Sabiduría Hiperbórea Quinta Domínica Volver al principio

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LIBRO  CUARTO

 

 

“La Historia de Kurt Von Subermann”

 

 

 

Capítulo I

 

 

 

Corrían, corrían turbulentas las aguas y me arrastraban sin que pudiera evitarlo. Cerca, envuelta en un estruendo de ruido y espuma, la cascada absorbía torrentes de agua como una titánica garganta sedienta. Me acercaba al abismo rugiente, veía el borde, trataba de nadar inútilmente pero el agua me arrastraba. Al final caía de cabeza en el torrente. Era el fin. Me estrellaría en el fondo, contra afiladas rocas. Debía abrir los ojos. Debía abrir los ojos...

 

      Haciendo un esfuerzo supremo abrí los ojos, que fueron instantáneamente heridos por un resplandor terrible. Parpadeaba tratando de acostumbrar la vista al Sol, en tanto comprendía que me encontraba acostado en una habitación desconocida. Miraba como hipnotizado la ventana, ornada de blancos cortinados, mientras poco a poco se disipaban las brumas en que estaba envuelta mi conciencia.

      Lo primero que asumí fue el intenso dolor en la cabeza, más una especie de presión sobre el cuero cabelludo y la frente. Intenté llevar las manos a la cabeza y un nuevo dolor me punzó el sistema nervioso. Casi no podía mover los brazos, que estaban, ambos, vendados hasta el codo. El izquierdo era el más afectado y sensible, pues un pequeño movimiento parecía un suplicio; el derecho, igualmente dolorido, aparentaba estar en mejores condiciones. Con este último comprobé que un vendaje me cubría todo el cráneo hasta la frente. El movimiento fue muy penoso, rea­lizado por reflejo al recobrar el conocimiento. No obstante su fugacidad, resultó suficiente para alertar a la persona que se hallaba sentada hacia la derecha de la cama, en un ángulo tal que me impidió percibir su presencia desde un primer momento. Era un hombre enorme, de mirada aguda y voz estruendosa, el que se acercaba hacia mí con gesto preocupado y... vociferando. Más viejo que como lo recordaba desde aquella noche en mi niñez, no había cambiado mucho sin embargo: ¡era sin dudas tío Kurt!

      Su semblante se mostraba abatido y su voz penosa, diciendo incoherencias:

      –Eres mi único sobrino y casi te he matado. ¡He derramado mi propia sangre! Una maldición ha caído sobre mí. Oh Dios, mi fin está cercano ¿por qué añades esta desgracia a mis sufrimientos?...

      Te pondrás bien Arturo, hijo mío, –continuaba tío Kurt con voz dolorida– te repondrás. El Ampej Palacios te ha revisado y asegura que pronto mejorarás ¿cómo podrás perdonarme, criatura?...

      Seguía tío Kurt farfullando sin parar sus quejas y disculpas mientras mantenía clavada en mí esa potente mirada azul.

      Envuelto en un sopor creciente, haciendo esfuerzos por coordinar las ideas, re-conocí en el rostro crispado de mi interlocutor las facciones conocidas de mi madre.

      Como atontado lo miraba fijamente buscando algo para decir, cuando claramente escuché el canino sonido de un gruñido. Llegó a mis oídos procedentes de afuera de la casa y tuvo la virtud de lograr que los recuerdos se agolparan en la mente. Lo último que vi y sentí cuando exploraba la finca de tío Kurt se hizo presente como una avalancha arrolladora.

      –¿Q... ué, qué eran? –balbuceé, tratando de contener el temblor que me sacudía todo el cuerpo. En el rostro de tío Kurt se pintó un interrogante.

      –¿Cómo? –preguntó desconcertado.

      –La... las fieras –dije haciendo un esfuerzo pues sentía la lengua hinchada y dormida.

      –Ah, los dogos, –cayó en la cuenta tío Kurt–. Son perros; perros del Tíbet. Animales muy particulares, auténticos perros. Quizás la única especie que merezca ese nombre. Son animales extraordinarios, capaces de recibir un adiestramiento semihumano. –Involuntariamente abrí los ojos horrorizado y tío Kurt al notarlo se disculpó afligido:

      –Lo que ha ocurrido contigo es un accidente. Un incomprensible accidente del cual sólo Yo soy culpable. Los dogos te atacaron porque Yo lo ordené. ¡Oh Dios, sólo Yo soy responsable del más grande crimen! ¡He derramado mi propia sangre!...

      Comenzó tío Kurt a repetir las incoherencias anteriores mientras Yo iba cayendo suavemente en la inconsciencia. Los ojos se me cerraban escuchando a quien había venido a visitar con tanta ilusión, transformado en personaje de una tragedia griega, ¡por mi imprudencia e imprevisión!

      De pronto Yo también me sentí culpable; el corazón se me estrujó; intenté decir alguna disculpa pero una salvadora penumbra eclipsó mi conciencia, sumiéndome en un sueño profundo.

     

      Trataré de abreviar los detalles de mi infortunada intromisión en la vida de tío Kurt. Será una concesión en favor de otros datos que deseo poner a disposición del lector, para la mejor interpretación de esta extraña historia. Pues si a alguien se le ocurrió pensar que todo cuanto me había pasado hasta allí era más que suficiente para cubrir una cuota de hechos misteriosos, le diré que está equivocado por mucho. A esta aventura le faltaban partes importantes, diría que recién comenzaba, y si las “casualidades” notables me habían perseguido hasta entonces, lo que vendría después no le estaba a la zaga. Porque tío Kurt tenía una historia para contar. Una historia tan extraña e insólita que considerada en sí misma resultaba increíble; pero que Yo debía tomar con bastante respeto, ya que “esa” historia era parte de “mi” propia historia.

      Pero no nos adelantemos. El día que abrí los ojos, y vi por segunda vez en mi vida a tío Kurt, