocados por los Dioses para ocupar su puesto en la Batalla, les tocaría a los Guerreros Sabios en conjunto demostrar la Sabiduría del Espíritu. Tal como afirmaban los Atlantes blancos, ello sería inevitable si los pueblos nativos cumplían su misión y respetaban el Pacto de Sangre pues, “entonces”, la Máxima Sabiduría coincidiría con la Más Fuerte Voluntad de regresar al Origen, con la Mayor Orientación hacia el Origen, con el Más Alto Valor resuelto a combatir contra las Potencias de la Materia, y con la Máxima Hostilidad Espiritual hacia lo no espiritual.

       Colectivamente, pues, la máxima Sabiduría se revelaría al final, durante la Batalla Final, en un momento que todos los Guerreros Sabios reconocerían simultáneamente ¿Cómo? la oportunidad sería reconocida directamente con la Sangre Pura, en una percepción interior, o mediante la “Piedra de Venus”.

       A los Reyes Guerreros de cada pueblo aliado, es decir, a sus descendientes, los Atlantes blancos legaban también una Piedra de Venus, gema semejante a una esmeralda del tamaño del puño de un niño. Aquella piedra, que había sido traída a la Tierra por los Dioses Liberadores, no estaba facetada en modo alguno sino finamente pulida, mostrando sobre un sector de la superficie una ligera concavidad en cuyo centro se observaba el Signo del Origen. De acuerdo con lo que los Atlantes blancos revelaron a los Reyes Guerreros, antes de la caída del Espíritu extraterrestre en la Materia, existía en la Tierra un animal-hombre extremadamente primitivo, hijo del Dios Creador de todas las formas materiales: tal animal hombre poseía esencia anímica, es decir, un Alma capaz de alcanzar la inmortalidad, pero carecía del Espíritu eterno que caracterizaba a los Dioses Liberadores o al propio Dios Creador. Sin embargo, el animal hombre estaba destinado a obtener evolutivamente un alto grado de conocimiento sobre la Obra del Creador, conocimiento que se resumía en el Signo de la Serpiente; con otras palabras, la serpiente representaba el más alto conocimiento para el animal hombre. Luego de protagonizar el Misterio de la Caída, el Espíritu vino a quedar incorporado al animal hombre, prisionero de la Materia, y surgió la necesidad de su liberación. Los Dioses Liberadores, que en esto se mostraron tan terribles como el maldito Dios Creador Cautivador de los Espíritus, sólo atendían, como se dijo, a quienes disponían de voluntad de regresar al Origen y exhibían orientación hacia el Origen; a esos Espíritus valientes, los Dioses decían: “has perdido el Origen y eres prisionero de la serpiente: ¡con el Signo del Origen, comprende a la serpiente, y serás nuevamente libre en el Origen!”.

       Así, pues, la Sabiduría consistía en comprender a la serpiente, con el Signo del Origen. De aquí la importancia del legado que los Atlantes blancos concedían por el Pacto de Sangre: la Sangre Pura, sangre de los Dioses, y la Piedra de Venus, en cuya concavidad se observaba el Signo del Origen. Esa herencia, sin duda alguna, podía salvar al Espíritu si “con el Signo del Origen se comprendía a la serpiente”, tal como ordenaban los Dioses. Pero concretar la Sabiduría de la Liberación del Espíritu no sería tarea fácil pues en la Piedra de Venus no estaba plasmado de ningún modo el Signo del Origen: sobre ella, en su concavidad, sólo se lo podía “observar”. Y lo veía allí solamente quien respetaba el Pacto de Sangre pues, en verdad, lo que existía como herencia Divina de los Dioses era un Símbolo del Origen en la Sangre Pura: el Signo del Origen, observado en la Piedra de Venus, era sólo el reflejo del Símbolo del Origen presente en la Sangre Pura de los Reyes Guerreros, de los Guerreros Sabios, de lo Hijos de los Dioses, de los Hombres Semidivinos que, junto a un cuerpo animal y a un Alma material, poseían un Espíritu Eterno. Si se traicionaba el Pacto de Sangre, si la sangre se tornaba impura, entonces el Símbolo del Origen se debilitaría y ya no podría ser visto el Signo del Origen sobre la Piedra de Venus: se perdería así la posibilidad de “comprender a la serpiente”, la máxima Sabiduría, y con ello la oportunidad, la última oportunidad, de incorporarse a la Guerra Esencial. Por el contrario, si se respetaba el Pacto de Sangre, si se conservaba la Sangre Pura, entonces la Piedra de Venus podría ser denominada con justeza “espejo de la Sangre Pura” y quienes observasen sobre ella el Signo del Origen serían “Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura”, verdaderos Guerreros Sabios.

 

       Los Atlantes blancos afirmaban que su avance continental estaba guiado directamente por un Gran Jefe Blanco al que llamaban Navután. Ese Jefe al que sólo ellos veían, y por el que expresaban un profundo respeto y veneración, tenía fama de haber sido quien reveló a los mismos Atlantes blancos el Signo del Origen. Naturalmente, el Signo del Origen sería incomunicable puesto que sólo puede ser visto por quien posee previamente, en su sangre, el Símbolo del Origen. La Piedra de Venus, el Espejo de la Sangre Pura, permitía justamente obtener afuera un reflejo del Símbolo del Origen: pero aquel reflejo, el Signo del Origen, no podía ser comunicado ni por Iniciación ni por ninguna otra función social si el receptor carecía de la herencia del Símbolo del Origen. Inclusive entre los Atlantes blancos hubo un tiempo en el que sólo unos pocos, individualmente, lograban conocer el Símbolo del Origen. La dificultad estribaba en la imposibilidad de establecer una correspondencia entre lo Increado y lo Creado: era como si la materia fuese impotente para reflejar lo Increado. De hecho, las Piedras de Venus habían sido modificadas estructuralmente por los Dioses Liberadores para que cumpliesen su función. Con el propósito de resolver este problema y de dotar a su Raza de la Más Alta Sabiduría, mayor aún que la Sabiduría Lítica conocida por ellos, Navután había descendido al Infierno. Por lo menos eso era lo que contaban los Atlantes blancos. Aquí, luchó contra las Potencias de la Materia pero no consiguió obligarlas a reflejar el Símbolo del Origen para que fuese visto por todos los miembros de su Raza. Al parecer fue Frya, su Divina Esposa, quien resolvió el problema: pudo expresar el Signo del Origen mediante la danza.

       Todos los movimientos de la danza proceden del movimiento de las aves, de sus Arquetipos. El descubrimiento de Frya permitió a Navután comprender al Signo del Origen con la Lengua de los Pájaros y expresarlo del mismo modo. Mas no era ésta una lengua compuesta por sonidos sino por movimientos significativos que realizaban ciertas aves en conjunto, especialmente las aves zancudas, como la garza o la grulla, y las aves gallináceas como la perdiz, el pavo o el faisán: según Navután, para comprender al Signo del Origen se requerían exactamente “trece más tres Vrunas”, es decir, un alfabeto de dieciséis signos denominados Vrunas o Varunas.

       Gracias a Navután y Frya, los Atlantes blancos eran Arúspices (de ave spicere), vale decir, estaban dotados para comprender el Signo del Origen observando el vuelo de las aves: la Lengua de los Pájaros representaba, para ellos, una victoria racial del Espíritu contra las Potencias de la Materia.

       Así se sintetizaría la Sabiduría de Navután: quien comprendiese el alfabeto de dieciséis Vrunas comprendería la Lengua de los Pájaros. Quien comprendiese la Lengua de los Pájaros comprendería el Signo del Origen. Quien comprendiese el Signo del Origen comprendería a la serpiente. Y quien comprendiese a la serpiente, con el Signo del Origen, podría ser libre en el Origen.

       Es claro que los Atlantes blancos no confiaban en la perdurabilidad de la Lengua de los Pájaros, la que, a pesar de todo, transmitían a sus descendientes del Pacto de Sangre. Preveían que, de triunfar el Pacto Cultural de los Atlantes morenos, la lengua sagrada pronto sería olvidada por lo hombres; en ese caso, la única garantía de que al menos alguien individualmente consiguiese ver el Signo del Origen, estaría constituida por la Piedra de Venus. Con gran acierto, basaron en ella el éxito de la misión. Así, cuando los Atlantes blancos se despidieron de mis Antepasados, Dr. Siegnagel, les sugirieron un modo adecuado para asegurar el cumplimiento de la misión. Ante todo se debería respetar sin excepciones el Pacto de Sangre y mantener, para ello, una Aristocracia de la Sangre Pura. De esta Aristocracia, que comenzaba con los descendientes de los Atlantes blancos, ya se habían seleccionado los primeros Reyes y las Guerreras Sabias que custodiarían el Arado de Piedra y la Piedra de Venus: en efecto, al principio cada pueblo fue dividido exogámicamente en tres grupos, cada uno de los cuales tenía el derecho de emplear los instrumentos líticos y aportaba, para su custodia común, una Guerrera Sabia; ellas conservaban los instrumentos en el interior de una gruta secreta y, cuando debían ser utilizados, los transportaban las tres en conjunto; los tres grupos del pueblo, por supuesto, obedecían a un mismo Rey; con el correr de los siglos, a causa de la derrota cultural que luego expondré, la triple división del pueblo fue olvidada, aunque perduró por mucho tiempo la costumbre de confiar la custodia de los instrumentos líticos a las “Tres Guerreras Sabias” o Vrayas.

       En consiguiente lugar, todos los Reyes y los Nobles de la Sangre serían Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura: la Iniciación sería a los dieciséis años, cuando se los enfrentaría con la Piedra de Venus y se trataría de que observasen en ella el Signo del Origen. Quien pudiese observarlo dispondría en ese mismo momento de la Sabiduría suficiente como para concretar la autoliberación del Espíritu y partir hacia el Origen. Mas, si el Guerrero Sabio era un Rey, o un Héroe que deseaba posponer su propia libertad espiritual en procura de la liberación de la Raza, dos serían los pasos a seguir. El primero consistía en cumplir la orden de los Dioses Liberadores y “comprender a la serpiente con el Signo del Origen”, comunicando luego la Sabiduría lograda a los restantes Iniciados. Una vez visto el Signo del Origen, el segundo paso del Iniciado exigía no apartar la atención de la Piedra de Venus porque en ella, sobre su concavidad, algún día se vería la Señal Lítica de K'Taagar, esto es, una imagen que señalaría el camino hacia la Ciudad de los Dioses Liberadores.

       Este principio daría lugar a una secreta institución entre los iberos, de la cual hablaré mucho posteriormente, la de los Noyos y las Vrayas, cuerpo de Iniciados consagrados a custodiar en todo tiempo y lugar a la Piedra de Venus y aguardar la manifestación del Símbolo del Origen.

       Así fue como a los descendientes o aliados de los Atlantes blancos, que ejecutaban el primer paso en la comprensión de la serpiente, y la representaban ora con la forma real del reptil, ora abstractamente con la forma de la espiral, se los tomó universalmente por adoradores de los ofidios. Tal confusión fue empleada malignamente para adjudicar a los Guerreros Sabios toda suerte de actos e intenciones tenebrosas; con ese propósito el Enemigo asoció la serpiente a las ideas que más temor o repugnancia causaban en los pueblos ignorantes de la Tierra: la noche, la luna, las fuerzas demoníacas, todo lo que es reptante o subterráneo, lo oculto, etc. De ese modo, mediante una vulgarización calumniosa y malintencionada de sus actos, ya que nadie salvo los Iniciados conocían la existencia de la Piedra de Venus y del Signo del Origen, se consiguió culpar a los Guerreros Sabios de Magia Negra, es decir, de las artes mágicas más groseras, aquellas que se practican con el concurso de las pasiones del cuerpo y del Alma: ¡Curiosa paradoja! ¡Los Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura acusados de Magia Negra y humanidad! ¡justamente Ellos que, por comprender a la serpiente, símbolo total del conocimiento humano, estaban fuera de lo humano!   

 

 

 

 

Tercer Día

                                                                                                                                                                                                  

       El Pacto Cultural sobre el que los Atlantes morenos basaban sus alianzas, por su parte, era esencialmente diferente del Pacto de Sangre. Aquel acuerdo se fundaba en el sostén perpetuo de un Culto. Más clara-mente, el fundamento de la alianza consistía en la fidelidad indeclinable a un Culto revelado por los Atlantes morenos; el Culto exigía la adoración incondicional de los miembros del pueblo nativo a un Dios y el cumplimiento de Su Voluntad, la que se manifestaría a través de sus representantes, la casta sacerdotal formada e instruida por los Atlantes morenos. No debe interpretarse con esto que los Atlantes morenos iniciaban a los pueblos nativos en el Culto de su propio Dios pues Ellos afirmaban ser la expresión terrestre de Dios, que era el Dios Creador del Universo; ellos, decían, eran consubstanciales con Dios y tenían un alto propósito que cumplir sobre la Tierra, además de destruir la obra de los Atlantes blancos: su propia misión consistía en levantar una gran civilización de la cual saldría, al Final de los Tiempos, un Pueblo elegido de Dios, también consubstancial con Este, al cual le sería dado reinar sobre todos los pueblos de la Tierra; ciertos Angeles, a quienes los malditos Atlantes blancos denominaban “Dioses Traidores al Espíritu”, apoyarían entonces al Pueblo Elegido con todo su Poder; pero estaba escrito que aquella Sinarquía no podría concretarse sin expulsar de la Tierra a los enemigos de la Creación, a quienes osaban descubrir a los hombres los Planes de Dios para que estos se rebelasen y apartasen de Sus designios; sobrevendría entonces la Batalla Final entre los Hijos de la Luz y los Hijos de las Tinieblas, vale decir, entre quienes adorasen al Dios Creador con el corazón y quienes comprendiesen a la serpiente con la mente.

       Resumiendo, los Atlantes morenos, que “eran la expresión de Dios”, no se proponían a sí mismos como objeto del Culto ni exponían a los pueblos nativos su concepción de Dios, la cual se reduciría a una “Autovisión” que el Dios Creador experimentaría desde su manifestación en los Atlantes morenos: en cambio, revelaban a los pueblos nativos el Nombre y el Aspecto de algunos Dioses celestiales, que no eran sino Rostros del Dios Creador, otras manifestaciones de El en el Cielo; los astros del firmamento, y todo cuerpo celeste visible o invisible, expresaban a estos Dioses. Según la particular psicología de cada pueblo nativo sería, pues, el Dios revelado: a unos, los más primitivos, se les mostraría a Dios como el Sol, la Luna, un planeta o estrella, o determinada constelación; a otros, más evolucionados, se les diría que en tal o cual astro residía el Dios de sus Cultos. En este caso, se les autorizaba a representar al Dios mediante un fetiche o ídolo que simbolizase su Rostro oculto, aquél con el cual los sacerdotes lo percibían en Su residencia astral.

       Sea como fuere, que Dios fuese un astro, que existiese tras un astro, que se manifestase en el mundo circundante, en la Creación entera, en los Atlantes morenos, o en cualquier otra casta sacerdotal, el materialismo de semejante concepción es evidente: a poco que se profundice en ello se hará patente la materia, puesta siempre como extremo real de la Creación de Dios, cuando no como la substancia misma de Dios, constituyendo la referencia natural de los Dioses, el soporte esencial de la existencia Divina.

       Es indudable que los Atlantes morenos adoraban a las Potencias de la Materia pues todo lo sagrado para ellos, aquello por ejemplo que señalaban a los pueblos nativos en el Culto, se fundaba en la materia. En efecto, la santidad que se obtenía por la práctica sacerdotal procedía de una inexorable santificación del cuerpo y de los cuerpos. Y el Poder consecuente, demostrativo de la superioridad sacerdotal, consistía en el dominio de las fuerzas de la naturaleza o, en última instancia, de toda fuerza. Mas, las fuerzas no eran sino manifestaciones de los Dioses: las fuerzas emergían de la materia o se dirigían a ella, y su formalización era equivalente a su deificación. Esto es: el Viento, el Fuego, el Trueno, la Luz, no podían ser sino Dioses o la Voluntad de Dioses; el dominio de las fuerzas era, así, una comunión con los Dioses. Y por eso la más alta santidad sacerdotal, la que se demostraba por el dominio del Alma, fuese ésta concebida como cuerpo o como fuerza, significaba también la más abyecta sumisión a las Potencias de la Materia.

       El movimiento de los astros denotaba el acto de los Dioses: los Planes Divinos se desarrollaban con tales movimientos en los que cada ritmo, período, o ciclo, tenían un significado decisivo para la vida humana. Por lo tanto, los Atlantes morenos divinizaban el Tiempo bajo la forma de los ciclos astrales o naturales y trasmitían a los pueblos nativos la creencia en las Eras o Grandes Años: durante un Gran Año se concretaba una parte del Plan que los Dioses habían trazado para el hombre, su destino terrestre. El último Gran Año, que duraría unos veintiséis mil años solares, habría comenzado miles de años antes, cuando el Cisne del Cielo se aproximó a la Tierra y los hombres de la Atlántida vieron descender al Dios Sanat: venía para ser el Rey del Mundo enviado por el Dios Sol Ton, el Padre de los Hombres, Aquel que es Hijo del Dios Perro Sin. Los Atlantes morenos glorificaban el momento en que Sanat llegó a la Tierra y difundían entre los pueblos nativos el Símbolo del Cisne como señal de aquel recuerdo primigenio: de allí que el Símbolo del Cisne, y luego el de toda ave palmípeda, fuese considerado universalmente como la evidencia de que un pueblo nativo determinado había concertado el Pacto Cultural; vale decir, que aunque el Dios al que rendían Culto los pueblos nativos fuese diferente, Beleno, Lug, Bran, Proteo, etc., la identificación común con el Símbolo del Cisne delataba la institución del Pacto Cultural. Posteriormente, tras la partida de los Atlantes, el pleito entre los pueblos nativos se simbolizaría como una lucha entre el Cisne y la Serpiente, pues el conflicto era entre los partidarios del Símbolo del Cisne y los que “comprendían al Símbolo de la Serpiente”; por supuesto, el significado de esa alegoría sólo fue conocido por los Iniciados.

       El Dios Sanat se instaló en el Trono de los Antiguos Reyes del Mundo, existente desde millones de años antes en el Palacio Korn de la Isla Blanca Gyg, conocida posteriormente en el Tíbet como Chang Shambalá o Dejung. Allí disponía para gobernar del concurso de incontables Almas, pues la Isla Blanca estaba en la Tierra de los Muertos: sin embargo, a la Isla Blanca sólo llegaban las Almas de los Sacerdotes, de aquellos que en todas las Epocas habían adorado al Dios Creador. El Rey del Mundo presidía una Fraternidad Blanca o Hermandad Blanca integrada por los más Santos Sacerdotes, vivos o muertos, y apoyada en su accionar sobre la humanidad con el Poder de esos misteriosos Angeles, Seraphim Nephilim, que los Atlantes blancos calificaban de Dioses Traidores al Espíritu del Hombre: de acuerdo a los Atlantes blancos, los Seraphim Nephilim sólo serían doscientos, pero su Poder era tan grande, que regían sobre toda la Jerarquía Oculta de la Tierra; contaban, para ejercer tal Poder, con la autorización del Dios Creador, y les obedecían ciegamente los Sacerdotes e Iniciados del Pacto Cultural, quienes formaban en las filas de la “Jerarquía Oculta” o “Jerarquía Blanca” de la Tierra. En resumen, en Chang Shambalá, en la Isla Blanca, existía la Fraternidad Blanca, a cuya cabeza estaban los Seraphim Nephilim y el Rey del Mundo.

       Cabe aclarar que la “blancura” predicada sobre la Mansión insular del Rey del Mundo o su Fraternidad no se refería a una cualidad racial de sus moradores o integrantes sino a la iluminación que indefectiblemente estos poseerían con respecto al resto de los hombres. La Luz, en efecto, era la cosa más Divina, fuese la luz interior, visible por los ojos del Alma, o la luz solar, que sostenía la vida y se percibía con los sentidos del cuerpo: y esta devoción demuestra, una vez más, el materialismo metafísico que sustentaban los Atlantes morenos. Según ellos, a medida que el Alma evolucionaba y se elevaba hacia el Dios Creador “aumentaba su luz”, es decir, aumentaba su aptitud para recibir y dar luz, para convertirse finalmente en pura luz: naturalmente esa luz era una cosa creada por Dios, vale decir, una cosa finita, el límite de la perfección del Alma, algo que no podría ser sobrepasado sin contradecir los Planes de Dios, sin caer en la herejía más abominable. Los Atlantes blancos, contrariamente, afirmaban que en el Origen, más allá de las estrellas, existía una Luz Increada que sólo podía ser vista por el Espíritu: esa luz infinita era imperceptible para el Alma. Empero, aunque invisible, frente a ella el Alma se sentía como ante la negrura más impenetrable, un abismo infinito, y quedaba sumida en un terror incontrolable: y eso se debía a que la Luz Increada del Espíritu transmitía al Alma la intuición de la muerte eterna en la que ella, como toda cosa creada, terminaría su existencia al final de un super “Gran Año” de manifestación del Dios Creador, un “Mahamanvantara”.

       De modo que la “blancura” de la Fraternidad a la que pertenecían los Atlantes morenos no provenía del color de la piel de sus integrantes sino de la “luz” de sus Almas: la Fraternidad Blanca no era racial sino religiosa. Sus filas se nutrían sólo de Sacerdotes Iniciados, quienes ocupaban siempre un “justo lugar” de acuerdo a su devoción y obediencia a los Dioses. La sangre de los vivos tenía para ellos un valor relativo: si con su pureza se mantenía cohesionado al pueblo nativo aliado entonces habría que conservarla, mas, si la protección del Culto requería del mestizaje con otro pueblo, podría degradarse sin problemas. El Culto sería el eje de la existencia del pueblo nativo y todo le estaría subordinado en importancia; todo, al fin, debía ser sacrificado por el Culto: en primer lugar la Sangre Pura de los pueblos aliados a los Atlantes blancos. Era parte de la misión, una obligación del Pacto Cultural: la Sangre Pura derramada alegraba a los Dioses y Ellos reclamaban su ofrenda. Por eso los Sacerdotes Iniciados debían ser Sacrificadores de la Sangre Pura, debían exterminar a los Guerreros Sabios o destruir su herencia genética, debían neutralizar el Pacto de Sangre.

 

       Hasta aquí he descripto las principales características de los dos Pactos. No pude evitar el empleo de conceptos oscuros o poco habituales pero tendrá que comprender, estimado Dr., que carezco del tiempo necesario para entrar en mayores detalles. Sin embargo, antes de continuar con la historia de mi pueblo y mi familia, haré un comentario sobre las consecuencias que las alianzas con los Atlantes trajeron a los pueblos nativos.

       Si en algo descollaron en la Historia las castas sacerdotales formadas por los Atlantes morenos, aparte de su fanatismo y crueldad, fue en el arte del engaño. Hicieron, literalmente, cualquier sacrificio si éste contribuía a la preservación del Culto: el cumplimiento de la misión, ese Alto Propósito que satisfacía la Voluntad de los Dioses, justificaba todos los medios empleados y los convirtió en maestros del engaño. Y entonces no debe extrañar que muchas veces simulasen ser Reyes, o se escudasen detrás de Reyes y Nobles, si ello favorecía sus planes; pero esto no puede confundir a nadie: Reyes, Nobles o Señores, si sus actos apuntaban a mantener un Culto, si profesaban devota sumisión a los Dioses de la Materia, si derramaban la Sangre Pura o procuraban degradarla, si perseguían a los Sabios o afirmaban la herejía de la Sabiduría, indudablemente se trataba de Sacerdotes camouflados, aunque sus funciones sociales aparentasen lo contrario. El Principio para establecer la filiación de un pueblo aliado de los Atlantes consiste en la oposición entre el Culto y la Sabiduría: el sostenimiento de un Culto a las Potencias de la Materia, a Dioses que se sitúan por arriba del hombre y aprueban su miserable existencia terrenal, a Dioses Creadores o Determinadores del Destino del hombre, coloca automáticamente a sus cultores en el marco del Pacto Cultural, estén o no los Sacerdotes a la vista.

       Opuestamente, los Dioses de los Atlantes blancos no requerían ni Culto ni Sacerdotes: hablaban directamente en la Sangre Pura de los Guerreros, y éstos, justamente por escuchar Sus Voces, se tornaban Sabios. Ellos no habían venido para conformar al hombre en su despreciable condición de esclavo en la Tierra sino para incitar al Espíritu humano a la rebelión contra el Dios Creador de la prisión material y a recuperar la libertad absoluta en el Origen, más allá de las estrellas. Aquí sería siempre un siervo de la carne, un condenado al dolor y al sufrimiento de la vida; allí sería el Dios que antes había sido, tan poderoso como Todos. Y, desde luego, no habría paz para el Espíritu mientras no concretase el Regreso al Origen, en tanto no reconquistase la libertad original; el Espíritu era extranjero en la Tierra y prisionero de la Tierra: salvo aquél que estuviese dormido, confundido en un extravío extremo, hechizado por la ilusión del Gran Engaño, en la Tierra el Espíritu sólo podría manifestarse perpetuamente en guerra contra las Potencias de la Materia que lo retenían prisionero. Sí; la paz estaba en el Origen: aquí sólo podría haber guerra para el Espíritu despierto, es decir, para el Espíritu Sabio; y la Sabiduría sólo podría ser opuesta a todo Culto que obligase al hombre a ponerse de rodillas frente a un Dios.

       Los Dioses Liberadores jamás hablaban de paz sino de Guerra y Estrategia: y entonces la Estrategia consistía en mantenerse en estado de alerta y conservar el sitio acordado con los Atlantes blancos, hasta el día en que el teatro de operaciones de la Guerra Esencial se trasladase nuevamente a la Tierra. Y ésto no era la paz sino la preparación para la guerra. Pero cumplir con la misión, con el Pacto de Sangre, mantener al pueblo en estado de alerta, exigía cierta técnica, un modo de vida especial que les permitiese vivir como extranjeros en la Tierra. Los Atlantes blancos habían transferido a los pueblos nativos un modo de vida semejante, muchas de cuyas pautas serían actualmente incomprensibles. Empero, trataré de exponer los principios más evidentes en que se basaba para conseguir los objetivos propuestos: sencillamente, se trataba de tres conceptos, el principio de la Ocupación, el principio del Cerco, y el principio de la Muralla; tres conceptos complementados por aquel legado de la Sabiduría Atlante que eran la Agricultura y la Ganadería.

       En primer lugar, los pueblos aliados de los Atlantes blancos no deberían olvidar nunca el principio de la Ocupación del territorio y tendrían que prescindir definitivamente del principio de la propiedad de la tierra, sustentado por los partidarios de los Atlantes morenos. Con otras palabras, la tierra habitada era tierra ocupada no tierra propia; ¿ocupada a quién? al Enemigo, a las Potencias de la Materia. La convicción de esta distinción principal bastaría para mantener el estado de alerta porque el pueblo ocupante era así consciente de que el Enemigo intentaría recuperar el territorio por cualquier medio: bajo la forma de los pueblos nativos aliados a los Atlantes morenos, como otro pueblo invasor o como adversidad de las Fuerzas de la naturaleza. Creer en la propiedad de la tierra, por el contrario, significaba bajar la guardia frente al Enemigo, perder el estado de alerta y sucumbir ante Su Poder de Ilusión.

       Comprendido y aceptado el principio de Ocupación, los pueblos nativos debían proceder, en segundo término, a cercar el territorio ocupado o, por lo menos, a señalar su área. ¿Por qué? porque el principio del Cerco permitía separar el territorio ocupado del territorio enemigo: fuera del área ocupada y cercada se extendía el territorio del Enemigo. Recién entonces, cuando se disponía de un área ocupada y cercada, se podía sembrar y hacer producir a la tierra.

       En efecto, en el modo de vida estratégico heredado de los Atlantes blancos, los pueblos nativos estaban obligados a obrar según un orden estricto, que ningún otro principio permitía alterar: en tercer lugar, después de la ocupación y el cercado, recién se podía practicar el cultivo. La causa de esta rigurosidad era la capital importancia que los Atlantes blancos atribuían al cultivo como acto capaz de liberar al Espíritu o de aumentar su esclavitud en la Materia. La fórmula correcta era la siguiente: si un pueblo de Sangre Pura realizaba el cultivo sobre una tierra ocupada, y no olvidaba en ningún momento al Enemigo que acechaba afuera, entonces, dentro del cerco, sería libre para elevarse hasta el Espíritu y adquirir la Más Alta Sabiduría. En caso contrario, si se cultivaba la tierra creyendo en su propiedad, las Potencias de la Materia emergerían de la Tierra, se apoderarían del hombre, y lo integrarían al contexto, convirtiéndolo en un objeto de los Dioses;  en consecuencia, el Espíritu sufriría una caída en la materia aún más atroz, acompañada de la ilusión más nociva, pues creería ser “libre” en su propiedad cuando sólo sería una pieza del organismo creado por los Dioses. Quien cultivase la tierra, sin ocuparla y cercarla previamente, y se sintiese su dueño o desease serlo, sería fagocitado por el contexto regional y experimentaría la ilusión de pertenecer a él. La propiedad implica una doble relación, recíproca e inevitable: la propiedad  pertenece al propietario tanto como éste pertenece a la propiedad; es claro: no podría haber tenencia sin una previa pertenencia de la propiedad a apropiar. Mas, el que se sintiese pertenecer a la tierra quedaría desguarnecido frente al Poder de Ilusión del Enemigo: no se comportaría como extranjero en la Tierra; como el hombre espiritual que cultiva en el cerco estratégico, pues se arraigaría y amaría a la tierra; creería en la paz y anhelaría esa ilusión; se sentiría parte de la naturaleza y aceptaría que el todo es Obra de los Dioses; se empequeñecería en su lar y se asombraría de la grandeza de la Creación, que lo rodea por todas partes; no concebiría jamás una salida de la Creación: antes bien, tal idea lo sumiría en un terror sin nombre pues en ella intuiría una herejía abominable, una insubordinación a la Voluntad del Creador que podría acarrearle castigos imprevisibles; se sometería al Destino, a la Voluntad  de los Dioses que lo deciden, y les rendiría Culto para ganar su favor o para aplacar sus iras; sería ablandado por el miedo y no tendría fuerzas, no ya para oponerse a los Dioses, ni siquiera para luchar contra la parte animal y anímica de sí mismo, sino tampoco para que el Espíritu la dominase y se transformase en el Señor de Sí Mismo; en fin, creería en la propiedad de la tierra pero pertenecería a la Tierra, y cumpliría al pie de la letra con lo señalado por la Estrategia Enemiga.

       El principio de la Muralla era la aplicación fáctica del principio del Cerco, su proyección real. De acuerdo con la Sabiduría Lítica de los Atlantes blancos, existían muchos Mundos en los que el Espíritu estaba prisionero y en cada uno de ellos el pincipio de la Muralla exigía diferente concreción: en el mundo físico, su aplicación correcta conducía a la Muralla de Piedra, la más efectiva valla estratégica contra cualquier presión del Enemigo. Por eso los pueblos nativos que iban a cumplir la misión, y participaban del Pacto de Sangre, eran instruídos por los Altantes blancos en la construcción de murallas de piedra como ingrediente fundamental de su modo de vida: todos quienes ocupasen y cercasen la tierra para practicar el cultivo, con el fin de sostener el sitio de una obra de los Atlantes blancos, tenían también que levantar murallas de piedra. Pero la erección de las murallas no dependía sólo de las características de la tierra ocupada sino que en su construcción debían intervenir principios secretos de la Sabiduría Lítica, principios de la Estrategia de la Guerra Esencial, principios que sólo los Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura, los Guerreros Sabios, podían conocer. Se comprenderá  mejor el porqué de esta condición si digo que los Atlantes blancos aconsejaban “mirar con un ojo hacia la muralla y con el otro hacia el Origen”, lo que sólo sería posible si la muralla se hallaba referida de algún modo hacia el Origen.         

 

       El principio para establecer la filiación de un pueblo aliado de los Atlantes consiste en la oposición entre el Culto y la Sabiduría: mas ¿cuáles son los indicios fácticos, las pruebas concretas, es decir, aquéllo que es más evidente para determinar si se trata de Culto o Sabiduría? En todo caso, hay que observar si existe el Templo o la Muralla de Guerra: porque la práctica de un Culto está indisolublemente asociada a la existencia de un Templo correspondiente: el Templo es el fundamento fáctico del Culto, su extremo material; y porque la práctica de la Sabiduría está indisolublemente asociada a la existencia de una Muralla Estratégica: la Muralla de Guerra es el fundamento fáctico del modo de vida estratégico, su asiento material. Este principio explica el hecho de que la Fraternidad Blanca haya sostenido en la Tierra, en todos los tiempos históricos, a Comunidades y Ordenes Secretas especializadas en la construcción de Templos, las que colaborarían estrechamente con los Sacerdotes del Pacto Cultural; y explica también el hecho de que los Señores de Agartha sostengan, a través de la Historia, a las Ordenes de Constructores de Murallas de Piedra, Ordenes integradas exclusivamente por los descendientes blancos de los Atlantes blancos, quienes dominan la Sabiduría Lítica y la Estrategia de la Guerra Esencial.

 

 

 

Cuarto Día

 

 

       Por todo lo visto, será evidente que del modo de vida estratégico sólo        podría proceder un tipo de Cultura extremadamente austera. En efecto, los pueblos del Pacto de Sangre jamás se destacaron por otro valor cultural como no fuese la habilidad para la guerra. Es que estos pueblos, al principio, se comportaban como verdaderos extranjeros en la Tierra: ocupaban la región en que vivían, quizá durante siglos, pero siempre pensando en partir, siempre preparándose para la guerra, siempre desconfiando de la realidad del mundo y demostrando una hostilidad esencial hacia los Dioses extraños. No debe sorprender, pues, que fabricasen pocos utensilios y aún menos objetos suntuarios; sin embargo, aunque escasas, las cosas estaban perfeccionadas lo bastante como para recordar que se trataba de pueblos de constructores, dotados de hábiles artesanos; para comprobarlo no bastaría más que observar la producción de armas, en la que siempre sobresalieron: éstas sí se fabricaban en cantidad y calidad siempre creciente, siendo proverbial el temor y el respeto causado por ellas en los pueblos del Pacto Cultural que experimentaron la eficacia de su poder ofensivo. 

       Los pueblos del Pacto Cultural, contrariamente a los ocupantes de la tierra, creían en la propiedad del suelo, amaban al mundo, y rendían Culto a los Dioses propiciatorios: sus Culturas eran siempre abundantes en la producción de utensilios y artículos suntuarios y ornamentales. Entre ellos se aceptaba que el trabajo de la tierra era despreciable para el hombre, aunque se lo practicaba por obligación: su habilidad mayor estaba, en cambio, en el comercio, que les servía para difundir sus objetos culturales e imponer el Culto de sus Dioses. De acuerdo a sus creencias, el hombre había de resignarse a su suerte y tratar de vivir lo mejor posible en este mundo: tal la Voluntad de los Dioses, que no se debía desafiar. Y para complacer esa Voluntad, lo correcto era servir a sus representantes en la Tierra, los Sacerdotes y los Reyes del Culto: los Sacerdotes trasmitían al pueblo la Voz de los Dioses y suplicaban a los Dioses por la suerte del pueblo; paraban el brazo de los Reyes demasiado amantes de la guerra e intercedían por el pueblo cuando la exacción de impuestos se tornaba excesiva; eran los autores de la ley y a menudo distribuían la justicia; ¿qué males no se abatirían sobre el pueblo si los Sacerdotes no estuviesen allí para aplacar la ira de los Dioses? Por otra parte, según ellos no era necesario buscar la Sabiduría para progresar culturalmente y alcanzar un alto grado de civilización: bastaba con procurar la perfección del conocimiento, por ejemplo, bastaba con superar el valor utilitario de un utensilio y luego estilizarlo hasta convertirlo en un objeto artístico o suntuario. La Sabiduría era propia de los Dioses y a éstos irritaba que el hombre invadiese sus dominios: el hombre no debía saber sino conocer y perfeccionar lo conocido, hasta que, en un límite de excelencia de la cosa, ésta condujese al conocimiento de otra cosa a la que también habría que mejorar, multiplicando de esta manera la cantidad y calidad de los objetos culturales, y evolucionando hacia formas cada vez más complejas de Cultura y Civilización. Gracias a los Sacerdotes, pues, que condenaban la herejía de la Sabiduría pero aprobaban con entusiasmo la aplicación del conocimiento en la producción de objetos que hiciesen más placentera la vida del hombre, las civilizaciones de costumbres refinadas y lujos exquisitos contrastaban notablemente con el modo de vida austero de los pueblos del Pacto de Sangre.

       Al principio esa diferencia, que era lógica, no causó ningún efecto en los pueblos del Pacto de Sangre, siempre desconfiados de cuanto pudiese debilitar su modo de vida guerrero: una caída se produciría, profetizaban los Guerreros Sabios, si permitían que las Culturas extranjeras contaminasen sus costumbres. Esta certeza les permitió resistir durante muchos siglos, mientras en el mundo crecían y se extendían las civilizaciones del Pacto Cultural. No obstante, con el correr de los siglos, y por numerosos y variados motivos, los pueblos del Pacto de Sangre acabaron por sucumbir culturalmente frente a los pueblos del Pacto Cultural. Sin entrar en detalles, se puede considerar que dos fueron las causas principales de ese resultado. Por parte de los pueblos del Pacto de Sangre, una especie de fatiga colectiva que enervó la voluntad guerrera: algo así como el sopor que por momentos suele invadir a los centinelas durante una larga jornada de vigilancia; esa fatiga, ese sopor, esa debilidad volitiva, los fue dejando inermes frente al Enemigo. Por parte de los pueblos del Pacto Cultural, una diabólica Estrategia, lucubrada y pergeñada por los Sacerdotes, basada en la explotación de la Fatiga de Guerra mediante la tentación de la ilusión: así, se tentó a los pueblos del Pacto de Sangre con la ilusión de la paz, con la ilusión de la tregua, con la ilusión del progreso cultural, con la ilusión de la comodidad, del placer, del lujo, del confort, etc.; quizá el arma más efectiva haya sido la tentación del amor de las bellas sacerdotisas, especialmente entrenadas para despertar las pasiones dormidas de los Reyes Guerreros.

       Con la tentación de la ilusión, los Sacerdotes procuraban concertar alianzas de sangre entre los pueblos combatientes, sellar los “tratados de paz” con la consumación de bodas entre miembros de la nobleza reinante; naturalmente, como se trataba de apareamientos entre individuos del mejor linaje, y de la misma Raza, a menudo no ocurría la degradación de la Sangre Pura. ¿Qué buscaban, entonces, los Sacerdotes con tales uniones? Dominar culturalmente a los pueblos del Pacto de Sangre. Ellos tenían bien en claro que la Sangre Pura, por sí sola, no basta para mantener la Sabiduría si se carece de la voluntad espiritual de ser libre en el Origen, voluntad que se iba debilitando por la Fatiga de Guerra. La Sabiduría haría al Espíritu libre en el Origen y más poderoso que el Dios Creador; pero en este mundo, donde el Espíritu está encadenado al animal hombre, el Culto al Dios Creador acabaría dominando a la Sabiduría, sepultándola bajo el manto del terror y del odio. Una vez sometidos culturalmente, ya tendrían tiempo los Sacerdotes para degradar la Sangre Pura de los pueblos del Pacto de Sangre y para cumplir con su propio Pacto Cultural, es decir, para destruir las obras de los Atlantes blancos.

       En mi pueblo, Dr. Siegnagel, las cosas ocurrieron de ese modo. Los Reyes, cansados de luchar y de esperar el regreso de los Dioses Liberadores, se dejaron tentar por la ilusión de una paz que les prometía múltiples ventajas: si se aliaban a los pueblos del Pacto Cultural accederían a su “avanzada” Cultura, compartirían sus costumbres refinadas, disfrutarían del uso de los más diversos objetos culturales, habitarían viviendas más cómodas, etc.; y las alianzas se sellarían con matrimonios convenientes, enlaces que dejarían a salvo la dignidad de los Reyes y no los obligarían a ceder, de entrada, la Sabiduría frente al Culto. Ellos creían, ingenuamente, que estaban concertando una especie de tregua en la que nada perdían y con la que tenían mucho por ganar: y esa creencia, esa ceguera, esa locura, esa fatiga incomprensible, ese sopor, ese hechizo, fue la ruina de mi pueblo y la falta más grande al Pacto de Sangre con los Atlantes blancos, una Falta de Honor. ¡Oh, qué locura! ¡creer que podía reunirse en una sola mano el Culto y la Sabiduría! El resultado, el desastre diría, fue que los Sacerdotes atravesaron las murallas y se instalaron entre los Guerreros Sabios; allí intrigaron hasta imponer sus Cultos y conseguir que estos olvidasen la Sabiduría; y por último, se lanzaron ávidamente a rescatar las Piedras de Venus, las que remitían con presteza a la Fraternidad Blanca mediante mensajeros que viajaban a lejanas regiones. Sólo muy pocos Iniciados tuvieron el Honor y el Valor de resistirse a tan repudiable claudicación y dispusieron los medios para preservar la Piedra de Venus y lo que se recordaba de la Sabiduría.

       Entre tales Iniciados, se contó uno de mis remotos antepasados, quien engastó la Piedra de Venus en la guarnición de una espada de hierro: era aquélla un arma de imponente belleza y notable simbolismo; además de sostener la Piedra de Venus, el arriaz se quebraba hacia arriba en dos gavilanes de hierro que protegían la empuñadura y daban al conjunto forma de tridente invertido; la empuñadura, por su parte, era de un hueso blanco como el marfil, pero espiralado, y se afirmaba con convicción que pertenecía al cuerno del Barbo Unicornio, animal mítico que representaba al hombre espiritual; y el pomo, de hierro como la hoja, poseía también un par de gavilanes elevados, que formaban un segundo tridente invertido. En la Edad Media, como se verá, otros Iniciados le grabaron en la hoja la inscripción “honor et mortis”. Pues bien, ese Iniciado estableció la ley de que aquella arma debía pertenecer solamente a los Reyes del linaje original, a los descendientes de los Atlantes blancos. Vanos fueron, en este caso, los intentos hechos por generaciones de Sacerdotes para deshacerse de la Espada Sabia, denominada así por el pueblo: como verá, se la conservó mientras se pudo, y luego, cuando ello ya no fue posible, se la mantuvo oculta hasta los días de Lito de Tharsis, el  antepasado que vino a América en 1534.

       Lo repito: la locura de reunir en una sola Estirpe el Culto y la Sabiduría causó un desastre en los pueblos del Pacto de Sangre: la interrupción de la cadena iniciática. Ocurrió así que en un momento dado, cuando los Dioses del Culto se impusieron, se apagó la Voz de la Sangre Pura y los Iniciados perdieron la posibilidad de escuchar a los Dioses Liberadores: la voluntad de regresar al Origen se había debilitado hacía tiempo y ahora carecían de orientación. Sin la Voz, y sin la orientación hacia el Origen, ya no había Sabiduría para transmitir, ya no se vería el Signo del Origen en la Piedra de Venus. Los Iniciados comprobaron, de pronto, que algo se había cortado entre ellos y los Dioses Liberadores. Y comprendieron, muy tarde, que el futuro de la misión y del Pacto de Sangre dependería como nunca de la lucha entre el Culto y la Sabiduría, pero de una lucha que desde entonces ya no se desarrollaría afuera sino adentro, en el campo de la sangre. ¿Qué hicieron los Iniciados al comprobar esa realidad irreversible, las tinieblas que se abatían sobre el Espíritu, para contrarrestarla? Casi todos obraron del mismo modo. Partiendo del principio de que cuanto existe en este mundo es sólo una burda imitación de las cosas del Mundo Verdadero, y ante la imposibilidad de localizar el Origen y el Camino hacia el Mundo Verdadero, optaron por emplear los últimos restos de la Sabiduría para plasmar en las Estirpes de Sangre más Pura una “misión familiar” consistente en la comprensión inconsciente, con el Signo del Origen, de un Arquetipo. Hay que advertir lo modesto de este objetivo: los Antiguos Iniciados, los Guerreros Sabios, eran capaces de “comprender a la serpiente, con el Signo del Origen”; y la serpiente es un Símbolo que contiene a Todos los arquetipos creados por el Dios del Universo, Símbolo que se comprendía conscientemente con el Signo increado del Origen. Ahora los Iniciados proponían, y no quedaban otras opciones, que una familia trabajase “a ciegas” sobre un Arquetipo creado, tratando de que el Símbolo del Origen presente en la sangre lo comprendiese casualmente algún día y revelase la Verdad de la Forma Increada.

       En resumen Dr. Siegnagel, a  ciertas Estirpes, por cuyas venas corre la sangre Divina de los Atlantes blancos, se les asignó una misión familiar, un objetivo a lograr con el paso de incontables generaciones que irían repitiendo perpetuamente un mismo drama, girando en torno de un mismo Arquetipo. Como el Alquimista revuelve el plomo, los miembros de la familia elegida repetirían incansablemente las pruebas establecidas por los antepasados, hasta que uno de ellos un día, girando un círculo recorrido mil veces bajo otros cielos, alcanzase a cumplir la misión familiar, purificando entonces su sangre astral. Se produciría así una trasmutación que le permitiría remontar la involución del Kaly Yuga o Edad Oscura, regresar al Origen y adquirir nuevamente la Sabiduría.

       Es obvio aclarar que la misión familiar sería secreta y que actualmente es desconocida para los miembros de las Estirpes descendientes de los Atlantes blancos. La misión exigía el cumplimiento de una pauta específica cuyo contenido no tendría relación necesaria con las metas u objetivos de la comunidad cultural a la que pertenecía la Estirpe elegida; inclusive, según la Epoca, la pauta podría resultar incomprensible o simplemente chocar contra los cánones culturales en boga. Pero nada de esto importaría porque la misión estaba plasmada en la sangre familiar, en el árbol de la Estirpe, y las ramas descendientes irían tendiendo inevitablemente hacia la pauta, en un esfuerzo inconsciente y sobrehumano por superar la caída espiritual. Desde luego, la pauta específica describía el Arquetipo al que se tendría que comprender en la sangre, con el Símbolo del Origen, para trascenderlo y llegar hasta la Forma Increada. A algunas familias, por ejemplo, se les encomendó la perfección de una piedra, de un vegetal, de un animal, de un símbolo, de un color, de un sonido, de una función orgánica determinada o de un instinto, etc. La perfección de la cosa pautada requería penetrar en su íntima esencia hasta tocar los límites metafísicos, es decir, hasta ajustarse a la forma perfecta del Arquetipo creado: por consiguiente, considerando que el Arquetipo creado es sólo una mera copia de la Forma Increada, sería posible orientarse nuevamente hacia el Origen si se comprendía al Arquetipo con el Símbolo del Origen presente en la Sangre Pura; y allí estaba la Sabiduría.

       La misión familiar no culminaba, pues, con la simple aprehensión trascendente del Arquetipo creado sino que exigía su re-creación espiritual. Partiendo de una cualidad existente en el mundo, se volvería sobre ella una y otra vez, incansablemente, durante eones, hasta penetrar en la íntima esencia y concretar su perfección arquetípica: se re-crearía, entonces, a la cualidad en el Espirítu y se la comprendería con el Símbolo del Origen. Sólo así se daría la condición de la Existencia para el Espíritu, sólo así el Espíritu sería algo existente más allá de lo creado: no percibiendo la ilusión de lo creado sino recreando lo percibido en el Espíritu y comprendiéndolo con lo Increado. Al cumplir de ese modo con la misión familiar, la sangre astral, no la hemoglobina, sería purificada y haría posible una trasmutación que es propia de los Iniciados Hiperbóreos o Guerreros Sabios, la que transforma al hombre en un superhombre inmortal.

       En el curso de esa vía no evolutiva, los convocados, los llamados a cumplir con la misión familiar, serán capaces de crear “mágicamente” varias cosas. Los Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura obtienen, por ejemplo, un vino mágico, soma,  haoma o amrita; luego de una destilación milenaria del licor pautado, éste es incorporado a la sangre, recreado, como un néctar trasmutador. También la manipulación del sonido permite arribar a una armonía superior, a una música de las esferas; el Espíritu, vibrando en una nota única, om, recrea la esencia inefable del logos, el Verbo Creador. Y tanto aquel néctar como este sonido, u otras formas arquetípicas semejantes, pueden ser recreadas en el Espíritu y comprendidas por el Símbolo del Origen, comprendidas por lo Increado, abriendo así las puertas al Origen y a la Sabiduría.

       Su familia, Dr. Siegnagel, fue destinada para producir una miel arquetípica, el zumo exquisito de lo dulce. Desde tiempos remotos, sus antepasados han trabajado todas las formas del azúcar, desde el cultivo hasta la refinación; desde las melazas más groseras hasta las mieles más excelentes. Un día se agotó el manejo empírico y un azúcar metafísico, es decir un Arquetipo, se incorporó a la sangre astral de la familia, dando comienzo a un lento proceso de refinación interior que culmina en Ud. Hoy el azúcar metafísico ha sido ajustado a la perfección arquetípica y el esfuerzo de miles de antepasados se ha condensado en su persona: la dulzura buscada está en su Corazón. A Ud. le toca dar el último paso de la trasmutación, recrear ese azúcar arquetípico en el Espíritu, y comprenderlo con el Símbolo del Origen.  Pero no soy Yo quien debe hablarle de esto, pues sus antepasados se harán presentes un día, todos juntos, y le reclamarán el cumplimiento de la misión.

Quinto Día

 

 

      Ahora, que ya le comuniqué estos antecedentes imprescindibles, entraré   de lleno en la historia de mi familia, Dr. Siegnagel. La misma, según adelanté, desciende directamente de los Atlantes blancos y, desde luego, de los Antiguos Divinos Hiperbóreos. Hace miles de años, los iberos fueron víctima también de esa Fatiga de Guerra que iba causando una amnesia generalizada en los descendientes de los Atlantes blancos. Primero se fue flexibilizando la austeridad de las costumbres y se permitió que los hábitos urbanos de los pueblos del Pacto Cultural se confundiesen con el modo de vida estratégico: aquella penetración cultural tuvo incidencia decisiva en la desmoralización del pueblo, en la pérdida de su alerta guerrero. Luego se sellaron las alianzas de sangre que, conforme al engaño que padecían los últimos Guerreros Sabios, concretarían las ilusiones de la paz, la riqueza, la comodidad, el progreso, etc. Lógicamente, junto con los Príncipes y Princesas de los pueblos del Pacto Cultural, vinieron los Sacerdotes a imponer sus Cultos a los Dioses Traidores y a las Potencias de la Materia. Los guerreros perdieron así su espiritualidad, conocieron el temor y especularon con el valor de la vida: aún serían capaces de luchar, pero sólo hasta los límites del miedo, como los animales; y, por supuesto, se harían “temerosos de los Dioses”, respetuosos de sus Voluntades Supremas a las que nadie osaría desafiar; ya no levantarían, pues, la vista de la Tierra, ni buscarían el Origen. En adelante sólo los Héroes protagonizarían las hazañas que los guerreros ahora no se atrevían a realizar: triste lugar de excepción el reservado a los Héroes, cuando en los días de los Atlantes blancos toda la Raza era una comunidad de Héroes.

       El triunfo del Culto causó el olvido de la Sabiduría. El Espíritu se fue adormeciendo en la Sangre Pura y sólo aquellos Guerreros Sabios que todavía conservaban un resto de lucidez atinaron al recurso desesperado de plasmar la “misión familiar”. En el caso de nuestra Estirpe, Dr. Siegnagel, la locura de reunir en una sola mano el Culto y la Sabiduría condujo a mis antepasados a una demencial propuesta: establecieron como pauta la perfección del Culto. Es decir que la cosa a perfeccionar no sería para nosotros una mera cualidad, tal como el color o el sonido, sino el propio Culto impuesto por los Sacerdotes, el Culto a una Deidad revelada por los Atlantes morenos. Y me refiero precisamente a Belisana, la Diosa del Fuego. Pero, todo Culto es la descripción de un Arquetipo: la misión familiar exigía, pues, el demencial objetivo de perfeccionar el Culto hasta ajustarlo a su Arquetipo, el que tan luego era una Diosa, vale decir, una Faz del Dios Creador; y, como culminación se ordenaba re-crear en el Espíritu a ese Arquetipo, a esa Diosa, y comprenderlo con el Símbolo Increado del Origen: ¡ello era como pretender que el Espíritu de un miembro descendiente del linaje familiar abarcase un día al Dios Creador, y al Universo entero, para comprenderlo luego con el Símbolo del Origen!, con otras palabras, ¡ello era como exigir, al final, la Más Alta Sabiduría, el cumplimiento del mandato de los Atlantes blancos: comprender a la serpiente, con el Símbolo del Origen!

       No podría asegurarle si esta alucinante propuesta fue el producto de la locura de mis antepasados u obedeció a una inspiración superior, a una solicitud que los Dioses Liberadores hacían a la Estirpe: quizá Ellos sabían desde el principio que uno de los nuestros llegaría a cumplir la misión familiar y despertaría, como Guerrero Sabio, en el momento justo en que se librase, sobre la Tierra, la Batalla Final. Porque, si descartamos un acto de locura de los Guerreros Sabios y aceptamos que obraron con plena conciencia de lo que suponían conseguir, no se explica la extrema dificultad de semejante misión a menos que su cumplimiento contribuyese a la Estrategia de la Guerra Esencial y se confiase en la ayuda y la guía invisible de los Dioses Liberadores. Tal vez, entonces, los Dioses Liberadores quisieron contar durante la Batalla Final con Iniciados capaces de enfrentarse con ellos cara a Cara, y hubiesen decidido dotar a ciertos linajes, como el mío, del instrumento adecuado para ello, esto es, de la comprensión del Arquetipo de los Dioses. Esta necesidad se entiende por medio de una antigua idea que los Atlantes blancos transmitieron a los Guerreros Sabios de mi pueblo: de acuerdo a esa revelación, los Dioses Liberadores eran Espíritus Increados que existían libremente fuera de toda determinación material; pero los Espíritus encadenados en la Materia, en el animal hombre, habían perdido el Origen y, con ello, la capacidad de percibir lo Increado: sólo podían relacionarse con lo creado, con las formas arquetípicas; por eso los Dioses Liberadores solían emplear “como ropaje” algunos Arquetipos de Dioses para manifestarse a los hombres: naturalmente, tales manifestaciones sólo tendrían lugar frente a los Iniciados Hiperbóreos, porque sólo los Iniciados serían capaces de trascender “los ropajes”, las formas de los Arquetipos creados, y resistir “cara a Cara” las Presencias Terribles de los Dioses Liberadores. Siendo así, tal vez Ellos habrían querido que un Iniciado de mi Estirpe llegase algún día, presumiblemente durante la Batalla Final, a ponerse en contacto con la Diosa Hiperbórea que suele manifestarse a través de Belisana, la que los Atlantes blancos llamaban Frya y los Antiguos Hiperbóreos Lillith.

       Cualquiera fuese el caso, por locura o inspiración Divina, lo cierto es que la pauta de aquella misión determinó que nuestra familia se consagrase con ardor a la perfección del Culto a la Diosa Belisana. Seguramente esa dedicación tan especial a la práctica de un Culto haya sido salvadora pues, durante muchas generaciones, se creyó que el nuestro era un linaje de Sacerdotes: en verdad, los primeros descendientes en la misión familiar no se debían diferenciar mucho de los más fanáticos Sacerdotes adoradores del Fuego. Sin embargo, con el correr de las generaciones, fueron surgiendo miembros que penetraron más y más en la esencia de lo ígneo.

       La Diosa Belisana estaba representada, en el Culto primitivo, por la Flama de una Lámpara Perenne de los Atlantes morenos. Las Lámparas Perennes las habían cedido los Sacerdotes para sellar las alianzas de sangre entre miembros del pueblo del Pacto Cultural y del Pacto de Sangre, y como el medio mágico más seguro para imponer el Culto sobre la Sabiduría. De ese modo, entre los iberos de mi pueblo, un Guerrero Sabio contrajo enlace con una princesa ibera, que era también Sacerdotisa del Culto a la Diosa Belisana, y recibió como dote aquella lámpara cuya Flama no se apagaba nunca. Absurdamente, mi familia poseyó entonces la Espada Sabia, con la Piedra de Venus de los Atlantes blancos, y la Lámpara Perenne, con la Flama de los Atlantes morenos. Pero la Espada Sabia no jugaría aún su papel: sólo era celosamente conservada, por tradición familiar, pues se había perdido la facultad de ver el Signo del Origen sobre la Piedra de Venus. En cambio a la Lámpara Perenne, al Culto a la Flama Sagrada, se le ofrendaba toda la atención. Así, hubo descendientes que consiguieron perfeccionar la Divina Flama, aproximándola cada vez más al Arquetipo ígneo de la Diosa. Y hubo también descendientes que lograron aislar y aprehender la esencia de lo ígneo, incorporando el Arquetipo del Fuego en la sangre familiar. Cuando esto ocurrió, algunos antepasados, prudentemente, abandonaron el Culto de la Flama y se retiraron a un Señorío del Sur de España. Dejaron la Lámpara Perenne a los restantes familiares, que eran incapaces de faltar al Culto, y conservaron la Espada Sabia, que para aquéllos no significaba nada. Por supuesto, quienes quedaron en custodia de la Lámpara Perenne continuaron siendo Reyes o Sacerdotes porque el pueblo estaba completamente entregado al Culto de la Diosa Belisana: los que se retiraron, mis antepasados directos, tuvieron que ceder en cambio todos sus derechos a la sucesión real. No obstante, mantuvieron algún poder como Señores de la Casa de Tharsis, cerca de Huelva, en Andalucía.

       Fue entonces cuando adoptaron el Barbo Unicornio como símbolo de la Casa de Tharsis. Al principio representaban aquel pez mítico en sus escudos o en primitivos blasones, pero en la Edad Media, como se verá, fue incorporado heráldicamente al escudo de armas familiar. El barbo caballero, barbus eques, es el más común en los ríos de España, especialmente el Odiel que circulaba a escasos metros de Tharsis; recibe el pez tal nombre debido a cuatro barbillas que tiene en la madíbula inferior, la cual es muy saliente. Empero, el barbo al que se referían los Señores de Tharsis era un  pez provisto de un cuerno frontal y cinco barbillas. El mito que justificaba al símbolo afirmaba que el barbo, desplazándose por el río Odiel, era semejante al Alma transitando por el Tiempo trascendente de la Vida: una representación del animal hombre. Pero los descendientes de los Atlantes blancos no eran como el animal hombre pues poseían un Espíritu Increado encadenado en el Alma creada: entonces el barbo no los representaba concretamente. De allí la adición del cuerno espiralado, que correspondía al instrumento empleado por los Dioses Traidores para encadenar al Espíritu Increado, vale decir, a la Llave Kâlachakra; naturalmente, el Espíritu Increado era irrepresentable, y por eso se lo insinuaba dejando sin terminar, en las representaciones del barbo unicornio, la punta del cuerno: más allá del cuerno, a una distancia infinita, se hallaba el Espíritu Increado, absurda-mente relacionado con la Materia Creada. Y la barba del barbo, desde luego, significaba la herencia de Navután, el número de Venus.

       Naturalmente, los Señores de Tharsis prosiguieron practicando el Culto a Belisana pues, hasta Lito de Tharsis, no hubo ninguno que comprendiese la misión familiar y, además, porque ello estaba establecido y sancionado por las leyes de mi pueblo. Mas, el objetivo secreto de la misión familiar impulsaba inexorablemente a sus partícipes a recrear espiritualmente el Arquetipo ígneo, y eso los marcó con una señal inconfundible: adquirieron fama de ser una familia de místicos y de aventureros, cuando no de locos peligrosos. Y algo de verdad había en tales fábulas pues aquel Fuego en la sangre, al principio descontrolado, causaba los extremos más intensos de la violencia y la pasión: existieron quienes experimentaron en sus vidas el odio más terrible y el amor más sublime que humanamente se puedan concebir; y toda esa experiencia se condensaba y sintetizaba en el Arbol de la Sangre y se transmitía genéticamente a los herederos de la Estirpe. Con el tiempo, las tendencias extremas se fueron separando y surgían periódicamente Señores que eran puro Amor o puro Valor, es decir, grandes “Místicos” y grandes “Guerreros”. Entre los primeros, estaban los que aseguraban que la Antigua Diosa “se había instalado en el corazón” y que su Flama “los encendía en un éxtasis de Amor”; entre los segundos, los que, contrariamente, afirmaban que “Ella les había Helado el corazón”, les había infundido tal Valor que ahora eran tan duros “como las rocas de Tharsis”. También las Damas intervenían en esta selección: ellas sentían el Fuego de la Sangre como un Dios, al que identificaban como Beleno,”el esposo de Belisana”, en realidad este Beleno, Dios del Fuego al que los griegos conocían como Apolo, el Hiperbóreo, era un Arquetipo ígneo empleado desde los días de la Atlántida por el más poderoso de los Dioses Liberadores como “ropaje” para manifestarse a los hombres: me refiero al Gran Jefe de los Espíritus Hiperbóreos, Lúcifer, “el que desafía con el Poder de la Sabiduría al Poder de la Ilusión del Dios Creador”, el Enviado del Dios Incognoscible, el verdadero Kristos de Luz Increada.

       Faltaba, pues, que de la Estirpe de los Señores de Tharsis brotase el retoño que habría de cumplir la misión familiar, el que recrease en el Espíritu el Fuego de los Dioses y lo comprendiese con el Símbolo del Origen. Le anticipo, Dr. Siegnagel, que sólo hubo dos que tuvieron esa posibilidad en grado eminente: Lito de Tharsis, en el siglo XVI, y mi hijo Noyo en la actualidad. Pero, vayamos hacia esto paso a paso.

 

 

 

 

 

 

 

 

Sexto Día

 

 

        La sierra Catochar siempre fue rica en oro y plata. Mientras mi pueblo era fuerte en la península ibérica, esa riqueza permitió que los Señores de Tharsis viviesen con gran esplendor. El modo de vida estratégico había sido olvidado miles de años antes de adquirir los derechos de aquel Señorío y ya no se “ocupaba” la tierra para practicar el cultivo mágico: en esa Epoca, se creía en la propiedad de la tierra y en el poder del oro. Todos los Reinos estaban infestados de comerciantes y mercaderes que ofrecían, por oro, las cosas más preciosas: especias, géneros, vestidos, utensilios, joyas, y hasta armas; sí, las armas que en el pasado eran producidas por cada pueblo combatiente, siendo las más perfectas acaparadas por los pueblos del Pacto de Sangre, entonces podían adquirirse a los traficantes por un puñado de oro. Y los Señores de Tharsis, con su oro y su plata, compraban a los campesinos la mitad de sus cosechas: la otra mitad, menos lo necesario para subsistir, correspondía como es lógico a los Señores de Tharsis por ser estos los “propietarios” de la tierra. Y el sobrante de aquellos alimentos, junto con el oro y la plata que abundaban, iban a parar a los puertos de Huelva, que entonces se llamaba Onuba, para convertirse en mercancías de la más variada especie.

       Los fenicios, descendientes de la Raza roja de la Atlántida, se contaban entre los pueblos que adhirieron de entrada al Pacto Cultural. En el pasado habían sido enemigos jurados de los iberos: tan sólo cien años antes de que mi familia llegase al Señorío de Tharsis, los fenicios tenían ocupada la ciudadela de “Tarshish”, que se hallaba enclavada cerca de la confluencia de los ríos Tinto y Odiel. Finalmente, luego de una breve pero encarnizada guerra, mi pueblo recuperó la plaza, aunque condicionada por un tratado de paz que permitía el libre comercio de los hombres rojos. Desde Tarshish hasta Onuba, en pequeños transportes fluviales o en caravanas, y desde Onuba hasta Medio Oriente en barcos de ultramar, los fenicios monopolizaban el tráfico de mercancías pues la presencia de mercaderes procedentes de otros pueblos era incomparablemente menor. Sin juzgar aquí el impacto cultural que aquel tránsito comercial causaba en las costumbres de mi pueblo, lo cierto es que los Señores de Tharsis gobernaban un país tranquilo, que iba siendo famoso por su riqueza y prosperidad.

       Pero he aquí que aquella paz ilusoria pronto vino a ser turbada; y no precisamente, como podría concluirse de una observación superficial, porque el oro de Tharsis hubiese despertado la codicia de pueblos extranjeros y conquistadores. Tal codicia existió, e invasores y conquistadores hubo muchos, empero, el motivo principal de todos los problemas, y finalmente de la ruina de la Casa de Tharsis, fue la llegada de los Golen.

       Desde el siglo VIII antes de Jesucristo, aproximadamente desde que Sargón, el Rey de Asiria, destruyera el Reino de Israel, comenzaron a aparecer los Golen en la península ibérica. Al comienzo venían acompañando a los comerciantes fenicios y desembarcaban en todos los puertos del Mediterráneo, pero luego se comprobó que también avanzaban por tierra, al paso de un pueblo escita al que habían dominado en Asia Menor. Este pueblo, que era de nuestra misma Raza, atravesó Europa de Este a Oeste y llegó a España dos siglos después, cuando la obra destructiva de los malditos Golen estaba bastante adelantada. Los Golen, por su parte, evidenciaban claramente que pertenecían a otra Raza, cosa que ellos confirmaban con orgullo: eran miembros, se vanagloriaban, del Pueblo Elegido por el Dios Creador para reinar sobre la Tierra. Sus maestros habían sido los Sacerdotes egipcios y venían, por lo tanto, en representación de los Atlantes morenos. Todos los pueblos nativos de la península, y también el que luego llegó con los Golen, no recordaban ya el modo de vida estratégico y estaban en poder de Sacerdotes de distintos Cultos: la misión de los Golen consistía, justamente, en demostrar su autoridad sacerdotal y unificar los Cultos. Para ello disponían de diabólicos poderes, que recordaban sin dudas a los Atlantes morenos, y una crueldad sin límites.

       El Dios Creador y las Potencias de la Materia los enviaban para reafirmar el Pacto Cultural. Los tiempos estaban maduros para que el hombre recibiese una nueva revelación, un conocimiento que traería más paz, progreso y civilización que lo hasta entonces alcanzado por los pueblos del Pacto Cultural, una idea que algún día haría que estos bienes fuesen permanentes y acabaría para siempre con el mal y con las guerras: esa revelación, ese conocimiento, esa idea, se sintetizaba en el siguiente concepto: la singularidad de Dios tras la pluralidad de los Cultos. Los Golen, en efecto, habían venido para iluminar a los pueblos, y a los Sacerdotes de todos los Cultos, sobre la multiplicidad de los rostros de Dios y la necesaria unidad que éste mantiene en su propia esfera; ésta sería la fórmula: “por sobre todas las cosas están los Dioses y por sobre todos los Dioses está El Uno”. Por eso ellos no pretendían reemplazar a los Dioses, ni cambiar sus Nombres, ni siquiera alterar la forma de los Cultos: “es natural, decían, que Dios posea muchos Nombres puesto que El exhibe muchos Rostros; es comprensible, también, que haya varios Cultos para adorar los distintos Rostros de Dios; nada de esto ofende a Dios, nada de esto cuestiona su unidad; pero donde El Uno se mostrará inflexible con el hombre, donde no aceptará disculpas, donde posará sus Mil Ojos Justicieros, será en el sacrificio del Culto”. Porque, cualquiera fuese la forma del Culto, “el Sacrificio es Uno”, vale decir, el Sacrificio participa de El Uno.

       De acuerdo con esta novedosa revelación, la unidad del Dios Creador se comprobaba en el Sacrificio ritual; y la adoración al Dios Creador, para todo Culto, se demostraba por el Sacrificio ritual. Ay Dr., a pesar de que hoy en día esos Cultos parecen tan lejanos en el tiempo, no puedo pensar sin estremecerme de horror en las miles y miles de víctimas humanas causadas por el descubrimiento de los Golen.

 

       He de referirme ahora a un aspecto escabroso de la conducta de los Golen. Acaso la clave esté en el hecho de que consideraban al Dios Creador, en su unidad absoluta, como masculino. El Uno, en efecto, era un Dios macho y nada había más arriba ni más abajo de El que equilibrase o neutralizase aquella polaridad. Admitían una relativa androgenia cósmica hasta determinado nivel, poblado por Dioses y Diosas debidamente apareados; pero en la cima, como Creador y Señor de los demás Dioses, estaba El Uno, que no era ni andrógino ni neutro sino masculino. El Uno no admitía Diosas a su lado pues se bastaba a sí mismo para existir: era un Dios macho solitario. Con tan aberrante concepción, no debe sorprender que los Golen fuesen también hombres solitarios. Empero, aunque la clave de su conducta esté aquí, no ha de ser tan fácil derivar de ella el principio que los llevaba a practicar entre ellos el onanismo y la sodomía ritual.

       Por su costumbre de habitar en los bosques, alejados del pueblo, y sus prácticas depravadas, muchos creyeron que los Golen procedían de Frigia, donde existía un Culto antiquísimo a la Abeja macho Bute, el cual también era realizado por Sacerdotes sodomitas: allí los Sacerdotes se castraban voluntariamente y el templo estaba guardado por una corte de eunucos. Otros suponían que procedían de la India, donde se conocía de antiguo un Culto de adoradores del falo. Pero los Golen no procedían ni de Frigia ni de la India sino del País de Canaán y no practicaban la castración ni la adoración del falo sino la sodomía simple y llana: habían desterrado a la mujer del mismo modo que su Dios había destronado a todas las Diosas; llevaban una vida solitaria y a menudo excenta de placeres, salvo la sodomía ritual, que representaba la Autosuficiencia de El.

       Lógicamente, si bien los Golen eran extremadamente tolerantes hacia la forma de los Cultos, y en lo único que no transigían era en lo concerniente a la unidad de Dios en el Sacrificio, se entiende que manifestasen predilección hacia los pueblos cuyos Cultos se personificaban en Dioses masculinos y cierto desprecio por los adoradores de Diosas. A muy corto plazo esta actitud de indiferencia o desprecio, cuando no de franco rechazo, que los Golen dispensaban a las Diosas, iba a entrar en colisión con la forma tan particular que había adquirido en mi pueblo ibero el Culto a Belisana.

        

       Pero ellos contaban, ciertamente, con el apoyo de las Potencias de la Materia. De otro modo no se explicaría su éxito, pues en relativamente poco tiempo, consiguieron dominar a los pueblos de hispania, e, inclusive, a los de Hibernia, Britania, Armórica y Galia. Pese al creciente poder de los Golen, su siniestra doctrina no hubiera causado ningún daño a los Señores de Tharsis, siempre dispuestos a aceptar todo lo que contribuyese a perfeccionar la práctica del Culto. No fueron los Sacrificios a El Uno los que determinaron la suerte de mi familia sino otra actividad que los Golen realizaban con gran energía: procuraban, por todos los medios, hacer cumplir la segunda parte del Pacto Cultural. Es decir, si bien ya no era necesario hacer la guerra a los pueblos del Pacto de Sangre, puesto que fueron derrotados culturalmente, aún permanecían intactas muchas obras megalíticas de los Atlantes blancos y eso constituía “un pecado que clamaba al Cielo”. “Los pueblos del Pacto Cultural faltaron a sus compromisos con los Dioses y esa culpa sería severamente castigada”; sin embargo, y por suerte para ellos, existía una solución: practicar el Sacrificio con el máximo rigor y secundar a los Golen en el cumplimiento de la misión. Con otras palabras, los pueblos nativos debían ahora consagrarse al Sacrificio, sacrificarse y sacrificar y, como recompensa, los Golen los liberarían del castigo Divino ejecutando Ellos mismos la destrucción de las obras megalíticas o su neutralización. Esto sería todo, si no fuese porque los Dioses habían hecho una advertencia y quien la desoyese arriesgaría ser destruido sin piedad para escarmiento de los hombres: lo que no se iba a perdonar de ninguna manera en adelante, pues la Paciencia de los Dioses estaba agotada, era el recuerdo del Pacto de Sangre y la búsqueda de la Sabiduría. Esto era lo prohibido, lo abominable a los ojos de los Dioses. Pero lo más prohibido, y lo más abominable, un pecado irredimible, era sin dudas el querer conservar la Piedra de Venus. El que no entregase voluntariamente a los Sacerdotes del Culto, o a los Golen, la Piedra de Venus, sufriría la condena de exterminio, es decir lo pagaría con la destrucción de su linaje, con el aniquilamiento de todos los miembros de la Estirpe.

       Demás está decir que los Golen se hicieron muy pronto de casi todas las Piedras que todavía continuaban en manos de los pueblos nativos. A diferencia de los Sacerdotes del Culto, ellos sólo remitían algunas a la Fraternidad Blanca: otras las reservaban para utilizarlas en actos de magia, pues se jactaban de conocer sus secretos y de poderlas emplear en provecho de sus planes; y a éstas las denominaban, peyorativamente, huevos de serpiente. Los Señores de Tharsis, claro está, jamás confiaron en los Golen ni se amedrentaron por sus amenazas. Pero la Espada Sabia era una realidad que se había trocado en leyenda popular y a la que no se podía negar con seriedad: los Golen sospecharon desde un primer momento que en esa arma existía un secreto vestigio del Pacto de Sangre. Puesto que los Señores de Tharsis no accedían a entregarla voluntariamente, y que no podía ser comprada a ningún precio, decidieron aplicar contra ellos todos los recursos de su magia, los diabólicos poderes con que los habían dotado las Potencias de la Materia. Y aquí la sorpresa de los Golen fue mayúscula pues comprobaron que aquellos poderes nada podían contra el Fuego demencial que encendía la sangre de los Señores de Tharsis. La locura, mística o guerrera, que los distinguía como hombres impredecibles e indómitos, los situaba también fuera del alcance de los conjuros mágicos de los Golen. No quedaba a éstos otra alternativa, de acuerdo a sus demoníacos designios, que apoderarse por la fuerza de la Espada Sabia y someter a la Casa de Tharsis a la pena de exterminio.

       Este fue, Dr. Siegnagel, el verdadero motivo del contínuo estado de guerra en que debieron vivir en adelante los Señores de Tharsis, lo que significó la pérdida definitiva de la ilusoria soberanía disfrutada hasta entonces, y no la “codicia” que pueblos extranjeros y conquistadores pudiesen haber alimentado por sus riquezas. Al contrario, no  existía en todo el orbe un Rey, Señor, o simple aventurero de la guerra, al que los Golen no hubiesen tentado con la conquista de Tharsis, con el fabuloso botín en oro y plata que ganaría el que intentase la hazaña. Y fueron sus intrigas las que causaron el constante asedio de bandidos y piratas. Mientras pudieron, los Señores de Tharsis resistieron la presión valiéndose de sus propios medios, es decir, con el concurso de los guerreros de mi pueblo. Pero cuando ello ya no fue posible, especialmente cuando se enteraron que los fenicios de Tiro estaban concentrando un poderoso ejército mercenario en las Baleares para invadir y colonizar Tharsis, no tuvieron más salida que aceptar la ayuda, natural-mente interesada, de un pueblo extranjero. En este caso solicitaron auxilio a Lidia, una Nación pelasga del Mar Egeo, integrada por eximios navegantes cuyos barcos de ultramar atracaban en Onuba dos o tres veces por año para comerciar con el pueblo de Tharsis: tenían el defecto de que eran también mercaderes, y productores de prescindibles mercancías, y estaban acostumbrados a prácticas y hábitos mucho más “avanzados culturalmente” que los “primitivos” iberos; pero, en compensación, exhibían la importante cualidad de que eran de nuestra misma Raza y demostraban una indudable habilidad para la guerra.

       Por “pelasgos” la Historia ha conocido a un conjunto de pueblos afincados en distintas regiones de las costas mediterráneas y tirrenas, de la península egea, y del Asia Menor. Así que, para hallar un origen común en todos ellos, hay que remitirse al Principio de la Historia, a los tiempos posteriores a la catástrofe atlante, cuando los Atlantes blancos instituyen el Pacto de Sangre con los nativos de la península ibérica. En verdad, entonces sólo había un pueblo nativo, que fue separado de acuerdo a las leyes exógamas atlantes en tres grandes grupos: el de los iberos, el de los vaskos, y el de los que después serían los pelasgos. A su vez, cada uno de estos grandes grupos se subdividía internamente en tres en todas las organizaciones sociales tribales de las aldeas, poblados y Reinos. Aquel pueblo único sería conocido luego de la partida de los Atlantes blancos como Virtriones o Vrtriones, es decir, ganaderos; pero el Nombre no tardó en convertirse en Vitriones, Vetriones, y, por influencia de otros pueblos, especialmente de los fenicios, en Veriones o Geriones. El “Gigante Geriones”, con un par de piernas, es decir con una sola base racial, pero triple de la cintura para arriba, o sea, con tres cuerpos y tres cabezas, procede de un antiguo Mito pelasgo en el que se representa al pueblo original con la triple división exogámica impuesta por los Atlantes blancos; con el correr de los siglos, los tres grandes grupos del pueblo nativo fueron identificados por sus nombres particulares y se olvidó la unidad original: las rivalidades e intrigas estimuladas desde el Pacto Cultural contribuyeron a ello, acabando cada grupo convencido de su individualidad racial y cultural. A los iberos ya los he mencionado, pues de ellos desciendo, y los seguiré citando en esta historia; de los vaskos nada diré fuera de que temprano traicionaron al Pacto de Sangre y se aliaron al Pacto Cultural, error que pagarían con mucho sufrimiento y una gran confusión estratégica, puesto que eran un pueblo de Sangre Muy Pura; y en cuanto a los pelasgos, el caso es bastante simple. Cuando los Atlantes blancos partieron, iban acompañados masivamente por los pelasgos, a quienes habían encargado la tarea de transportarlos por mar hacia el Asia Menor. Allí se despidieron de los Atlantes blancos y decidieron permanecer en la zona, dando lugar con el tiempo a la formación de una numerosa confederación de pueblos. Sucesivas invasiones los obligaron en muchas ocasiones a abandonar sus asentamientos, mas, como se habían transformado en excelentes navegantes, supieron salir bien parados de todos los trances: sin embargo, aquellos desplazamientos los traerían nuevamente en dirección de la península ibérica; en el momento que transcurre la alianza con los lidios, siglo VIII A.J.C., otros grupos pelasgos ocupan ya Italia y la Galia bajo el nombre de etruscos, tyrrenos, truscos, taruscos, ruscos, rasenos, etc. El grupo de los lidios que convocaron los Señores de Tharsis, aún permanecían en Asia Menor, aunque soportando en esa Epoca una terrible escasez de alimentos; reconocían por las tradiciones el parentesco cercano que los unía a los iberos, pero afirmaban descender del “Rey Manes”, legendario antepasado que no sería otro más que “Manú” el Arquetipo perfecto del animal hombre, impuesto en sus Cultos por los Sacerdotes del Pacto Cultural.

       Una vez logrado el acuerdo con los embajadores del Rey de Lidia, que incluía el consabido intercambio de princesas, decenas de barcos pelasgos comenzaron a llegar a los puertos de Tharsis. Venían repletos de temibles guerreros, pero también traían muchas familias de colonos dispuestas a establecerse definitivamente entre aquellos parientes lejanos, que tanta fama tenían por su riqueza y prosperidad. Esa pacífica invasión no entusiasmaba demasiado a los de mi pueblo, pero nada podían hacer pues todos comprendían la inminencia del “peligro fenicio”. Peligro que desapareció no bien estos advirtieron el cambio de situación y evaluaron el costo que supondría ahora la conquista de Tharsis. Por esta vez los Golen fueron burlados; pero no olvidarían a la Espada Sabia, ni a los Señores de Tharsis, ni a la sentencia de exterminio que pesaba sobre ellos.

       En aquellas circunstancias, la alianza con los pelasgos fue un acierto desde todo punto de vista. Los Lidios se contaban entre los primeros pueblos del Pacto de Sangre que habían vencido el tabú del hierro y conocían el secreto de su fundición y forjado: en ese entonces, las espadas de hierro eran el arma más poderosa de la Tierra. Sin embargo, pese a ser notables comerciantes, jamás vendían un arma de hierro, las que sólo producían en cantidad justa para sus propios usos. Fabricaban, en cambio, gran número de armas de bronce para la venta o el trueque: de allí su interés por radicarse en Tharsis, cuya veta cuprífera de primera calidad era conocida desde los tiempos legendarios, cuando los Atlantes cruzaban el Mar Occidental y extraían el cobre con la ayuda del Rayo de Poseidón. El cobre casi no había sido explotado por los Señores de Tharsis, deslumbrados por el oro y la plata que todo lo compraban. La asociación con los lidios modificó esencialmente ese criterio e introdujo en el pueblo un novedoso estilo de vida: el basado en la producción de objetos culturales en gran escala destinados exclusivamente para el comercio.

       Una disuasiva muralla de piedra se levantó en torno de la antiquisíma ciudadela de Tarshis, que los pelasgos denominaban Tartessos y terminó dando nombre al país, con un perímetro que abarcaba ahora un área cuatro o cinco veces superior. La vieja ciudadela se había transformado en un enorme mercado y en los nuevos espacios fortificados los talleres y fábricas surgían día a día. Telas, vestidos, calzado, utensilios, cacharros, muebles, objetos de oro, plata, cobre y bronce, prácticamente no existía mercancía que no se pudiese comprar en Tartessos: y salvo el estaño, imprescindible para la industria del bronce, que se iba a buscar a Albión, todo, hasta los alimentos, se producía en Tartessos.

       Evidentemente por influencia del Pacto Cultural, la alianza entre mi pueblo y los lidios culminó en una explosión civilizadora. Muy pronto el antiguo Señorío de Tharsis se convirtió en “el Reino Tartéside” y, en pocos siglos, se expandió por toda Andalucía: los tartesios fundaron entonces importantes ciudades, tales como Menace, hoy llamada Torre del Mar, o Masita, a la que los usurpadores cartagineses rebautizaron Cartagena. Su flota llegó a ser tan poderosa como la fenicia y su comercio, altamente competitivo por la mejor calidad de los productos, consiguió poner en grave peligro la economía de los hombres rojos. Recién a partir del siglo IV A.J.C., a causa de la colonización griega y de la expansión de la colonia fenicia de Cartago, declinó en algo la supremacía comercial y marítima mediterránea de los tartesios.

       Debo insistir en que el hecho de ser parientes cercanos facilitó enormemente la integración con los pelasgos. Ello se pudo comprobar especialmente en el caso del Culto, donde casi no había diferencia entre los dos pueblos pues los lidios adoraban también a la Diosa del Fuego, a la que conocían como Belilith. Con pocas palabras: para los lidios, Beleno era “Bel”, y Belisana, “Belilith”; también, por provenir de una región donde el Pacto Cultural tenía mayor influencia, presentaban algunas diferencias en la lengua y en el alfabeto sagrado; la antigua lengua pelasga, que en mi pueblo aún se hablaba con bastante pureza, había sufrido en los lidios el influjo de lenguas semitas y asiáticas: sin embargo, aquella jerga de navegantes, era más adecuada para el comercio de ultramar que ellos practicaban. La otra diferencia estaba en el alfabeto: hacía miles de años que en mi pueblo se había olvidado la Lengua de los Pájaros; empero, los últimos Iniciados, y luego los Sacerdotes de la Flama, conservaron el alfabeto sagrado de trece más tres Vrunas, a las que representaban con dieciséis signos formados con líneas rectas y a los que habían asociado un sonido de la lengua corriente: de ese modo se disponía de trece consonantes y tres vocales; las vocales sólo las conocían los Señores de Tharsis pues expresaban el Nombre pelasgo, secreto, de la Diosa Luna, algo así como Ioa; pues bien: la novedad que traían los lidios era un alfabeto sagrado compuesto por trece más cinco letras, es decir, por dieciocho signos que representaban sendos sonidos de la lengua corriente; tenía también trece consonantes, pero las vocales eran cinco: y, las dos agregadas, los lidios no podían suprimirlas ya sin perder más de la mitad de sus palabras. De todo esto, lo más importante, aquello en lo que se debía acordar de entrada, era el Nombre de la Diosa y el número del alfabeto sagrado. Sobre lo primero, se convino en referirse a la Diosa en lo sucesivo con un Nombre más antiguo, que había sido común a los dos pueblos: Pyrena; desde entonces, Belisana y Belilith, serían para los tartesios la Diosa del Fuego Pyrena. Con respecto a lo segundo, los Señores de Tharsis, que estaban en esa ocasión apremiados por la presión enemiga, no tuvieron más remedio que aceptar la imposición del alfabeto sagrado de dieciocho letras: el único consuelo, ironizaban, consistía en que “el número dieciocho agradaba mucho más a la Diosa que el dieciséis”.

       Por lo demás, los lidios habían sufrido una suerte parecida a la de mi pueblo. En algún momento de su historia los ganó la Fatiga de Guerra y acabaron cediendo frente a los pueblos del Pacto Cultural; los últimos de sus Iniciados consiguieron entonces plasmar las “misiones familiares” en un número aún mayor de Estirpes que las existentes entre los míos; eso explicaba la gran cantidad de familias de artesanos, especializados en los más variados oficios, que integraban el pueblo de los lidios.

 

 

        

 

Séptimo Día

 

 

       La cordillera de la Sierra Morena es parte de la divisoria Mariánica que separa el Sur de Andalucía del resto de la península ibérica; desde el Mediterráneo, frente a las Baleares, hasta el monte Gordo en la desembocadura del río Guadiana, su relieve tiene una longitud aproximada de seiscientos kilómetros. En el extremo occidental, dando origen al río Odiel, se dibuja de Este a Suroeste la sierra de Aracena, en uno de cuyos cerros se halla enclavado el castillo Templario al cual me referiré más adelante. Numerosas cadenas de sierras menores se extienden más al Sur: una de ellas es la de Río Tinto, de donde proviene el río del mismo nombre; otra es la de Catochar, asiento de las principales minas de la Casa de Tharsis. Los ríos Tinto y Odiel descienden hacia el Golfo de Cádiz y confluyen, pocos kilómetros antes de la costa, formando una ancha ría. En la franja de terreno que queda entre ambos ríos, sobre la desembocadura del Odiel, se asienta desde la Antigüedad la ciudad fluvial y marítima de Onuba, hoy llamada Huelva. Y a unos veinticinco kilómetros de Onuba, Odiel arriba, se encontraba la antiquísima ciudadela de Tharsis, en las cercanías de la actual villa Valverde del Camino.

         El río Tinto, o Pinto, recibe ese nombre porque sus aguas bajan rojizas, teñidas por el mineral de hierro que recoge en la sierra Aracena. El Odiel, en cambio, siempre fue un río sagrado para los iberos y por eso lo identificaban con la más importante Vruna, la que designa el Nombre de Navután, el Gran Jefe de los Atlantes blancos. Al parecer, Navután significaba Señor (Na) Vután, en la lengua de los Atlantes blancos; los distintos pueblos indogermanos que participaron del Pacto de Sangre, pero luego cayeron frente a la Estrategia del Pacto Cultural, concluyeron que se trataba de un Dios y le adoraron bajo diferentes Nombres, todos derivados de Navután: así, se le llamó Nabu (de Nabu-Tan); Wothan (de Na-Vután, Na-Wothan); Odán u Odín (de Nav-Odán, Nav-Odín); Odiel u Odal (de Nav-Odiel, Nav-Odal); etc.

         Cinco kilómetros al Norte de la ciudadela de Tharsis, en el sistema de la sierra Catochar, se halla el monte Char, nombre que significaba Fuego y Verbo en diversos dialectos iberos. En su cima existía un bosque de Fresnos que era venerado por los iberos en memoria de Navután: allí los Atlantes blancos habían erigido un enorme meñir señalado con Su Vruna. Lo habían plantado en el centro del bosque, en un sitio que, extrañamente, estaba poblado por un pequeño grupo de manzanos. En los días de los Señores de Tharsis, sólo sobrevivía uno de aquellos manzanos, y nadie sabía explicar si los otros habían desaparecido por causas naturales o por el talado intencional. El que quedaba estaba plantado a unos veinte pasos del meñir y se veía a todas luces que se trataba de un árbol varias veces centenario.

         Toda la Antigüedad mediterránea pregriega conocía la existencia del “Manzano de Tharsis”, hacia el que solían emprender peregrinaciones anuales los devotos de la Diosa del Fuego. En un comienzo, en efecto, los fresnos y manzanos estaban asociados a Navután y Frya, respectivamente. Posteriormente, luego de la alianza de sangre con los pueblos del Pacto Cultural, los Sacerdotes consagraron el Manzano de Tharsis a la Diosa Belisana y establecieron la costumbre de celebrar el Culto al pie de su añoso tronco. Para ello construyeron un altar de piedra compuesto de dos columnas y una losa transversal, sobre la que se asentaba la Lámpara Perenne: aquel fuego inmortal representaba a la Diosa, y el Manzano el camino a seguir. Conforme enseñaban los Sacerdotes, el Dios Creador escribió el Culto en la semilla del manzano; el árbol era sólo una parte del mensaje referido al destino del hombre; la flor, por ejemplo, equivalía al corazón del hombre, el asiento del Alma, y su forma, y su color, expresaban la Promesa de la Diosa; pero otra parte del mensaje estaba escrito en el rosal y la Promesa de la Diosa también lucía en su flor, en su forma y su color; el manzano y el rosal no sólo eran plantas de la misma familia sino que en realidad consistían en una sola planta: fue la Promesa de la Diosa la que dividió la semilla del manzano para que hubiesen varias flores diferentes, flores que revelarían el camino de la perfección a aquellos hombres que se entregasen a Ella y abrazasen su Culto.

         Por supuesto, el mito que describía el Culto sólo sería revelado por los Sacerdotes a quienes ellos consideraban que estaban preparados para la iniciación en el sacerdocio, es decir, a quienes iban a ser también Sacerdotes. El significado, secreto, de la Promesa sería éste: el manzano y el rosal correspondían a dos estados o fases de la vida del hombre, como la niñez y la adultez, por ejemplo; cuando era “como niño”, el hombre tenía su corazón semejante a la flor del manzano, que era blanca y sonrosada por fuera, y se desplegaba insensatamente; cuando fuese “como adulto”, es decir, cuando fuese iniciado como Sacerdote del Culto o cuando fuese capaz de oficiarlo como un Sacerdote, tendría el corazón como la flor del rosal, que era del color del Fuego de la Diosa y jamás se desplegaba totalmente, como no fuera para morir; por eso existía en el mundo un solo manzano y muchos rosales: porque muchas serían las perfecciones que podría alcanzar el hombre que emprendiese el sacerdocio de la Diosa; la historia del manzano ya estaba escrita, en cambio la historia del rosal se estaba siempre escribiendo; y la mejor parte aún no había sido escrita: vendrían al mundo, algún día, hombres de un corazón tan perfecto, que entonces advendrían las rosas más bellas, como nunca se vieron antes en la Tierra.

         Con esta explicación, se entenderá por qué los Sacerdotes habían permitido que un viejo rosal de pitiminí se hubiera enrollado como una serpiente en el tronco del Manzano de Tharsis: indudablemente, tal disposición de los dos árboles era necesaria para representar el significado secreto del Culto. El ritual obligaba a adorar el Fuego de la Diosa y admirar la flor del manzano, deseando intensamente que la Diosa cumpliese la Promesa y el corazón del Sacerdote se tornase como la flor del rosal. Pero el pueblo, que habitualmente ignoraba esta interpretación del Culto, acudía de todas partes al Manzano de Tharsis para realizar sus ofrendas ante el Altar de Fuego de la Diosa.

         Cuando mis antepasados adquirieron los derechos del Señorío de Tharsis, que entonces era muy reducido y estaba devastado por la reciente guerra contra los fenicios, se hicieron cargo naturalmente del Culto Local, aunque carecían de una Lámpara Perenne. Prácticamente no introdujeron reformas en lo referente a la Promesa pues aceptaban como un hecho que el corazón estaba relacionado con la flor del manzano y que la adoración a la Diosa ocasionaría una trasmutación análoga a la flor del rosal. Sólo en lo Tocante al Fuego se pudo apreciar el primer efecto visible que la misión familiar estaba causando en los Señores de Tharsis; agregaron al título de la Diosa la palabra “frío”, vale decir, que Belisana era ahora “la Diosa del Fuego Frío”. Explicaron ese cambio como una revelación local de la Diosa. Ella había hablado a los Señores de Tharsis; en la comunicación, afirmaba que sería Su Fuego el que se instalaría en el corazón del hombre y lo trasmutaría; y que ese Fuego, al principio extremadamente cálido, final-mente se tornaría más frío que el hielo: y sería ese Fuego Frío el que produciría la mutación de la naturaleza humana.

         Hay que ver en este cambio algo más que un simple agregado de palabras: era la primera vez que en un Culto aparecía la posibilidad de enfrentar y superar al temor, es decir, al sentimiento que en todos los Cultos aseguraba la sumisión del creyente; el temor a los Dioses es un sentimiento necesario e imprescindible de mantener vivo para asegurar la autoridad terrestre de los Sacerdotes; si el hombre no les teme, al final se rebelará contra los Dioses: pero antes se sublevará contra los Sacerdotes de los Dioses. Empero este cambio no se verá si antes no se aclara algo que hoy no es tan obvio: el hecho de que en todas las lenguas indogermánicas “frío” y “miedo” tienen la misma raíz, lo que aún puede intuirse, por ejemplo, en escalo-frío (de terror). Pues bien, en aquel entonces, la palabra “frío” era sinónima de “terror” y, en consecuencia, lo que significaba el nuevo Culto era que un terror sin nombre se instalaría en el corazón del creyente como “Gracia de la Diosa”; y que ese terror causaría su perfección.

         Así Belisana, la Diosa del Fuego Frío, se había convertido también en la “Diosa del Terror”, un título que, aunque los Señores de Tharsis no podían saberlo, perteneció en remotísimos tiempos a la misma Diosa, pues a la esposa de Navután se la conoció igualmente como “Frya, La Que Infunde Terror al Alma y Socorro al Espíritu”.

         Tras su arribo a la península ibérica, los Golen intentaron en numerosas ocasiones ocupar el Bosque Sagrado y controlar el Culto a la Diosa del Fuego Frío, pero siempre fueron rechazados por la celosa y obstinada locura mística de los Señores de Tharsis. Hasta llegaron a ofrecer una auténtica Lámpara Perenne de los Atlantes morenos, sabedores de que carecían de ella y que estaban obligados a vigilar permanentemente la flama de su lámpara primitiva de aceite y amianto. No hay que aclarar que la ofrecían a cambio de la unificación del Culto y de la institución del Sacrificio ritual, y que semejante propuesta resultaba inaceptable para los Señores de Tharsis, porque ello es obvio a esta altura del relato. Como también es evidente que esa resistencia, insólita para quienes se habían impuesto sobre todos los pueblos nativos, unida a la imposibilidad de apoderarse de la Espada Sabia, los iba enconando permanentemente contra los Señores de Tharsis. La reacción de los Golen desencadenó aquella campaña internacional alentando la conquista de Tharsis que culminó en el peligroso intento de invasión fenicia desde las Baleares y Gades, o Cádiz. Pero los Señores de Tharsis convocaron a los lidios e hicieron desistir a los fenicios de su proyecto conquistador por lo menos por los siguientes cuatro siglos. De la alianza entre iberos y lidios surgió el “Imperio de Tartessos”, que pronto se expandió por toda Andalucía, la “Tartéside”, y privó a los fenicios de colonias costeras en su territorio. Las Baleares y la isla de León, asiento de Gades, quedaron aisladas de tierra firme pues los tartesios sólo les permitieron mantener un comercio exiguo a través de sus propios puertos. ¿Cuál sería la siguiente reacción de los Golen frente a ese poderío que se desarrollaba fuera de su control y que frustraba todos sus planes? Antes de responder, estimado y, paradójicamente, paciente Doctor Siegnagel, debo ponerlo al corriente de las consecuencias que la presencia de los lidios produjo en el Culto del Fuego Frío. Para entender lo que sigue sólo hay que recordar que los lidios eran más “cultos” que los iberos, es decir, más civilizados culturalmente, en tanto que los más “incultos” iberos, es decir, más bárbaros, estaban más “cultivados” espiritualmente que los lidios, poseían más Sabiduría que conocimiento.

 

         Esas diferencias ocasionarían que los Príncipes lidios, ahora de la misma familia de los Señores de Tharsis, aceptasen sin profundizar el significado esotérico del Culto a la Diosa del Fuego Frío, que en adelante se denominaría por común acuerdo “Pyrena”, y empleasen todo su esfuerzo en perfeccionar la forma exotérica del Culto. Tal aplicación va siempre en perjuicio de la parte esotérica y, como no podía ser de otra manera, a la larga iba a resultar fatal para los tartesios. Mas esto ya lo verá, pues, como anuncié, estoy yendo paso a paso.

         Los lidios, como en otras industrias, eran hábiles artesanos de la piedra. ¿Qué cree que hicieron en su afán de perfeccionar la forma exterior del Culto? Decidieron, ante el horror de sus parientes iberos que nada podían hacer para impedirlo, tallar el meñir del Bosque Sagrado con la Figura de Pyrena; la escultura contribuiría a sostener el Culto, explicaban, pues el pueblo lidio necesitaba una imagen más concreta de la Diosa: su representación como Flama era demasiado abstracta para ellos.

         El meñir consistía en una piedra bruta de color aceitunado, de unos cinco metros de altura, y con forma de cono truncado: los lidios se proponían emplearlo íntegramente para tallar la Cabeza de la Diosa. De acuerdo con su proyecto, la nuca debía quedar frente al Manzano, de tal suerte que el Divino Rostro mirase directamente al pueblo; y el pueblo, distribuido en un claro circundante desde el que se dominaba la escena ritual, vería el Rostro de la Diosa y, tras de ella, al Manzano de Tharsis. Trabajaron dos Maestros escultores en la talla, uno para esculpir el Rostro y otro las guedejas serpentinas, en tanto que tres ayudantes se ocupaban de practicar el hueco de la nuca, conectado con los Ojos de la Diosa. La obra no estuvo lista antes de cinco años pues, aún cuando las herramientas de hierro de los lidios permitieron adelantar mucho de entrada, la terminación pulida que pretendían les demandó largos años de trabajo: en verdad, los tartesios continuarían puliendo durante décadas la Cabeza de Pyrena, hasta dotarla de un impresionante realismo.

         La necesidad que sentían los lidios de contemplar una manifestación figurativa de la Diosa era propia de la Epoca: los pueblos del Pacto Cultural experimentaban entonces una generalizada caída en el exoterismo del Culto, que los llevaba a adorar los Aspectos más formales y aparentes de la Deidad. Los pueblos presentían que los Dioses se retiraban desde adentro, pero sólo podían retenerlos desde afuera: por eso se aferraban con desesperación a los Cuerpos y a los Rostros Divinos, y a cualquier forma natural que los representase. Siendo así, no debe sorprender el intenso fervor religioso despertado en los pueblos, y la extraordinaria difusión geográfica, que produjo el Culto del Fuego Frío luego de la transformación del meñir. Además de los tartesios, orgullosos depositarios de la Promesa de la Diosa, hombres pertenecientes a mil pueblos diferentes peregrinaban hasta el “Bosque Sagrado de Tartéside” para asistir al Ritual del Fuego Frío: entre otros, acudían los iberos y ligures desde todos los rincones de la península, y los brillantes pelasgos desde Etruria, y los corpulentos bereberes de Libia, y los silenciosos espartanos de Laconia, y los tatuados pictos de Albión, etc. Y todos los que llegaban hasta Pyrena venían dispuestos a morir. A morir, sí, porque ésa era la condición de la Promesa, el requisito de Su Gracia: como todos sus adoradores sabían, la Diosa tenía el Poder de convertir al hombre en un Dios, de elevarlo al Cielo de los Dioses; mas, como todos también sabían, los raros Elegidos que Ella aceptaba debían pasar previamente por la Prueba del Fuego Frío, es decir, por la experiencia de Su Mirada Mortal; y esta experiencia generalmente acababa con la muerte física del Elegido. De acuerdo con lo que sabían sus adeptos, y sin que tal certeza afectase un ápice la fascinación por Ella, muchos más eran los Elegidos que habían muerto que los comprobadamente renacidos; los que recibían Su Mirada Mortal de cierto que caían; y muchos, la mayoría, jamás se levantaban; pero algunos sí lo hacían: y esa remota posibilidad era más que suficiente para que los adoradores de la Diosa decidiesen arriesgarlo todo. Los que se despertasen de la Muerte serían quienes verdaderamente habían entregado sus corazones al Fuego Frío de la Diosa y a los que Ella recompensaría tomándolos por Esposos: por Su Gracia, al revivir, el Elegido ya no sería un ser humano de carne y hueso sino un Hombre de Piedra Inmortal, un Hijo de la Muerte. Estos títulos al principio constituyeron un enigma para los Señores de Tharsis, que fueron quienes introdujeron la Reforma del Fuego Frío en el Antiguo Culto a Belisana, pues afirmaban haberlos recibido por inspiración mística directamente de la Diosa, aunque suponían que se refería a una condición superior del hombre, cercana a los Dioses o a los Grandes Antepasados. Mas luego, cuando entre los mismos Señores de Tharsis hubo Hombres de Piedra, la respuesta se hizo súbitamente clara. Pero ocurrió que esa respuesta no era apta para el hombre dormido, ni tampoco para los Elegidos que con más fervor adoraban a la Diosa: los Hombres de Piedra callarían este secreto, del que sólo hablarían entre ellos, y formarían un Colegio de Hierofantes tartesio para preservarlo. A partir de allí, serían los Hierofantes tartesios, es decir, mis antepasados trasmutados por el Fuego Frío, los que controlarían la marcha del Culto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Octavo Día

                                                                                    

 

       En la Epoca en que no se celebraba el Ritual del Fuego Frío, los Hierofantes tartesios permitían a los peregrinos llegar hasta el claro del Bosque Sagrado y contemplar la colosal efigie de Pyrena; allí podrían depositar sus ofrendas y reflexionar si estaban dispuestos a afrontar la Muerte de la Prueba del Fuego Frío o si preferían regresar a la ilusoria realidad de sus vidas comunes. Por el momento la Diosa no podía dañarlos pues Sus Ojos estaban cerrados y a nadie comunicaba Su Señal de Muerte. Pero, no obstante tal convicción, muchos quedaban helados de espanto frente al Antiguo Rostro Revelado y no eran menos los que huían al punto o morían allí mismo de terror. Es que el meñir original había sido plantado en ese sitio por los semidioses Atlantes blancos miles de años antes, pero, en los días de la alianza con los lidios, no existía nadie sobre la Tierra capaz de emular aquella hazaña de trasladar a miles de kilómetros de distancia una gigantesca piedra, y depositarla en el centro de un espeso bosque de fresnos, sin talar árboles para ello: se comprende, pues, que los peregrinos recibiesen la inmediata impresión de que aquel busto terrible era obra de los Dioses. Pero no sólo el meñir era obra de los Dioses, puesto que la conformación del Rostro procedía de esa notable capacidad para degradar lo Divino que exhibían los lidios; astutamente, los tartesios se cuidaron siempre muy bien de informar sobre el origen de la inquietante escultura.

         Quien lograba reponerse de la impresión inicial, y reparaba en los detalles del insólito Rostro, tenía que apelar a todas sus fuerzas a fin de no ser ganado, más tarde o más temprano, por el pánico. Recuerde, Dr., que, para sus adoradores, lo que tenían enfrente no era una mera representación de piedra inerte sino la Imagen Viva de la Diosa: Pyrena se manifestaba en el Rostro y el Rostro participaba de Ella. Y era aquel Rostro hierático lo que quitaba el aliento. Probablemente, si alguien hubiese conseguido, con un poderoso acto de abstracción, separar la Cara, de la Cabeza de la Diosa, la habría encontrado de facciones bellas; en primer lugar, y a pesar de la coloración verdosa de la piedra, por la forma de los rasgos era indudable la pertenencia a la Raza Blanca; en siguiente orden, cabría reconocer en el semblante general una belleza arquetípica indogermánica o directamente aria: Ovalo de la Cara rectangular; Frente amplia; Cejas pobladas, ligeramente curvadas y horizontales; los Párpados, puesto que ya dije que los Ojos permanecían cerrados, demostraban por la expresión una Mirada frontal, de Ojos redondos y perfectos; Nariz recta y proporcionada; Mentón firme y prominente; Cuello fuerte y delgado; y la Boca, con el labio inferior más grueso y algo más saliente que el superior, era quizá la nota más hermosa: estaba levemente abierta y curvada en una Sonrisa apenas esbozada, en un gesto inconfundible de cósmica ironía.

         Naturalmente, quien careciese del poder de abstracción necesario, no advertiría ninguno de los caracteres señalados. Por el contrario, sin dudas toda su atención sería absorbida de entrada por el Cabello de la Diosa; y esa observación primera seguramente neutralizaría el juicio estético anterior: al contemplar la Cabeza en conjunto, Cabello y Cara, la Diosa presentaba aquel Aspecto aterrador que causaba el pánico de los visitantes. Pero ¿qué había en Su Cabello capaz de paralizar de espanto a los rudos peregrinos, normalmente habituados al peligro? Serpientes; Serpientes de un realismo excepcional. Su Cabellera se componía de dieciocho Serpientes de piedra: ocho, de distinta longitud, caían a ambos lados de la Cara y otras dos, mucho más pequeñas, se erizaban sobre la frente.

         Cada par de las ocho Serpientes estaban a la misma altura: dos a la altura de los Ojos, dos a la de la Nariz, dos a la de la Boca y dos a la del Mentón; emergiendo de un nivel anterior de Cabello, los restantes ocho Ofidios volvían y situaban sus cabezas entre las anteriores. Y cada Serpiente, al separarse de las restantes guedejas, formaba en el aire con su cuerpo dos curvas contrapuestas, como una ese (S), que le permitía anunciar el siguiente movimiento: el ataque mortal. Y las dos Serpientes de la Frente, pese a ser más pequeñas, también evidenciaban idéntica actitud agresiva. En resumen, al admirar de Frente el Rostro de la Sonriente Diosa, emergía con fuerza el arco de las dieciocho cabezas de Serpiente de Su Cabellera; y todas las cabezas estaban vueltas hacia adelante, acompañando con sus ojos la Mirada sin Ojos de la Diosa; y todas las cabezas tenían las fauces horriblemente abiertas, exponiendo los mortales colmillos y las abismales gargantas. No debe sorprender, pues, que aquella impresionante aparición de la Diosa aterrorizase a sus más fieles adoradores.

         Lógicamente, tal composición tenía un significado esotérico que sólo los Hierofantes e Iniciados conocían, aunque, eventualmente, disponían de una explicación exotérica aceptable. En éste último caso notificaban al viajero, que a veces podía ser un Rey aliado o un embajador importante al que no se le podía negar de plano el conocimiento, que las dieciocho serpientes representaban a las letras del alfabeto tartesio, el que pretendían haber recibido de la Diosa. Durante el ritual, afirmaban, los Iniciados podían escuchar a las Serpientes de la Diosa recitar el alfabeto sagrado. La Verdad esotérica que había atrás de todo esto era que las dieciocho letras correspondían efectivamente a las dieciocho Vrunas de Navután y que con ellas se podía comprender el Signo del Origen y con éste a la Serpiente, máximo símbolo del conocimiento humano. Pero tal verdad era apenas intuida por los Hierofantes tartesios ya que en esos días nadie veía el Signo del Origen ni recordaba las Vrunas de Navután: al instituir la Reforma del Fuego Frío, los Señores de Tharsis habían recibido la Palabra de la Diosa de que la Casa de Tharsis, descendiente de los Atlantes blancos, “no se extinguiría mientras al menos uno de sus miembros no recuperase la Sabiduría perdida”, y para que Su Palabra se cumpliese, “menos que nunca deberían desprenderse de la Espada Sabia”. Ese momento aún no había llegado y ningún descendiente de la Casa de Tharsis comprendía el significado profundo de esa Verdad esotérica que revelaba la Cabeza de Piedra de Pyrena. De modo que para ellos era también una verdad incuestionable el hecho de que las dieciocho Serpientes representaban a las letras del alfabeto tartesio: las dos Serpientes más pequeñas, por ejemplo, correspondían a las dos letras introducidas por los lidios y su pronunciación se mantenía en secreto, al igual que el Nombre de la Diosa Luna formado por las tres vocales de los iberos. En este caso, las dos vocales permitían conocer el Nombre que la Diosa Pyrena se daba a sí misma cuando se manifestaba como Fuego Frío en el corazón del hombre, es decir, “Yo soy” (algo así como Eu o Ey).

         Todos los años, al aproximarse el solsticio de invierno, los Hierofantes determinaban el plenilunio más cercano, y, en esa noche, se celebraba en Tartessos el Ritual del Fuego Frío. No serían muchos los Elegidos que, finalmente, se atreverían a desafiar la prueba del Fuego Frío: casi siempre un grupo que se podía contar con los dedos de la mano. El meñir estaba alineado hacia el Oeste del Manzano de Tharsis, de tal modo que la Diosa Luna aparecería invariablemente detrás del árbol y transitaría por el cielo hasta alcanzar el cenit, sitio desde donde recién iluminaría a pleno el rostro de la Diosa que Mira Hacia el Oeste. Desde el anochecer, con las miradas dirigidas hacia el Este, los Elegidos se hallaban sentados en el claro, observando el Rostro de la Diosa y, más atrás, el Manzano de Tharsis.

         Cuando el Rostro Más Brillante de la Diosa Luna se posaba sobre el Bosque Sagrado, los Elegidos se mantenían en silencio, con las piernas cruzadas y expresando con las manos el Mudra del Fuego Frío: en esos momentos sólo les estaba permitido masticar hojas de sauce; por lo demás, debían permanecer en rigurosa quietud. Hasta el cenit del plenilunio, la tensión dramática crecía instante tras instante y, en ese punto, alcanzaba tal intensidad que parecía que el terror de los Elegidos se extendía al medio ambiente y se tornaba respirable: no sólo se respiraba el terror sino que se lo percibía epidérmicamente, como si una Presencia pavorosa hubiese brotado de los rayos de la Luna y los oprimiese a todos con un abrazo helado y sobrecogedor.

         Invariablemente se llegaba a ese climax al comenzar el Ritual. Entonces un Hierofante se dirigía a la parte trasera de la Cabeza de Piedra y ascendía por una pequeña escalera que estaba tallada en la roca del meñir y se internaba en su interior. La escalera, que contaba con dieciocho escalones y culminaba en una plataforma circular, permitía acceder a una plataforma troncocónica: era éste un estrecho recinto de unos dos y medio metros de altura, excavado exactamente detrás de la Cara y apenas iluminado desde el piso por la Lámpara Perenne. Sobre la plataforma del piso, en efecto, había un diminuto fogón de piedra en cuyo hornillo se colocaba, desde que los lidios perfeccionaron la forma del Culto, la Lámpara Perenne: una losa permitía tapar la boca superior del hornillo y regular la salida de la exigua luz. Ahora esta luz era mínima porque el Hierofante se aprestaba a realizar una operación clave del ritual: efectuar la apertura de los Ojos de la Diosa. Para lograrlo sólo tenía que desplazar hacia adentro las dos piezas de piedra, solidarias entre sí, que habitualmente permanecían perfectamente ensambladas en la Cara y causaban la ilusión de que unos pétreos Párpados cubrían el bulbo de Sus Ojos: esas pesadas piezas requerían la fuerza de dos hombres para ser colocadas en su lugar, pero, una vez allí, bastaba con quitar una traba y se deslizaban por sí mismas sobre una guía rampa que atravesaba todo el recinto interior.

         Hay que imaginarse esta escena. El cerco de Fresnos del Bosque Sagrado formando el claro y en su centro, enormes e imponentes, el Manzano de Tharsis y la estatua de la Diosa Pyrena. Y sentados frente al Rostro de la Diosa, en una posición que exalta aún más el tamaño colosal y la turbadora Cabellera serpentina, los Elegidos, con la mirada fija y el corazón ansioso, aguardando Su Manifestación, la llamada personal que abre las puertas de la Prueba del Fuego Frío. Desde lo alto, la Diosa Ioa derrama torrentes de luz plateada sobre aquel cuadro. De pronto, procedentes del Bosque cercano, un grupo de bellísimas bailarinas se interpone entre los Elegidos y la Diosa Pyrena: traen el cuerpo desnudo de vestidos y sólo llevan objetos ornamentales, pulseras y anillos en manos y pies, collares y cintos de colores, aros de largos colgantes, cintas y apretadores en la frente, que dejan caer libremente el largo cabello. Vienen brincando al ritmo de una siringa y no se detienen en ningún momento sino que de inmediato se entregan a una danza frenética. Previamente, han practicado la libación ritual de un néctar afrodisíaco y por eso sus ojos están brillantes de deseo y sus gestos son insinuantes y lascivos: las caderas y los vientres se mueven sin cesar y pueden ser vistos, a cada instante, en mil posiciones diferentes; los pechos firmes se agitan como palomas al vuelo y las bocas húmedas se abren anhelantes; toda la danza es una irresistible invitación a los placeres del amor carnal.

         Desde luego, el erotismo desplegado por las bailarinas tenía por objeto excitar sexualmente a los Elegidos, encender en ellos el Fuego Caliente de la pasión animal. Aquel baile era una supervivencia del antiguo Culto del Fuego y su culminación, en otras Epocas, hubiese derivado en una desenfrenada orgía. Pero la Reforma del Fuego Frío había cambiado las cosas y ahora se prohibía el ayuntamiento ritual y se exigía, en cambio, que los Elegidos experimentasen el Fuego Caliente en el corazón. Si algún Elegido carecía de fuerzas para rechazar el convite de las danzarinas podría unirse a ellas y gozar de un deleite jamás imaginado, mas eso no lo salvaría de la muerte pues luego sería asesinado en castigo por su debilidad. La actitud exigida a los Elegidos requería que permaneciesen inmutables hasta la conclusión de la danza, manteniendo la vista fija en el Rostro de la Diosa.

         Regresemos a la escena. El volumen de la música fue en aumento y ahora es un coro de flautas y tambores el que acompaña los movimientos cadenciosos; las bailarinas jadean, el baile se torna febril y la expresión erótica llega a su apogeo, tras ellas, la Sonrisa de la Diosa parece más irónica que nunca. Los Elegidos se concentran en Pyrena pero no pueden evitar percibir, como entre las brumas de un sueño, a las bailoteantes bellezas femeninas que los embriagan de pasión, que los arrastran inevitablemente a un cálido y sofocante abismo. Es entonces cuando se hace necesaria la intervención de la Diosa, cuando los Elegidos, con la voluntad enervada, solicitan en sus corazones el cumplimiento de Su Promesa. Y es entonces cuando, a una señal de los Hierofantes, la música cesa bruscamente, las bailarinas se retiran con rapidez, y los Ojos de la Diosa se abren para Mirar a Sus Elegidos. Como un latigazo, un estremecimiento de horror conmueve a los Elegidos: los Párpados han desaparecido y la Diosa los contempla desde las cuencas vacías, con Forma de Hoja de Manzano, de Sus Ojos. Ha comenzado la Prueba del Fuego Frío. Un Hierofante, con voz estruendosa, recita la fórmula ritual:

        

 

                   Oh Pyrena,

                   Diosa de la Muerte Sonriente

                   Tú que tienes la Morada

                   Más Allá de las Estrellas

                   ¡Acércate a la Tierra de los Elegidos

                   Que Por Ti Claman!

                   Oh Pyrena,

                   Tú que antes Amabas con el Calor del Fuego a los Elegidos

                   y después los Matabas

                   ¡Recuerda la Promesa!

                   ¡Asesínalos primero con el Frío del Fuego,

                   Para Amarlos luego en Tu Morada!

                   Oh Pyrena,

                   ¡Haz que Muera en Nosotros la Vida Cálida!

                   ¡Haznos conocer a Kâlibur,

                   la Muerte Fría de Tu Mirada!

                   ¡Y Haznos Vivir en la Muerte

                   Tu Vida Helada!

                   Oh Pyrena,

                   Tú que una vez Nos Concediste

                   la Semilla del Cereal

                   para Sembrar en el Surco de la Infamia,

                   ¡Mata esa Vida Creada!

                   ¡Y deposita en el Corazón del Elegido

                   la Gélida Semilla de la Piedra que Habla!

                   Oh Pyrena,

                   Diosa Blanca,

                   ¡Muéstranos la Verdad Desnuda

                   por Kâlibur en Tu Mirada,

                   y ya no seremos Hombres sino Dioses

                   de Corazón de Piedra Congelada!

                   ¡Kâlibur, Tus Elegidos Te Claman!

                   ¡Kâlibur, Tus Elegidos Te Aman!

                   ¡Kâlibur, Muerte Que Libera!

                   ¡Kâlibur, Semilla de Piedra Congelada!

                   ¡Kâlibur, Verdad Desnuda Recordada!

 

         Todo sucede velozmente, como si el Tiempo se hubiese detenido. El Fuego Caliente de la Pasión Animal se troca nuevamente en Terror. Pero ahora es un Terror sín límites el que sobreviene, un Terror que es la Muerte Misma, la Muerte Kâlibur de Pyrena, la Muerte Necesaria que precede a la Verdad Desnuda. Los Elegidos están paralizados de Terror y con el corazón helado de espanto. Contemplan absortos el Rostro de Pyrena mientras todavía resuena en el aire el último ¡Kâlibur…! del Hierofante: ¡los Ojos de la Diosa parecen ahora las Puertas de Otro Mundo! ¡un Mundo de Negrura Infinita! ¡un Mundo de Frío Esencial que es la Muerte de la Vida Tibia! No se puede atravesar esas puertas sin Morir de Terror: ¡pero si algo las atraviesa, ese algo vive en la Muerte! Y si algo sobrevive a la Muerte Kâlibur es porque ese algo consiste también en la esencia del Frío de la Negrura Infinita.

         La Muerte Kâlibur fascina y atrae hacia una Nada que será la Matriz del Propio Ser. Los Elegidos se precipitan sin dudarlo en la Negrura Infinita de los Ojos de la Diosa. Pero antes de Atravesar las Puertas de la Muerte alcanzan a percibir, en un instante de Terror Supremo, que el Bosque Sagrado, se ha transfigurado y rebosa de Vida manifiesta, de una Vida que subyacía oculta tras la ilusión de la existencia vívida, de una Vida que en ese momento brotaba obscenamente desde todas las cosas como un demoníaco Orgasmo de la Naturaleza; y vieron también cómo el Manzano de Tharsis, animado por demencial Inteligencia, se estremecía de Diabólica Risa; y vieron la Cabeza de la Diosa, igualmente vitalizada, resplandecer de una cegadora Luz Blanca que acentuaba aún más la Negrura Infinita de Sus Ojos. Y al Entrar en la Negrura Infinita, al enfriarse el corazón y Morir la Vida Tibia, ven por último a la Cabellera de Pyrena hirviendo de Serpientes: y oyen a las Serpientes silbar las letras del Alfabeto Sagrado y pronunciar con ellas ininterrumpidamente, los Nombres de todas las Cosas Creadas. ¡Allí estaba, finalmente descubierto aunque inútil para ellos, el Más Alto Conocimiento permitido al Animal Hombre, el contenido del Símbolo de la Serpiente!

         Pero, ese Conocimiento ya no interesa a los Elegidos. Algo de ellos ha atravesado las barreras de la Muerte Kâlibur, algo que no teme a la Muerte, y se ha encontrado con la Verdad Desnuda que es Sí Mismo. Porque la Negrura Infinita que ofrece la Muerte Kâlibur de la Diosa Pyrena, en la que toda Luz Creada se apaga sin remedio, es capaz de Reflejar a ese “algo” que es el Espíritu Increado; y el Reflejo del Espíritu en la Negrura Infinita de la Muerte Kâlibur es la Verdad Desnuda de Sí Mismo. Frente a la Negrura Infinita la Vida Creada muere de Terror y el Espíritu se encuentra a Sí Mismo. Es por eso que si el Elegido, tras el reencuentro, recobra la Vida, será portador de una Señal de Muerte que dejará su corazón helado para siempre. El Alma no podrá evitar ser subyugada por la Semilla de Piedra de Sí Mismo que crece y se desarrolla a sus expensas y trasmuta al Elegido en Iniciado Hiperbóreo, en Hombre de Piedra, en Guerrero Sabio. Como Hombre de Piedra, el Elegido resurrecto tendrá un Corazón de Hielo y exhibirá un Valor Absoluto. Podrá amar sin reservas a la Mujer de Carne pero ésta ya no conseguirá jamás encender en su corazón el Fuego Caliente de la Pasión Animal. Entonces buscará en la Mujer de Carne, a Aquella que además de Alma posea Espíritu Increado, como la Diosa Pyrena, y sea capaz de Revelar, en Su Negrura Infinita, la Verdad Desnuda de Sí Mismo. A Ella, a la Mujer Kâlibur, la amará con el Fuego Frío de la Raza Hiperbórea. Y la Mujer Kâlibur le responderá con el A-mort helado de la Muerte Kâlibur de Pyrena.

 

 

Noveno Día

 

 

       Entre los Elegidos que afrontaban la Prueba del Fuego Frío podían esperarse tres resultados. En primer lugar, que algunos no aprobasen la Prueba, es decir, que no hubiesen pasado por la experiencia efectiva de la Muerte, sea porque el Terror inicial no dio paso a la Pasión Animal, sea porque el Fuego Caliente no se trocó en Terror, sea porque el Terror impidió mirar de frente la Negrura Infinita, o sea por cualquier otro motivo. En segundo término, que otros hubiesen muerto realmente. Y por último, que algunos de estos hubiesen resucitado. En el primer caso, los Elegidos serían ejecutados a la siguiente noche de la Prueba del Fuego Frío; para los Hierofantes tartesios no debería presentarse a la Prueba el que no estuviese realmente dispuesto a morir; porque de la Prueba nadie debía salir vivo; si se muriese, y se resucitase, el que renaciese no sería quien murió sino un Hijo de la Muerte, alguien que portaría una Señal de Muerte y llevaría en Sí a la Muerte: es decir, el Hijo de la Muerte sería engendrado en la Muerte por Sí Mismo. Quien asistiese a la Prueba, y no muriese, no merecería vivir: las Mujeres Verdugo de Tartessos bajarían el hacha de piedra sobre su cuello; lo asesinarían la noche siguiente de la Prueba, en  el Soto de Sauces consagrado a la Diosa Luna Ioa, a orillas del Odiel. ¿Qué ocurría con ellos? nadie conocía de cierto cuál sería su suerte, si realmente morirían para siempre, si resucitarían en otro mundo, si volverían a reencarnar en vidas futuras o si sus Almas trasmigrarían a otros seres.

         Mas, ¿cuánto duraba la Prueba del Fuego Frío? Sólo los Hierofantes, y los que habían fracasado, y que igualmente morirían, lo sabían; sólo ellos habían conservado la conciencia del tiempo transcurrido. Los que se Reflejaron en la Negrura Infinita, y encontraron la Verdad Desnuda de Sí Mismo, recibieron también un Reflejo de la Eternidad: la contemplación de Sí Mismo, que es un Reflejo del Espíritu Eterno, se experimenta en un instante único, inabarcable por el Tiempo de la Creación; los Elegidos que encuentran la Muerte Kâlibur de Pyrena nunca podrán responder a esa pregunta; la experiencia de la Eternidad es indescriptible. De aquí que a los del segundo grupo, los que murieron realmente, se los considerase Muy Amados por la Diosa, ya que Ella los había retenido en la Eternidad. Y se les brindasen los funerales propios de los Guerreros Sabios: tendrían derecho a ser incinerados con la espada en la mano; y una urna de madera de Fresno, con sus cenizas, sería luego arrojada al Mar Occidental.

         En el tercer caso, cuando excepcionalmente algún Elegido regresaba de la Muerte, se lo incorporaba de inmediato al Colegio de Hierofantes de Tartessos. El hecho constituía un motivo de festejo en todo el Reino pues el pueblo, que no entendía de sutilezas esotéricas, intuía infaliblemente que el Hijo de la Muerte significaba un galardón para la Raza; pese a haber triunfado por Sí Mismo en la Prueba del Fuego Frío, el nuevo Hierofante sería considerado como el exponente de un mérito colectivo, de una virtud racial. Pero los Hierofantes antiguos, que conocían el secreto, acogían igual-mente con alegría al Elegido resurrecto: he allí, indicaban, un Hombre de Piedra; un Regresado de la Muerte; uno que en la Muerte fue amado con el Fuego Frío Kâlibur de Pyrena y ahora conserva el Recuerdo de A-mort; uno que ha sentido, más allá del Amor de la Vida, el A-mort de la Muerte Kâlibur, es decir, la No-Muerte de la Muerte Kâlibur, y ahora se ha inmortalizado como hijo de la Muerte. Así lo recibían:

 

                   Oh Elegido de Pyrena,

                   eras mortal y el A-mort de una Diosa

                   te ha liberado de la Vida.

                   Por Voluntad del Creador Uno

                   de barro fuiste.

                   Por Voluntad de la Muerte Kâlibur

                   de Piedra eres.

                   Oh Hijo de la Muerte,

                   el Valor tiene tu Nombre.

                   Ya no debes hablar,

                   sólo actúa.

                   Guarda en tu Corazón de Hielo

                   el Recuerdo de A-mort,

                   mas no recuerdes.

                   Sólo vivénciate a Ti Mismo,

                  Fuego Frío Inmortal,

                   Hombre de Piedra.

 

         Y, en verdad, el Hombre de Piedra no hablaría, quizás por muchos años. No lo haría porque estaría ocupado en vivenciar a Sí Mismo. Porque desde el renacimiento, en el interior de su corazón, sobre una fibra profunda, ardía la Flama del Fuego Frío: y esa Flama, cuando era percibida, hablaba con la Voz de Sí Mismo; y sus palabras siempre comenzaban con el Nombre de la Diosa: Yo soy, Yo soy (Ey, Ey). Al escuchar la Voz de Sí Mismo afirmando “Yo Soy”, el Hombre de Piedra realmente era, es decir, tenía existencia absoluta fuera de la ilusión de los entes materiales, más allá de la Vida y de la Muerte. Por eso el Hombre de Piedra Inmortal no hablaría, o hablaría muy poco, en adelante: estaba muy cerca de la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes blancos y ese saber no podía ser explicado a los hombres dormidos que amaban a la Vida y temían a la Muerte Liberadora. Tal vez al final, durante la Batalla Final, él u otros Hombres de Piedra Inmortales hablasen claramente a los hombres dormidos para convocarlos a liberarse de las cadenas materiales y luchar por el regreso al Origen de la Raza Hiperbórea. Mientras tanto, el Hombre de Piedra sólo actuará, escuchará en silencio la Voz del Fuego Frío y actuará; y su acto expresará el máximo Valor espiritual: hiciese lo que hiciese en él, su acto estará fundado en el soporte absoluto de Sí Mismo, más allá del bien y del mal, y no le afectará ningún juicio o castigo procedente del Mundo del Engaño. Y ninguna variante del Gran Engaño, ni siquiera el Fuego Caliente de la Pasión Animal, podrán arrastrarlo otra vez al Sueño de la Vida: Sabio y Valiente como un Dios, el Hombre de Piedra sólo luchará si es necesario y aguardará callado la Batalla Final; anhelará el Origen y lo conmoverá la nostalgia por el A-mort de la Diosa; buscará a su Pareja Original en la Mujer Kâlibur y, si la encuentra, la amará con el Fuego Frío de Sí Mismo; y Ella lo abrazará con la Luz Increada de su Espíritu Eterno, que será Negrura Infinita para el Alma creada.

         En este tercer caso, con seguridad, la Promesa de Pyrena se habría cumplido.

 

 

 

 

Décimo Día

 

 

       Supongo que aguardará Ud., sufrido Dr. Siegnagel, una respuesta a la pregunta pendiente: “¿Cuál sería la siguiente reacción de los Golen frente al poderío tartessio, que se desarrollaba fuera de su control y que frustraba todos sus planes?” Esta es la respuesta, muy simple, si bien habrá que aclararla: los Golen dirigieron contra Tartessos el Mito de Perseo.

         Con todo rigor, se puede afirmar que el de Perseo, así como otras leyendas que tardíamente se han agrupado bajo la denominación general de “Mitos Griegos”, es en realidad un antiquísimo Mito pelasgo. Con algunas de las historias “griegas” de Heracles ha pasado lo mismo: por ejemplo, con aquella en la que el héroe lucha con el Gigante Gerión para robarle sus bueyes rojos y que oculta, bajo un símbolo caro a los pelasgos, una antigua incursión de los argivos primitivos contra el “pueblo triple” de los iberos, o Virtriones, con el fin de conquistar el secreto de la ganadería que desconocían o habían perdido; y la prueba está en que aquellos argivos, “enemigos de los geriones”, se consideraban parientes de estos, desde que Heracles mismo era bisnieto de Perseo. Pero Perseo fue bisabuelo de Heracles sólo en el Mito argivo; en verdad, el tema está tomado de un Mito pelasgo mucho más antiguo, de origen ibérico atlante, que se refiere a la aventura emprendida por un Espíritu Hiperbóreo típico para alcanzar la inmortalidad y la Sabiduría. En el tema primordial el Espíritu Perseo no era argivo sino oriundo de los iberos atlantes, es decir, de un pueblo mucho más occidental; por eso su proeza no la lleva a cabo por encargo de un mero Rey mortal como Polidectes sino de la Diosa de la Sabiduría, Frya, la esposa de Navután: todos los Nombres, y las funciones de los Dioses, fueron luego cambiados, y trastocados, por los pueblos del Pacto Cultural, quedando la historia de Perseo en la forma conocida.

         El tema es simple y, en cuanto lo exponga, Ud. comprobará que no puede proceder más que de la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes blancos. Una representación Hiperbórea del Origen, como ya lo mencioné más atrás, fue Thule, el centro isotrópico de donde procedía el Espíritu. De manera semejante, para los primeros descendientes de los Atlantes blancos, el Origen fue Ponto, al que luego se personificó como un Dios del Mar y se identificó con la Ola, seguramente porque de este “Origen” provenían sus Antepasados. Este Ponto se desposa con Gea, la Tierra, quien da nacimiento entre otros a Forcis y Ceto, símbolos prototípicos de los seres híbridos, mitad animales mitad Dioses: en un trasfondo esotérico esta imagen alude al Espírtu aportado por Ponto, el Origen, al animal hombre hijo de la Tierra. Los hermanos Forcis y Ceto se aparean a su vez y, junto a una serie de Arquetipos híbridos, dan vida a tres mujeres que ya nacen “viejas”: las Grayas o Greas, es decir, las Grises. Naturalmente, las Grayas no son otras que las Vrayas, las Guerreras Sabias encargadas de custodiar el Arado de Piedra y la Piedra de Venus: son “viejas” porque deben ser Sabias y los que ignoran el significado de los instrumentos líticos afirmarán luego que “entre las tres sólo tenían un Ojo y un Diente”.

         Perseo es la idealización del Espíritu cautivo que intenta la hazaña de liberarse de la prisión material; su objetivo es descubrir el Secreto de la Muerte, conseguir la Más Alta Sabiduría, y hallar a la Pareja Original. Navután y Frya lo inspiran para que consulte a las Vrayas y ellas, con la Piedra de Venus, le indican el camino a seguir: debe dirigirse a un Bosque Sagrado de Fresnos y reclamar la ayuda de los Dioses para enfrentar con éxito a la Muerte. Es lo que hace Perseo y se produce el encuentro con Navután. El Dios le informa que la Sabiduría está en poder de su Esposa, Frya, pero que no resulta fácil llegar hasta Ella pues la Muerte se interpone al paso de los simples mortales. Para allanarle el viaje hacia Frya, Navután revela a Perseo el Secreto del Vuelo y le entrega el Signo de la Media Luna, es decir, el símbolo de los Pontífices Hiperbóreos, los Constructores de Puentes Más Sabios de los Atlantes blancos: según los Atlantes Blancos, los Pontífices Hiperbóreos sabían el modo de tender un puente infinito entre el Espíritu y el Origen (Ponto). El grado de Pontífice Hiperbóreo lo confirma Vides, el Señor de K'Taagar, cuando entrega a los que franquean la Puerta a la Morada de los Dioses Libera-dores la túnica y el casco: sobre la frente de ese casco los Pontífices fijan el Signo de la Media Luna. Es tradición que los Pontífices así vestidos disponían de la Facultad de tornarse culturalmente invisibles, no por efecto de tal indumentaria, desde luego, sino por la Sabiduría que implica el poseerla. Navután enseña a Perseo la Lengua de los Pájaros y lo guía hasta la Morada de Vides, quien lo inviste de Pontífice Hiperbóreo: en su Viaje hacia Frya, Perseo llevará en la mano un buche de grulla conteniendo dieciséis piedras, en cada una de las cuales está grabada una Vruna. Al aproximarse a Frya, Navután aconseja al héroe no detenerse a mirar el Rostro de Muerte, lo que causaría su inmediata destrucción, y concentrarse en el Espejo que la Diosa de la Sabiduría significa tras la Muerte: ¡sólo así podrá vencer a la Muerte!, Perseo cumple las indicaciones con exactitud y, contemplándose en el Espejo de Frya, consigue comprender a la Muerte y se transforma en Hombre de Piedra Inmortal. A su regreso de la Muerte, Perseo emplea la Lengua de los Pájaros para comprender a la Serpiente con el Signo del Origen: entonces adquiere la Más Alta Sabiduría y encuentra a su Pareja Original.

         Hasta aquí, lo más importante del tema original transmitido a los pueblos nativos por los Atlantes blancos. Es evidente que gran parte del mismo, milagrosamente recordado gracias a la misión familiar, fue incorporado por los Señores de Tharsis en la Reforma del Fuego Frío. Los lidios, posteriormente, contribuirían a su degradación mediante la “perfección de la forma ritual”, que consistía en el demencial intento de exhibir exterior-mente, plasmados en la materia, unos signos que sólo pueden ser metafísicos. Claro que quienes más harían para pervertir el sentido del Tema del Espíritu Perseo serían los Sacerdotes del Pacto Cultural; y después que el sentido fuera restituido por el Culto del Fuego Frío, sin dilación, los acompañarían los Golen con todos sus recursos, trabados en una guerra que consideraban de vida o muerte para los planes de la Fraternidad Blanca a la que servían.

         En tiempos de la caída cultural de los pelasgos, mucho antes de que los Golen iniciasen su siniestro desplazamiento hacia Europa, el tema original se consteló como Mito, los Nombres fueron cambiando, y los significados se distorsionaron e invirtieron. En el Mito argivo, Perseo, por encargo del tirano de Sérifos a quien prometió imprudentemente traer “la Cabeza de Medusa”, se dirige a la Tartéside pues el Monstruo habita un bosque de la península ibérica: semejante localización no es gratuita puesto que Vides, el Señor de K'Taagar, fue denominado por los Sacerdotes Ides, Aides o Hades, el Señor de Tar, es decir, del Tártaro o Infierno, con lo que Thar-sis, Tar-téside, Tar-tessos, etc., pasaron a designar lugares infernales. A esa ubicación contribuyeron también, en gran medida, los Golen, cuando lograron observar la escultura de la Diosa Pyrena y la identificaron en todo el mundo antiguo como “la Gorgona Medusa”. Al Perseo argivo lo ayudan Hermes y Atenea, en quienes aún es posible reconocer a Navután y Frya. Navután, en efecto, fue llamado Hermes, Mercurio, Wothan, etc.; como Hermes, según los griegos, era hijo de una mujer “atlante”, hija de Atlante, y de un Dios (Zeus), lo que no está lejos de la genealogía del Gran Jefe de los Atlantes blancos; fue inventor de un alfabeto, de la lira y la siringa, las que canjeó a Febo, el Sol, por el caduceo con el que éste pastoreaba a sus rebaños: si se considera que el caduceo es una vara con dos serpientes enrolladas, que El Sol representa al Dios Creador, y el rebaño a los animales hombres, es fácil distinguir en la figura de Hermes a la del que ha comprendido, mediante un lenguaje, al Símbolo de la Serpiente con que el Dios Creador pastorea a sus siervos. Y Frya, por su parte, fue conocida como Atenea, Minerva, Afrodita, Freya, etc.; de Ella, los griegos decían que “había nacido ya armada”: era, pues, Diosa de la Guerra, de la Sabiduría, y del Amor.

         A partir de su viaje inverso a la Tartéside, el Perseo argivo comienza a comportarse como un claro exponente del Pacto Cultural: no consulta a las Vrayas sino que les roba el ojo común; éstas lo envían a Alsos, el hogar de las Alceides, es decir, a un bosque sagrado, donde encuentra a las Ninfas Melíades, las que no son otra cosa que personificaciones de los Fresnos; las Ninfas le suministran un saco de piel de grulla, donde colocará la Cabeza de Medusa, y unas sandalias que permiten volar; Hades le presta el casco de la invisibilidad; y Hermes le entrega una hoz con forma de media luna para cortar la cabeza del monstruo. Pero lo que más delata a esta falsificación engendrada por los Sacerdotes del Pacto Cultural es la prevención del Perseo argivo que teme convertirse en Hombre de Piedra. Porque en el Mito egeo no es una Sabiduría posterior sino la propia mirada de Medusa la que convierte en piedra; la Sabiduría, por el contrario, no está atrás de la Muerte sino afuera, junto a Perseo, definitivamente independizada e inalcanzable para él. Ella no permite que él se refleje en su Verdad Desnuda: se limita a colocar un espejo objetivo donde el “héroe” contemplará la Muerte sin que ésta lo atrape. Es toda la ayuda que le brinda Atenea: viéndola desde el espejo, Perseo clavará la hoz en el cuello de Medusa y dará muerte a la Muerte, sin que esta “hazaña” le permita alcanzar la inmortalidad. El espejo de Atenea es su escudo protector; la Cabeza de Medusa, obtenida en la inútil hazaña del perseo argivo, es colocada por la Diosa en el centro del escudo, dando a entender claramente que en esta Era, luego del triunfo del Pacto Cultural, la Sabiduría está escudada en la Muerte, sin que exista posibilidad alguna a los mortales de llegar a ella. Desde luego, esto es sólo una amenaza de los Sacerdotes del Pacto Cultural para desalentar la búsqueda de la liberación del Espíritu. En fin, como el Perseo argivo ni alcanzó la inmortalidad ni consiguió la Sabiduría, no podrá comprender a la Serpiente y por eso se ve obligado a matarla también, cosa que hará a la vuelta de su “hazaña”, cuando lucha contra un dragón y libera a Andrómeda, con la que se une y procrea numerosa prole.

 

         Finalmente, corriendo el riesgo de ser ejecutados sin piedad por los tartesios, los Golen lograron infiltrarse en el Bosque Sagrado y espiar el Ritual del Fuego Frío. Desde aquel infausto día, los Golen supieron que habían hallado un Rostro y un Hogar para Medusa. En pocos años, merced a su incesante prédica y a la de los incontables Sacerdotes que los secundaban en todos los pueblos del Pacto Cultural, se popularizó con renovado vigor la leyenda argiva de Perseo: los hijos de Forcis y Ceto, las Grayas, las Gorgonas, y la Serpiente que cuida el Arbol de las Manzanas de oro, habitan en un bosque sagrado de la Tartéside, región que pertenecía a la sazón al Reino de Tartessos. Lógicamente, no se verá con claridad la ventaja estratégica que podía significar para los Golen el reflotar y adaptar un “Mito” si partimos del principio erróneo de que entonces nadie creía en él o de que todo el mundo, aunque le concediese veracidad “legendaria”, sabía que ello “ya había ocurrido”. Pensar eso demostraría no conocer la ideología de los Golen. Junto con su revolucionaria concepción de la unidad de Dios en el Sacrificio ritual, los Golen sustentaban el asombroso concepto de que los Mitos tenían carácter profético. Vale decir, que los Mitos, y todo argumento procedente del Cielo o de los Dioses, jamás se cumplen del todo, jamás están realizados totalmente. Tenían fe ciega en que si se repetían las circunstancias y los personajes, el Mito, como una Profecía, se iba a desarrollar nuevamente en la Tierra ; en síntesis, afirmaban:

                                                                 

                   Lo que fue, eso será;

                   lo que se hizo, eso mismo se hará:

                   nada nuevo hay bajo el sol.

        

         De manera que, a  juicio de los Golen, si se profetizaba el Mito del Perseo argivo éste se iba a cumplir infaliblemente: entonces la sentencia de exterminio que pesaba sobre la Casa de Tharsis quedaría también cumplida.

         Por supuesto, no hay que engañarse con respecto a la actividad de un Mito descripto hasta en sus menores detalles: si bien en las mentes crédulas del pueblo, Perseo y Medusa, eran imaginados como personajes reales, los Reyes y jefes militares que ambicionaban el botín de Tartessos tenían en claro que se trataba de representaciones; en los siglos de la expansión tartesia, los que deseaban “emular a Perseo”, por ejemplo, sabían muy bien que la “Cabeza de Medusa” que debían cortar significaba “destruir a Tartessos”; algo semejante ocurría cuando en las guerras del siglo XIX se proponía “destruir al Oso”, aludiendo a “la conquista de Rusia”, o “humillar al León”, en lugar de “someter a Inglaterra”. Sin embargo, el hecho de que un Rey estuviese al tanto del sentido alegórico del Mito, no le resta a éste capacidad de actuar sino que, por el contrario, aumenta sus posibilidades de concretarse realmente: el que adopta inteligentemente el papel de personaje del argumento mítico, interpreta a la descripción del Mito como una especie de plan o proyecto a realizar; pero entonces no es el personaje quien actúa para realizar el proyecto del Mito sino el Mito el que, inconscientemente, motoriza al personaje para concretar el argumento: quien aspire a ser Perseo, acabará cortando la cabeza de Medusa, aunque crea que podrá auto-controlarse porque conoce el significado alegórico del personaje.  

         Así pues, Dr. Siegnagel, los Golen “dirigieron contra Tartessos el Mito de Perseo” como reacción a la expansión económica y militar que se desarrollaba fuera de su control y frustraba todos sus planes: la respuesta es ahora clara. Durante los siglos posteriores muchos serían los “Perseos” que intentarían la hazaña de conquistar Tartessos; y casi siempre, integrando las expediciones guerreras, guiando a los Reyes invasores o a los Jefes piratas, llegaba el Golen, caricatura de Hermes que señalaría la morada de las Grayas y la ubicación del Ojo único, es decir, de la Espada Sabia. Porque los Golen no olvidarían nunca su objetivo principal: robar la Piedra de Venus. Esa sería su parte del botín: todo lo demás, el oro y la plata, los muelles, barcos y prósperas ciudades, todo sería para el Perseo vencedor, para el “héroe” del Pacto Cultural. No era mucho lo que solicitaban y no serían pocos los que responderían a sus intrigantes propuestas. Empero, pese a esta ofensiva que se fundaba en la acción universal de un Mito y que obligaba a los tartesios a vivir en permanente estado de guerra, el Reino se defendió con éxito hasta el siglo III, época en que su poderío comenzó a declinar frente a otras potencias nacientes: Cartago, Grecia y Roma escribirían el final de la historia.

         Los griegos del período preclásico fueron muy receptivos a la Estrategia de los Golen y ello los condujo a emprender muchas expediciones de conquista contra Tartessos: desde sus pujantes colonias en Sicilia, Italia, Galia, y, finalmente, en la misma España, habrían acabado con Tartessos si no fuese porque debían cuidar sus espaldas del creciente poder de Roma. Los romanos, en cambio, se mostraron siempre amistosos con los tartesios y poco permeables a la influencia de los Golen: ello no debe extrañar si se recuerda que por las venas de la nobleza romana circulaba la sangre de los pelasgos de Etruria, parientes directos de los tartesios. El destino no reservaría, pues, ni a griegos ni a romanos la “hazaña” de destruir Tartessos. Sería un hombre de Cartago, un fenicio, un rojo o púnico, el nuevo Perseo que empuñaría la hoz de hierro, símbolo invertido y pervertido de la media luna, y cortaría la Cabeza de Medusa, dando así cumplimiento a la profecía de los Golen.

 

         En el siglo XII A.J.C., cuando los filisteos la ocupan y saquean, comienza la decadencia de Sidón, la ciudad más importante de Fenicia. Se inicia así el poderío de Tiro, que no cesaría de crecer hasta que Nabucodonosor, tras un sitio de trece años, la arruina definitivamente en el 574 A.J.C. Mas, para ese tiempo, Tiro se ha expandido en todo el mundo antiguo y posee colonias, como Gades (Cádiz), en el Sur de España, en las costas de Sicilia, en las Baleares, en Cerdeña, y, desde el 814 A.J.C., en las costas de Africa, donde han fundado la rica y próspera ciudad de Cartago. Con la ruina comercial de Tiro cobra preponderancia, a partir del siglo VI, la colonia cartaginesa, poseedora de la mayor flota del Mediterráneo occidental.

         Cartago alcanzó en la Historia la triste celebridad de haber constituido una sociedad amoral, formada por mercaderes cuya única ambición era la riqueza, que imponía su comercio con la protección de un ejército mercenario; sólo unos pocos Jefes militares, en efecto, eran cartagineses: el grueso del ejército estaba integrado por hombres sin patria y sin ley, vale decir, por soldados cuya patria era la del que más pagaba y cuya ley dependía del pago acordado. Pero lo que más impresionó siempre a los observadores, de manera análoga a la repugnancia que causó en los europeos del siglo XVI el conocer el sangriento Culto azteca de los Corazones Palpitantes, fue el Culto de Moloch, una deidad a la que se debían ofrendar permanentes sacrificios humanos para aplacar su inextinguible sed de vidas. En Tiro, los fenicios adoraban a Dioses muy semejantes a los de otros pueblos de la Mesopotamia y el Asia Menor: rendían Culto a la Diosa Astarté o Tanit, que para los asiriobabilonios era Ishtar o Innana, o Nana, para los griegos Io, para los egipcios Isis, y que en otras partes se llamaba Ashataroth, Cibeles, Atenea, Anatha, Hathar, etc.; y también ofrendaban a Adón, que equivalía al Adonis frigio; y creían en Melkarth, que correspondía al Heracles argivo; y ofrecían sacrificios a Baal Zebul, Baal Sidón, Baal Zaduk, Baal Il, Baal Tars, Baal Yah, etc., todos Nombres del Dios Creador al que se representaba ora como el Sol, ora como el planeta Júpiter u ora como una fuerza de la naturaleza. Fue en el siglo IX A.J.C., cuando el Rey Itobal, sacerdote de Astarté, casó a su hija Jezabel con el Rey Ajab de Israel, que los Golen se infiltraron en Tiro y trataron de unificar los Cultos en el Sacrificio al Dios Uno Il. Aquel intento no daría grandes resultados hasta el siglo siguiente, luego de que el Gran Rey Sargón II de Asiria conquistase el país de Canaán y los Golen se trasladasen a Cartago para oficiar como Sacerdotes del Culto a Moloch.

         Hay que advertir que el cartaginés fue el primer pueblo en el que los Golen se establecieron, fuera de los pueblos europeos que les estaban asignados por la Fraternidad Blanca, para cumplir con su misión de unificar los Cultos. Pero sería el primero y el último pues, según ellos mismos declaraban, su interés sólo estaba en trabajar sobre los Cultos de Europa: si permanecían en Cartago ello se debía pura y exclusivamente a la herejía tartesia, a la necesidad de orientar a aquel pueblo Perseo para que cortase la Cabeza de Medusa y diese cumplimiento a sus profecías. Y fue así como, impulsado por el siniestro designio de los Golen, el Culto de Moloch llegaría a dominar por el terror a todos los otros poderes del gobierno de Cartago: el Rey, la Nobleza, los Consejos de Estado, los Jefes militares, todos acabaron sometidos a Moloch y sus Sacerdotes Golen. Al final, todas las familias de Cartago estaban obligadas a ofrendar sus hijos primogénitos para ser sacrificados en la “boca de Moloch”, es decir, para ser arrojados en la boca de un ídolo de metal que daba a un horno incandescente; y allí terminaban sus días también los prisioneros, los esclavos, los acusados por algún delito, las vírgenes consagradas, o cualquiera que a los Golen se les ocurriese eliminar. Mas el Dios jamás estaba satisfecho: exigía más y más pruebas vivientes de la Fe del pueblo en el Sacrificio ritual; su Ley reclamaba una cuota de sangre difícilmente disponible. Quizás Moloch esperaba un Sacrificio aún mayor, quizás se calmaría con la ofrenda de todo el linaje que lo había ofendido, con el exterminio en Su Nombre de la estirpe de los Señores de Tharsis.

         Al estallar las guerras púnicas; en el año 264 A.J.C., los Golen creyeron llegada la oportunidad de dar cumplimiento a las Profecías. Y no sólo lo creyeron Ellos sino también los miembros de la Fraternidad Blanca, quienes enviaron desde Chang Shambalá a dos misteriosos personajes de nombre Bera y Birsa. Eran dos Sacerdotes de grado superior, a los que daban el título de “Inmortales”; dos Sacerdotes que por haber pertenecido en remotas Epocas a la misma Raza de los Golen, la Fraternidad Blanca les había encargado la misión de dirigir sus planes. Eran dos “Golen Supremos”, pues; que superaban cuanto pudiesen haber demostrado sus hermanos de Raza en materia de crueldad y artes diabólicas: entre otras potestades, por ejemplo, poseían la facultad de viajar por el Tiempo, dominio que mi familia comprobó amargamente toda vez que los mismos actores aparecieron en distintos siglos posteriores con el fin de procurar su destrucción. En aquella ocasión, Bera y Birsa se pusieron al frente de los Golen de Cartago para dirigir personalmente el ataque a Tartessos pues, aparte de la Raza, los unía a todos un mismo odio contra la Casa de Tharsis. El General Amílcar Barca sería el nuevo Perseo, el instrumento que el Mito empleaba para desarrollarse nuevamente en la Tierra. Con el propósito de que este militar demostrase ante el Dios Uno que estaba preparado para realizar la hazaña, se lo impulsó a que asesinase a cuarenta mil hombres de su ejército mercenario, a los que previamente se había incitado a la rebelión suprimiéndoseles el pago de la soldada: desde el Desfiladero del Hacha, un Río de sangre fue a parar así a las fauces de Moloch, para satisfacción de los Golen y como clara señal de que la profecía podría ser cumplida. A continuación el gobierno de Cartago, siguiendo las instrucciones de los Sacerdotes Golen, encargó en el año 237 A.J.C. a Amílcar Barca la conquista de España. Esta invasión, la última que iba a soportar Tartessos, fue el tema de una saga familiar de leyendas orales denominada “El Ataque de los Veintidós Golen”.

         Cuenta la saga que en el año 229, mediante un hábil e inesperado repliegue de tropas, el General Barca consigue “sorprender a Tartessos dormida”, como el Perseo argivo a Medusa, y la somete a sangre y fuego. Empero, mientras los soldados se entregan a la matanza y al saqueo, otros hechos están sucediendo. Acompañando al ejército cartaginés han llegado hasta Tartessos veintidós Golen, es decir, veinte Sacerdotes Golen conducidos por Bera y Birsa. El Mito del Perseo argivo se ha hecho realidad, la profecía se está cumpliendo en ese momento, y es necesario actuar con rapidez y precisión: en tanto los veinte Golen ocupan el Bosque Sagrado, y efectúan los rituales convenientes para consagrarlo al Dios Uno El Moloch y neutralizar la influencia mágica de Pyrena, los Inmortales Bera y Birsa irán en busca de la Espada Sabia. Los Golen se aplican a su tarea y pronto se encuentran profanando la Lámpara de Pyrena, concentrados junto al Manzano de Tharsis y a la escultura de la Diosa. Lo que ocurre a continuación obedece a que cada uno comete un error de evaluación sobre la capacidad y el modo de reacción del adversario: los Golen erraron al no considerar la locura mística y heroica que los Hierofantes tartesios disponían por ser descendientes de los Señores de Tharsis; y los Hierofantes subestimaron los poderes y la determinación de los Golen, quizá por desconocer hasta entonces la existencia de los Inmortales como Bera y Birsa.

         El error de los Golen fue suponer que los Hierofantes, desprevenidos tanto como los centinelas de Tartessos, aceptarían con resignación la pérdida del santuario del Bosque Sagrado o que, a lo sumo, ofrecerían resistencia armada, caso en el que actuaría en su defensa una tropa que los escoltaba. La realidad, muy distinta, era que los Hierofantes habían considerado muchos años antes la posibilidad de que el Bosque Sagrado cayese en poder del Enemigo y tenían tomada, ya, una decisión al respecto: jamás permitirían que ello ocurriese; la caída del Bosque Sagrado implicaría, necesariamente, su destrucción. Por eso cuando el fuego, que avanzaba perimetralmente, rodeó y abrasó el centro del Bosque, los veinte Golen y la Guardia no pudieron hacer nada para evitar la horrible muerte: los esqueletos carbonizados mostraron, después, que todos se habían refugiado bajo el Manzano de Tharsis y que finalmente ardieron y se consumieron como éste y los restantes árboles del Bosque. Todo se incineró en aquel incendio que había sido cuidadosamente planificado durante años y preparado mediante una estudiada distribución de leña seca en distintas partes del área: al ingresar al Bosque Sagrado en tren de conquista los Golen no ganarían una plaza sino que caerían en una trampa mortal. Por supuesto, ellos jamás hubiesen supuesto que los Hierofantes tartesios “sacrificarían” su Bosque Sagrado antes de verlo ocupado por el Enemigo y esta reacción sería tomada como una lección por los Golen que, en lo sucesivo, continuarían luchando contra los descendientes del Pacto de Sangre.

         Y la subestimación que los Hierofantes cometieron al evaluar el real poder de los Golen a punto estuvo de causar la pérdida definitiva de la Espada Sabia. Si ello no ocurrió el mérito sólo debe atribuirse al valor increíble de las Vrayas; y a una lealtad al Pacto de Sangre que iba más allá de la muerte. El caso era que a unos veinte kilómetros de Tartessos, sobre la ladera del Cerro Candelaria, se hallaba la entrada secreta a una Caverna que había sido acondicionada en tiempos remotos por los Atlantes blancos: era una de las obras que se debían conservar de acuerdo al compromiso del Pacto de Sangre. Naturalmente, luego de la derrota cultural de los iberos tal compromiso se olvidó y la Caverna, oculta y solitaria, permaneció abandonada miles de años. Sin embargo, los efectos purificadores de la prueba de familia que culminaron con la Reforma del Fuego Frío, causó su redescubrimiento, a pesar de que no todos, ni en cualquier momento, podían penetrar en ella: el motivo era que la entrada secreta estaba señalada con las Vrunas de Navután y sólo los de Sangre Pura, los que eran capaces de escuchar la Lengua de los Pájaros, lograban encontrarla; quien no reunía estos requisitos no conseguía descubrirla ni así estuviese delante de ella. Pues bien, esa Caverna había sido elegida por las actuales Vrayas para guardar la Espada Sabia. Un corredor de guerreros tartesios se formó para permitir la salida de Tartessos de las Vrayas y salvar, a último momento, la valiosa herencia de los Atlantes blancos: muchos perecieron para consumar este heroico rescate, muchos que hoy han de estar inmortalizados por su valor, aguardando en K'Taagar el momento en que regresarán a ocupar sus puestos de combate, cuando se libre sobre la Tierra la Batalla Final. Gracias a su leal entrega, las Vrayas, que en ese tiempo eran la Reina de Tartessos y dos princesas, pudieron llegar hasta la entrada secreta de la Caverna. En verdad iban perseguidas tan de cerca por Bera y Birsa que sólo una princesa, portando la Espada Sabia, logró atravesar el umbral, mientras las otras dos Vrayas se retrasaban para detenerlos. Y aquí fue donde se vio el terrible poder de los Inmortales Golen pues, aún cuando las Vrayas los enfrentaban con sus temibles hachas de piedra, ellos no necesitaron emplear arma alguna para dominarlas, salvo sus artes demoníacas. El Poder de la Ilusión, en el cual eran Maestros, les bastó para inmovilizarlas y apoderarse de ellas. Empero, la Espada Sabia ya estaba a salvo en la Caverna Secreta puesto que a los Golen, que sólo poseían Alma pero carecían de Espíritu, les resultaría imposible comprender las Vrunas de Navután.

         La saga familiar concluye esta parte de la historia narrando el espectáculo observado por los Hierofantes tartesios cuando se dirigieron a la Caverna Secreta, luego de incendiar el Bosque Sagrado. Tendidos en el suelo de la base del Cerro Candelaria, no muy lejos de la entrada secreta que ellos no habían conseguido encontrar, estaban los cadáveres de la Reina de Tartessos y la princesa espantosamente mutilados: de aquel cuadro resultaba evidente que Bera y Birsa sometieron a cruel tormento a las valientes Iniciadas con el objetivo de obligarlas a confesar la clave de la entrada secreta; y era indudable que ellas habían preferido morir con Honor antes de traicionar la misión familiar y el Pacto de Sangre; habían así resistido primero a la presión mágica del encantamiento de los Golen, con Voluntad de acero, y después a la tortura física, a la Prueba del Dolor. Entonces, seguramente al comprobar el fracaso de sus planes y temiendo un enfrentamiento con los Hombres de Piedra, los Inmortales se apresuraron a asesinarlas y a partir hacia la Isla Blanca, no sin dejar tras de sí una inequívoca señal de sus infernales presencias: antes de irse, escalpelaron los dos cadáveres y se llevaron la totalidad del cabello, las dos trenzas teñidas con lechada de cal que las Vrayas, como todas las Iniciadas consagradas a Io-a, lucían hasta los tobillos. Y con la sangre que se escurría desde los cráneos desnudos, escribieron en lengua fenicia sobre una roca algo así como: el castigo para los que ofendan a Yah provendrá del Jabalí. Sin dudas, otra de sus malditas profecías.

 

 

 

 

Decimoprimer Día

 

 

       Así, estimado Dr. Siegnagel, desapareció para siempre el Reino de Tartessos. El General Barca representó nuevamente el Mito del Perseo argivo, al cortar la Cabeza de Medusa, y también el de Heracles Melkarth, al vencer al pueblo triple de los Geriones. No obstante, aunque de Tartessos no quedó piedra sobre piedra, el Bosque Sagrado se redujo a cenizas, y la escultura de Pyrena fue demolida por orden de Amílcar Barca, la profecía Golen no se cumplió puesto que la Piedra de Venus, el Ojo único de las Vrayas, no pudo ser robado por Bera y Birsa. Eso demuestra que aunque sea cierto que los argumentos míticos pueden desarrollarse muchas veces sobre la Tierra, su repetición no siempre es idéntica y hasta pueden deparar más de una sorpresa a quienes los hayan propiciado. En esta ocasión no sólo falló la profecía, al quedar a salvo la Espada Sabia, sino que la sentencia de exterminio que pesaba sobre la Casa de Tharsis tampoco pudo ser cumplida.

         En el Mito argivo, cuando Perseo clava la hoz en el cuello de Medusa, de la herida surgen dos seres extraordinarios: Crisaor y Pegaso. De acuerdo con el Mito, sólo Poseidón, el Rey de la Atlántida y Dios del Mar Occidental, se atrevió a amar a Medusa, en la que engendró dos hijos, Crisaor y Pegaso, los que nacerían de la herida infrigida por Perseo. Crisaor sería un gigante destinado a desposar a Calirroe (Kâlibur), una “Hija del Mar”, de cuya unión nacería el Gigante triple Geriones. Creo, Dr. Siegnagel, que la última manifestación del Mito, concretada en el drama de Tartessos, determinaría su repetición hasta en los menores detalles, a pesar de no cumplir, felizmente, con la profecía de los Golen. Creo, por ejemplo, que efectivamente del cuello seccionado de Medusa, de las ruinas de Tartessos, nació Crisaor, el gigante Hijo de Poseidón: éste fue, sin dudas, Lito de Tharsis, que, como verá más adelante, desposó a una Hija del Mar, a una princesa de América, “la otra orilla del Mar Occidental”; Crisaor nacería armado con una Espada de Oro, igual que Lito de Tharsis, quien partiría hacia América portando la Espada Sabia de los Reyes iberos. Y creo también que como Pegaso es mi hijo Noyo, quien ha nacido con alas para volar hasta las Moradas de los Dioses Liberadores y, como él, tiene el poder de abrir las Fuentes con sus golpes, sólo que en su caso se trata de las Fuentes de la Sabiduría.

        

         Los sobrevivientes de la Casa de Tharsis, curiosamente dieciocho en total, se hallaban reunidos cerca de la Caverna Secreta, en una estrecha terraza protegida naturalmente con enormes rocas que permitían una cierta defensa y desde la cual se podía dominar la ladera de la sierra. Cuenta la saga familiar que, un momento antes, los Hombres de Piedra, únicos que sabían ingresar en ella, habían sostenido un consejo en la Caverna Secreta: frente al desastre que se abatía contra la Casa de Tharsis, juraron dedicar todos los esfuerzos para dar cumplimiento a la misión familiar y para salvar a la Espada Sabia. Era preciso que la Estirpe continuase existiendo a cualquier costo; en cuanto a la Espada Sabia, decidieron que, tras la muerte de la última Vraya, quedase perpetuamente depositada en la Caverna Secreta, por lo menos hasta el día en que otros Hombres de Piedra, descendientes de la Casa de Tharsis, observasen en ella la Señal Lítica de K'Taagar y supiesen que deberían partir: hasta esa ocasión la Espada Sabia no volvería a ver la luz del día.

         Al salir, comunicaron estas determinaciones a sus parientes y requirieron noticias sobre el Reino. Pero las noticias que llegaban al improvisado refugio eran extrañas y contradictorias. Se debería descartar una pronta ayuda de los romanos pues los Golen habían sublevado contra ellos a todos los pueblos de las Galias, cortándoles el camino hacia España: el acudir en socorro de Tartessos exigía ahora una expedición muy numerosa, que dejaría desguarnecida a la misma Roma. Por otra parte, en Tartessos, la victoria cartaginesa había sido aplastante: toda la tartéside estaba en poder del General Barca, lo que completaba la ocupación total del Sur de España. A los Señores de Tharsis sólo les quedaban sus vidas y un batallón de fieles y aguerridos guardias reales. Sin embargo, algo extraño y contradictorio ocurrió.

         Amílcar Barca, es cierto, hizo arrasar Tartessos hasta convertirla en escombros. En esta acción tanto él, como el ejército mercenario, actuaron movidos por una furia homicida que superaba todo razonamiento, por una fuerza indominable que se apoderó de ellos y no los abandonó hasta no haber destruido completamente la ciudad ya ocupada. Fue como si el odio experimentado durante siglos por los Golen contra la Casa de Tharsis se hubiese acumulado en algún oscuro recipiente, quizás en el Mito de Perseo, para descargarse todo junto en el Alma de los cartagineses. Empero, luego de consumarse la irracional destrucción, el General Barca y los Jefes militares que lo acompañaban recobraron bruscamente la lucidez, no siendo ajeno a ese fenómeno la muerte de los veinte Golen y la partida de Bera y Birsa. Momentáneamente, algo se había interrumpido, algo que impulsaba al General Barca a desear la aniquilación de la Casa de Tharsis; y no quedaban más Golen en la tartéside para reiniciarlo. Entonces, libre por el momento de la pasión destructiva del Perseo argivo, Amílcar Barca obró con la sensatez de un auténtico cartaginés, es decir, pensó en sus intereses personales. Para Amílcar Barca el enemigo no estaba solamente en Roma; allí, en todo caso, estaba el enemigo de Cartago; pero en Cartago también estaban los enemigos de Amílcar Barca, los que envidiaban su carrera de General exitoso y desconfiaban de su poder; los que lo habían enviado ocho años antes a conquistar aquel país inhóspito y no tenían intenciones de hacerlo regresar.     

         Pero Amílcar Barca les pagaría con la misma moneda, demostraría hacia el Gobierno de Cartago la misma indiferencia y usufructuaría en provecho propio y de su familia el inmenso territorio conquistado: ¡España sería la Hacienda particular de los Barca! Mas, para eso, habría que contar con la imprescindible colaboración de la población nativa, que había manejado hasta entonces al país y conocía todos los resortes de su funcionamiento. Y aquellos pueblos belicosos, que fueron libres por siglos, no se someterían fácilmente a la esclavitud, esto lo advertían claramente los Bárcidas, a menos que sus propios Reyes y Señores los convenciesen de que era mejor no resistir la ocupación. La solución no sería imposible pues, según la particular filosofía de los cartagineses, “sólo debería ser destruido aquel que no pudiese ser comprado”.

         La extraña y contradictoria noticia llegó así al refugio de los Señores de Tharsis: Amílcar Barca les ofrecía salvar sus vidas si renunciaban a todo derecho sobre la tartéside y aceptaban entrar a su servicio para gobernar el país; en caso contrario, serían exterminados como reclamaban los Golen. Con mucho dolor, pero sin alternativas posibles, los Señores de Tharsis tuvieron que acceder a tan deshonrosa oferta: lo hacían por un interés superior, por la misión familiar y la Espada Sabia.

         Una vez arreglada la rendición, los de Tharsis pasaron a servir a los Bárcidas y se ocuparon de pacificar la tartéside y reorganizar la producción agrícola e industrial. Por la buena disposición demostrada se los recompensó con una granja situada muy cerca del emplazamiento de la desaparecida Tartessos, adonde viviría en adelante la “familia Tharsis”, salvo los miembros que desempeñaban funciones en las ciudades o acompañaban a los Bárcidas en los viajes de inspección. Mientras duró la ocupación cartaginesa, no obstante la protección asegurada por los Bárcidas, la tranquilidad fue escasa debido a las constantes acechanzas de los Golen, que exploraron palmo a palmo la región buscando la Espada Sabia y habían sumado ahora la muerte de veinte de los suyos a la lista de cargos a saldar por la Casa de Tharsis.

         A la muerte de Amílcar Barca, en el 228 A.J.C., le sucede su hijo Asdrúbal Barca, pero, tras ser asesinado en el 220 A.J.C., asume el mando del ejército cartaginés el hijo de éste, Aníbal Barca. El nieto de Amílcar invade la colonia griega de Sagunto en el año 219 A.J.C., que estaba bajo la protección de Roma, e inicia con esa acción la segunda guerra púnica, que finalizaría en el 201 A.J.C., con la rendición incondicional de Cartago. ¡Treinta años después de la destrucción de Tartessos, España se veía libre para siempre del invasor cartaginés! Pero ya era tarde para Tartessos: el nuevo ocupante romano no abandonaría la península hasta la desmembración de su propio imperio, seiscientos años más tarde.

 

         Con los romanos la Casa de Tharsis tuvo un relativo buen pasar pues se la consideró como una nobleza nativa aliada y se les restituyeron las funciones de gobierno de la región, ahora provincia romana, sujetos a la ley de la República y a la autoridad de un procónsul o propretor. La región de la antigua Tartessos, entre los ríos Tinto y Odiel, quedó comprendida en la provincia de “Bética”, denominada así por el río Betis, hoy Guadalquivir, que se extendía hasta el río Anas, hoy  Guadiana, frontera de la Lucitanía; los romanos dieron a los tartesios el nombre de “turdetanos” y a la tartéside el de “turdetanía”: en pocas décadas la turdetanía se romanizó, el uso del latín se popularizó, y se constituyeron grandes latifundios rurales, propiedad de los gobernadores de provincia, magistrados, o Jefes de ejército.

         Hacia el siglo I A.J.C. la Casa de Tharsis se había emparentado con la nobleza romana y era bastante poderosa en la Bética, una provincia que contaba con 175 ciudades, muchas de ellas ricas y pujantes como Córduba (Córdoba), Gades (Cádiz), Hispalís (Sevilla) o Malaca (Málaga). Sobre la base de la hacienda cedida por los cartagineses y las restituciones hechas por los romanos, los Señores de Tharsis desarrollaron una Villa romana rústica, edificando una Residencia Señorial y ensanchándola con la adquisición de grandes extensiones de campos para cultivo; cereales, olivos, y vides, integraban la principal producción, además de algunos minerales que aún se explotaban en la sierra Catochar. Cabe aclarar que los romanos la catastraron como “Villa de Turdes” y que sus moradores fueron llamados “Señores de Turdes” mientras gobernó el Imperio Romano, aunque yo los seguiré mencionando Señores de Tharsis para mantener la continuidad del relato.

         Como todas las familias de terratenientes hispano romanos poseían una vivienda en la Ciudad donde permanecían la mayor parte del año; sin embargo, siempre que podían, preferían retirarse a la finca campestre pues su mayor interés era estar cerca de la Caverna Secreta.

         Los Golen no tenían ninguna posibilidad de influir sobre la población romana y su poder sólo se conservaba intacto en la Lusitanía, en algunas regiones de la Galia, en Britania e Hibernia. Después de las campañas de Julio César, este poder pareció decrecer completamente y, durante un tiempo, se creyó que la amenaza estaba definitivamente conjurada. Esto, como se vio luego, era un error de apreciación, una nueva subestimación sobre la capacidad de los Golen para llevar a cabo sus planes.

         Con respecto al Culto del Fuego Frío, los Señores de Tharsis no tuvieron problemas en reimplantarlo pues los romanos eran notablemente tolerantes en materia religiosa y, además, ellos también adoraban el Fuego desde Epocas remotas. En la Villa de Tharsis construyeron un lararium dedicado a Vesta, la Diosa romana del Fuego del Hogar: allí frente a la estatua de la Diosa Vesta-Pyrena, ardía la Lámpara Perenne del Hogar, la flamma lar que no debía apagarse nunca. A pesar de tratarse ahora de un Culto privado, la Casa de Tharsis no había perdido su fama de familia de místicos y taumaturgos, y pronto su Villa se convirtió en otro lugar de peregrinación para los buscadores del Espíritu, sin alcanzar, naturalmente, las proporciones de la Epoca de Tartessos. La familia dio a Roma buenos funcionarios y militares, aparte de contribuir con su producción de alimentos y minerales, pero también la proveyó de Arúspices, Augures y Vestales.

 

 

 

 

Decimosegundo Día

 

 

       El emperador Constantino, con el edicto de Milán del año 313, legaliza al Cristianismo y le concede derechos equivalentes a los de los Cultos paganos oficiales. Hacia el final del siglo IV, en el año 381, y por obra del emperador Teodosio I, se declara al Cristianismo “religión oficial del Estado” y se prohíben los Cultos paganos; en 386 se ordena, mediante un decreto imperial, “el cierre de todos los templos paganos”; y en 392, por ley imperial, “se considera y castiga el Culto pagano como crimen de lesa majestad”, es decir, sancionado con la pena de muerte. Estas medidas no afectaron a los Señores de Tharsis pues años antes ya habían adoptado el Cristianismo como religión familiar. El Culto de Jesús Cristo provenía del país de Canaán, la patria de los Golen, y tal origen resultó, como es lógico, sospechoso de entrada; pero además estaba el pretendido fundamento cultural del drama de Jesús: las profecías registradas en un conjunto de libros canónicos de los hebreos, quienes afirmaban ser “el Pueblo Elegido del Dios Creador”. Nada de esto convencía a los Señores de Tharsis y, por el contrario, cuanto más observaban aquel nuevo Culto oriental, más se persuadían de que tras él se ocultaba una colosal conspiración urdida por la Fraternidad Blanca. ¿Cómo fue, entonces, que adoptaron el Cristianismo como religión familiar? Porque, por sobre la procedencia del Culto y la filiación de sus cultores, existía un hecho incuestionable: que la historia narrada en los evangelios era en parte verdadera. Esto lo podían asegurar los Señores de Tharsis sin ningún género de dudas pues ellos la conocían desde miles de años atrás, mucho tiempo antes de que Jesús viviese en Palestina. Pues aquélla era, indudablemente, una nueva versión de la historia de Navután.

         Para conocer la historia en toda su pureza habría que remontarse miles de años en el pasado, hasta la Epoca de los Atlantes blancos, Padres de todos los pueblos blancos del Pacto de Sangre. Ellos aseguraban estar guiados por Navután, el Gran Jefe Blanco que había descubierto el secreto del encadenamiento espiritual y les había revelado el modo en que el Espíritu podría abandonar la materia y ser libre y eterno más allá de las estrellas, es decir, más allá de las Moradas de los Dioses y de las Potencias de la Materia. De acuerdo con los relatos de los Atlantes blancos, Navután era un Dios que existía, libre y eterno como todos los Espíritus Hiperbóreos, allende las estrellas. El Dios Incognoscible, de quien nada puede afirmarse desde más acá del Origen, Navután, y otros Dioses, estaban furiosos porque un sector de la Raza del Espíritu se hallaba detenida en el Universo de la Materia: y la ira no iba dirigida solamente contra las Potencias de la Materia que retenían a los Espíritus, sino también contra el Espíritu débil, contra el Espíritu carente de Voluntad Graciosa para quebrar la Ilusión del Gran Engaño y liberarse por Sí Mismo. En la Tierra, el Espíritu había sido encadenado al animal hombre para que su fuerza volitiva acelerase la evolución de la estructura psíquica de éste: y tan férreo era el encadenamiento, tan sumido estaba el Espíritu en la naturaleza anímica del animal hombre, que había olvidado su Origen y creía ser un producto de la Naturaleza y de las Potencias de la Materia, una creación de los Dioses. En otras ocasiones, desde que el Espíritu permanecía en la Tierra, los Dioses Liberadores, sus Espíritus Hermanos, acudieron en su ayuda y muchos fueron liberados y regresaron con Ellos: por esa causa, se libraron terribles Batallas contra las Potencias de la Materia. Ultimamente, por ejemplo, había atravesado el Origen, y se había presentado ante los hombres de la Atlántida, el Gran Jefe de Toda la Raza Hiperbórea prisionera, el Señor de la Belleza de las Formas Increadas, el Señor del Valor Absoluto, el Señor de la Luz Increada, el Enviado del Dios Incognoscible para Liberar al Espíritu, es decir, el Kristos de Luz Increada, Kristos Luz, Luci Bel, Lúcifer, o Kristos Lúcifer. Pero la manifestación de Kristos Lúcifer en la Atlántida causó la destrucción de su civilización materialista: la Batalla de la Atlántida culminó con el hundimiento del continente, mucho después de que Aquél hubiese regresado al Origen.

         En esas circunstancias, frente a la catástrofe inminente de la Atlántida, se desarrolla la historia de Navután. Los hombres amarillos, los hombres rojos, los hombres negros, todos perecerán en un cataclismo peor que el que se avecina en la Atlántida: el que preocupa a los Dioses Liberadores es el cataclismo espiritual, el abismo en el que se sumergirán aún aquellos que sobrevivan al hundimiento de la Atlántida; y ese resultado parece inevitable debido a la insistencia y tenacidad con que la Fraternidad Blanca mantiene el encadenamiento espiritual, pero, más que nada, debido a la imposibilidad demostrada por el Espíritu para evitar la Ilusión y despertar del Gran Engaño; esas Razas, estratégicamente confundidas, seguirán ciegamente a los Sacerdotes Atlantes, quienes las conducirán con derechura hacia su definitiva decadencia espiritual. La Raza blanca es la única, en ese momento, que dispone de una posibilidad de liberación, posibilidad que los Dioses no van a ignorar. Pero el hombre blanco se halla muy dormido, con el Espíritu muy sumergido en la Ilusión de la Materia, muy proyectado en el Mundo Exterior: no será capaz de comprender la Revelación Interior del Espíritu, no podrá liberarse por Sí Mismo. Se hace necesaria una Revelación Exterior del Espíritu apta para la Raza blanca, mostrar desde afuera al hombre blanco una vía de liberación que conduzca a la Sabiduría Hiperbórea: para eso desciende Navután al Infierno. Navután, “Dios libre y eterno”, acepta bajar al Infierno, venir al Mundo de la Materia, y nacer como hombre blanco. Y como hombre blanco, realizar la hazaña de liberar por Sí Mismo su Espíritu encadenado: demostrará así a los hombres, con el ejemplo de Su Voluntad, el camino a seguir, la Orientación hacia el Origen.

         Resumiendo, la historia que los Atlantes blancos trasmitieron en forma de Mito a los pueblos nativos, sería la siguiente. Vivía en la Atlántida una Virgen Blanca Muy Santa, consagrada al servicio del Dios Incognoscible y entregada a la contemplación de la Luz Increada. Afligida por la terrible hambruna que azotaba a su pueblo, aquella Virgen pidió auxilio al Incognoscible; y este Dios Supremo, cuya Voluntad es la Gracia, le enseñó un camino hacia el Planeta Venus. Ya allí, la Virgen recibió del Enviado del Incognoscible varios ejemplares de la Planta del Trigo, con la que se saciaría el hambre material de los hombres, una Vara, que serviría para medir la Traición Blanca, y la semilla de un Niño de Piedra, que algún día sería hombre, se pondría a la cabeza de la Raza Blanca, y saciaría su hambre espiritual. Al regresar de Venus, la Virgen Blanca, que no había tenido jamás un contacto carnal con ningún hombre, estaba encinta de Navután. Los Dioses Liberadores le habían anunciado ya que sería madre y daría a luz un niño cuya Sabiduría espiritual libraría a la Raza blanca de la esclavitud material. Una serpiente intenta impedir que la Virgen cumpla su cometido pero Ella la mata aplastándole la cabeza con su pie derecho. Pasado el plazo, la Virgen alumbra a Navután y lo educa como Guerrero Constructor, contando con la ayuda de los Guardianes de la Sabiduría Lítica.

         Existía en la Atlántida un sendero que conducía hasta un Jardín Encantado, el cual había sido construido por el Dios de la Ilusión. Crecía allí un Antiguo Arbol Granado, conocido como el Arbol de la Vida y también como el Arbol del Terror, cuyas raíces se extendían por toda la Tierra y cuyas ramas se elevaban hasta las Moradas Celestes del Dios de la Ilusión. Cerca de ese Granado Hechizado se hallaba un Arbol Manzano, tan Antiguo como Aquél, al que se llamaba el Arbol del Bien y del Mal o el Arbol de la Muerte. Era creencia corriente entre los Atlantes que el hombre, en un Principio, había sido inmortal: la causa de que el hombre tuviese que morir se debía a que los Grandes Antepasados habían comido del Fruto de este Arbol y la Muerte se había trasmitido a los descendientes como una Enfermedad. En verdad, la sangre del Arbol, su Savia Maldita, se había mezclado con la Sangre Inmortal del Hombre Original y regulaba desde adentro la Vida y la Muerte. Y nadie conocía el Remedio para esa Enfermedad. Navután, que carecía de padre humano, había nacido inmortal como los Hombres Originales, pero su inmortalidad era, por eso mismo, esencial, propia de su especial naturaleza espiritual; en consecuencia, su inmortalidad era incomunicable a los res-tantes hombres blancos, no servía para que ellos recuperasen la inmortalidad perdida. Por eso Navután, con el apoyo de su Divina Madre, la Virgen Ama, decide hacerse mortal y descubrir para los hombres el secreto de la inmortalidad.

         Desde que los Grandes Antepasados comieran el Fruto del Arbol de la Muerte, nadie se atrevía a acercarse a él por temor a la Muerte. Pero Navután era inmortal como los Grandes Antepasados y pudo, como Ellos, aproximarse sin problemas. Una vez junto al Arbol, Navután cortó y comió el Fruto prohibido, quedando inmediatamente hechizado por la Ilusión de la Vida: ahora sólo le faltaba descubrir el secreto de la Muerte sin morir, puesto que si perecía en el intento jamás podría comunicar la Sabiduría a los hombres blancos. Es entonces cuando Navután se auto-crucifica en el Arbol del Terror, para vencer a la Muerte, y pende nueve noches de su tronco. Empero, mientras el tiempo transcurría, la Muerte se avecinaba sin que Navután consiguiese comprender su secreto. Al fin, ya agonizante, el Gran Jefe Blanco cerró su único ojo, que mantenía fijo en la Ilusión del Mundo, y miró hacia el Fondo de Sí Mismo, en una última y desesperada reacción para salvar la vida que se apagaba sin remedio. Y en la cima de Sí Mismo, en medio de la Negrura Infinita de la Muerte insinuada, vio surgir una Figura Resplandeciente, un Ser que era Pura Gracia: se trataba de Frya, la Alegría del Espíritu, su Divina Esposa del Origen que acudía en su auxilio.

         Cuando Navután abre nuevamente su ojo, Frya sale por él y se interna en el Mundo del Gran Engaño: va a buscar el secreto de la Muerte para salvar a su Esposo agonizante. Sin embargo no logra conseguirlo y el tiempo se acaba inexorablemente. Al fin, sin desesperar, Frya se dirige a Hiperbórea para consultar a los Dioses Liberadores; Ellos le aconsejan buscar a un Gigante bicéfalo que habita en un Mundo situado bajo las raíces del Arbol del Terror y que ejerce el oficio de clavero: a ese Gigante debe robarle la Llave Kâlachakra, pues en ella los Dioses Traidores han grabado el secreto de la Muerte. El Mito de los Atlantes blancos es aquí muy complejo y sólo conviene mencionar que Frya, transformada en Cuervo, desciende al Mundo del Gigante bifronte y le roba la Llave Kâlachakra: mas, para conseguirla, ha tenido que convertirse en asesina y prostituta; Frya, en efecto, quiebra con un golpe de su hacha la Llave Kâlachakra, pero el paletón, al caer, se transforma en siete gigantes de siete cabezas cada uno, quienes “duermen para que las Razas raíces vivan por ellos”; acto seguido, y sin alternativas pues está urgida por el tiempo, Frya se viste con el Velo de la Muerte que aquellos gigantes tienen sujeto con un lazo en cada cuello: luego los despierta sucesivamente y se entrega a ellos como amante, pero inexorablemente los va decapitando en la culminación del orgasmo; y las cabezas de los Gigantes, ensartadas en una cuerda o sutrâtma, forman el collar de Frya Kâlibur, en el que cada cráneo representa un Signo del Alfabeto Sagrado de la Raza Blanca. Por fin el Velo de la Muerte queda suelto y Frya, nuevamente transformada en cuervo, regresa velozmente junto a Navután.

         Pero ya es tarde: justo en el momento de llegar, Navután exhala el último suspiro y su ojo se está cerrando para siempre. Frya comprende que será imposible revelarle a Navután el secreto de la Muerte pues acaba de morir y ya no podrá leer la Llave Kâlachakra. Y es así como, sin perder un instante, Frya toma la decisión que salvará a Navután y a la Raza blanca: se transforma en Perdiz y penetra nuevamente en Navután. La Llave Kâlachakra debe dejarla afuera, puesto que sólo Ella puede existir en el Fondo de Sí Mismo. Frya debe revelar a Navután el Secreto de la Muerte, no sólo para lograr su resurrección, sino también para que su Esposo lo comunique a los hombres; de otra manera su inmolación habría sido en vano. Mas ¿cómo exponer a Navután el Secreto de la Muerte sin la Llave Kâlachakra, sin mostrarle ese instrumento del encadenamiento espiritual, para su comprensión? Y Frya lo decide en ese instante: como perdiz, danzará el Secreto de la Vida y de la Muerte. Expresará, con la danza, la Más Alta Sabiduría que le sea posible comprender al hombre mortal desde Afuera de Sí Mismo.

         Y Frya, danzando en el Fondo de Sí Mismo, revela a Navután el Secreto procedente de Afuera de Sí Mismo. Y Navután lo comprende, se corta el hechizo causado por el Fruto del Arbol de la Vida y de la Muerte, y resucita nuevamente como inmortal. Y al bajar de su crucifixión en el Arbol, repara que su cuerpo se ha trasmutado y ahora es de Piedra Pura; y que puede comprender y expresar la Lengua de los Pájaros. Entonces Navután enseña a los Atlantes blancos las trece más tres Vrunas mediante la Lengua de los Pájaros y los encamina a comprender el Signo del Origen, “con lo que obtendrán la Más Alta Sabiduría, serán inmortales mientras el Espíritu permanece encadenado al animal hombre, y conquistarán la Eternidad cuando ganen la Batalla contra las Potencias de la Materia y sean libres en el Origen”.

         Hasta aquí resumí, Dr. Siegnagel, la historia de Navután, de acuerdo al relato mítico de los Atlantes blancos. Es fácil advertir que tenía muchos puntos comunes con la historia evangélica de Jesús Cristo: ambas historias tratan de un Dios hecho hombre; ambos Dioses nacen de una Virgen; ambos mueren por crucifixión voluntaria; ambos resucitan; ambos dejan el testamento de su Sabiduría; ambos forman discípulos a los que revelan la “buena nueva”, que estos deberán comunicar a sus semejantes; ambos afirman que “el Reino no es de este Mundo”; etc. Pero es evidente que existen, también, diferencias fundamentales entre ambas doctrinas. Quizá las más acentuadas sean las siguientes: Navután viene para liberar al Espíritu del Hombre de su prisión en el Mundo del Dios Creador; el Espíritu es Increado, es decir, no Creado por el Dios Creador y, por lo tanto, nada de lo que aquí acontece puede mancillarlo esencialmente y mucho menos afectarlo éticamente; el Espíritu es Inocente y puro en la Eternidad del Origen; de allí que Navután afirme que el Espíritu Hiperbóreo, perteneciente a una Raza Guerrera, sólo puede manifestar una actitud de hostilidad esencial hacia el Mundo del Dios Creador, sólo puede rebelarse ante el Orden Material, sólo puede dudar de la Realidad del Mundo que constituye el Gran Engaño, sólo puede rechazar como Falso o Enemigo a todo aquello que no sea producto de Sí Mismo, es decir, del Espíritu, y sólo puede alentar un único propósito con Sabiduría: abandonar el Mundo del Dios Creador, donde es esclavo, y regresar al Mundo del Incognoscible, donde será nuevamente un Dios. Contrariamente, Jesús Cristo viene para salvar al Alma del Hombre del Pecado, de la Falta a la Ley del Dios Creador; el Alma es Creada por el Dios Creador y debe obedecer ciegamente a la Ley de su Padre; todo cuanto aquí acontece afecta éticamente al Alma y puede aumentar su cuota de Pecado; el Alma no es inocente ni pura pues el hombre se halla en este Mundo como castigo por un Pecado Original cometido por los Padres del Género Humano y hereda, por consiguiente, el Pecado Original; de allí que Jesús Cristo afirme que el Alma del Hombre, la creatura más perfecta del Dios Creador, sólo debe manifestar una actitud de amor esencial hacia el Mundo del Dios Creador, sólo debe aceptar con resignación su puesto en el Orden Material, sólo debe creer en la Realidad del Mundo, sólo debe aceptar como Verdadero y Amigo a aquello que prueba venir en Nombre del Dios Creador, y sólo debe alentar un único propósito con Sabiduría: permanecer en el Mundo del Dios Creador como oveja y ser pastoreada por Jesús Cristo o los Sacerdotes que lo representen. Ser Dios o ser oveja, ésa es la cuestión, Dr. Siegnagel.

 

         Según anticipé, cuando la ley imperial del año 392 amenazó considerar “crimen de lesa majestad” la práctica de los Cultos paganos, hacía tiempo que la Casa de Tharsis había aceptado el Cristianismo como su religión familiar. Lógicamente, los Señores de Tharsis veían claramente la marcha de los tiempos, y su única prioridad, desde la destrucción de Tartessos, era dar cumplimiento a la misión familiar y preservar la Espada Sabia. Esta prioridad familiar determinaba una Estrategia para la supervivencia de la Estirpe, supervivencia que podía verse fuertemente amenazada tras una nueva persecución: eran tiempos difíciles aquellos del siglo IV, la decadencia de Roma presentida por Polibio en el siglo II A.J.C., se había convertido en realidad. El Imperio, acechado en todas sus fronteras por pueblos invasores, ha incorporado regimientos enteros de mercenarios y ha entregado el mando de los ejércitos a los bárbaros; la agricultura de los pequeños productores hace siglos que se arruinó y desapareció en Italia, absorbida por los grandes terratenientes: sólo sobreviven, en esos días, los latifundios coloniales, entre ellos, el que poseen en España los Señores de Tharsis, contribuyendo con sus bajos precios a desestabilizar aún más la economía de la metrópolis.

         Frente a este panorama de inseguridad generalizada, los Señores de Tharsis, que ya no son Reyes sino familia de terratenientes y funcionarios hispano romanos, deben actuar con extrema cautela. El Cristianismo, que se ha impuesto en la cumbre del Poder imperial, está ahora apoyado por las lanzas y las espadas de los legionarios. Pero este “Cristianismo”, a todas luces, no contiene principios doctrinarios que resulten absolutamente inaceptables para los Señores de Tharsis: tal como ellos aprendieron duramente en su guerra contra los Golen, los Mitos, las Historias Legendarias, los Argumentos que están escritos en el Cielo, pueden volver a repetirse en la Tierra. Y ellos están dispuestos a aceptar la historia de Jesús, y hasta el mensaje, la buena nueva, como una especie de actualización del Mito de Navután: los Señores de Tharsis se harán Cristianos porque mirarán a la historia de Jesús con la óptica de la Sabiduría Antigua; y no discutirán las diferencias, aunque las tendrán presentes y no las olvidarán.

         Abrazarán la Cruz y celebrarán los sacramentos de la Iglesia de Roma; para todos los efectos serán Cristianos consagrados; incluso darán de sus hijos a la Iglesia. Pero entre ellos, en el seno de la Casa de Tharsis, sólo reconocerán como Verdad lo que coincide con la historia de Navután o con otros fragmentos de la Sabiduría Hiperbórea que la familia aún conserva. Como en su momento los Gnósticos y Maniqueos, y como luego harán los Cátaros y Albigenses, ellos aceptarán sólo parte de los Evangelios, especialmente el de Juan, y rechazarán de plano el Antiguo Testamento. Esto es lo que alegaban: el Dios de los judíos no era otro que Jehová Satanás, un aspecto o rostro del Dios Uno Creador del Universo Material; en el Génesis se narra la historia de la Creación del Universo Material, donde sería esclavizado el Espíritu Increado y Eterno; El Universo creado es, pues, intrínsecamente maligno para el Espíritu Increado, el Espíritu sólo concede valor al Mundo Verdadero de donde él procede; y de donde provino también el Dios Creador, puesto que el Universo Material ha sido evidentemente Creado a imitación del Mundo Verdadero.

         Y en el Antiguo Testamento se narra asimismo la historia del “Pueblo Elegido”, por Jehová Satanás, para reinar por sobre todos los pueblos de la Tierra. No fue clara, acaso, la Promesa que el Creador le hizo a Abraham “Alza tus ojos y mira desde el lugar donde estás hacia el Septentrión y el Medio Día, hacia el Oriente y el Poniente; pues te daré para ti y para tu posteridad para siempre todo el país que tú divisas, y haré que tu descendencia sea numerosa como el polvo de la Tierra. Si alguien puede contar el polvo de la Tierra, puede contar también tu posteridad. Levántate, recorre la Tierra a lo largo y a lo ancho pues a ti y a tu descendencia se la daré” [Gen. 13,14]. Promesa que es luego reafirmada “Y sacándolo fuera, Jehová le dijo: mira al Cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Y añadió: así será tu descendencia”. Pero más claro fue el Creador con Moisés, cuando le reveló la misión del Pueblo Elegido: “Ahora bien, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi Alianza, seréis Propiedad mía particular entre todos los pueblos, porque toda la Tierra me pertenece. Vosotros seréis para mí, un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa. Estas son las palabras de Jehová que dirás a los hijos de Israel”. Y luego: “Yo concluiré la Alianza. Yo realizaré a la vista de todos los pueblos Gentiles maravillas, cuales no han sido hechas jamás en toda la Tierra y nación alguna, para que todos los pueblos que estén en torno a ti Israel, vean la obra de Jehová; porque es terrible lo que voy a hacer por medio de ti. Cumple, pues, lo que Yo voy a ordenarte en este día. Guárdate de pactar con los habitantes del país en el que vas a entrar, no sea que se conviertan en un lazo para ti. Por el contrario, derribad sus altares, romped sus estelas, y destruid sus postes y piedras sagradas” [Ex. 19,6; 34,10].

         Al cumplir con la Alianza, el Pueblo Elegido será Bendito por el Creador, según le comunica a Moisés: “No os haréis ídolos, ni erigiréis estatuas ni estelas, ni pondréis en vuestro país piedras sagradas para postraros ante ellas, pues Yo Soy Jehová, vuestro Dios. Guardaréis mis sábados y respetaréis mi santuario. Si camináis de acuerdo a mis leyes, ..., comeréis vuestro pan a saciedad y habitaréis seguros en vuestro país. Daré paz a la Tierra y dormiréis sin que nadie os inquiete. No pasará por vuestro país la espada. Perseguiréis a vuestros enemigos y caerán ante vosotros al filo de la espada. Cinco de vosotros perseguirán a cien, y cien de vosotros pondrán en fuga a diez mil, y vuestros enemigos caerán ante vosotros al filo de la espada. Yo me volveré a vosotros, Yo os haré crecer y multiplicaré, y mantendré con vosotros mi Alianza. Pondré mi morada en medio de vosotros y Yo no sentiré hastío de vosotros. Andaré en medio de vosotros, Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi Pueblo. Yo soy Jehová, vuestro Dios, quien os sacó del país de Egipto” [Lev. 26].

         Ese “Pueblo Elegido” sería, pues, aquél que anunciaban miles de años antes los Atlantes morenos, los Enemigos del Pacto de Sangre: era cuando menos irónico que ahora se pretendiese derivar de ese pueblo maldito un émulo de Navután, el Fundador del Pacto de Sangre. Pero Jesús no venía a salvar al Pacto de Sangre sino precisamente a destruirlo para siempre, lo que demuestra que era consecuente con su procedencia del Pueblo Elegido: por Jesús Cristo, la Sangre Pura se degradaría como nunca, la humanidad entera se bastardizaría, el Valor se cuajaría en las venas y sería reemplazado por el Temor del Dios Uno; y cuando el hombre se materializase, y ya no respondiese al Temor del Dios Uno, el Valor igualmente no podría aflorar pues el hombre se habría hundido en la degradación moral de la decadencia cultural, se habría afeminado y ablandado, se habría confundido en una universal Canalla del Espíritu: pero de esa Vil Canalla, naturalmente, tanto la Iglesia como las otras sectas fundadas por el Pueblo Elegido y la Fraternidad Blanca, extraerían lo mejor de la Tierra, es decir, a aquellos que los apoyarían y secundarían con ardor, los Sacerdotes y los fieles, los miembros de las Sociedades Secretas que dominarían el Mundo y la Canalla del Espíritu que aprobaría su gobierno, gusanos y serpientes, borregos y ovejas, palomas de la paz, ningún águila, ningún cóndor, Dr. Siegnagel.

         Por supuesto, que la excepción a esta regla deja a salvo a los de Sangre Pura; a todos los que intuyen que con la crucifixión se debe liberar el Espíritu Eterno, que jamás pecó, y no salvar el Alma pecadora; a los que quieren un Kristos Guerrero y no un Cristo Pastor; a los que presienten un Kristos de Luz Increada y no a los que perciben un Cristo Material. El Kristos que concebían los Señores de Tharsis, por ejemplo, era un Dios Espíritu Puro, de Luz Increada, que si se manifestase en la Tierra, lo harían luciendo la Corona de Rey y empuñando la Espada; y en esa Parusía, la sola Presencia de Kristos bastaría para causar una Aristocracia del Espíritu entre los hombres, que pondría fin a la confusión de la Canalla Espiritual: Kristos se comunicaría entonces carismáticamente a los hombres, les hablaría directamente en su Sangre Pura; y quienes mejor le escuchasen, serían realmente los más Virtuosos, los más Espirituales, los Verdaderos Kristianos.

 

 

 

Decimotercer Día

                                                                                                                                                                                                  

       Como se ve, los Señores de Tharsis eran Cristianos sui géneris, y si la Iglesia hubiese descubierto su modo de pensar seguramente los habría condenado como herejes. Pero ellos se cuidaron siempre de expresar públicamente sus ideas: lejos estaban los tiempos en los que la Casa de Tharsis custodiaba el Culto del Fuego Frío y asumía la obligación de su conservación y difusión. Luego de la destrucción de Tartessos y del juramento hecho por los últimos Hombres de Piedra, la prioridad que se habían impuesto consistía en cumplir con la misión familiar y salvar la Espada Sabia: y para ello sería menester pasar lo más desapercibidos posible, concentrados sólo en sus objetivos. No olvidaban que la Espada Sabia todavía aguardaba en la Caverna Secreta y que pesaba sobre ellos la sentencia de los Golen, o Gorren, es decir, de los Cerdos, como despectiva-mente los calificaban los Señores de Tharsis en alusión a la sentencia escrita con la sangre de las Vrayas.

         Si bien los Señores de Tharsis no hablaban sobre sus ideas religiosas, en cambio actuaban: y lo hacían ostensiblemente, para atraer la atención sobre el comportamiento ejemplar y desviarla de los pensamientos discutibles. Los favorecía, en gran medida, la gran ignorancia que caracterizaba a los clérigos y Obispos de la Epoca: éstos sólo se fijaban en la parte exterior del Culto y en la fe y obediencia demostrada por los creyentes. Y, en ese sentido, los de Tharsis constituían un modelo de familia cristiana: eran ricos terra-tenientes pero muy humildes y virtuosos; siempre trabajando sus propiedades en Huelva pasaban gran parte del año en la campaña; ayudaban generosa-mente a la Iglesia y mantenían, en la Villa de Tharsis, una Basílica consagrada a la Santísima Virgen; ¡hasta habían formado, con la gente de la aldea de Turdes, una “Orden Menor de Lectores” encargada de exponer el Evangelio a los Catecúmenos que iban a ser bautizados! Sí, la Iglesia podía estar orgullosa de la Casa de Tharsis.

         En verdad, los Señores de Tharsis no mentían en esto pues afirmaban que la Imagen más Pura del “nuevo Cristianismo” era la de la Virgen María. Por eso, ya a mediados del siglo III, transformaron la Basílica romana donde se oficiaba el Culto de Vesta en una Ecclesiae Cristiana. Conservaron el edificio intacto, pero reemplazaron la Estatua de Vesta y construyeron un Altar para celebrar la Eucaristía, en el que depositaron, también, la Lámpara Perenne. En lo posible, los Señores de Tharsis trataron de que la Capilla fuese atendida siempre por clérigos de la familia, aunque debido a su importancia recibía periódicas visitas del Obispo de Sevilla y de los Presbíteros de la zona. La adoración elegida para el Culto de la Virgen tenía origen autóctono pues los mismos Señores de Tharsis, cuando se presentaron frente a los Sacerdotes Cristianos, lo hicieron asegurando que habían presenciado una manifestación de la Virgen. Según ellos la Virgen se había aparecido en una gruta poco profunda situada a escasos metros de la Villa de Turdes, caso que podían atestiguar todos los miembros de la familia y algunos criados: la Virgen se había mostrado en el Esplendor de Su Majestad y les había pedido que adorasen a su Divino Hijo y que la recordasen con un Culto. Entonces los Señores de Tharsis, presa de visible excitación, declararon que deseaban abandonar el Culto Pagano y convertirse en Cristianos. Semejante conversión voluntaria de tan poderosa familia hispano romana, causó gran satisfacción a los Sacerdotes Católicos pues agregaría prestigio ejemplar a sus misiones evangelizadoras en la región. De allí que aceptasen de buen grado la iniciativa de los de Tharsis de destinar la Basílica al Culto de la Virgen de la Gruta.

         Y así comenzó en la Villa de Turdes el Culto a Nuestra Señora de la Gruta, que sería famoso en el Sur de España hasta el fin de la Edad Media, hasta que el último de los Señores de Tharsis abandonó definitivamente la península y la Iglesia promovió su prudente olvido. Para comprender las intenciones que los Señores de Tharsis ocultaban tras su conversión e instauración del Culto a la Virgen, no hay nada más revelador que observar la Escultura con la que reemplazaron la Estatua de Vesta.

         Las cosas habían cambiado bastante desde la Epoca de los cartagineses. Ahora la Villa constaba de una enorme Residencia Señorial en la terra dominicata y de unas cincuenta hectáreas de terra indominicata entregadas al cultivo; una aldea campesina, también llamada Villa de Turdes, se había levantado cerca de la Residencia de los Señores de Tharsis; y en un límite de la aldea, sobre una colina que descendía suavemente hacia la Residencia Señorial, los Señores de Tharsis habían destinado para Iglesia y Parroquia local una excelente Basílica romana. Los Catecúmenos, que iban a escuchar la missa catechumenorum, y los Fieles, que luego asistirían a la particular missa fidelium, llegaban hasta el atrium, un patio rodeado de columnas, y pasaban junto a la fuente llamada Cantharus, antes de ingresar a la nave central. Construída sobre un plano rectangular, la Basílica tenía tres naves: dos naves laterales que formaban la Cruz, y la nave central, que estaba  dividida por dos columnas de asientos, ocupados, a la derecha por los hombres y, a la izquierda, por las mujeres; la nave central terminaba en el ábside, un ensanchamiento abovedado y elevado donde estaba el Sanctuarium. Normalmente, en todas las iglesias de la Epoca, al fondo del ábside se encontraba la Cátedra Episcopal, que era el trono ocupado por el Obispo, conjuntamente con otros asientos, para los Presbíteros. En la Basílica de Tharsis, la Cátedra Episcopal, como se verá enseguida, había sido cedida a la Santísima Virgen. Delante de la Cátedra Episcopal, en el centro del Santuario, se hallaba la sacra mensa del Altar y, sobre ella, los instrumentos del Culto: el Cáliz, la Patena, y la Lámpara Perenne.

         El momento culminante de la Misa de los Fieles, tiene lugar inmediatamente después de que el Sacerdote pronuncia las palabras que instituyen la Eucaristía: entonces recita la epíclesis, una invocación al Espíritu Santo solicitando su concurso para propiciar el milagro de la trasmutación del Pan y del Vino, y corre una cortinilla que deja expuesta, a la vista de los fieles, la Divina Imagen de la Virgen. Los Fieles estaban absortos en la Contemplación: la Escultura de la Virgen es de madera pintada, de pequeñas dimensiones: setenta centímetros de alto, treinta de ancho y treinta de profundidad; se halla sentada, en actitud majestuosa, sobre una Cátedra también de madera; el rostro es de bellas facciones occidentales, puesto que reproduce a una de las Damas de Tharsis, y sonríe suavemente mientras sus ojos se dirigen fijos hacia adelante; el cabello cae en la forma de dieciséis trenzas finamente talladas, que surgen inmediatamente por debajo de la Corona; porque tanto Ella, como el Niño, exhiben los atributos de la Dignidad Real: ambas Coronas son triples y octogonales; en cuanto al Niño, se halla sentado en su regazo, sobre la rodilla izquierda, en tanto Ella amorosamente, lo sostiene del hombro con su mano izquierda: a diferencia de la Escultura de la Virgen, que es de madera pintada, la del Niño es de Piedra Blanca; Virgen de Madera, Niño de Piedra: el Rostro de la Virgen está pintado de Blanco inmaculado, el Cabello de Oro, el Cuerpo de Rojo y la Cátedra de Negro; con la mano derecha, la Virgen empuña un haz de dieciséis Espigas de Trigo y una Vara, con la  mano izquierda sos-tiene al Niño; sus pies están separados, así como sus rodillas, y bajo el pie derecho se ve, aplastada, asomar la cabeza de una serpiente; el Niño Kristos Rey, por su parte, mira fijamente hacia adelante, en la dirección que mira su Divina Madre, y tiene un libro en la mano izquierda mientras con la derecha realiza un gesto que destaca el ángulo recto entre los dedos índice y pulgar.

         Es evidente por qué a esta adoración se daba el nombre de “La Virgen Blanca del Niño de Piedra” o “Nuestra Señora del Niño de Piedra”. No es tan claro en cambio el nombre “Nuestra Señora de la Gruta” puesto que, salvo la mención hecha por los Señores de Tharsis sobre el lugar de aparición de la Virgen, la “gruta” no intervenía para nada en el Culto. Pero el caso era que la Virgen, cuya descripción acabo de hacer, representaba claramente a Ama, la Madre de Navután, a quien los Atlantes blancos llamaban “La Virgen de K'Taagar” pues pretendían  que Ella se encontraba aún en la Ciudad de los Dioses Liberadores. Pero ¿qué significa K'Taagar? es una aglutinación de tres palabras antiquísimas: la primera es “Hk”, de la cual sólo se conserva la “K” final, que era para los Atlantes blancos un Nombre genérico de Dios: con Hk tanto solían referirse al Incognoscible como a los Dioses Liberadores; la segunda es “Ta” o “Taa”, que significa Ciudad: pero no cualquier Ciudad sino Ciudad Hiperbórea, Ciudad de Atlantes blancos; y la tercera es “Gr” o “Gar”, que equivale a Kripta, gruta, o recinto subterráneo. K'Taagar quiere decir, pues, aproximadamente: “La Ciudad Subterránea de los Dioses Liberadores”. Con la supresión de la “K” y la trasposición de las restantes palabras, otros pueblos se han referido a la misma Ciudad como Agarta, Agartha, o A'grta, que significa literalmente “Ciudad Subterránea”. La Virgen de K'Taagar es también La Virgen de Agartha. Pero “A'grta” puede ser interpretado asimismo como “la gruta”: surge así el verdadero origen de la ingeniosa denominación “Nuestra Señora de la Gruta” que los Señores de Tharsis adoptaron para referirse públicamente a la Virgen de Agartha.

         En conclusión, al dictarse la ley imperial del 392 que reprimía la práctica de los Cultos paganos, los Señores de Tharsis ya eran Cristianos, católicos romanos, y sostenían en su ecclesiae propiae el Culto a Nuestra Señora de la Gruta, la Virgen de Agartha. No es que con este cambio hubiesen renunciado al Culto del Fuego Frío: en verdad, para celebrar aquel Culto no se requería de ninguna Imagen. Fue la necesidad figurativa de los lidios la que, al “perfeccionar la Forma del Culto”, introdujo en el pasado la Imagen de Pyrena. Pero Pyrena era el Fuego Frío en el Corazón y su representación más simple consistía en la Lámpara Perenne: a los Elegidos de la Diosa, a los que aún creyesen en Su Promesa, sólo debía bastarles la Lámpara Perenne, puesto que el Ritual y la Prueba del Fuego Frío debían realizarse ahora internamente. Así que, todo el Antiguo Misterio del Fuego Frío estaba expuesto a la vista en aquella Basílica de la Villa de Turdes. Mas, como antes, como siempre, sólo los Hombres de Piedra lo comprendían. Sólo Ellos sabían, al orar en la Capilla, que la Mirada de la Virgen de Agartha, y la del Niño de Piedra, estaban clavadas en la Flama de la Lámpara Perenne; y que esa Flama danzante era Pyrena, era Frya, la Esposa de Navután, expresando con su baile el Secreto de la Muerte.

 

         Apenas comenzado el siglo IV, tres pueblos bárbaros se lanzan al asalto de España: dos son germanos, los suevos y los vándalos, y otro, el de los alanos, iraní. En el reparto que hacen, a los alanos les toca ocupar la Lucitanía y parte de la Bética, incluida la región de la Villa de Turdes: llegan en el 409 y, en los ocho años que consiguen sostenerse en la región, su presencia se reduce al usufructuo en provecho propio de los impuestos correspondientes a los funcionarios romanos y al periódico saqueo de algunas aldeas. Para hacer frente a la invasión, el General romano Constancio, en nombre del Emperador Honorio, contrata al Rey Valia de los visigodos mediante un foedus firmado en el año 416: por este tratado los visigodos se comprometen a combatir, en calidad de federados del Imperio, contra los pueblos bárbaros que ocupan España, recibiendo a cambio tierras para asentarse en el Sur de la Galia, en la terraconense y en la narbonense. Los alanos son así rápidamente aniquilados, en tanto que los vándalos todavía realizan incursiones a la Bética por unos años hasta que finalmente abandonan la península rumbo al Africa.

         Cuando en el 476 el eskiro Odoacro depuso al Emperador Romano Augústulo, dando fin al Imperio Romano de Occidente, hacía ya cinco años que el Rey Eurico de los visigodos había ocupado España. Esta vez, los visigodos ingresaron para acabar con los suevos, en cumplimiento del foedus del año 418, pero ya no se irían durante los siguientes doscientos cincuenta años.

         La presencia permanente de los visigodos en España no afectó de manera determinante la vida de los hispano romanos, salvo en el caso de los propietarios de grandes latifundios que se vieron obligados por el foedus a repartir sus tierras con los “huéspedes” germanos. Tal era el caso de los Señores de Tharsis, al tener que hospedar a una familia visigoda de nombre Valter y cederle un tercio de la terra dominicata y dos tercios de la terra indominicata. Pero, luego de esta expropiación, que constituía un justo pago por la tranquilidad que aseguraba la presencia visigoda frente a las recientes invasiones, todo continuaba igual a los días del Imperio Romano: sólo el destino de los impuestos había cambiado, que ya no era Roma sino la más cercana Toledo; el monto y la periodicidad de la exacción, y hasta los funcionarios recaudadores, eran los mismos que en el Imperio Romano.

         Tres cuestiones fundamentales separaban desde un principio a los visigodos y a los hispano romanos: Una ley que prohibía los casamientos entre godos e hispano romanos, la diferencia religiosa, y la desproporción numérica entre ambos pueblos. La primera cuestión se solucionó en el año 580 con la anulación de la ley, quedando levantada la barrera que impedía fusionarse a los dos pueblos: a partir de entonces, la familia Valter se integra con varios casamientos a la Casa de Tharsis, quedando restituido el primitivo patrimonio de los Señores de Tharsis.

         La segunda cuestión, significa que, mientras la totalidad de la población hispano romana profesaba la religión católica, los huéspedes visigodos sostenían la fe arriana. De hecho, ambos pueblos eran Cristianos e ignorantes de las sutilezas teológicas que los Sacerdotes establecían dogmáticamente. Y en este caso, la diferencia que Arrio había señalado era de sutileza extrema. Los visigodos fueron evangelizados, cuando aún habitaban las orillas del Mar Negro, por el Obispo godo Wulfilas, partidario de Arrio; al avanzar luego sobre Occidente, empujados por los hunos, descubrirían con satisfacción que su Cristianismo era diferente al de los romanos y se aferrarían tenazmente a esa diferencia, a menudo incomprensible. Obrarían así porque los godos poseían desarrollado en grado eminente el orgullo nacional y necesitaban disponer de una diferencia tangible, un principio unificador propio, que les evitase el ser fagocitados culturalmente por el Imperio Romano: el significado de la diferencia en sí no tenía mayor importancia; lo concreto sería que el arrianismo los mantendría separados religiosamente de la población romana en tanto que, al unirlos entre sí, les permitiría conservar la Cultura goda.

                   ¿En qué consistía aquella diferencia con el dogma católico, que pocos comprendían pero que los godos nacionalistas defenderían hasta el fin? Específicamente, se refería a una definición sobre el problema de la Divinidad de Jesús Cristo. La postura de Arrio, natural de Libia pero enrolado en la diócesis de Antioquía, surgió como reacción contra la doctrina de Sabelio: éste había afirmado que no existía distinción esencial entre las tres Personas de la Trinidad Cristiana; el Hijo y el Espíritu Santo en realidad eran manifestaciones del Padre bajo otro Aspecto o prósopa: la esencia del Dios Uno, al presentarse con un Aspecto era el Padre, con otro era el Hijo, y con otro el Espíritu Santo. Contra esto, Arrio comenzó a enseñar desde el 318 que “sólo el Dios Uno es eterno e incomunicable: Jesús Cristo fue creado de la nada y por lo tanto no es eterno; es una creatura del Dios Uno y por lo tanto algo diferente de El, algo no consubstancial con El”.

         Sabelio no establecía distinción alguna entre las tres Personas de la Trinidad mientras que Arrio diferenciaba de tal modo al Padre y al Hijo que éste ya no era Dios ni consubstancial con el Padre: ambos serían condenados como herejes a la Doctrina Católica. ¿Y cuál era entonces la verdad? Según lo decidió en Nicea, en el 325, un Concilio de trescientos Obispos, Jesús Cristo respondía a la fórmula consubstantialis Patri, es decir, era consubstancial con el Padre, de su misma substancia, Dios igual que El. De manera que la diferencia religiosa que separaba a godos y romanos versaba sobre el complejo concepto de la consubstancialidad entre Dios y el Verbo del Dios, diferencia que no alcanzaría a explicar la obstinación goda a menos que se considere que con ella se estaba preservando una Cultura, una tradición, un modo de vida. Quizá no se evidencie en su real dimensión el peligro de inmersión en la Cultura romana que denunciaban los nacionalistas godos si no se repara en la tercera cuestión, la de la desproporción numérica entre ambos pueblos: porque los visigodos sólo sumaban doscientos mil; vale decir, que una comunidad de doscientos mil miembros, recién llegados, debía dominar a una población nativa de nueve millones de hispano romanos, exponentes de un alto grado de civilización. A la luz de tales cifras se entiende mejor la reticencia de los godos a suprimir las diferencias religiosas y jurídicas que los aislaban de los hispano romanos.

                   La realidad de su escaso número obligó a los visigodos a tolerar la religión de los hispano romanos aunque sin ceder un ápice en sus convicciones arrianas. Sin embargo, pese a la desesperación de los nacionalistas, la universalidad de un mundo que entonces era católico y romano los fue penetrando por todos lados y al fin tuvieron que aceptar una integración cultural que ya estaba consumada de hecho. En el año 589 el Rey Recaredo se convierte al catolicismo durante el III Concilio de Toledo concretando la unificación religiosa de todos los pueblos de España. Siendo el de los godos un pueblo de Raza indogermana, que se contaba entre los últimos que abandonaron el Pacto de Sangre, es decir, que estaban entre los de Sangre más Pura de la Tierra, es fácil concluir que su presencia en la península sólo podía beneficiar a la Casa de Tharsis; pero aquel paso dado por Recaredo elevaría, ya sin obstáculos, a los Señores de Tharsis a las más nobles dignidades de la Corte de Toledo: desde el siglo VII los de Turdes-Valter serían Condes visigodos.

         La unificación política de España completada por su padre, el Rey Leovigildo, y la unificación religiosa llevada a cabo por Recaredo, iban a dejar al descubierto a un Enemigo interno que, hasta entonces, había medrado con las diferencias que separaban a los dos pueblos. Se trataba de los miembros del Pueblo Elegido, por Jehová Satanás, quienes profesan hacia los Gentiles, es decir, hacia los que no pertenecen al Pueblo Elegido, un odio inextinguible análogo al que los Golen experimentan hacia la Casa de Tharsis. A pesar de que el último Cristianismo, el de Jesús Cristo, registraba el claro origen de sus Libros Sagrados, de sus tradiciones, de sus Sinagogas, y de sus Rabinos, ellos lo despreciaban y explicaban su existencia como un mal necesario, como la fábula que pondría en evidencia la moraleja de la Verdad Judía. El falso Cristianismo católico duraría hasta la venida del Mesías Judío, el verdadero Cristo, quien se sentaría en el Trono del Mundo y sometería a todos los pueblos de la Tierra a la Esclavitud de los Judíos. Era ésta una Profecía que se cumpliría inexorablemente, tal como aseguraban en el Talmud incontables Rabinos y Doctores de la Ley. Creían ciegamente que la Diáspora tenía por objeto infiltrarlos entre los pueblos Gentiles como una suerte de preparación mística para el Futuro que vendría, para la Restauración Universal del Templo a Jehová Satanás y la Resurrección de la Casa de Israel, el verdadero Mesías Judío: durante la dispersión, los Gentiles aprenderían quiénes son los judíos, la expresión del Dios Uno sobre la Tierra, y los judíos demostrarían a los Gentiles cuál es el Poder del Dios Uno. En toda la Diáspora, y en aquel Sefard de España, los judíos, persuadidos de su protagonismo mesiánico, se entregaban a minar por cualquier medio los fundamentos sociales de los pueblos Gentiles; la religión, la moral, las instituciones de la nobleza y de la realeza, la economía, y toda base legal, sufrían sistemáticos ataques por los miembros del Pueblo Elegido.

         Ya Recaredo tuvo que actuar contra ellos debido a la evidencia de su infatigable tarea corruptora, pero los sucesores de aquel Rey no obraron con la necesaria energía y permitieron que los judíos prosiguieran con sus planes. Al Rey Sisebuto, extraordinario guerrero y cristiano celoso, que venció sucesivamente a los vascos, cántabros, sucones, asturianos y griegos bizantinos, le tocó corregir esa situación: en abril del 612 dicta una ley que prohíbe a los judíos “la posesión de esclavos cristianos”. No se le ha de escapar, Dr. Siegnagel, la profunda ironía que implicaba aquella prohibición desde el punto de vista teológico, habida cuenta de que las Profecías talmúdicas anunciaban “la pronta esclavitud de los cristianos y goim”. Desde luego, a los efectos jurídicos, la ley se reglamentó apuntando a los esclavos concretos, y así ordenaba que “a todo judío que después del primero de julio de 612 se sorprendiese en posesión de un esclavo cristiano le serían confiscados la mitad de sus bienes, en tanto que al esclavo se le concedería la libertad en calidad de ciudadano romano”. También se puso en vigencia, por la misma ley, una disposición de los tiempos de Alarico II que mandaba ejecutar a los judíos que hubiesen convertido a un Cristiano a su religión, incluso si se tratase de hijos de matrimonios mixtos.

         Muerto Sisebuto, se reúne en 633 el IV Concilio de Toledo al que asiste el Conde de Turdes en su carácter de Obispo local. Se tratan muy variados asuntos, tales como la sucesión real, los casos de sedición, las normas para la disciplina eclesiástica, etc., y en lugar central se debate apasionadamente sobre el problema judío. El Rey Sisenando que preside el Concilio, carente por completo de las dotes estratégicas y de la Visión Hiperbórea de Sisebuto, permite que una facción pro judía tome la voz cantante y cuestione las medidas decretadas recientemente contra el Pueblo Elegido. Es allí cuando el Conde de Turdes Valter se enfrenta violentamente contra el Obispo Isidoro de Sevilla, quien no poseee ni remotamente la Sangre Pura de Recaredo y Sisebuto, no obstante ser uno de los hombres mejor instruidos y más inteligentes de España: su enciclopedia en veinte tomos “Etymología” es una obra maestra para la Epoca, además de otros numerosos libros dedicados a los más variados temas; incluso escribió un tratado de apologética con el sugestivo título “De fide cathólica contra Iudeos”. Empero, Isidoro profesaba una admiración sin límites por la historia del Pueblo Elegido y consideraba al Antiguo Testamento como la base teológica del Cristianismo, tal como lo demuestra en su tratado de exegética “Allegoriae S. Scripturae” donde comenta los libros hebreos. Esta postura lo condujo a la contradicción de sostener por un lado la necesidad de combatir el judaísmo y por otro a procurar la defensa de los judíos, a evitar que sobre ellos se ejerciese “cualquier tipo de violencia”. En el curso del Concilio, llevado por esa falsa “piedad cristiana”, intenta dar marcha atrás a las leyes de los Reyes visigodos.

         Gracias a la intervención del Conde de Turdes Valter se aprueban diez cánones sobre los judíos, pero sin el rigor de la ley de Sisebuto: se prohíbe a los judíos, entre otras cosas, la práctica de la usura, el desempeño de cargos públicos, los matrimonios mixtos, se ordena la disolución de los matrimonios mixtos existentes, y se reafirma la prohibición de mantener esclavos cristianos. Para evaluar la importancia de las resoluciones tomadas sólo hay que notar que los Concilios de Toledo eran Sínodos Nacionales de la Iglesia Católica: de allí la seriedad de uno de los cánones, que establece expresamente la pena de excomunión para los Obispos y demás jerarquías de la Iglesia, así como a los nobles que les correspondiesen las generales de la ley, en caso de que no cumpliesen con exactitud y dedicación las disposiciones sobre los judíos.

         En ese IV Concilio de Toledo, el Conde de Turdes Valter se lanzó con ardor a defender la causa que denominaba “de la Cultura hispano goda”, en un momento en que la facción pro judía encabezada por el Obispo Isidoro parecía tener controlado el debate. Su irrupción fue decisiva: habló con tal elocuencia que consiguió definir a la mayoría de los Obispos a favor de tomar urgentes medidas para contrarrestar el “peligro judío”. Todos quedaron fascinados, especialmente los nobles visigodos, cuando le escucharon asegurar que “la Cultura hispano goda era la Más Antigua de la Tierra”, y que ahora esa herencia invalorable “estaba amenazada por un pueblo enemigo del Espíritu, un pueblo que adoraba en secreto a Satanás y contaba con Su Poder Infernal para esclavizar o destruir al género humano”: Satanás les había conferido poder sobre el Oro, del que siempre se valían para llevar a cabo sus planes inconfesables, y “con el que seguramente habían comprado el voto de los Obispos que los defendían”. Esta posibilidad de estar al servicio del Oro judío llevó a más de un Obispo pro judío a cerrar la boca y permitió que, finalmente, se aprobasen las medidas esperadas por el Conde de Turdes Valter. Empero, tal victoria no fue positiva para la Casa de Tharsis pues puso en evidencia algo que hasta entonces había pasado desapercibido para todo el mundo: en la actitud del Conde de Turdes Valter se trasuntaba algo más que celo católico, algo vivo, algo que sólo podía proceder de un Cono-cimiento Secreto, de una Fuente Oculta; el Conde Obispo estaba demasiado seguro de lo que afirmaba, era demasiado categórico en su condena, para tratarse de un fanático, de alguien cegado por la fe; a todas luces era evidente que el Conde sabía lo que decía, mas ¿cuánto y qué sabía? ¿de dónde procedía su Sabiduría? A partir de allí la Casa de Tharsis sería nuevamente observada por el Enemigo: y al odio de los Golen se agregaría ahora el del Pueblo Elegido y el de un sector de la Iglesia Católica, quienes no cesarían ya de perseguir a los Señores de Tharsis y de procurar su destrucción; en adelante, a pesar de que contribuiría con su riqueza y sus miembros al fortalecimiento de la Iglesia, la Casa de Tharsis sería siempre sospechosa de herejía.  

 

 

Decimocuarto Día

                                                                                             

 

       De Mahoma sólo haré notar aquí que si impuso a los fieles del Islam la obligación de orientarse diariamente hacia una piedra, la Piedra Negra o Kaaba, y la Guerra Santa como modo de cumplir con Dios, era porque conocía los Principios de la Sabiduría Hiperbórea: pues guerrero orientado es una definición adecuada para el Iniciado Hiperbóreo. Segura-mente la Sabiduría esotérica de Mahoma fue desvirtuada o no comprendida por sus seguidores. De todos modos, aún cuando no comprendidos total-mente, la simple aplicación de los Principios de la Sabiduría Hiperbórea es suficiente para trasmutar a los hombres y a los pueblos, para neutralizar el pacifismo degradante del Pacto Cultural. Así, al Morir Mahoma en 632, casi toda Arabia estaba en poder de los Califas; en 638 caen Siria y Palestina, en 642 Egipto, en 643 Trípoli, y en 650 toda Persia. Por último, la Civilización romana pierde Africa: en 698 es destruida Cartago.

         En España, el Rey Egida tuvo que convocar de urgencia el XVII Concilio de Toledo, que se reunió en la Iglesia de Santa Leocadia el 9 de Noviembre del año 694. El motivo fue el siguiente: la ciudad africana de Ceuta, frente a Gibraltar, era la única plaza cristiana que todavía resistía el empuje árabe; al frente de la misma se encontraba el Conde Julián, vasallo del Rey de España: la resistencia de Ceuta dependía exclusivamente de las provisiones que les enviaban los hispano godos; pues bien, los ceutis habían descubierto algo terrible: los hebreos de Africa estaban negociando la invasión árabe de España, con apoyo de sus hermanos peninsulares; una vez arreglado el precio de la traición, los judíos de España suministrarían a los sarracenos toda la información necesaria, y su colaboración personal, para asegurar el éxito de la invasión. Naturalmente, el Pueblo Elegido odia tanto a los mahometanos como a los cristianos, pero su Estrategia profética prescribe que se debe enfrentar a unos contra otros hasta que todos acaben dominados por ella. Y entonces era el turno para destruir los Reinos Cristianos de Europa. Cuando estas noticias llegaron al Rey Egida, que pertenecía a un clan enemigo de la alta nobleza y del clero, es decir, pro judío, no tuvo otra alternativa que reunir el Concilio y exponer el caso de Alta Traición. Esta vez hay cuatro Obispos de la Casa de Turdes Valter para defender la causa del Cristianismo espiritual y de la Cultura hispano goda. Se debate arduamente y al final se opta por actuar con el máximo rigor: todos los judíos de España serán sometidos a la esclavitud y sus bienes confiscados en favor del Estado visigodo. Es claro que estas medidas no eran duras sino blandas pues, al no aplicar la pena de muerte contra los traidores, sólo se conseguía que éstos ganasen tiempo y continuasen conspirando. ¡Ya les devolverían los árabes, quince años después, todas sus antiguas posesiones y les concederían un lugar prominente en la sociedad, en retribución por los servicios prestados!

         El partido de la alta nobleza y del alto clero, apoyado por los Señores de Turdes Valter, se agrupaba en torno de la familia del extinto Rey Chisdavinto; el partido de la “monarquía progresista” se reunía alrededor de la familia del Rey Wanda, muerto en 680. Egida, que era miembro de la familia de Wanda, arregla la sucesión al Trono de su hijo Vitiza, quien comienza a reinar en el año 702. Mientras tanto, en la Bética, gobierna el Duque Roderico, del clan de Chisdavinto. Al morir Vitiza en 710, el Aula Regia de Toledo, donde lograron mayoría los del partido de Chisdavinto, proclama nuevo Rey a Roderico. Despechados los hijos de Vitiza, a la sazón gobernadores de provincia y funcionarios, por lo que consideran un despojo, solicitan a los judíos que les concierten una entrevista con el General Ben Naser Muza. Mientras tanto, sublevan la terraconense, la narbonense y la navarra, obligando a Roderico a concentrar todas sus fuerzas en el Norte para sofocar el alzamiento: estas campañas causan la interrupción de los suministros a Ceuta, que resulta rápidamente aplastada por los árabes. Al fin parte hacia Africa aquella embajada de traidores: la integran los hijos de Vitiza, Olmundo, Ardabasto y Akhila, y los hermanos del difunto Rey, Sisberto y el Obispo de Sevilla, Oppa, a quienes acompaña el Gran Rabino de Sevilla, Isaak. Increíblemente, el Conde Julián, que se ha puesto al servicio de Muza luego de entregar la plaza, y llevado por una enemistad personal con Roderico, aconseja al General árabe intervenir en España.

         Muza les promete enviar ayuda para derrotar a Roderico. Los traidores regresan y simulan pactar la paz con el Rey, que no desconfía. En 711 el general bereber Tarik transporta en cuatro barcos un ejército compuesto de árabes y bereberes, y desembarca en Gibraltar. Roderico, que aún combate a los vaskos en el Norte, debe cruzar el país para cortar el paso de Tarik que se dirige a Sevilla. La batalla tiene lugar a orillas del río Guadalete; en las filas de Roderico están al mando de dos columnas los hermanos de Vitiza; al producirse el encuentro los traidores Sisberto y el Obispo Oppa se pasan al bando de Tarik, dejando al Rey Roderico en posición comprometida; y tras varios días de combates, el ejército visigodo resulta completamente aniquilado por Tarik, desconociéndose la suerte corrida por el último Rey visigodo. La “ayuda” brindada por judíos y árabes a los partidarios de Vitiza no redundaría en el beneficio de éstos puesto que al año siguiente el General Muza, al frente de un ejército más numeroso, iniciaría la conquista de España; en pocos años toda la península, salvo una pequeña región de Asturias, caería en su poder. España se convertía así, en un Emirato dependiente del Califa de Damasco.

         Aunque a medida que avanzó la Reconquista cristiana el dominio árabe fue retrocediendo, la Bética permaneció ocupada durante más de quinientos años. Para la Casa de Tharsis, la catástrofe visigoda no causó otro efecto más que la pérdida inmediata del poder político: “los Condes de Turdes Valter” volvieron a ser “los Señores de Tharsis”. Por lo demás, conservaron sus propiedades aunque tuvieron que tributar fuertemente al Emir por su condición de Cristianos. Los Señores de Tharsis, que ya tenían sobrada experiencia en sobrevivir a situaciones semejantes, eran plenamente conscientes que por el momento no existía en Europa una fuerza militar capaz de expulsar a los árabes de España: el Emir Alhor, que gobernó entre los años 718 y 720, consigue atravesar los Pirineos y tomar la ciudad de Narbona, atacando desde allí los territorios francos; sólo el noble don Pelayo los resiste y logra mantener una región bajo el dominio cristiano en las montañas de Cantabria y en los Pirineos: de este núcleo surgiría el reino de Asturias, al que luego, en el siglo X, se agregarían León y Castilla, y se formarían en el siglo IX Cataluña y Navarra y en el siglo XI Aragón, por sucesivas reconquistas de territorios a los árabes. Pero en el año 732 el Emir de Córdoba, Abd-el-Rahmán, se movía libremente por las Galias y con-quistaba Burdeos: sólo la decisión de Carlos Martel impediría la conquista y destrucción del Reino franco; mas también quedaba en claro, ya en el año 737, que a los Estados Cristianos les resultaba imposible atravesar los Pirineos hacia España. Así pues, la suposición de los Señores de Tharsis era muy realista, como también lo fue su Estrategia para afrontar la circunstancia.

         Enseguida comprendieron que los árabes sólo respetaban dos cosas: la Fuerza y la Sabiduría. Quien los resistía con valor suficiente como para despertar su respeto podía obtener concesiones de ellos. Y sólo la admiración que experimentaban por la Sabiduría, y por los hombres que la poseían, les permitía tolerar las diferencias religiosas: una cosa era un Cristiano y otra un Cristiano Sabio; al primero se lo debía forzar a abrazar el Islam, era lo que ordenaba el Profeta; al segundo se lo procuraba convencer de la Verdad islámica, atrayéndolo sin prejuicio hacia la Cultura árabe. De aquí que los Señores de Tharsis decidiesen mostrarse amistosos con ellos y demostrarles, concluyentemente, que formaban parte de una familia de Sabios. Esta actitud no constituía propiamente una traición a la religión católica puesto que los Señores de Tharsis continuaban siendo “paganos”, es decir, continuaban sosteniendo el Culto del Fuego Frío, y puesto que la inmensa mayoría de la población hispano goda, ahora llamada “mozárabe”, se iba integrando poco a poco a la Cultura árabe, adoptando su lengua y religión. Los Señores de Tharsis se convertirían en exponentes del conocimiento en su más elevado nivel y serían durante siglos profesores de los centros de enseñanza árabes de Sevilla y Córdoba, obteniendo por esta colaboración, y por las contribuciones económicas de la Villa de Turdes, el derecho a profesar la religión cristiana y a mantener como Templo privado la Basílica de Nuestra Señora de la Gruta.

         Los miembros del Pueblo Elegido, como es lógico, aprovecharon su influencia para alentar persecuciones contra los cristianos, y especialmente contra la Casa de Tharsis, durante todo el tiempo que duró la ocupación árabe. Sin embargo, fieles a sus principios talmúdicos, intentaron continuar con su tarea corruptora en perjuicio ahora de la sociedad árabe, lo que les valió que los sarracenos, conseguido el objetivo de conquistar España, olvidasen bien pronto sus favores y los sometiesen también a periódicas persecuciones.

 

 

 

 

Decimoquinto Día

 

 

       Conviene informarle a esta altura de la historia, Dr., sobre la reaparición de los Golen. Como dije en el Día Sexto, aparte de su presencia, siempre poco numerosa entre los fenicios y cartagineses, habían arribado masivamente a Europa a partir del siglo IV A.J.C. “acompañando a un pueblo escita del Asia Menor”; tal pueblo recibió muchos nombres, de acuerdo al país donde transitó o se asentó: fundamentalmente eran celtas, pero se los conoció como galos, irlandeses, escoceses, bretones, galeses, córnicos, gálatas, gallegos, lucitanos, etc. Veamos ahora con más detalle cómo fue que los Golen se unieron a los celtas, y cuál era su verdadero origen.

         Más adelante explicaré el significado de las Tablas de la Ley, que Moisés recibe de YHVH al concretar Su Alianza con el Pueblo Elegido. Ahora cabe resumir que las Tablas de la Ley contienen el Secreto de la Serpiente, es decir, la descripción de las veintidós voces que el Dios Creador empleó para realizar su obra, y los diez Aspectos, o Sephiroth, con que se manifestó en el Mundo al ejecutar la Creación: son los treinta y dos misteriosos caminos del Uno. Este conocimiento, da lugar a una Alta Ciencia denominada Cábala acústica y numeral, la que se encuentra ex-presada sólo en las primeras Tablas de la Ley: en las segundas, que siempre fueron exotéricas, no hay más que un Decálogo Moral, pálido reflejo de los diez Arquetipos Supremos o Sephiroth. Las primeras tablas poseen, pues, el Secreto de la Serpiente, el Secreto de la Construcción del Universo: para preservar este secreto de las miradas profanas, las Tablas fueron guardadas en el Arca de la Alianza, mientras que una “interpretación” de la Cábala Acústica era cifrada por Moisés, Josué, los Ancianos, etc., en el pentateuco o Thorá escrita. Las veintidós letras hebreas, con que fueron escritas las palabras cifradas, guardan una relación directa con los veintidós sonidos arquetípicos que pronunció el Creador Uno, lo que les otorga un inestimable valor como instrumento mágico. Pero tales letras poseen también un significado numérico arquetípico, de modo que toda palabra es suceptible de ser analizada e interpretada. Ese es el origen de la Cábala numérica judía, exclusivamente dedicada a comprender la Escritura de la Torah, la que no debe confundirse con la Kábala acústica Atlante blanca, que se halla referida a las Vrunas de Navután.

         Pero la Cábala acústica se encontraba revelada en las Tablas de la Ley y éstas encerradas en el Arca, de donde sólo podían ser extraídas una vez al año, para privilegio de los Sacerdotes. Finalmente, el Rey Salomón hizo enterrar el Arca en una cripta profunda bajo el Templo, unos mil años A.J.C., y permaneció en el mismo lugar hasta la Edad Media, es decir, por espacio de veintiún siglos. Podría agregar que fue la manera mágica como se la enterró la que impidió que el Arca fuese hallada antes.

         A la muerte de Salomón, el Reino de Israel se dividió en dos partes. Las tribus de Judá y Benjamín, que ocupaban el Sur de Palestina, quedaron bajo el mando de Roboam, hijo de Salomón, y el resto del país, formado por las otras diez tribus, se alineó tras la autoridad de Jeroboam. En el año 719 A.J.C. el Gran Rey Sargón destruyó el Reino de Israel, y las diez tribus de Jeroboam fueron transportadas al interior de Asiria para servir en la esclavitud. Las dos tribus restantes formaron el Reino de Judá, del cual descienden, en mayor o menor medida, los judíos actuales.

         Las “diez tribus perdidas de Israel” no desaparecieron de la Historia como la propaganda interesada de los judíos pretende hacer creer, dado que se sabe sobre el asunto mucho más de lo que se dice. Por ejemplo, es cierto que hubo hebreos en América antes de Colón, y también que una gran parte de la población actual de Afganistán desciende de los primitivos miembros del Pueblo Elegido. Pero lo que aquí interesa es señalar que hubo entonces una migración de hebreos hacia el Norte, los cuales iban guiados por una poderosa casta levita. Después de atravesar el Cáucaso, adonde fueron diezmados por tribus germánicas, llegaron a las estepas de Rusia y allí chocaron con un pueblo escita. La masa del pueblo hebreo se mezcló con los escitas, mas, como eran muy inferiores en número, no afectaron la identidad étnica de estos; por el contrario, la casta levita no aceptó perder su condición de miembros del Pueblo Elegido degradando su Sangre con los Gentiles. Los levitas permanecieron así, dedicados al Culto y al estudio de la Cábala numérica, durante muchos años, llegando a alcanzar notables progresos en el campo de la hechicería y la magia natural. Cuando, siglos después, los escitas se desplazaron hacia el Oeste, una parte de ellos se estableció en los Cárpatos y en las orillas del Mar Negro, mientras que otra parte continuó su avance hacia Europa central, adonde fueron conocidos como celtas. Acompañando a los celtas iban los descendientes de aquellos Sacerdotes levitas, llamados ahora Golen por creerse que su procedencia era la fenicia Ciudad de Sidón, adonde los denominaban Gauls o Gaulens. Pero de Sidón, los Golen se expandieron a Tiro, desde donde navegaron con los fenicios hasta Tharsis e hicieron las primeras incursiones que recuerdan los Señores de Tharsis; tras la caída de Tiro, en el siglo IV A.J.C., habrían de asentarse, como se vio, en Cartago, desempeñando el Sacerdocio de Baal Moloch. Algunos Golen se establecieron también en Frigia, como oficiantes del Culto de Cibeles, de Adonis, y de Atis. Es que para entonces, los Golen poseían ya un terrible poder, fruto de siglos consagrados al estudio del Satanismo y la práctica de la Magia Negra. En síntesis, los celtas avanzaron por Europa guiados por los Golen. Y el tiempo diría que aquella alianza no acabaría jamás, extendiéndose hasta nuestros días.

         Mas, ¿cómo llegaron los levitas de las tribus perdidas a convertirse en Golen, es decir, cómo obtuvieron su siniestro conocimiento? La explicación debe buscarse en el hecho de que estos levitas, cosa que no ocurrió con otros Sacerdotes judíos ni entonces ni después, no se conformaban con el saber que sólo podía extraerse de la Torah escrita: ellos deseaban acceder a la Hokhmah, o Sabiduría Divina, por un contacto directo con la Fuente de la Cábala Acústica, que es la Ciencia de los Atlantes morenos. Su insistencia y perseverancia por conseguir ese propósito, y su carácter de miembros del Pueblo Elegido, convenció a los Demonios de la Fraternidad Blanca de que se hallaban frente a invalorables colaboradores del Pacto Cultural. Y esa convicción los decidió a confiarles una importantísima misión, una empresa que requeriría su intervención dinámica en la Historia. El cumplimiento de los objetivos propuestos por los Demonios redundaría en beneficio de los levitas, ya que les permitiría avanzar cada vez más en el conocimiento de la Cábala acústica. ¿Qué clase de misión les habían encomendado los Demonios? Una tarea que tenía directa relación con sus deseos: serían ejecutores del Pacto Cultural; trabajarían para neutralizar las construcciones megalíticas de los Atlantes blancos, tratarían de recuperar las Piedras de Venus, combatirían a muerte a los miembros del Pacto de Sangre, y colaborarían para que el plan de la Fraternidad Blanca, consistente en instaurar en Europa la Sinarquía del Pueblo Elegido, pudiese llevarse a buen término. Pero los Golen, en el fondo, seguían siendo Sacerdotes levitas, hijos del Pueblo Elegido, y ahora poseedores de la “Sabiduría Divina” de YHVH, la Hokhmah; por eso su fundamental ocupación, el objetivo principal de sus desvelos, sería teológico: Ellos intentarían unificar los Cultos, demostrando que, “tras la pluralidad de los Cultos”, existía “la Singularidad de Dios”; que, desde entonces, se debería cumplir rigurosamente con el Sacrificio del Culto. “Porque, cualquiera que fuese la forma del Culto, «el Sacrifico es Uno», vale decir, el Sacrificio participa de El Uno”.

         A partir del siglo V, están ya los celtas y los Golen recorriendo Europa hacia el Oeste. Los Galos fueron los que se unieron a Amílcar Barca e impidieron que Roma auxiliase a Tartessos; luego se unirían a Amílcar Barca en la invasión de Italia; pero mucho antes, en el siglo IV, habían humillado a Roma y destruido el Templo de Apolo, en Delfos. Julio César, en su célebre campaña de las Galias, consigue someterlos definitiva-mente al control de Roma en 59 A.J.C.; Augusto divide a la Galia transalpina en cuatro provincias: la Narbonense, la Aquitania, la Céltica o Lionesa, y Bélgica. Los Golen, que detentaban gran poder sobre todos estos pueblos, comienzan a retirarse poco a poco de las provincias romanas, incluso seguidos por algunos contingentes celtas: pasan primero a Gran Bretaña, o “Britania”, pero el objetivo final es Irlanda, o sea “Hibernia”. En los primeros siglos de la Era cristiana no son muchos los Golen que se mueven libremente por Europa: en el siglo IV, cuando se castiga con la pena de muerte la práctica de los Cultos paganos, ya no parece haber Golen en las regiones romano cristianas. De hecho, para entonces las Galias e Hibernia están totalmente romanizadas y, en las regiones que aún se practica el paganismo, los misioneros católicos derrumban los templos paganos, a veces árboles centenarios, y ponen en fuga a los Golen. Invariablemente, estos parten hacia Gran Bretaña e Irlanda.

         La llegada de los bárbaros en el siglo V no les brinda una oportunidad de reimplantar su poder pues estos pueblos son cristianos arrianos y de Raza germánica, tradicionalmente enemistada con los celtas que los consideran también barbarii. Así, en el Reino visigodo de España, los Señores de Tharsis recogerán entonces la impresión de que, al fin, los Golen han desaparecido de la Tierra. Empero, estaba por ocurrir todo lo contrario, pues en poco tiempo los Golen protagonizarían el regreso más espectacular. Sí, porque los Golen no retornaban a Europa para cumplir su antiguo rol de Sacerdotes paganos del Dios Uno, para cumplir la misión de unificar los Cultos en el Sacrificio ritual: ahora corrían otros tiempos; de aquella misión se ocuparían directamente los miembros del Pueblo Elegido, quienes ofrendarían a El Uno el Sacrificio de toda la Humanidad Gentil o Goim. La Fraternidad Blanca había encargado a los Golen, en cambio, el desempeño de una función superior, una ocupación que favorecería como nunca la unificación de la humanidad. Por eso ellos no volvían esta vez como Sacerdotes paganos sino como “Cristianos”; y no sólo como “Cristianos” sino como “católicos romanos”; y no sólo como católicos sino como “monjes misioneros” de la Iglesia Católica; y luego serían considerados “constructores sabios” de la Iglesia, título absurdo cuya mención iba a arrancar risas irónicas a los Hombres de Piedra.

         Es ésta una larga historia que aquí sólo puedo resumir, y que tiene su principio en los planes de la Fraternidad Blanca. Los Dioses Traidores, para cumplir sus pactos con el Dios Creador y las Potencias de la Materia, debían favorecer el Control del Mundo por parte del Pueblo Elegido. Para ello sería necesario afianzar definitivamente el modo de vida materialista fundado en el Pacto Cultural, vale decir, sería necesario afianzar el Culto en las sociedades germano romanas recientemente formadas en Europa. Y la mejor manera de afianzar el Culto, tal como se desprende de lo que expuse en el Tercer Día, es formalizarlo y plasmar esa forma en las masas; centrar a la sociedad en torno a la forma del Culto. ¿Dónde comienza la forma de un Culto, cuál es el extremo más visible para las masas? Evidentemente, el Culto comienza por el Templo, lo que primero aparece al creyente. En verdad, lo más importante del Culto es el Ritual; pero todo sitio donde se practica el Ritual es un Templo pues el Templo es el Espacio Sagrado donde se puede realizar el Ritual: la prioridad aparente del Templo surge de que, efectivamente, puede existir un Templo, es decir, un Espacio Sagrado o Centro de Manifestación metafísica, sin que haya Ritual, pero es inconcebible que pueda ejecutarse un Ritual fuera de un Espacio Sagrado o Templo. El plan de la Fraternidad Blanca para afianzar el Culto comenzaba, pues, por la implantación masiva de Templos y por la evolución de la forma de los Templos en concordancia con los objetivos del Ritual.

         Pero esos planes apuntaban a un objetivo final mucho más complejo: la instauración de un Gobierno Mundial en manos del Pueblo Elegido. La Fraternidad Blanca crearía las condiciones culturales adecuadas para que una sociedad futura aceptase tal forma de gobierno: en esa empresa ocuparían el esfuerzo de toda la casta sacerdotal de Occidente, figurando en primer término la misión encomendada a los Golen. Cuando la sociedad es-tuviese lista para el Gobierno Mundial entonces se realizaría, Mesías mediante, la reunificación del Cristianismo con la Casa de Israel y se elevaría al Pueblo Elegido al Trono del Mundo. Tales eran los planes de la Fraternidad Blanca y de los Sacerdotes del Pacto Cultural. La transformación de la sociedad, que esos planes exigían, se lograría principalmente por la unificación religiosa y la función fijadora del Culto que ejerce todo Templo sobre las masas. Pero habría más: también se requería la formación de un poder financiero y militar que prestase apoyo, en su oportunidad, a la constitución del Gobierno Mundial.

         El Culto oficial de las sociedades europeas era el cristiano, así que los Templos habrían de responder a los Ritos de la Iglesia. Claramente, se advierte que el plan de los Dioses Traidores requiere la efectivización de dos condiciones: la primera es que las masas tomen conciencia de la necesidad del Templo para la eficacia del Ritual; y la segunda es que se disponga, en el momento en que esta necesidad alcance su máxima expresión, de los hombres capaces de satisfacerla mediante la construcción de Templos en grandes cantidades y volúmenes. La primera condición se cumpliría por la constante y permanente prédica misionera; la segunda, con la fundación en Occidente, de un Colegio Secreto de Constructores de Templos: este Colegio, Dr. Siegnagel, fue confiado a los Golen. Mas ello no ocurrió de entrada, pues se debía concretar el plan de la Fraternidad Blanca comenzando por la primera condición: cuando en la Iglesia estuvo preparado el lugar que iban a ocupar los Golen para  desarrollar su Colegio de Constructores, en el siglo VI, recién entonces se los convocó en Irlanda para que hicieran su asombrosa reaparición continental.

         La oportunidad que los Golen aprovechan para regresar a Europa es producto del nacimiento, en el siglo VI, del “monacato occidental”, tradicionalmente atribuido a San Benito de Nurcia. Realmente, sólo la ignorancia de los europeos pudo sostener semejante atribución durante mil doscientos años; empero, pese a que desde el siglo XVIII se conoce en Occidente con bastante precisión la historia de las religiones del Asia, todavía hoy en día hay quienes sostienen tercamente esa patraña, entre ellos, el dogma oficial de la Iglesia Católica: mas, para comprobar el engaño, sólo hay que tomar un avión, viajar al Tíbet, y observar allí los monasterios budistas de los siglos III y II A.J.C., es decir, ochocientos años anteriores a San Benito, cuyas reglas internas y construcciones son análogas a las benedictinas. La oración y el trabajo eran allí la Regla, tal como en la fórmula ora et lavora de San Benito; pero, lo más importante, lo más revelador de la comparación, resultará sin dudas el descubrir que los monjes tibetanos se dedicaban al oficio de copistas, es decir, de reproducir y perpetuar antiguos documentos y libros, y a conservar y desarrollar el arte de la construcción de Templos, igual que los benedictinos. Y no hay que insistir, porque es suficientemente conocido, que aquellos monasterios constituían centros de difusión religiosa por la acción de los monjes misioneros y mendicantes que allí se preparaban y enviaban por toda el Asia.

         A la luz de los conocimientos actuales, sin embargo, cualquier persona de buena fe ha de admitir que la institución del monacato oriental data del siglo X antes de Jesús, o sea, es por lo menos 1.400 años anterior a la aparición del monacato occidental. Para refrescar la memoria a este respecto, conviene recordar los siguientes datos: en primer lugar, que los himnos más antiguos del Rig Veda y los Upanishads mencionan las comunidades brahmánicas munis y vrâtyas; en segundo lugar, que en la Epoca de Buda, personaje histórico del siglo VII A.J.C., ya existían âshrams desde cientos de años antes; y por último, que si la reforma religiosa budista se extiende rápidamente en la India, China, Tíbet, Japón, etc., es porque ya existían los grupos que se iban a transformar en Sanghas.

         Pero no se trata de que los benedictinos fuesen budistas o tuviesen algo que ver con el budismo sino de que tanto los Sacerdotes budistas, como los Sacerdotes benedictinos, obedecían secretamente a la Fraternidad Blanca, verdadera Fuente Oculta del Monacato “Oriental” y “Occidental”. La Fraternidad Blanca, en efecto, fue autora de una obra titulada “Regla de los Maestros de Sabiduría”, de difusión universal y que en Occidente era conocida desde el siglo II como “Regula Magistri Sapientiae” por numerosas sectas cristianas y también por los gnósticos judíos. Así que, nada original habría en el monacato occidental el cual respondería, por el contrario, a las más ortodoxas disposiciones que dictamina la Fraternidad Blanca en la materia.

         En los primeros siglos de la Era Cristiana cuando el Imperio Roma-no admitía el “paganismo” y mantenía contacto con los pueblos del Asia, se conocía perfectamente la existencia de la vida monacal oriental; incluso hombres ilustres como Apolonio de Tiana, contemporáneo de Jesús, habían viajado al Tíbet y recibido instrucción en sus monasterios. Algunas sectas gnósticas, que llegaron a comprender y a oponerse a los planes de la Fraternidad Blanca, han dejado testimonio de que ello se conocía en las principales ciudades del Medio Oriente: Alejandría, Jerusalén, Antioquía, Cesarea, Efeso, etc. Pero la institución de los monasterios no se establece de la noche a la mañana: es necesario seguir un estricto proceso de formación, un método que se conoce desde la época de la Atlántida y que los Sacerdotes del Pacto Cultural han utilizado universalmente; con ese método los Sacerdotes brahmanes impusieron el hinduísmo y los sacerdotes budistas, previa deformación de la doctrina del Kshatriya Sidhartha, crearon el monacato budista tibetano, chino, indio y japonés. Ese método determina que se debe comenzar por una etapa de anarcomisticismo social, caracterizada por la proliferación de iluminados, ermitaños, y Santos: esta fase tiene el objetivo de fomentar la creencia de que la futura institución monacal es un producto espontáneo del pueblo, que nace y se nutre del pueblo. De este modo los pueblos aceptarán naturalmente la existencia y obra de los monasterios, y, lo que es más importante, también lo aceptarán los Reyes y gobernantes. Y ese método infalible es aplicable en cualquier pueblo y con el concurso de cualquier religión.

         En el marco del judeocristianismo, ya en el siglo I comienza a aplicarse el método y así surgen en Medio Oriente multitud de ascetas y Santos que se retiran a los desiertos y las montañas para vivir en soledad. Durante los siglos II y III crece tanto la población de anacoretas que muchos deciden juntarse bajo el mando de un Santo superior y el orden de alguna regla: se constituyen entonces las comunidades de cenobitas; no obstante, la comunidad de los cenobitas no alcanza aún el grado de unión requerido para el modo de vida monacal pues cada miembro continúa con la vida ermitaña y sólo se reúnen para orar y alimentarse. Y junto a los anacoretas y los cenobitas, vagan por todas partes los “frailes errantes”, versión occidental de los “monjes mendicantes orientales”. Para el siglo V, las colonias de anacoretas y los cenobios, sumaban miles y miles de miembros en Egipto, Palestina y Medio Oriente: en una sola diócesis de Egipto, Oxyrinthus, vivían veinte mil ermitañas y cien mil ermitaños anacoretas, mientras que en vida de San Pacomio existían siete mil monjes cenobitas en sus monasterios, que llegan a cincuenta mil en el siglo V. Con esto le quiero ejemplificar, Dr. Siegnagel, sobre la magnitud del movimiento premonacal, un movimiento que todos sabían era de inspiración extremooriental.

         El momento propicio para instituir el monacato occidental, y para difundir el engaño de que consistía en una creación original judeocristiana, se iba a presentar después de la muerte del Emperador Teodosio, en el año 395, cuando el Imperio Romano se reparte entre sus dos hijos Arcadio y Honorio. Arcadio se establece en Constantinopla, dando inicio al Imperio Romano de Oriente, que duraría hasta el año 1453. Honorio hereda el Imperio Romano de Occidente, con Roma, que se deshacería ochenta años después frente a la presión de las hordas bárbaras: luego del año 476, el Imperio de Occidente se divide en múltiples Reinos romanogermánicos y comienza un proceso colectivo de aislamiento y decadencia cultural. No sólo con el Asia quedan cortados los lazos culturales sino con la misma Grecia; pero la sociedad europea ya estaba preparada para la institución monacal: durante siglos había visto pasar a los frailes errantes procedentes de Tierra Santa y escuchado las historias de los anacoretas y cenobitas orientales; incluso muchos peregrinos viajaban a Tierra Santa y allí adoptaban la vida ascética, conservando a su regreso las costumbres adquiridas; en ese momento, siglo VI, no existe zona montañosa europea donde no habiten ermitaños cristianos. Pero una vez establecido el orden de los monasterios, todos olvidarían el origen oriental de la institución monacal.

         Justamente, de los monasterios benedictinos saldrán las copias y traducciones de los libros más fecundos de la cultura griega, que no tuvo institución monacal, y se “perderá” todo vestigio de las culturas de Extremo Oriente; vestigios que habían existido en el Imperio Romano y que misteriosamente desaparecen de Europa al tiempo que “aparecen” los libros más adecuados para empujar a occidente hacia el desastre espiritual del Renacimiento y la Edad Moderna, es decir, los libros en que se expone el racionalismo y la especulación griega, raíz de la “Filosofía” y de la “Ciencia” moderna. Nada se dirá, a partir de la Cultura benedictina, sobre el origen Atlante de las civilizaciones europeas, ni sobre las religiones de los pueblos del Asia, ni siquiera sobre la de los recientes germanos, a quienes se obligará a olvidar sus Dioses y creencias, y sus alfabetos rúnicos. Y nada se dirá, por supuesto, que pueda relacionar a la institución monacal occidental con otras Culturas, que pueda despertar la sospecha de que lo ocurrido en Europa es una historia repetida en otras partes, la conclusión de un método de Estrategia Psicosocial para ejercer el control de las sociedades humanas. Recién después del siglo IX, por la presencia de los árabes en España, y del siglo XII, por la transculturalización que causan las Cruzadas, algunos Espíritus alertas advierten el engaño. Pero son pocos y ya será tarde para detener a los Golen.

         San Benito, que nació en el año 480, funda en el 530 el monasterio modelo de Monte Cassino y redacta en el 534 su célebre Regla. Que recibió instrucción de los “Angeles” de la Fraternidad Blanca no caben dudas porque su Regula Monachorum es una fiel reproducción de la Regula Magistri Sapientiae. Al morir en el año 547, y “subir al Cielo por un camino custodiado por Angeles” según presenciaron muchos monjes, las bases del “monacato occidental” estaban echadas: ése era “el momento” larga-mente esperado por los Golen para irrumpir en los países continentales de Europa.

         En el siglo V los Golen se encuentran concentrados mayormente en Irlanda y comienzan a infiltrarse en la Iglesia Católica. Uno de los suyos es San Patricio, a quien envían al Continente para estudiar la Doctrina Cristiana y tomar contacto con miembros de la Fraternidad Blanca: regresa en el año 432, procedente de Roma, investido de Obispo y con la autorización papal para evangelizar Irlanda. Inmediatamente funda muchos monasterios, algunos realmente importantes como los de Armagh y Bangor donde se celebrarían Sínodos y existirían escuelas religiosas, en los que se apresuran a ingresar masivamente los Golen de Irlanda y Gran Bretaña. Los siguientes ciento treinta años, desde la muerte de San Patricio en 462 hasta la partida de San Columbano en el año 590, son empleados por los Golen a fin de dar forma a la “Iglesia de Irlanda”, vale decir, a fin de organizar su futuro asentamiento continental.

         El año 590 señala “el momento” histórico en que los planes de la Fraternidad Blanca para la participación de los Golen empiezan a ejecutarse rigurosamente. El “lugar” donde los Golen desarollarán el Colegio de Constructores de Templos ya está listo: son los monasterios de la Orden de San Benito. Y ya ha sido elegido Papa el monje benedictino Gregorio, que años antes en Constantinopla recibe la orden de la Fraternidad Blanca de “convocar a los monjes irlandeses”, es decir, a los Golen, e integrarlos a la Orden de San Benito. Nada más que esa llamada necesitaban los Golen para actuar y en ese mismo año 590 parte hacia Francia San Columbano, procedente del gran monasterio de Bangor, junto con doce miembros de la plana mayor. En Francia se le suman seiscientos Golen y se dedican a fundar monasterios basados en la Regula Monachorum: cuentan en todo momento con el apoyo de San Gregorio Magno, quien recibe a San Columbano en Roma más de una vez. Luego del de Anegray establece el monasterio de Luxeuil, de vasta influencia en la región, y el famoso de San Golen, a orillas del lago Zurich, entre muchos otros. San Columbano muere en el año 615, en el monasterio lombardo de Bobbio, dejando su misión prácticamente cumplida: cientos de monasterios en las Galias, en Suiza y en Italia, es decir, en los antiguos asentamientos celtas, bajo la dirección de los “monjes irlandeses”, Golen, e integrados a la Orden de San Benito.

         Hay que recordar que en el año 589 se desarrolla el III Concilio de Toledo donde el Rey Recaredo, por influjo del Obispo de Sevilla San Leandro, se declara “católico romano”, junto con la Reina y toda la corte del Reino visigodo. No debe sorprender, pues, que los Golen se precipiten en España a partir del nefasto año 590. Sin embargo, esa reaparición causó enorme sorpresa a los Condes de Turdes Valter que no esperaban volver a ver a los Golen en la península, por lo menos mientras durase en ella la ocupación goda. Mas tal imprevisión tenía su causa en la suposición de que los Golen permanecerían paganos y no se “someterían” a la Iglesia Católica: esta suposición fue una ingenuidad, como la realidad se encargó de demostrarlo bien pronto, pues los Golen aspiraban a controlar a la Iglesia Católica luego de “someterse” a ella. Los Condes de Turdes Valter, que también pertenecían a la Iglesia y eran nobles hispano godos, emplearon entonces toda su influencia para impedir la expansión benedictina en el Sur de España, objetivo que lograron ampliamente: los Golen, como es lógico, se afirmarían en el Norte de España, en las regiones célticas. Desde el monasterio de Dumio, vecino a Braga, en la Lucitanía, y otros en Bierzo y en el extremo de la cordillera cantabro asturiana que se denomina Picos de Europa, los Golen emprenderían infinidad de incursiones en la Bética con el fin de destruir a la Casa de Tharsis y robar la Espada Sabia. Toda una guerra secreta se libró desde el siglo VIII, en la que los “monjes misioneros” Golen intentaban aproximarse a la Villa de Turdes y los Señores de Tharsis los hacían ejecutar sin piedad. Pero, por cada Golen benedictino que desaparecía sin dejar rastros o aparecía asesinado en un camino por manos des-conocidas, concurrían dos en su reemplazo, obligando a la Casa de Tharsis a mantener, como antaño, un permanente estado de alerta. Expertos en magia negra, y maestros en toda clase de Ciencias, emplearían cuanto sabían para localizar la Caverna Secreta, mas siempre fracasarían. Al final, solicitarían el auxilio de Bera y Birsa, como se verá más adelante.

 

         Es evidente que la inserción de los Golen en la Iglesia Católica no constituye un motivo suficiente para descalificarla completamente. La razón es que los Golen se introducen como “Sociedad Secreta” dentro de la Iglesia y, aunque sus intrigas comprometen en más de una ocasión a la Iglesia toda, sus planes jamás son declarados públicamente ni asumidos oficialmente por ésta. Por el contrario, en muchas otras ocasiones personalidades verdadera-mente espirituales, auténticos kristianos, han brillado en su seno. Conviene considerar entonces, a pesar de que tal distinción no siempre sea fácil de determinar, como si existiesen dos Iglesias superpuestas: una, contra la que lucharon los Señores de Tharsis, es la Iglesia Golen; así la denominaré en otras partes y su definición irá surgiendo de la historia; otra es la Iglesia de Kristos, o Iglesia a secas, a la que pertenecieron los Señores de Tharsis y el Circulus Domini Canis, y a la que pertenecen muchos de los que están por el Espíritu y contra las Potencias de la Materia, por Kristos Luz y contra Jehová Satanás. Una es la Iglesia de la Traición al Espíritu del Hombre y otra es la Iglesia de la Liberación del Espíritu del Hombre, una es la Iglesia del Demonio del Alma Inmortal y otra es la Iglesia del Dios del Espíritu Eterno.

 

 

 

 

Decimosexto Día

 

 

       Sobre el Papa benedictino Gregorio I, el creador del “canto gregoriano”, caben agregar dos cosas. Una es destacar que la presión ejercida sobre San Leandro para que influyese en Recaredo y consiguiese el ingreso masivo de los Golen en España sólo dio por resultado que en los monasterios ya existentes se adoptase la Regula Monachorum. Y la otra es notar que su decisión, tomada en combinación con San Columbano Golen, de enviar en el año 596 al monje San Agustín y treinta y nueve benedictinos a Gran Bretaña, obedecía a la necesidad de reemplazar provisoriamente a los irlandeses en la tarea evangelizadora. Aquella partida llevaba el cometido de evangelizar a los anglos y a los sajones que no hacía mucho habían conquistado la isla: según San Columbano y otros Golen, estos pueblos (de Sangre Muy Pura) manifestaban natural predisposición contra los celtas y especialmente contra los irlandeses; sólo respetarían a otros germanos o a los romanos: ellos tendrían que realizar la tarea, pues, una vez evangelizados, ya habría tiempo para que los Golen se infiltrasen y se apoderasen del control de la Iglesia Británica. En el año 600 el Bretwalda de Gran Bretaña era el Rey Etelberto de Kent, cuya esposa, princesa de los francos y ferviente católica, favorece la conversión por los romanos de San Gregorio, pese a que tenía junto a ella a un Obispo franco y algunos Sacerdotes de su pueblo; el éxito es grande: el Rey y el pueblo se bautizan y en Canterbury se funda un monasterio benedictino con jerarquía de obispado; luego le siguen Essex, Londres, Rochester, York, etc.

         Cuarenta años después los Golen estarán penetrando en los monasterios anglosajones desde la céltica Escocia, apoyados por el Rey Oswaldo de Northumbría. Incorporados como maestros en los monasterios benedictinos a los Golen les resultará más fácil convencer a los anglosajones ya cristianos sobre la bondad de sus intenciones. Empero, durante muchos años, la voz cantante será llevada por monjes no irlandeses, tales como el griego Teodoro de Tarso y el italiano Adriano. San Beda, el Venerable, muerto en el año 735, lleva el monasterio benedictino de Iarrow a su más alto grado de esplendor: talleres donde se enseñan los más variados oficios, escuelas religiosas, granjas monacales, copiado y traducción de documentos, instrucción musical, etc. De los monasterios benedictinos anglosajones saldría una invalorable ayuda para los planes de los Golen en la persona de los monjes misioneros británicos, que serían mucho mejor recibidos que los irlandeses en los Reinos germánicos: Baviera, Turingia, Hesse, Franconia, Frisia, Sajonia, Dinamarca, Suecia, Noruega, etc., verían pasar por sus tierras a los monjes anglosajones. El mayor exponente de esta corriente inglesa benedictina fue, indudablemente, San Bonifacio.

         Procedía del convento benedictino de Nursling y su verdadero nombre era Winfrido: el Papa benedictino Gregorio II le concedió el nuevo nombre de Bonifacio en el año 718, junto con su misión de evangelizar a los germanos. La verdad, atrás de todo este movimiento, era que los Golen sospechaban que los germanos aún conservaban las Piedras de Venus y otros legados de los Atlantes blancos y procuraban hallarlos a cualquier costo. Por eso San Bonifacio, por ejemplo, se empeña en derribar la antiquísima Encina del Dios Donar, en Geismar, en el año 722, tratando de encontrar la Piedra que una tradición germánica situaba en las raíces del árbol. Pero ésta no era una tarea que el propio San Bonifacio tomaría personalmente entre sus manos: para ello contaba con miles de Golen benedictinos bajo sus órdenes; la famosa Piedra de Venus de los sajones, por ejemplo, sería buscada durante cincuenta años, y costaría a los sajones, que al final la perdieron, miles de víctimas, atribuidas luego cínicamente a los “esfuerzos de la cristianización”. San Bonifacio no era, pues, un mero predicador sino un gran ejecutor de los planes de la Fraternidad Blanca: los Archi Golen, ocultos en los monasterios, y los Papas benedictinos, le revelarán estos planes en forma de directivas que él cumplirá fielmente. Uno de sus actos más fecundos para esos planes, por ejemplo, fue la universal difusión que imprimió a la idea de la superioridad del Obispo de Roma, el representante de San Pedro en la Tierra, sobre cualquier otra jerarquía eclesiástica o regia: en base a esa idea se asentará el poder del papado en la Alta Edad Media. Y el papado, el papado benedictino y Golen, se entiende, le responderá en con-secuencia, dotándolo del Palio arzobispal que le permitirá nombrar sus propios Obispos y completar la jerarquía de sus Sacerdotes.

         En el año 737, en Roma, recibe de manos de Gregorio III la máxima dignidad: será Legado papal en Alemania, y dispondrá de amplios poderes para actuar. En aquel tiempo, “Alemania” incluía al Reino Franco, el más poderoso de la cristianidad europea. Pues bien, el nombramiento de San Bonifacio, tenía como objeto liberarle las manos para que llevase adelante un plan tan audaz como siniestro; en el Imperio Romano de Oriente, o Imperio Bizantino, el Patriarca de la Iglesia estaba normalmente sometido a la voluntad del Emperador; en Occidente sería necesario restablecer el poder imperial, pero fundado en una relación de fuerzas completamente inversa: aquí, el Papa dominaría a los Reyes y Emperadores, el Sacerdote al Rey, el Conocimiento del Culto a la Sabiduría de la Sangre Pura. Y el instrumento para este plan, que permitiría a su vez concretar los planes de la Fraternidad Blanca y de los Golen, sería la familia franca de los pipínidos.

         Los Reyes Merovingios se hacían llamar “Divinos” porque afirmaban descender de los Dioses Liberadores: para el judeocristianismo, que sostenía con la Biblia idéntica descendencia de todos los mortales desde Adán y Eva, aquel origen no significaba nada; el único Dios era el Dios Creador, Jehová Satanás, y nadie podía arrogarse su linaje; y fuera del Dios Creador judeocristiano sólo existían la superstición o los Demonios. Así, pues, era una cuestión de principios eliminar a unos Reyes que, no sólo declaraban tener linaje Divino, sino que afirmaban recordarlo con la sangre: esa vinculación entre la Divinidad y la realeza, muy popular entre los francos, era un obstáculo molesto para unos Sacerdotes que pretendían presentarse como los únicos representantes de Dios en la Tierra. Al morir Carlos Martel en el año 741, le suceden sus hijos: Carlomán como Mayordomo de Austrasia y Pipino como Mayordomo de Neustría. Carlomán, que luego se retiraría al monasterio de Monte Cassino, concede a San Bonifacio total libertad para reformar la Iglesia Franca de acuerdo a la Regla benedictina; otro tanto hará Pipino. En pocos años, mediante una serie de Sínodos que van del 742 al 747, se pone a toda la Iglesia Franca bajo el control de la Orden Bendictina.

         Carlomán y Pipino están, también, dominados por la Orden. San Bonifacio comunica a Pipino el plan de los Golen: con la aprobación del nuevo Papa Zacarías, se destronará al Rey Childerico III, el último de los Divinos Merovingios; en su lugar sería elegido Pipino por los Grandes del Reino y su nombramiento estaría legitimado, análogamente al Antiguo Testamento, por el consentimiento del Papa y la unción de San Bonifacio. El pago del nuevo Rey, por legitimar su usurpación, consistiría en un considerable botín: la creación de los Estados Pontificios. Pero esta recompensa no cercenaría en nada el poder del Reino Franco pues no se constituiría a sus expensas sino a la de los lombardos y bizantinos: en efecto, el Papa solicitaba en pago de su alianza con el Rey Franco unos territorios que debían ser previamente conquistados. Concertado el arreglo, en noviembre del año 751 el Rey Childerico III era confinado en un monasterio benedictino y Pipino el Breve proclamado Rey y ungido por San Bonifacio. En 754 el Rey Pipino y el Papa Esteban II se reúnen en Ponthión donde firman un tratado por el cual los francos se comprometen en adelante a proteger a la Iglesia Católica y a servir al Trono de San Pedro. De este modo, en 756, los francos donan a San Pedro el Exarcado, Venecia, Istria, la mitad del Reino longobardo  y los ducados de Spoleto y Benevento.

         Con Pipino el Breve se inaugura la dinastía carolingia, piedra fundamental en la obra de la Fraternidad Blanca. De lo expuesto, se trasluce con claridad que la corte y todos los resortes del Estado franco estaban copados por la Orden benedictina: no será difícil imaginar, entonces, en qué clase de ambiente se educarían sus nietos y familiares, y cuáles las creencias que se les inculcarían sobre la antigua religión “pagana” de los germanos y sus Dioses ancestrales. En vista de esto, habrá que reconocerle a Carlos el Magno el haber hecho todo lo posible por convertirse en judeocristiano y cumplir con el plan de los Golen.

         El fruto de los siglos de paciente y reservada labor obtenido en los monasterios benedictinos pudo observarse en la corte carolingia, especialmente en la denominada “Escuela Palatina”. A esta Escuela concurría personal-mente el Emperador con sus hijos e hijas, su guardia personal, y otros miembros de la corte, a escuchar las lecciones que impartían los “sabios” benedictinos llegados, en muchos casos, desde monasterios lejanos: de Italia vinieron a Aquisgrán Pablo de Pisa, Paulino de Aquileya, Pablo Diácono de Pavía, etc.; de España vino uno de los Señores de Tharsis con la misión de espiar la marcha de la conspiración Golen, trayendo a su regreso desalentadoras noticias sobre la magnitud y profundidad del movimiento enemigo: se llamaba Tiwulfo de Tharsis y fue famoso por su libro escrito en la Escuela Palatina, titulado “De Spiritu Sancto Bellipotens”. No obstante estas procedencias, la gran mayoría de los maestros eran irlandeses y anglosajones, es decir Golen y secuaces de Golen. Entre los últimos cabe mencionar al cerebro de la Escuela Palatina y de la difusión general que a partir de ella se daría a la “cultura benedictina”: me refiero a Alcuino de York, discípulo de la Escuela de San Beda, el Venerable, que se incorpora a la Escuela Palatina en el 781 y dirige entre el 796 y el 804, fecha de su muerte, la Escuela del monasterio de San Martín de Tours. Su Schola Palatina es el foco del llamado “reconocimiento carolingio”, al que contribuyen eficazmente sus obras, de inspiración clásica y neoplatónica, y basadas en conceptos de Prisciano, Donato, Isidoro, Beda, Boecio, tales como De Ratione Animae, o sus famosos manuales que rigieron durante siglos la educación europea: Gramática, De Orthographia, De Rethorica, De Dialéctica, etc.

         De la Escuela Palatina salen las ideas para la “Encíclica de litteris colendis”, cuyas resoluciones aprobadas por Carlomagno tenían fuerza de ley y ordenaban la creación, en todos los monasterios y catedrales, de Escuelas para Sacerdotes y legos: en ellas se debería enseñar el Trivium, el Quadrivium, la Filosofía y la Teología. El Trivium y el Quadrivium formaban las llamadas “Siete artes liberales”: el Trivium contenía la Gramática o Filología, la Retórica y la Dialéctica; y el Quadrivium, la Astronomía, Geometría, Aritmética y Música. Desde luego que la enseñanza de tales materias estaba a cargo de los monjes benedictinos, quienes se habían preparado para eso durante doscientos años y eran los únicos que disponían de suficientes maestros y material clásico con que cumplir la orden real, que ellos mismos habían inspirado. Y los benedictinos Golen tenían bien claro cómo debían educar las mentes europeas para que en los tiempos por venir se experimentase colectivamente la imperiosa necesidad del Templo local: entonces el Colegio de Constructores Golen, que pronto se pondría en marcha, levantaría Templos de Piedra nunca vistos, Catedrales magníficas, Construcciones que en realidad serían máquinas de piedra de tecnología Atlante morena y cuya función apuntaría a trasmutar la mente del creyente y ajustarla al Arquetipo colectivo de la Raza hebrea, que es el mismo que el de Jesús Cristo arquetípico.

         Alcuino, que se hacía llamar “Flacco” en honor del poeta latino Horacio, dirigía los círculos culturales benedictinos Golen que rodeaban al Emperador. En tales cenáculos se respiraba un aire bíblico y judaico muy intenso: el propio Carlomagno exigía ser llamado “David”, y su fiel consejero Eginardo, por ejemplo, pedía se lo nombrase Beseleel, por el constructor del Tabernáculo en el Templo de Jerusalén. Y en este especial microclima ambientado por los benedictinos Golen, al Emperador y sus principales colaboradores de la nobleza franca, se les iba lavando lentamente el cerebro y se los condicionaba para adoptar el “punto de vista Golen” sobre el Orden del Mundo. Para preservar ese Orden, por ejemplo, se debía erradicar el paganismo e imponer mundialmente el judeocristianismo: eso era el Bien, lo que mandaba la ley de Dios y lo que suscribía el representante de San Pedro. No importaba si para conseguir ese Bien se debiesen destruir pueblos hermanos: Dios perdonaría a los suyos todo lo hecho en Su Nombre. Los Golen condicionaban de este modo la mente del Emperador porque necesitaban un nuevo Perseo, un “Héroe” que cumpliese la sentencia de exterminio que pesaba sobre el pueblo de Sangre Pura de los Sajones y les permitiese robar su Piedra de Venus.

         Por lo menos el pueblo Perseo de los cartagineses que destruyera a Tartessos mil años antes pertenecía a otra Raza. El crimen de Carlomagno y sus francos es inestimablemente mayor, pues, no conforme con apoyar militarmente la ofensiva lanzada por San Bonifacio contra la Sabiduría Hiperbórea de los Sajones, emprendió él mismo la tarea de exterminar a la nobleza sajona, hermana cercana de la sangre franca.

         El de los Sajones fue uno de los últimos pueblos de Occidente que se mantuvo ininterrumpidamente fiel al Pacto de Sangre y a los Dioses Liberadores: según ellos creían, los Atlantes blancos les habían encomendado la misión de proteger un Gran Secreto de la Raza Blanca, que cayera del cielo sobre Alemania hacía miles de años, durante la Batalla de la Atlántida; aquel Secreto estaba específicamente mencionado en el Mito de Navután, a quien los Sajones llamaban Wothan, como “el anillo de la Llave Kâlachakra”, donde los Dioses Traidores habían grabado el Signo del Origen: Freya Perdiz lo tuvo que soltar antes de penetrar en el moribundo Navután y su caída, según la Sabiduría de los Sajones, se produjo en Alemania; concretamente, había caído sobre las rocas del Extersteine, una montaña que se encuentra en el centro del bosque Teutoburger Wald. De acuerdo a lo que sostenían los Sajones, el anillo tocó las rocas en coincidencia con el momento en que Navután resucitaba y adquiría la Sabiduría de la Lengua de los Pájaros: esto produjo que el Signo del Origen se des-compusiese en las trece más tres Vrunas o Runas y que éstas se plasmasen para siempre en las rocas del Extersteine; sobre una de ellas, la más prominente, cualquiera que posea linaje espiritual podrá ver, por ejemplo, a la Vruna más sagrada para los Atlantes blancos, la que representa al Gran Jefe Navután, es decir, la Runa Odal. Pero los Sajones no sólo conocían, en esa fecha tardía del siglo VIII D.J.C., las Vrunas de Navután, sino que habían logrado conservar, igual que los Señores de Tharsis, su Piedra de Venus. En la cumbre del Extersteine se erguía desde tiempo inmemorial la “Universalis Columna” Irminsul, un Pilar de Madera que representaba el Arbol del Terror donde se había autocrucificado Navután para conocer el Secreto de la Muerte. Este santuario era venerado por los germanos desde tiempos remotos y, para evitar su profanación por parte de los romanos en el año 9 D.J.C., el Líder querusco Arminio, o Erminrich, aniquiló al ejército del General Publio Quintilio Varo compuesto por veinte mil legionarios, en las proximidades de Teutoburger: Varo y los principales oficiales se suicidaron luego del desastre.

         Igual suerte no iban a tener los heroicos sajones setecientos sesenta años después frente a un enemigo abrumadoramente superior y que abrigaba hacia ellos una intolerancia irracional semejante a la que Amílcar Barca experimentaba por los tartesios. Por supuesto que, atrás de esa intolerancia de Carlomagno, hay que ver, igual que en el caso de Amílcar, la mano de los Golen, la necesidad, implantada artificialmente en la mente de aquellos Generales, de cumplir la sentencia de exterminio. El pecado de los Sajones era éste: ocuparon el bosque y se entregaron con tal empeño a realizar su misión, que impidieron durante siglos que los Golen pudiesen acercarse al Extersteine; pero lo más grave era que grabaron los trece más tres signos rúnicos del Alfabeto Sagrado en la Columna Irminsul, y le incrustaron en su centro la Piedra de Venus, en rememoración del Ojo Unico de Wothan que miraba al Mundo del Gran Engaño desde el Arbol del Terror. La repulsión que los Sajones experimentaban hacia los Sacerdotes Golen, su rechazo irreversible al judeocristianismo, su fidelidad al Pacto de Sangre y a la Sabiduría Hiperbórea, su defensa encarnizada de la plaza de Teutoburger Wald, y su negativa a entregar la Piedra de Venus, eran motivos más que suficientes para decretar el exterminio de la Casa Real Sajona, especialmente en ese momento en que el poder de los Golen estaba en su apogeo.

         Sólo así se explica la sanguinaria persistencia de Carlomagno, que durante treinta años combatió sin tregua a los Sajones, pueblo cultural y militarmente inferior a los francos y que si resistió tanto fue por el indómito Valor que el Espíritu hacía brotar de su Sangre Pura. En el año 772, las tropas del nuevo Perseo caen sobre Teutoburger Wald y, luego de encarnizada lucha, logran tomar el Extersteine y entregarlo a los Sacerdotes benedictinos Golen para su “purificación”: estos no tardan nada en destruir la Columna Irminsul y robar la Piedra de Venus, condenando desde entonces a los Sajones a la oscuridad de la confusión estratégica, a la desorientación sobre el Origen. No obstante el botín conquistado, faltaba cumplir la sentencia de los Golen: en el 783, en Verden, Carlomagno, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, haría decapitar a cinco mil Nobles Sajones, cuya Sangre Pura consumaría en el Sacrificio ritual la unidad del Dios Creador Jehová Satanás. Tras una posterior resistencia sin esperanzas, por parte del único jefe rebelde sobreviviente, Wittikind, los Sajones terminaron por aceptar el judeo cristianismo, como tantos otros pueblos en similares circunstancias, y se integraron al Reino Franco.

 

         Carlomagno moría en Aquisgrán, en el año 814, pero ya en el 800 había recibido del Papa León III la consagración como Emperador Romano, justo pago para quien tanto sirviera a la Iglesia y a la causa de la Orden benedictina. Le sucede como Emperador su hijo Ludovico Pío, a quien sus contemporáneos apodaron “el Piadoso” y “el Monje”, por su dedicación a la Iglesia y su preocupación por poner definitivamente a los monjes francos bajo el poder de la Orden benedictina. Apenas tres años después de su coronación imperial concreta ese anhelo de los Golen en el Sínodo de Aquisgrán del año 817, en el que se acuerda imponer la Regla benedictina a todos los monasterios de los dominios francos, es decir, a lo que pronto sería el Imperio Romano Germano: parte de España, Francia, Alemania, Dinamarca, Suecia, Frisia, Italia, etc.

         Con la sanción de aquella ley imperial, el poder de la Orden quedó consolidado lo suficiente como para que los Golen no pensaran en otra cosa, los siguientes doscientos setenta años, que en llevar a la perfección el Colegio de Constructores de Templos. En los doscientos años precedentes acumularon el Conocimiento de las Ciencias; ahora pasarían a la práctica, formarían Gremios de Constructores compuestos de logias de aprendices, compañeros y maestros masones; y tales logias serían laicas, integradas por gente del pueblo, pero dirigidas secretamente por la Orden, que va a ser quien posea el Plano y las Claves del Templo. También haría falta disponer de una Clave Final, un Secreto que permitiría a los Golen llevar su obra a la máxima perfección. Pero los Golen, y por Ellos la Orden benedictina, contaban con la Palabra de la Fraternidad Blanca de que tal Secreto les sería confiado cuando su misión europea estuviese a punto de concluir. Aquel Secreto, aquella Clave de las claves, consistía en las Tablas de la Ley de Jehová Satanás, las que el Dios Creador entregó a Moisés en el monte Sinaí y que posibilitaron luego a Hiram, Rey de Tiro, construir el Templo de Salomón, el Templo de los templos: en ellas estaba grabado, mediante un Alfabeto Sagrado de veintidós signos, el Secreto de la Serpiente, es decir, el Más Alto Conocimiento que le es permitido alcanzar al animal hombre, las Palabras con las que el Dios Uno nombró a todas las cosas de la Creación: Con esas Tablas en su poder, los Golen estarían en condiciones de levantar el Templo de Salomón en Europa, cumpliendo así con los planes de la Fraternidad Blanca y elevando al Pueblo Elegido al Trono del Mundo. Claro que antes de llegar a tan maravillosas realizaciones la Orden benedictina tendría que resolver varios problemas: además de poner en marcha el Colegio de Constructores de Templos, habría que crear las condiciones para que los pueblos del Imperio Romano apoyasen la existencia de una Orden Militar en el seno de la Iglesia Católica. Tal Orden tendría una doble función: por una parte, custodiar, en el momento que la Fraternidad Blanca decidiese entregarla a los Golen, las Tablas de la Ley desde su actual ubicación en Jerusalén hasta Europa; y por otra parte servir como fuerza militar de apoyo a la Constitución de la Sinarquía Financiera, o Concentración del Poder Económico, que sería necesario establecer en Europa como paso previo al Gobierno Mundial del Pueblo Elegido.

 

 

 

Decimoséptimo Día

 

 

        Llevar a cabo la última parte de los planes de la Fraternidad Blanca requería de una reforma en el sistema monacal benedictino: se necesitaba, sobre todo, concentrar el Conocimiento de la Orden y controlar, desde ese centro, las principales funciones culturales de Occidente. Y aquella reforma no se haría esperar pues estaba prevista de antemano, vale decir, era una alternativa estratégica de los Golen; en el mismo siglo IX, apenas muerto Carlomagno y cuando su dinastía se apresta a trabarse en una lucha de facciones, por los trozos del Imperio, que duraría cien años, ya comienza a perfilarse el cambio: en el año 814, Ludovico Pío, el Monje, brinda todo su apoyo a San Benito de Aniane para que funde un monasterio en Aquisgrán, donde la Regla bendictina sería aplicada con el máximo rigor. Tres años después aquel monje, que había sido enviado a la corte carolingia por el Papa bendictino León III, redacta y da a conocer el Capitulare Monacorum y el Codex Regularum que daría fundamentación inicial a la reforma de la Orden benedictina. Pero será en el siglo X cuando el objetivo de concentrar el Conocimiento de la Orden se logre concretar definitivamente con la ocupación del monasterio de Cluny. La demora ha de achacarse a la compatibilidad que tal objetivo debía guardar con la seguridad del Secreto de la Orden: los Golen no podían arriesgar, a esa altura de los hechos, un fracaso por imprevisión. Por eso la reforma de Cluny sólo se emprende cuando se dispone de la seguridad de que no será interrumpida.

         Con la elección del sajón Enrique I, el Pajarero, como Rey Franco y Emperador, en el año 919, entra en la Historia el extraordinario linaje de los Otones y los Salios, una Sangre Pura que llegaría a producir un Federico II Hohenstaufen en el siglo XIII, “el Emperador Hiperbóreo que se opuso con el Poder del Espíritu a los más satánicos representantes del Pacto Cultural”. En el siglo X, ese linaje poderoso se dedica con vigor a reorganizar el Reino, en tanto el papado cae en el mayor desprestigio a causa de la digitación efectuada por las familias de la nobleza romana, especialmente las Teodoras, Crescencios, Túsculos, etc. La Orden benedictina, que ha decidido aprovechar el momento para trabajar secretamente en la formación del Colegio de Constructores de Templos, se asegura de entrada que nadie interfiera en el funcionamiento de Cluny: es que, justamente, el lugar elegido para concentrar el Conocimiento recayó en un monasterio francés por exclusivos motivos de seguridad. Una sucesión de bulas papales emitidas durante los siglos X y XI acatadas al pie de la letra por los duques de Aquitanía y Reyes de Borgoña establecieron la total independencia de Cluny de cualquier otra autoridad fuera del Papa o sus abades: ni los Reyes, ni los Dux o Condes, ni los Obispos regionales, podían intervenir en los asuntos del monasterio.

         ¿Ha escuchado hablar actualmente, Dr. Siegnagel, de ciertas bases secretas que poseerían las Grandes Potencias, por ejemplo los soviéticos o los norteamericanos, en las que se habría reunido un enorme número de científicos de todas las especialidades, dotados de los más avanzados medios instrumentales, para planificar en forma integral objetivos de largo alcance, y que dependerían directamente del Presidente o de un Consejo Supremo y actuarían independientemente de cualquier otra autoridad nacional fuera de sus propios jefes o comandantes? Pues exactamente eso era Cluny en el Siglo X. Allí se planificaba para una Europa futura, judeocristiana, unificada bajo las Catedrales y el Templo de Salomón, controlada por una Orden militar de la Iglesia, administrada por una Sinarquía Financiera, y gobernada finalmente por el Pueblo Elegido.

         Es Formoso, el mismo Papa benedictino cuyo cadáver insepulto fue arrojado al Tíber por el Papa Esteban VI, partidario de Lamberto de Espoleto, en venganza por que aquél nombrase Emperador a Arnulfo, quien nombra a Bernón para emprender la gran misión. Bernón era un monje benedictino de noble linaje borgoñón, cuya influencia sobre el duque Guillermo I de Aquitanía fue aprovechada para convencer a éste sobre la conveniencia de fundar el monasterio de Cluny. En el año 910 el mismo Bernón toma la dirección del monasterio y da principio a la Concentración del Conocimiento: se reúnen allí los principales libros y manuscritos que la Orden poseía en distintos monasterios y se constituye una Elite Golen dedicada a la copia de documentos y al estudio de la “Arquitectura Sagrada”. Desde luego, la Elite Golen, denominada internamente “monjes clérigos”, habría de ocuparse con exclusividad de su tarea y tendría que abandonar la tradicional norma benedictina de compartir los trabajos de mantenimiento del monasterio y la producción de alimentos: en este sentido, se reforma la Regla benedictina y se crea la institución de los “monjes laicos” para desempeñar la honrosa función de mantener a los Golen. Durante el mandato de su segundo abad, San Odón, ya comienzan a verse los frutos de la reforma: primero se difunde la fama sobre el ascetismo y la perfección alcanzada por la reforma cluniacense, lo que atrae la curiosidad de otros monasterios y causa la admiración del pueblo; luego se envían grupos de monjes especialmente entrenados a los monasterios que lo requieren, para iniciarlos en la reforma: a los miembros del pueblo se los selecciona cuidadosamente para incorporarlos a la Elite de los monjes clérigos o encargarlos de las tareas propias de los monjes laicos; después se inauguran monasterios sometidos a la jurisdicción de Cluny, a los que se extienden sus derechos de autonomía e independencia. En ese punto, Cluny era una Congregación por derecho propio. Y quien más entusiasta-mente apoya a San Odón con una bula en el año 932 es el Papa benedictino Juan XI, hijo bastardo del Papa Sergio III y de Marozia de Teodora, célebre asesina de la Epoca.

         Tras ciento cincuenta años de actividad, la Congregación de Cluny cuenta con dos mil monasterios distribuidos principalmente en Francia, Alemania e Italia, pero también en España, Inglaterra, Polonia, etc.; sin incluir los restantes miles de monasterios benedictinos que han adoptado la reforma cluniacense pero que no dependen del Abad de Cluny. A mediados del siglo XI la Orden ha conseguido transformar eficazmente la Cultura europea: bajo el manto intelectual de los benedictinos de Cluny se han formado los gremios de masones operativos que demostraron su pericia en el arte de la construcción “románico” y que ya están listos para lanzar la revolución del “gáulico”, mal llamado gótico; atrás de ese movimiento, naturalmente, está el Colegio Secreto de Constructores de Templos. Pero también se ha logrado plantar en el corazón de los señores feudales la semilla del sentimentalismo, del arrepentimiento y de la piedad cristiana: los “pecados” pesan cada vez más en el Alma del Caballero y requieren el alivio de la confesión sacerdotal; se acepta morigerar la conducta guerrera mediante la “paz de Dios” y la “tregua de Dios”, determinadas por los Sacerdotes; se moraliza a los guerreros germanos con los principios judaicos de la Ley de Dios, del Temor a la Justicia de Dios, etc. Como resultado de esto surge una clase especial de Nobles y Caballeros que, sin perder su valor y audacia, pero respetuosos de Dios y de sus representantes, están condicionados para arrojarse ciegamente a cualquier aventura que les señale la Iglesia.

         Los planes de la Fraternidad Blanca se van cumpliendo en todas sus partes. En el año 1000, luego de haber atemorizado a Europa con la “proximidad del Juicio Final”, los Golen avanzan un gran paso al exponer al Emperador alemán su proyecto de reconstrucción del Imperio Romano de Occidente con capital en Roma y conseguir que éste acepte desplazar la capital del Imperio de su base alemana: aunque tal proyecto no se concretaría, la idea ya estaba lanzada e influiría durante doscientos cincuenta años en los objetivos imperiales del reino alemán. Los detalles de ese plan se acuerdan entre el Rey Otón el Grande y el Papa Golen Silvestre II, cuyo nombre era Gerberto de Reims. Y en ese plan del año 1000, en el compro-miso que asumía el Emperador de “luchar contra los infieles”, especialmente contra los sarracenos de España, mediante una “Milicia de Dios”, estaban claramente esbozados los conceptos de las Cruzadas y de las Ordenes mili-tares cien años antes de su realización.

         Pero el éxito del plan respondía, en todo caso, de la sujeción del Emperador frente a la autoridad del Papa, del dominio que la Iglesia pudiese imponer sobre el temperamento naturalmente indómito de los soberanos germanos. Sería allí donde se medirían nuevamente las fuerzas del Pacto Cultural contra el Recuerdo inconsciente del Pacto de Sangre. Para eso los Golen sentarían en el Trono de San Pedro a un reformador cluniacense de fanatismo sin par, el monje Hildebrando, que pasará a la Historia como el Papa Gregorio VII, el Papa que haría humillar al Emperador Enrique IV en Canossa antes de levantarle la excomunión, demostrando con ello “la superioridad del poder espiritual sobre el poder temporal”, es decir, sosteniendo la antigua falsificación de los Atlantes morenos y de los Sacerdotes del Pacto Cultural: para la Sabiduría Hiperbórea del Pacto de Sangre, contrariamente, el Espíritu es esencialmente guerrero y, por lo tanto, las castas nobles y guerreras son espiritualmente superiores a las sacerdotales. Mas, con la debilidad de Enrique IV, el daño estaba causado y le tocaría a sus descendientes luchar contra un papado Golen erigido en director del Destino de Occidente.

         Que los Golen no confiaron ni confiarían jamás en los Alemanes, aparte de la radicación del Colegio de Constructores en Cluny, lo indica su actitud favorable a los normandos como ejecutores preferidos de sus planes, seguidos de los franceses. Aquellos, que no pertenecían como se supone a la familia de pueblos germanos sino a una tribu céltica de escandinavia, étnicamente diferente de los vikingos noruegos, suecos y daneses, se habían conquistado un Ducado en el Norte de Francia, la Normandía, que fue reconocido oficialmente por Carlos el Simple en el año 911: por el tratado de paz pactado entonces en Saint Clair-Sur-Epte, el Duque Rollón se bautizaba y aceptaba el cristianismo junto con su pueblo, cuya evangelización definitiva se dejaba en manos de la Orden benedictina. No tardaron, pues, en florecer los monasterios en la Normandía y en quedar finalmente toda la nobleza normanda bajo las influencias de Cluny. Ciento cincuenta años después se comprobaban los efectos de la paciente labor de adoctrinamiento y acondicionamiento cultural realizado por los benedictinos: los normandos estaban preparados para constituirse en un brazo ejecutor de los planes de la Fraternidad Blanca. El Papa Golen Nicolás II, aquel que instituye la elección papal por parte de los Cardenales les entrega en feudo al Sur de Italia: al Rey Roberto Guiscardo, la Apulia, Calabria y Sicilia; a Ricardo de Anversa, Capua; corre el año 1059. Siete años después, en 1066, el Duque de Normandía, Guillermo el Conquistador, se apodera de Inglaterra con la colaboración, o traición desembozada, de la Orden benedictina de la isla: gracias a él ingresan nuevamente en Inglaterra los miembros del Pueblo Elegido, que habían sido expulsados en el año 920 por el Rey Knut el Grande bajo el cargo de “enemigos del Estado”. El Papa es entonces el benedictino Alejandro II, pero los cerebros que dirigen la maniobra son los Golen Cluniacenses Hildebrando y Pedro Damiano. Al sucederlo en el papado el mismo Hildebrando, o Gregorio VII, en 1073, una franja impresionante que desciende desde Irlanda, abarca Inglaterra, Normandía, Flandes, Francia, Borgoña, Italia, y concluye en Sicilia, se halla sometida a la influencia directa de los Golen de Cluny.

         Cabe agregar sobre Hildebrando, un dato que no debe ser jamás olvidado: su origen judío. Hildebrando, en efecto, era bisnieto de Baruk, el banquero judío que se convirtió al cristianismo y que fue cabeza de la familia Pierleoni, un linaje que influyó durante siglos en las elecciones papales. Gracias al dinero de los Pierleoni, por ejemplo, Hildebrando había logrado la elección de Alejandro II y apoyo para sus propios planes. Y la Banca Pierleoni, por supuesto, era muy caritativa; y su caridad, desde luego, tenía directo beneficiario: la Congregación de Cluny, donde sus hermanos de Raza y los Golen preparaban el Gobierno Mundial del Pueblo Elegido.

         Poner a punto el plan de los Golen demandará un ensayo preliminar: esa prueba general de verificación de potencialidades será la Primera Cruzada. En 1078, Gregorio VII y la plana mayor Golen reciben dos noticias simultáneas: la más importante es la que proviene de la Fraternidad Blanca, en la que los Inmortales aprueban al fin, el traslado a Europa de las Tablas de la Ley, ocultas durante veinticinco siglos en Jerusalén, en las proximidades del Templo de Salomón. La otra noticia viene del Imperio de Oriente, que está cercado por un poderoso despliegue militar de los Turcos seldaschukos, quienes ya ocuparon Irán, Bagdad, Siria, Palestina, gran parte del Asia Menor, y acaban de apoderarse de Jerusalén. Esas noticias deciden a los Golen sobre la forma en que ensayarán sus fuerzas: predicarán la Cruzada, mas, en principio, ésta no apuntará al objetivo principal sino a uno secundario; se divulgará la necesidad caballeresca cristiana de prestar ayuda a la Iglesia bizantina contra los turcos; si ese llamado da los resultados esperados, recién entonces se anunciará el deber de “liberar a Tierra Santa”; y solamente si este último reclamo es obedecido, sólo así, se emprenderá la misión a Jerusalén para buscar la Clave del Templo de Salomón. Porque ocurre que la recuperación del Secreto del Pueblo Elegido no es fácil: si estuvo oculto veintiún siglos no es porque nadie lo hubiese buscado y encontrado antes, sino porque su encubrimiento fue deliberado y cuidadoso y empleó técnicas esotéricas; su localización actual exigiría el envío de un equipo de Sacerdotes Iniciados en la Cábala acústica y numeral, para leer y pronunciar correctamente las Palabras que abrirían el Cerrojo del Secreto: y ese equipo sí, que debería ir en el momento justo, contando con la máxima seguridad, porque de esa operación dependería el éxito o fracaso de una Estrategia planificada sistemáticamente durante seiscientos años.

         El Sínodo de Clermont del año 1095 es empleado por el Papa Golen Urbano II, reciente prior de Cluny, para llamar a la guerra contra los infieles y liberar a la Iglesia de Oriente: –”esta guerra es, explicaba Urbano II, una peregrinación de Caballeros armados”; “habría indulgencias especiales para todos los que tomasen la cruz y, tan complacientes estarán los Cielos con la Cruzada, que luego sobrevendrá un extraordinario período de Paz de Dios”–. Pedro el Ermitaño, un predicador popular, reúne una multitud de cien mil personas carentes de preparación militar y de medios, la que pronto será exterminada; en cambio el ejército de Caballeros francos, flamencos y normandos, causa la admiración de los Golen: están alistados en él, Godofredo de Buillón, Señor de la Lorena, con sus dos hermanos Balduino y Eustaquio; Roberto de Flandes; Roberto de Normandía; Raimundo de Tolosa; el Señor normando de Italia, Bohemundo de Tarento; y Tancredo. ¡A este ejército se le podía solicitar, de entrada, la conquista de Jerusalén!

         Tras múltiples dificultades propias de la guerra contra un enemigo valeroso y religiosamente fanatizado, agravadas por las traiciones de los bizantinos, los Cruzados consiguen conquistar Jerusalén en 1099, tres años después de la partida de Europa. Se funda allí un Reino cristiano del que Godofredo de Bouillón es el primer Rey.

         Tras esa victoria, los Golen sólo emplearán treinta años en ubicar las Tablas de la Ley y transportarlas a Europa: a partir de entonces comenzará la revolución del gáulico o gótico. Aquella fase del plan se desarrolló con varios movimientos paralelos. Por un lado, había que preparar un lugar adecuado para recibir las Tablas de la Ley, descifrar su mensaje, y encontrar el modo de aplicar el Conocimiento de la Serpiente a la Construcción de Templos. Por otra parte, se debía despachar cuanto antes hacia Jerusalén el equipo de Iniciados Golen que se encargaría de localizar el Secreto. Y también, habría que dar marcha de inmediato a la formación de la Orden militar que sostendría a la Sinarquía financiera que prontamente se tendría que crear. Si tales movimientos culminaban en los objetivos propuestos por la Fraternidad Blanca, entonces no tardaría en sobrevenir el Gobierno Mundial del Pueblo Elegido y se cumpliría la Voluntad del Dios Creador Uno.

         El monje benedictino Roberto recibió en 1098 la orden de retirarse a las inmediaciones de Citeaux: en el año 1100, apenas conocida la noticia de la toma de Jerusalén, el Papa Pascual II lo pone al frente de la Abadía del Cister y le encomienda la reforma de la regla cluniacense. Sobre la base de la Regula Monachorum de San Benito, él y su sucesor Alberico, introducen cambios substanciales con respecto a Cluny: los monjes vuelven al trabajo manual, se insiste con más rigor en el ascetismo y la soledad, es decir, en el secreto, y se cambia la indumentaria: en adelante los cistercienses no emplearán el hábito negro clásico de los cluniacenses y benedictinos, sino uno blanco, semejante a la antigua túnica de los Golen de las Galias romanas, y a la de los sacerdotes levitas que custodiaban en Israel el Arca con las Tablas de la Ley. En el 1112 la comunidad está lista para recibir al grupo de Iniciados que le dará su definitiva conformación: son treinta y uno, entre ellos San Bernardo con cinco de su familia, todos Golen. Luego de tres años de estudiar los detalles finos, San Bernardo se aboca a fundar en Claraval, región de la Champaña, feudo del Conde Hugo, también de familia Golen, un monasterio adecuado para conservar el Secreto que llegaría de Oriente. Una vez terminado, con el pretexto de efectuar traducciones de textos hebreos, se convoca a los principales Rabinos cabalistas de Europa para colaborar en la tarea de descifrar las Tablas de la Ley. ¡Extraña comunidad la de Cister y Claraval, integrada por Golen y judíos, mientras Europa entera se proclama “cristiana” frente a los pueblos “infieles” de Oriente!

         A la muerte de San Bernardo existían trescientos cincuenta monasterios cistercienses, y al final del siglo XIII, llegaban a setecientos en Europa. De este modo se llevó adelante el primer movimiento.

 

         En cuanto a Cluny, no hay que creer que la fundación del Cister y la expansión de la Orden del Temple le iban a restar algún poder. Prueba de ello es el enorme volumen de sus instalaciones alcanzado en el siglo XIII; como ejemplo, valga recordar que en 1245, con motivo del Concilio General de Lyon reunido por los Golen para excomulgar al Emperador Hiperbóreo Federico II, una numerosa comitiva acompañó al Papa en su visita a Cluny, donde fueron alojados cómodamente sin necesidad de que los monjes abandonasen sus celdas; vale decir, que poseía infraestructura como para alojar a un Papa, un Emperador y un Rey de Francia, junto a todos los prelados y Señores de sus cortejos. No crea que exagero, Dr. Siegnagel: además del Papa Inocencio IV estaban allí los dos Patriarcas de Antioquía y Constantinopla, doce Cardenales, tres Arzobispos, quince Obispos, el Rey de Francia San Luis, su madre Blanca de Castilla, su hermano el Duque de Artois, y su hermana, el Emperador de Constantinopla Balduino II, los hijos del Rey de Aragón y Castilla, el Duque de Borgoña, seis Condes, y un elevado número de Señores y Caballeros. Su biblioteca contaba con cinco mil volúmenes copiados por los frailes, aparte de los cientos de manuscritos, rollos y libros de la Antigüedad, que eran piezas únicas en Europa.

 

 

 

 

 

 

Decimoctavo Día

 

 

       En el año 1118, al fin, los nueve Golen hallaron la Clave del Templo de Salomón con la aprobación de la Fraternidad Blanca: son tres Sacerdotes Iniciados, encargados de localizar las Tablas de la Ley, y seis Caballeros de custodia. Uno de los Iniciados es el Conde Hugo de Champaña, en cuyas tierras se ha instalado el Cister, quien es pariente del Rey Balduino de Jerusalén y allana sin dificultades la ocupación del sitio solicitado: es el emplazamiento tradicional del Templo de Salomón. Su residencia por varios años en ese lugar les significaría el nombre de Caballeros del Temple que adoptaron después, aunque ellos preferían llamarse Unicos Guardianes del Templo de Salomón. Finalmente, tras mucho buscar, meditar, reflexionar, y comprender la naturaleza del Secreto, y contar también con la ayuda de los “Angeles” de la Fraternidad Blanca, los Templarios estuvieron en condiciones de encontrar el Arca. Y cuando el Secreto llegó a sus manos, y se preparaban para escoltarla a Europa, se les unieron Bera y Birsa, los mismos Inmortales que asesinaron a las Vrayas de la Casa de Tharsis. Desde Chang Shambalá, la Fraternidad Blanca enviaba a Bera y Birsa para acompañar el transporte del Arca hasta Claraval y asegurarse de que ésta llegase sin problemas; una vez allí, intentarían apoderarse de la Espada Sabia y ajustar las cuentas pendientes con la Casa de Tharsis. Suspenderé por un momento, el relato de las consecuencias que esa nueva aparición de los Inmortales tendría para los Señores de Tharsis.

         Lo más importante ahora es destacar que en el año 1128, el Arca está instalada en Claraval, en poder de los más altos dignatarios de la Sinagoga y de la Iglesia Golen, en el Corazón del Colegio de los Constructores de Templos. De esta manera se desarrolló el segundo movimiento.

         El resultado triunfal de ambos movimientos motivó a los Golen para actuar de inmediato con el tercero. Se encuentran en la Champaña los seis Caballeros que han transportado el Arca, junto a Bera y Birsa que aún permanecen en Claraval instruyendo al Colegio de Constructores, y se conviene en constituirlos en Orden de Caballería. Con ese secreto fin, San Bernardo convoca en 1128 un Concilio en Troyes, en la región de Champaña, a la que asisten en su totalidad clérigos benedictinos y cistercienses: Obispos, Abades y Priores de todos los monasterios de la Orden, que vienen conscientes de la importancia del evento y desean observar de cerca a los terribles Inmortales Bera y Birsa que también estarán presentes. En el Concilio de Troyes se aprueba la formación de la Orden del Temple y se encomienda a San Bernardo la redacción de su Regla. Será ésta una Regla monástica, básicamente cisterciense pero completada con normas y disposiciones que regulan la vida militar: al frente de la Orden estará un Gran Maestre, que dependerá sólo del Papa; la misión de la Orden consistirá en formar un ejército de Caballeros para luchar en Oriente y en España contra los sarracenos; en Occidente, la Orden poseerá propiedades aptas para practicar la vida monástica y ofrecer instrucción militar; la Orden del Temple estará autorizada para recibir toda clase de donaciones, pero los Caballeros deberán observar el voto de pobreza, etc.

         Durante el resto del siglo XII, la Orden crece en todo sentido y se constituye en el siglo XIII, en un verdadero poder económico y militar sujeto sólo, y hasta cierto punto, a la autoridad de la Iglesia. Puesto que el objetivo oculto de las cruzadas era conseguir el Arca de la Alianza de Jehová Satanás con el Pueblo Elegido, y tal objetivo ya se había logrado, es evidente que el mantenimiento de la Guerra Santa no tenía otro fin más que fortalecer a la Orden del Temple y a la Iglesia: las siguientes Cruzadas, en efecto, permitían a los Papas demostrar su poder sobre los Reyes y Nobles, y al Orden del Temple acrecentar sus riquezas. Así, el papado alcanzaba su más alto grado de prestigio y podía convocar a los Reyes de Francia, Inglaterra o Alemania, para “cruzarse” por Cristo, Nuestro Señor, y, con suerte, hasta lograba eliminar algún potencial enemigo de sus planes de hegemonía europea, por ejemplo como el Emperador Federico Barbarroja, que jamás regresó de la Tercera Cruzada. Y, mientras continuaba la guerra y el ejército de Oriente se perfeccionaba profesionalmente y se tornaba indispensable en todas las operaciones, la Orden iba construyendo una formidable infraestructura económica y financiera: se decía que aquel poder servía para sostener la Cruzada de los Caballeros Templarios, pero, en realidad, se estaba asistiendo a la fundación de la Sinarquía financiera. La Orden pronto desarrolló, sobre la base de sus incontables propiedades en Francia, España, Italia, Flandes, etc., una red bancaria que operaba con el novísimo sistema de las “letras de cambio”, inventado por los banqueros judíos de Venecia, y tenía su sede central en la Casa del Temple de París, verdadero Banco, provisto de Tesoro y Cámara de Seguridad. Natural-mente, practicaban el préstamo a interés a Nobles y Reyes, cuyos “pagarés”, y otros documentos avanzadísimos para la Epoca, se guardaban en las cajas fuertes de la Orden. Entre otras responsabilidades, se les había confiado la administración de los fondos de la Iglesia y la recaudación de impuestos para la corona de Francia.

        

         Los Templarios ocuparon en España varias plazas, entre las cuales se contaba la Fortaleza de Monzón, la que luego de la muerte de Alfonso I, el Batallador, les fue otorgada en propiedad: desde allí, “luchaban contra el infiel”, según la Regla de la Orden. Aquella fortaleza se encontraba en Huesca, a orillas del río Cinca, entonces Reino de Aragón: y hacia allí se dirigieron Bera y Birsa, luego del Concilio de Troyes, acompañados por un importante séquito de monjes cistercienses. Los Inmortales, iban a realizar un “Concilio Secreto Golen” en el que dejarían establecidas las directivas para los próximos cien años, fecha en la que regresarían a pedir cuentas sobre lo hecho. En ese Concilio, aparte de los detalles del plan Golen que ya he descripto, los Inmortales plantearon, en nombre de la Fraternidad Blanca, dos cuestiones que debían ser resueltas cuanto antes; se trataba de dos Sentencias de Exterminio: una, contra la Casa de Tharsis, aún estaba pendiente desde antiguo; la otra, contra los Cátaros y Albigenses del Languedoc aragonés, era reciente y tenía que ejecutarse sin demora.

         Sobre la Casa de Tharsis, los Inmortales admitieron que se trataba de un Caso difícil pues no se podía concretar el exterminio sin haber hallado antes la Piedra de Venus, que aquéllos tenían oculta en una Caverna Secreta. Con el Fin de conseguir la confesión de la Clave para encontrar la entrada secreta, Bera y Birsa decidieron atacar esta vez a los miembros de la familia que habitaban la cercana ciudad de Zaragosa; se trataba de tres personas: el Obispo de Zaragosa, Lupo de Tharsis; su hermana viuda, ya madura, que vivía junto a él en el Obispado y se encargaba de los asuntos domésticos, Lamia de Tharsis; y el hijo de ésta, un joven novicio de quince años llamado Rabaz. Los tres fueron secuestrados y conducidos a Monzón, donde se los encerró en una mazmorra mientras se preparaban los instrumentos de tortura. Comenzaron por el anciano Lupo, al que atormentaron salvajemente sin conseguir que soltase una palabra sobre la Caverna Secreta; finalmente, y aunque tenía la mayoría de los huesos quebrados, Lupo de Tharsis expiró como el Señor que era: riendo con sorna frente a la impotencia de sus asesinos. Con la mujer y su hijo, los Golen emplearon otra táctica: considerando que estos ya estarían bastante atemorizados por los gritos del Obispo, prepararon un escenario conveniente para extorsionar al joven Rabaz con la amenaza de someter a su madre al mismo tormento degradante que había cortado la vida de Lupo de Tharsis.

         Extendieron, pues, a Lamia sobre la mesa de tortura y comenzaron a estirar sus miembros, arrancándole aterradores gritos de dolor. En ese momento hicieron entrar a Rabaz, quien venía con las manos atadas a la espalda y escoltado por dos Golen cistercienses, el cual quedó helado de espanto al escuchar los lamentos de Lamia y descubrirla atada a la mesa mortal: y al verlo paralizado de horror, una sonrisa triunfal se dibujó en el rostro de los Golen, que ya contaban por anticipado con la confesión. Pero con lo que no contaban, tampoco entonces, era con la locura mística de los Señores de Tharsis. ¡Oh la locura de los Señores de Tharsis, que los había tornado impredecibles durante cientos de años de persecuciones, y que se manifestaba como el Valor Absoluto de la Sangre Pura, un Valor tan elevado que resultaba inconcebible cualquier debilidad frente al Enemigo! Sin que pudiesen impedirlo, el joven Rabaz, impulsado por una locura mística, dio dos saltos y se situó junto a su madre, que lo observaba con la mirada brillante; y entonces, de una sola dentellada, le destrozó la vena yugular izquierda, causándole una rápida muerte por desangración. Ahora los Golen no reían cuando arrastraban enfurecidos a Rabaz; y sin embargo alguien rió: antes de morir, con el último aliento que se quebraba en un espasmo de agónica gracia, Lamia alcanzó a emitir una irónica carcajada, cuyos ecos permanecieron varios segundos reverberando en los meandros de aquella lóbrega prisión. Y Rabaz, que acababa de asesinarla y tenía el rostro cubierto de sangre, sonreía aliviado al comprobar que Lamia ya no existía.

         No; los Golen ya no reían: más bien estaban pálidos de odio. Era evidente que la Voluntad de Rabaz no podía ser doblegada por ningún medio, pero no por eso dejarían de torturarlo hasta causarle la muerte: lo harían aunque más no fuese para desahogar el rencor que experimentaban hacia los Señores de Tharsis.

      

         Bera y Birsa nada lograron con aquella matanza y por eso dejaron a los cistercienses una misión específica para ser cumplida en los siguientes años por la Orden del Temple: no importaba el costo, aún si ello implicaba comprometerse en lucha permanente contra el Taifa de Sevilla, pero se debía construir un Castillo en Aracena, a pocos kilómetros de la Villa de Turdes. El lugar exacto sería el conocido desde la Antigüedad como “Cueva de Odiel”, hoy llamada “Cueva de las Maravillas”, cuyo nombre significaba, evidentemente, Cueva de Odín o de Wothan, pero que también era denominada “Cueva Dédalo” por la deformación “Cueva D'odal”: natural-mente, Dédalo, el Constructor de Laberintos, era otro de los Nombres de Navután. La entrada de la Cueva de Odiel se hallaba al ras del suelo, en la cumbre de una colina de Aracena. El plan consistía en edificar un Castillo Templario que ocultase la Cueva de Odiel: la entrada, desde entonces, sólo sería accesible desde adentro del Castillo. ¿Para qué querrían eso? Para llegar hasta la Caverna Secreta de los Señores de Tharsis; porque, según creían Bera y Birsa, desde la Cueva de Odiel sería posible aproximarse a la Caverna Secreta empleando ciertas técnicas que ellos pondrían en práctica a su regreso de Chang Shambalá.

 

 

 

 

Decimonoveno Día

 

 

       Sintetizando, Dr. Siegnagel, se puede considerar que al llegar al siglo XIII, los Golen habían realizado en un noventa por ciento los planes de la Fraternidad Blanca: la Orden benedictina-Golen y sus derivaciones, Cluny, Cister y el Temple, estaban firmemente establecidas en Europa; el Colegio de Constructores de Templos había adquirido, con la posesión de las Tablas de la Ley, el Más Alto Conocimiento; los gremios y hermandades de masones, instruidos por los Golen, estaban levantando centenares de Templos, iglesias y catedrales góticas, en todas las ciudades importantes de Europa y en ciertos lugares a los que se adjudicaba “valor telúrico”; y los pueblos, desde los siervos y villanos hasta los Señores, Nobles y Reyes, vivían en una Era de costumbres religiosas, sustentaban una Cultura donde Dios, y los Sacerdotes de Dios, intervenían activa y cotidianamente; vale decir, los pueblos, que ahora experimentaban la unidad religiosa, estaban preparados para recibir la unidad económica y política de un Gobierno Mundial, la Sinarquía del Pueblo Elegido; el poder económico de la Orden del Temple ya estaba consolidado; y el ejército de la Iglesia, que aseguraría la unidad política, también. Como ve, Dr. Siegnagel, los planes de la Fraternidad Blanca estaban a punto de concretarse: y sin embargo fracasaron.

         ¿Qué fue lo que ocurrió? Los planes de la Fraternidad Blanca fracasaron fundamentalmente por causa de dos Reyes, Federico II Hohenstaufen, Emperador del Sacro Imperio Romano Germano, y Felipe IV el Hermoso, Rey de Francia. Ambos reinaron en países distintos y en períodos históricos diferentes, y no se conocieron entre sí: Federico II en Sicilia, desde 1212 hasta 1250, y Felipe IV en Francia, desde 1285 hasta 1314. Sin embargo, un nexo oculto explica y justifica los actos altamente estratégicos desplegados por estos extraordinarios monarcas: es la oposición de la Sabiduría Hiperbórea.

         Tenemos pues, dos causas exotéricas del fracaso de los planes enemigos, los Reyes mencionados, y una causa esotérica, la oposición de la Sabiduría Hiperbórea, de la que aquéllas, no son más que efectos. Examinaré, entonces, un tanto superficialmente las dos primeras y me concentraré en detallar la segunda; es conveniente que así lo haga para exponer el papel destacado que le cupo a la Casa de Tharsis en tales hechos. Habrá que comenzar, desde luego, por describir las circunstancias que dieron lugar a la coronación de Federico II y los actos con que éste desestabilizó el Poder del papado. Luego me detendré a mostrar las verdaderas causas de aquellos actos, esto es, la oposición de la Sabiduría Hiperbórea: se verá, así, cómo los Señores de Tharsis desarrollaron su Estrategia y cómo fueron casi exterminados por los Golen a mediados del siglo XIII. Finalmente llegaré a la gestión de Felipe IV, “el Rey que aplicó el Golpe Mortal a la Sinarquía Financiera de los Templarios”. A partir de allí, Dr. Siegnagel, todo estará dado para que la historia de la Casa de Tharsis, que estoy narrando para Ud., entre en su fase final.

 

         Con la elección del Papa Inocencio III en 1198, los Golen juegan una de sus últimas y más importantes cartas. Aquel “pontífice”, en efecto, goza de un prestigio sin par entre la indócil nobleza germánica: los Reyes se someten a su arbitrio y su voluntad se impone sin resistencias en todos los ámbitos. Por lo demás, no se preocupa demasiado en disimular sus planes pues proclama abiertamente la vigencia de la teoría de Gregorio VII sobre “las Dos Espadas”, de las cuales una, la temporal del Emperador, debe estar sometida a la “espiritual” de la Iglesia. Pues bien, este Papa, que tiene en sus manos todos los triunfos de los Golen, es también el tutor y regente del joven príncipe Federico de Sicilia, principal heredero de los Hohenstaufen austríacos y alemanes. Es en ese príncipe que los Golen, y la Fraternidad Blanca, han apoyado todo el peso de su Estrategia: Federico, educado como monje cisterciense y Caballero Templario por los Golen de la corte normanda de su madre Constanza de Sicilia, debería empuñar con vigor nunca visto, desde los tiempos de Carlomagno, la Espada temporal de los Reyes y someterla a la Espada espiritual de la Iglesia; entonces la Espada espiritual, que es la Cruz de Jesús Cristo y el Plano del Templo, sería asiento del Trono del Mundo, un sitial para el Mesías del Dios Creador o sus representantes. Pero he aquí que Federico se rebela tempranamente contra ese plan.

         Federico II es coronado Rey alemán en 1212 con el auspicio de Inocencio III y la aprobación manifiesta de Felipe II Augusto, Rey de Francia. En principio hizo lo que se esperaba de él y ya en 1213, contando sólo dieciocho años de edad, promulgó la Bula de Oro a favor de la Iglesia, en la que confirmaba la totalidad de sus posesiones territoriales, inclusive las que aquélla se había apropiado indebidamente luego de la muerte de Enrique VI; aceptaba, asimismo, renunciar, tanto él como cualquier otro Rey alemán futuro, a la elección de Obispos y Abades. Es evidente, pues, la predisposición inicial del joven Rey para cumplir con los planes de la Iglesia Golen. Sin embargo, muy pronto esa actitud comenzó a cambiar, hasta tornarse totalmente hostil hacia sus antiguos protectores; las causas fueron dos: la reacción positiva de la Herencia de su Sangre Pura gracias a la proximidad histórica del Gral, concepto que ya explicaré; y la influencia de ciertos Iniciados Hiperbóreos que el mismo Federico II hizo venir hasta su Corte de Palermo desde lejanos países del Asia y cuya historia no me podré detener a relatar en esta carta. Lo importante fue que el Emperador comenzó a rechazar la idea Golen, que estaba siendo ampliamente publicitada por la red benedictina, de que el mundo debía ser regido por un Mesías Teocrático, un Sacerdote puesto por el Dios Creador sobre los Reyes de la Tierra. Contrariamente, afirmaba Federico II, el mundo esperaba un Mesías Imperial, un Rey de la Sangre Pura que impusiese su Poder por el unánime reconocimiento de los Señores de la Tierra, un Rey que sería el Primero del Espíritu y que fundaría una Aristocracia de la Sangre Pura en la que sólo tendrían cabida los más valientes, los más nobles, los más duros, los que no se doblegaban frente al Culto a las Potencias de la Materia. Federico II, naturalmente, se sentía llamado para ocupar ese lugar.

         La doctrina que Federico II expresaba con tanta claridad era la síntesis de una idea que se venía desarrollando entre los miembros de su Estirpe desde el Emperador Enrique I, el Pajarero. En principio, tal idea consistía en la intuición de que el poder real se legitimaba sólo por una Aristocracia del Espíritu, la cual estaba ligada a la sangre, a la herencia de la sangre. Luego fue evidente, y así comenzó a afirmarse, que si el Rey era legítimo, su poder no podía ser afectado por fuerzas de otro orden que no fuesen espirituales: la soberanía era espiritual y por lo tanto Divina; sólo a Dios correspondía intervenir con justicia por sobre la voluntad del Rey. Este concepto se oponía esencialmente al sustentado por los Golen, en el sentido de que el Papa representaba a Dios sobre la Tierra y, por lo tanto, a él correspondía sujetar la voluntad de los Reyes. Ya el Papa Gelasio I, 492-496, había declarado que existían dos poderes independientes: la Iglesia espiritual y el Estado temporal; contra la peligrosa idea que se desarrollaba en la Estirpe de los Otones y Salios, San Bernardo formaliza la tesis gelasiana en la “Teoría de las dos Espadas”. Según San Bernardo, el poder espiritual y el poder temporal, son análogos a dos Espadas; mas, como el poder espiritual procede de Dios, la Espada temporal debe someterse a la Espada espiritual; ergo: el representante de Dios en la Tierra, el Papa, al empuñar la Espada espiritual, debe imponer su voluntad a los Reyes, meros representantes del Estado temporal y sólo portadores de la Espada temporal.

         Pese al empeño puesto por la Iglesia en imponer el engaño, la idea va madurando y comienzan a producirse choques entre los Reyes más espirituales y los representantes de las Potencias de la Materia. La “Querella de las Investiduras”, protagonizada por el Emperador Enrique IV, antepasado de Federico II, y el Papa Golen Gregorio VII, señala la fase culminante de la reacción satánica: en el año 1077, el Emperador Enrique IV es obligado a humillarse frente al Papa, en Canossa, para obtener el levantamiento de su previa excomunión. De no acceder a esa súplica, Enrique IV hubiese sido despojado de su investidura imperial, y aún de la soberanía sobre sus Señoríos hereditarios, por la simple voluntad “espiritual” del Papa. Naturalmente, una idea que brota de la sangre, y se torna más clara y más fuerte tras cada generación, no puede ser reprimida con penitencias y humillaciones. Será Federico I Barbarroja, el abuelo de Federico II, quien se opondrá con más vigor a la tiranía papal y demostrará que la existencia de la Aristocracia del Espíritu era más que una idea. Para entonces, la idea ya ha tomado cuerpo y cuenta con partidarios dispuestos a defenderla con su vida: son los llamados gibelinos, nombre derivado del Castillo de Waiblingen donde naciera Federico I. La reacción de la Iglesia contra Federico I polariza a la familia de su madre Judith, descendiente de Welf, o Güelfo IV, duque de Baviera, acérrima partidaria del Papa, de donde viene el nombre de “güelfos” dados a sus seguidores. Así, pese al lavado de cerebro y adoctrinamiento clerical a que fue sometido Federico II durante los años que permaneció bajo la tutela del feroz Inocencio III, nada pudo evitar que la Voz de su Sangre Pura le revelase la Verdad del Espíritu Increado, que su herencia Divina lo transformase en la expresión viva de la Aristocracia del Espíritu, en el Emperador Universal.

         Antes de partir a Palestina en 1227, Federico II se había convertido en Hombre de Piedra, en Pontífice Hiperbóreo, y había recordado el Pacto de Sangre de los Atlantes blancos. Y decidió luchar con todas sus fuerzas para revertir el orden de la sociedad europea, que estaba basado en la unidad del Culto, es decir, en el Pacto Cultural, en favor del Pacto de Sangre. La solución escogida por Federico II consistía en minar la unidad imperial de entonces, cuyas monarquías estaban totalmente condicionadas por la Iglesia, concediendo el mayor poder posible a los Señores Territoriales: ellos serían, desde luego, los que reconocerían con su Sangre Pura al Verdadero Líder Espiritual de Occidente, el que vendría a instaurar el Imperio Universal del Espíritu. En cambio la Iglesia Golen, frente al creciente poder de los príncipes, sólo vería desintegrarse la unidad política que tan necesaria era para sus planes de dominación mundial: una unidad política que había edificado sobre el cimiento de incontables crímenes perpetrados durante siglos de intrigas y engaños, que había proyectado en el Secreto de los monasterios benedictinos y cistercienses, que había impuesto en las mentes crédulas y temerosas de los nobles mediante la amenaza de la “pérdida del Cielo”, la excomunión, el chantaje del terror, y toda suerte de recursos indignos.

         Esa unidad política controlada discretamente por la Iglesia, que ahora disponía de una poderosa Banca y de una Orden militar, resultaría fatal-mente desestabilizada por Federico II. En 1220, cuando aún obedecía al plan de los Golen, Federico II concedió a los príncipes eclesiásticos los derechos de reglamentar el tráfico comercial en sus territorios y decidir sobre su fortificación. Empero, en 1232, confirió estos mismos derechos a los Señores Territoriales además de autorizarles la jurisdicción completa de sus países: en la práctica, esto significaba que asuntos tales como la moneda, el mercado, la justicia, la policía, y las fortificaciones, quedaban para siempre sujetos a la potestad de los Señores Territoriales, no teniendo ya el Rey, ni el Papa, poder ejecutivo alguno en sus respectivos países.

         Después de la muerte de Federico II, en 1250, jamás conseguirá la Iglesia Golen otra oportunidad semejante para cumplir con los planes de la Fraternidad Blanca: en Alemania sobrevendrá el Interregno, durante el cual los Señores Territoriales se harán cada vez más poderosos e independientes; y en Francia, gobernará Felipe IV, el Hermoso, quien concluirá la obra de Federico II procediendo a aniquilar a la Orden del Temple y a desmantelar la infraestructura de la Sinarquía financiera.

 

         Como segunda causa del fracaso del plan Golen, causa principal, causa esotérica, he mencionado a la “oposición de la Sabiduría Hiperbórea”: con tal denominación me refiero, lógicamente, a la oposición consciente que ciertos sectores llevaron adelante contra las intrigas secretas de los Golen y sus organizaciones cistercienses y templarias.

         Esos sectores, que comprendían la Sabiduría Hiperbórea, contribuyeron de manera significativa a determinar el fracaso de los Golen; eran varios grupos, pero entre los principales cabe citar a los Bogomilos en Italia, a los Cátaros de Francia, y a los Señores de Tharsis de España.

         Los Señores de Tharsis se habían hecho fuertes en España, tanto en la región musulmana como en la cristiana: en Turdes, conservaban su obispado y la propiedad de la Villa, donde una parte de la familia permanecía todo el año; en Córdoba y en Toledo, vivían siempre los clérigos que se dedicaban a la enseñanza; y en Cataluña y Aragón, e inclusive en varios países europeos, habitaban los que eran teólogos y doctores, y recibían la invitación de algún Señor para oficiar de consejeros o instruir a las familias reales. Pero, allí donde estuviesen, los Señores de Tharsis jamás olvidaban su Destino, y todos los esfuerzos estaban puestos en obedecer aquellos dos principios jurados por los Hombres de Piedra: preservar la Espada Sabia y cumplir la misión familiar. Su prioridad era, pues, sobrevivir; pero sobrevivir como Estirpe, lo que obligaba a mantenerse permanentemente informado sobre la Estrategia enemiga puesto que uno de los objetivos estratégicos declarados por el Enemigo exigía, justamente, el exterminio de la Casa de Tharsis. En el siglo XIII, los Señores de Tharsis tenían perfectamente en claro los planes de la Fraternidad Blanca y sabían cuan cerca estaban los Golen de hacerlos realidad. Para oponerse a esos planes, sin arriesgar la seguridad de la Estirpe, los señores de Tharsis comprendieron que necesitaban operar protegidos por una Orden de la Iglesia, una Orden que, desde luego, no estuviese controlada por los Golen ni se rigiese por la Regla benedictina: por supuesto, no existía una Orden semejante. El honor de fundarla, y salvar por su intermedio a la parte más sana del cristianismo, le correspondería a Santo Domingo.

 

 

                  

 

Vigésimo Día

 

 

       Desde hoy voy a examinar, Dr. Siegnagel, la cuestión cátara, la más significativa de las producciones de la Sabiduría Hiperbórea que se opuso a los planes de la Fraternidad Blanca en el siglo XIII. Fue en el contexto del catarismo cuando Santo Domingo fundó la Orden de los Predicadores que permitiría a los Señores de Tharsis actuar de manera encubierta. Es necesario, entonces, describir dicho contexto para que resulte claro el objetivo buscado por Santo Domingo y los Señores de Tharsis.

         Ante todo, cabe advertir que calificar de “herejía” al catarismo es tan absurdo como hacerlo con el budismo o el islamismo: como éstos, el catarismo era otra religión, distinta de la católica. Herejía es, por definición, error dogmático sobre la Doctrina oficial de la Iglesia; no es hereje quien profesa otra religión sino quien desvirtúa o interpreta torcidamente el dogma católico, tal como Arrio o los mismos Templarios Golen, que fueron los herejes más diabólicos de su Epoca. Por supuesto que aunque entonces se hubiese aceptado que los Cátaros practicaban otra religión, como los sajones, ello no habría significado diferencia alguna en el resultado: nada los podría haber salvado de la sentencia de exterminio de los Golen. Herejes eran, sin dudas, los arrianos; pero no lo serían los Cátaros: éstos eran, sí, enemigos de la Iglesia, a la que denominaban “la Sinagoga de Satanás”.

         Para comprender el problema hay que considerar que lo que los Cátaros conocían en realidad era la Sabiduría Hiperbórea, a la que enseñaban valiéndose de símbolos tomados del mazdeísmo, del zervanismo, del gnosticismo, del judeocristianismo, etc. Por consiguiente, predicaban que el Bien era de naturaleza absolutamente espiritual y estaba del todo fuera de este Mundo; el Espíritu era Eterno e Increado y procedía del Origen del Bien; el Mal, por el contrario, tenía por naturaleza todo lo material y creado; el Mundo de la Materia, donde habita el animal hombre, era intrínsecamente maligno; el Mundo había sido Creado por Jehová Satanás, un Demiurgo demoníaco; rechazaban, por lo tanto, la Biblia, que era la “Palabra de Satanás”, y repudiaban especialmente el Génesis, donde se narraba el acto de Crear el Mundo por parte del Demonio; la Iglesia de Roma, que aceptaba la Biblia era, pues, “la Sinagoga de Satanás”, la morada del Demonio; el animal hombre, creado por Satanás, tenía dos naturalezas: el cuerpo material y el Alma; a ellas se había unido el Espíritu Increado, que permanecía desde entonces prisionero de la Materia; el Espíritu, incapaz de liberarse, residía en el Alma, y el Alma animaba el cuerpo material, el cual se hallaba inmerso en el Mal del Mundo Mate-rial; el Espíritu se hallaba, así, hundido en el Infierno, condenado al dolor y al sufrimiento que Jehová Satanás imponía al animal hombre.

         Los Cátaros, es decir, los Hombres “Puros”, debían pretender el Bien. Eso significaba que el Espíritu debía regresar a su Origen, aborreciendo previamente el Mal del Mundo Material. Aseguraban que el Espíritu Santo estaba siempre dispuesto para auxiliar al Espíritu prisionero en la materia y que respondía a la solicitud de los Hombres Puros; entonces los Cátaros tenían el poder de transmitir el Espíritu Santo a los necesitados de ayuda por medio de la imposición de manos, acto al que denominaban “Consolamentun”. Afirmaban, además, la existencia de un Kristos Eterno e Increado, al que llamaban “Lucibel”, que solía descender voluntariamente al Infierno del Mundo Creado para liberar al Espíritu del hombre; rechazaban la cruz por constituir un símbolo del encadenamiento espiritual y del sufrimiento humano; eran iconoclastas a ultranza y no admitían ninguna forma de representación de las verdades espirituales; practicaban la pobreza y el ascetismo, y desconfiaban de las riquezas y bienes materiales, especialmente si procedían de personas que se decían religiosas; sostenían que la más elevada virtud era la comprensión y expresión de la Verdad, y que el más grande error era la aceptación y propagación de la mentira; reducían la alimentación al mínimo y recomendaban no abusar del sexo; prohibían la procreación de hijos porque contribuía a perpetuar el encadenamiento del Espíritu a la Materia.

         Es evidente, Dr. Siegnagel, que los conceptos de la religión cátara no procedían de una herejía católica sino de la Sabiduría Hiperbórea. Sin embargo, a quienes desconocían tal filiación o estaban fanatizados y controlados por los Golen, no era difícil convencerlos de que se trataba de una diabólica herejía; especialmente si la mirada se posaba sobre la forma exterior del catarismo. Porque los Cátaros, con el fin declarado de competir con los católicos por el favor del pueblo, se habían organizado también como Iglesia. El por qué de esta decisión, que los iba a enfrentar de manera desventajosa con una Europa católica condicionada ya por la idea de que era legítimo montar “Cruzadas” militares contra pueblos que profesaban otra religión, hay que buscarlo en las creencias ancestrales de la población occitana.

         Indudablemente existían conexiones entre los Cátaros y los maniqueos bogomilos de Bulgaria, Bosnia, Dalmacia, Servia y Lombardía, mas esos contactos eran naturales entre pueblos o comunidades que compartían la herencia de la Sabiduría Hiperbórea y no implicaban dependencia alguna. El catarismo fue, mas bien, un producto local del país de Oc, un fruto medieval del tronco racial ibero. La antigua población ibera de Oc, como la de Tharsis, no sufrió gran influencia celta, a diferencia de los iberos de otras regiones de las Hispanias y de las Galias que se confundieron racialmente con ellos y cayeron prontamente bajo el poder de los Golen. En Oc los Galos no consiguieron unirse con los iberos, pese a que dominaron durante siglos la región, con gran disgusto de los Golen que apelarían a todos los recursos para quebrar su pureza racial. Empero, los occitanos se mezclarían luego con pueblos más afines, de modo semejante a los tartesios, especialmente con los griegos, los romanos, y los godos. En un remoto pasado, los Atlantes blancos les habían comunicado la misma Sabiduría que a sus hermanos de la península ibérica, para después incluirlos en el Pacto de Sangre. Poseyeron, pues, su propia Piedra de Venus y la perdieron a manos de los Golen cuando estos Sacerdotes del Pacto Cultural favorecieron las invasiones de los volscos tectósagos y arecómicos, los bebrices, velavos, gábalos y helvios, además de instalarse en la costa mediterránea con los fenicios en sus colonias de Agde, Narbona y Port Vendrés, que en principio se llamó “puerto de Astarté”.

         Ahora bien, aparte de lo que ya recordé sobre la Sabiduría de los iberos del Pacto de Sangre, hay que agregar aquí una leyenda particular que estaba bastante difundida entre los pirenaicos. Según la misma, los Atlantes blancos habían depositado en una caverna de la región otra Piedra de Venus, a la que denominaban el Gral de Kristos Lúcifer. Aquella Piedra, que trajera el Enviado del Dios Incognoscible, no ya para que reflejara el Signo del Origen a unos pocos Iniciados, sino para vincular carismáticamente y liberar espiritualmente a toda una comunidad racial, sólo sería hallada en momentos claves de la Historia. Creían que el motivo era el siguiente: el Gral constituía una tabula regia imperialis, vale decir, el Gral informaba con exactitud quién era el Rey de la Sangre Pura, a quién correspondía gobernar al pueblo por la Virtud de su espiritualidad y su pureza racial; pero el Gral tenía el Poder de revelar el liderazgo comunicándolo carismáticamente en la Sangre Pura de la Raza: no era necesaria la Presencia Física de la Piedra de Venus para escuchar su mensaje; empero, si la comunidad racial olvidaba el Pacto de Sangre, si caía bajo la influencia soporífera del Pacto Cultural, o si degradaba su Sangre Pura, entonces perdería la vinculación carismática, se desconcertaría, y erraría al elegir sus líderes raciales: sobrevendrían malos Reyes, débiles o tiranos, quizá Sacerdotes del Pacto Cultural, que en todo caso, guiarían al pueblo hacia su destrucción racial; no obstante, aún cuando el pueblo estuviese dominado por el Pacto Culural, la herencia Hiperbórea de la Sangre Pura no podría ser fácilmente eclipsada y, en indeterminados momentos de la Historia, ocurriría una coincidencia culturalmente acausal que pondría a todos los miembros de la Raza en contacto carismático con el Gral: entonces todos sabrían, sin duda alguna, quién sería el líder de la Raza.

         Se trataba de una doble acción del Gral: por una parte, revelaba al pueblo quién era el verdadero Líder de la Sangre Pura, sin que influyese para ello su situación social; vale decir: fuese Noble o plebeyo, rico o pobre, si el Líder existía, todos sabrían quién era, todos lo reconocerían simultáneamente. Y por otra parte, apuntalaba al Líder en su misión conductora, conectándolo carismáticamente con los miembros de la Raza en virtud del origen común: en el Origen, toda la Raza de los Espíritus Hiperbóreos estaría unida, pues el Gral, justamente, sería un reflejo del Origen. Por la Gracia del Gral, el Líder racial aparecería ante el pueblo dotado de un carisma evidente, innegable e irresistible; exhibiría claramente el Poder del Espíritu Increado y daría pruebas de su autoridad racial; y ello no podría ser de otro modo puesto que, por el Origen, volvería a estar a las órdenes del Gran Jefe de La Raza del Espíritu, el Señor del Honor Absoluto y de la Belleza Increada: Kristos Lúcifer o Lucibel.

         El devenir de la Historia, el avance inexorable de los pueblos culturalmente dominados por la Estrategia de la Fraternidad Blanca en dirección a las Tinieblas del Kaly Yuga, causaría la manifestación cada vez más fuerte de las Potencias de la Materia. Por lo tanto, los Líderes raciales que eventualmente surgiesen del pueblo, deberían demostrar un Poder espiritual cada vez mayor para enfrentarse a tales fuerzas demoníacas. La consecuencia de esto sería que el enfrentamiento, entre la espiritualidad emergente de la pureza racial y la degradación de la Cultura materialista, se iría tornando más y más intenso hasta llegar, naturalmente, a una Batalla Final donde el conflicto se dirimiría definitivamente: ello coincidiría con el fin del Kaly Yuga. Entre tanto, vendrían esos “momentos de la Historia” en los que el Gral podría ser nuevamente encontrado y revelaría al Líder de la Raza. Claro que en los últimos milenios, por estar la Raza cada vez más hundida en la Estrategia del Pacto Cultural, los sucesivos Líderes raciales habrían de ser consecuentemente más poderosos, vale decir, habrían de ser Líderes Imperiales, Guerreros Sabios que intentarían fundar el Imperio Universal del Espíritu: quien lo consiguiese, libraría al pueblo de la Estrategia del Pacto Cultural, de los Sacerdotes del Culto, y de todo Culto; construiría una sociedad basada en la Aristocracia de la Sangre Pura, en los Señores de la Sangre y de la Tierra, como la que, sabiamente, procuraría impulsar Federico II Hohenstaufen.

         Y aquí llegamos a la causa oculta de la expansión cátara en el siglo XII: en aquel tiempo existía la convicción generalizada entre los occitanos, incomprensible para quienes carecían de pureza racial o desconocían la Sabiduría Hiperbórea, de que estaba próximo a llegar, o había llegado, uno de esos “momentos de la Historia” en los que surgiría el Líder Racial, el Emperador Universal del Espíritu y de la Sangre Pura. Era un presentimiento común que brotaba de una fibra íntima y unía a todos en la seguridad del advenimiento regio. Y esa unidad espontánea era causa de profundas transformaciones sociales: parecía como si los esfuerzos enteros del pueblo se hubiesen de pronto coordinado en una empresa espiritual conjunta, en un proyecto cuya realización permanente era la generación de la brillante civilización de Oc. La poesía, la música, la danza, el canto coral, la literatura, alcanzaban allí gran esplendor, mientras se desarrollaba una lengua romance de exquisita precisión semántica, muy diferente al idioma más bárbaro de los francos del Este: era la “lengua de Oc” o “langue d'Oc”, que dio nombre al país del Languedoc. En la estructura de esa civilización naciente, como uno de sus elementos fundamentales, iba a surgir el catarismo, que ya no sería entonces una “herejía católica”, como pretendía la Iglesia Golen, ni una religión tras-plantada del Asia Menor, como pretenden otros. Por el contrario, el catarismo era la expresión formal de la religazón que existía a priori en la sociedad occitana: era el Gral, así lo creían todos, el que religaba la sociedad occitana y constituía el fundamento de la religión cátara.

         Pero el Gral, al comunicar la próxima venida del Emperador Universal, anunciaba también la Guerra, el inevitable conflicto que su Presencia plantearía a las Potencias de la Materia, quizá la Batalla Final si los tiempos estaban maduros para ello. El “momento histórico” de la aparición del Gral exigía, pues, una especial predisposición del pueblo para afrontar la crisis que fatalmente sucedería: era tiempo del despertamiento espiritual y del renunciamiento material, de discriminar claramente entre el Todo del Espíritu y la Nada de la Materia. Ahora entenderá Ud., Dr. Siegnagel, por qué los Cátaros se organizaron como Iglesia y se dedicaron a predicar públicamente la Sabiduría Hiperbórea: estaban preparando al pueblo para el momento histórico, estaban fortaleciendo su Voluntad y procurando que adquiriese el “Estado de Gracia” que los tiempos exigían. Si advenía el Emperador Universal, Kristos Lúcifer estaría más cerca que nunca del Espíritu cautivo en el Hombre, favoreciendo su liberación: por eso los Cátaros anunciaban la inminente llegada de Lucibel, y alentaban al pueblo a olvidar el Mundo de la Materia y clavar los ojos interiores sólo en El. Si advenía el Emperador Universal, se requerirían hombres profundamente espirituales, que poseyesen la Sabiduría Hiperbórea y se trasmutasen por el Recuerdo del Origen, por la revelación de la Verdad Desnuda de Sí Mismo, es decir, se necesitarían Hombres de Piedra: por eso los Cátaros formaron y lanzaron miles de trovadores iniciados en el Culto del Fuego Frío de la Casa de Tharsis; ellos tenían la misión de recorrer el país y encender en los Nobles de la Sangre, Nobles o plebeyos, ricos o pobres, la Flama del Fuego Frío, el A-mort de la Diosa Pyrena, a quien nombraban simplemente como “la Dama”, o “la Sabiduría”; y los Nobles de la Sangre, si comprendían el Trovar Clus, se convertían en Caballeros desposados con su Espada, una Vruna de Navután, que en ocasiones consagraban a una Dama de carne y hueso, a una Mujer Kâlibur que era capaz de inmortalizarlos Más Allá de la Negrura Infinita de Su Señal de Muerte.

 

 

 

 

Vigesimoprimer Día

                                                                                                                                            

       La urgencia de los tiempos había obligado a los Cátaros a exponerse públicamente, acto que causaría, más tarde o más temprano, el inevitable ataque de la Iglesia Católica. Los benedictinos, cluniacenses y cistercienses, comenzaron bien pronto a elevar sus protestas: ya en 1119, aquel año cuando los nueve Golen se instalan en el Templo de Salomón, el Papa Calixto II fulmina la excomunión contra los herejes de Tolosa. Pero tales medidas no surtían efecto alguno. En 1147 el Abad de Claraval, San Bernardo, Jefe Golen de la conspiración templaria, recorre el Languedoc recibiendo en todos lados muestras de hostilidad por parte del pueblo y de la nobleza señorial. Desde entonces será el Cister quien se encargará de avivar los odios y formar un nuevo pueblo Perseo para destruir al “Dragón occitano”. Pero los Cátaros, lejos de amilanarse por esas amenazas, convocan en 1167 un Concilio General en St. Félix de Caramán: allí resuelven repartir el país, del mismo modo que la Iglesia Católica, en obispados y parroquias.

         La Iglesia Cátara, entonces, se organizaba en base a Obispos, Presbíteros, Diáconos, Hermanos mayores, Hermanos menores, etc. y daba argumentos superficiales a los que sustentaban la acusación de herejía. Empero, desde el punto de vista interno, sólo existían dos grupos: los “creyentes” y los Elegidos. Los creyentes constituían la masa de quienes simpatizaban con el catarismo o profesaban su fe, mas sin alcanzar la iniciación del Espíritu Santo que caracterizaba a los Elegidos. Estos últimos, en cambio, habían sido purificados por el Espíritu Santo y por eso los creyentes los llamaban puros, o sea, Cátaros. Habrá que aclarar que la iniciación al Misterio Cátaro, siendo un acto social como toda iniciación, se diferenciaba de las iniciaciones a los Misterios Antiguos en que la forma ritual estaba reducida al mínimo: en efecto, los Cátaros, los Hombres Puros o Iniciados, tenían el Poder de comunicar el Espíritu Santo a los creyentes por medio de la imposición de manos, con lo cual éste podría convertirse también en un Cátaro; para que tal milagro ocurriera se necesitaba disponer de una “Cámara Hiperbórea”, en la que el creyente se situaba y recibía el consolamentum de manos del Hombre Puro; mas la Cámara Hiperbórea no era ninguna construcción material, como los Templos de los Golen, sino un concepto de la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes Blancos cuya realización constituía un secreto celosamente guardado por los Cátaros: para su aclaración, Dr. Siegnagel, le diré que consistía en los mismos principios que ya expliqué en el Tercer Día como fundamentos del “modo de vida estratégico”, es decir, el principio de la ocupación, el principio del cerco, y el principio de la muralla estratégica.

         En el concepto de la Cámara Hiperbórea intervienen los tres principios mencionados, y su realización podía efectuarse en cualquier sitio, aunque, repito, la técnica lítica, que solamente requería la distribución espacial de unas pocas piedras sin tallar, era secreta. Así, con sólo unas piedras y sus manos, los Cátaros iniciaban a los creyentes en el Misterio del Espíritu Increado; y como verdaderos representantes del Pacto de Sangre, oponían de este modo la Sabiduría al Culto, la Muralla Estratégica al Templo.

         Pero si la forma ritual era mínima, el proceso espiritual consecuente alcanzaba la máxima intensidad durante la iniciación cátara. El creyente era “consolado” interiormente, es decir, era sostenido por el Espíritu, y se convertía en Elegido. Mas, ¿Elegido por quién? Por Sí Mismo. Porque los Iniciados Cátaros son los Autoconvocados Para Liberar Su Espíritu, los que se han Elegido a Sí Mismo Para Alcanzar El Origen y Existir. El creyente, pues, no sería Elegido por los Cátaros, ni su trasmutación dependería sólo del Consolamentum, sino que Su Propio Espíritu se Elegía y se Investía a Sí Mismo de Pureza al situarse estratégicamente bajo la influencia carismática de los hombres puros.

 

         La Iglesia Cátara carecía de Rituales, de Templos, y de sacramentos: los Cátaros sólo se permitían la predicación, la exposición del Evangelio de Kristos Lucibel a todo hombre creyente. Y resultaba que la infatigable prédica extendía el catarismo día a día, como una epidemia, por el país de Languedoc, causando la consiguiente alarma de la Iglesia Católica que veía sus Templos vacíos y sus Sacerdotes despreciados y agraviados. Los Hombres Puros atribuían el éxito a la proximidad del “momento histórico” en que aparecería el Gral. Mas, lo que en principio fue simple convicción, un día, cuando el catarismo se hallaba en el cenit de la adhesión popular, se tornó efectiva realidad: hacia finales del siglo XII, muchísimos Hombres Puros aseguraban haber visto físicamente al Gral y recibido su Poder trasmutador.

         En el condado de Foix, en plena región pirenaica, se encontraba el Señorío de Ramón de Perella, que comprendía, aparte de castillos, aldeas, y campos de cultivo, un pico montañoso muy abrupto en cuya cima existía una antigua fortaleza en ruinas. El nombre de aquel lugar era Montsegur y su Señor, así como toda su familia y sus súbditos, se contaba entre los creyentes de la Iglesia Cátara. En el año 1202 los Hombres Puros solicitaron a Ramón de Perella que hiciese construir en Montsegur un extraño edificio de piedra de forma pentagonal asimétrica: impropia para la defensa, inadecuada para habitar, estéticamente chocante, la obra estaba concebida, sin embargo, de acuerdo a la Más Alta Estrategia Hiperbórea. Su función no tenía nada que ver con la defensa, la vivienda, o la belleza, sino con el Gral, con la Manifestación Física del Gral: Montsegur sería un área de referencia desde la cual los Iniciados podrían localizar el Gral, e, inclusive, aproximarse físicamente a él. Su función no consistía, pues, en servir de depósito para “guardar” el Gral porque el Gral no puede estar dentro ni fuera de nada: como el Espíritu, Eterno e Infinito, la realidad del Gral está Más Allá del Origen. Pero, localizar el Origen, significa la liberación del Espíritu encadenado a la Materia y para facilitar esa localización es que el Gral se aproxima a los hombres dormidos; y Montsegur iba a ser, entonces, la Muralla Estratégica desde donde se vería el Gral, se hallaría la orientación hacia el Origen, se reencontraría el Espíritu a Sí Mismo y se escucharía nuevamente la Voz de la Sangre Pura. Y el Gral hablaría y revelaría a la Raza Blanca la identidad del Rey de la Sangre Pura, del Emperador Universal.

         En síntesis, Dr., desde Montsegur el Gral, como piedra, podría ser hallado y tomado por los hombres puros; pero, mientras ellos permaneciesen en la Muralla Estratégica, el Gral no estaría adentro sino afuera de Montsegur pues así lo exige la técnica del área referencial; en cambio, una vez tomado afuera, podría ser transportado si se lo desease a cualquier otro sitio pues la referencia se conservaría mientras existiesen el área referencial cercada y los Iniciados que la operan. Naturalmente, el Gral puede ser localizado, siempre, desde cualquier lugar que constituya una plaza liberada en el espacio del Enemigo, un área ocupada a las Potencias de la Materia según las técnicas de la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes blancos, un sitio donde no actúe la Ilusión del Gran Engaño: Sí, Dr.; desde un área estratégica semejante, en todo lugar, los Iniciados Hiperbóreos, sean Guerreros Sabios, Hombres de Piedra, u Hombres Puros, siempre que lo deseen podrán hallar el Gral de Kristos Lúcifer: mas, no hará falta insistir en ello, las Murallas Estratégicas construídas entonces no serán ni parecidas a las de Montsegur, puesto que la distribución inconstante de la materia en el espacio universal obliga a variar puntualmente la Forma Estratégica empleada.

 

         Como escribí hace dos días, cuando Inocencio III toma el control del Vaticano, en el año 1198, los planes de la Fraternidad Blanca estaban a punto de concretarse. Y en esos planes figuraba, como cuestión pendiente a la que debía darse pronta solución, el cumplimiento de la sentencia de exterminio que pesaba sobre los Cátaros. En principio, Inocencio III envía legados especiales a recorrer el país de Oc mientras inicia una maniobra destinada a someter al Rey de Aragón, Pedro II, al vasallaje de San Pedro, cosa que consigue en 1204: en aquel año Pedro II era coronado en Roma por el Papa, quien le entrega las insignias reales, manto, colobio, cetro, globo, corona y mitra; acto seguido le exige juramento de fidelidad y obediencia al Pontífice, de defensa de la fe católica, de protección de los derechos eclesiásticos en todas sus tierras y Señoríos, y de combatir a muerte a la herejía. A todo accede Pedro II, que no sospecha su triste fin a manos de los cistercienses, y, luego de recibir la Espada de Caballero de manos de Inocencio III, cede su Reino a San Pedro, al Papa y a sus Sucesores.

         A todo esto, los legados habían ya alertado a los Obispos leales a los Golen y efectuado un prolijo censo de los prelados autóctonos que no aprobarían jamás la destrucción de la civilización de Oc y que tendrían que ser expurgados de la Iglesia. En 1202 los Golen consideran que las condiciones están dadas para ejecutar sus planes y deciden tender una trampa mortal al Conde de Tolosa, Raimundo VI: el mecanismo de esa trampa apunta a brindar una justificación para la inminente destrucción de la civilización de Oc y el exterminio cátaro; y el artificio, ideado para engañar a la presa, es una víctima propiciatoria, un monje cisterciense de la abadía de Fontfroide llamado Pedro de Castelnau. Aquel siniestro personaje fue preparado muy bien para la función que tendría que desempeñar, sin saberlo, por supuesto, pues descollaba en materias tales como la crueldad, el fanatismo, el odio a la “herejía”, etc.; y, para potenciar su acción imprudente e intolerante, se lo dotó de poderes especiales que lo ponían por arriba de cualquier autoridad eclesiástica salvo el Papa y se le ordenó inquirir sobre la fe de los occitanos: en sólo seis años Pedro de Castelnau consiguió granjearse el odio de todo un país. En 1208, luego de sostener una disputa con Raimundo VI a causa de la represión violenta que reclamaba contra la herejía cátara, Pedro de Castelnau es asesinado por los propios Golen y la responsabilidad del crimen hecha recaer sobre el Conde de Tolosa: la trampa se había cerrado. La respuesta de Inocencio III al asesinato de su legado sería la proclamación de una santa Cruzada contra los herejes occitanos. Lógicamente, el llamamiento de esa Cruzada fue encargado a la Congregación del Cister.

 

         Heredero de la región que los romanos denominaban “Galia Narbonense” y Carlomagno “Galia Gótica”, el Languedoc constituía un enorme país de 40.000 kilómetros cuadrados, que confinaba con el Reino de Francia: en el Este, con la orilla del Ródano, y en el Norte, con el Forez, la Auvernía, el Rouergne y el Quercy. En el siglo XIII aquel país estaba de hecho y de derecho bajo la soberanía del Rey de Aragón: entre los Señoríos más importantes se contaban el Ducado de Narbona, los Condados de Tolosa, Foix y Bearne, los Vizcondados de Carcasona, Beziers, Rodas, Lussac, Albi, Nimes, etc. Además de estos vasallos, Pedro II había heredado los estados de Cataluña y los Condados de Rosellón y Pallars, y poseía derechos sobre el Condado de Provenza. Mas no todo terminaba allí: Pedro II, cuya hermana era esposa del Emperador Federico II Hohenstaufen, había casado dos hijas con los Condes de Tolosa, Raimundo VI y Raimundo VII, padre e hijo, y le correspondían por su propio casamiento con María de Montpellier, derechos sobre aquel Condado del Languedoc. El compromiso del Rey de Aragón con el país de Oc no podía ser, pues, mayor.

         Los cistercienses llamaron a la Cruzada en toda Europa luego de la muerte de Pedro de Castelnau, vale decir, desde 1208. En julio de 1209, el ejército más numeroso que jamás se viera en esas tierras cruzaba el Ródano y marchaba hacia el país de Oc; como jefe del mismo, Inocencio III nombró a un Golen que parecía surgido de la entraña misma del Infierno: Arnaud Amalric, Abad de Citeaux, el monasterio madre de la Orden cisterciense. El ejército de Satanás, compuesto de trescientos cincuenta mil cruzados, pronto se encuentra poniendo sitio a la pequeña ciudad fortificada de Bezier; ¡la sentencia de exterminio al fin será cumplida! Horas después los defensores ceden una puerta y las tropas infernales se disponen a conquistar la plaza; los jefes militares interrogan a Arnaud Amalric sobre el modo de distinguir a los herejes de los católicos, a lo cual el Abad de Citeaux responde –“Matad, matad a todos, que luego Dios los distinguirá en el Cielo”–. Nobles y plebeyos, mujeres y niños, hombres y ancianos, católicos y herejes, la totalidad de los treinta mil habitantes de Beziers son degollados o quemados en los siguientes momentos. El cuerpo de Bezier es el Cordero Eucarístico de la Comunión de los Cruzados, el Sacramento de Sangre y Fuego que constituye el Sacrificio al Dios Creador Uno Jehová Satanás. Castigo del Dios Creador, Condena de la Fraternidad Blanca, Sanción de los Atlantes morenos, Expiación de Sacerdotes, Venganza Golen, Escarmiento Hebreo, Penitencia Católica, la matanza de Bezier es arquetípica: ha sido y será, siempre que los pueblos de Sangre Pura intenten recobrar su Herencia Hiperbórea; hasta la Batalla Final.

         Después de Bezier cae Carcasona, donde son quemados quinientos herejes, depuestos los prelados autóctonos, y resulta capturado y humillado el Vizconde Raimundo Roger. Pedro II llega a Carcasona para interceder por su vasallo y amigo sin conseguir cosa alguna del legado papal: esta impotencia da una idea del poder que había adquirido la Iglesia, en aquellos siglos, sobre los “Reyes temporales”. El Rey de Aragón se retira, entonces, y se concentra en otra Cruzada, que se está llevando a cabo simultáneamente: la lucha contra los muslimes de España; cree que participando de esa gesta su honor no se vería comprometido, como sería el caso si interviniese en la represión de sus súbditos; sin embargo, la falta al honor ya era grande pues los abandonaba en manos de sus peores enemigos. Mientras la Cruzada Golen va exterminando a los Cátaros castillo por castillo, y procura destruir el Condado de Tolosa, Pedro II se enfrenta con éxito a los muslimes en la reconquista de Valencia. Retorna, al fin, a Narbona, donde se reúne con los Condes Cátaros de Tolosa y de Foix, y con el jefe militar de la Cruzada, Simón de Montfort, y los legados papales: nuevamente, nada consigue, pero esta vez es puesta en duda su condición de católico y amenazado con la excomunión; termina aceptando la represión indiscriminada y confirmando la rapiña efectuada por Simón: conviene en que, si los Condes de Tolosa y Foix no apostasiaban del catarismo, esos títulos le serían transferidos. Entonces Pedro II creía que la Cruzada sólo perseguía el fin de la “herejía” y que su soberanía sobre el Languedoc no sería cuestionada. Es así que, como “prueba de buena fe”, arregla el casamiento de su hijo Jaime con la hija de Simón de Montfort: pero Jaime, el futuro Rey de Aragón Jaime I el Conquistador, tiene sólo dos años; Pedro II se lo entrega a Simón para su educación, es decir, como rehén, y éste se apresura a situarlo tras los muros de Carcasona.

         A continuación, Pedro II se une a la lucha contra los almohades, junto al Rey de Castilla Alfonso VIII, y permanece dos años dedicado a la Reconquista de España. Luego de cumplir un destacado papel en la batalla de las Navas de Tolosa, regresa a Aragón, donde le espera la triste sorpresa de que los Cruzados de Cristo se han repartido sus tierras y amenazan con solicitar la protección del Rey de Francia: Arnaud Amalric, el Abad de Citeaux, es ahora “Duque de Narbona”, y Simón de Montfort “Conde de Tolosa”. Finaliza 1212 cuando Pedro II reclama a Inocencio III por la acción de conquista abierta que los Cruzados están llevando a cabo en su país; el Papa trata de entretenerlo para dar tiempo a los Golen de completar la aniquilación del catarismo y la destrucción de la civilización de Oc, pero, ante la insistencia del monarca aragonés, acaba por mostrar su verdadero juego y le excomulga. Así, Inocencio III, que en 1204 lo coronara y nombrara gonfaloniero, es decir, alférez mayor de la Iglesia, ahora consideraba que él también era un hereje: pero sería una ingenuidad esperar que un Golen, sólo interesado en cumplir con los planes satánicos de la Fraternidad Blanca, hubiese actuado de manera diferente. De pronto Pedro II lo comprende todo y marcha con un ejército improvisado a socorrer al Conde Raimundo VI en el sitio de Tolosa; pero ya es tarde para combatir a los Poderes Infernales: quien ha vivido cerrando los ojos a la Verdad se ha vuelto débil para sostener la mirada del Gran Engañador; Pedro II ha reaccionado pero sus fuerzas sólo le alcanzan para morir. Es lo que hace en la batalla de Muret contra Simón de Montfort, en Septiembre de 1213: muere incomprensiblemente, en medio de un gran desastre estratégico, en el que resulta destruido el ejército aragonés y sepultada definitivamente la última esperanza de la occitanía cátara.

 

 

 

 

Vigesimosegundo Día

                                              

 

       Como Tartessos, Como Sajonia, Como el país de Oc, los pueblos de Sangre Pura han de pagar un duro tributo por oponer la Sabiduría Hiperbórea al Culto del Dios Uno. La Cruzada contra los Cátaros “y otros herejes del Languedoc” continuaría, con algunas interrupciones, durante treinta años más; miles y miles de occitanos acabarían en la hoguera, pero al final el país de Oc iría retornando lentamente al seno de la Madre Iglesia. En 1218 muere Simón de Montfort durante un sitio a Tolosa, que había sido reconquistada por Raimundo VII; su hijo Amauric, careciendo de la vocación de Verdugo Golen que en tan alto grado poseía Simón, termina por vender los derechos del condado de Tolosa al Rey de Francia Luis VIII, con lo cual los Capetos legalizan la intervención y concluirán por quedarse con todo el país. Pero esto no era casual: la ocupación franca del Languedoc constituía un objetivo impostergable de la Estrategia Golen, principalmente porque permitiría prohibir la maravillosa lengua de Oc, la “lengua de la herejía”, en favor del francés medieval, la lengua de los benedictinos, cluniacenses, cistercienses y Templarios. Aquella sustitución linguística sería el golpe de gracia para la Cultura de los trovadores, como las hogueras lo habían sido del catarismo.

         Sumando la destrucción de la civilización de Oc a las restantes grandes obras realizadas por Inocencio III durante su reinado eclesiástico, se entiende que al morir, en 1216, haya supuesto que los planes de la Fraternidad Blanca estaban a punto de cumplirse: la garantía de ello, el instrumento de la dominación universal, sería el joven Emperador Federico II, que por esos días estaba en un todo de acuerdo con la Estrategia Golen. Empero, Federico II iba a cambiar sorpresivamente de actitud y a asestar un golpe mortal a los planes de la Fraternidad  Blanca: y la causa principal de ese cambio, de esa manifestación espiritual que brotaba de su Sangre Pura y lo transformaba en un Señor de Señores, era la Presencia efectiva del Gral de Kristos Lúcifer.

         Los Cátaros, en efecto, pagando el cruel precio del exterminio al que los habían condenado los Golen benedictinos, consiguieron en cien años enfrentar a todo un pueblo de Sangre Pura contra las Potencias de la Materia. El Pacto de Sangre había sido así restaurado, pero no se podría ganar en el enfrentamiento porque aún no era el tiempo de librar la Batalla Final sobre la Tierra: el momento era propicio, en cambio, para morir con Honor y aguardar en el Valhala, en Agartha, la señal de los Dioses Liberadores para intervenir en la Batalla Final que vendría. Pero, aunque no se pudiese ganar la actual batalla, las leyes de la guerra exigían infligir el mayor daño posible al Enemigo; y, en ese caso, el mayor descalabro en los planes del Enemigo lo produciría la manifestación del Gral. Por eso los Cátaros, pese a las persecuciones encarnizadas de los Cruzados y Golen que los iban diez-mando, y a las espantosas matanzas colectivas de creyentes, trabajaban sin descanso desde Montsegur para estabilizar espacialmente al Gral y aproximarse a él en cuerpo físico.

         Se puede considerar que los resultados concretos de aquella Estrategia Hiperbórea se habrían producido en el año 1217: entonces la Presencia física del Gral ejecutó la tabula regia y confirmó que Federico II Hohenstaufen era el verdadero Rey de la Raza Blanca, el único con condiciones espirituales para instaurar el Imperio Universal de la Sangre Pura. Y en coincidencia con la aparición del Gral en Montsegur, simultáneamente, Federico II alcanzaba en Sicilia la comprensión de la Sabiduría Hiperbórea y se trasmutaba en Hombre de Piedra: desde ese momento comenzaría su guerra contra los “Papas de Satanás”, “los Anticristos”, como él los de-nominaba en sus libelos; también prohíbe el tránsito y toda operación económica o militar de los Templarios en su Reino, abriéndoles juicio por herejía. Es entonces cuando Federico II afirma públicamente que “los tres Grandes Embusteros de la Historia fueron Moisés, Jesús, y Mohamed, representados actualmente por el Anticristo que ocupa el Trono de San Pedro”.

         Con la decidida e imprevista acción de Federico II la delicada arquitectura de intrigas edificada por los Golen comenzaba a desmoronarse. Pero la Fraternidad Blanca, y los Golen, sabían muy bien de dónde procedía el ataque real y, lejos de trabarse en un enfrentamiento directo, e inútil, contra el Emperador, concentraron todos sus esfuerzos en el Languedoc que a partir de allí se convertiría en un auténtico Infierno: era urgente dar con la construcción mágica que sostenía al Gral y destruirla; era necesario, pues, obtener la información lo más rápidamente posible.

         Ya no se enviaría a los herejes inmediatamente a la hoguera: ahora era necesario obtener su confesión, descubrir sus lugares secretos, el sitio de sus ceremonias. Para esta misión se perfecciona la forma de inquirir sobre la fe instituyendo el uso de la tortura, la extorsión, el soborno, la delación y la amenaza. Y como semejante tarea de interrogación de prisioneros, que apreciaban morir antes de hablar, no podía ser realizada ya solamente por los legados papales, deciden encargar de la misma a una Orden especial: la “beneficiaria” de la empresa sería la Orden de los Predicadores, es decir, la Orden fundada, como veremos, por Santo Domingo de Guzmán.

         Pues bien, no obstante la eficaz labor desarrollada por la Inquisición con la captura y ejecución de cientos de herejes occitanos, los Golen tardaron veintisiete años en llegar a Montsegur: entretanto, sea por falsas informaciones, sea por existir una duda razonable, o una simple sospecha, se fueron demoliendo, una por una, miles de construcciones de piedra en la occitanía, contribuyendo a arruinar aún más a aquel bello país. Empero, el Gral no fue encontrado y Federico II llevó a cabo casi todos sus proyectos para debilitar al papado Golen. Recién en 1244 los Cruzados al mando de Pedro de Amiel, el Arzobispo Golen de Narbona, se despliegan frente a Montsegur y la Presencia del Gral occitano llega a su fin: luego de que las tropas de Satanás ocupasen la plaza de Montsegur “el Gral desaparecería y nunca más sería visto en Occidente”.             

 

         Montsegur fue conquistado y en parte destruido; la familia del Señor de Perella fue exterminada, junto a doscientos cincuenta Cátaros que allí operaban; pero el Gral no pudo ser hallado jamás. ¿Qué ocurrió con la Piedra de Venus de Kristos Lúcifer? Fue transportada muy lejos por algunos Cátaros que estaban a cargo de su custodia. Cabe repetir, empero, que el Gral, por ser un Reflejo del Origen, está Presente en todo tiempo y lugar desde donde se plantee una disposición estratégica basada en la Sabiduría Hiperbórea, y que podría ser hallado nuevamente si se diesen las condiciones necesarias, si existiesen los Hombres Puros y la Muralla Estratégica. Los Cátaros, que consiguieron sostenerlo como Piedra, es decir, como Lapsit Exilis, durante veintisiete años, decidieron trasladarlo antes de la caída de Montsegur. Cinco de los Hombres Puros se embarcaron en Marsella hacia el destino que habían señalado los Dioses Liberadores de K'Taagar: las tierras desconocidas que existían más allá del Mar Occidental, es decir, América. El navío pertenecía a la Orden de Caballeros Teutónicos y los aguardaba desde tiempo atrás por orden expresa del Gran Maestre Hermann von Salza: aquella evacuación fue el único auxilio que les pudo facilitar Federico II, pese a que durante mucho tiempo se había aguardado en Montsegur la llegada de una guarnición imperial.

         El Constanza, que así se llamaba el buque, luego de atravesar las Columnas de Hércules, se internó en el Océano y tomó la ruta que siglos más tarde seguiría Díaz de Solís. Cuatro meses después, previo remontar el Río de la Plata y el Río Paraná, arribaban a una región cercana a la actual ciudad de Asunción del Paraguay. El mapa que empleaban los Caballeros Teutónicos procedía de la lejana Pomerania, uno de los países del Norte de Europa que estaban conquistando por mandato del Emperador Federico II: existía allí un pueblo de origen danés que navegaba hacia América y poseía una colonia en el lugar adonde se había dirigido el Constanza; aquellos vikingos comerciaban con “unos parientes” que, según ellos, se habían hecho Reyes de una gran nación que quedaba tras las altas cumbres nevadas del poniente: un país separado de la colonia por extensas e impenetrables selvas, que no sería otro más que el Imperio incaico; en el Constanza venían algunos daneses que conocían el dialecto hablado por los colonos.

         Hallaron la colonia en el sitio indicado y allí desembarcaron los Hombres Puros, para cumplir su objetivo de dar adecuado resguardo físico al Gral mediante la construcción de una Muralla Estratégica. El barco de la Orden Teutónica partió, tiempo después, pero los Hombres Puros ya no regresarían nunca a Europa: en cambio trabajaron durante años, ayudados por los colonos y los indios guayakis, hasta completar una asombrosa edificación subterránea en una de las laderas del Cerro Corá. La Presencia física del Gral estaba ahora asegurada pues se lo había referido de tal modo a la construcción que su estabilidad espacial resultaba suficiente para permanecer muchos siglos en ese sitio, hasta que otros Hombres Puros lo buscasen y encontrasen.

         Naturalmente, los Templarios, alertados en Europa por la Fraterdad Blanca, no tardaron en partir en persecución de los Cátaros. Ellos navegaban habitualmente a América desde los puertos de Normandía, adonde disponían de una poderosa flota, pues necesitaban acumular metales preciosos, especialmente plata, para bancar a la futura Sinarquía Financiera, metales que en América se obtenían fácilmente. Unos años después de los sucesos narrados, cayeron los Templarios en la colonia vikinga y pasaron a todos sus habitantes a cuchillo; mas el Gral, nuevamente, no apareció.

         Los Golen no olvidarían el episodio y luego, en plena “conquista de América” por España, una legión de jesuitas, herederos naturales de los benedictinos y Templarios, se asentaría en la región para intentar localizar y robar la Piedra de Venus. Pero todas las búsquedas serían infructuosas y, por el contrario, la Presencia del Gral se iría haciendo sentir de una manera irresistible sobre los pobladores españoles, purificando la Sangre Pura y predisponiendo al pueblo para reconocer al Emperador Universal. En el siglo XIX, Dr. Siegnagel, un milagro análogo al de la civilización de Oc estaba a punto de repetirse: la República del Paraguay se levantaba con luz propia sobre las naciones de América. En efecto, aquel país poseía un ejército poderoso y bien equipado, flota propia, ferrocarril, industria pesada, agricultura floreciente, y una organización social envidiable, con legislación muy avanzada para la Epoca, en la que se destaca la educación obligatoria, libre y gratuita: y esto en 1850. La población era aguerrida y orgullosa de su Estirpe, y sabía admirar la espiritualidad y el valor de sus Jefes. Por supuesto, a la Fraternidad Blanca no le agradaba el rumbo que tomaba aquella sociedad, que no se avendría a integrarse al esquema de la “división internacional del trabajo” propuesto entonces como modelo de orden económico mundial: tal ordenamiento era el paso previo para la concreción en el siglo XX de la Sinarquía Financiera y el Gobierno Mundial del Pueblo Elegido, antiguos planes que, según aclaré, se frustraron en la Edad Media. Para la Fraternidad Blanca, el pueblo paraguayo estaba enfermando; y el virus que lo afectaba se llamaba “nacionalismo”, el peor enemigo moderno de los planes sinárquicos.

         El colmo de la situación ocurrió en 1863, cuando el Gral aparece nuevamente y confirma a todos que el Mariscal Francisco Solano López es un Rey de la Sangre Pura, un Señor de la Guerra, un Emperador Universal. Entonces se decreta la sentencia de exterminio contra el pueblo paraguayo y la dinastía de Solano López. En poco tiempo una nueva Cruzada se anuncia en todos los ámbitos: Argentina, Brasil y Uruguay aportarán los medios y las tropas, pero detrás de estos países semicoloniales se encuentra Inglaterra, es decir, la Masonería inglesa, organización Golen y hebrea. Al frente del ejército cruzado, que ahora se denomina “aliado”, se coloca al general argentino Bartolomé Mitre, un masón íntegramente subordinado a los intereses británicos. Pero la capacidad para oficiar de Verdugo Golen que demuestra el General Mitre supera ampliamente a la diabólica crueldad de Arnaud Amalric y Simón de Montfort: y es lógico que así sea, pues la paciencia del Enemigo se agotó hace siglos y ahora pretende dar un castigo ejemplar, un escarmiento que demuestre claramente que el camino del nacionalismo espiritual y racial no será ya tolerado.

         La Guerra de la Triple Alianza se inicia en 1865. En 1870, cuando los ejércitos de Satanás ocupan Asunción y el Mariscal Solano López muere combatiendo en Cerro Corá, la guerra termina y deja el siguiente saldo: población del Paraguay antes de la guerra: 1.300.000 habitantes; población después de la rendición: 300.000 habitantes. ¡Bezier, Carcasona, Tolosa, son juego de niños frente a un millón de muertos, Dr. Siegnagel! Y demás está aclarar que de los trescientos mil sobrevivientes muchos eran mujeres, ancianos e indios; a la población de origen hispano, esa que era aguerrida y orgullosa, se la exterminó sin piedad, casa por casa, en masacres espantosas que habrán causado el deleite de las Potencias de la Materia. Una vez más, Perseo había degollado a Medusa. Un millón de heroicos paraguayos, junto a su jefe de la Sangre Pura, fue el sacrificio que las fuerzas satánicas ofrendaron al Dios Uno en el siglo XIX, en aquel remoto país de América del Sur, adonde, sin embargo, se manifestó la Presencia trasmutadora del Gral de Kristos Lúcifer.

 

 

 

Vigesimotercer Día

 

                                                                                    

       Es hora ya de que me refiera a Santo Domingo y a la Orden de los Predicadores. Domingo de Guzmán nació en 1170 en la villa de Calaruega, Castilla la Vieja, que se encontraba bajo jurisdicción del Obispo de Osma. Antes de nacer, su madre tuvo un sueño en el que vio a su futuro hijo como a un perro que portaba entre sus fauces un labris ardiente, es decir, un hacha flamígera de doble hoja. Aquel símbolo interesó vivamente a los Señores de Tharsis pues lo consideraban señal de que Domingo estaba predestinado para el Culto del Fuego Frío. De allí que lo vigilasen atentamente durante la infancia y, apenas concluida la instrucción primaria, gestionasen una plaza para él en la Universidad de Palencia, que entonces se encontraba en el cenit de su prestigio académico. El motivo era claro: en Palencia enseñaba teología el célebre Obispo Pedro de Tharsis, más conocido por el apodo de “Petreño”, quien gozaba de confianza ilimitada por parte del Rey Alfonso VIII, del cual era uno de sus principales consejeros.

         Lo ocurrido cincuenta años antes a su primo, el Obispo Lupo, era una advertencia que no se podía pasar por alto y por eso Petreño vivía tras los muros de la Universidad, en una casa muy modesta pero que tenía la ventaja de estar provista de una pequeña capilla privada: allí tenía, para su contemplación, una reproducción de Nuestra Señora de la Gruta. En esa capilla, Petreño inició a Domingo de Guzmán en el Misterio del Fuego Frío, y fue tan grande la trasmutación operada en él, que pronto se convirtió en un Hombre de Piedra, en un Iniciado Hiperbóreo dotado de enormes poderes taumatúrgicos y no menor Sabiduría: tan profunda era la devoción de Domingo de Guzmán por Nuestra Señora de la Gruta que, se decía, la mismísima Virgen Santa respondía al monje en sus oraciones. Fue él quien comunicó a Petreño que había visto a Nuestra Señora de la Gruta con un collar de rosas. Entonces Petreño indicó que aquel ornamento equivalía al collar de cráneos de Frya Kâlibur: Frya Kâlibur, vista afuera de Sí Mismo, aparecía vestida de Muerte y lucía el collar con los cráneos de sus amantes asesinados; los cráneos eran las cuentas con las Palabras del Engaño; en cambio Frya vista en el fondo de Sí Mismo, tras Su Velo de Muerte que la presenta Terrible para el Alma, era la Verdad Desnuda del Espíritu Eterno, la Virgen de Agartha de Belleza Absoluta e Inmaculada; sería natural que ella luciese un collar de rosas en las que cada pimpollo representase a los corazones de aquellos que la habían Amado con el Fuego Frío. Domingo quedó intensamente cautivado con esa visión y no se detuvo hasta inventar el Rosario, que consistía en un cordón donde se hallaban ensartadas, pero fijas, tres juegos de dieciséis bolitas amasadas con pétalos de rosa, las dieciséis, trece más tres cuentas, correspondían a los “Misterios de la Virgen”. El Rosario de Santo Domingo se utiliza para pronunciar ordenadamente oraciones, o mantrams, que van produciendo un estado místico en el devoto de la Virgen y acaban por encender el Fuego Frío en el Corazón.

         No debe sorprender que mencione dieciséis Misterios de la Virgen y hoy se los tenga por quince, ni que varíe el número de cuentas del Rosario, ni que hoy día se asocie el Rosario a los Misterios de Jesús Cristo y se hayan ocultado los Misterios de Nuestra Señora del Niño de Piedra, pues toda la Obra de Santo Domingo ha sido sistemáticamente deformada y tergiversada, tanto por los enemigos de su Orden, como por los traidores que han existido en cantidad y existen, en cantidad aún mayor, dentro de ella.

         Domingo llegó a dictar la cátedra de Sagrada Escritura en la Universidad de Palencia, pero su natural vocación por la predicación, y su deseo por divulgar el uso del Rosario, lo condujeron a difundir la Doctrina Cristiana y el Culto a Nuestra Señora del Rosario en las regiones más apartadas de Castilla y Aragón. En esa acción descolló lo suficiente como para convencer a los Señores de Tharsis de que estaban ante el hombre indicado para fundar la primera Orden antiGolen de la Historia de la Iglesia. Domingo era capaz de vivir en extrema pobreza, sabía predicar y despertar la fe en Cristo y la Virgen, daba muestras de verdadera santidad, y sorprendía con su inspirada Sabiduría: a él sería difícil negar el derecho de congregar a quienes creían en su obra.

         Mas, para que tal derecho no pudiese ser negado por los Golen, era necesario que Domingo se hiciese conocer fuera de España, que diese a los pueblos el ejemplo de su humildad y santidad. El Obispo de Osma, Diego de Acevedo, que compartía secretamente las ideas de los Señores de Tharsis, decidió que el mejor lugar para enviar a Domingo era el Sur de Francia, la región que en ese momento se encontraba agitada por un enfrentamiento con la Iglesia: la gran mayoría de la población occitana se había volcado a la religión cátara, que según la Iglesia constituía “una abominable herejía”, y sin que los benedictinos del Cluny y del Císter, tan poderosos en el resto de Francia, hubiesen podido impedirlo. Con ese fin, el Obispo Diego consiguió la representación del Infante Don Fernando para concertar el casamiento con la hija del Conde de la Marca, lo que le brindaba la oportunidad de viajar a Francia llevando consigo a Domingo de Guzmán, a quien ya había nombrado Presbítero. Ese viaje le permitió interiorizarse de la “herejía cátara” y proyectar un plan. En un segundo viaje a Francia, muerta la hija del Conde, y decidida la misión de Domingo, ambos clérigos se dirigen a Roma: allí el Obispo Diego gestiona ante el terrible Papa Golen Inocencio III la autorización para recorrer el Languedoc predicando el Evangelio y dando a conocer el uso del Rosario.

         Obtenida la autorización ambos parten desde Montpellier a predicar en las ciudades del Mediodía; lo hacen descalzos y mendigando el sustento, no diferenciándose demasiado de los Hombres Puros que transitan profusamente los mismos caminos. La humildad y austeridad de que hacen gala contrasta notablemente con el lujo y la pompa de los legados papales, que en esos días recorren también el país tratando de poner freno al catarismo, y con la ostensible riqueza de Arzobispos y Obispos. Sin embargo, recogen muestras de hostilidad en muchas aldeas y ciudades, no por sus actos, que los Hombres Puros respetan, ni siquiera por su prédica, sino por lo que representan: la Iglesia de Jehová Satanás. Pero aquellos resultados estaban previstos de antemano por Petreño y Diego de Osma, que habían impartido instrucciones precisas a Domingo sobre la Estrategia a seguir.

 

         El punto de vista de los Señores de Tharsis era el siguiente: observando desde España la actitud abiertamente combativa asumida por el Pueblo de Oc hacia los Sacerdotes de Jehová Satanás, y considerando la experiencia que la Casa de Tharsis tenía sobre situaciones semejantes, la conclusión evidente indicaba que la consecuencia sería la destrucción, la ruina, y el exterminio. En opinión de los Señores de Tharsis, el suicidio colectivo no era necesario y, por el contrario, sólo beneficiaba al Enemigo; pero, era claro también, que los Cátaros no se percataban completamente de la situación, quizá por desconocer la diabólica maldad de los Golen, que constituían el Gobierno Secreto de la Iglesia de Roma, y por percibir solamente el aspecto superficial, y más chocante, de la organización católica. Mas, si bien los Cátaros no suponían que los Golen, desde el Colegio de Constructores de Templos del Cister, habían decretado el exterminio de los Hombres Puros y la destrucción de la civilización de Oc, y que cumplirían esa sentencia hasta sus últimos detalles, no era menos cierto que tal posibilidad no los preocuparía en absoluto: como tocados por una locura mística, los Hombres Puros tenían sus ojos clavados en el Origen, en el Gral, y eran indiferentes al devenir del mundo. Y ya se vio cuan efectiva fue aquella tenacidad, que permitió la manifestación del Gral y del Emperador Universal, y causó el Fracaso de los Planes de la Fraternidad Blanca.

         Frente a la intransigencia de los Cátaros, Domingo  y Diego recurren a un procedimiento extremo, que no podía ser desaprobado por la Iglesia: advierten, a quien los quiera oír, sobre la segura destrucción a que los conducirá el sostenimento declarado de la herejía. Mas no son escuchados. A los creyentes, que constituyen la mayoría de la población occitana y que, como toda masa religiosa, no domina las sutilezas filosóficas, se les hace imposible creer que pueda triunfar el Mal sobre el Bien, es decir, que la Iglesia de Roma pueda destruir efectivamente a la Iglesia Cátara. Y a los Cátaros, que saben que el Mal puede triunfar sobre el Bien en la Tierra, ello los tiene sin cuidado pues en todo caso sólo se trata de variaciones de la Ilusión: para los Hombres Puros, la única realidad es el Espíritu; y esa Verdad significa el definitivo y absoluto triunfo del Bien sobre el Mal, vale decir, la Permanencia Eterna de la Realidad del Espíritu y la Disolución Final de la Ilusión del Mundo Material. Corre el año 1208 y, mientras el pueblo se encuentra afirmado en estas posiciones, el Papa Inocencio III anuncia la Cruzada en represalia por la muerte de su legado Pedro de Castelnaux. Es tarde ya para que la predicación de Santo Domingo surta algún efecto. Sin embargo, el objetivo principal de la misión, que era imponer la figura santa de Domingo y hacer conocer sus aptitudes como organizador y fundador de comunidades religiosas, se estaba con-siguiendo. En aquel año, en tanto se producía la matanza de Bezier y otras atrocidades Golen, Santo Domingo realizaba su primera fundación en Fanjeaux, cerca de Carcasona. Había comprendido de entrada que las damas occitanas presentaban una especial predisposición para el A-mort espiritual y por eso establece allí el monasterio de Prouille, cuyas monjas se dedicarán al cuidado de niños y al Culto de la Virgen del Rosario: la primera Abadesa fue Maiella de Tharsis, gran iniciada en el Culto del Fuego Frío, enviada desde España para esa función. Y aplica entonces uno de los principios estratégicos señalados por Petreño: para escapar al control de los Golen, en alguna medida, era imprescindible desechar la Regula Monachorum de San Benito. De allí que Santo Domingo haya dado a las monjas de Prouille la Regla de San Agustín.

         Desde luego, Santo Domingo y Diego de Osma no actuaban solos: los apoyaban algunos Nobles y clérigos que profesaban secretamente el Culto del Fuego Frío y recibían asistencia espiritual de los Señores de Tharsis. Entre ellos se contaban el Arzobispo de Narbona y el Obispo de Tolosa, quienes contribuían a esa obra con importantes sumas de dinero. Este último, era un Iniciado genovés de nombre Fulco, infiltrado por los Señores de Tharsis en el Cister y que no sería descubierto hasta el final: en aquellos días el Obispo Fulco pasaba por enemigo jurado de los Cátaros, defensor de la ortodoxia católica, y aprovechaba ese prestigio para promocionar ante los legados papales y sus superiores del Cister la obra monástica de Domingo y su santidad personal.

         En los años siguientes, Santo Domingo intenta llevar a cabo el plan de Petreño y funda una hermandad semilaica, al tipo de las Ordenes de caballería, llamada “Militia Christi”, de la cual habría de salir la Tertius ordo de paenitentia Sancti Dominici, cuyos miembros fueron conocidos como “monjes Terciarios”; pero pronto esta organización se mostró ineficaz para los objetivos buscados y se tuvo que pensar en algo más perfecto y de mayor alcance. Durante varios años se planificó la nueva Orden, tomando en consideración la experiencia recogida y la formidable tarea que se proponía llevar a cabo, esto es, luchar contra la estrategia de los Golen: colaboraban con Santo Domingo en tales proyectos un grupo de dieciséis Iniciados, procedentes de distintos lugares del Languedoc que se reunía periódicamente en Tolosa, entre los cuales se contaba el Obispo Fulco. Como fruto de aquellas especulaciones se decidió que lo más conveniente era crear un “Círculo Hiperbóreo” encubierto por una Orden católica: el “Círculo” sería una Sociedad super-Secreta dirigida por los Señores de Tharsis, que funcionaría dentro de la nueva Orden monástica. Sólo así, concluían, se conciliaría el objetivo buscado con el principio de la seguridad.

         Aquel grupo secreto, integrado en un comienzo sólo por los dieciséis Iniciados que he mencionado, se denominó Circulus Domini Canis, es decir, Círculo de los Señores del Perro. Tal nombre se explica recordando el sueño premonitorio de la madre de Domingo de Guzmán, en el cual su futuro hijo aparecía como un perro que portaba un hacha flamígera, y considerando que para los Iniciados en el Fuego Frío el “Perro” era una representación del Alma y el “Señor”, por excelencia, era el Espíritu: en todo Iniciado Hiperbóreo el Espíritu debía dominar al Alma y asumir la función de “Señor del Perro”; de allí la denominación adoptada para el Círculo de Iniciados, que además tenía la ventaja de confundirse con el nombre de dominicani, es decir, domínicos, que el pueblo daba a lo monjes de Domingo de Guzmán. Cabe agregar que ser “Señor del Perro” en la Mística del Fuego Frío es análogo a ser Señor del Caballo, o sea “Caballero”, en la Mística de la Caballería, donde el Alma se simboliza por “el Caballo”.

         Uno de los Iniciados, Pedro Cellari, había donado varias casas en Tolosa: unas fueron destinadas a lugares secretos de reunión del Círculo y otras se adoptaron para el uso de la futura Orden. Cuando todo estuvo listo, se procuró obtener la autorización de Inocencio III para la fundación de una Orden de predicadores mendicantes, semejante a la formada por San Francisco de Asís en 1210: a esta Orden Inocencio III la había aprobado de inmediato, pero la nueva solicitud provenía ahora de Tolosa, un país en Guerra Santa en el que todo el mundo era sospechoso de herejía; y se debía proceder con cautela; el plan era ambicioso pero sólo la personalidad in-cuestionable de Santo Domingo allanaría todas las dificultades, tal como lo había hecho el propio San Francisco; no hay que olvidar que los Golen controlaban todo el monacato occidental desde la Orden benedictina y eran hostiles a la creación de nuevas Ordenes independientes. La oportunidad se presentó recién en 1215, cuando el Obispo Fulco fue convocado al IV Con-cilio General de Letrán y llevó consigo a Santo Domingo.

         Allí tropezaron con la negativa cerrada de Inocencio III quien, como es sabido, sólo cedió luego de soñar que la Basílica de Letrán, amenazando derrumbarse, era sostenida por los hombros de Domingo de Guzmán. Empero, su autorización fue meramente verbal, aunque perfectamente legal, y se limitó a aceptar la Regla de San Agustín reformada propuesta por Domingo y a recomendar la misión de luchar contra la herejía. Luego de la muerte de Inocencio III, en 1216, Honorio III da la aprobación definitiva de la “Orden de Predicadores” u Ordo Praedicatorum y permite su expansión, ya que por entonces sólo poseía los monasterios de Prouille y Tolosa. De entrada ingresan en la Orden todos los clérigos de la Casa de Tharsis que, como dije, eran en su gran mayoría, profesores universitarios, arrastrando consigo a muchos otros sabios y eruditos de la Epoca. En poco tiempo, pues, la Orden se transformó en una organización apta para la enseñanza de alto nivel, no obstante que el primer Capítulo general reunido en Bolonia, en 1220, declaró que se trataba de una “Orden mendicante”, con menor rigor en la pobreza que la de San Francisco. Santo Domingo falleció en 1221, dejando el control de la Orden en manos de un Iniciado de Sangre Pura, el Maestre General Beato Jordan de Sajonia.

         Ahora bien: en aquel momento los Golen estaban pugnando por con-seguir la institucionalización de una inquisición sistemática de la herejía que les permitiese interrogar a cualquier sospechoso y obtener la información  conducente al sitio del Gral; si tal institución era confiada a los benedictinos, como se pretendía, el fin de la Estrategia cátara sería más rápido de lo previsto, no dando tiempo a que Federico II realizase sus planes de arruinar al papado Golen. De allí la insistencia y la elocuencia desplegada por los domínicos para presentarse como la Orden más apta para desempeñar aquella siniestra función; pero los domínicos tenían algunas ventajas reales sobre los benedictinos: constituían no sólo una Orden local, autóctona del Languedoc donde los benedictinos habían perdido influencia hacía tiempo, sino que también disponían de monjes con gran instrucción teológica, adecuados para analizar las declaraciones que la inquisición de la fe requería. Los domínicos disponían de indudable capacidad de movilización en el Languedoc y cuando los Golen se convencieron de que la nueva Orden se advendría a su control y permitiría el ingreso de sus propios inquisidores, aprobaron también la concesión. En 1224 el Emperador Federico II, que no obstante estar ya enfrentado con el papado, tenía en claro la situación del Languedoc y la necesidad de apoyar a la Orden de Predicadores, renueva mediante una ley imperial la antigua legislación romana que consideraba a los Cultos no oficiales “crimen de lesa majestad”, es decir, pasibles de la pena de muerte: en este caso la ley se aplicaría a la represión de la herejía. En 1231, a pesar de que ya estaban funcionando de hecho, el Papa Gregorio IX instituye los “tribunales especiales de la Inquisición” y confía su oficio a las Ordenes de Santo Domingo y San Francisco, esta última a instancia de Fray Elías, un agente secreto de Federico II en la Orden franciscana, que sería ministro general de 1232 a 1239, y que al final, descubierto por los Golen, se pasaría abiertamente al bando gibelino. Empero, al poco tiempo sólo quedarían los domínicos a cargo de la Inquisición.

         Tienen que quedar en claro dos hechos al evaluar el paso dado por la Orden de Santo Domingo al aceptar la responsabilidad de la Inquisición. Uno es que ello representaba el mal menor para los Cátaros, puesto que la represión ejecutada directamente por los Golen hubiese sido terriblemente más efectiva, como se comprobó en Bezier, y que de ese modo se conseguiría, al menos, sabotear la búsqueda del Gral y retrasar la caída de Montsegur, objetivo que se alcanzó en gran medida. Y el otro hecho es que los Señores de Tharsis eran perfectamente conscientes que la Orden sería infiltrada por los Golen y que estos abrirían las puertas a los personajes más crueles y fanáticos de la ortodoxia católica, quienes destruirían sin piedad ni remordimiento a los Cátaros y a su Obra: y aún así el balance indicaba que sería preferible correr ese riesgo a permitir que los Golen se desempeñasen por su cuenta.

         A los inquisidores más fanáticos, que pronto actuarían dentro de la Orden, no se los podía obstaculizar abiertamente pues ello alertaría a los Golen. La táctica consistió, pues, en desviar sutilmente la atención hacia falsas pistas u otras formas de herejía. En el primer caso, en efecto, los Señores del Perro lograron que, bajo el cargo de “herejía”, se liquidasen con la hoguera a la totalidad de los criminales, ladrones, degenerados y prostitutas del Languedoc: estos, naturalmente, jamás aportaron dato alguno que sirviese a los Golen, aunque se les hizo confesar la herejía mediante la tortura. En el segundo caso, la Inquisición dominicana produjo un efecto no deseado por los Golen benedictinos, que aquellos no fueron capaces de contrarrestar: justa-mente, por la mismas razones que los Señores del Perro no podían impedir que los Golen exterminasen a los Cátaros, esto es, para no quedar en contradicción con las leyes vigentes, los Golen no podían impedir que se reprimiese a los miembros del Pueblo Elegido, fácilmente encuadrados bajo el cuadro de herejía. Y los Señores de Tharsis, que no habían olvidado las cuentas que con ellos tenían pendientes desde la Epoca del Reino Visigodo de España y la participación que les cupo en la invasión árabe, así como las intrigas posteriores para destruir a la Casa de Tharsis, tenían ahora en sus manos, con la Inquisición, un arma formidable para devolver golpe por golpe. Así fue como los Golen comprobaron con desagradable sorpresa que la represión de la herejía derivaba en muchas ocasiones en sistemáticas persecuciones de judíos, a los que se enviaba a la hoguera con igual o mayor saña que a los Cátaros. Ese era, naturalmente, el efecto de la obra oculta de los Señores del Perro, que lamentablemente no fue todo lo efectivo que ellos deseaban, porque, al igual que a las Cátaros, a los herejes judíos debía ofrecérseles la posibilidad de conversión al catolicismo, con lo cual salvaban la vida, cosa a la que estos solían acceder sin problemas transformándose en marranos, es decir, conservando su religión en secreto y simulando ser cristianos, contrariamente a los Hombres Puros, quienes preferían morir antes que faltar al Honor y mentir sobre sus creencias religiosas.

         En Resumen, el tiempo fue pasando, la herejía cátara fue cediendo paso a la más tranquilizadora religión católica, los furores iniciales de la Inquisición se fueron aplacando, y la Orden de Predicadores fue complementando su injustificada celebridad de organización represora con otra fama más acorde con el Espíritu de sus fundadores: el de Orden dedicada al estudio, a la enseñanza, y a la predicación de la fe católica. El gran sistema teológico de la Escolástica se debe en alto grado a la obra de notables pensadores y escritores domínicos, que en casi todos los casos no eran Iniciados pero estaban guiados secretamente por ellos. Para desarrollar esta actividad la Orden se concentró en dos universidades prestigiosas, la de Oxford y la de París: bastará con recordar que profesores como el alemán San Alberto Magno o Santo Tomás de Aquino fueron domínicos, para comprender que la fama adquirida por la Orden estaba aquí sí, plenamente justificada. Pero fueron también domínicos Rolando de Cremona, que enseñó en París entre 1229 y 1231; Pedro de Tarantasia, que lo hizo desde 1258 a 1265 y llegó a ser Papa con el nombre de Inocencio V en 1276; Rogerio Bacón, Ricardo de Fischare y Vicente de Beauvais, en Oxford, etc.

         Hay que tener presente, Dr. Siegnagel, que los Señores de Tharsis poseían la Sabiduría Hiperbórea y, en consecuencia, obraban de acuerdo a una perspectiva histórica milenaria; consideraban por ejemplo que aquellas décadas de influencia Golen eran inevitables pero que, finalmente, pasarían: llegaría entonces el momento de expurgar la Orden. Porque eso era lo estratégicamente importante: preservar el control de la Orden y la institución de la Inquisición para una oportunidad futura; cuando ésta se presentase, toda la fuerza del horror y la represión desatada por los Golen cistercienses, como en un golpe de jiu-jitsu, podría ser vuelta en contra de sus propios generadores; y nadie se sentiría ofendido por ello, especialmente en el Languedoc. El peso de la Estrategia, según se advierte, descansaba en la capacidad del Círculo de los Señores del Perro para mantener en secreto su existencia  y conservar el control de la Orden; ello no sería fácil pues los Golen acabaron por sospechar que una extraña voluntad frustraba sus planes desde adentro mismo de la Organización inquisidora, mas, cada vez que alguien se acercaba a la verdad, los Domini Canis lo ejecutaban ocultamente y atribuían la muerte a previsibles venganzas de los herejes occitanos.

         A estas motivaciones puramente estratégicas que animaban a los Señores de Tharsis para obrar ocultamente en el Circulus Domini Canis, se agregaría muy pronto la pura necesidad de sobrevivir, a causa de los sucesos que ocurrieron en España y que comenzaré a exponer desde mañana. Como se verá, la destrucción de la Orden Templaria, y con ello el efectivo fracaso de los planes sinárquicos de la Fraternidad Blanca, se convertiría en una cuestión de vida o muerte para la Casa de Tharsis. La última Estrategia del Circulus nos llevará a aquella causa exotérica del fracaso de los planes enemigos, que fue Felipe IV, y a la cual me referí hace cuatro días.

 

        

 

 

 

 

 

 

Vigesimocuarto Día

 

                                                                                                      

       Mientras la Orden de Predicadores se desarrollaba de acuerdo a los planes de los Señores de Tharsis, algo terrible iba a ocurrir en España: el regreso de Bera y Birsa. Y poco faltó, Dr. Siegnagel, para que aquel acontecimiento no significara el fin de la Casa de Tharsis. A continuación, mostraré cómo sucedieron los hechos.

         Recuerde, Dr., que la antigua Onuba, ciudad mayor de la Turdetanía, se encontraba desde el siglo VIII bajo la dominación árabe, quienes la denominaban “Uelva”. En el año 1011 era cabeza de uno de los Reinos de Taifas, siendo su primer soberano Abu-Zaíd-Mohammed-ben-Aiyub, seguido de Abul Mozab Abdalaziz; pero en 1051 fue prontamente anexionada al Reino de Sevilla y así permaneció hasta 1248. Como ya expliqué, durante esos siglos de ocupación árabe la Casa de Tharsis sobrevivió sin problemas y alcanzó un envidiable poderío económico; la Villa de Turdes, cuya existencia dependía en lo esencial de las propiedades que los Señores de Tharsis explotaban en la región, había crecido y prosperado bastante, contando entonces con unos tres mil quinientos habitantes; aparte del núcleo directo de la familia Tharsis-Valter, que habitaba la residencia señorial y se componía de unos cincuenta miembros, vivían en la Villa de Turdes varias familias del linaje de la Casa de Tharsis pero de líneas sanguíneas colaterales. Así, pues, en el año 1128, cuando Bera y Birsa celebran el Con-cilio Golen de Monzón, el Reino de Huelva estaba subordinado al Taifa de Sevilla.

         El Rey de Castilla y León, Fernando III el Santo, reconquista Sevilla en 1248 pero muere allí mismo en 1252; su hijo, Alfonso X el Sabio, completa la campaña conquistando en 1258 el Algarve y las plazas de Niebla y Huelva. Dio el Rey esta región como dote de su hija natural Beatriz, quien la unió a la corona de Portugal al casarse con Alfonso III. Como tal anexión lesionaba los derechos antiquísimos que la Casa de Tharsis tenía sobre la región, la Corona de Portugal compensó al Caballero Odielón de Tharsis Valter con el título de “Conde de Tarseval”. En verdad, en el Escudo de Armas que Portugal entregó a la Casa de Tharsis, se hallaba inscripta en jefe la leyenda: “Con. Tars. et Val.”, con la que se abreviaba el título “Conde de Tharsis y Valter”; la posterior lectura directa de la leyenda terminó por aglutinar las sílabas de la abreviatura y formar aquella palabra “Tarseval” que identificó a la Casa de Tharsis en los siglos siguientes. El diseño de aquel blasón fue el producto de una ardua negociación entre Odielón y los Heraldos portugueses, en la que el nuevo Conde impuso su punto de vista apelando a la diferencia de lengua y a una explicación antojadiza de los emblemas solicitados. Suponiendo que en la antigua Lucitanía nada recordaban ya sobre la Casa de Tharsis, reclamaron el grabado de muchos de los Símbolos familiares en el Escudo de Armas: y ellos fueron aceptando, así, la presencia de los gallos como “representación del Espíritu Santo a diestra y siniestra de las Armas de Tharsis”; al barbo unicornio, animal quimérico, como “el símbolo del Demonio que rodea el ombligo de la Casa de Tharsis”; a la fortaleza en el ombligo como “equivalente a la antigua Propiedad de la Casa de Tharsis”; a los ríos Odiel y Tinto como “propios del país y necesarios para definir la escena”; etc.; y, finalmente, incluyeron la imagen de la Espada Sabia “como expresión de la Dama, a la sazón la Virgen de la Gruta, a la que los Caballeros de Tharsis estaban consagrados”; sobre la hoja, los Heraldos grabaron el Grito de Guerra de los Señores de Tharsis: “Honor et Mortis”. El siguiente Rey de Castilla y León, Sancho IV, reintegró la región de Huelva a la Corona de Castilla e instaló como Señor a D. Juan Mate de Luna, pero asimiló el título y las Armas de la Casa de Tharsis a dicho Reino. Como veremos enseguida, el Condado de Tarseval, víctima de gran mortandad años antes, estaba entonces enfeudado por un Caballero catalán, quien había cedido derechos de su floreciente Condado mediterráneo a cambio de aquellas lejanas comarcas andaluzas.

        

         Había transcurrido más de un siglo desde que Bera y Birsa ordenaron a los Golen ejecutar dos misiones: cumplir la sentencia de exterminio que pesaba sobre los Cátaros y edificar un Castillo Templario en Aracena. La primera “misión”, como se vio, fue llevada a cabo con esmero por los Golen Cistercienses; sobre la segunda, en cambio, aún no se había avanzado nada. Mientras Fernando III el Santo reconquista Sevilla en 1248, y su hijo Alfonso X el Sabio se apodera en 1258 del Algarve y Huelva, el Rey Sancho II de Portugal, poco antes de morir en 1248, conquista Aracena, plaza que pasa a integrar la Corona de Castilla en 1252. Es de suponer entonces la premura con que actuaron los Templarios desde el momento mismo en que se reconquistó la plaza de Huelva. Ya en 1259 habían obtenido una cédula de Alfonso X que los autorizaba “a ocupar un predio en la sierra de Aracena y fortificarla convenientemente, a los efectos de albergar y defender una guarnición de 200 Caballeros”. Sin embargo, años antes que tal cédula fuese emitida, los Templarios habían localizado la Cueva de Odiel, trazado los planos, y excavado los cimientos del Castillo. Toda la Cadena de Aracena quedó por varios años bajo control Templario, incluido el pueblo de Aracena y varias aldeas menores. Pero los miembros del Pueblo Elegido que acompañaban a los Templarios en la empresa, no venían a un lugar desconocido: el nombre de Aracena, en efecto, procede de la raíz hebrea Arai que significa montañas, siendo Arunda, la montañosa, sinónimo de Aracena. Esta curiosa etimología no tiene nada de misteriosa si se piensa que la aldea fue fundada por los comerciantes judíos que viajaban con los fenicios durante la ocupación de Tarshish, 1000 años antes de la Era actual; luego fue llamada Arcilasis por Ptolomeo; Arcena por los griegos; y Vriato, que resistió en ella a las legiones romanas, la denominaba Erisana. Para los árabes fue Dar Hazen y, a causa de la horrible comida que los sarracenos hicieron cuando los cristianos tomaron por sorpresa la villa, la Caracena mora.

         A partir de 1259, se despacharon tropas hacia Aracena desde muchas plazas de España y aún de Francia, de suerte que durante la construcción del Castillo permanecieron acampados 2.000 Caballeros asistidos por tres mil hermanos sirvientes. Aquellas fuerzas se distribuyeron alrededor de las Colinas y ejercieron una rigurosa vigilancia para impedir que los pobladores cercanos, de Cortegana, Almonaster la Real, Zalamea la Real, u otras ciudades, pudiesen acercarse y observar las obras. Los Compañeros de Salomón, el gremio masón controlado por el Cister, concurrió a solicitud del Gran Maestre pues, aunque la Orden del Temple contaba con su propia división especializada en construcciones militares, “esta” fortaleza tendría algo diferente. En primer lugar, debía poseer una gran iglesia; y en segundo término, esa iglesia tendría que tener una entrada secreta que comunicase sus naves con la Cueva subterránea: era imprescindible así el concurso del Colegio de Constructores de Templos.

         El Colegio encomendó la edificación de la iglesia al Maestro Pedro Millán. Este fue autorizado por el feroz Papa Golen Alejandro IV, el mismo que en esos momentos excomulgaba a Manfredo de Suabia y procuraba el exterminio de los Hohenstaufen y la ruina del partido gibelino, a consagrar la iglesia al culto de la Virgen Dolorosa. Tal advocación, desde luego, no era casual sino que obedecía al plan Golen de sustituir a la Virgen de Agartha, a la Divina Madre Atlante de Navután, por una Virgen María Judía, que lloraba, estremecido su Corazón de Fuego por el dolor de la crucifixión de su hijo Jesús: la Virgen de Agartha, por el contrario, no lloró ni experimentó dolor alguno en su Corazón de Hielo cuando su Hijo de Piedra se autocrucificó en el Arbol del Terror y expiró, sino que se alegró y derramó Su Gracia sobre los Espíritus encadenados, porque su hijo había muerto como el más valiente Guerrero Blanco que se enfrentara a la Ilusión de las Potencias de la Materia. La celebración del Culto a la Virgen del Dolor fue instituida, como no podía ser de otro modo, por el inefable Papa Golen Inocencio III al introducir la secuencia Stabat Mater en la Misa de los Dolores, del Viernes de la Pasión de Jesucristo. El Maestro Pedro Millán levantó, pues, para los Templarios, la iglesia de Nuestra Señora del Dolor, patrona desde entonces de Aracena, advocación que contrastaba abiertamente con la Virgen de la Gracia y la Alegría, Nuestra Señora de la Gruta, que se veneraba en el vecino Señorío de Tharsis, o Turdes. Cuando el Templo estuvo terminado, se depositó en su altar la imagen de Nuestra Señora del Mayor Dolor, que aún se conserva, y recibió de Urbano IV la jerarquía de Priorato de la Orden del Temple.

         Paralelamente, se trabajaba febrilmente en la construcción del Castillo, alzado junto a la Iglesia, a 700 mts. de altura, cercando con murallas y foso una plaza adyacente a una torre mudéjar. Cinco años después, la iglesia y el Castillo se encontraban terminados y las tropas sobrantes, así como los hermanos Constructores de Salomón, se retiraban tranquilamente de la zona; no obstante, pasarían muchos años antes que los lugareños se atreviesen a acercarse a la Colina del Castillo de Aracena.

         Pero esta tarea no fue todo lo que emprendieron los Templarios contra la Casa de Tharsis en esos años: el Castillo de Aracena era una obligación impuesta por los Inmortales, a la que habían dado fiel cumplimiento; ahora esperarían pacientes el regreso de Bera y Birsa para que Ellos lo empleasen en sus planes. Mas esa paciencia no significaba inmovilidad; por el contrario, no bien que fueron reconquistadas las regiones en poder de los árabes, la Orden se lanzó a  una campaña de ocupaciones en todo el país de Huelva, ora asentando guarniciones en fortalezas y ciudades rescatadas, ora construyendo nuevas iglesias y fortificando plazas. La distribución de tales ocupaciones no ocurría al azar ni mucho menos sino que obedecía a una rigurosa planificación, cuyos objetivos no perdían nunca de vista la necesidad de rodear a la Casa de Tharsis y conspirar contra el Pacto de Sangre. Para recordar sólo los más importantes sitios de esos despliegues vale la pena mencionar la cesión obtenida sobre el Convento de Santa María de la Rábida, en Palos de la Frontera, frente a Huelva, del cual ya volveré a hablar. O la posesión completa de Lepe, la antigua Leptia de los romanos, situada a seis kilómetros de Cartaya, con el propósito manifiesto de controlar la desembocadura del Río Piedras, por donde suponían que podrían navegar secretamente los Señores de Tharsis. O el sospechoso interés por residir en la insignificante Trigueros, a 25 kilómetros de Valverde del Camino, muy cerca de Turdes, donde construyeron la iglesia parroquial que aún existe: es que Trigueros, antigua población romana, se halla enclavada en medio de una fértil y extensa campaña que constituía en tiempos remotos el corazón de la tartéside ibera; en sus campos, se hallaban diseminados sabiamente decenas de dólmenes y meñires, herencia del Pacto de Sangre, que los Templarios se dedicaron en esos días a destruir prolijamente: sólo se salvó un dolmen en la Villa de Soto, que puede visitarse hoy día, pues los Señores Moyano de la Cera, de la Sangre de Tharsis y tradicionales fabricantes de dulces y mieles, impidieron a los Caballeros de Satanás concretar su infame misión: Villa de Soto se halla a 5 kilómetros de Trigueros y el dolmen se encuentra en la “Cueva del Zancarrón de Soto”.

         En la Casa de Tharsis, como es lógico, aquellos movimientos no pasaron desapercibidos y obligaron a los Señores de Tharsis a tomar algunas precauciones: fortificaron también la Villa de Turdes y la Residencia Seño-rial, pues creían que los Golen se aprestaban a lanzar una Cruzada contra ellos pretextando alguna herejía, quizá denunciando el Culto a la Virgen de la Gruta; y estacionaron en la plaza una fuerza de quinientos almogávares y cincuenta Caballeros, que era lo más que se permitía armar al Conde de Tarseval para otros fines que no fuesen los de la Reconquista. Lamentable-mente nada de eso sería necesario, pero los Señores de Tharsis no acertaron, una vez más, a prevenir los planes diabólicos de Bera y Birsa.

 

         A todo esto, se preguntará Ud., Dr. Siegnagel, qué fue de la Espada Sabia, desde el día en que cayó Tartessos y las Vrayas la ocultaron en la Caverna Secreta. La respuesta es simple: permaneció en la Caverna todo el tiempo, es decir, durante unos mil setecientos años hasta ese momento. Se llevó a cabo, así, el juramento que hicieron entonces los Hombres de Piedra: la Espada Sabia no sería expuesta nuevamente a la luz del día hasta que no llegase la oportunidad de partir, hasta que los futuros Hombres de Piedra viesen reflejada en la Piedra de Venus la Señal Lítica de K'Taagar. Para ello, los Señores de Tharsis establecieron que una Guardia debía permanecer perpetuamente junto a la Espada Sabia, lo que no siempre fue posible debido a que sólo algunos Iniciados eran capaces de ingresar en la Caverna Secreta. Como recordará Dr., la entrada secreta estaba sellada por las Vrunas de Navután desde la Epoca de los Atlantes blancos y resultaba imposible localizarla a todo aquel que no fuese un Iniciado Hiperbóreo: las Vrunas eran Signos Increados y sólo podían ser percibidas y comprendidas por quienes dispusiesen de la Sabiduría del Espíritu Increado, es decir, por los Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura, por los Hombres de Piedra, por los Guerreros Sabios. Sin embargo, salvo algunos cortos y oscuros períodos, la Casa de Tharsis nunca dejó de producir Iniciados aptos para ejercer la Guardia de la Espada Sabia.

         Pero ya no eran tan numerosos como en los tiempos de Tartessos, cuando el Culto del Fuego Frío se practicaba a la Luz de la Luna y existía un Colegio de Hierofantes; en los siglos siguientes, hubo que ocultar la Verdad del Fuego Frío a los romanos, visigodos, árabes, y católicos, reduciéndose la celebración del Culto al ámbito estrictamente familiar: inclusive, dentro de aquel ámbito familiar reservado, se debía convocar sólo a quienes demostraban una conveniente predisposición gnóstica para afrontar la Prueba del Fuego Frío, que en nada había cambiado y seguía siendo tan terrorífica y mortal como antes. Salvo esos períodos que mencioné, durante los que no hubo ningún miembro de la Casa de Tharsis capaz de ingresar en la Caverna Secreta, lo normal era la formación mínima de dos Iniciados por siglo, en las peores Epocas, y de cinco o seis en las más prolíferas.

         Si el Iniciado era una Dama de Tharsis, se le daba el título de “Vraya”, en recuerdo de las Guardianas iberas. Si se trataba de un Caballero, se lo denominaba Noyo, que había sido el nombre, según los Atlantes blancos, de los Pontífices Hiperbóreos que en la Atlántida custodiaban el Ark, vale decir, la Piedra Basal, de la Escalera Infinita que Ellos sabían construir y que conducía hacia el Origen. Es obvio que, para cumplir con el juramento de los Hombres de Piedra, los Noyos y las Vrayas tenían que convertirse en ermitaños, es decir, tenían que alojarse en la Caverna Secreta y permanecer todo el tiempo posible junto a la Espada Sabia: y nadie podría servirles porque nadie, más que ellos, podía entrar en su morada. Pero aquella soledad carecía de importancia para los Iniciados: la renuncia y el sacrificio que exigía la función de Guardián de la Espada Sabia era considerado un Alto Honor por los Señores de Tharsis.

         De acuerdo a lo referido por quienes habían entrado y salido de la Caverna Secreta, el trabajo realizado durante tantos siglos por los Iniciados que allí permanecían había dotado al sitio de algunas comodidades. En efecto, aunque desde el principio se convino en no introducir objetos culturales, lo cierto es que Noyos y Vrayas fueron tallando pacientemente la piedra de la Caverna y modelaron sillas, mesa, lechos, altar, y una representación de la Diosa del Fuego Frío. Y frente al Rostro de Pyrena, ardía una vez más la Flama de la Lámpara Perenne.

         Pero el Rostro de la Diosa no surgía ahora de un meñir sino que estaba esculpido sobre una gigantesca estalagmita verde. Tampoco existía un mecanismo que hiciese abrir los Ojos ya que estos habían sido profundamente excavados y estaban siempre abiertos, prestos a revelar a los Iniciados la Negrura Infinita de Sí Mismo. Frente al Rostro, yacía el altar, que consistía en una columna cúbica rematada por dos escalones: la superficie del escalón superior llegaba al nivel del mentón de la Diosa y, sobre ella, había un agujero vertical en el que se introducía la empuñadura de la Espada Sabia hasta el arriaz, de suerte tal que la misma quedaba parada y alineada con la Nariz de la Diosa, como si fuese un eje de simetría del Rostro; de ese modo, la Piedra de Venus, que estaba engastada en la cruz de la empuñadura, aparecía en el centro de la escena, dispuesta para la contemplación. En la superficie del escalón inferior, bajo el nivel de la empuñadura, se hallaba depositada la Lámpara Perenne. Aquel sector de la Caverna Secreta tenía forma de nave semiesférica, estando la estalagmita con el Rostro de Pyrena en un extremo cercano a la pared de piedra; ésta aparecía chorreada de lava y sales, mientras que el techo se presentaba erizado de verdosas estalactitas; el piso por el contrario, había sido cuidadosamente limpiado de protuberancias y nivelado, de manera tal que era posible sentarse cómodamente frente al Rostro de la Diosa y contemplar, asimismo, la Lámpara Perenne y la Espada Sabia con la Piedra de Venus.

         Los alimentos necesarios para subsistir los proveían los Señores de Tharsis manteniendo siempre colmada la despensa de una Capilla que existía al pie del Cerro Candelaria. Tal Capilla, que se había construido para los fines señalados, permanecía cerrada la mayor parte del año y sólo era visitada por los Señores de Tharsis que allí iban a orar en la mayor soledad: aprovechaban entonces para depositar los víveres en un pequeño cuarto trasero, cuya única puerta daba a la ladera del Cerro. Hasta allí bajaban furtivamente, preferiblemente por la noche, varias veces por año los Iniciados para proveerse de alimentos. Normalmente hallaban una acémila en un corral contiguo, con la que cargaban los bultos hasta la entrada secreta y a la que luego dejaban libre, dado que el animal regresaba mansamente a su cerco. Pero en otras ocasiones los Señores de Tharsis aguardaban en la Capilla semanas enteras hasta que coincidía alguna de aquellas visitas nocturnas: entonces, en medio de la alegría del reencuentro, los Noyos o las Vrayas recibían noticias de la Casa de Tharsis; especialmente indagaban sobre los jóvenes miembros de la familia, si alguno de ellos se preparaba seriamente para la Prueba del Fuego Frío y si se advertían posibilidades de que pudiese superarla. Nada preocupaba más a los Hombres de Piedra y a las Damas Kâlibur que el no ser reemplazados por otros Iniciados, que la Espada Sabia quedase sin Custodia. Los Señores de Tharsis, por su parte, inquirían a Noyos o Vrayas sobre sus visiones místicas: ¿no se había manifestado aún la Señal Lítica de K'Taagar? ¿habían recibido algún mensaje de los Dioses Liberadores? ¿cuándo ¡Oh Dioses! cuándo llegaría el día de la Batalla Final? ¿cuándo la Guerra Total contra las Potencias de la Materia? ¿cuándo abandonarían el Universo infernal? ¿cuándo el Origen?

 

         Siempre había ocurrido de manera semejante. Hasta entonces. Porque desde que el Castillo de Aracena estuvo terminado, a unas decenas de kilómetros del Cerro Candelaria, un halo de amenaza pareció extenderse por toda la región. Hubo, pues, que extremar las medidas de precaución para abastecer la Caverna Secreta y se redujeron al mínimo los encuentros con los Iniciados ermitaños. En aquel entonces habitaban la Caverna Secreta tres Iniciados: una anciana Vraya, mujer de más de setenta años, que durante cincuenta años jamás abandonó la Guardia; un Noyo de cincuenta años, Noso de Tharsis, que hasta los treinta fue Presbítero en la iglesia de Nuestra Señora de la Gruta y ahora estaba oficialmente muerto; y un joven Noyo de treinta y dos años, Godo de Tharsis, que cumplía la función de aprovisionar la Caverna Secreta. Pero Godo, hijo del Conde Odielón de Tarseval, no era un improvisado en cuestión de riesgos: llevado de niño a Sicilia por uno de los Caballeros aragoneses que servían en la corte de Federico II, fue paje en el palacio de Palermo y luego escudero de un Caballero Teutón en Tierra Santa; nombrado a su vez Caballero, a los veinte años, ingresó en la Orden de Caballeros Teutones y luchó cinco años en la conquista de Prusia; hacía siete años que permanecía de Guardia en la Caverna Secreta, aunque pasaba por estar aún combatiendo en el Norte de Alemania. Se trataba, pues, de un guerrero experto, que sabía moverse con precisión en el campo de batalla: sus incursiones a la Capilla eran cuidadosas y estudiadas, procurando evitar la posibilidad de ser sorprendido por el Enemigo. Esto lo aclaro para descartar el caso de que un descuido fuese el responsable de lo que aconteció luego.

         Lo cierto es que el Enemigo conocía aquel sitio y esto no lo ignoraban los miembros de la Casa de Tharsis: según la saga familiar, en efecto, en el lugar donde se levantaba la Capilla del Cerro Candelaria, los Inmortales Bera y Birsa habían asesinado a las Vrayas mil setecientos años antes. De allí que los Señores de Tharsis pensasen en cambiar el punto de aprovisionamiento; pero la intensa vigilancia que mantenían sobre Aracena no revelaba movimiento alguno en dirección de la Capilla y las cosas siguieron así durante los cuatro años siguientes. Cada tres o cuatro meses el Noyo Godo descendía de la sierra en forma sorpresiva e imprevisible y procedía a transportar las provisiones a la Caverna Secreta; y solamente una vez al año establecía contacto con alguno de los Señores de Tharsis. Pero las noticias eran invariablemente las mismas: los Templarios no efectuaban ningún movimiento en aquella dirección. Mas, aunque no actuasen, ahora estaban allí, demasiado cerca, y su presencia constituía una amenaza que se percibía en el ambiente.

         Naturalmente, los Templarios no actuaban porque estaban esperando a los Inmortales. Y Aquellos, finalmente llegaron, ciento cuarenta años después del asesinato de Lupo de Tharsis en la Fortaleza de Monzón. Un barco de la armada templaria, proveniente de Normandía, los desembarcó en Lisboa en 1268 junto al Abad de Claraval, el Gran Maestre del Temple, y una custodia de quince Caballeros. El Gran Maestre explicó a la Reina Beatriz que la expedición tenía por destino el Castillo de Aracena, donde se iba a nombrar un Provincial, obteniendo todo su apoyo y la consecuente autorización del Rey Alfonso III; la presencia de Bera y Birsa no fue notada allí porque simulaban ser hermanos sirvientes y vestían como tales. Días después los viajeros tomaban la antigua carretera romana que iba desde Olisipo (Lisboa) a Hispalis (Sevilla) y pasaba por Corticata (Cortegana), a pocos kilómetros de Aracena.

         Ya en Aracena, los Inmortales aprobaron todo lo hecho por los Templarios en cuanto a la edificación del Castillo. En el interior de la iglesia, en el piso del ábside, estaba la puerta trampa que comunicaba con la Cueva de Odiel: en verdad, la Cueva no se hallaba exactamente abajo de la iglesia sino que había que llegar a ella por un túnel en rampa, al que se accedía por una escalera de madera desde el ábside. Pero Bera y Birsa pasaron por alto los detalles de la construcción pues su interés mayor radicaba en la Cueva. La exploraron palmo a palmo, durante horas, hablando entre ellos en un lenguaje extraño que sus cuatro acompañantes no se atrevían a interrumpir; estos eran el Abad de Claraval, el Gran Maestre del Temple, ambos Golen, y dos Preceptores templarios “expertos en lengua hebrea”, vale decir, dos Rabinos, representantes del Pueblo Elegido. Al parecer, la inspección había arrojado resultados positivos; eso lo adivinaban por las expresiones de los Inmortales pues estos eran sumamente parcos en todo lo que se refería a la Cueva y a su presencia allí. En todo caso, sólo hicieron una solicitud: que se adaptase a cierta forma simbólica, que describieron con precisión, el espejo de un pequeño lago subterráneo, el cual estaba nutrido por un hilo de agua de ínfimo caudal. También se debía interrumpir momentáneamente aquel afluente, desviando el erosionado canal de alimentación. Y había que distribuir en determinados lugares, en torno del lago, siete candelabros Menorah.

 

 

 

 

Vigesimoquinto  Día

 

 

       Los Inmortales expusieron la situación actual al cisterciense, al Templario, y a los Rabinos: el Supremo Señor de la Fraternidad Blanca, “Ruge Guiepo”, y el Supremo Sacerdote, Melquisedec, habían recibido con disgusto la traición de Federico II y su pretensión de erigirse en Emperador Universal. Aquellos actos debilitaron el poder del papado e impidieron hasta el presente concretar los planes trazados durante siglos por los Golen: aún era posible el triunfo pero se debía obrar con mano dura; eliminar de raíz toda posibilidad de oposición. La Cruzada contra los Cátaros había sido un éxito pero llegó tarde para impedir la nefasta influencia del Gral. Por estas razones, Ruge Guiepo ordenaba, en primer lugar, exterminar el linaje maldito de los Hohenstaufen y desalojar a la Casa de Suavia de los Reinos sicilianos: tales directivas ya les habían sido comunicadas al Papa Clemente IV. En segundo término, el Bendito Señor mandaba ejecutar de inmediato la antigua sentencia que pendía sobre la Casa de Tharsis: en la Fraternidad Blanca no se olvidaba que la Piedra de Venus de los tartesios no pudo ser encontrada hasta entonces; y ahora no era posible arriesgarse a la aparición sorpresiva de un nuevo Gral. La solución consistía en eliminar ipso facto a sus poseedores y posibles operadores.

         El Amado de El Uno deseaba que esta vez la misión de los Inmortales se aproximase a la perfección y por eso les confió, en un gesto extra-ordinario, el Dorché, Su Divino Cetro: con él, según explicaban con excitación los Inmortales, todo era posible. Aquel Cetro, de metal y piedra, formaba parte de un conjunto de instrumentos que los Dioses Traidores fabricaron para los Supremos Sacerdotes, cuando millones de años antes fundaron la Fraternidad Blanca y se comprometieron a trabajar para mantener al Espíritu Increado encadenado en el animal hombre y favorecer la evolución del Alma Creada. Con el Dorché la palabra adquiría el Poder de la Palabra, y la voz se convertía en el Verbo; todas las cosas creadas y nombradas por El Uno eran sensibles al Logos del poseedor del Dorché; sólo lo no creado, o lo trasmutado por el Espíritu, no resultaba afectado por el Poder del Cetro. Desde luego, el nombre que los Inmortales daban al instrumento era otro, pero los franceses lo traducían como mejor podían en la palabra “Dorché”.[1]

         En resumen, El Anciano de los Días quería que no hubiesen fallas en el nuevo intento de los Inmortales para destruir a los Señores de Tharsis y los había dotado de un arma terrible: les había transferido Su Poder.

         ¿Qué harían con el Dorché los Inmortales? Procurarían desintegrar los fundamentos de la Estirpe actuando sobre la sangre, sobre el mensaje contenido en la sangre. Y para eso necesitaban una muestra de esa sangre, un representante del linaje maldito por El Uno: a conseguir esa muestra irían los Inmortales en persona pues, aclararon, los Señores de Tharsis eran seres terribles, a los que los Templarios no podían ni soñar con detener. Para sorpresa de los Golen, pues el Cerro Candelaria distaba varios kilómetros de Aracena, manifestaron su intención de viajar a pie; pero el asombro fue mayúsculo cuando observaron los siguientes actos de Bera y Birsa: se pararon uno frente al otro, separados por la distancia de cinco o seis pasos, y se miraron fijamente a los ojos sin pestañear; entonces comenzaron a pronunciar en contrapunto una serie de palabras en lengua desconocida, a las que imprimían particular cadencia rítmica; un momento después, ambos daban un prodigioso salto que los elevaba por arriba de las murallas del Castillo. Se hallaban entonces en el patio de armas y, al salir disparados, ganaron una altura mayor que los muros y se perdieron en la noche. Los Golen corrieron por las escaleras hasta las almenas y aguzaron la vista en dirección del horizonte; y observaron bajo la luz de la luna, a una enorme distancia, dos puntitos que se alejaban a grandes saltos: eran Bera y Birsa avanzando hacia la Capilla del Cerro Candelaria.

         A partir de la llegada de Bera y Birsa los hechos se sucedieron de manera vertiginosa, dejando prácticamente sin capacidad de reacción a los Señores de Tharsis. Sólo quince días tuvieron que aguardar los Inmortales en las inmediaciones de la Capilla del Cerro Candelaria: al cabo de ese tiempo Godo de Tharsis, que inexplicablemente no había notado la presencia de sus enemigos, se encontraba frente a Ellos. Al comprobar que a pocos pasos de él se hallaban aquellos dos personajes vestidos con hábitos de monje cisterciense, un impulso instintivo lo llevó a empuñar su espada; pero nada más que ese gesto pudo realizar: con gran rapidez Bera levantó el Dorché, pronunció una palabra, y un rayo color naranja golpeó en el pecho del joven Noyo, arrojándolo a varios metros de distancia. Los Inmortales tomaron entonces por los codos el desmayado cuerpo de Godo de Tharsis y, luego de repetir la serie de palabras en contrapunto mientras se miraban fijamente a los ojos, abandonaron el lugar realizando aquellos grandes saltos, que les permitieron atravesar los kilómetros en cuestión de minutos.

         Bera y Birsa iban a perder algún tiempo tratando de obtener la confesión de Godo sobre la Clave de la entrada secreta. Con ese propósito no lo asesinaron de inmediato y se dedicaron a intentar lo que ya habían ensayado otras veces sin éxito: pero esta vez, con más calma se concentraron en su estructura psíquica, tratando de leer en alguna memoria el registro sobre el modo de entrar y salir de la Caverna Secreta. Sin embargo, todo fue inútil nuevamente; ni la clave parecía estar registrada en su mente; ni la más refinada tortura conseguía que el Noyo soltase la lengua. A todo eso, los Señores de Tharsis recibían el triste anuncio de la desaparición de Godo.

         Apenas transcurridas doce horas desde que salió de la caverna, el Noyo Noso comprendió que Godo ya no regresaría y decidió dar aviso al Conde de Tarseval; se despidió entonces de la Vraya, descendió del Cerro Calendaria, y se dirigió hacia la orilla del Odiel, donde los Señores de Tharsis mantenían un pequeño bote para casos semejantes: una hora después saltaba a tierra a dos kilómetros de la Residencia Señorial. Así se enteró el Conde de Tarseval que su hijo Godo había sido secuestrado por los Golen.

 

         Si algún día decide visitar Huelva, apreciado Dr. Siegnagel, segura-mente querrá conocer la Caverna de las Maravillas y las Ruinas del Castillo Templario, en Aracena. Para ello tomará la carretera que pasa por Valverde del Camino, muy cerca del emplazamiento antiguo de la Casa de Tharsis, y llega hasta Zalamea la Real; allí es necesario bifurcarse por una carretera secundaria que va subiendo hasta las Minas de Río Tinto, que fueron explotadas en tiempos remotos por los iberos, y veinte kilómetros después llega hasta Aracena. Desde luego, no hay ninguna razón turística que justifique el tomar por otro camino, a menos que se desee viajar por mejores carreteras y se continúe en Zalamea la Real hacia Jabugo, donde aquélla se empalma con la amplia ruta que va desde Lisboa a Sevilla y sigue el antiguo trazado romano por el que llegaron Bera y Birsa. Pero si ese no es el motivo y desea uno meterse en complicaciones innecesarias, entonces puede ir por este último camino y prepararse para tomar una pequeña calzada de Tierra, cuyo desvío se encuentra a unos dos kilómetros despúes del puente sobre el Río Odiel. Allí es preciso conducir con cautela pues el sendero está habitualmente descuidado, cuando no completamente intransitable; se suceden un par de aldeas de nombre incierto y algunas granjas poco prósperas, habitadas por gente hostil a los extranjeros: si a alguien se le ocurre internarse por aquellos parajes deberá ir dispuesto a todo pues ninguna ayuda podría esperar de sus pobladores; ¡parece mentira, pero setecientos años después aún perdura el temor por lo sucedido en los momentos que estoy refiriendo! No es exageración, en toda la región se percibe un clima lúgubre, amenazador, que se acentúa a medida que se avanza hacia el Norte; y los aldeanos, cada vez más hostiles o francamente agresivos, conservan numerosas leyendas familiares sobre lo ocurrido en los días de la Casa de Tharsis, aunque se cuidan muy bien de hacerlas conocer a los extraños. El temor radica en la posibilidad de que la historia se repita, en que vuelva a caer sobre el país el terrible castigo de aquellos días. Por eso no hay que trabar conversación con ellos, y mucho menos hacer alguna pregunta concreta sobre el pasado: eso sería un suicidio; luego de estremecerse de terror el interrogado, sin dudas, montaría en cólera y atraería con sus gritos a otros aldeanos; y entonces, si no consigue escapar a tiempo, sería atacado entre todos y tendría suerte si logra salvar la vida.

         Después de recorrer unos dieciocho kilómetros, muy cerca ya de Aracena, se arriba a un diminuto valle elevado, situado en el corazón de la Cadena de Aracena. Existe allí una aldea a la que hay que atravesar muy rápido para evitar las pedradas de los niños o algo peor; es un pueblo del siglo XV y no parece haber evolucionado mucho desde entonces: la mayoría de las casas son de piedra, con las aberturas enmascaradas en madera trabajada a hacha, y tejados de pizarra despareja; y muchas de tales viviendas se encuentran deshabitadas, algunas totalmente destruidas, mostrando que una creciente decadencia y despoblación afecta a la aldea, y que sólo la tenacidad de las familias más antiguas ha impedido su extinción. Su nombre, “Alquitrán”, le fue impuesto en aquella Epoca y constituye una especie de maldición para los pobladores, que no consiguieron jamás sustituirlo por otro debido a la persistencia que tiene entre los habitantes de las aldeas vecinas. El origen del nombre está dos kilómetros más adelante, casi al terminar el valle, donde un descolorido cartel expresa en latín y castellano “Campus pix picis”, “Campo de la pez”.

         Lógicamente, es inútil buscar la pez allí porque tal denominación procede del siglo XIII, cuando sí hubo mucha pez en ese campo, o por lo menos algo que se le parecía: de allí el nombre del cercano poblado de mineros, quienes al fundarlo en el siglo XV tuvieron que soportar el tenebroso nombre que le impusieron sus vecinos y acabaron por aceptarlo con resignación. Mas ¿de dónde había salido la pez que caracterizó aquel valle perdido entre montañas desiertas? Esa pez, ese alquitrán, Dr. Siegnagel, es todo lo que quedó del ejército que el Conde de Tarseval levantó para atacar el Castillo de Aracena y rescatar a su hijo Godo.

         En aquel valle, en efecto, el Conde Odielón acampó con sus tropas que ascendían a más de mil efectivos; cincuenta caballeros, quinientos aguerridos almogávares, y quinientos hombres de la Villa. Más que suficiente para atacar y arrasar al Castillo Templario que sólo contaba con una guarnición de doscientos Caballeros; aunque los Templarios tenían fama de luchar tres a uno, nada podrían con fuerzas que los quintuplicaban. Todo lo que se requería para acabar con la amenaza Templaria, y rescatar a Godo si aún estaba con vida, era evitar que el Castillo recibiese refuerzos, y para eso sería fundamental dominar el factor sorpresa. De allí que el Conde Odielón decidiese marchar hacia Aracena por un sendero de cornisa que sólo conocían los Señores de Tharsis, y que pasaba por aquel pequeño valle donde iban a acampar las horas nocturnas para caer por sorpresa al amanecer. Pero el amanecer nunca llegaría para aquellos Señores de Tharsis.

 

         Serían las once de la noche cuando Bera y Birsa se aprestaron a consumar el Ritual satánico. El Noyo yacía junto a la orilla del lago subterráneo, con vida aún pero desvanecido a causa de la tortura recibida y de las múltiples mutilaciones sufridas: a esa altura había perdido las uñas de manos y pies, los ojos, las orejas y la nariz; y, como último acto de sadismo y crueldad, acababan de cortarle la lengua “en premio a su fidelidad a la Casa de Tharsis y a los Atlantes blancos”. Curiosamente no le aplicaron tormento en los órganos genitales, quizás debido a la devoción que aquellos Sacerdotes sodomitas profesaban por el falo.

         Pese a que las cuarenta y nueve velas, de los siete candelabros, iluminaban bastante la Cueva de Odiel, el aspecto de los seis personajes que se hallaban presentes era sombrío y siniestro: el Abad de Claraval, el Gran Maestre del Temple, y los dos Preceptores Templarios, estaban envueltos en un aire taciturno y fúnebre; su inmovilidad era tan absoluta que hubiesen pasado por estatuas de piedra, si no fuese por que el brillo maligno de sus ojos delataba la vida latente. Pero quienes realmente infundirían terror en cualquier persona no avisada que tuviese la oportunidad de presenciar la escena, eran los Inmortales Bera y Birsa: estaban vestidos con unas túnicas de lino, ahora espantosamente manchadas por la sangre del Noyo, y tenían puesto pectorales de oro tachonados con doce hileras de piedras de diferente clase; pero lo que impresionaría al testigo no sería la vestimenta sino la fiereza de su rostros, el odio que brotaba de ellos y se difundía en su torno como una radiación mortífera; pero no vaya a creerse que el odio crispaba o contraía el rostro de los Inmortales: por el contrario, el odio era natural en ellos; no se distinguiría en las caras de Bera y Birsa ni un gesto que indicase por sí solo el odio atroz e inextinguible que experimentaban hacia el Espíritu Increado, y hacia todo aquello que se opusiera a los planes de El Uno, pues los suyos eran, íntegros, completos en su expresión, los Rostros del Odio. Un odio que ahora cobraría sus víctimas sacrificiales, la ofrenda que Jehová Satanás reclamaba.

         El Ritual, si se juzgaba por los actos de Bera y Birsa, fue más bien simple; pero si se consideran los efectos catastróficos producidos en la Casa de Tharsis, habrá que convenir que aquellos actos eran el término de causas profundas y complejas, la manifestación desconocida del Poder de “Ruge Guiepo”. Así se desarrolló el Ritual: mientras Bera sostenía el Dorché con la mano izquierda, y el brazo estirado a la altura de los ojos, Birsa levantaba la cabeza del Noyo tomando un puñado de cabello con la mano derecha y colocando un cuchillo de plata sobre su oído con la mano izquierda; dispuesta de ese modo la escena ritual, la cabeza de Godo de Tharsis estaba suspendida a unos escasos centímetros del espejo de agua; entonces, en una acción simultánea, evidentemente convenida de antemano, Bera pronunció una palabra y Birsa degolló al Noyo de un hábil tajo en la garganta; en verdad, la punta del cuchillo había estado apoyada en el oído izquierdo del Noyo y, al sonar la palabra de Bera, describió una curva perfecta que seccionó la garganta y concluyó en el oído derecho: literalmente, el Noyo fue degollado “de oreja a oreja”; la sangre brotó a chorros y se fue mezclando con el agua en tanto Bera seguía recitando otras palabras sin mover el Dorché; poco a poco ocurrió el primer milagro: el agua, que apenas se iba tiñendo con la sangre, comenzó a enrojecer y a espesarse hasta que todo el lago pareció ser un inmenso coágulo; para entonces, una luminosidad rojiza era despedida por el agua en forma de vapor, un resplandor intenso, semejante al que emitiría un inmenso horno incandescente; cuando toda el agua se hubo convertido en sangre, esto es, cuando ya no caía ni una gota del cuerpo exangüe de Godo de Tharsis, Bera bajó el Dorché y apuntó hacia el lago al tiempo que profería un espeluznante grito: entonces el color del lago viró del rojo al negro y su substancia se transformó en una especie de pez o alquitrán oscuro; y allí concluyó el Ritual. Cabe agregar que tal substancia, semejante a la pez, no era otra cosa más que una síntesis orgánica de un cadáver humano, como se obtendría tras un período de evolución geológico de millones de años, pero acelerado en un instante con el Poder maravilloso del Dorché. Aquella pez negra era, pues, la esencia de la muerte física, el último extremo de lo que ha sido la vida y que se encuentra escrito potencialmente en el mensaje de la sangre.

         Pero la sangre es única para cada Estirpe. Por eso la consecuencia buscada por la magia negra de los Inmortales consistía en la propagación de aquella trasmutación a los restantes miembros de la Estirpe, a los que participaban de esa sangre maldita, es decir, a los Señores de Tharsis. Repitiendo lo dicho antes, si se ha de juzgar el Ritual de los Inmortales Golen por los catastróficos efectos producidos en la Casa de Tharsis, habrá que convenir en que ocultaba un gran secreto referente al poder del sonido, al significado de las palabras, y a la función del Dorché. Porque, en el mismo momento en que el lago de sangre viró de color y se trasmutó en brea negra, el noventa y nueve por ciento de los miembros de la Casa de Tharsis exhaló el último suspiro: sólo sobrevivieron los Hombres de Piedra, vale decir, aquellos que habían trasmutado su naturaleza humana con el Poder del Espíritu. Desde luego, entre ellos estaban el Noyo y la Vraya, pero ambos muy viejos para procrear nuevos miembros de la Estirpe. Sin embargo, a cientos de kilómetros de allí, otros Hombres de Piedra vivían aún y se encargarían de hacer cumplir la misión familiar. Del resto de la Casa de Tharsis, no quedó nadie vivo para contarlo.

         Los centinelas almogávares que custodiaban el vivaque del Conde de Tarseval comenzaron a inquietarse apenas percibieron el zumbido; no podrían decir cuándo se inició, pero lo cierto es que había ido creciendo y ahora llenaba todo el valle; empero, al tornarse audible, los rudos guerreros creían reconocer, insólitamente, aquel sonido: era el tono exacto, el sonido oscilante de un enjambre de abejas, pero amplificado tremendamente por alguna causa espantosa y desconocida. Mas el zumbido, pese a ser sorprendentemente anormal y haber cobrado la intensidad capaz de producir aturdimiento, pronto fue olvidado. Los centinelas, en efecto, advirtieron que algo grave ocurría pues un alarido aterrador quebró la continuidad de aquella impresionante vibración; mas tal grito no provenía de afuera sino de adentro del vivaque y no consistía en uno sino en multitud de lamentos que habían coincidido en un instante: el instante en que el agua del lago subterráneo se trasmutó en la sangre de los Señores de Tharsis. Entonces todos los miembros de la Estirpe experimentaron un calor abrasador mil veces más potente que el Fuego Caliente de la Pasión Animal: y gritaron al unísono. Pero nadie alcanzaría a socorrerlos ya que minutos después morirían “en el mismo momento en que el agua del lago se transformó en brea negra”.

         En cuestión de minutos cesó el zumbido por completo y un silencio sepulcral se apoderó del valle. Y entonces comenzó la locura para los escasos doscientos sobrevivientes del ejército del Conde Tarseval: todos ellos eran almogávares oriundos de la región de Braga, es decir, de Raza celta. Al principio el espanto los había paralizado, mas aquellos temibles guerreros no eran propensos a huir en ninguna cirscunstancia; el amanecer, en cambio, los sorprendió deliberando agrupados en el centro del campamento: según las costumbres, ante la ausencia de los Señores o Caballeros, eligirían un Adalid entre los suyos. Ese cargo recayó en un sujeto que era tan valiente en la guerra como corto de luces fuera de ella, conocido como Lugo de Braga. Aquel jefe se hallaba tan perplejo como el resto por la súbita mortandad y, luego de una prolija inspección por todas las tiendas y lugares donde habían fallecido los guerreros, dedujo que la causa del mal era una peste desconocida: los cadáveres, en efecto, no presentaban hasta el momento señal alguna que delatase qué clase de peste había causado la muerte, mas ¿qué dudas cabían de que se trataba de una peste? ¡sólo una peste, de acuerdo al criterio de la Epoca, era capaz de matar de esa manera! Naturalmente, en la Edad Media la peste era temida como el peor enemigo, fuera de aquellos que los Señores señalaban como tales y había que enfrentar.

         Los soldados habrían escapado entonces, a no ser por la compro-metedora presencia de tantos Nobles muertos; no podían abandonar impunemente al Conde de Tarseval porque serían perseguidos por toda España; pero tampoco se podía transportar un cadáver contaminado de peste; lo correcto, explicó Lugo, era vencer el miedo y dar cristiana sepultura a los muertos. Así, dominando el temor al contagio que los embargaba, los bravos almogávares fueron alineando los ochocientos cincuenta cadáveres que iban a descender al sepulcro; planeaban excavar tres tipos de tumbas: una fosa común para los almogávares, otra igual para los villanos, y tumbas individuales para los Caballeros. Se encontraban entregados a esa tarea, y a confeccionar las cruces, y a empacar lo que convenía regresar al cuartel, cuando alguien descubrió la licuefacción de los cadáveres y lanzó el primer grito de terror: ¡pix picis! ¡pix picis!, es decir, ¡la pez! ¡la pez! En contados segundos corrieron todos junto a los cadáveres y comprobaron que un increíble proceso de desintegración orgánica los estaba reduciendo a un líquido negro y viscoso, semejante al betún, pero del que se desprendía un jugo más liviano indudablemente parecido a la lejía negra: de allí la ligera identificación con la pez, hecha por un obnubilado almogávar. Pero un proceso tan brusco de descomposición de un cadáver era mucho más de lo que podían soportar aquellas mentes supersticiosas sin relacionarlo con la brujería y la magia negra. Por eso al correr todos, esta vez muy aprisa, hacia las monturas, muchos que habían caído presa del pánico exclamaban: ¡bruttia! ¡bruttia!, es decir, ¡brea! ¡brea! y otros: ¡lixivía! ¡lixivía!, o sea ¡lejía! ¡lejía! y, los menos, ¡pix picis! ¡pix picis!, ¡la pez! ¡la pez!

         Al llegar a la Villa de Turdes, Lugo de Braga se halló con el asombroso espectáculo de que la pestilentia se le había adelantado. Pero allí los estragos de la plaga eran tremendos: de los tres mil quinientos pobladores de la Villa, quinientos murieron en el valle, junto al Conde de Tarseval, y de los tres mil restantes sólo quedaban vivos quinientos, todos procedentes de regiones y Razas diferentes de los iberos tartesios. Lo ocurrido había sido análogo a lo sucedido en el campamento del Conde: primero el zumbido, luego el grito, dado al unísono por todas las víctimas, y por último la horrible muerte simultánea. Al parecer, allí la trasformación en betún era más lenta, pero ya se advertían los síntomas en los cadáveres expuestos. Y nadie sabía si aquella peste era contagiosa ni conocía sus síntomas previos. Lugo de Braga decidió entonces huir de la región para siempre; pero antes, hizo lo más razonable, reacción propia de la Epoca: se entregó al pillaje con sus doscientos compañeros.

         No existían ahora Señores de Tharsis, ni Caballeros o Nobles, que defendiesen aquel patrimonio. Lugo de Braga se dirigió a la Residencia Señorial y la saqueó a conciencia, mas no se atrevió a incendiarla como re-clamaban sus hombres. Después se retiró a su país, llevándose consigo una  inmensa caballada cargada de botín. Por supuesto, todos ellos serían perseguidos años más tarde por ese crimen y muchos terminarían en la horca. Aunque nadie podía imaginarlo entonces, cuando la peste se enseñoreaba de la Casa de Tharsis, aún quedaban algunos de ellos vivos que luego re-clamarían lo suyo. Con esta excepción, la mayoría de los miembros de la Casa de Tharsis habían muerto de la misma causa y en la misma noche nefasta, en sitios tan distantes como Sevilla, Córdoba, Toledo o Zaragosa.

 

 

 

 

Vigesimosexto Día

 

 

      Dr. Siegnagel, habrá de convenir conmigo en que los Imortales casi habían ejecutado con éxito la sentencia de exterminio contra la Casa de Tharsis. Por lo menos así lo creían Bera y Birsa, quienes se jactaban de ello frente a los Golen y Rabinos.

         Aún se hallaban en la Cueva de Odiel. El lago rebosante de betún, todavía burbujeaba despidiendo nauseabundos olores. En primer lugar, se destacaba la fiera figura de Bera, el Inmortal a quien los Golen denominaban Bafoel y los Templarios Bafomet, e idealizaban como expresión del perfecto andrógino. Sin soltar el Dorché, dijo en excelente latín:

         –Al fin se ha extinguido el linaje maldito de Tharsis. Ello alegrará al Supremo Sacerdote.

         –Habéis contemplado un gran prodigio, habéis visto en acción el Poder de YHVH Sebaoth –afirmó Birsa en el mismo idioma.

         –¿Es esa, por ventura, la Muerte del Cuerpo? –se atrevió a interrogar el Abad de Claraval.

         –El asfalto, el betún, la Muerte, y la Peste, son la misma cosa, somos Nos –respondió Bera con seguridad.

         –¿Reconocéis esta substancia? –interrogó a su vez Birsa, dirigiéndose al Rabino Nasi.

         –Sí, afirmó éste. Es “betún de Judea”, el mismo que contamina el lago Asfaltitis, al que nosotros denominamos Mar Muerto.

         Los Golen y los Rabinos sabían que Bera y Birsa habían sido los últimos Reyes de Sodoma y Gomorra. Y sabían también cómo habían alcanzado tan alta jerarquía en la Fraternidad Blanca: durante su reinado, en un momento de maravillosa iluminación, Ellos descubrieron el Secreto del Supremo Holocausto de Fuego. Después cayó el Fuego del Cielo que calcinó a aquellos pueblos y Bera y Birsa partieron hacia Chang Shambalá, una de las Mansiones de Jehová Satanás y sus Ministros, los Seraphim Nephilim. Así, pues, mucho antes que Israel existiese, cuando su simiente aún estaba en Abram y nadie sacrificaba al Dios Uno, Ellos fueron capaces de ofrecer a sus respectivos pueblos en holocausto para la Gloria de Jehová Satanás. El betún de Judea, evidente residuo de la aniquilación de sus pueblos, advino por Ellos a la región del Mar Muerto. Pero tal Sacrificio les valió el ser recibidos por Melquisedec, el Supremo Sacerdote de la Fraternidad Blanca, quien los consagró en el Más Alto Grado de su Orden. ¿Qué Sacerdote del Pacto Cultural no querría imitar a Bera y Birsa? –Oh; pensaban los cuatro presentes, ¿qué no daría un Sacerdote por disponer algún día de un pueblo entero para sacrificar, como habían hecho sin dudar Bera y Birsa? ¡Ese sería un Holocausto digno de Jehová Satanás!

         –¿Cuál es la Maldición de Jehová Satanás para quien no cumple la Ley? –preguntó ahora Bera al Rabino Benjamín.

         –“Soltaré contra vosotros bestias salvajes. Os castigaré siete veces por vuestros pecados. Traeré sobre vosotros la espada; os refugiaréis en vuestras ciudades, pero Yo enviaré la Peste en medio de vosotros. Y os retiraré el sustento del pan”, –sintetizó Benjamín, repitiendo a Isaías.

         –¡Así está Escrito! –confirmó con ferocidad Birsa–. ¡Ese sería el castigo para nuestra debilidad pero también puede ser nuestra Fuerza! Debéis reflexionar sobre ello como hicimos Bera y Yo hace milenios, cuando aún la Ley no estaba Escrita en la forma que la habéis expresado. Entonces fuimos capaces de comprender el Secreto del Supremo Holocausto y de llevarlo a cabo en Sodoma y Gomorra: por eso, y por la Voluntad de Jehová Dios, ahora Nosotros somos la Peste. Debéis reflexionar sobre la Maldición con serenidad, os aconsejamos. Porque solamente quienes tengan la calma para contemplar el Principio y el Fin del Tiempo podrán comprender el Secreto del Supremo Holocausto de Fuego, el Final de la Humanidad. Mas el premio de ese conocimiento significa la inmortalidad del Alma, el Alto Sacerdocio, y los Poderes que nos habéis visto aplicar. Reflexionad sobre ello, Sacerdotes: Nosotros seis somos la Manifestación de Jehová y no debemos faltar a la Ley. ¡Pero podemos inducir a los Gentiles a que lo hagan para que la Maldición los alcance, para que la Peste se instale entre ellos: entonces será posible el Supremo Holocausto de Fuego!

         –¡¿En qué consiste?! –rugió el Abad de Claraval sin poderse contener.

         –Allí está la respuesta –dijo Bera, señalando con el Dorché el lago de betún–. Pero esto sólo lo comprenderá quien entienda que la nuestra es una guerra entre la Piedra y la Lejía. La Piedra, puesta al Principio del Tiempo, es el Enemigo; y la Humanidad, puesta al Final del Tiempo, es la Lejía, el Supremo Holocausto, la Purificación por el Fuego Caliente que exige el Sacerdocio de Melquisedec.

         No obstante la insistencia de los Inmortales, ninguno de los cuatro comprendió que acababan de revelarles el Secreto del Supremo Holocausto. Lo de la guerra entre la Piedra y la Lejía se les antojaba harto misterioso. Sólo Nasi atinó a preguntar:

         –¿Os referís a la Muerte del Juicio Final, la Muerte Ardiente de los Condenados?

         –¡No! Está Escrito que la carne no morirá realmente, aunque el cuerpo se desintegre en la tumba, pues todos los hombres resucitarán para ser juzgados de acuerdo a sus pecados. Ello será posible porque el hombre existe en muchos mundos a la vez, mundos que han sido y mundos que no han sido: en algunos de tales mundos aún está vivo y en otros puede que haya perecido; pero de esos mundos será extraído el cuerpo que vivirá nuevamente, quizá por mil años, quizá por mucho más; unos serán condenados, sí, y morirán definitivamente; pero otros vivirán de nuevo sobre la Tierra. No es, entonces, a esa Muerte a la que nos referimos. En verdad hablamos de algo muy posterior y concluyente: de la extinción de la conciencia humana. El Final de la Humanidad llegará cuando el Fuego Caliente abrase todos los mundos donde existe el hombre, y el Alma del hombre, y sólo quede la Lejía por testigo. En ese momento nosotros, la Manifestación de Jehová Satanás, habremos alcanzado la Perfección del Alma, la Divina Finalidad proyectada desde el Principio. Pero no así los Gentiles, que ya no tendrán razón para existir en los mundos, pues el objeto de su creación fue favorecer nuestra perfección: será la Voluntad del Altísimo que sus cenizas cubran la Tierra para que el Agua Salada del Cielo las convierta en ríos de Lejía. ¡Oíd bien, Sacerdotes del Altísimo: cuanto antes se calcine a la Humanidad, antes se acercará la Perfección para vosotros! ¡Convertid al hombre en Lejía y consumaréis el Supremo Holocausto que espera el Creador al Final del Tiempo! –explicó Bera, haciendo gala de notable paciencia.

         Y continuó hablando, pues los cuatro Sacerdotes habían enmudecido. –Es la Fe en la Perfección Final que alcanzarán los creyentes en Jehová Satanás mediante el Sacerdocio de Su Culto, la que obrará los milagros más grandes. Si sois capaces de ver el Final habréis adelantado el Final, la Perfección estará en vosotros y el momento del Supremo Holocausto habrá llegado: vuestra Fe inquebrantable en la Perfección Final, y la Comprensión del Final, traerá al Presente el Fuego Caliente del Final, que calcinará al hombre imperfecto; y sobre sus cenizas lloverá luego el Agua y la Sal del Creador; y el Signo Abominable que está en la Piedra de Fuego será lavado con Lejía. Así ocurrió en Sodoma, en Gomorra, y en otras diez ciudades del Valle de Sidim, cuando Birsa y Yo alcanzamos la Perfección Final y establecimos la diferencia con la imperfección de sus pueblos, logrando que exhibieran públicamente su propia de-gradación: entonces descendió la Shekhinah de Dios, y los Angeles de Dios, y cayó el Fuego del Cielo que redujo a cenizas a aquellos pueblos insensatos; y cayó después el Agua y la Sal de Dios; y surgió el Lago Asfaltitis, el Mar del Betún de Judea, el Mar Muerto; en verdad, el Mar de la Lejía. Aquel fue, Sacerdotes, nuestro Holocausto a Jehová Dios. Pero aquel Mar de Lejía no alcanzó para lavar el Signo de la Piedra: esa misión le está reservada al Pueblo Elegido de Jehová Satanás, a la Raza Sagrada de El; cuando Ellos sean entronizados sobre todos los pueblos gentiles de la Tierra, cuando la Humanidad entera esté sujeta a su Gobierno Mundial, entonces habrá llegado el momento del Supremo Holocausto. ¡Para eso debéis trabajar sin descanso, con la Fe puesta en la Perfección Final, y el esfuerzo aplicado a conseguir la Sinarquía Universal del Pueblo Elegido! ¡Sólo el Supremo Holocausto de toda la Humanidad por los Sacerdotes del Pueblo Elegido producirá la lejía que lavará el Signo Abominable en la Piedra de Fuego!

         ¡Todos nuestros partidarios, los Grandes Sacerdotes, conocen este Secreto y han consagrado a sus pueblos con la Señal de la Ceniza! ¡Hasta los Sacerdotes Brahmanes han ungido a los arios con la Señal de la Ceniza, procurando cubrir el Signo Abominable y aguardando que la Gracia del Cielo les conceda el agua que forme la lejía y lave la Piedra de Fuego! ¡Por eso la ceniza ha sido siempre señal de dolor y aflicción, signo del arrepentimiento y de la penitencia: el hombre ungido con ceniza es quien pide misericordia Divina, quien se arrodilla ante el Creador y solicita Perdón por sus pecados, especialmente el más grande pecado, el de Ser Yo frente a el Uno que es todo, pecado que sólo se puede lavar con lejía! ¡Los miembros del Pueblo Elegido untan sus cabezas con ceniza en señal de penitencia, pero los Sacerdotes del Cordero agregan agua bendita a la ceniza para crear la lejía del perdón de Jehová. Mas nada salvará al hombre del Holocausto de Fuego y de la Ceniza y la Lejía del Juicio Final! ¡Jehová advirtió hace milenios contra los falsos Sacerdotes que emplean la ceniza del incienso para otorgar un falso perdón: sólo la ceniza humana constituye la lejía que lava la Señal Abominable. Y Jehová prometió convertir en ceniza a los falsos Sacerdotes que no respeten el necesario Holocausto de Fuego! ¡Repetid, Cohens de Israel, las palabras de Jehová!

         El Rabino Benjamín repitió en el acto.

         –“Un Profeta llegó de Judá a Betel, por mandato de Jehová, cuando Yeroboan estaba de pie junto al altar para quemar incienso, y empezó a gritar contra el altar, por mandato de Jehová, diciendo: ¡Altar! ¡altar! Así habla Jehová: Nacerá en la Casa de David un hijo que se llamará Yosías. Este sacrificará sobre ti a los falsos Sacerdotes de los lugares altos, a los que queman incienso sobre ti. Sobre ti, altar, quemará huesos humanos, y los huesos de los falsos Sacerdotes. Y dio aquel mismo día una señal, diciendo: Esta es la señal de que es Jehová quien habla: el altar se romperá, y se derramará la ceniza que hay en él” [I Reyes, 13,1].

         –¡Así está escrito! ¡Sólo de ceniza humana se compone la lejía que reclama la Justicia de Jehová! ¡Y esa es la ceniza de la verdadera penitencia, la que emplea Job cuando confiesa sus culpas ante Jehová!

         No  necesitó más que un gesto, Benjamín para aclarar la cita:

         –“Respondió entonces Job a Jehová: Reconozco que todo lo puedes y que nada te resulta irrealizable, Soy Yo el que oscurece tus planes con razones vacías de sentido. Sí; he hablado de lo que no entendía, de maravillas que me superan y que ignoro. Escúchame, permíteme que hable; Yo te preguntaré, y tú me enseñarás. Tan solo de oídas te conocía Yo, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me reconozco culpable, me arrepiento en el polvo y la ceniza[Job, 42].

         –¡La Vaca Roja es el Símbolo de la Humanidad consagrada a Jehová para el Sacrificio Ritual de la ceniza y la lejía, para la elaboración del agua lustral! ¡Jehová habló a Moisés y al Supremo Sacerdote Aarón y les impuso del deber de sacrificar la Vaca Roja de la Humanidad para purificar al Pueblo Elegido, deber que sería ley perpetua de Israel! ¡Recordadlo, Cohen!

         –“Habló Jehová a Moisés y Aarón diciéndoles: El que haya quemado la Vaca Roja lavará sus vestidos, bañará su cuerpo con agua y será impuro hasta la tarde. Un israelita puro recogerá las cenizas de la Vaca Roja y las depositará fuera del campamento en un lugar puro; y estarán a disposición de los hijos de Israel para preparar el agua lustral. Es un sacrificio por el pecado. El que recogió las cenizas de la Vaca Roja lavará sus vestidos y permanecerá impuro hasta la tarde. Será ésta una ley perpetua para los hijos de Israel y para el extranjero que mora entre ellos” [Números 19,9]. –Recordó sin error Benjamín.

         –¡Y con esa agua lustral, lejía sagrada surgida de la ceniza de la Vaca Roja de la Humanidad, Jehová instituyó el Ritual de la Purificación del Pueblo Elegido! ¡Reproducid el Ritual, Cohen!

         –“Habló Jehová a Moisés y Aarón diciéndoles: Para el israelita impuro se tomará ceniza de la víctima quemada en el sacrificio por el pecado, y se verterá sobre ella agua viva dentro de una vasija. Un israelita puro tomará un isopo, lo sumergirá en el agua lustral y rociará el Santuario de Jehová y todos los muebles y personas que allí hubiere” [Números 19,11]. –Declamó Benjamín sin dudar.

         –¿Y cómo se purifica luego Tamar, a quien había violado su hermano Amnón?

         –“Tamar se echó ceniza sobre su cabeza [II Samuel 13,19] –se apresuró a replicar Benjamín.

         –¡Sólo la lejía lavará el Signo Abominable! ¡Para ese pecado no hay perdón ni redención posible fuera de la lejía: no bastan el arrepentimiento y la penitencia o la mortificación del traje de cilicio! ¡Sólo después de la asperción con agua lustral, sobre la ceniza, se pondrá el penitente el traje de cilicio! ¡Tal como hizo el Pueblo Elegido al ser atacado por el asirio Holofernes, cuya cabeza fue cortada por la Divina Judit!

         Benjamín refirió la cita:

         –“Todos los israelitas invocaron con fervor a Jehová y se humillaron muy rendidamente ante él. Y todos los hombres de Israel y las mujeres y los niños, los que habitaban en Jerusalén, se postraron ante el santuario, cubrieron de ceniza sus cabezas, y se presentaron con cilicios ante el Señor. Incluso el Altar lo cubrieron de cenizas, y clamaron todos a una con fervor a Jehová” [Judit, 4,9].

         –¡Ahora comprenderéis el significado de esta ley antigua! ¡Los Sabios de Sión, dijo Jeremías, han cubierto su cabeza de ceniza como signo de penitencia! ¡Y luego, el Profeta, con palabras de Jehová, habla a su Esposa, Israel Shekinah, y le advierte que no será fácil quitarse la mancha de la Infidelidad!

         Muy presto, Benjamín recitó la metáfora de Jeremías:

         –“La palabra de Jehová me fue dirigida en estos términos. Ve y grita a los oídos de Jerusalén lo siguiente: Desde antiguo quebraste tu yugo, tus coyundas has roto, diciendo: No quiero servir, cuando sobre toda colina elevada y bajo todo árbol frondoso te echabas como prostituta. Yo te había plantado como cepa escogida, toda ella de semilla genuina. ¿Cómo, pues, para mí te has cambiado en sarmientos silvestres de viña bastarda? Aunque te laves con nitro, y te eches cantidad de lejía, tu culpa sigue sucia ante mí –Oráculo de Jehová Sebahoth”– [Jeremías 2,20].

         –¡El Cordero también ordenó al Pueblo Elegido arrepentirse en la ceniza y el cilicio, pero los Gentiles tomaron la prevención al pie de la letra y han supuesto que es sumamente sencillo quitarse la Señal Abominable; mas, para su impureza, no habrá otra purificación que convertir a esos pueblos en lejía, como hicimos nosotros para lavar la mancha de Sodoma y de Gomorra! ¡Eso también lo predijo el Cordero! ¡Repetid, Sacerdote del Cordero!:

         –“¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los mismos milagros que en vosotras, ya hace tiempo que, cubiertas de cilicio y en ceniza, se habrían convertido. Por eso, os digo: En el día del Juicio Final habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti [Mateo,11,21].

         –¡Pero una vez sacrificado el Cordero, sus mismos discípulos se arrepienten en el agua lustral!

         –Sí, –afirmó el Abad de Claraval–. Durante la Cuaresma, antes de la Resurrección, los penitentes reciben la ceniza, y el agua bendita, y se arrepienten de sus pecados, se confiesan, y esperan la salvación en el Juicio Final, pero ellos no entienden que el Signo Abominable no puede ser lavado de ese modo, a pesar que el Sacerdote les dice “acuérdate de que eres polvo, y en polvo te vas a convertir”.

         Aquí calló Bera, pero Birsa agregó: –¡El momento del triunfo de lo Creado sobre lo Increado, del Ser sobre la Nada, de la Luz sobre las Tinieblas del Alma, está cerca! ¡Pronto la Sinarquía será una realidad y la Humanidad quedará de rodillas ante el Poder del Pueblo Elegido! Habrá llegado entonces el tiempo de ablandar al hombre para obligarlo a exhibir su imperfección y su bestialidad, aquella maldad primordial que atesora en el fondo de su Alma. Será el tiempo de reemplazar a la Serpiente del Paraíso por el Dragón de Sodoma. ¡Recordad Sacerdotes que la Tentación de la Serpiente hunde al hombre en el pecado pero deja intacta su función viril; y que el hombre viril siempre puede elevarse de la miseria moral mediante la guerra y el heroísmo, y caer en poder de los Enemigos de la Creación! El hombre viril, el Guerrero, el Héroe, retrasará la concreción del Holocausto Final: y no bastarán para impedirlo, la masificación e igualación de la Humanidad a que la someterá la Sinarquía del Pueblo Elegido, y los vicios y perversiones que en ella prosperarán por causa de la Tentación de la Serpiente, si el hombre conserva su virilidad y logra convertirse en Guerrero y en Héroe, si dispone de voluntad para rebelarse a los planes de la Fraternidad Blanca, que es la Jerarquía de Jehová Elohim.

         ¡La Tentación de la Serpiente del Paraíso nada puede contra esa luciférica determinación de Ser y Existir más allá de los Seres Creados por El Dios Uno: sólo el Dragón de Sodoma tiene el Poder de quitar al hombre su virilidad; y sólo Nosotros, la Peste, sabemos convocarlo! ¡Responded, Cohens: ¿cuál es el Emblema de Israel?!

         Frente a la inesperada pregunta, Benjamín se apresuró a responder:

         –Escrito está, por los Profetas, que el Emblema de Israel es la Paloma. “En pos de Jehová marcharán los Hijos de Israel: El rugirá como un León, y ellos vendrán como una Paloma”, dijo Oseas [Os. 7 y 11] pues Jehová había ordenado, por boca de Jeremías: “Israel, sed como la Paloma que anida en el borde del abismo” [Jer. 48].

         Prosiguió Birsa, satisfecho con la respuesta de Benjamín:

         –¡No olvidéis jamás, Sacerdotes, que el Emblema de Israel es la Paloma, porque ese símbolo señalará el Final de los Tiempos! Dije antes que el momento del triunfo está cerca, que la Sinarquía del Pueblo Elegido pronto será instaurada: entonces el Emblema de Israel será impuesto a los hombres y habrá llegado la oportunidad de Nuestra intervención. Así se hará pues así lo ha decidido la Fraternidad Blanca y lo ha aprobado Melquisedec, el Supremo Sacerdote: en todo el mundo, miles y miles de Sacerdotes, y partidarios de la Causa de Israel, se embanderarán con su Emblema; sólo los hombres viriles se resistirán y buscarán escapar a la masificación social por medio de la rebelión y la guerra: tratarán de fundar un Nuevo Orden Moral basado en la Aristocracia de la Sangre, pero serán ahogados en su propia sangre; y Nosotros responderemos al clamor de los que llevan por señal el Emblema de Israel; y soltaremos entre los hombres al Dragón de Sodoma; y el hombre perderá su virilidad y se ablandará, se tornará como mujer; aún cuando pueda procrear, su voluntad de luchar será debilitada por un afeminamiento creciente que se extenderá a toda la Humanidad; perplejos, muchos confundirán la moral sodomita con un producto de la alta civilización, pero en verdad sucederá que el Corazón dominará a la Mente y enervará a la Voluntad; al Final, todos acabarán aceptando el modo de vida sinárquico; y el hombre sustituirá al Aguila por la Paloma, a la Guerra por la Paz, al Riesgo heroico por la Comodidad pasiva. ¡Pero esa Paz de la Paloma, que disfrutarán con la Sinarquía del Pueblo Elegido, será el camino más corto hacia el Holocausto Final en el que serán sacrificados a Jehová Satanás, hacia el Océano de Lejía en el que serán convertidos para lavar la Señal Abominable en la Piedra de Fuego! ¡Esta es la “Peste” que la Maldición del Altísimo compromete para los que queden fuera de la Ley!

         De inmediato, como si sus mentes estuviesen extrañamente sincronizadas, retomó la palabra Bera:

         –¡Sí, Sacerdotes! ¡Que sobrevenga la Sinarquía del Pueblo Elegido, que la Humanidad se embandere con el Emblema de la Paloma, y Nosotros regresaremos a traer la Peste de la Muerte Final, el Fuego Caliente y el Agua y la Sal del Cielo! ¡Pero seremos precedidos por el Dragón de Sodoma, el Heraldo que anunciará nuestra llegada! Vosotros habéis visto los extremos del proceso en esta Cueva: la sangre, degradada con el agua, y el agua, transformada en sangre; y tras el lago de sangre, la Peste de la Muerte Final, el betún de Judea, la Lejía negra.

         ¡Decid, Sacerdotes de Israel!: ¿Cuál fue la primer plaga que Jehová envió a Egipto para imponer la Causa de Israel?

         –¡El agua se transformó en sangre! –afirmó Benjamín.

         –¿Y cuál fue la última plaga, con la que se aseguró el triunfo del Pueblo Elegido?

         –¡La Peste en medio de los Gentiles! ¡La Peste ofrendó la vida de los Gentiles a Jehová como holocausto por la próxima Gloria de Israel! ¡Sólo los que estaban manchados con la Sangre del Cordero no fueron tocados por la Peste!

         –¡Y ahora responded vosotros, Sacerdotes del Cordero!: ¿Cuál será la plaga que traerá el Tercer Jinete, al Final de los Tiempos?

         –¡El agua se transformará en Sangre! –respondió al instante el Abad de Claraval.

         –¿Y cuál, la plaga del Cuarto Jinete?

         –¡La Peste en medio de los Gentiles! ¡El Fuego Caliente los abrasará y la Peste ofrendará sus vidas como holocausto a Jehová por la próxima Gloria del Nuevo Israel y el advenimiento de la Nueva Jerusalén! ¡Sólo quienes tengan la sangre del Cordero y ostenten el símbolo de la Paloma no serán tocados por la Peste!

         –¿Y qué vendrá después de la Peste, cuál será la última plaga?

         –¡La destrucción completa y total de la Humanidad en un Mar de Azufre y Fuego! ¡Sólo el Nuevo Israel y la Jerusalén Celeste sobrevivirán al Supremo Holocausto Final! –sostuvo categóricamente el Abad de Claraval, indudablemente inspirado por el discurso de los Inmortales.

         Bera aclaró el significado que se debía atribuir a aquellas respuestas extraídas del Apocalipsis de San Juan.

         –Reflexionad, Sacerdotes, sobre esas Profecías y lo que nos habéis visto hacer en esta Cueva: de allí surgirá el Secreto del Supremo Holocausto. El Agua, la Sangre, el Fuego Caliente, la Muerte, la Lejía, la Peste, Nosotros: he aquí el Misterio. De cómo la Maldición de Jehová Dios, que es nuestra debilidad, puede ser nuestra Fuerza. Así fue y así será. ¡Si nos habéis comprendido haréis Vuestras las palabras con que Jeremías condena a quienes se apartan de la Ley: ellas representan nuestra Fuerza sobre los Gentiles!

         –“Dijo Jehová; a quienes queden fuera de la Ley les tocará: el cautiverio, el hambre, la espada, la Peste[Jer. 15]. –El Rostro del Rabino Benjamín resplandecía al repetir las cuatro formas de la Maldición de Jehová, pues ahora encontraba llenas de nuevo sentido las palabras del Profeta.

         –Y sabréis entonces –prosiguió imperturbable Bera– cuál es en verdad nuestra debilidad, Misterio que los Gentiles jamás deben comprender.

         Y agregó Benjamín las palabras siguientes de Jeremías:

         –“Advirtió Jehová al pueblo de Israel sobre cuatro clases de males, frente a los cuales serían débiles: Cuidaos de la Espada, porque Ella os puede Matar; Cuidaos de los Perros, porque Ellos os pueden despedazar; Cuidaos de las Aves del Cielo, porque Ellas os pueden devorar; Cuidaos de las Fieras, porque Ellas os aniquilarán” [Jer. 15].

         –¡Así está escrito! –Aprobó Bera.

         –Y contra esa debilidad poseemos cuatro remedios, que los Gentiles jamás deben conocer –completó Birsa:

                                     

                   Contra la Espada, la Paz del Oro

                   Contra los Perros, la Ilusión de la Rabia

                   Contra las Aves, la Ilusión de la Tierra

                   Contra las Fieras, la Ilusión del Cielo.

        

         Aquello era más que misterioso, y los Sacerdotes quedaron momentáneamente sumidos en profundas reflexiones. El Gran Maestre del Temple, empero, que hasta entonces había permanecido callado, pensaba en otra cosa:

         –¡Oh, Tzadikim! –dijo–. Vuestras explicaciones constituyen la Luz más Brillante para nuestro entendimiento y mucho estamos agradecidos por el privilegio de oírlas. No quisiera abusar del favor que nos habéis dispensado, solicitando aclaraciones que quizá no debéis dar; pero no puedo dejar de manifestar que nuestro corazón se vería colmado de alegría si nos pudieseis hablar algo más acerca de la Piedra de Fuego.

         –Decís bien, Sacerdote; la Piedra de Fuego encierra un Misterio muy grande. Os hablaremos de él, pero seremos breves, pues ya es hora de regresar a Oriente. –Era evidente que Birsa se expresaba en una clave alegórica, puesto que los Inmortales no partirían hasta el día siguiente–. Pero antes de irnos os hablaremos también de vuestra próxima misión, ahora que la Simiente Maldita de Tharsis ha muerto, y será provechoso hacerlo en el marco de ese Misterio. ¿Habéis traído el libro que os solicitamos?

         –Tal como lo pedisteis, el libro ha sido trasladado hasta aquí –afirmó el Abad de Claraval–. Se encuentra en la biblioteca del Castillo, bajo custodia permanente de tres Caballeros, quienes matarán a cualquiera que intente acercarse a él. También trajimos de Claraval un maestro escultor clarividente, que aguarda en su celda nuestra llamada.

         –¡Subamos, entonces, a la biblioteca! –ordenó Bera, mientras ocultaba el temible Dorché bajo su túnica.

         Ascendieron por la puerta trampa que conducía a la Iglesia de Nuestra Señora del Mayor Dolor y momentos después se encontraron los seis en una sala cuyo mobiliario consistía de estantes y mesas cubiertos de libros y rollos; varios atriles exhibían, abiertos, algunos libros enormes, de hojas exquisita-mente ilustradas por los monjes benedictinos y construidos con tapas incrustadas de oro y plata. De un arcón reforzado con herrajes remachados y voluminosa cerradura, el Abad de Claraval extrajo el Sepher Icheh y lo depositó en una mesa mayor, con doble plano inclinado pero bien iluminada por un candelabro central. A una seña de Birsa, los cuatro Sacerdotes se sentaron frente al libro, en tanto que los Inmortales permanecían de pie, uno en cada extremo del grupo.

         –¡Abridlo en la página 12, Lamed! –demandó Birsa.

         El libro sólo contenía imágenes, es decir, carecía de texto alguno, salvo las palabras distribuidas en los dibujos. En la página solicitada quedó expuesta la representación de los diez Sephiroth del Creador Uno en forma de Arbor Philosóphica. Todos estaban pendientes de Bera, quien de inmediato tomó la palabra.

 

 

 

 

Vigesimoséptimo Día

 

 

      Como es sabido, Dr. Siegnagel, el “libro sagrado” por excelencia, para los judíos, es la Torah, que esencialmente se compone de los cinco libros del pentateuco tal cual los presentó el Escriba Esdras en el siglo V A.J.C. Pero ésta es la Torah escrita, Torah Shebikhtab, que debe considerarse como una Doctrina profana, exotérica, puesto que su verdadera “Sabiduría Divina”, Hokhmah, está cifrada en la Escritura y no puede ser interpretada sin conocer las claves criptográficas de la Cábala. Existe pues, también, una Torah oral, Torah Shebalpeh, que trata sobre estas claves y constituye la Doctrina esotérica que conocen los miembros de la “cadena cabalística”, shalsheleth haqabbalah. El tema principal de la Torah es la revelación sinaítica, es decir, la Hokhmah que Jehová, YHVH, revela a Moisés en el monte Sinaí y que se sintetiza en el Decálogo de las Tablas de la Ley. Ahora bien, Moisés recibió las Tablas, Mocheh Qibbel Thorah Mi Sinaí, en el monte Sinaí, y de este hecho debe arrancar necesariamente la cadena cabalística ya que Cabbala procede del verbo qabbel que significa recibir. Empero, si la shalshleth haquabbalah comienza en Moisés, hay que recordar que éste recibió dos Tablas de la Ley: sólo la primera contenía la revelación de la “Sabiduría Divina”, Hokhmah, objeto de la Doctrina esotérica de la Cábala; las segundas eran una síntesis exotérica de aquéllas y fueron cifradas, como toda la Torah escrita. Según la Cábala, las primeras Tablas procedían del Arbol de la Vida, es decir, de la Inteligencia del Uno, Binah, en tanto que las segundas fueron sacadas del costado del Arbol del Bien y del Mal.

         El Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal, cuyo fruto había comido, fue la causa de la expulsión de Adán del Paraíso: –“Dijo entonces Jehová Dios: he aquí que el Hombre se ha hecho como uno de nosotros, por haber conocido el Bien y el Mal. No sea que ahora alargue su mano y tome también del Arbol de la Vida, coma de él y se torne Inmortal. Y le arrojó Jehová Dios del Jardín de Edén para que labrara la tierra con la que fue creado. Echó, pues, fuera al Hombre, y apostó al Oriente del Jardín de Edén, querubines armados con Espadas de Fuego, para guardar el Camino del Arbol de la Vida” (Génesis, 3). Por lo tanto, las segundas tablas están destinadas a aquellos que desean redimirse del pecado de Adán pero que aún permanecen sujetos a él; las primeras, en cambio, revelan la Hokhmah a quienes se han elevado por sobre la condición humana, al “estado adámico”, y que merecen ganar la inmortalidad que procede de Binah, la Inteligencia del Arbol de la Vida: éstos sólo pueden ser, por supuesto, los Más Altos Sacerdotes del Pueblo Elegido. Por eso Moisés veló al pueblo la Hokhmah y sólo la comunicó a Josué; Josué la trasmitió a los Ancianos de Israel y éstos a los Profetas. Salomón ocultó las primeras Tablas en el Templo y selló mágicamente el escondite, de tal modo que sólo pudieron ser halladas en el siglo XII D.J.C. por los Templarios, quienes la transportaron a Claraval. Otros profetas, no obstante, comunicaron verbalmente la Hokhmah a los Sacerdotes de la Gran Sinagoga, que continuaron la cadena cabalística. Luego del cautiverio de Babilonia ya no hubo Profetas en Israel y Esdras, el Escriba, presentó al pueblo judío la Doctrina exotérica de la Torah escrita, basada en las segundas Tablas de la Ley. Esa doctrina fue sostenida por los Sacerdotes de la Gran Sinagoga, que entonces se llamaron Escribas, Sofrim, hasta llegar a los Tanaítas, Tannaim, del siglo I a III D.J.C. Los grandes cabalistas de ese período, entre los que sobresale Simeón ben Yohaí, llamado “La Lámpara Santa”, consiguieron trascender la Torah escrita y obtener nuevamente la Hokhmah. Posterior-mente, la Torah oral fue trasmitida por los Amoraítas, Amoraim, y Rabinos, Rabbí, hasta la Edad Media.

         Aparte de la Torah escrita, tres libros pueden considerarse como los más importantes para los cabalistas judíos: el Sepher Ha Zohar, el Sepher Yetsirah, y el Sepher Icheh. El Sepher Ha Zohar, o Libro del Esplendor, fue escrito por Simeón ben Yohaí en el siglo II D.J.C., pero la única versión existente desde el siglo XIII es la traducción al arameo efectuada por el cabalista español Moisés de León. El Sepher Yetsirah, o Libro de la Formación, es más antiguo, y la cadena cabalística tradicional hace remontar su origen a Abraham. Pero, de lejos, el libro más secreto y misterioso, así como el más codiciado por los cabalistas es el Sepher Icheh, o Libro del Holocausto de Fuego, el cual se supone contemporáneo de Adán y procedente, como el primer hombre, del Jardín de Edén. En verdad, el libro original habría sido escrito en el Paraíso por el Angel Raziel para la instrucción de Adán, y su contenido sería la Hokhmah misma; no se debe confundir aquel libro místico, con el “Libro de Raziel”, escrito en el siglo XII por el cabalista Eleazar ben Judah, de Worms, y basado en noticias de segunda mano sobre las Tablas de Zafiro.

         De acuerdo con la tradición rabínica, el verdadero Libro de Raziel, Tablas de Zafiro grabadas, habría sido robado del Paraíso por Rahab, Rey del Mar, y arrojado al Océano; luego, sería hallado por los egipcios y permanecería durante milenios en poder de los Faraones. Moisés lo llevaría consigo en el éxodo y lo legaría a Josué, de quien, siguiendo la cadena cabalística, llegaría al Rey Salomón. Este obtendría su famosa Sabiduría, Hokhmah, por la interpretación de las Tablas de Zafiro del Libro de Raziel, mas, advirtiendo su enorme poder, lo ocultaría en el Templo de modo que sólo los Templarios Golen lo hallarían entre sus ruinas veintiún siglos más tarde. Es claro, Dr. Siegnagel, a la luz de lo ya expuesto en esta carta, que las Tablas de Zafiro y las Tablas de la Ley son una y la misma cosa; vale decir, que las primeras Tablas, con la Hokhmah procedente del Arbol de la Vida, no son otra cosa que el Libro de Raziel cedido a Moisés en Egipto por los Sacerdotes del Pacto Cultural. La explicación es la siguiente: Si despojamos al mito hebreo de su disfraz cultural, resulta que Rahab no es otro que Poseidón, “Rey del Mar”, y legendario Gobernador de la Atlántida. Arribamos así a la Atlántida, el “Jardín de Edén”, patria del “primer hombre”: de aquel “Paraíso perdido” provenían los Atlantes morenos, fundadores de la jerarquía sacerdotal egipicia. Después del cataclismo, Ellos habrían transportado a Egipto uno de los “Libros de Cristal” que existían en la Biblioteca de Atlantis, el cual contenía el registro de la Construcción del Universo por el Dios Uno, YHVH Elohim. Ese Libro de Cristal sería el Libro de Raziel, en el que estaban grabadas las treinta y dos operaciones ejecutadas por el Creador para construir el Universo: diez Sephiroth y veintidós Letras. Con otras  palabras, las Tablas enseñaban, mediante signos, los veintidós sonidos y medidas del alfabeto sagrado “empleado por el Creador Uno, YHVH Elohim”, del cual deriva el alfabeto hebreo, y la Forma Cósmica adoptada por El para crear y sostener el Universo, es decir, los diez Sephiroth: es lo que se conoce como “el Secreto de la Serpiente”.

         En la Epoca de Moisés, los Sacerdotes egipcios ignoraban el modo de interpretar las Tablas, pero recordaban que los Atlantes morenos las habían dejado allí para ser entregadas al “Pueblo Elegido por El Uno” como fundamento de una Alianza Divina. Moisés recibe secretamente, entonces, las Tablas de Piedra y parte con su pueblo hacia el monte Sión, donde Jehová celebra con su Estirpe la Alianza de Fuego, Berith Esch, y revela la Hokhmah de las Tablas de la Ley: la retribución exigida por Jehová al Pueblo Elegido consistiría, como se desprende de las declaraciones de Bera y Birsa, en el Supremo Holocausto de Fuego, Icheh, de donde toma nombre el libro que los Inmortales solicitaron a los cuatro Sacerdotes en el Castillo de Aracena.

         Resumiendo, los Templarios hallaron las primeras Tablas de la Ley, el Libro de Raziel, que posibilitó a la Iglesia Golen obtener la Hokhmah para el Colegio de Constructores de Templos y lanzar la revolución arquitectónica del gótico o gáulico. Pero, si bien el desciframiento matemático cabalístico, es decir, gemátrico, del Libro de Raziel permitió conocer los secretos de la Construcción del Cosmos, ciertas imágenes que en él se veían permanecieron incomprensibles para los Golen cistercienses: fueron esas visiones, representadas simbólicamente por los Rabinos y Sacerdotes Golen, las que constituyeron el Libro Sepher Icheh. Las figuras, referidas en gran medida al Supremo Holocausto de Fuego, y tituladas en hebreo y latín, recién comenzaban a ser comprendidas por los Golen a partir de las explicaciones de Bera y Birsa.

         Hoy en día, Dr. Siegnagel, se cree que sólo existe un ejemplar del Sepher Icheh, el cual se guarda en una Sinagoga secreta de Israel, a la que sólo tienen acceso los Sabios de Sión: Ellos no permiten que se realicen copias del mismo y sólo autorizan a los más elevados Rabinos e Iniciados de la Cábala un contacto visual, estando condenada con la muerte ritual cualquier representación o reproducción posterior de lo observado. Sin embargo, fuera de ese ejemplar israelí, existe otra copia del Sepher Icheh: es la que secuestró en la Gran Sinagoga de Granada el Inquisidor Ricardo “El Cruel”, Ricardo de Tarseval, es decir, el padre de Lito de Tharsis, y que éste trajo a América en 1534. Se trata de una réplica bastante fidedigna del libro Templario, fechada en Granada en 1333, es decir, luego de la disolución de la Orden, y seguramente copiado del libro original que los Golen y Rabinos se llevaron cuando huyeron de Francia. De esa edición granadina, que durante siglos ha estado en un baúl de nuestra casa tucumana, es el facsímil de la página 12 que le adjunto para mejor comprensión de las descripciones de Bera y Birsa.

 

         –¡Muy bien, Sacerdotes! –exclamó Bera, mientras examinaba atenta-mente la figura que había quedado expuesta en la página 12 del Sepher Icheh –. Vuestra Orden ha realizado una Gran Obra al representar en imágenes la Sabiduría del Libro de Raziel. Pero el peligro de que tal Hokhmah caiga en poder de los Gentiles es enorme: debéis pues evitar las copias innecesarias de este libro y someter el mismo al más riguroso control. ¿Qué sería de nuestros planes, que son los Planes de YHVH, si los Gentiles recordasen el Secreto del Granado, del Arbol Rimmón, práctica-mente revelado por este dibujo? ¿Qué responderíamos si ellos supiesen nuevamente que un Granado era el Arbol de La Vida, el Arbol del Paraíso al que no se permitió llegar a Adán para evitar que conociese el Secreto de la Vida y de la Muerte? Ya los Gentiles saben que el Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal era un Manzano y lo han relacionado con la Rosa, comprendiendo que se trata de una familia de plantas entre las que se cuenta también el Almendro; saben, así, que en todas ellas hay distintas partes de un Mensaje único, de una idea plasmada por el Creador Uno. Sin embargo jamás lograrán relacionar el Granado con ningún otro Arbol para formar familia pues Rimmón es Arquetipo de la Creación: en él se descubrirán elementos semejantes al de todas las restantes especies, pero él mismo no se podrá derivar de ninguna otra; como YHVH, los abarca a todos con su Forma, pero él no es abarcado por nadie. La misión que os encomendaremos tiene que ver con el Granado de la Vida, pero especialmente se refiere a uno de sus Frutos, al Sephirha Binah, en el que  habréis de inspiraros para combatir a la atroz herejía de la Casa de Tharsis.

         –¡Sí, Sacerdotes! Aunque la Estirpe de Tharsis ha muerto, subsiste aún el efecto de sus actos luciféricos, de los cuales no es menor el Culto a la Virgen de la Gruta. ¡Contra esa impostura comenzaréis a luchar inmediata-mente, desarrollando el ataque de acuerdo a las instrucciones que os daremos ahora! En este momento la Historia, que El Muy Santo ha diseñado para el Pueblo Elegido, nos sonríe: pronto será instaurada en Europa la Sinarquía Universal; luego surgirá el Gobierno Mundial del Pueblo Elegido, durante el que se manifestará sobre la humanidad Gentil el irresistible Poder del Messiah, por quien se ofrendará el Holocausto de Fuego. Pero mucho antes que ese maravilloso acto se concrete, os diría que en los presentes días, de ser posible, la Orden de Melquisedec levantará en el Sefard de España un varón de la Casa de Israel dotado del Verbo de Metatrón; él poseerá la Hokhmah necesaria para cerrar las Puertas que han abierto los Demonios Hiperbóreos y para abrir las Puertas de los Palacios Celestiales, Hekhaloth, del Edén; el nombre cabalístico de este Supremo Sacerdote es Quiblón. Quiblón estará dotado de gran Poder: se alzará de la nada y arrastrará a España entera tras el Oro que él les ofrecerá en abundancia. Ciega, como Perseo, España elevará su Espada y cortará Tres Cabezas de Medusa en una guarida, allende el Mar Tenebroso, en un nuevo Tártaro, cuyo camino él les enseñará.

         –¡Prestad atención, Sacerdotes, porque os estamos profetizando! ¡Es la Palabra de YHVH la que brota de nuestros labios! Os lo repetimos: Quiblón será un enviado del Cielo, un embajador de YHVH. Y debéis saber que esta región de Huelva ha sido señalada por Melquisedec como asiento de la Embajada de Quiblón, como puerto y escollera de sus mágicos viajes. Sí; la tierra donde se cometió el más grande sacrificio posterior a la Atlántida, la tierra donde los Atlantes blancos dieron comienzo a su luciférico plan destinado a predisponer al Espíritu Increado para librar una Batalla Final contra la Bondad de El Creador Uno, esta tierra, Sacerdotes, será redimida de su pecado, bendecida y santificada, por el Triple Holocausto de Quiblón. Por eso os hicimos saber, a su tiempo, que debíais ocupar La Peña de Saturno: ¿lo habéis hecho?

         –¡En efecto, Oh Divinos Aralim! –confirmó el Gran Maestre del Temple, que aún aguardaba la explicación sobre el Misterio de la Piedra de Fuego–. Apenas recibimos Vuestro mensaje, solicitamos la autorización papal y nos apoderamos del Convento de la Rábida, con el fin de establecernos en el sitio mismo de la Peña de Saturno.

         –¡Pues bien, debéis saber, asimismo, que Rus Baal, o Peña de Saturno, es lugar consagrado a Binah, el Aspecto con el cual YHVH se manifiesta como Gran Madre: cuando llegue Quiblón hasta ese lugar sagrado, YHVH reflejará en él la Shekhinah y lo dotará del Verbo de Metatrón. ¿Cuántas veces descendió la Shekhinah a la Tierra?

         –¡Diez veces frente a Israel! –Se apresuró a responder el Rabino Nasi:

Primera: en el Jardín de Edén: “Y oyeron el rumor de los pasos de YHVH Elohim, que se paseaba por el Jardín de la brisa del día, y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de YHVH Elohim por entre la arboleda del Jardín” [Génesis, 3,8].

Segunda: para observar la Torre de Babel: “Bajó YHVH a ver la Ciudad y la Torre que estaban construyendo los hijos de los hombres” [Génesis, 11,5].

Tercera: en Sodoma: “Dijo YHVH: voy a bajar, y veré si han obrado en todo según el clamor que me ha llegado; y si no, lo sabré” [Génesis, 18,21].

Cuarta: en la Zarza Ardiente: “Se le apareció YHVH en una  Flama de Fuego, en medio de una zarza; y vio Moisés que la zarza  ardía en el fuego, pero no se consumía” [Exodo, 3,2].

Quinta: en Egipto: “Yo he bajado, en Egipto, para liberar a mi pueblo de las manos de los egipcios y hacerle subir de ese país a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, al lugar donde viven los Cananeos, los Hititas, los Amorreos, los Perizeos, los Jiviveos, y los Jebuzeos” [Exodo, 3,8].

Sexta: sobre el Monte Sinaí: “YHVH bajó sobre el Monte Sinaí, sobre la cumbre de la Montaña. Y YHVH llamó a Moisés a la  cima del Monte” [Exodo, 19,20].

Séptima: sobre los Ancianos: “YHVH descendió en la nube y le habló; y tomó del Espíritu que había en El y lo puso sobre los setenta Ancianos. Tan pronto como el Espíritu se posó en ellos comenzaron a profetizar; pero luego no consiguieron hacerlo más” [Números, 11,25].

Octava: sobre el Mar Rojo: “El inclinó los Cielos y descendió, densas nubes había debajo de sus pies” [II Samuel, 22,10].

Novena: en el Santuario del Templo: “YHVH me dijo: Esta puerta permanecerá cerrada. No se abrirá, para que nadie entre por ella, porque YHVH, Dios de Israel, ha entrado por ella; por eso  permanecerá cerrada” [Ezequiel, 44,2].        

Décima: El vendrá en la Epoca de Gog y Magog: “Saldrá entonces YHVH y peleará contra aquellas Naciones, como en otro tiempo peleó en los días de la Batalla (de la Atlántida). Sus pies se posarán en el Monte de los Olivos, que está frente a Jerusalén, al Oriente; y el Monte de los Olivos se hendirá por la mitad hacia Oriente y hacia Occidente, formando un valle inmenso: la mitad del Monte se apartará hacia el Norte y la otra mitad hacia el Sur. Y YHVH será Rey sobre toda la Tierra. En aquel Día YHVH será único, y único será su Nombre. Todo el país se cambiará en llanura, desde Gueba hasta Rimmón, es decir, Granada, en el Négueb. Pero Jerusalén prevalecerá” [Zacarías, 14,3].

         –¡Y una vez entre el Pueblo Elegido! –agregó el Abad de Claraval:

Decimoprimera: sobre el Messiah: “Apenas bautizado Jesús, salió enseguida del agua; y en esto se abrieron los Cielos y vio al  Espíritu de YHVH descender, como una Paloma, y venir sobre él, mientras de los Cielos salió una Voz que decía «Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido» [Mateo, 3.16].

         –¡Tomad nota, entonces, de otras dos veces más en que la Shekhinah descenderá a la Tierra!–aconsejó Bera–. La Decimoprimera, que ha mencionado el Abad, está signada por la letra Aleph (1), que rige la esencia del Aire: fue un descenso pneumático, simbolizado por el ave del Estandarte de Israel. Ello significa que el Cristianismo constituye un Holocausto de Aire para YHVH Shaddai:

La Decimosegunda, que ahora os anunciamos, ocurrirá en la Peña de Saturno, en Rus Baal, frente a Quiblón, cuando Quiblón busque allí la Inteligencia de la Gran Madre Binah: será ése un descenso signado por la letra Mem (13), que expresa la esencia del Agua. Ello significa que el Descubrimiento de Quiblón constituirá un Holocausto de Agua para YHVH Shaddai.

Y la Decimotercera, sucederá durante el Gobierno Mundial del Pueblo Elegido, entonces la Shekhinah descenderá sobre el Messiah, frente a Israel; y el Messiah será Uno con Israel; e Israel será Uno con la Shekhinah; e Israel será Uno con YHVH; e Israel será YHVH: ¡Bendito sea el Misterio de Israel!; e Israel Shekhinah acabará para siempre con todos los Gentiles, y con dos tercios de su propia sangre, propiciando el Juicio de Din de Elohim Gibor, el riguroso Juicio de Geburah; e Israel Shekhinah cumplirá la Sentencia de YHVH Sebaoth, que ya ha sido pronunciada en los Cielos: será ése un descenso caracterizado por la letra Sin (21), que define la esencia del Fuego. Ello significa que la Sentencia del Juicio de Din, del Juicio Final, constituirá un Holocausto de Fuego para YHVH Shaddai.

 

         Los cuatro Sacerdotes atendían con desmesurado interés las palabras de los Inmortales, pero el más impresionado era el Gran Maestre del Temple, responsable directo de la ocupación de Rus Baal desde el Convento de Nuestra Señora de la Rábida.

 

 

 

 

        

 

Vigesimoctavo Día

 

 

      Rus Baal, la Peña de Saturno, se encuentra a cinco kilómetros de Onuba, la actual ciudad de Huelva, sobre una elevación de 37 metros de altura que domina la comarca de Palos, es decir, sobre la Orilla izquierda de la confluencia de los ríos Tinto y Odiel. En la Epoca en que los fenicios conquistaron Onuba, edificaron el Templo de Rus Baal especialmente para satisfacer la solicitud de los comerciantes hebreos, que eran quienes fletaban las naves hacia esos lejanos puertos. Eran los días de Salomón, cuando la riqueza de Israel podía alquilar la flota fenicia: “Todos los vasos que utilizaba para beber el Rey Salomón eran de oro, y todos los utensilios de la casa del bosque del Líbano eran de oro fino. No había nada de plata, no se hacía aprecio de ella en los tiempos del Rey Salomón, porque el Rey tenía en el mar una flota de Tharsis, juntamente con la de Hiram; y cada tres años llegaba la flota de Tharsis, que traía oro, plata, marfil, monos y pavos reales” [I Reyes, 10,21]. Como se lee en otros capítulos del Libro de los Reyes, Salomón, que poseía efectivamente la Hokhmah, descubrió que YHVH se manifestaba además bajo otros Aspectos, generalmente identificables con Dioses extranjeros, y les rindió Culto, o permitió que los Sacerdotes lo hiciesen, les levantasen altares y Templos. Con “las flotas de Tharsis” viajaban, pues, los Sacerdotes que hicieron construir el Templo de Rus Baal en la lejana Tartéside. Doscientos años después de Salomón, y quinientos antes de la caída de Tharsis a manos de Cartago, colonia de Tiro, Isaías, que también poseía la Hokhmah, y conocía entonces el plan de los Golen, pudo “profetizar” con precisión matemática su próximo fin: “Gemid, naves de Tharsis; que está devastado vuestro puerto”. “¿Quién lo planeó?”. “YHVH Sebaoth lo planeó para profanar el orgullo, para envilecer la gloria de todos los Señores de ese país” [Isaías, 23,1]. Pero en los días de Salomón la colonia fenicia más importante, además de Tiro, era Sidón, a cuyo puerto llegaban y partían “las flotas de Tharsis”: ahora bien, “Sidón” no es nombre fenicio sino griego, país con el cual los hombres púnicos estaban aliados contra los medos o persas; ¿qué significa ese nombre, cuál es su origen? pues, ni más ni menos que “Gran Arbol Granado”, ya que Granado, en griego, se dice Side, Sidh; en cuanto al origen, los griegos se lo dieron debido a un culto hebreo que allí se practicaba bajo los auspicios del Rey Salomón, esto es, el Culto a la Divina Madre de Egipto, Side, La Gran Granada Sabia; Rimmón Binah, en hebreo. Side, como Anquinoe, era esposa de Belo en los Mitos griegos.

         Los Sacerdotes hebreos transportaron asimismo este Culto de la Gran Madre Rimmón Binah a las Colonias Fenicias y dieron nombre, entre otras, a la actual Ciudad andaluza de Granada. Los fenicios, en efecto, fundaron una factoría fortificada a la que llamaron Rimmón, en honor al Culto practicado por sus principales clientes, sin embargo los pueblos nativos iberos, que eran pelasgos como los etruscos, denominaban al fruto con la voz grana, que tiene la misma raíz que la romano etrusca malum granatum, es decir, “fruto de muchos granos”. A aquella ciudadela de comerciantes semitas, Rimmón, se la denominó localmente Granata, Granad y Granada. En verdad, el sitio elegido por los fenicios para instalar su factoría era una encrucijada de caminos ibéricos ya ocupada por los propios iberos y por los griegos, como posteriormente lo sería por los túrdulos, los tartesios, y los celtas; mas, siendo el objetivo principal el comercio, se entiende que cada pueblo fortificase su particular base urbana y surgiesen, así, varias ciudadelas extremadamente próximas, de tal suerte que su posterior unidad constituye la moderna ciudad de Granada. Existía, por ejemplo, frente a Granada, una ciudad antiquísima, contemporánea de Tharsis, llamada Vira o Virya, en lengua indoeuropea, según se pronuncie en sánscrito o iraní, y que significa Hombre Semidivino, Héroe, Hombre que participa de la Divinidad, Guerrero Sabio, etc. Ambas ciudades, una poblada por partidarios del Pacto de Sangre, es decir, Vira, y la otra por acérrimos defensores y propagadores del Pacto Cultural, Granada, no podían más que vivir en permanente conflicto. Empero, el tiempo mostraría que, por lo menos en este caso, el Dios de Granada era más fuerte que el Dios de Vira, y Granada acabó dominando a Vira, y a las otras Ciudades, y absorbiéndolas dentro de sus murallas. Esto lo tomaron los hebreos como signo inequívoco de su destino mesiánico y no lo olvidarían nunca.

         No se debe confundir Vira con Iliberi, Iliberri, o Elíberi, la Eliberge que mencionaba el griego Hécato, pues eran ciudades distintas. Durante la dominación romana las ciudades aún estaban separadas, y tal situación se mantuvo incluso con los visigodos. Los árabes, en compensación por los favores prestados para su invasión, conceden a los hebreos el control de la ciudad de Granada, o Garnatha de acuerdo a la nueva denominación; a partir de entonces se referirían a ella como “el Castillo de los judíos”. Pero aún hacen más: luego de destruir Iliberri, instalan su alquería en la cora de Castala, Cazala o Gacela, más comunmente conocida como Casthilla, otra ciudad contigua, y favorecen la expansión económica de Medinat Garnata, la “Mansión de los Judíos”. Es el fin de El-Vira, o Elvira, cuyos habitantes deben capitular miles de años de resistencia, abandonar la colina del mismo nombre, y mudarse a Garnata. Lo mismo ocurrirá con Medinat Alhambra y Medinat Casthilla: todas acabarán cayendo bajo el control de “los judíos de Granada”. En el siglo XIII, cuando ocurren los hechos narrados, sólo subsiste el Reino árabe de Granada, estando la Ciudad compuesta por el influyente “barrio judío” situado en la primitiva ubicación del Castillo de Granada, el barrio árabe de la Alahambra, el barrio mozárabe de Casthilla, de primigenia raíz galorromana, y la despoblada Elvira. Por último, agregaré que si los hebreos denominan “rimmón” a la granada, los árabes la conocen como “román”, lo que explica por qué durante algún tiempo la Ciudad se llamó Hizn-Ar-Román, que significa “Castillo de Granada”. Pero, en un idioma o en otro se comprueba que el significado del nombre no cambió en miles de años.

         Es a la luz de aquella actividad misionera de los Sacerdotes hebreos, que viajaban en las “flotas de Tharsis”, que debe observarse la fundación del Templo de Rus Baal, o de la Peña de Baal. Los fenicios consagraban cada ciudad a Baal y designaban a Este con un Nombre particular: así, el Baal de los sidonios se llamaba Baal-Sidón, el de los de Tiro, Baal-Tsur, y el de los habitantes de Tharshish, Baal-Tars. De los tres Aspectos principales de Baal, esto es, Baal Chon, el Productor, Baal Tammuz, el Conservador, y Baal Moloch, el Destructor, los hebreos aceptaban al último como personificación de YHVH Sebaoth, el Aspecto Netsah de “YHVH de los Ejércitos”, que conduce a la Victoria por la destrucción de los enemigos del Pueblo Elegido o Shekhinah. El Templo de Rus Baal estaba dedicado, sin embargo, al Culto de Baal Tammuz o Jehová Adonai. Cuando la Casa de Tharsis se hizo cargo de aquel Señorío ibero, ya libre de los fenicios tras sangrienta guerra, impidió que se continuara con el Culto de Baal Tammuz-Jehová y dedicó el lugar, en un primer momento, al Culto del Fuego, y en una segunda instancia cultural, al Culto del Fuego Frío.

         Luego de la invasión de Amílcar Barca, y de la destrucción del Imperio tartesio, los Golen establecieron el Culto a Baal Moloch en Rus Baal, hasta la reconquista romana. Fueron éstos, que reconocían en Baal Moloch y Jehová al Dios Saturno, quienes denominaron “Peña de Saturno” a Rus Baal. Pero Saturno no era otro que el Dios griego Kronos o Xronos, que entonces se encontraba activo en el panteón romano; los Sacerdotes de Saturno, como se verá, sólo reemplazaron el Culto de Saturno, por el de su nieta, Proserpina o Perséfone. Es fácil demostrar, comparando el Mito hebreo con el griego, que Jehová es equivalente a Kronos, y, desde luego, a Tammuz, a Moloch, y a Saturno. Para empezar, Kronos es hijo de Urano, el Cielo Supremo, como YHVH Elohim lo es de Ehyeh: y ambos, Kronos y YHVH Elohim, son Dioses del inmanente Tiempo del Mundo, Xronos o Berechit. Y, lo más importante: ambos son enemigos de los Cíclopes, es decir de los Atlantes blancos. Al respecto, conviene recordar lo que cuentan los Mitos griegos sobre Urano, Kronos, Zeus, Deméter y Perséfone, y esclarecer tales leyendas por medio de la Sabiduría Hiperbórea.

         Urano es el Supremo Cielo, Padre de los Titanes, las Titánides, los Cíclopes y los Hecatónquiros, generaciones de Dioses de las cuales descienden todas las demás divinidades griegas y el género humano. Vale decir que Urano, es otra representación del Origen, del cual han advenido al Universo su propio Creador, Jehová Satanás, y los sucesivos Espíritus Hiperbóreos, los primeros “Dioses”, tanto los “Traidores” que encadenaron a sus Camaradas al animal hombre, como los “Leales” o “Liberadores”, que procuran su orientación y Regreso al Origen. Pero uno de los hijos de Urano, Kronos-Jehová castra a su Padre y declara la guerra a los Cíclopes, a los que impide habitar en su habitual morada, y precipita en el Tártaro Infernal. Esto quiere decir que Kronos-Jehová cierra el acceso al Origen, punto de procedencia y regreso de todos los Espíritus Increados como El mismo, “castrando” el Principio Generador de los Dioses, evitando su nacimiento Divino. Se ve envuelto, entonces, en una guerra con los Cíclopes. Mas, ¿quiénes eran los Cíclopes? Pues los Atlantes blancos, los Constructores de Armas de la Atlántida: según las leyendas griegas, los Cíclopes fabricaron el arco y las flechas de Apolo, el Hiperbóreo, y las de su hermana Artemisa, la Diosa Osa; anteriormente, durante la guerra de Kronos-Jehová, habían provisto a Zeus las Armas del Trueno, del Relámpago, y del Rayo; a Poseidón, Rey de la Atlántida, el Arma del Tridente; y a Hades, o Vides, el famoso Casco de la Invisibilidad. Luego de la Batalla de la Atlántida, y del Cataclismo que sumergió su Continente, los Atlantes blancos tuvieron que marchar hacia las tierras infernales, donde sólo habitaba el animal hombre, y las Razas híbridas más degradadas de la Tierra: es entonces cuando la leyenda representa a los Cíclopes, Constructores Divinos, vagando por las regiones infernales. Y durante su tránsito por aquellas tierras de locura, ya lo vimos, iban perseguidos de cerca por los Atlantes morenos, los secuaces de Kronos-Jehová.

         Pero Kronos, pese a todos sus esfuerzos, no puede impedir que nazca Zeus, otro Hijo del Origen. La imagen de Zeus ha sido atrozmente degradada por los Sacerdotes del Pacto Cultural, mas, remontándose a las versiones más antiguas del Mito, es posible reconocer en El a Kristos Lúcifer, el Señor de Venus que descendió a la Atlántida para traer el Gral que posibilitaría la orientación y liberación del Espíritu encadenado a la Materia, el despertar del Espíritu del Hombre. Por eso Zeus es aliado natural de los Cíclopes, quienes le proveen las Armas con las que vence a Kronos-Jehová y afianza su poder en la región olímpica de la Tierra, es decir, en K'Taagar, donde se inicia el Camino hacia Venus. Zeus-Lúcifer lucha contra Kronos-Jehová en compañía de Poseidón y de Hades, y con el apoyo técnico de los Cíclopes. Una vez vencedores, en una primitiva versión de la Batalla de la Atlántida, los Dioses se instalan en determinadas partes del Universo: Zeus-Lúcifer va al Olimpo, es decir, a K'Taagar, pero, a través de su Puerta, su verdadero domicilio lo constituye “en el Cielo”, es decir, en Venus; Poseidón en la Atlántida, como Rey, y también como Dios del Mar; y Hades va igualmente a K'Taagar, pero sin regresar a Venus, como hiciera Zeus-Lúcifer, sino permaneciendo como Señor de la Morada terrestre de los Dioses Liberadores del Espíritu del Hombre, un lugar que los Sacerdotes del Pacto Cultural, según expuse el Décimo Día, identificarían con el Tártaro infernal: Hades es, pues, Vides, el Señor de K'Taagar.

         Con Deméter, una Hija del Origen, Zeus procrea a Perséfone, es decir, a Proserpina, la Diosa que los Sacerdotes romanos de Saturno-Kronos-Jehová, evocaron en Rus Baal, para su Culto y a la que dedicaron el Templo Cartaginés de Baal Moloch-Jehová. Era ésta una Diosa Cruel, que habitaba en el Tártaro infernal junto a Hades y conciliaba perfectamene con aquella remota región de la Tartéside, célebre por las antiguas leyendas que la señalaban como residencia de Medusa. Deméter era la Diosa del Trigo, la que entregó a las hombres por primera vez aquel cereal, y vivía junto a Zeus en el Olimpo. No tuvo otros hijos salvo Perséfone, que fue raptada por Hades y conducida al Tártaro a una Mansión que requería atravesar el País de los Muertos para llegar hasta ella. Cuenta el Mito griego que entonces, entristecida por su ausencia, Deméter abandona el Olimpo y desciende a la Tierra para buscarla, porque ignoraba su paradero infernal. Se entera así que Zeus ha sido cómplice de Hades en el Rapto. Durante nueve noches Deméter busca en vano a Perséfone, portando una antorcha en cada mano; al fin, guiada por Hécate, la Diosa de la Hechicería, a quien encuentra en la encrucijada de unos caminos, averigua que Perséfone se halla en el País de los Muertos. Baja hasta allí sola, para comprobar que el regreso definitivo de su hija es imposible: Perséfone ha comido un grano de granada y ya no puede regresar al mundo de los vivos, pues todo aquel que prueba un alimento en el País de los Muertos, queda allí prisionero para siempre: en los Infiernos es preciso hacer ayuno para evitar a la Muerte. Al fin, Deméter regresa al Olimpo con Perséfone, quien no obstante debe volver periódicamente al Infierno para realizar la Muerte. El Mito de Perséfone formaba parte de los Misterios de Eleusis, donde era explicado esotérica-mente a los Iniciados. Los atributos de Deméter, por otra parte, eran la Espiga del Trigo y la Grulla.

         Hasta aquí el Mito griego; mas ¿qué se oculta tras la leyenda de Deméter y Perséfone o Proserpina?: ya expliqué que Hades es nombre degradado de Vides, el Señor de K'Taagar, al que la conspiración del Pacto Cultural equiparó a un Dios que es Señor del Infierno o Tártaro. Del mismo modo, los Sacerdotes arrojaron allí a Perséfone, una antiquísima Diosa Atlante blanca ¿A quién me refiero?: pues a Frya, la Esposa de Navután. A fin de descubrir los verdaderos hechos tras la historia de Perséfone e interpretar el móvil de la calumnia, hay que tener presente que para los Atlantes Blancos, como para todo miembro de la Raza Hiperbórea, la “Esposa” es también la “Hermana”, identidad que va más lejos que una simple asociación simbólica, y remite al Misterio de la Pareja Original de los Espíritus Increados. Frya, además de Esposa, es así “Hermana” de Navután y, por lo tanto, Hija como éste de Ama, la Virgen de Agartha o de K'Taagar, a quien los Sacerdotes griegos del Pacto Cultural igualaban a Deméter, la Diosa que entregó a los hombres, por primera vez, la Planta del Trigo, la Portadora de la Semilla. De allí que no se mencione nunca a un Hijo de Deméter, al que habría concebido siendo Virgen en Venus, vale decir, en el Olimpo, como ya relaté el Día Decimosegundo. Su Hijo espiritual, Navután, se auto-crucificó en el Arbol del Terror, el Granado de la Vida, para descubrir el Secreto de la Muerte, y sería su Esposa Frya quien lo resucitaría al revelarle con su danza el Secreto de la Vida y de la Muerte. Es por eso que las leyendas sólo mencionan a Frya-Perséfone cuyo recuerdo estaba muy arraigado en los pueblos del Pacto de Sangre, y echan el manto de un Tabú sobre la Hazaña de Navután: los Atlantes morenos, y los Sacerdores del Pacto Cultural, deseaban ocultar por todos los medios, el posterior legado que el resurrecto Gran Jefe Blanco hiciera a los hombres, es decir, el Misterio del Laberinto.

         Fue Navután, en efecto, el verdadero inspirador del Misterio del Laberinto, en cuyo trayecto se administraba al Iniciado Hiperbóreo un signo llamado Tirodinguiburr, formado con Vrunas Increadas. Tal signo permitía, al Espíritu encadenado, despertar y orientarse hacia el Origen, hallando la salida del Laberinto de Ilusión en el que se hallaba extraviado. Empero, como en el caso de la Hazaña de Navután, la salida nunca podrá encontrarse si el Héroe no cuenta con el concurso de su Pareja Original: de otro modo puede morir, espiritualmente, al cabo de nueve noches de pender del Arbol del Terror. Es así que la patraña cultural de los Sacerdotes quiera que Ama-Deméter, busque a Frya-Perséfone durante nueve noches. Quien la guía, finalmente, es Hécate, con la que coincide en una encrucijada de caminos, es decir, en el interior de un Laberinto: Hécate es, pues, una representación general de lo que sería individualmente Frya para Navután: la Pareja Original. Para los griegos antiguos, en todas las encrucijadas de caminos se encontraba Hécate, pronta para orientar al viajero extraviado hacia su mejor destino, símbolo que, como se ve, venía de muy lejos. Sin embargo a esta Maravillosa Diosa, a la que se erigían estatuas tricéfalas que indicaban la triple naturaleza del hombre blanco, Cuerpo físico, Alma, y Espíritu Increado, se la acabó convirtiendo finalmente en la Diosa de la Hechicería y Bruja, consecuencia, desde luego, del Pacto Cultural.

         Naturalmente, el “rapto” de Frya-Perséfone es un rapto espiritual realizado por Ella misma para resucitar a su Esposo, vale decir, es el impulso de un éxtasis sagrado. Zeus-Lúcifer, presuntamente el Padre del propio Navután, y Hades-Vides, el Señor de K'Taagar, son los “Sabios de Hiperbórea” a quienes Ella consulta sobre el modo de salvar a Navután. Y el consejo que recibe de Ellos es el que la decide a bajar al Infierno de la Ilusión, al País de los “espiritualmente” Muertos, es decir, a la Tierra, al Mundo de los Hombres Dormidos. Y, sabido es, que quien se “alimenta” de la Ilusión, quien deja entrar dentro de Sí Mismo el Gran Engaño del Uno, queda encadenado para siempre en la Materia, ya no puede regresar al Origen, se extravía en el Laberinto Encantado de la Vida Cálida. Empero, Frya no había probado del Fruto Prohibido, era libre de regresar, si lo deseaba, al Origen, portadora del Secreto de la Muerte: fue su decisión resucitar a Navután, revelándole mediante la danza, el conocimiento de la Llave Kâlachakra. Mas, para ello, tuvo que creer en la Muerte, tuvo que comer un grano de Granada y transformarse en Perdiz, tuvo que trascender la Máscara de la Muerte y llegar hasta el fondo de Sí Mismo de Navután. Y Navután, al ver a la Muerte de Frente, despertó y comprendió a la Muerte, resucitando luego y descubriendo a los Hombres Dormidos el Secreto del Laberinto. Pero en este legado, Navután comprometió a su Divina Esposa, quien accedió a permanecer periódica-mente en el Tártaro infernal, es decir, en el Mundo de los Hombres Dormidos y mostrarse ante ellos con la Imagen de la Muerte: para que ellos la trasciendan en el Misterio del Fuego Frío y resuciten, también, como Hombres de Piedra, como Iniciados Hiperbóreos, como Guerreros Sabios.

         Un pálido reflejo de esta parte de la historia se conserva en la leyenda de la Joven Perdix, “Hermana”, y por lo tanto Esposa, de Dédalo, el “inventor” del Laberinto, o sea, de Navután: cuando Perdix caía hacia un Abismo, la Diosa de la Sabiduría, Atenea, se apiadó de Ella y la convirtió en Perdiz, de donde surgió la creencia griega de que la danza de la perdiz resolvía el enigma del Laberinto, y que dio lugar a un Colegio de Sacerdotisas empeñadas en reproducir dicho baile.

         Ya expliqué que Kronos-Saturno-Jehová “cierra el acceso al Origen, punto de procedencia y regreso de todos los Espíritus Increados”, es decir, corta el Camino hacia la Salida del Laberinto. En el Mito cretense, el inventor del Misterio del Laberinto es Dédalo-Navután, y quien corta el paso hacia la Salida, es el Minotauro, un ser mitad hombre, mitad toro. Pero el Dios que también tenía pies de toro era Dionisio, defecto que le obligaba a calzar borceguíes o coturnos; y Dionisio, el Dios del Vino, era clásicamente asimilado a Jehová por los hebreos antiguos, que veían en ambos al Dios de la Cebada. Se cierra así un círculo trazado por los Sacerdotes del Pacto Cultural en el que se unen, en diferentes Epocas y lugares, las representaciones de Kronos, Saturno, Jehová, Dionisio Sebacio, y el Minotauro o Guardián de la Salida.

         Por último, diré que ya en tiempos del Profeta Amós, siglo VIII A.J.C., la identidad de Jehová y Saturno estaba establecida; y aceptada por los Sacerdotes: “Vosotros habéis llevado al Santuario a Sacut, Saturno, el ídolo de Vuestro Dios; pero Yo Os deportaré más allá de Damasco –dice YHVH, cuyo nombre es Adonai Sebaoth” [Amós 5,26]. Pero la situación no cambió luego del Cautiverio, puesto que en la Epoca del Profeta Ezequiel, siglo VI A.J.C., se adoraba indistintamente a Jehová o a Tammuz Adonis, es decir, a Adonai: “Luego me llevó a la entrada de la puerta del Templo de YHVH que mira al Norte, y vi que había allí unas mujeres sentadas llorando la muerte de Adonis (Rimmón) Tammuz” [Ezequiel, VIII, 14].

 

 

Vigesimonoveno Día

 

 

      Para comprender ahora el por qué del Culto a Proserpina en Rus Baal, hay que adelantarse bastante en el tiempo histórico, y llegar hasta una Epoca en la que los Sacerdotes del Pacto Cultural habían conseguido confundir profundamente las características individuales de Deméter-Ama y de Perséfone-Frya, a las que se nombraba simplemente como “las Diosas”. El propósito de los Sacerdotes era sustituir a las Diosas Hiperbóreas Atlantes por la imagen de la Gran Madre Binah, uno de los Aspectos de YHVH, el Creador Uno. Es aquí donde debe situarse el origen del Mito de Adonis, Nombre griego de Adonai el Señor YHVH. Según el Mito griego, la madre fue Mirra, a la que los Dioses convirtieron en Arbol cuando estaba encinta de Adonis; Mirra, el mismo vegetal que uno de los Reyes Magos de Oriente, enviados de la Fraternidad Blanca, ofrenda al niño Jesús. A los diez meses, el Arbol de Mirra da a Luz y nace Adonis, un niño que representa la belleza, lo que no es más que un modo simbólico de decir que Tiphereth, la Belleza en el Corazón de YHVH, uno de sus Diez Aspectos, nace del Arbol Granado. Sigue el Mito afirmando que Afrodita, la Diosa del Fuego del Amor, es decir, el Arquetipo del Fuego Caliente en el Corazón, se enamora del niño y lo confía para su cuidado a Perséfone-Proserpina. Ya tenemos presente, pues, a la Gran Madre Binah, el Aspecto “Inteligencia” de YHVH. Las dos Diosas, Afrodita y Perséfone, terminan rivalizando por conquistar el amor de Adonis-Adonai, lo que significa que en el animal hombre u hombre común, imagen de Adán, es normal que entren en conflicto el Fuego Caliente en el Corazón, Tipheret, y la Inteligencia que infunde Binah en el Cerebro. Esta ambivalencia se ve en la irresolución del Mito: Adonis-Adonai debe contentarse con permanecer alternativamente con cada una de las Diosas, aunque la preeminencia que los Sacerdotes conceden al Corazón como asiento del Alma, quiso que el Bello Dios “pasase más tiempo con Afrodita que con Perséfone”. Al corazón está ligado el símbolo de la rosa, y es así que la muerte de Adonis-Adonai trae al mundo las rosas rojas, nacidas de las gotas de sangre de su herida: es Artemisa, la Diosa Osa, quien causa que un jabalí hiera mortalmente al Dios. La oposición entre el Jabalí, una de las Manifestaciones de Vishnú, y la Osa, es tema clásico de la Sabiduría Hiperbórea. Sólo diré aquí que el Jabalí está relacionado al Misterio de los Golen, como se vio durante el asesinato de las Vrayas de Tharsis, y que el Mito indica alegóricamente un Grado alcanzado por Ellos, un nivel jerárquico que les permitirá llevar adelante el estandarte de Israel cuando el propio Pueblo Elegido se vea imposibilitado de hacerlo, cuando Adonis-Adonai se desangre momentáneamente en el Pardes Rimmonim para crear las rosas que florecerán durante la Sinarquía Universal.

         En Frigia, los Golen oficiaron como Sacerdotes de Cibeles y adoptaron la práctica de la Sodomía ritual, vicio que aún subsiste en los grados altos de la Masonería por Ellos creada. El Mito frigio de Adonis-Adonai era el de Atis, en cuyo Culto los Golen desarrollarían un papel protagónico fundamental. Allí a la Gran Madre Binah se la llamaba Cibeles, Diosa que propiciaba escandalosas orgías y exigía que sus “Sacerdotes del Perro” fuesen eunucos: en el curso del Culto era común que, llevados por el frenesí orgiástico, muchos participantes se castrasen voluntariamente, como el Arquetipo Atis, pasando a integrar luego, si sobrevivían a la mutilación, la corte de sodomitas que adoraban y servían a la Diosa.

         De acuerdo con la leyenda frigia, Cibeles era adorada como Piedra de Fuego; deseoso de copular con Ella, Zeus-Hokhmah deposita sobre la Piedra su semen, acto que deja encinta a la Diosa. Nace así Agdistis, un ser hermafrodita a quien Dionisio-Jehová embriaga y castra, con el fin de individualizar su sexo. De la herida de Agdistis brota abundante sangre, la que se transforma en el Arbol Granado, razón por la cual a Atis, así como a Adonis, se lo llamaba Rimmón, Granado. Empero, el falo mutilado de Agdistis, arrojado en la Tierra, se transforma a su vez en el Arbol Almendro, un miembro de la familia de las rosas. Una granada, fruto del Granado de Agdistis, deja encinta a Nana, hija del Dios Río Sangario. De ese embarazo nace Atis, un Bello Dios semejante a Adonis; y como por Adonis, por Atis también lucharán la Gran Madre Binah y la Diosa del Fuego Caliente en el Corazón, Thifereth: Agdistis, ahora convertido en mujer, se enamora de Atis al igual que Cibeles, con quien debe disputar los favores del Bello Dios. Evidentemente, Atis es un Adonis frigio, un representante de la Belleza de YHVH en el Corazón, pretendido a la vez por la Gran Madre Binah-Cibeles y por Tipheret Agdistis-Afrodita.

         Pero el Mito frigio contiene más detalles. Atis, enloquecido por Agdistis, se castra y muere, a raíz de la mutilación, durante el Culto de Cibeles. La Diosa lo sepulta y planta sobre su tumba un Arbol Almendro. Atis fue, pues, un eunuco y un sodomita, signado por los símbolos del Granado y el Almendro, lo que prueba claramente que el origen del Mito es hebreo. Recuerde, Dr. Siegnagel, por otra parte, que los Jacobinos que produjeron la Revolución Francesa, cuyos Jefes eran judíos y Golen, se identificaban con el gorro frigio, es decir, con el gorro de los Sacerdotes de Frigia, el cual tiene forma de prepucio cortado para indicar el carácter sodomita de los Sacerdotes de la Gran Madre Cibeles-Binah, la “Diosa Razón” de los enciclopedistas.

         No ha de sorprender, a esta altura, que haya sido Dionisio Sebacio, un Dios de la Cebada como Jehová, quien haya castrado a Agdistis después de embriagarlo con vino de cebada. Jehová había santificado el Sábado, el día que en todo el Mediterráneo se dedicaba al Culto de Saturno y al que le estaba dedicado el Granado. Saúl, el primer Rey de Israel, consagró el Reino, Malkhouth, al Granado que representaba a YHVH. Dionisio, el de los pies de toro y borceguíes, era un Dios rengo, igual que el Minotauro, así como rengueante era la Danza del Laberinto que bailaban, y aún bailan, las perdices macho. Esta Danza era ejecutada por los Sacerdotes hebreos de Baal Tammuz Adonis en tiempos de Elías, siglo IX A.J.C.: “Tomaron los Sacerdotes el novillo que se les había traído y, después de prepararlo, estuvieron invocando el Nombre de Baal Tammuz Adonis desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ¡Baal, respóndenos! Pero no hubo ni Voz ni Respuesta. Entre tanto, Ellos danzaban cojeando junto al Altar que habían hecho” [I Reyes, 18, 26]. La palabra hebrea Pesach, que designa a la Pascua, significa justamente “baile cojeando”, debido a que aquella fiesta era una y la misma que la de Baal Adonis, el Dios Rimmón que había sido muerto por un Jabalí: esta identidad es el origen de la prohibición hebrea de comer carne de cerdo los días Sábados. Además, la tradición levítica decretaba que el cordero pascual, la víctima del holocausto de la Pascua, fuese servida sobre una fuente de madera de Granado.

         La granada era la única fruta que se podía introducir en el Sancta Sanctorum y el Supremo Sacerdote, al hacer la entrada anual en el Templo, llevaba cosidas en su efod pequeñas borlas con forma de granada. El rollo de la Thora se envolvía sobre un palo llamado Es Chajim, es decir el Arbol de la Vida, el cual se hallaba rematado en cada extremo por dos granadas talladas. Y el óctuple candelabro, Chanukah, posee una granada coronando cada brazo, en los que brilla Yod, el Ojo de YHVH. El séptuple candelabro, por su parte, Menorah, tiene siete cálices de Flor de Almendro, que recuerdan la institución del Sacerdocio de Aarón, cuando floreció la vara de Almendro que le suministrara Moisés: “Y sucedió que, cuando al día siguiente entró Moisés en la tienda del testimonio, la vara de Aarón, la de la Casa de Levi, había echado brotes y flores, y había producido almendras [Números, 17,23]. Para perpetuar el recuerdo de este milagro, dice YHVH: “Harás un candelabro de oro puro, tanto su base como su tallo. Sus cálices, sus capullos y sus flores formarán cuerpo con él. Seis brazos saldrán de sus lados, tres brazos de un lado del candelabro y tres brazos del otro. Tres cálices a modo de Flor de Almendro tendrá el primer brazo, con sus capullos y sus flores; igualmente el segundo; etc.” [Exodo, 25,31]. Y, según la visión del Profeta Zacarías, “Estas siete lámparas son los Ojos de YHVH que recorren toda la Tierra” [Zacarías, 4,10], vale decir, una representación de la Shekhinah.

 

         Los Cultos de Rus Baal, el antiquísimo de Baal Tammuz Adonis, practicado por los Sacerdotes hebreos, y el de Baal Moloch, oficiado por los Golen, fueron interpretados por los romanos como formas de adoración a Kronos-Saturno, un Dios equivalente a Jehová-Adonai o Rimmón-Atis-Adonis-Dionisio. Desde el siglo III A.J.C., los Sacerdotes del Pacto Cultural, que proliferaban en Roma, dedican Rus Baal al Culto de Proserpina o Perséfone, la amante infernal de Adonis; en la misma Epoca, y a escasa distancia, los Señores de Tharsis se consagran al Culto de Vesta, la Diosa del Fuego del Hogar, tras la que ocultan su concepción del Culto del Fuego Frío. Los dos Cultos opuestos, el del Fuego Frío de Vesta de Tharsis, y el del Fuego Caliente de Proserpina de Palos, se desarrollan simultáneamente sin que ninguno intente superar al otro. Y vale la pena repetir que aquella versión de Proserpina equivalía a una Perséfone tardía, más cercana a la Gran Madre Cibeles Binah que a la Perséfone antigua, o Frya, la Esposa de Navután.

         En el siglo II D.J.C., siempre furtivamente, llegan Bera y Birsa a Huelva; pero esa vez no atacan a la Casa de Tharsis sino que se dirigen a Rus Baal, “a supervisar el Culto de Proserpina por encargo de Melquisedec”, un Supremo Sacerdote de la Fraternidad Blanca. Luego de la partida de los Inmortales, el Templo de la comarca de Palos comienza a ganar fama por los milagros que protagoniza la Diosa, el principal de los cuales consiste en la cura de la hidrofobia: de todas las regiones de la península, y aún de ultramar, acudían entonces los mordidos o infectados por las mordeduras de perros para recuperar la salud perdida. Recién ahora, cuando oyeron a Birsa decir “contra los perros, la ilusión de la rabia”, comprendieron los cuatro Sacerdotes que aquellos milagros antiguos estaban relacionados con los poderes de Bera y Birsa.

         Un siglo después, en el año 159, el misionero Ciriaco convierte al Culto de Rus Baal en cristiano por el simple trámite de identificar a Proserpina con la Virgen María, llamada desde entonces “Nuestra Señora de la Rábida”, puesto que la Diosa continuó curando la hidrofobia. Pero entonces, como María “Madre de Dios”, Proserpina-Perséfone era ya imagen acabada de la Gran Madre hebrea Binah. El nombre “de la Rábida” fue, pues, quinientos años anterior a la denominación, Rapta o Rápita con que los árabes señalaban la ermita edificada en Rus Baal, sobre los cimientos de la antigua Capilla de Nuestra Señora de la Rábida. Producida la Reconquista, la ermita pasó en principio a manos de los monjes solitarios de San Francisco, que construyeron el Convento con sus dimensiones actuales, pero pronto fue concedido por el Papa a los Templarios, quienes lo ocuparon hasta la disolución de su Orden. El Obispo San Macario, para celebrar la liberación del Convento, hizo donación al soldado Constantino Daniel de una escultura que la tradición atribuía al Apóstol San Lucas y que representaba a la Virgen María.

         En el momento que estoy evocando, cuando los Inmortales Bera y Birsa se hallaban reunidos con los cuatro Sacerdotes en el Castillo de Aracena, aquella escultura aún se encontraba en el Convento de la Rábida, en Rus Baal, frente a la comarca de Palos.

        

 

        

 

Trigésimo Día

                                                                                                                                                                                                  

 

Los cuatro Sacerdotes de Jehová Satanás reflexionaban sobre el Anuncio de los Inmortales: próximamente ocurriría la decimosegunda manifestación de la Shekhinah, muy cerca de allí, en Rus Baal; y Ellos serían protagonistas de aquel extraordinario portento: ¡sólo otro Sacerdote de Israel podría comprender el éxtasis que experimentaban los cuatro ante semejante posibilidad! ¡porque sólo el Alma de un judío es capaz de comprender a la Shekhinah! El más emocionado era el Gran Maestre del Temple: –“¡Oh, qué gran honor, pensaba estremecido, que a mi Orden se le haya confiado la custodia de tan sagrado lugar! ¡Dios mismo descenderá ahora, en medio de los nuestros!”–. Y así por el estilo, cada uno daba rienda suelta a sus fantasías rabínicas y Golen.

         –¡En efecto, Sacerdotes! –aprobó Birsa, adivinando el pensamiento de los presentes– ¡vosotros contribuiréis como nadie a ejecutar los Planes de Dios! Miles de monjes Golen y de Doctores hebreos trabajan para instaurar la Sinarquía Universal: ¡todos ellos gozan del favor de Elohim y serán recompensados magníficamente! Pero sólo vosotros cuatro conocéis hoy el Anuncio de la Shekhinah: ¡y sólo a Vosotros, y a quienes vosotros llaméis para colaborar, YHVH Sebaoth considerará responsables del Holocausto de Agua que Quiblón le ofrendará en su día! ¡Alegraos, pues, Sacerdotes porque el Triple Holocausto de Quiblón, uno de los más sangrientos de la Historia, os será atribuido si cumplís con la Misión que os encomendaremos! ¡De ella depende que se realice el designio de YHVH; sobre ella reposa, Sacerdotes, uno de los pilares de la Historia!

         –¡Ahora que el Mal ha sido extirpado en Huelva, –prosiguió Bera– ahora que la Sangre de Tharsis se ha convertido en lejía, os encargaremos una Misión muy simple, cual es la de afirmar el Bien sobre la Tierra! ¡Y el Bien es YHVH! ¡Y YHVH sólo puede descender en Tierra Santa! ¡A vosotros corresponde, Sacerdotes de YHVH, purificar la Tierra! –la mirada de Bera era interrogadora.

         –¡Sí, –exclamaron Nasi y Benjamín al unísono–. Purificar la Tierra es tarea de Sacerdotes! ¡Santificarla es facultad de YHVH!

         –De acuerdo, Sacerdotes: ¡Nosotros, los Representantes de Melquisedec, os ordenamos: purificad esta tierra de Huelva, borrad todo vestigio del Misterio del Fuego Frío, limpiad la Mancha del Culto a la Virgen de la Gruta! Por sobre todo: ¡eliminad el recuerdo de esta tenebrosa Deidad! Pues no habrá paz, ni en la Tierra ni el el Cielo, y Rus Baal no será Tierra Santa, mientras perdure la Presencia perturbadora de la Virgen de Agartha portando su Semilla Maldita.

         –Naturalmente –dijo Bera– que una expiación semejante sólo será efectiva si se reemplaza a un Culto por otro. En consecuencia, os ordenamos, también, implantar en todos los lugares necesarios el Nuevo Culto de la Virgen de los Milagros: ¡Ella iluminará con Su Fuego Caliente las Tinieblas que derramó la Intrusa! Cuando los Gentiles le entreguen su Corazón sin reservas, la Intrusa será olvidada, se apagará el recuerdo de su abominación, y la Tierra quedará purificada: ¡entonces, y sólo entonces, descenderá la Shekhinah en Rus Baal!

         –¡Pero ese Culto ya existe! –interrumpió el Gran Maestre del Temple–. ¡Justamente en la Rábida se adora a la Virgen de los Milagros, la antigua Proserpina de Palos, Señora de la Rabia!

         –¡Os equivocáis, Sacerdote! –aseguró Bera, sonriendo horriblemente–. Me estoy refiriendo a un Nuevo Culto que reemplazará también al que vos mencionáis: el Culto a la Gran Madre Binah, a quien advocaréis como Virgen de los Milagros para evitar que los Gentiles sospechen la sustitución, pero que recibirá varios Nombres Sagrados, sólo conocidos por los Sacerdotes Iniciados, Golen y Rabinos. Me estoy refiriendo, pues, a la

                                                                                                                                  Virgen de la Ciñuela,

                   o a la Virgen de la Cinta,

                   o a la Virgen de la Barca,

                   o a la Virgen del Niño de Barro,

                   o a la Virgen del Fuego Caliente.

        

         –¡Buscad Sacerdotes, buscad ya al monje escultor que habéis hecho venir desde Francia!

         El Abad de Claraval salió presuroso de la Biblioteca, y un instante después entraba seguido del humilde monje cisterciense, que traía en sus manos un rollo de pergamino y un tizón de carbón. El monje se detuvo frente a Bera, seguido del Abad, y contempló aterrorizado el rostro diabólico del Inmortal.

         –¡Escuchad bien, miserable! –le espetó Bera con los ojos llameantes de odio–. Os voy a hacer una advertencia: sobre lo que veréis en este lugar, no hablaréis jamás a nadie. Cumpliréis vuestro trabajo y luego os enclaustraréis de por vida en un Monasterio de clausura. ¡Y ni se os ocurra desobedecer nuestro mandato pues la Tierra será chica para ocultar vuestra traición! No obstante, no confiamos en vos y seréis vigilado día y noche desde ahora. ¡Pero debéis saber, criatura mortal, que ni la Muerte os podrá librar de Nosotros, pues a los mismísimos infiernos iremos a castigarte! ¿Habéis comprendido los riesgos que corréis?

         El pobre monje se había arrojado al suelo, a los pies de Bera, y temblaba como un perro asustado. –”N...no o…osaría traicionaros” –balbuceaba, sin levantar la mirada de los pies de Bera, sin atreverse a ver nuevamente la amenaza mortal de sus ojos.

         –Mas vale que digáis la verdad –dijo con ironía aquel Rey de la Mentira, que era Bera–. ¡Levantaos, perro! –ordenó con dureza– y observad la página de este libro abierto.

         ¿Qué veis en ella?

         Los cuatro sacerdotes se miraron entre sí, asombrados de que los Inmortales mostrasen al monje escultor, que no era ni Teólogo ni Cabalista, y mucho menos Iniciado, un dibujo secreto del Sepher Icheh.

         Tratando de serenarse, el imaginero se apoyó con sus dos manos en el borde de la mesa rampa y observó la hoja indicada. Lo que vio, pronto le hizo olvidar los amargos minutos anteriores y, él se lo repetiría para sí mismo toda la vida, lo recompensó de los sufrimientos padecidos hasta entonces. Por primera vez se sintió libre de culpas, sin pecado, perdonado por una Piedad que venía de adentro del Alma, como si el Alma participase de un Jubileo Divino: y quien inspiraba esa sensación de libertad anímica, esa seguridad de ser aprobado por Dios y amado por Cristo, era la Más Bella y Majestuosa imagen de la Madre de Dios que el monje viera nunca; porque, desde luego, aquella Señora estaba viva; mientras sostenía al niño en sus brazos, la Madre lo miró fugazmente, y fue en ese instante que él se sintió perdonado, en paz, como si Ella le hubiese dicho –Anda, hijo de Dios, que yo intercederé para que el Rigor de Su Ley, no sea recalcitrante contigo. ¡Cumple tu misión y retrátame como me ves, en la Plenitud de Mi Santidad, para que los hombres vean también el Milagro que tú ves; cumple con todo tu talento y el Gran Rostro de Dios te sonreirá!

         –¡Es tan Bella! –gritó el escultor, completamente alucinado–. Sólo unas manos guiadas por la Gracia de Dios, y una piedra bendecida por el Altísimo, podrían realizar la Obra que se me pide. ¡Pero Yo pondré mis manos al Servicio de Dios, y Vosotros, que sois poderosos, me proveeréis de la mejor piedra de alabastro del Mundo!

         Y desplegando el pergamino junto al libro, se puso a dibujar febrilmente el retrato de una Virgen con el Niño de novedosas características. Los cuatro Sacerdotes lo miraban sorprendidos, pues era evidente que su visión no provenía del libro Sepher Icheh, por lo menos de la hoja que estaba a la vista, sino de otra realidad, de un Mundo Celeste que se había abierto ante sus ojos y le había revelado la Señora de su inspiración.

         Con inusitada paciencia, los Inmortales aguardaron una larga hora hasta que el monje pareció retornar a la realidad: sobre la mesa, se hallaba completada la síntesis gráfica de la visión sobrenatural.

         –Eminencias: ahora comprendo Vuestras reservas –dijo el tallista, aún emocionado–.

         –Vosotros, indudablemente con la autorización del Señor, me habéis permitido asomarme al Cielo y contemplar a la Madre Santísima. Tened por seguro que aunque siempre lo recuerde, y quede mi Obra como testimonio de esta visión, jamás saldrá de mi boca el origen de la misma. ¡Como lo habéis advertido al comienzo, os respondo de ello con mi vida! Empero –aquí entrecerró los ojos y reflexionó en voz alta, para sí mismo– ¿qué es la Muerte, frente a la posibilidad aún más aterradora de perder el favor de la Madre de Dios, de fallarle a Ella? ¡Cumpliré! –dijo ahora gritando– ¡Oh, sí. Cumpliré. Por Ella Cumpliré!

         –¿Os creéis capaz de tallar la estatua que necesitamos? –interrogó Birsa, sin muchas contemplaciones por el estado místico del monje escultor.

         –¡Oh sí! ¡Pondré todo mi Arte, y la Inspiración Divina que ahora me embarga, para dar el acabado más perfecto a esta imagen! –y señalaba los dibujos esbozados a carbonilla sobre el fino cuero del pergamino.

         En estos se exponía una Madre Sublime, dotada de un bello rostro de rasgos israelitas y vestido de igual nacionalidad, cubierta la cabeza con una mantilla larga, hasta más abajo de la cintura, y sosteniendo al Niño con la mano izquierda, mientras en la derecha portaba un cetro coronado con Granada. El cuerpo de la Madre daba la impresión de estar levemente inclinado hacia la izquierda, quizá para dejar que el Niño Divino ocupase el centro de la escena. El Niño, por su parte, miraba de frente y bendecía lo observado con un gesto de la mano derecha, en tanto que en la izquierda sostenía una sphaera orbis terrae. Ambos, la Madre y el Niño, estaban coronados: la Madre lucía Corona de Reina, que el imaginero anotaba, debía construirse de oro puro; y el Niño tenía sobre un aro de plata en halo, tres flores de almendro separadas proporcionalmente: del sexto pétalo de cada flor, brotaban nueve rayos, símbolo de los Nueve Poderes del Messiah. A los pies de la Virgen, diversos símbolos, como caracoles y peces, indicaban la naturaleza marina de la advocación: Ella misma se hallaba posada sobre las olas.

         –Hasta cierto punto confiaremos en vos, aunque igualmente seréis vigilado –amenazó Birsa, luego de examinar el bosquejo–. Nos agrada lo que habéis visto y lo que pensáis hacer. ¡Sois afortunado, Siervo de Dios! Ahora retiraos a vuestra celda, que mucho tenéis para orar y meditar.

 

         Momentos después estaban nuevamente los seis reunidos frente al Sepher Icheh.

         –¿Qué es lo que vio el monje, Oh Inmortales? De cierto que no ha sido esta figura de la página lamed, –preguntó el Abad de Claraval.

         –De cierto que no, –respondió Birsa– Bera ha hecho comer al escultor un grano de este fruto –y señaló la granada Binah.

         –En efecto; –confirmó Bera– hemos permitido al monje asomarse al Séptimo Cielo, al Palacio donde mora el Messiah, en los amorosos brazos de su Madre Binah. Y él ha visto a la Madre y al Messiah, a la Pareja Divina de los Aspectos de YHVH que rigen el Séptimo Cielo: la Madre Binah, derramando la Inteligencia creadora de YHVH Elohim con el Fuego Caliente de Su Amor; y el Soplo de YHVH que es el Alma del Messiah, el Niño cuya Forma es la de Metatrón, cuya cabalgadura es Araboth, las nubes, cuya ronda se realiza sobre las aguas de Avir, el Eter, y cuya Manifestación es la Shekhinah, el Descenso de YHVH en el Reino. Hemos hecho esto porque necesitamos que se represente esa visión sobre una Primera Piedra, y se exhiba en la Rábida, en reemplazo de la estatua del Obispo Macario que custodian los Templarios. La talla se realizará en secreto y, cuando esté lista, vosotros la sustituiréis con la mayor discreción. Se afirmará entonces, con más énfasis que nunca, que la misma es obra del Evangelista, que el propio San Lucas la talló en el siglo I. Es importante que así se haga porque Quiblón, algún día llegará a Rus Baal a confirmar su clave, que será S.A.M., es decir, Shekhinah, Avir, Metatrón, la clave universal del Messiah: por la imagen nueva de la Virgen de los Milagros, él sabrá que allí se manifestará la Shekhinah para dotarlo del Verbo de Metatrón a través de Avir, el Eter.

         Como sabéis, esta imagen del Arbol Rimmón Sephirótico, simboliza a Adam Ilaah, el Hombre de Arriba, también llamado Adam Kadmon, el Hombre Primordial, es decir, la Forma Humana de YHVH, la cual se reproduce en Adam Harishón, el hombre terrestre. En los frutos del Divino Granado de la Vida están los Diez Nombres-Números arquetípicos con los cuales El adoptó dicha Forma y dio existencia a todos los entes creados. Estos Nombres-Números llamados Sephiroth son el nexo entre la Unidad de YHVH y la pluralidad de los entes: para YHVH, los Sephiroth son idénticos y uno con El Uno; para el Mundo, los Sephiroth son distintos y dan existencia a lo múltiple que constituye la realidad. Visto desde el Mundo, por Nosotros, los Seres Creados, los Diez Sepiroth emanan sucesivamente de El Uno sin dividirlo, y brotan del Arbol Rimmón.

         El primer fruto es Kether, la Corona de Ehyeh, el Aspecto esencial de YHVH: bajo Kether recién está el Trono de Dios, el Más Alto de la Creación. Kether es el Santo Anciano, attiká kadisha, o más aún, el Anciano de los Ancianos, attiká deatikim. El se sienta en el Trono y hasta El solo llega Metatrón, quien a veces desciende hasta los hombres, como habló con Moisés en el Sinaí, y los conduce ante el Anciano de los Días. El es el que dijo a Moisés –“Yo Soy El que Soy”, Ehyeh Asher Ehyeh [Exodo, 3,14]. El Poder de Ehyeh se extiende directa-mente sobre los Seraphim o Serafines, Haioth Hakadosch, es decir, Almas Santas, Angeles Constructores del Universo.

         De Kether surge el segundo de los Sephiroth, la Sephirah Hokhmah, la Sabiduría de Yah, el Dios Padre. La Hokhmah es el Divino Pensamiento de todos los entes: nada hay que haya existido, exista, o vaya a existir, que antes no estuviese en potencia en la Hokhmah; muchos son los granos de este Fruto, Padre de todos los frutos de la Tierra. Esta misma imagen del Arbol Rimmón es producto de la Sephirah Hokhmah, que en este caso se revela a sí misma. Quien se hace presente en la Hokhmah, e introduce a los hombres en la esfera del Padre, es Raziel, el Angel que escribió para Adán el Primer Libro de la Ley.

         Pero la Sabiduría del Padre cruza del canal dahat y se refleja en Binah, la Tercera Sephirah, cuya Inteligencia Divina es necesaria para que se concrete la creación de los entes pensados. Binah es la Gran Madre Universal: por Ella la Sabiduría del Padre produce los frutos de los Mundos y del contenido de los Mundos. El Fuego Caliente de su Amor Universal inunda el Eter Avir y transmite a todos los Mundos la Inteligencia de YHVH Elohim, el tercer Aspecto de El Uno. Bajo su Poder se encuentran los enérgicos Angeles Aralim, que actúan en la esfera de Saturno, pero el Angel principal, el que comunica al hombre con la Divina Madre, es Zaphkiel, el que fuera guía de Noé, el gran nave-gante: Binah es, pues, Señora de Marinos.

         –Kether, Hokhmah y Binah constituyen el Gran Rostro del Anciano, Arikh Anpin: los siete Sephiroth de Construcción que restan forman, a su vez, el Pequeño Rostro de Dios, reflejo de El Gran Rostro y primer acceso a El Uno que el hombre puede obtener partiendo de cualquier cosa creada.

         –Los siguientes Sephiroth son Numeraciones emanadas de la Trinidad esencial Kether, Hokhmah y Binah: Hoesed y Netsah, que se encuentran a la derecha del Arbol Rimmón, son masculinas como el Padre; Din y Hod, femeninas como la Madre, fructifican a la izquierda del Granado. En la columna central de un tronco, crecen los frutos neutros, que sintetizan los opuestos de las dos trinidades sucesivas: Din, Tiphereth, Hoesed, crea-dora y productiva, y Hod, Yesod, Netsah, ejecutora y concretadora de los entes. Por último, está en el centro Malkhouth, el Reino, que refleja a Kether, la Corona, y es la síntesis manifiesta de la Forma de El Anciano de los Días: por el Reino desciende la Shekhinah a la Tierra, y el Reino de Dios se concretará en la Tierra cuando la Shekhinah tome la forma del Pueblo Elegido, Gobernada por el Rey Messiah.

         El cuarto Sephiroth es, pues, Hoesed, la Gracia de Elohai, Su Misericordia y Piedad. Es La Mano Derecha de YHVH y bajo Su Poder se hallan esas criaturas de los Cielos llamadas Dominaciones o Hasmalim, que actúan en la esfera de Júpiter. El Angel principal es Zadkiel, que fuera guía de Abraham.

         El quinto Sephiroth es Din, el Rigor de Elohim Gibor. De este fruto procede la Ley de Dios, y sus granos son las Sentencias de Su Tribunal: todo acto humano, y todo ente de la Creación, deben someterse al Juicio, de Geburah, de Elohim Gibor. Es La Mano Izquierda de YHVH y bajo Su Poder están las Potestades denominadas Seraphines, que influyen en la esfera de Marte. Su Angel principal es Kamael, el protector de Sansón.

         El sexto Sephiroth es Tiphereth, la Belleza de YHVH. Unido con las Sephirah Hoesed y Din conforman la tríada productora de los entes creados, Din, Tiphereth, Hoesed, pero en realidad Tiphereth es el Corazón de YHVH, el asiento del Fuego Caliente de la Gran Madre Binah. En Tiphereth, las Formas adquieren la perfección arquetípica de la Belleza Suprema: los actos de los hombres, inspirados en Tiphereth, sólo pueden ser actos de Amor; y los entes creados, se hallan religados entre sí por el Amor Universal que irradia el Corazón de YHVH. En Tiphereth todo es Bello y Perfecto, porque la Sabiduría Hokhmah de las cosas pensadas perfectas, y la Inteligencia Binah de su concepción, producidas por la Gracia Hoesed y ajustadas al Rigor Din de la Ley, brillan en su Fruto. Mas Tiphereth no es una Granada sino una Fresa, es decir, una Rosa, otra parte del Mensaje Uno del Amor de YHVH hacia el Hombre Anímico. La Fresa Tiphereth se transforma en Rosa cuando el Corazón del Hombre terrestre alberga el Fuego Caliente de la Pasión Animal. Bajo Su Poder se encuentran los Angeles que operan a través de la esfera del Sol, las Virtudes llamadas Malachim. Y existen aquí dos poderosos Angeles: uno, Rafael, que fue guía de Isaac; y otro, Peliel, que dirigió el destino de Jacob. Actúan también aquí unos Angeles que deberían estar más alto: son los Seraphim Nephilim que los Atlantes blancos acusan de “Angeles Traidores”, pero que en verdad sirven a YHVH con enérgica dedicación, llevando adelante sus Planes de progreso humano y favoreciendo la creación de la Sinarquía Universal del Pueblo Elegido. Ellos fundaron la Fraternidad Blanca y fijaron su residencia en el Corazón de YHVH; y de Ellos depende la Jerarquía Oculta de Sacerdotes de la Tierra.

         El séptimo Sephiroth, Netsah, revela la Victoria de YHVH Sebaoth, el Dios de los Ejércitos Celestes. Es La Columna Derecha del Templo, Jaquim, y bajo Su Poder están los Principados o Elohim, los Angeles que influyen desde la esfera de Venus. Cerviel, el Angel director de David, la preside.

         El octavo Sephiroth es Hod, la Gloria de Elohim Sebaoth, la Columna Izquierda del Templo, Boaz. Domina a los Arcángeles Ben Elohim, que se expresan desde la esfera de Mercurio: Miguel, el inspirador de Salomón, es aquí el Angel principal.

         El noveno Sephiroth es Yesod, el Fundamento de la Creación de YHVH Saddai, el Todopoderoso. Es el órgano reproductor de YHVH, y, conjuntamente con Netsah y Hod, compone la última tríada constructora o ejecutiva: Hod, Yesod, Netsah. Su Poder abarca a los Angeles conocidos como Querubines, que se manifiestan desde la esfera de la Luna, y su Angel principal es Gabriel, protector de Daniel.

         Y el décimo Sephiroth es Malkhouth, el Reino de Adonai Melekh, el Señor Rey de la Creación, reflejo último del Anciano de los Ancianos. Por eso bajo Su Poder se sitúan todos los miembros de la Jerarquía Oculta y de la Fraternidad Blanca, los Issim del Pueblo Elegido. Y por eso su Angel principal es Metatrón, el Alma del Messiah. Malkhouth es la Madre Inferior, como Binah es la Madre Superior, mas, si el des-censo de la Madre Inferior se exterioriza en el Pueblo Elegido, éste pasa a ser la Shekhinah, la Esposa Mística de YHVH.

 

 

 

 

Trigesimoprimer Día

 

 

 

Todo esto, vosotros lo conocéis bien –agregó Bera, que era quien estaba describiendo el dibujo del Sepher Icheh– pero he repetido lo esencial para evitar malentendidos, pues enseguida explicaremos el Misterio de la Piedra de Fuego. Semejante explicación, que fue a Nos solicitada por el Gran Maestre del Temple, requiere la comprensión previa y exacta de la Obra de El Uno, de la Creación de YHVH, de Su Manifestación en lo Creado como Arbol Rimmón de los Principios inmanentes y absolutos, de su triple principio de la acción inmanente, Shekhinah, Avir, Metatrón.

         Suspiró, aliviado, el Gran Maestre, quien ya temía que la explicación pedida no llegase nunca.

         –Observad las raíces del Granado de la Vida: surgen del décimo Sephiroth, el Reino, que lleva en su tronco el Signo de la Almendra. Como el candelabro Menorah, las raíces son siete y culminan en los cálices de la flor de Almendra, donde se asoman al Mundo terrestre los Ojos de YHVH, los Ojos que nunca duermen, los Ojos que lo ven todo, los Ojos que viera el Profeta Zacarías. Estas raíces ópticas del Arbol de YHVH representan a Israel Shekhinah, al Pueblo Elegido, siendo Uno con El Uno, es decir, muestran la concreción del Plan, muestran al Pueblo Elegido ejerciendo el Gobierno Mundial en Nombre de El Uno: en verdad, será el inefable Uno quien se mostrará en la Shekhinah de Israel al Final del Tiempo.

         –Dijo el Profeta: –prosiguió Birsa– “Así dice YHVH: el Cielo es mi Trono, y la Tierra la Piedra de Fuego bajo mis pies”. YHVH descansa, pues, sus pies, las raíces del Arbol Rimmón, sobre una Piedra de Fuego que no es otra más que el Alma del Messiah, manifestada en la Shekhinah: esa Piedra terrestre, es la réplica de Metatrón, el Hombre Celeste, Arquetipo de todos los hombres de barro caliente. Porque esa Piedra de Fuego, que estaba desde el Principio de la Creación, pero que no fue empleada por los Constructores, encajará con justeza al Final del Tiempo, cuando el Tiempo sea terminado y se constituya en Piedra Angular, Clave de Bóveda de todo el edificio: “La Piedra que el Cantero desechara, se ha tornado Piedra Angular” [Salmo, 118,22]. ¿Y dónde se asienta esa Piedra de Fuego, el Alma del Messiah, Metatrón, que es modelo de todos los hombres de barro caliente? Según el Profeta: “Por eso, dice Adonai YHVH: Aquí estoy Yo poniendo en Sión el cimiento de una Piedra, una piedra probada, angular, preciosa, fundamental, cimentada; quien crea, no se moverá de aquel cimiento” [Isaías, 28,16]. Los hombres mortales, Piedras de Barro, serían al Final como la Piedra de Fuego, como Metatrón, el Hombre Celeste; serían así cuando el Templo estuviese listo, y cada uno ocupase su lugar en la construcción, de acuerdo al modelo del Messiah; serían así en los días en que el Reino de YHVH se concretase en la Tierra; y reinase el Rey Messiah; y la Shekhinah se manifestase como el Pueblo Elegido. Porque sólo para Israel ha creado YHVH el Reino y el Rey: ningún pueblo Gentil ha sido nunca un verdadero Reino, aunque lo haya parecido, ni ha existido un verdadero Rey, fuera del Pueblo Elegido: por eso el Nombre Melquisedec, del Supremo Sacerdote de nuestra Orden, significa en realidad “El que destrona a los Reyes” y no “El Rey de Sedec” como hemos  hecho creer a los Gentiles. Melquisedec, y los que pertenecemos a su Orden, hemos de destruir todo falso Reino y todo falso Rey antes de que se reproduzca en la Tierra el verdadero Reino de YHVH, Malkhouth, con el Gobierno Mundial del Pueblo Elegido.

         Sin embargo, Sacerdotes, el Plan de Dios ha sido trastornado y ahora será necesario sacrificar a los hombres de barro en un Holocausto de Fuego, al Final del Tiempo, justamente cuando el Templo esté levantado y el Reino se realice en la Shekhinah de Israel: como Os aseguramos, la Piedra de Fuego deberá ser lavada con lejía para borrar su Señal Abominable. La Piedra de Fuego, que era un Arquetipo Puro al Principio del Tiempo, se multiplicó, sin perder su singularidad en El Uno que caracteriza a todos los Sephiroth: y cada Piedra de Fuego, idéntica a la del Principio, era un Alma que alcanzaría la perfección al Final, al ser como todas Una con El Uno; el hombre de barro llegaría así a ser Piedra de Fuego, semejante a Metatrón: para ello sólo debería cumplir la Ley y desplazarse en el Tiempo hacia el Final, donde estaba la Perfección. Pero he aquí que Ellos, los Seraphim Nephilim, creadores de la Fraternidad Blanca, grabaron el Signo Abominable en la Piedra de Fuego sobre la que cada Alma de los hombres de barro se asienta. Y el Signo Abominable enfrió la Piedra de Fuego, Aben Esch, y la quitó del Final. Entonces, Sacerdotes, la Piedra que debe ser lavada con lejía al Final, es la Piedra Fría que no tendría que estar donde está, porque no fue puesta al Principio por el Creador Uno.

         Piedra Maldita, Piedra de Escándalo, Semilla de Piedra: Ellos la plantaron después del Principio en el Alma del hombre de barro y ahora se halla en el Principio. El Tiempo es el constante fluir de la Conciencia de El Uno: entre el Principio y el Final del Tiempo está la Creación; y al Final del Tiempo está la Perfección del Alma como Piedra de Fuego. Es la Voluntad de YHVH que el Alma alcance la Perfección Final según el modelo de Metatrón. Pero ahora el Alma no puede ver a la Piedra Fría que lleva hundida en su seno. No la percibe hasta que ella se atraviesa en su camino y se convierte en Piedra de Tropiezo para el Alma, en Obstáculo Insalvable para alcanzar el Bien de la Perfección Final. Sin la Semilla de Piedra en el Alma del hombre de barro no habría habido Mal ni Odio hacia la Creación, la evolución se hubiese realizado por la Fuerza del Amor al creador, la Perfección Final hubiera estado asegurada para toda Alma Creada: ahora ese Plan de YHVH será imposible de cumplir, y el Juicio Din del Anciano de los Días determina que sólo quienes alcancen el Bien de la Perfección Final, en cualquier Tiempo, lleguen vivos al Final del Tiempo; en cambio los contaminados por el Mal, los hombres de barro cuyas almas incuben, aún sin saberlo, la Semilla de Piedra, serán disueltos y transformados en lejía, para lavar con ella el Signo Abominable en la Piedra de Fuego.

         –Sí, Sacerdotes: –continuó Birsa– Ehyeh creó todos los seres, incluida la Piedra. A ella la extrajo del Fuego Caliente y por eso la designó como “Piedra de Fuego”. Y puso a todos los Seres Creados en el Devenir del Tiempo, que es el Fluir de Su Conciencia: porque antes del Principio no existía nada creado salvo el inefable Ser Supremo. El Espíritu de El Uno salió al Principio del Ein Sof, el Infinito Actual, que representa la nada para todas las Almas creadas. Así El Uno, que surgió también de esa nada, sacó de ella los Seres Creados, el primero de los cuales fue el Fuego Caliente, creado el primer Día: dio así Principio al Tiempo. El Alma del hombre de barro, creada luego, comenzó a evolucionar desde entonces, en dirección a la Perfección Final. Mas esa evolución era muy lenta. Para acelerarla vinieron los Seraphim Nephilim con el consentimiento de El Uno; también surgieron de Ein Sof: a tales Angeles, nuestros enemigos denominan “Dioses Traidores”. Lo cierto es que Ellos extrajeron de la nada el Abominable Signo No creado y lo grabaron en la Piedra Caliente: y ese fue el Origen del Mal. La Piedra Señalada se transformó por ese Signo en “Piedra Fría” y se trasladó instantáneamente al Principio del Tiempo, retrocedió a la nada inicial para sostener una existencia abominable fuera del Tiempo. De entre los Seres creados, de entre las Piedras Creadas, la Piedra Fría rechazó el Orden de la Creación, se rebeló a la Voluntad de El Uno y se declaró Enemiga de la Creación. Quienes habían introducido el Signo No Creado en el Mundo, plantaron la Piedra Fría en el Alma del Hombre como Semilla de Piedra, para que creciese, madurase y fructificase, para que la fuerza de su desarrollo elevase al Alma rápidamente a la Perfección Final. Pero aquella Semilla, como dijimos, produciría un Fruto extremadamente hostil hacia el Dios Uno y Su Creación: un Fruto que sólo aceptaría existir fuera del Tiempo, antes del Principio, un Fruto que sólo ansiaría abandonar el mundo de los Seres Creados y perderse en la nada original; un Fruto que no podría ser previsto por el Alma porque su Semilla permanecería invisible desde el Principio; un Fruto al que denominarían “el Yo”. Y la causa de ese Fruto no sería la Piedra Fría, ni la Semilla de Piedra, sino esos habitantes del Abismo a los que conocéis como Espíritus Hiperbóreos. Ellos son nuestros verdaderos enemigos, mas, afortunada-mente, sólo pueden manifestarse en el Alma del hombre mediante la Piedra Fría; comprenderéis, que aquello que los encadena al Alma del hombre, sin que Ellos lo adviertan, es la Piedra Fría en el Principio. Empero, si la Piedra Caliente fue extraída del Fuego Caliente, el Fuego Frío, contraria-mente, ha brotado de la Piedra Fría: por ese Fuego Increado la Estirpe Maldita de Tharsis, que acabamos de exterminar, escapó durante siglos a nuestro control e infectó al mundo con Hombres de Piedra que pretendieron destruir las bases del Culto.

         Al parecer, los Seraphim Nephilim no contaron con que el Fuego Frío brotaría de la Piedra Fría y revelaría a los hombres luciféricos lo que Ellos denominan “Negrura Infinita de Sí Mismo”; por eso es necesario, desde que tal odioso Misterio fue posible, evitar en el Futuro que la Semilla de Piedra madure y fructifique, que nazca el Niño de Piedra que recibirá la revelación del Fuego Frío y apagará el Fuego Caliente del Corazón; es necesario lavar la Piedra Fría con Lejía para que recupere el Fuego Caliente, el Fuego que jamás debe abandonar el Corazón del hombre. En verdad, Sacerdotes, aunque Ellos culpen a El Uno, y a sus representantes terrestres, de la desgracia que los aqueja, fueron los Seraphim Hiperbóreos, los que moran en el corazón de YHVH, Tiphereth, quienes conservan el encadenamiento espiritual; cierto que éstos obraron con el consentimiento de El Uno y nadie sabe cuándo ni para qué los creó, ni por qué les otorgó, también, el Poder de extraer seres de la nada. A menos que se conceda crédito a lo que Ellos mismos afirman: que no son Seres Creados por El Uno sino que proceden, como Ehyeh, de un Mundo existente Más Allá del Ein Sof; y que su naturaleza espiritual es igual a la de El Uno. Pero creerles a Ellos sería cometer la más grande herejía contra la Hokhmah del Maestro del Todo, pues ¿acaso no declaró el Uno mismo su Unidad Absoluta y Excluyente?: “¿A quién me compararéis que se me parezca?, dice el Santo Anciano. Levantad a lo alto vuestros ojos y mirad: ¿Quién creó todo aquello?” [Isaías, 40,25]. “Así dice YHVH, Rey de Israel, su Redentor, YHVH Sebaoth: Soy el Primero y el último, y fuera de mí no hay ningún Dios. Vosotros sois mis Testigos. ¿Hay algún Dios fuera de mí? No hay otra Piedra; Yo no la conozco” [Isaías, 44,6]. “Vosotros sois mis testigos, dice YHVH, pues sois el Pueblo Elegido por Mí para que sepáis y comprendáis que Yo Soy, Ehyeh. Antes de Mí ningún Dios existió, y después de Mí no lo habrá. Yo, Yo Soy YHVH, y fuera de mí no hay Salvador. Yo Soy Dios desde siempre y también desde hoy Soy el mismo, y no hay quien escape de mi mano: haré lo que quiera ¿y quién lo cambiará?” [Isaías, 43,10]. Sí, Sacerdotes; no debemos dudar de El Uno. Pero tampoco olvidar que los Seraphim Hiperbóreos fundaron la Fraternidad Blanca a la que todos pertenecemos y en cuya Jerarquía hemos alcanzado el Más Alto Sacerdocio.

         En síntesis, de acuerdo a los planes de los Seraphim Nephilim, mientras la Semilla de Piedra se desarrollase, el Alma del hombre de barro evolucionaría indudablemente acelerada en dirección de la Perfección Final. Pero la realidad contradijo estos planes: aquel Germen del Mal, al Fructificar, lejos de impulsar al Alma a elevarse hacia la Perfección Final, la hundiría en el Terror de Abismos sin Nombre, en la Eternidad de una Negrura Infinita. Al fin, la Semilla de Piedra terminaría dominando al Alma del hombre de barro y convirtiendo a éste en un Enemigo del Creador y de la Creación, endureciendo su Corazón y tornándolo un ser carente de Amor, transformándolo en un Hombre de Piedra. Es por eso que Nosotros, los Sacerdotes Perfectos, debemos propiciar el Holocausto de Fuego, que lave con lejía al Final la Señal Abominable en la–Piedra–que–está–plantada–en–el–Alma–del–Hombre–de–Barro. –concluyó Birsa.

        

 

 

 

Trigesimosegundo Día

                                                                                                                                                                                           

 

I nmediatamente, Bera agregó lo siguiente:

         –Durante milenios, en el Continente hundido de la Atlántida, que los Gentiles jamás deben saber que existió, los Sacerdotes de El Uno lucharon contra el efecto hostil que la Piedra Fría causaba en el Alma de los hombres de barro. Se procuraba, por diversos medios, que el Espíritu Increado, encadenado al Alma por la Piedra Fría, olvidase su Origen, más allá del Ein Sof. Y los resultados fueron alentadores pues, finalmente, la sangre de los hombres de barro se había degradado de tal modo, que el Espíritu Increado era incapaz de orientarse hacia la Piedra Fría que le revelaría su Origen Divino. Hubo entonces una Edad de Oro Cultural, en la que otro Pueblo Elegido, semejante a Israel, instauró la Sinarquía Universal y se preparaba para el Reino de la Shekhinah. Fue en ese momento que algunos Hombres de Piedra, que escaparon al exterminio a que los sometían los Sacerdotes y los Seraphines Nephilim, consiguieron atraer en su ayuda a otros Serafines, llamados “Hiperbóreos”, quienes ingresaron al Universo Creado a través de la esfera de Venus. El más terrible de esos Serafines fue el conocido como Lúcifer, Phósphoro, o Héspero, ya que, enfrentando a todas las Legiones Celestes de YHVH Sebaoth, se precipitó a la Tierra para legar su propia Corona al Espíritu, encadenado en los hombres de barro. Dejó aquí, pues, la Maldita Gema del Gral, que tiene el Poder de impedir que el Espíritu olvide su Origen. Hecho esto, regresó por donde había venido, pero dejando tras de sí los gérmenes fertilizados de las Estirpes luciféricas contra las que aún combatimos, en todo semejantes a la Casa de Tharsis que acabamos de exterminar.

         Y serían esas Estirpes condenadas por YHVH, especialmente las surgidas de la Raza Blanca, las que ya no olvidarían el Origen, las que se propondrían germinar la Semilla de Piedra en todos los hombres de barro, las que desatarían la rebelión contra la Ley de YHVH y el odio a la Creación. Y así fue como se llegó inevitablemente a la Batalla de la Atlántida, que finalizó con una catástrofe planetaria. Sin embargo, el mayor Mal todavía no había ocurrido: éste sobrevino por causa de Lúcifer y de esa Mujer, La Intrusa Ama, que fue capaz de ingresar en la esfera de Venus y obtener el Secreto de las Semillas de Piedra. Sí Sacerdotes: el Serafín Lúcifer entregó a La Intrusa la Espiga de las Semillas de Piedra, que hasta entonces sólo poseían los Seraphim Nephilim. Y a su regreso el Mayor Mal se abatió sobre los hombres de barro, pues La Intrusa eligió a los más valientes y comenzó a plantar en sus corazones la Semilla de Piedra que apaga el Fuego Caliente de la Pasión Animal, el Amor de la Gran Madre Binah: cada Semilla de Piedra sería un Guerrero Sabio, un Hombre de Piedra situado fuera de la Ley de YHVH, en lugar del hombre idéntico a Metatrón que estaba destinado a ser al Final del Tiempo. Con su acto incalificable, La Intrusa, La Virgen de Agartha, ofendió profundamente a la Gran Madre Binah, a quien arrebató el Amor de numerosos Hijos: por eso es que se debe purificar esta tierra de Huelva, que por tantos siglos ha estado dedicada a su Culto Impío. Sólo así descenderá la Shekhinah en Rus Baal.

         Ella, Sacerdotes, es Nuestro Más Poderoso Enemigo, su Mal está por encima de todos los males; su Hostilidad hacia la Creación, supera a la de cualquier Hombre de Piedra; su Valor para enfrentar a El Uno sobrepasa al del Guerrero Sabio más valiente: frente a Ella, y a su Misterio Infinito, todos tiemblan de Terror; y tras el Terror y la Muerte, sólo sobreviven los Espíritus Increados, que son de su misma esencia Hiperbórea. Ella regresó de Venus, portando la Espiga de las Semillas de Piedra y trayendo en su vientre al Demonio de la Guerra, a Navután, su Hijo Increado. Todo fue una conjura del Serafín Lúcifer: El quiso que Ama tuviese un Hijo de Piedra, un Hijo que se pusiese al frente de la Raza Blanca y fundase para sus miembros un Misterio; y que los Iniciados en ese Misterio adquiriesen la Inmortalidad y recibiesen en su Corazón la Semilla de Piedra de la Virgen de Agartha.

         –¡Mirad el Sepher Icheh! –ordenó Bera, a quien esta parte de la Historia producía una extraña mezcla de Odio y Terror–. Aquí se auto-crucificó Navután, –señalaba las ramas que iban desde el tronco hasta las Granadas Hoesed y Din–. El As estuvo sujeto del Brazo Derecho y del Brazo Izquierdo del Santo Anciano, bajo su Gran Rostro y sin advertir que la Piedra de Fuego, Aben Esch, pendía sobre su cabeza. Nueve noches agonizó en la Cruz de Rimmón hasta que Frya, un Demonio Femenino tan terrible como Ama, salió de su ojo y averiguó el Secreto de la Muerte. Mas, para poder revelarlo a Navután, que acababa de morir, tuvo que comer un grano de la granada Hokhmah y transformarse en perdiz: entonces bailó para Navután la danza coja que permite salir del Laberinto de Ilusión de la Muerte; empero, aquel alimento la encadenó a la Ilusión, como a Perséfone, y no pudo regresar ya al Origen de donde había acudido para salvar a su Esposo. Es así que Frya, un nuevo Enemigo de la Creación, se quedó junto a Vides, el Señor de Agartha, la guarida de los Demonios Increados, y junto a Navután su Esposo, para llevar adelante la Guerra Esencial contra El Uno. Navután, por su parte, resucitó y reveló a los miembros de su Raza el Secreto de la Muerte mediante el Misterio del Laberinto, en cuyo curso los Iniciados reciben en su corazón la Semilla de Piedra de la Virgen de Agartha y pueden convertirse en Hombres de Piedra. Discípulos de Navután fueron los Atlantes blancos, que sembraron el Mundo de Piedras impías, los que abrieron las puertas de las Mansiones Celestes para tomarlas por asalto.

         Por eso, ¡no olvidéis, Sacerdotes, las condiciones del Pacto Cultural! Los Hombres de Piedra son nuestros más terribles Enemigos porque se han propuesto impedir la concreción de los Planes que YHVH ha dispuesto para la Humanidad: pero también lo son las Piedras de los Hombres de Piedra. No olvidéis que se deben destruir sus Piedras malditas pues en ellas podrían haber Semillas de Piedra, gérmenes de seres inconcebibles que podrían fructificar y nacer en determinados momentos de la Historia. No olvidéis que la Piedra Fría está siempre fuera del Tiempo, más allá del Principio de los Seres Creados, invisible para Nuestras Almas pero pronta a manifestar su hostilidad esencial cuando la oportunidad, es decir, el kairos, lo permita: ignoramos, pues, si de este o de aquel Meñir ha de surgir un Hombre de Piedra, pero en todo caso debemos destruirlo. No olvidéis que libramos la Guerra Esencial contra el Enemigo de la Creación, que la nuestra es la guerra entre la Lejía y la Piedra Fría, entre el Fuego Caliente y el Fuego Frío, entre lo Creado y lo Increado, entre el Ser y la Nada.

 

         Birsa retomó la palabra para referirse exclusivamente a la misión que los Inmortales dejaban a los Sacerdotes. La reunión ya tocaba a su fin y transcurrirían muchos años antes de que Ellos regresasen: quizás, entonces, como antes, como siempre, habría otros Sacerdotes para recibirlos. No debían, pues, perder palabra alguna de las que decían Ellos, ya que nadie podría repetírselas luego. Y el error, en la Orden de Melquisedec, se pagaba muy caro.

         –Ya conocéis, en parte, vuestra misión, –concedió Birsa–. Os dedicaréis con todos vuestros poderes e influencias a purificar esta región de Huelva. La Casa de Tharsis ha sido destruida y, aunque no hemos recuperado la Piedra de Venus, tampoco será utilizada en contra nuestra. Esa era una de las últimas Piedras de Lúcifer, que permitían a los Iniciados Hiperbóreos orientarse en el Laberinto de la Ilusión de la Vida; sin ellas a la mano, tranquilo podrá estar el Guardián del Laberinto, YHVH Adonai: sólo los Sacerdotes de Israel conocen la danza coja que señala la Salida. Sacerdotes: ¡el Enemigo está casi derrotado! ¡la Sinarquía del Pueblo Elegido pronto será una realidad, pronto descenderá la Shekhinah, pronto reinará el Rey Messiah! ¡Ya se vislumbra el Holocausto de Fuego! ¡Quiblón vendrá a Rus Baal a buscar a la Gran Madre Binah y exhibirá su Nombre S.A.M., Shekhinah, Avir, Metatrón; y Ella, amorosamente, plantará en su corazón la Semilla de Barro del Pardes Rimmonim, el Germen de Metatrón que será al Final Piedra de Fuego, Alma Perfecta del Pueblo Elegido!

         ¡Derribad sin miramientos los Altares de la Impostora! ¡Quitad de su mano la abominable Espiga del Odio! ¡Que nadie recuerde su Sacrilegio Esencial, sus Semillas de Piedra condenadas por YHVH! ¡Destruid sus lugares de Culto y sus Imágenes, matad hasta su memoria y, desde luego, quemad hasta las cenizas, y fabricad lejía con ella, a todos aquellos que crean en la Virgen de Agartha y ambicionen la Semilla de Piedra! ¡Sed duros, Sacerdotes, porque el Enemigo lo merece!

         ¡Levantad en cambio altares para la dulce Madre Binah! ¡Colocad en su mano la magnífica Granada del Amor de YHVH! ¡Que todos conozcan su Sacrificio Esencial, ser depositaria de las Semilla de Barro bendecidas por YHVH! ¡Construid lugares para su Culto e invocad sus Imágenes, generad en el pueblo memoria de Ella y, desde luego, premiad con las mayores dispensas a todos quienes crean en la Virgen de los Milagros, o de la Rábida, o de la Ciñuela, o de la Cinta, o de la Barca, o del Niño de Barro, o del Fuego Caliente! ¡Sed efectivos, Sacerdotes, porque los Planes de YHVH lo requieren!

         En resumen, comenzaréis por sustituir la estatua del Obispo Macario por la nueva escultura de Nuestra Señora de los Milagros, que tallará el monje de acuerdo a la visión del Sepher Icheh. A esa escultura la instalaréis en el Convento de Nuestra Señora de la Rábida, pero de inmediato os abocaréis a la tarea de propiciar la edificación cercana de un gran santuario dedicado a la Virgen de la Cinta: el mismo deberá albergar a una Hermandad de marinos y propietarios de Naos, quienes solicitarán su protección y se congregarán en torno de su Culto. El sitio ideal será un cerro cercano al Mar, desde donde se divise la ría del Odiel, la Ciudad de Huelva, Palos, La Rábida y Moguer. Y la imagen que allí se adorará, será muy semejante a la que ha visto el monje escultor, pero dotada de mayores atributos sagrados: la Gran Madre Binah exhibirá en su mano izquierda la Ciñuela, es decir, la Granada ácida de la Vida Cálida, partida en forma de vulva y mostrando por su abertura los granos de las Semillas de Barro; con la mano derecha sostendrá al Messiah, quien aparecerá completamente desnudo salvo sus pies, que tendrá cubiertos con borceguíes para disimular la renguera de Dionisio. La mano izquierda del Niño Divino estará dirigida hacia la Granada, mientras con la derecha sostendrá la cinta sephirótica, el cordel con las diez medidas del Universo, el símbolo de los navegantes de ultramar. Pero en el vestido de la Madre de Dios, bien visible y contrastado, deben estar las letras hebreas del Nombre de Quiblón, S.A.M., es decir, Samekh, Aleph, y Mem. Por último, sobre la imagen de la Virgen de la Cinta, retrataréis a dos de los Seraphim Nephilim, sosteniendo con sus manos el Símbolo Céltico de la Llave Kâlachakra.

         Haréis también otras imágenes y esculturas inspiradas en las recientes descripciones. Pero tened presente que, en todo caso, al Niño Messiah se lo debe despojar del sacrílego libro que ostenta el Niño de Piedra de la Virgen de Agartha, el Libro de la Sabiduría Hiperbórea: en su lugar, pondréis una sphaera orbis terrae, como símbolo del Poder Universal que el Rey Messiah alcanzará en el Reino de Israel Shekhinah. Parecidas a ésta, pues, serán las imágenes y esculturas que distribuiréis en todos los sitios que fuesen necesarios.

         Y ahora, ¡atención, Sacerdotes!, pues Os profetizaremos por última vez. Oíd este Mensaje, que se cumplirá en cualquier tiempo y lugar porque es Palabra de YHVH:

Dice YHVH Sebaoth: Vendrán días de Gloria para el Pueblo Elegido. Yo descenderé, Shekhinah, sobre él y Reinaré, en medio del Holocausto de Fuego en que se consumirán los impíos. Y en esos días, cuando la Gloria, y la Victoria, de Israel estén cercanas, Yo enviaré una señal inequívoca de que la hora ha llegado: Esa Señal será la caída de Granada, la Mansión de los Judíos. En verdad siempre será Granada la que marque esta hora. Granada, que estará entonces poseída por un Reino decadente, será conquistada por un naciente Imperio. Se ofrendará después el Triple Holocausto de Pueblos Gentiles; y luego Yo bajaré; y comenzará la Gloria y la Victoria de Israel. Quiblón, cuya Voz cierra la Puerta de los Infiernos y abre la Puerta de los Cielos, me ofrendará el Triple Holocausto y me Anunciará, y Anunciará así La Hora de Israel.

 

         –¡Alegraos, Sacerdotes de YHVH Sebaoth, que hoy la Estirpe de Tharsis ha sido exterminada y Nosotros os Anunciaremos la próxima Shekhinah! ¡Cumplid, cumplid con firmeza y exactitud nuestras órdenes, y pronto vendrá Quiblón para recibir el Verbo de Metatrón y celebrar el Triple Holocausto aguardado por YHVH! ¡Que la Victoria Netsah de YHVH Sebaoth os acompañe! –saludó Birsa.

         –¡Y que la Gloria Hod de Elohim Sebaoth corone vuestros esfuerzos! –se despidió Bera.

 

         Al día siguiente, los Inmortales habían partido hacia Shambalá, dejando a los cuatro Sacerdotes sumidos en sombrías cavilaciones. Desde luego, la diabólica arrogancia de Bera y Birsa se habría aplacado un tanto si hubiesen sospechado siquiera que aún existían Señores de Tharsis con vida y que la Estirpe Condenada, como el Ave Fénix, renacería de sus propias cenizas en la Casa de Tharsis.         

 

Trigesimotercer Día

 

 

Estimado Dr. Siegnagel:

        Espero tenga Ud. paciencia y tiempo suficientes para continuar leyendo. Quizás esta carta se ha extendido demasiado, pero no me ha sido posible abreviar más, pues corro el riesgo de oscurecer el mensaje que, justamente, le quiero revelar con su lectura. De cierto, que me he limitado a mencionar sólo los hechos más salientes de la compleja historia de la Casa de Tharsis; con otro criterio expositivo hubiese sido imposible llegar siquiera hasta aquí. Desde ahora trataré de resumir aún más la parte faltante, no porque el mensaje ya esté revelado, ni porque lo que sigue carezca de importancia, sino porque el tiempo se me acaba, porque presiento que Ellos están cada vez más cerca y deseo que Ud. reciba la carta antes que los Golen ejecuten la Sentencia. Sólo le pido Dr., más bien le suplico, que efectúe su lectura completa y después juzgue: sé que mi condición de “enferma mental” resta no poco crédito a su contenido si el mismo fuese juzgado racionalmente; pero, no he de negarlo, confío en que Ud. adoptará al fin otro punto de vista.

         He de abandonar, pues, a los satánicos Inmortales, quienes no tardarían en regresar al Templo de Melquisedec, para referirme nuevamente a los Señores de Tharsis. Ahora se comprenderá cómo la necesidad que la Casa de Tharsis tenía de sobrevivir influyó y dio orientación definitiva a la Estrategia del Circulus Domini Canis; y cómo esta estrategia culminó cuando la inspirada gestión de Felipe IV concretó sus objetivos.

 

         Noso de Tharsis se aprestaba a volver a la Caverna Secreta cuando la Peste hizo su presencia en la Casa de Tharsis. Enseguida comprendió que era allí el único sobreviviente y, dominando la furia guerrera que brotaba de su Espíritu, trató de evaluar con calma la situación. Tratándose de un ataque de los Golen, no cabía alentar esperanzas sobre los restantes miembros de la familia, salvo los Hombres de Piedra que, como él, eran evidentemente invulnerables. Se dispuso pues, a aguardar la confirmación de lo ocurrido con la expedición del Conde de Tarseval y, durante esa espera, comprobó con horror que los cuerpos de sus parientes se transformaban en betún de Judea. Al llegar Lugo de Braga y comenzar el pillaje, Noso no necesitó más datos para saber la suerte corrida por el Conde y sus Caballeros: y en ese momento sólo pensó en la Basílica de la Virgen de la Gruta, y en su imagen, lo más valioso que quedaba allí para un Hombre de Piedra. Sin meditarlo dos veces, corrió hasta la Iglesia, espada en mano. Una partida de quince soldados había llegado ya, quizá con intención de robar el Cáliz de Oro, y tuvo que enfrentar la furia del Guerrero Sabio: combate desigual para los almogávares y para cualquier guerrero no Iniciado, que les costó la vida.

         Al acercarse al altar, Noso, que estaba seguro de llegar primero, comprobó con asombro en la estatuilla del Niño de Piedra una mutilación: alguien había seccionado la mano de piedra que expresaba la Vruna Bala. Mas no era ése el momento de resolver el enigma. Noyo envolvió los bustos de la Virgen y el Niño con una capa y ganó a caballo la orilla izquierda del río Odiel, adonde un sendero poco frecuentado lo conduciría hacia la Sierra Candelaria.

         Las noticias sobre el exterminio de gran parte de la familia conmovió a la dura anciana: mil setecientos años antes, otra Vraya había pasado por una situación semejante. No era posible, dijo casi para sí misma, que tanto esfuerzo fuese en vano. Pese a todos los ataques sufridos hasta entonces, la Casa de Tharsis consiguió superar siempre los momentos difíciles, aunque ninguno tan crítico como el presente; pero también los progresos fueron muchos: la pauta familiar estaba casi cumplida; el Culto del Fuego Frío hacía siglos que brindaba Hombres de Piedra a los Señores de Tharsis; y habían conservado la Piedra de Venus, el más preciado trofeo para el Enemigo; sólo faltaba un último esfuerzo de purificación sanguínea, que la familia produjese un Hombre de Piedra capaz de comprender a la Serpiente con el Símbolo del Origen, es decir, a uno que fuese capaz de proyectar el Signo del Origen sobre la Piedra de Venus; ese Iniciado Hiperbóreo alcanzaría así la Más Alta Sabiduría, la localización del Origen, y la Piedra de Venus les mostraría la Señal Lítica de K'Taagar; entonces los Señores de Tharsis podrían marchar hacia el destino que les tenían reservado los Dioses Liberadores; y ese momento no parecía estar lejano, la Casa de Tharsis era consciente de la inminencia con que llegaría un Hombre de Piedra que sería Pontífice y comprendería los mayores secretos; le aguardaban con ansiedad desde hacía años pero todos estaban de acuerdo en que pronto llegaría; y las señales de los Dioses eran coincidentes. ¿Cómo, pues, cómo se producía ahora este desastre?¿en qué habían fallado?¿quizás en un exceso de confianza?¿habían subestimado una vez más al Enemigo? Sin dudas ésa era la respuesta. No se mantuvo un suficiente estado de alerta y se permitió actuar al Enemigo, al que se debería haber atacado preventivamente apenas se acercó a la región de Aracena. Siendo así, lo ocurrido estaba explicado, al menos estratégicamente, puesto que contra el conocimiento empleado por los Inmortales no tenían defensa alguna fuera de la Pureza de Sangre.

         No era posible, repetía la Vraya, que los Dioses Liberadores los hubiesen abandonado a merced de los Golen; aquel golpe no podía significar el fin de la Casa de Tharsis, no antes de haber cumplido la misión familiar; con seguridad quedarían aún con vida otros Señores de Tharsis para salvar la Estirpe y posibilitar la generación del Hombre de Piedra esperado. ¡Era necesario buscarlos! Noso de Tharsis tendría que partir y recorrer los lugares donde habitaban otros parientes, aunque no cabía albergar esperanzas sobre la supervivencia de nadie que no estuviese iniciado. Y estos últimos, los Hombres de Piedra, se hallaban todos incorporados a la Orden de Predicadores, trabajando en distintos monasterios y universidades de Francia e Italia. El Noyo viajaría de inmediato. Ella, quedaría de Guardia; racionando al máximo los víveres disponibles resistiría seis meses, luego, natural-mente, moriría allí mismo, si Noso no regresaba a tiempo.

 

         Estaba en lo cierto la Vraya: aún quedaban Señores de Tharsis con vida y con posibilidades de salvar la Estirpe; pero no era menos cierto que aquella sería la situación más crítica que jamás hubiesen enfrentado, incluyendo la destrucción de Tartessos. Esa vez lograron sobrevivir dieciséis miembros del linaje: ahora sólo quedaban ocho, contando a la anciana Vraya y al Noyo. En efecto, durante su viaje a Sevilla, Córdoba y Toledo, Noso sólo halló el luto y el temor de los parientes no sanguíneos, a quienes nada había sucedido, y supo que la Peste no conocía las distancias. Recién en Toledo se encontró con otro Hombre de Piedra, que ya estaba al tanto de que algo terrible ocurría y se disponía a viajar a Turdes: allí también habían muerto varios familiares por causa de la extraña Peste. Al conocer las graves noticias, decidió partir junto a Noso hacia Zaragosa y Tolosa, en el Languedoc, donde radicaba el Jefe de los Domini Canis. En Zaragosa comprobaron que la Muerte Final había convertido en betún a la hermosa familia de una de sus primas, madre de doce niños: los trece murieron en el mismo momento, en la misma noche aciaga; su esposo, un Caballero bizantino, talentoso profesor de griego, no tenía consuelo. Según dijo a los Hombres de Piedra, la finada le había revelado años atrás que una secta esotérica integrada por seres terribles llamados “Golen” perseguía desde antiguo a los Señores de Tharsis; al exhalar aquel grito espantoso, antes de morir, ella se había aferrado a Pedro de Creta y éste creyó distinguir la palabra “Golen”, modulada con el último aliento. Por eso juró luego, sobre los trece cadáveres, vengar aquellas muertes si en verdad eran producto de la magia negra de los Golen, tal como lo sugería la horrible descomposición que se observaba en los cuerpos: su vida, explicó Pedro, estaba destruida, y hubiese aceptado morir mil veces aquella noche antes de subsistir soportando el dolor de recordar a los que tanto amaba. Consagraría su existencia a buscar a los Golen, ahora sus propios enemigos, y trataría de cumplir su juramento; se vengaría o moriría en el intento: era evidente, dijo con inocencia, que sólo el furor que se encendía en su sangre le permitía sostenerse vivo.

         Pedro de Creta ignoraba por dónde comenzar la búsqueda cuando llegaron los monjes, parientes de su esposa, quienes seguramente sabrían orientarlo. Los Hombres de Piedra, cuyos familiares muertos se contaban por cientos, no estaban de humor para conmoverse por el pequeño drama del Caballero bizantino; no obstante, los admiró su noble ingenuidad, el valor sin límites que exhibía, y la maravillosa fidelidad de su amor. Era obvio que no tenía idea de los enemigos que enfrentaba y que carecía de toda chance ante Ellos; pero sería casi imposible que consiguiese localizarlos por sí mismo y esa impotencia constituiría su mejor protección. Se retiraban pues, los Señores de Tharsis, sin haber dicho una palabra, cuando fueron alcanzados por Pedro de Creta: el hombre no les había creído lo más mínimo; por el contrario, estaba seguro que algo le ocultaban y decidió acompañarlos; ofreció la protección de su espada a los monjes, mas, si lo rechazaban, los seguiría a la distancia. No hubo modo de persuadirlo a que abandonase su empresa. Los hombres de Piedra no tenían alternativa: o permitían que los acompañase o tendrían que ejecutarlo. Decidieron lo primero, pues Pedro de Creta era, claramente, un hombre de Honor.

 

         El jefe de los Domini Canis los estaba esperando. Se llamaba Rodolfo y había nacido en Sevilla, pero en la Orden lo nombraban como “Rodolfo de España”. Su sabiduría era legendaria, mas, por motivos estratégicos, jamás quiso descollar en los ambientes académicos y sólo aceptó aquel priorato en las afueras de Tolosa: desde su monasterio operaba el grupo más interno del Circulus Domini Canis. Procedía de la misma familia de Petreño, y tenía un grado de parentesco como de tío segundo de los monjes recién llegados, quienes eran primos entre sí. Ubicó a Pedro de Creta en un monasterio que albergaba a peregrinos laicos y luego habló con franqueza:

         –¡Lo sé todo! La Voz de la Sangre Pura me lo reveló en el momento de ocurrir. Y la mirada interna me permitió observar el Ritual de los Demonios. Ahora Ellos han partido rumbo al Templo de Melquisedec con la convicción de que consiguieron exterminar a la Casa de Tharsis. Poseemos, pues, una pequeña ventaja estratégica que debemos aprovechar acertadamente para salvar a la Estirpe de Tharsis. Este es el cuadro de situación: de España, sólo ustedes dos y la Vraya han sobrevivido; aquí, hay dos monjas, que son mis sobrinas Vrunalda y Valentina; y quedan dos Iniciados, uno en París y otro en Bolonia: a ellos ya envié mensajeros solicitándoles que se apersonen urgentemente en Tolosa. Caballeros: ¡hemos de sostener un Consejo de Familia!

 

         Quince días después estaban los siete reunidos en una cripta secreta, bajo la Iglesia del Monasterio de Rodolfo de Tharsis. En verdad, no había mucho por discutir, pues los seis restantes aceptarían todo lo que propusiese Rodolfo, de lejos el más Sabio de los Señores de Tharsis. Y no se equivocaban pues su plan, sencillo y efectivo, produjo resultados extremadamente contundentes contra la Estrategia enemiga, y permitió salvar a la Estirpe de Tharsis. Así lo expuso:

         –Ante todo, debo confirmaros que la Casa de Tharsis se debate como nunca frente a la alternativa de la extinción; y que las posibilidades de continuación de la Estirpe son mínimas: concretamente, ellas se basan en las dos Damas aquí presentes. No es desconocido para Vosotros que en toda la historia de nuestro linaje los Hombres de Piedra siempre han procedido de la herencia matrilineal: el mensaje de la Sangre Pura se transmite de hija a hija, y sólo de las Damas de Tharsis nacen los Hombres de Piedra y las Damas Kâlibur. De aquí que la principal prioridad de la Estrategia a seguir consista en enlazar a estas Damas en matrimonios convenientes para nuestros fines. Esto quiere decir que tales matrimonios deben estar rigurosa-mente bajo nuestro control: ¡todo debe ser sacrificable en favor de la misión familiar, incluso un marido estéril!

         Asintieron con un gesto Vrunalda y Valentina.

         Rodolfo continuó hablando:

         –El Circulus Domini Canis dará a todos vosotros nuevas identidades pues, naturalmente, ya no regresaréis a donde estabais hasta ahora. Los Golen jamás deberán sospechar que estamos vivos ni que ninguno de nosotros pertenece al linaje de Tharsis. Sólo retomaremos nuestros nombres el día que logremos quebrar el Poder de los Golen, sea destruyendo sus Ordenes satánicas, sea fortaleciendo al máximo el Circulus Domini Canis. Mientras tanto, trabajaremos en secreto dentro de la Orden de Predicadores y nos ocuparemos de asegurar que los matrimonios de Vrunalda y Valentina den sus frutos.

         No podremos volver a España en tanto exista la posibilidad de ser descubiertos o reconocidos. Hay que mantener la ficción de que la Casa de Tharsis efectivamente se extinguió. Sé que eso significa dejar a la Vraya abandonada a su suerte, pero ello es preferible antes de arriesgar un nuevo asedio de los Inmortales en la Caverna Secreta. Recordad que muchos han muerto para conservar la Espada Sabia y que la Vraya será sólo una más de los que entregarán su vida por tal noble misión. Empero, algún día hemos de regresar a la Caverna Secreta para restituir la Guardia. Tendremos que preveer entonces el modo de recuperar el patrimonio de la Casa de Tharsis. Para eso nada parece mejor que llevar a cabo lo siguiente: existe un Iniciado en el Circulus Domini Canis, un joven Conde catalán, quien estaría dispuesto a ceder los derechos de su rico Señorío mediterráneo, en favor de un hijo de Alfonso III, a cambio del condado de Tarseval. Descuento que el Rey de Portugal concederá esa merced, habida cuenta de las ventajas obtenidas, en prestigio y rentas, para el beneficiario del Condado catalán. Todo será arreglado por la Orden, pero hay algo más: he pensado que este Conde es el consorte ideal para Vrunalda.

         Aquí la sorpresa se pintó en todos los rostros. Vrunalda, una joven de quince años que desde los trece era novicia en Fanjeaux, enrojeció. Rodolfo explicó su plan:  

         –No os asombréis, que pronto le hallaréis razón. Entiendo que ha de parecer locura la idea de enviar a Vrunalda a España, luego de los peligros que he confirmado y de la Estrategia que he propuesto, pero os mostraré como ello puede ser posible. Si obramos con cautela y nos tomamos un tiempo prudencial para ajustar detalles, por ejemplo unos cuatro años, nada permite anticipar más peligros o dificultades, por el contrario, la presencia de Vrunalda en las tierras de la Casa de Tharsis es necesaria para que el poder carismático de la Piedra de Venus actúe sobre su simiente. Por supuesto, no la enviaremos desprotegida, pues disponemos del poder de dotarla de una nueva personalidad, cuyo cambio difícilmente será notado por los Golen. El caso es que uno de los miembros alemanes del Circulus Domini Canis es un Señor Territorial vasallo de la Casa de Suabia, viudo desde hace muchos años y consagrado a la predicación dentro de la Orden. Al morir su esposa, este Noble nos confió su pequeña hija de nueve años como novicia del monasterio de Fanjeaux, la cual falleció tres años después, más o menos para la fecha que ingresó Vrunalda. He hablado con él, y está de acuerdo en que Vrunalda ocupe el lugar de su hija; incluso está dispuesto a jurar que ella es su legítima descendiente y a morir antes que traicionar tal juramento. Se llevará a Vrunalda a su Castillo en Austria y la presentará como su hija, que ha abandonado la vida religiosa por haber sido prometida a un Conde catalán. Durante cuatro años la integrará a las costumbres alemanas y le suministrará toda la información sobre su reciente familia. Espero que al cabo de ese tiempo, Vrunalda sea capaz de pasar por una Dama germana y responder a todos los interrogatorios sobre su linaje. Por lo pronto, aquí ya hemos sustituido las lápidas y adulterado las actas de defunción del monasterio, siendo así que quien murió, y fue sepultada hace tres años, sería en este momento Vrunalda de Palencia. ¿Qué opináis ahora de este plan?

         La sonrisa iluminó los semblantes de los Hombres de Piedra, evidenciando que confiaban plenamente en el plan de Rodolfo. Aprobaron cuanto éste había propuesto, y escucharon respetuosamente el final de su exposición:

         –Con respecto a Valentina, os diré que aún no he decidido nada y que habrá que buscarle un esposo que reúna las condiciones requeridas por nosotros. Mas, de cualquier manera, debe desaparecer definitivamente como miembro de la Casa de Tharsis. Por lo tanto, os anuncio también que Valentina de Palencia, monja domínica del convento de Fanjeaux, para todos los efectos legales falleció aquella noche en que la Peste azotó la Casa de Tharsis: su muerte está asentada en las actas y posee su propia sepultura en el cementerio de la Orden. Mientras preparamos su futuro, permanecerá oculta en una granja que poseemos en San Félix de Caramán. Tal pro-piedad pertenecía a un Noble del linaje de los Raimundos, que fuera quemado por Simón de Montfort durante uno de sus avances hacia Tolosa: el único heredero vivo, hereje confeso, fue obligado a ingresar de por vida en uno de los monasterios de clausura de la Orden de Predicadores. Tras su muerte, los derechos pasaron a la Orden, que ahora ha decidido venderlos a un Caballero Romano deseoso de vivir en estas regiones y poseedor de mucho oro para pagar. Ese Caballero, “Arnaldo Tíber”, no es otro que nuestro pariente recién llegado de Bolonia, aquí presente: su misión será, pues, llevar adelante la producción de la granja y reconstruir el Castillo, que hoy se encuentra en ruinas; también deberá casarse con una Dama elegida entre las familias de los Domini Canis. Valentina tendrá que pasar por su hermana, o sobrina, hasta que su situación esté resuelta. Momentáneamente, se alojará allí el Hombre de Piedra que viene de Toledo, y secundará en todo al supuesto Caballero romano. Tened presente que seréis vasallos del Conde de Tolosa y, por lo tanto, del Rey de Francia; mas, como la Orden de Predicadores se reservará los derechos religiosos de la donación, vuestra espada estará en realidad al servicio del Papa y de la Iglesia. Y sugiero que acomodéis en el castillo, como jefe de la guarnición o mayordomo, al Caballero viudo que os ha acompañado desde España: no me caben dudas que es persona de fiar.

 

         Las cosas sucedieron según las había planeado Rodolfo, con una sola excepción que no alteró los objetivos, como enseguida se verá.

         El Rey de Portugal hizo lugar a la solicitud del Caballero catalán, fuertemente apoyado por la Orden de Predicadores, y le concedió el Condado de Tarseval. Esto ocurría un año después que la Peste causara la extinción de la Casa de Tharsis y, para entonces, los Golen habían inspeccionado minuciosamente la Villa de Turdes y la Residencia Señorial. Se irían convencidos de que no quedaban Señores de Tharsis con vida, no obstante lo cual extenderían la búsqueda a toda España y luego al resto de Europa. Pero aquellas indagaciones darían resultados negativos; o positivos, según su punto de vista, pues en todos los sitios donde habitaran los miembros de la Estirpe condenada, comprobaban que el paso de la Peste no había dejado sobrevivientes.

         El flamante Conde de Tarseval repobló la Villa de Turdes con quinientas familias de Barcelona y asentó una guarnición en la Residencia Señorial de trescientos soldados catalanes. Donde se encontraba la Capilla, al pie de la Sierra Candelaria, mandó construir una pequeña fortaleza compuesta de una torre y muralla: en adelante, aquel lugar estaría siempre bajo la observación de los centinelas del Condado. No habiendo Noyos ni Vrayas que hiciesen guardia en la Caverna Secreta, lo mejor sería mantener vigilancia sobre la Sierra para alejar a los curiosos o posibles sospechosos. Tres años después, el Conde de Tarseval viajó a Austria y contrajo enlace con Vrunalda, transformada ahora en Dama germana. La Residencia Señorial, remodelada y fortificada por los catalanes, recibió entonces a aquella tímida Señora, que jamás acababa de aprender la lengua de Alfonso X y prefería pasar las horas rezando en la iglesia de la Gruta antes que gozar de las costumbres cortesanas.

         La familia resultó prolífica en hijos e hijas con lo que la continuidad de la Estirpe de Tharsis quedó hasta cierto punto asegurada. Por lo demás, el Condado disfrutó de relativa tranquilidad durante los años siguientes, debido especialmente al cuidado que puso el Conde en no dejarse arrastrar por las luchas de intereses que sostenían los monarcas de Portugal y Castilla. Cuando el Rey Sancho IV reincorpora la región de Huelva, y le concede su señorío con carácter vitalicio a Don Juan Mate de Luna, el Condado de Tarseval pasa sin problemas a la corona de Castilla, quien confirma los derechos y las armas del Conde catalán. Igual respeto mostrarían Fernando IV  y los sucesivos propietarios y Señores del país de Huelva. En resumen, la familia que se desarrollaba en España, en los antiguos dominios de la Casa de Tharsis, cumpliría con creces las metas propuestas por Rodolfo y los Señores del Perro, aunque conservaría hasta mediados del siglo XIV el secreto de su linaje.

 

         Pero no todo ocurrió como Rodolfo lo esperaba: hubo una excepción, mas, como dije al comienzo, ello no modificó los objetivos de la Estrategia. El problema lo planteó Valentina, que era una joven llena de dones pero extremadamente apasionada. Rodolfo había concertado con un Señor de Flandes, partidario, tanto él como su familia, de los Domini Canis, el compromiso de casamiento entre su hijo y Valentina: el prometido, un Capitán a las órdenes del Duque de Flandes, estaba ciertamente conforme con la boda. Pero no así Valentina. ¿Por qué?: lo que nadie imaginó en aquel Consejo de Familia, había ocurrido en San Félix de Caramán; Valentina se había enamorado perdidamente de Pedro de Creta. Natural-mente, algo tenía de especial el Caballero bizantino puesto que ya había sido amado por otra Dama de Tharsis, su finada esposa. Pero la pasión que esta vez despertó en el Frío Corazón de Valentina, superó todos los argumentos de Rodolfo y todo razonamiento o consejo de los Hombres de Piedra; la Dama no atendía razones: o se casaba con Pedro de Creta o la Estrategia de supervivencia de la Estirpe no pasaría por ella. ¿Y qué decía a todo esto Pedro de Creta? Sin dudas estaba también enamorado, pero, afirmaba, el juramento contraído frente a su familia asesinada lo inhibía para formalizar otro casamiento: antes debía tomar venganza, castigar de algún modo a los malditos Golen. Con ese propósito había llegado hasta allí y aún aguardaba ser orientado hacia la guarida de los Demonios. Pero su pa-ciencia se agotaba y, si no obtenía pronto la dirección requerida, partiría solo, poniendo su rumbo, como Caballero errante, en manos de Dios.

         Como se ve, la situación era enredada pero no imposible de resolver. El dilema que podría presentar Pedro de Creta, sobre si sería o no digno de desposar a una Dama de Tharsis, ya estaba dilucidado de entrada con su anterior matrimonio. Su familia pertenecía a la nobleza bizantina; en el reparto de una herencia, había salido mal parado por las intrigas de ciertos familiares y, finalmente, se vio obligado a huir. Uno de los Señores de Tharsis lo conoció en Constantinopla y le ofreció aquel puesto en España. Tenía ahora treinta y ocho años; y ya expuse las circunstancias de su viudez. En principio, pues, no existía impedimento insalvable para que se concretase el anhelo de Valentina: todo se reducía a convencer al Caballero sobre la importancia de aquella unión. Pero tampoco sería tarea fácil conseguirlo, ya que habría que brindar explicaciones; y muchas. Un nuevo Consejo de Familia decidió al fin anular el compromiso con el Señor de Flandes y hablar claro con Pedro de Creta.

         Se le dijo la verdad. Se le hizo comprender que el terrible poder de los Golen no podía ser enfrentado por hombre alguno si contaba sólo con la sangre y la espada: era necesaria, también, la Sabiduría; y a Ella podría encontrarla entre los Domini Canis, con quienes le ofrecían integrarse. Pero no le ocultaron el peligro mortal que correría si su boda con Valentina de Tharsis fuese descubierta: sería consciente, dolorosamente consciente, de que en tal caso su familia podría ser nuevamente exterminada por los Golen. Pedro de Creta entendió así que el mayor daño posible al Enemigo lo causaría la constitución de una familia de la sangre de Tharsis que perpetuase en secreto la herencia del linaje. ¡Y entonces sí se mostró dispuesto a seguir el plan de Rodolfo de España!

         La presencia de Pedro de Creta se justificó por la amistad que tenía con el Barón de San Félix, esto es, con el “Caballero romano” que representaba el Hombre de Piedra, y luego por el matrimonio con la “hermana” de éste, una joven castellana de nombre Valentina. La pareja pasó gran parte de su vida recluída en el Castillo, así como la familia de Arnaldo Tíber, sin despertar jamás las sospechas del Enemigo sobre su verdadero origen. Para la explotación de la propiedad, y cubrir toda posible suspicacia entre los aldeanos, los castellanos contaron con la ayuda inestimable de una familia de villanos a quienes se había enfeudado la granja. Los Nogaret, que así se llamaban, provenían de un antiguo linaje occitano profundamente compro-metido con la “herejía cátara”, es decir, con la Sabiduría Hiperbórea. Varios de sus miembros fueron quemados por Simón de Montfort durante el sitio de Albi; el resto de la familia habría corrido igual suerte si los Domini Canis no la hubiesen protegido, aceptando en los tribunales inquisidores, que controlaban, su conversión al catolicismo y trasladándola a San Félix de Caramán. A estos bravos Cátaros, leales hasta la muerte y valientes hasta la temeridad, los unía con los Señores del Perro un mismo odio hacia la Iglesia Golen y su Dios Creador Jehová Satanás: sólo esperaban una oportunidad para contribuir en la lucha contra los planes de la Fraternidad Blanca. Y esa oportunidad los Señores del Perro se la ofrecieron, treinta años más tarde, a Guillermo de Nogaret.

 

         Pedro de Creta y Valentina de Tharsis procrearon cuatro hijos, quienes habitaron toda su vida en San Félix. Fueron seis nietos suyos, junto a otros diez familiares de Arnaldo Tíber, los que recién retornaron a España a partir del año 1315: y entre ellos iba Enrique Cretez, ante-pasado directo de Lito de Tharsis. Es claro así, Dr. Siegnagel, por qué me he detenido tanto en hablar sobre ellos: Yo desciendo directamente de aquella pareja formada por Pedro y Valentina.

 

 

 

 

Trigesimocuarto Día

 

 

 

Al iniciarse el siglo XIII, los planes de la Fraternidad Blanca parecían cumplirse inexorablemente: y sin embargo fracasaron. ¿Qué ocurrió, entonces?”. Esta era, Dr. Siegnagel, la pregunta planteada en el Día Decimoctavo. La respuesta, que ahora podrá comprender con mayor profundidad, afirmaba que dos causas exotéricas y una esotérica, y fundamental, explicaban el fracaso; sintéticamente, las causas exotéricas se centraban en dos hombres de la Historia, Federico II de Alemania y Felipe IV de Francia; empero, ellos sólo expresaban la acción de ciertas fuerzas ocultas, a las que denominé “oposición de la Sabiduría Hiperbórea”. La primer causa exotérica y la oposición de la Sabiduría Hiperbórea ya fueron expuestas. Faltaría ahora, para completar la explicación, mostrar cómo el Circulus Domini Canis aplica el Golpe de Gracia a la Estrategia enemiga dirigiendo contra sus planes los actos de Felipe IV de Francia, la segunda causa exotérica.

 

         En 1223 moría Felipe II Augusto, un Rey anestesiado por los Golen, que permaneció indiferente durante la Cruzada contra los Cátaros y permitió la consolidación de la Orden del Temple en Francia. Le sucedería Luis VIII el León, monarca física y espiritualmente débil, que participaría en 1226 de la segunda Cruzada contra los Cátaros y moriría ese mismo año. Desde entonces, y hasta 1279, gobierna Luis IX el Santo, quien deja definitivamente zanjada la cuestión del Languedoc al incorporar todos los territorios a la Corona de Francia por el casamiento, obligado, de la única hija del Conde de Tolosa con su hermano Alfonso de Poitiers. Posteriormente, el Rey güelfo de Aragón Jaime I confirmaría a Luis IX las conquistas territoriales occitanas cediendo, en el tratado de Corbeil de 1257, los derechos de Aragón sobre Carcasona, Rodes, Lussac, Bezier, Albi, Narbona, Nimes, Tolosa, etc., traicionando con ello la Causa por la que su padre, Pedro II, muriera en la batalla de Muret luchando contra Simón de Montfort; también cedería su hija Isabel para esposa de Felipe III, hijo de Luis IX. Es que este Jaime I era aquel niño que Pedro II había entregado como rehén a Simón de Montfort “para su educación”: muerto Pedro II, una delegación de Nobles catalanes gestionó frente a Inocencio III la devolución del niño, a lo que el Papa Golen accedió con la condición de que fuese educado por los Templarios de España, esto es, en la Fortaleza de Monzón, la misma donde Bera y Birsa asesinaran a Lupo de Tharsis, a Lamia, y a Rabaz. Tenía seis años Jaime I cuando fue puesto en manos de los Templarios, quienes se dedicarían durante varios años a lavarle prolijamente el cerebro y a convertirlo en un instrumento de su política sinárquica: no ha de sorprender, pues, su conducta poco solidaria con la Causa de la muerte de su padre ni la crítica que sobre los actos de éste vierte en su libro de memorias. Muy opuesta a la política güelfa de Jaime I sería, en cambio, la conducta de su hijo Pedro III el Grande, quien se jugaría entero frente a la teocracia papal.

         Así pues, al morir Luis IX el Santo, en 1270, ocupa el trono su hijo, Felipe III, llevando como Reina a Isabel de Aragón, hermana de Pedro III. En esa Epoca ocurren los hechos que he narrado ayer, vale decir, el Conde catalán reconstruye el Condado de Tarseval y Valentina se enamora de Pedro de Creta. Felipe III gobernaría hasta 1285, fecha en que le sucedería Felipe IV, el brazo ejecutor de los Domini Canis. Mas ¿qué sucede mientras tanto en la cima del Poder Golen, es decir, en el papado? Para responder hay que remontarse a la muerte de Federico II, cuando se enfrentaba en una guerra exitosa contra Inocencio IV, una guerra que amenazaba terminar para siempre con los privilegios papales: en esas circunstancias, los Golen lo hicieron envenenar en 1250. Pero el Emperador ya había causado un daño irreparable a la unidad política europea y dejaba en Italia un partido gibelino fuertemente consolidado que no se sometería fácilmente a la autoridad papal. Cabe destacar que el odio que los Golen experimentaban entonces hacia la casa de Suabia era sólo superado por el que volcaron durante milenios sobre la Casa de Tharsis: a aquella Estirpe, como a ésta, habían jurado destruir sin piedad.

         Inocencio III y los Papas siguientes, deciden despojar a los Hohenstaufen de todos sus derechos sobre Italia, es decir, sobre Roma, Nápoles y Sicilia, e impedir que algún miembro de esa Casa accediese al trono imperial. A Federico II le sucede su hijo Conrado IV, rápidamente excomulgado por Inocencio IV: muere en 1253 dejando como heredero a su único hijo, el pequeño Conradino, nacido en 1252. Como regente del niño, gobierna Sicilia Manfredo, hijo natural de Federico II. Excelente general, este Rey continúa la guerra emprendida por su padre contra el papado Golen: recibe tres excomuniones de Urbano IV, arma terrible de la época pero que no hace mella en el poderoso ejército sarraceno que ha formado. Manfredo vence en todas partes y amenaza concluir la obra purificadora de Federico II; y para desventura de Urbano IV, casa a su hija Constanza con el infante Pedro de Aragón, es decir, con el futuro Rey Pedro III. Es entonces cuando los Golen deciden realizar una maniobra ambiciosa, que sería inicialmente exitosa pero que finalmente causaría la ruina de sus planes: intentan reemplazar a la Casa de Suabia de Alemania por la Casa de los Capetos de Francia en el papel de ejecutora de los planes de la Jerarquía Blanca.

         Pese a lo que se diga, el plan no era descabellado pues, particularmente fortalecidos, pero a su vez divididos por el carácter feudal de sus Estados, los Señores Territoriales alemanes podían ser fácilmente debilitados en sus aspiraciones imperiales; de hecho el Interregno, el período actual en el que no existía acuerdo para elegir al Rey de Alemania, podía mantenerse indefinidamente. Sería ésa, entonces, la ocasión de apoyar al Rey de Francia y asignarle el papel que en un tiempo se le confió a Federico II. Pero los Golen no pensaban en el presente Rey Luis IX, personalidad fuerte y difícil de manejar, sino en su sucesor Felipe III, más débil e influenciable por los clérigos de su corte. Urbano IV ofrece el trono de Sicilia a Luis IX pero el Rey de Francia no acepta pues considera legítimos los derechos de la Casa de Suabia: quien sí acepta es su hermano Carlos de Anjou, Conde de Provenza. Este Caballero, héroe de las Cruzadas, quiere ser Rey como sus hermanos y acepta convertirse en verdugo de la Casa de Suabia. Con su intervención en los asuntos de Italia, los Golen logran comprometer a Francia en su política teocrática y se preparan a restaurar el Poder del papado según la concepción de Gregorio VII e Inocencio III: después vendrá, suponen, el Gobierno Mundial y la Sinarquía del Pueblo Elegido.

         De acuerdo a la organización feudal de los provenzales, los Señores sólo cedían tropas por cuarenta días, y a condición de no transportarlas a demasiada distancia. No pudiendo sacar nada por ese lado, la Orden Cisterciense le financia a Carlos de Anjou un ejército mercenario de treinta mil hombres. Aquella tropa de aventureros sin ley penetra en Italia en 1264 y derrota completamente a Manfredo en la batalla de Benevento: luego se entregarían a matanzas y saqueos sin par, sólo comparables a las invasiones bárbaras. En la mencionada batalla, además de Manfredo, perdieron la vida muchos Caballeros del bando gibelino, entre ellos el padre de Roger de Lauría, niño que se criara en la cámara del Rey de Aragón, Pedro III, pues su madre era Dama de Compañía de la Reina Constanza; Roger de Lauría fue, por supuesto, el genial almirante de la armada catalana, la más poderosa de su Epoca, con la que Pedro III conquistó el reino de Sicilia años más tarde.

         Muerto Manfredo, y desbaratado el partido gibelino, sólo queda el niño Conradino en Suabia como último retoño viril de los rebeldes Hohenstaufen. Carlos de Anjou acuerda con Urbano IV la usurpación de sus derechos: se hace proclamar Rey de Nápoles y se apodera de Sicilia. Inmediatamente establece un régimen de terror, orientado principalmente contra el bando gibelino; las expropiaciones de bienes y títulos, ejecuciones y deportaciones, se suceden sin cesar; en poco tiempo los franceses son tan odiados como los sarracenos de Tierra Santa. Una de las víctimas más ilustres es Juan de Prócida, el Sabio de las Cortes de Federico II y Manfredo: miembro de una noble familia gibelina, Señor de Salerno, de la isla de Prócida, y de varios Condados, no sólo sería despojado de sus títulos y bienes, sino que Carlos de Anjou cometería una cobarde violación con su esposa e hija; sólo salvaría la vida merced a la admirable prudencia con la que supo tratar al Papa Golen Urbano IV.

         Un gran clamor se eleva en los años siguientes contra la dominación francesa. En 1268 Conradino, que a la sazón contaba con dieciséis años, acude a Italia al frente de un ejército de diez mil hombres, confiando que en la península se le unirían más tropas. Carlos lo aniquila en Tagliacozzo, haciendo pasar horrible suplicio a los Caballeros que logra tomar prisioneros. Conradino, el último Hohenstaufen, trata de embarcarse para huir de Italia pero es traicionado y conducido a poder de Carlos de Anjou. Se suscita un pedido unánime para que el nieto de Federico II sea perdonado, pero Clemente IV se muestra inflexible: “la muerte de Conradino es la vida de Carlos de Anjou”; los Golen no están dispuestos a suspender el exterminio de la Estirpe que tanto mal causó a los planes de la Fraternidad Blanca.

         Luego de una parodia de juicio, Conradino es condenado a muerte en Nápoles. Antes de entregar la cabeza al verdugo, el niño demuestra su gallardía mediante un gesto que significará, a corto plazo, la virtual derrota de Carlos de Anjou: se quita un guante y lo arroja a la multitud que ha venido a observar la ejecución, mientras grita: ¡Desafío a que un verdadero Caballero de Cristo vengue mi muerte a manos del Anticristo! Un instante después es decapitado ante la presencia de Carlos de Anjou, el legado papal, numerosos Cardenales y Obispos, y decenas de Golen que no pueden ocultar su regocijo por la extinción del linaje de los Hohenstaufen: en ese momento sólo quedaba vivo el Rey de Cerdeña Enzo, hijo de Federico II, pero prisionero de por vida en un Castillo de Boloña desde 1249, quien sería prontamente envenenado para mayor seguridad. No obstante, el gesto de Conradino no sería en vano, pues aún quedaban Caballeros dispuestos a luchar contra las fuerzas satánicas: el guante es recogido por Juan de Prócida en nombre de Pedro III de Aragón, esposo de Constanza de Suabia. La hija de Manfredo, y prima hermana de Conradino, es ahora la legítima heredera de los derechos que la Casa de Suabia tiene sobre el trono de las dos Sicilias y la única esperanza del partido gibelino.

         Hay que ver en la acción desplegada desde entonces por Juan de Prócida, otro aspecto de la oposición de la Sabiduría Hiperbórea a los planes de la Fraternidad Blanca, vale decir, de la causa esotérica del fracaso de dichos planes. En efecto, aquel gran Iniciado Hiperbóreo se refugió en Aragón, junto a otros ilustres perseguidos por Carlos de Anjou y los Golen, y fue incorporado a la nobleza aragonesa. El Rey le otorgó varios Señoríos en Valencia, desde donde tomó contacto con el Circulus Domini Canis y se integró a su Estrategia. A él, más que a nadie, corresponde el mérito de haber persuadido a Pedro III sobre la justicia de la Causa gibelina. Durante años este Señor del Perro asesora al Rey de Aragón sobre los asuntos de Italia y planifica el modo de conquistarla; le secundan con ánimo entusiasta, Constanza, que desea vengar a su padre Manfredo y a la destrucción de su familia, Roger de Lauría, Conrado Lancia, y otros Caballeros sicilianos no iniciados. En 1278 Pedro III se siente lo suficientemente fuerte como para llevar a la práctica su proyecto siciliano. Envía entonces a Juan de Prócida en misión secreta a Italia y Medio Oriente.

         El Caballero siciliano viaja vistiendo el hábito domínico. Se entrevista con los principales representantes del partido gibelino de Italia y Sicilia, quienes prometen ayudar al Rey de Aragón, y en 1279 llega a Constantinopla para pactar con el Emperador Miguel Paleólogo, que está por ser atacado con una flota por Carlos de Anjou. Sin embargo, hecho que Carlos de Anjou no sospecha, no existe en ese momento en el mundo flota más poderosa que la armada catalana del Rey de Aragón. El bizantino contribuye con treinta mil onzas de oro para sostener la campaña y Juan emprende el regreso, previo paso por la isla de Sicilia; allí recoge el compromiso del Noble Alécimo de Leutini, y otros, de preparar un alzamiento contra los franceses; todas estas gestiones obedecen a la Estrategia de Pedro III, que desea evitar un enfrentamiento directo entre Francia y Aragón y prefiere que el cambio surja de un complot local contra Carlos de Anjou.

         En 1281 todo está listo para la revuelta cuando una maniobra de los Golen obliga a suspender los movimientos. Carlos de Anjou fuerza en Viterbo la elección de Simón de Brieu, un Cardenal francés altamente esclarecido sobre los planes de la Fraternidad Blanca, que profesa un odio feroz hacia la Casa de Suabia y la Causa gibelina. Toma el nombre de Martín IV e inmediatamente desata una terrible persecución de gibelinos en toda Italia: evidentemente los Golen sospechan que algo se trama contra Carlos e intentan detenerlo. Martín IV es un típico exponente de la mentalidad Golen, a la que entonces se llamaba impropiamente “güelfa”: de la pasta fanática de Gregorio VII e Inocencio III, posee además la crueldad de un Arnauld Amalric; por su instancia las matanzas, violaciones y saqueos se suceden sin cesar, sometiendo a los sicilianos a un régimen de terror insoportable: al final la misma Roma acabará rebelándosele. Pero en 1282 ese estado de cosas toca a su fin en Sicilia. Durante la celebración de la pascua, el 30 de marzo, un soldado francés intenta abusar de una joven siciliana en Palermo y, al grito de “mueran los franceses”, estalla la insurrección general: los franceses son exterminados en Palermo, Trápani, Corleone, Siracusa y Agrigento; en un día mueren ocho mil y el resto debe huir precipitadamente de la isla. Al mes no se podía hallar francés vivo en toda Sicilia.

         Fueron aquellas reacciones populares las famosas “Vísperas Sicilianas”, que no ocurrieron al azar puesto que en esos días había zarpado de Barcelona Pedro III con su poderosa armada y se encontraba en Africa, a escasa distancia de Sicilia. Sus proyectos, largamente elaborados, se llevaron a cabo con gran precisión; en junio avista varias naves sicilianas: son embajadores de Palermo que vienen a ofrecer la Corona de Sicilia al Rey de Aragón y a la Reina Constanza. Poco después desembarca en la isla en medio del júbilo general del pueblo, que se veía con ese acto de soberanía libre para siempre de la dominación francesa y güelfa. No se trataba, pues, de invasión sino de una legítima elección real: el pueblo siciliano, librado por sus propios medios de la ocupación francesa se daba sus propios reyes, restaurando así los derechos antiguos de la Casa de Suabia en la persona de la nieta de Federico II. Pero los Golen no se tragan el anzuelo.

         Observe, Dr. Siegnagel, que nuevamente los Golen parecían tener ganada la partida: no existían ya los herejes Cátaros, ni se dejaba sentir la presencia del Gral, ni había un pretendido Emperador Universal como Federico II que disputase al Papa el Poder Espiritual, ni siquiera había Rey en Alemania, y sí un Rey en Francia, Felipe III, completamente controlado por la Iglesia, y una Sinarquía Financiera Templaria en plena marcha, y un Rey francés, Carlos de Anjou, ocupando las dos Sicilias y manteniendo a raya a los luciféricos gibelinos. Pero de pronto el Golpe de Pedro III, que ellos no podían preveer porque era un producto de la Alta Estrategia de los Domini Canis, hacía resurgir el peligro del gibelinismo y amenazaba con el fracaso a los planes de la Fraternidad Blanca. Los Golen no lo iban a permitir impunemente. En  noviembre de ese año Martín IV fulmina la excomunión contra Pedro III y lo conmina a retirarse de Sicilia y amar a Carlos de Anjou, fiel vasallo del Papa. Ante la indiferencia del aragonés repite la excomunión en enero y marzo de 1283, preparando la mano para asestar a éste una puñalada por la espalda: en la última bula, en efecto, afirma que el Reino de Aragón es vasallo del Papa por compromiso de Pedro II, el abuelo de Pedro III muerto en la batalla de Muret, y que el Pontífice tiene la facultad de nombrar como Rey a quien mejor le pareciere; quita pues la Corona al excomulgado aragonés y priva de los sacramentos de la Iglesia a los pueblos y lugares que le obedecieren. El plan Golen consistía en librar una lucha a muerte contra Pedro III y ensanchar el Dominio de Francia a costa del de Aragón: sería el paso previo para que un Rey de la Iglesia fuese elevado al trono de un Gobierno Mundial, apoyado por la Sinarquía Financiera Templaria, y preparase los medios para instaurar la Sinarquía Universal.

         En ese plan, evidentemente, los Golen subestiman a Pedro III. En verdad, todos se equivocan con el aragonés pues ignoran la fuerza espiritual que ha desarrollado por influencia de Juan de Prócida y los Domini Canis. Mas éste pronto da muestras de poseer un valor a toda prueba; una intrepidez sin límites; una lealtad inquebrantable hacia los principios de la Sabiduría Hiperbórea, esto es, a la herencia de la Sangre Pura de su Estirpe, que le concede el derecho divino de reinar sin pedirle cuenta a nadie más que a Sí Mismo; y un monolítico sentido del Honor, que le dicta su Espíritu, y que lo impulsa a luchar hasta la muerte por su ideal, sin claudicar jamás. Formidable enemigo es el que han desafiado esta vez los Golen.

         La puñalada por la espalda significaba comprometer al Reino de Aragón en una guerra con Francia, lo que Pedro III justamente procuraba evitar. Creen los Golen que la presencia de Pedro III en Aragón dejará la plaza de Sicilia libre a Carlos de Anjou para consumar una nueva ocupación. Pero la isla, protegida por la armada catalana, se ha convertido en una Fortaleza inexpugnable: Pedro III se retira tranquilamente a Aragón en 1283 dejando la defensa en manos del temerario y afortunado almirante Roger de Lauría. Carlos de Anjou posee la segunda flota importante del Mediterráneo, financiada por la Orden cisterciense de Provenza, por el Reino de Nápoles, y por el Papa, pero no acierta a plantear una táctica coherente para enfrentar a Roger de Lauría, quien en sucesivos choques la irá destrozando inexorablemente. Luego de hundir algunas naves y capturar otras, se apodera de las islas de Malta, Gozo y Lípari; después se dirige a Nápoles y tiende una celada a los franceses mostrando sólo una parte de su escuadra. Carlos de Anjou está ausente y su hijo, Carlos el Cojo, Príncipe de Salerno, decide responder al desafío pensando en una fácil victoria: se lanza entonces en persecución de los catalanes con todas las galeras disponibles, chocando a poco con el resto de la armada enemiga. Fue aquélla la más importante batalla naval de la Epoca, en la que Roger de Lauría echó a pique gran número de galeras francesas, capturó otras tantas, y sólo muy pocas lograron escapar. Esta suerte no tuvo la nave capitana, que fue capturada por Roger en persona y en la que se encontraban Carlos el Cojo, Jacobo de Brusón, Guillermo Stendaro, y otros valerosos Caballeros provenzales e italianos. El hijo de Carlos de Anjou es llevado prisionero a Sicilia, donde todos reclaman su ejecución en venganza por la muerte de Conradino; sin embargo, ¡Oh misterio de la nobleza espiritual hiperbórea!, es la Reina Constanza quien lo salva y manda que lo confinen en Barcelona.

         Días después de la derrota de su hijo llega Carlos de Anjou a Gaeta mas no se atreve a atacar a los españoles; esa indecisión es aprovechada por Roger para asolar la guarnición de Calabria y hacerse de varias plazas continentales; en corto tiempo Sicilia dispone de un Gobernador en Calabria que amenaza, ahora por tierra, el dominio francés de Nápoles. Mas, cuando Carlos se decide enviar el resto de su armada a las costas de Provenza, para apoyar el avance del Rey de Francia, sus naves son tomadas entre dos fuegos frente a Saint Pol y derrotadas completamente por Roger de Lauría: ese desastre, que costó siete mil vidas francesas, representó el fin del poderío naval napolitano de Carlos de Anjou.

         A todo esto, Martín IV descarga en 1284 el golpe que, piensa, será mortal para el aragonés: mediante una Bula ofrece las investiduras de Aragón, Cataluña y Valencia al Rey de Francia para uno de sus hijos no primogénito. Acepta Felipe III en nombre de su hijo Carlos de Valois y se apresta a invadir Aragón. La gigantesca empresa guerrera será financiada ahora por toda la Iglesia de Francia. Y, como en tiempo de los Cátaros, Martín IV publica una Cruzada contra el excomulgado Rey de Aragón: las órdenes benedictinas, cluniacense, cisterciense y Templaria, agitan a Europa entera llamando a combatir por Cristo, a cruzarse contra la abominable herejía gibelina de Pedro III. Pronto Felipe III, que es también Rey de Navarra, reúne en ese país un ejército integrado por doscientos cincuenta mil infantes y cincuenta mil jinetes, formado principalmente por franceses, picardos, tolosanos, lombardos, bretones, flamencos, borgoñones, provenzales, alemanes, ingleses, etc.

         Con el concurso de cuatro monjes tolosanos que revelan a Felipe III un paso secreto por los Pirineos, los Cruzados invaden Cataluña en 1285. Rodeando al Rey, y animándolo permanentemente, van los principales Golen cistercienses, que consideran esa guerra cuestión de vida o muerte para sus planes de dominación mundial: difícilmente aquel Rey, que en modo alguno merecía el apodo de “el Atrevido”, se hubiese lanzado a la aventura de la cruzada sin la insistencia sostenida de Martín IV y la presión de los Golen franceses. El legado Papal advierte a Pedro III “que debe obedecer al Pontífice y entregar sus Reinos al Rey de Francia”, a lo que el aragonés responde: “es fácil tomar y dar Reinos que nada han costado. El mío, comprado con la sangre de mis abuelos, deberá ser pagado al mismo precio”. En Cataluña la resistencia se torna encarnizada; todas las clases sociales apoyan a Pedro III en lo que se presiente como una Guerra Total. Los Caballeros aragoneses, los infalibles ballesteros catalanes, los feroces guerreros almogávares, los sirvientes y combatientes del pueblo, detienen, hostilizan e infligen permanentes derrotas a los Cruzados. Al fin, una epidemia termina por desmoralizarlos y optan por retirarse a los Pirineos. Pero en el Collado de Paniza los está esperando Pedro III, que se ha adelantado a cortarles el paso, y se libra durante dos días la gran batalla. El ejército francés resulta aniquilado: de los trescientos mil Cruzados sólo cuarenta mil regresan vivos; el rey Felipe III muere en la campaña y a Francia le será imposible ya la conquista de Aragón. Es en estas circunstancias que accede al trono de Francia Felipe IV, el Hermoso.

 

 

 

 

Trigesimoquinto Día

 

 

 

El 7 de Enero de 1285 muere Carlos  de Anjou, enfermo y desesperado. En Marzo de 1285 fallece el Papa Golen Martín IV. Felipe III, Rey de Francia, perece el 5 de Octubre de 1285. Y al finalizar aquel fatídico año, el 11 de Noviembre de 1285, expira Pedro III de Aragón, el Rey que consiguió vencer a la fuerza conjunta de los tres precedentes y frustrar en gran medida los planes de la Fraternidad Blanca. A su muerte, sus Reinos se reparten entre sus hijos, ciñendo Alfonso la triple Corona de Aragón, Cataluña y Valencia, y Jaime la de Sicilia, sucedido por Fadrique I. Pero Juan de Prócida, y los Señores del Perro, continúan asesorando a los Reyes de Aragón.

         Así pues, con la muerte de Felipe III, los Golen suponen que sus planes están momentáneamente retrasados. Mas, ¿sólo momentáneamente retrasados o sus planes están definitivamente frustrados, sin que Ellos consigan advertirlo a tiempo? Como se verá enseguida, solo demasiado tarde comprobarán los Golen que algo muy extraño le ha ocurrido al sucesor de Felipe III. En efecto, aquel Rey, cuya educación fue confiada a los monjes más eruditos de Francia, esto es, a los domínicos, se había convertido en un Iniciado Hiperbóreo, en un potencial enemigo de los planes de la Fraternidad Blanca. ¿Cómo ocurrió tal herejía? ¿Quién lo inició en la Sabiduría Hiperbórea? La respuesta, la única respuesta posible, sería la increíble posibilidad de que dentro de la Iglesia, en la Orden de los Predicadores, existiese una conspiración de partidarios del Pacto de Sangre, un conjunto de Iniciados en la Sabiduría de los Atlantes Blancos. No sos-pechan por supuesto, de los Señores de Tharsis, a quienes consideran definitivamente extinguidos, y no aciertan a descubrir oportunamente a los culpables del desastre: el golpe será demasiado conmocionante para asimilarlo con la necesaria rapidez. Y esa perplejidad inevitable, esa sorpresa paralizante causada por la Alta Estrategia de los Señores de Tharsis y el Circulus Domini Canis, señalaría el principio del fin de la Estrategia enemiga: a partir de entonces, luego que Felipe IV desempeñase brillante-mente su misión, los Golen y la Fraternidad Blanca tendrían que esperar hasta el siglo XX antes de disponer de otra oportunidad histórica para instaurar el Gobierno Mundial y la Sinarquía del Pueblo Elegido.

         Como dije, los Golen no conseguirían contrarrestar las consecuencias de la nueva situación. Habían maniobrado por varios años para fortalecer en Europa a la Casa de Francia y de su seno les surgía un Rey hostil a la hegemonía papal. Habían cedido el terreno de la enseñanza académica a los monjes domínicos y resultaría que entre ellos estaban infiltrados los enemigos del Dios Uno. Y, lo que era peor, a aquella Orden de Predicadores se les había confiado el Tribunal del Santo Oficio, encargado de inquirir sobre la fe. Hasta entonces, la Inquisición les permitía eliminar o neutralizar oposiciones bajo la amenaza de la acusación de herejía, pero, y esto lo asumían claramente, los mayores herejes eran ellos: en adelante, deberían obrar con cautela porque sino, a semejanza del jiu jitsu, la propia fuerza del atacante podría ser vuelta en su contra.

         Imposibilitados de someterlo a la autoridad papal, los Golen intentarían infructuosamente eliminar a Felipe IV, fracaso que se debió al cerco de seguridad que los Domini Canis tendieron en torno del Rey; cuando finalmente lograron envenenarlo, en 1314, Felipe IV había reinado veintinueve años y cumplido con Honor la misión encomendada: y ante la grandeza de su obra, nada cuentan las calumnias de una Iglesia Golen derrotada y de un Pueblo Elegido que vio perderse su oportunidad histórica, aunque hayan sido repetidas sin fundamento a lo largo de setecientos años.

         Mas, durante los veintinueve años de su reinado, tampoco dispondrían de alguna personalidad política equivalente para reemplazarlo u oponerle. El Rey de Inglaterra, Eduardo I, si bien interviene en los asuntos europeos, sólo lo hace indirectamente en tiempos de Felipe el Hermoso, especialmente a través de sus aliados, el Conde de Flandes y el Duque de Guyena: su guerra encarnizada contra los escoceses lo mantiene ocupado en la isla británica. Y en Alemania, el güelfo Rodolfo de Habsburgo, elegido en 1273 para poner fin al Interregno, muere en 1291 dedicado a guerrear contra los gibelinos y a acrecentar los bienes de su Casa; le sucede Adolfo de Nassau, quien sólo reina seis años trabado en lucha con los hijos de Rodolfo; y sigue luego Alberto I, que se entendería pacíficamente con Felipe IV y convendría con éste en que el curso del Rin sería la frontera entre Francia y Alemania. Nada podían hacer los Golen con estos soberanos para enfrentar a una personalidad como Felipe el Hermoso; y ya sabemos lo que podían esperar de los Reyes de Aragón y Sicilia. Quiero mostrarle con esto, Dr. Siegnagel, que al perder el control sobre el Rey de Francia, la Estrategia de los Golen se veía seriamente comprometida.

         Durante cincuenta años el Circulus Domini Canis aguardó su oportunidad. Esta se presentó con Felipe IV, sobre el que ejercieron gran influencia desde su infancia, dado el alto número de instructores del infante que se contaban entre sus filas. Al morir Felipe III, su hijo tenía diecisiete años y había sido iniciado secretamente en la Sabiduría Hiperbórea. Es posible afirmar, pues, que al comenzar a reinar, ya disponía de un proyecto claro sobre su misión histórica; y tenía también a su lado los hombres que lo asesorarían y le permitirían ejecutar sus ideas. Porque conviene diferenciar claramente entre dos objetivos, complementarios, que se ponen como meta en ese momento: uno es el propuesto por el Circulus Domini Canis, y ya explicado, que procuraba, simplemente, detener la Estrategia enemiga e impedir que los Golen concretasen la Sinarquía del Pueblo Elegido; otro es un objetivo que, entonces, brotaba de la Sangre Pura de Felipe IV, y que consistía, como en el caso de Federico II, en expresar en su más alto grado la Función Regia. Con respecto al segundo, no hay que olvidar que en todo el linaje de los Capetos, al igual que en todas las Estirpes Hiperbóreas, existía una misión familiar plasmada por sus remotos antepasados en tiempos de la caída en el Pacto Cultural; y la Estirpe de Felipe IV era de Sangre muy Pura, aunque sus últimas generaciones hubiesen estado dominadas por los Sacerdotes del Pacto Cultural, es decir, por los monjes y Obispos Golen: aquella dinastía, en efecto, se iniciaba en 987 con el primer Rey de Francia, Hugo Capeto, hijo de Hugo el Grande y nieto del Conde de París y Duque de Francia, Roberto; éste era, a su vez, hijo de Roberto el Fuerte, miembro de la casa real sajona, investido por Carlos el Calvo, nieto de Carlomagno, con el título de Conde de Anjou, para que con sus tropas germanas detuviese los ataques normandos. En Felipe IV renacía así, como había sucedido con Federico II, un fruto que procedía de una misma raíz racial sajona y que se había desarrollado ocultamente en el fértil campo de la Sangre Pura.

         Se verá cómo ambos objetivos se alcanzan conjuntamente; cómo la Función Regia, asumida enteramente por Felipe IV, deposita en la sociedad la semilla de la nacionalidad; y cómo las medidas tomadas en su gobierno, medidas basadas en la Sabiduría Hiperbórea, iban a causar el fracaso de los planes de la Fraternidad Blanca. Lamentablemente, Felipe IV no llegaría a ver totalmente realizados sus anhelos por el mismo motivo que tampoco los alcanzara completamente Federico II: la Epoca no era propicia para la aplicación integral de una Estrategia que sólo podría culminar con la Batalla Final contra las Potencias de la Materia; una Epoca tal aún está pendiente en la Historia y quizá ya estemos entrando en ella; pero Felipe IV se aproximó bastante, lo más que pudo, a su objetivo; y en ese hecho innegable radica su Gloria.

 

         En primer lugar de importancia los instructores Domini Canis revelaron al infante en qué consistía la Función Regia del Pacto de Sangre, concepto que Federico II, setenta años antes, había comprendido claramente: Si existe un pueblo racial, una comunidad de sangre, siempre, siempre, se conformará en su seno una Aristocracia del Espíritu, de donde surgirá el Rey Soberano: el Rey será quien ostente el grado más alto de la Aristocracia, la Sangre Más Pura; quien posea tal valor, será reconocido carismáticamente por el pueblo y regirá por Derecho Divino del Espíritu. Su Soberanía no podrá ser cuestionada ni discutida y por lo tanto, su Poder deberá ser Absoluto. Nada hay Más Alto que el Espíritu y el Rey de la Sangre expresa al Espíritu; Y en la Sangre Pura del pueblo subyace el Espíritu; y por eso el Rey de la Sangre Pura, que expresa al Espíritu, es también la Voz del Pueblo, su Voluntad individualizada de tender hacia el Espíritu. De manera que nada material puede interponerse entre el Rey de la Sangre y el Pueblo: por el contrario, la Sangre Pura los une carismáticamente, en un contacto que se da fuera del Tiempo y del Espacio, en esa instancia absoluta más allá de la materia creada que se llama El Origen común de la Raza del Espíritu. Y de aquí que todo cuanto se conforme materialmente en relación al pueblo le deba estar subordinado al Rey de la Sangre: todas las voluntades deben sumarse o doblegarse frente a su Voluntad; todos los poderes deben subordinarse ante su Poder. Incluso el poder religioso, que solo alcanza los límites del Culto, debe inclinarse bajo la Voluntad del Espíritu que el Rey de la Sangre manifiesta.

         En segundo lugar, se explica a Felipe IV la caída que los pueblos del Pacto de Sangre sufren por causa de la “fatiga de guerra” y los modos empleados por los Sacerdotes del Pacto Cultural para desvirtuar, deformar, y corromper, la Función Regia. En el caso del Imperio Romano, los conceptos anteriores, heredados de los Etruscos, estaban contemplados en el Derecho Romano antiguo y en muchos aspectos se mantendrían presentes hasta la Epoca de los Emperadores Cristianos. Concretamente sería Constantino quien abriría la puerta a los partidarios más acérrimos del Pacto Cultural, cuando autoriza con el Edicto de Milán la práctica del Culto Judeocristiano; pero el daño más grande a la Función Regia lo causaría Teodosio I setenta años después, al oficializar el Judeocristianismo como única religión de estado. Comenzaría entonces el largo pero fecundo proceso en el que el Derecho Romano se convertiría en Derecho Canónico; es decir, aquello del Derecho Romano que convenía para fundamentar la supremacía del papado sería conservado en el Derecho Canónico, y el resto sabiamentre expurgado o ignorado. Ese proceso brindaría la justificación jurídica al Cesaropapismo, la pretensión papal de imponer un absolutismo religioso sobre los Reyes de la Sangre, cuyos más fervorosos exponentes fueron Gregorio VII, Inocencio III, y Bonifacio VIII.

         Antes de la decadencia del Imperio, los Reyes y Emperadores Romanos se atribuían origen Divino y ello constaba también en el Derecho Romano. La tarea de los canonistas católicos fue, si se quiere, bien simple: consistió en sustituir a los “Dioses Paganos”, fuente de la soberanía regia, por el “Verdadero Dios”; y en reemplazar al máximo representante del Poder, Rey o Emperador, por la figura de “Pedro”, el Vicario de Jesucristo. Aunque es obvio, hay que aclarar que después de estas sustituciones todo origen Divino quedaba desterrado del Derecho Canónico, que en adelante sería el Derecho oficial del mundo cristiano: Jesucristo se había presentado sólo una vez y había dicho: –“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. El derecho Divino de regir la Iglesia, y a toda su feligresía, ricos o pobres, nobles o plebeyos, le correspondía, pues, únicamente a Pedro; y, desde luego, a sus sucesores, los Altos Sacerdotes del Señor. Pedro había sido elegido por Jesucristo para ser su representante y expresar su Poder; y Jesucristo era el Hijo de Dios; y el Dios Uno en el Misterio de la Trinidad, el Dios Creador de Todo lo Existente: nada habría, pues, en el mundo que pudiese considerarse más elevado que el representante del Dios Creador. En consecuencia, si alguien osase oponerse a Pedro, si pretendiese ejercer un Poder o una Voluntad contrapuesta a la del Vicario de Jesucristo, si se arrogase un Derecho Divino, para ello, se trataría claramente de un hereje, de un hombre maldito de Dios, de un ser que por su propia insolencia se ha situado fuera de la Iglesia y al que corresponde, con toda justicia, suprimir también del mundo.

         El Derecho Canónico no dejaba, así, ninguna posibilidad para que los Reyes de la Sangre ejerciesen la Función Regia: la Soberanía real procedía ahora del Culto Cristiano; y los Reyes debían ser investidos por los sucesores de Pedro, los Sacerdotes maximus. Y si la realeza debía ser confirmada, quedaba con ello anulado el principio de la Aristocracia de la Sangre Pura, tal como convenía al Pacto Cultural. Naturalmente, como tantas veces antes, los pueblos se someterán al hechizo de los Sacerdotes y sobrevendrán los tiempos tenebrosos de la ausencia de Rey, en los cuales la Función Regia ha sido usurpada por las Potencias de la Materia. Los Reyes del Derecho Canónico no son Reyes de la Sangre sino meros gobernadores, agentes del Poder estatal, de acuerdo a la definición del Papa Gelasio I: “aparte del Poder estatal existe la Autoridad de la Iglesia, de donde procede la soberanía de aquél”. De esta idea gelasiana se deriva la teoría de las Dos Espadas, formulada por San Bernardo Golen: el Poder estatal es análogo a la “Espada temporal”, en tanto que la Autoridad de la Iglesia equivale a la “Espada espiritual”; Pedro y sus sucesores, por lo tanto, empuñarían la “Espada espiritual”, ante la que deberá inclinarse la “Espada temporal” de los Reyes y Emperadores.

         Pero nada de esto es cierto, aunque se lo codifique en el Derecho Canónico. La pretendida “Espada espiritual” de la Iglesia Golen es sólo una Espada sacerdotal. Y el Poder que un Rey de la Sangre está autorizado a ejercer por el Derecho Divino del Espíritu Eterno, no es precisamente análogo a una “Espada temporal” sino a una Espada de Voluntad Absoluta, a una Espada cuya empuñadura se encuentra en el Origen, más allá del Tiempo y del Espacio, pero cuya hoja puede atravesar el Tiempo y el Espacio y manifestarse al pueblo. En todo caso, el Rey de la Sangre empuña la Espada Volitiva, cuya acción se llama Honor, y plasma con sus toques las formas del Reino: de esos golpes de Voluntad real, de esos actos de Honor, brotará la Legislación, la Justicia, y la sabia Administración del Estado Carismático.

         Si Felipe IV desea presentarse como Rey de la Sangre, aclaran los Domini Canis, deberá restaurar previamente la Función Regia, deberá abandonar la ilusoria “Espada temporal”, que le fue impuesta a sus antepasados por los Sacerdotes del Pacto Cultural, y empuñar la verdadera Espada Volitiva de los Señores del Pacto de Sangre, la Espada que manifiesta el Poder Absoluto del Espíritu. Sin embargo, el Derecho Canónico, vigente en ese momento, legaliza la jerarquización de las Espadas de acuerdo al Pacto Cultural: primero la Espada sacerdotal, pontificia; segundo la Espada “temporal”, regia. Es necesario, pues, modificar el orden jurídico existente, circunscribir el Derecho Canónico al ámbito exclusivamente religioso y establecer un Derecho civil separado: la Función Regia exige inevitablemente la separación de la Iglesia y el Estado.

         Ahora bien: frente a esta exigencia, Felipe IV no se encontraba en la situación de iniciar algo totalmente nuevo, una especie de “revolución jurídica”; por el contrario, el Circulus Domini Canis iba preparando el terreno para ello desde los tiempos de Luis IX, abuelo de Felipe IV. A partir de esos días, en efecto, los Señores del Perro venían influyendo sutilmente en la Corte francesa para favorecer la formación de toda una clase de legistas seglares, cuya misión secreta consistiría en revisar, y actualizar, el Derecho Romano. Felipe III, el hijo de Luis IX, fue un Rey completamente do-minado por los Golen cistercienses, quienes lo mantuvieron en una ignorancia tal que, valga como ejemplo, jamás se le enseñó a leer y a escribir; su estructura mental, hábilmente modelada por los instructores Golen, correspondía más a la del monje que a la del guerrero. Los Señores del Perro nunca intentaron alterar este control pues su Estrategia no pasaba por él sino por su hijo Felipe IV; sin embargo, en su momento lograron influir para que Felipe III aprobase una Ley, aparentemente provechosa para la Corona, en la que se reservaba el derecho de otorgar títulos de nobleza a los legistas seglares; ese instrumento jurídico se hizo valer luego para promover a numerosos e importantes Domini Canis a los más altos cargos y magistraturas de la Corte, hasta entonces vedados a todas las clases plebeyas. Aquellos legistas seglares, pertenecientes al Circulus Domini Canis, se abocaron con gran dedicación a su misión específica y, para 1285, ya habían desarrollado los fundamentos que permitirían constituir un Estado en el que la Función Regia estuviese por encima de cualquier otro Poder. Felipe IV contaría de entrada, pues, con un equipo de consejeros y funcionarios altamente especializados en Derecho Romano, quienes lo secundarían fielmente en su confrontación con el papado Golen. De las más prestigiosas universidades francesas, especialmente París, Tolosa y Montpellier, pero también de la Orden de Predicadores, y hasta de la nueva burguesía instruida, saldrán los legistas que darán apoyo intelectual a Felipe IV: entre los principales cabe recordar a los Caballeros Pierre Flotte, Robert de Artois y al Conde de Saint Pol; a Enguerrand de Marigny, procedente de la burguesía normanda, así como su hermano, el obispo Philippe de Marigny; a Guillermo de Plasian, Caballero de Tolosa y ferviente Cátaro; y a Guillermo de Nogaret, miembro de la familia de villanos que habitaba en las tierras de Pedro de Creta y Valentina, en San Félix de Caramán: sus abuelos habían sido quemados en Albi por Simón de Montfort, pero él profesaba secretamente el catarismo e integraba el Circulus Domini Canis; fue profesor de leyes en Montpellier y en Nimes, antes de ser convocado a la Corte de Felipe el Hermoso.

Trigesimosexto Día

 

 

 

A partir de los conceptos precedentes, inculcados a Felipe IV por los instructores Domini Canis, se va delineando su futura Estrategia: ante todo, deberá restaurar la Función Regia; para ello, procurará separar a la Iglesia del Estado; y tal separación será fundamentada por precisos argumentos jurídicos del Derecho Romano. Mas, la participación de la Iglesia, se manifestaba en los tres poderes principales del Estado: en el legislativo, por la supremacía del Derecho Canónico sobre el fuero civil; en el judicial, por la supremacía de los Tribunales eclesiásticos para juzgar todo caso, independientemente y por encima de la justicia civil; y en el administrativo, por la absorción de grandes rentas procedentes del Reino, sin que el Estado pudiese ejercer ningún control sobre ellas. Las medidas que Felipe IV adoptará para cambiar este último punto, serán las que provocarán la reacción más violenta de la Iglesia Golen.

         Cuando Felipe IV accede al Trono, la Iglesia era política y económicamente poderosa, y se hallaba imbricada en el Estado. Su padre, Felipe III, había comprometido al Reino en una Cruzada contra Aragón que ya había costado una terrible derrota a las armas francesas. La monarquía era débil frente a la nobleza terrateniente: los Señores feudales, al caer en el Pacto Cultural, fueron otorgando un valor superlativo a la propiedad de la tierra, abandonando u olvidando el antiguo concepto estratégico de la ocupación que sustentaban los pueblos del Pacto de Sangre; por lo tanto, en tiempos de Felipe IV, se aceptaba que una absurda relación existía entre la nobleza de un linaje y la superficie de las tierras de su propiedad, de suerte tal que el Señor que más tierras tenía, pretendía ser el más Noble y poderoso, llegando a disputar la soberanía al mismo Rey. Antes de Felipe Augusto (1180-1223), por ejemplo, el Duque de Guyena, el Conde de Tolosa, o el Duque de Normandía, poseían individualmente más tierras que la Casa reinante de los Capetos. El Rey de Inglaterra, teóricamente, era vasallo del Rey de Francia, pero en más de una ocasión su dominio territorial lo convertía en un peligroso rival; eso se vio claramente durante el reinado de Enrique II Plantagenet, quien, además de Rey de Inglaterra, era también soberano de gran parte de Francia: Normandía, Maine, Anjou, Turena, Aquitanía, Auvernía, Annis, Saintonge, Angoumois, Marche y Perigord. Sólo cuando Juan Sin Tierra cometió los errores que son conocidos, el Rey Felipe Augusto recuperó para su Casa la Normandía, el Anjou, el Maine, la Turena y el Poitou. Sin embargo, Luis IX, compañero de Cruzada de Eduardo I, devolvería a este Rey inglés los feudos franceses.

         Desde el desmembramiento del Imperio de Carlomagno, y hasta Felipe III, pues, no existía nada parecido a la conciencia nacional en los Reyes de Francia sino una ambición de dominio territorial que apuntaba a respaldar el poder feudal: la nobleza era entonces puramente cultural, se fundaba en los títulos de propiedad y no en la sangre como correspondería a una auténtica Aristocracia del Espíritu. De manera que las expansiones territoriales de los antecesores de Felipe IV no tenían otro objetivo que la obtención de poder y prestigio en la sociedad feudal: de ningún modo esas posesiones hubiesen conducido a la unidad política de Francia, a la monarquía absoluta, a la administración centralizada y racional, y a la conciencia nacional. Tales resultados fueron obra exclusiva de la Estrategia de Felipe IV.

         Pero una “Estrategia Hiperbórea” no es un mero conjunto de medidas sino la estructura dinámica de una acción finalmente eficaz. La Estrategia de Felipe IV, se basaba en el siguiente concepto de la Sabiduría Hiperbórea: si un pueblo se organiza de acuerdo al Pacto de Sangre, entonces la Función Regia exige el modo de vida estratégico. Vale decir, que el Rey del Pacto de Sangre deberá conducir a su pueblo aplicando los principios estratégicos de la Ocupación, del Cerco, y de la Muralla Estratégica; complementados con el principio del Cultivo Mágico, o sea, con la herencia Atlante blanca de la Agricultura y la Ganadería. A este concepto, del que ya hablé en el Tercer Día, hay que remitirse para comprender estructuralmente el cambio de la política francesa tras el advenimiento de Felipe el Hermoso.

         En términos prácticos, la Estrategia que Felipe IV se proponía implementar consistía en la ejecución de los tres principios mencionados mediante tres hechos políticos correspondientes. Explicaré ahora, por orden, el modo cómo Felipe IV entendía tales principios, vinculados a la Función Regia, y luego mostraré cómo sus actos políticos respondían fielmente a la estrategia Hiperbórea de los Domini Canis.

         Primero: Ocupación del espacio real. Este principio admite varios grados de comprensión; obviamente, en el caso de la Función Regia, la ocupación ha de incluir esencialmente el territorio del Reino. Mas ¿quiénes debían ocupar las tierras del Reino? El Rey de la Sangre y la Casa reinante, en nombre de la comunidad racial, es decir, del Espíritu, que eso es un pueblo del Pacto de Sangre. Porque el Rey es, según se dijo, “la Voz del pueblo”, “su Voluntad individualizada”; el Rey debe ocupar el territorio del Reino para que se concrete la soberanía popular. El sistema feudal patrimonial, producto del Pacto Cultural, atentaba contra la Función Regia pues mantenía al Rey separado del pueblo: el pueblo medieval, en efecto, debía obediencia directa a los Señores Territoriales, y estos al Rey; y el Rey sólo podía dirigirse al pueblo a través de los Señores feudales. Por eso Felipe IV sancionaría una ley que obligaba, a todo el pueblo de Francia, a jurar fidelidad directamente al Rey, sin intermediarios de ninguna clase: “nada material puede interponerse entre el Rey de la Sangre y el Pueblo”. En síntesis, la Ocupación del Reino, por el Rey, “es” la Soberanía.

        

         Segundo: aplicar el principio del Cerco en el espacio real ocupado. En el grado más superficial del significado, se refiere también al área territorial: el área propia debe aislarse estratégicamente del dominio enemigo por medio del principio del Cerco; esto supone, en todo caso, la definición de una frontera estatal. Pero este segundo paso estratégico, es el que concede realidad al concepto de “Nación”: de acuerdo al Pacto de Sangre, un pueblo, de Origen, Sangre y Raza común, organizado como Estado Soberano, y ocupando y cercando las tierras de su Reino, constituye una Nación. Dentro del cerco está la Nación; fuera, el Enemigo. Sin embargo, tal separación ideal puede ser alterada por diversos factores y no es sin lucha que se llega a concretar la aplicación del principio del Cerco y a dar nacimiento a la nacionalidad: puede ocurrir, como se verá enseguida, que el área del Cerco exceda, en ciertos estratos del espacio real, al área territorial, e invada el espacio de otras naciones; pero puede suceder, también, que el Enemigo exterior penetre en el área estatal propia y amenace interiormente a la Nación. Esto último no es difícil por la naturaleza cultural del Enemigo, vale decir, procedente del Pacto Cultural: el “Enemigo Exterior” es también el “Enemigo Interior” porque el Enemigo es Uno, es El Uno y sus representantes, es decir, el Enemigo carece de nacionalidad o, más bien, es “internacional”; el Enemigo desconoce el principio del cerco y no respeta fronteras de ninguna especie pues todo el mundo es para él su campus belli: y en ese campo de guerra universal, donde intenta imponer su voluntad, están incluidas las Naciones y los pueblos, las ciudades y los claustros, las Culturas que dan sentido al hombre, y el fértil campo de su Alma. Se comprende, entonces, que el principio del Cerco es un concepto más extenso que lo sugerido a primera vista y que sólo su exacta definición y aplicación permiten descubrir al Enemigo.

         El principio se refiere, en verdad, a un Cerco estratégico, cuya existencia depende solamente de la Voluntad de quienes lo apliquen y sostengan. Por eso el Cerco abarca múltiples campos, aparte del meramente territorial: un área ocupada puede ser efectivamente cercada, pero tal área geográfica es nada más que la aplicación del principio del Cerco; no es el Cerco estratégico en sí. El Cerco estratégico no describe jamás un área geográfica, ni siquiera geométrica, sino carismática. Esto se comprueba claramente en el caso de la Nación. Los miembros de una Nación, admiten muchas fronteras nacionales además de las geográficas: los límites territoriales de Babilonia quizá estuvieron señalados por los ríos Tigris y Eufrates, pero las fronteras del temor que inspiraba su ejército nacional se extendía a todo el Mundo Antiguo; y el mismo principio puede emplearse para señalar cualquier otro aspecto de la Cultura de una Nación, el cual presentará siempre un área de influencia nacional diferente del espacio geográfico estatal. Pero, y esto es lo importante: sólo los miembros de una Nación saben dónde empiezan y terminan sus límites; quienes son ajenos a ella podrán intuir las regiones en las que se manifiesta lo nacional, pero la definición precisa la conocen únicamente aquellos que pertenecen a la Nación. Y esta percepción, que no es racional ni irracional, se dice que es carismática.

         La Sabiduría Hiperbórea afirma que el principio del Cerco determina una forma y un contenido: a la forma, la denomina “Mística”; y al contenido, “Carisma”. Los miembros de una Nación, por otra parte, son sujetos estratégicos. Una Nación, como producto de un Cerco estratégico, determina su forma Mística propia, la cual es percibida carismáticamente por los sujetos estratégicos que pertenecen a ella. Toda Mística, la nacional o cualquier otra, es independiente del tiempo y del espacio físico: su manifestación es puramente carismática. De aquí que todos quienes perciben la Mística, es decir, quienes se encuentran bajo el mismo Cerco estratégico, adquieran idéntico conocimiento sobre su forma, sin diferencia de perspectiva: tal unidad es posible porque todos los sujetos estratégicos poseen una conexión a priori, que es el Origen Común de la Sangre Pura; bajo la forma de una Mística, los sujetos estratégicos experimentan una Vinculación Carismática, que los une en el Origen, y les revela idéntica Verdad. Se entiende así, el concepto de centralidad de la Mística: todo sujeto estratégico es el Centro de la Mística; mas, como la percepción es carismática, no temporal ni espacial, es claro que el mismo centro está simultáneamente en todos los sujetos estratégicos. Con respecto a la Nación Mística, por ejemplo, hay un Centro que radica simultáneamente en todos los miembros de su pueblo, los sujetos estratégicos: cada uno de ellos proyecta el principio del Cerco en cualquier campo, sea geográfico o cultural, y recibe carismática-mente la Mística nacional; y la Nación es una y la misma para todos.

         Y ahora se comprenderá mejor Dr. Siegnagel, el carácter carismático de la Función Regia: de acuerdo con la Sabiduría Hiperbórea, si el Centro de una Mística nacional se corporiza en un hombre, éste, sin ninguna duda, es el Rey de la Sangre Pura, Líder racial, Jefe carismático, etc., de ese pueblo. El Rey de la Sangre constituye, pues, el Centro fundamental de la Mística del Reino, que es el mismo centro que radica simultáneamente en todos sus súbditos: “de manera que nada material puede interponerse entre el Rey de la Sangre y el pueblo”, pues entre ellos existe la Vinculación Carismática en el Origen común de la Sangre Pura.

 

         Al aplicar el principio del Cerco a su Reino, Felipe IV percibe la Mística de la Nación francesa y observa también, como por contraste, al Enemigo, externo e interno. ¿Quién es el Enemigo? Hay que considerar varios grados. En primer lugar, el Enemigo es todo aquel que se opone al establecimiento del Cerco estratégico: quien reconoce una frontera nacional pero no la acepta; quien presiona contra alguna de las fronteras nacionales. En este caso está, por ejemplo, otra Nación, vecina o no, pero que ejerce el poder incuestionable de expandir su cerco nacional, basado en el Derecho Divino del Espíritu a Reinar sobre pueblos racialmente inferiores y a ocupar su territorio: la polémica la decidirá la guerra, el medio por el cual se determina inequívocamente qué Nación posee la mejor Estrategia Hiperbórea y, por consiguiente, cuál es el pueblo de Sangre más Pura y quién es el Rey de la Sangre más espiritual. Pero éste es un Enemigo digno, puesto que reconoce la existencia de la Nación adversaria aunque no respeta los límites de su Cerco: con un Enemigo tal, siempre es posible pactar un acuerdo de coexistencia nacional, que no significa, desde luego, la paz definitiva, ya que no es posible suspender el efecto carismático de la Aristocracia de la Sangre Pura: tanto en una como en otra Nación, irán surgiendo líderes que intentarán dirimir la cuestión. La paz permanente no se concibe en la Estrategia nacional de los pueblos del Pacto de Sangre sino un concepto del todo diferente, conocido como Mística nacional, y que se alcanzará por ambos pueblos al final de la Guerra: el objetivo primero de la guerra nacional no es, así, la mera ocupación del territorio enemigo, ni la imposición de una Cultura ajena, ni la aniquilación del pueblo enfrentado; todos estos objetivos, puestos en primer término, obedecen a las desviaciones estratégicas introducidas por los Sacerdotes del Pacto Cultural; el objetivo principal es la incorporación de la Nación enemiga a la Mística nacional propia, la Vinculación Carismática entre ambos pueblos y la coincidencia con el Rey de la Sangre, cualquiera sea éste; y si ello supone la destrucción de una Casa real, la extinción de una Voz del pueblo, la Mística triunfante se manifestará, para todos los sujetos estratégicos en pugna, en otra Voz del Pueblo de carácter carismático superior, que los expresará a todos por igual.

         Pero, en segundo grado, hay que considerar al Enemigo que no admite siquiera el derecho de existir a las Naciones Místicas. Con este Enemigo no es posible conciliaciones de ninguna clase. Claro que él tampoco las solicita, puesto que jamás declara abiertamente la guerra, a la que dice repudiar, y prefiere operar secretamente, desde adentro del Cerco estratégico. Se propone así corromper y destruir las bases carismáticas del Estado místico y causar el debilitamiento y eventual supresión de los límites del Cerco nacional, es decir, causar la deformación y desintegración de la forma mística. Ese Enemigo, al que hay que calificar de sinárquico, cuenta en todas las Naciones, y en todos los estamentos de las estructuras estatales, con organizaciones de agentes adoctrinados en los objetivos del Pacto Cultural: tales internacionales satánicas conspiran contra la existencia misma de la Nación mística; y, por ende contra la aplicación del principio del Cerco y la Vinculación Carismática entre el Rey y el pueblo, que pone a la Nación fuera de su Control, es decir, fuera del Control de la Fraternidad Blanca, que es quien alienta, nutre y vivifica, a los internacionalismos sinárquicos. Los planes de la Fraternidad Blanca, ya expliqué sobradamente, apuntan a establecer la Sinarquía Universal del Pueblo Elegido.

         Por eso aquellas internacionales, coincidían todas en sustentar los principios del Pacto Cultural, dirigidos arteramente a debilitar los fundamentos estratégicos hiperbóreos de los Pueblos del Pacto de Sangre: Para quitar base ética a la realidad de la Aristocracia del Espíritu, fundada sobre la herencia racial del Símbolo del Origen en los pueblos de Sangre Pura, afirmaban la igualdad de todos los hombres frente al Creador Jehová Satanás. Para demostrar que el Cerco estratégico, y la Nación definida por él, era sólo una idea mezquina, elaborada por hombres mediocres, estrechos y egoístas, que jamás aceptarían el “Alto Ideal del Universalismo”, empleaban al cristianismo como instrumento para igualar culturalmente a los pueblos y los condicionaban para identificar el Principio Universal de Poder con el Papa de Roma, quien indudablemente empuñaba la Espada sacerdotal que dominaba a las Espadas temporales de los Reyes: el Papa era un verdadero Soberano Universal, que imperaba sobre los pueblos y Naciones; frente a su “Grandeza y Poder”, la obra de los Reyes de la Sangre habría de aparecer a los hombres dormidos evidentemente desprovista de carácter místico; y la Aristocracia del Espíritu y la Sangre, sería, para aquellos igualitaristas fanáticos, una creación artificial de la Nobleza, un producto de los privilegios de la sociedad feudal.

         Y para desprestigiar a la guerra como medio de afirmar la Mística nacional, proponían la utopía de la paz: una paz perpetua que se obtendría en todo caso si la humanidad entraba en la etapa del universalismo religioso, si todos los poderes seglares, las Espadas temporales, se doblegaban ante la Espada sacerdotal del Sumo Pontífice católico; entonces se acabarían las guerras y los cristianos vivirían siempre en paz, lejos de las armas y los campos de batalla, y del capricho de los Señores, entregados al trabajo y a la oración, protegidos por la justicia absoluta de los Representantes de Dios y de su Ley; un solo Gobierno Mundial retendría el Poder, y hasta sería posible que las Dos Espadas estuviesen en manos de un Papa imperial; y la paz traería riqueza para todos por igual; pero esa riqueza sería administrada justa y equitativamente por una Banca única, producto de una concentración bancaria, o Sinarquía financiera, dependiente exclusivamente del Sumo Sacerdote que detentaría el Poder Universal. El pueblo cristiano, pues, no debía dudar sobre quién representaba realmente sus intereses y a quién se debía conceder sin chistar la Soberanía Universal: el ocupante del Trono de San Pedro, el propulsor de la universalis pax, el regente de la Paloma de Israel.

         Contra esa civilización cristiana de Amor y Paz, de cultura igualitaria, se oponían las fronteras nacionales y los Reyes de la Sangre; y la civilización pagana del Odio y la Guerra, que invariablemente se producía dentro de los cercos místicos; y la Aristocracia del Espíritu; y los sujetos estratégicos que carismáticamente percibían y conocían los límites de las fronteras nacionales: contra ellos lucharía sin declarar la guerra, subversiva-mente, el Enemigo interno, y externo, de la Nación, apoyado en sus fuerzas de quinta columna, en sus organizaciones internacionales, que apuntaban, todas, al establecimiento del Gobierno Mundial y la

Sinarquía Universal del Pueblo Elegido.

         ¿Y quién era, pues, el Enemigo de la Nación francesa? Con el asesoramiento de los Domini Canis, Felipe IV determina rigurosamente la identidad del Enemigo, quien se despliega en varias alas tácticas. Por orden de peligrosidad, las distintas líneas de acción eran llevadas adelante por las siguientes organizaciones: I) la Iglesia Golen. Hacía siglos, ya, que los Golen controlaban la elección papal y, desde Roma, dirigían el mundo cristiano. Si bien el principal enemigo propiamente dicho eran los Golen, éstos se opondrían a Felipe IV como Enemigo externo a través del Papa y como Enemigo interno por medio de sus Ordenes monásticas, guerreras y financieras. II) Las Ordenes Golen benedictinas: la Congregación de Cluny, la Orden Cisterciense, y la Orden Templaria, que empleaban el Reino de Francia como base de operaciones. III) El Pueblo Elegido, con su permanente tarea corruptora y desestabilizadora. IV) La Banca lombarda, propiedad de las Casas güelfas de Italia. V) La Casa real inglesa, controlada por los Golen anglosajones y propietaria de grandes feudos en el Reino de Francia. VI) Ciertos Señores feudales vasallos del Rey de Francia, tales como el Conde de Flandes, que traicionaban al Rey en favor de la Casa real inglesa, motivados por intereses comerciales y financieros, a los que no eran ajenos los numerosos y ricos miembros del Pueblo Elegido que infectaban las ciudades flamencas e inglesas, y por la influencia antifrancesa de los Golen anglosajones.

 

                   Tercero: construir la Muralla Estratégica. Ocioso es aclarar que Felipe IV no llegó a cumplir el tercer objetivo del modo de vida estratégico pues, si tal cosa hubiese ocurrido, la historia de la Humanidad habría tomado un rumbo totalmente opuesto y no se encontraría hoy, nuevamente, en los momentos precedentes a la instauración del Gobierno Mundial y la Sinarquía del Pueblo Elegido. La aplicación del Principio del Cerco, cumplida brillantemente por Felipe el Hermoso, le costó la vida a manos del Enemigo interno, pero sirvió para señalar el fracaso total de los planes de la Fraternidad Blanca para esa Epoca. Y los Hombres de Piedra y Pontífices Hiperbóreos, que dentro del Circulus Domini Canis aguardaban la ocasión de aplicar la Sabiduría Lítica para construir las Murallas Estratégicas, tuvieron que suspender el proyecto debido a la carencia de aptitudes iniciáticas de los Reyes posteriores, que sumieron al Reino, ya convertido en Nación Soberana, en múltiples dificultades, una sola de las cuales fue la Guerra de los Cien Años.



[1] (Dordge en tibetano).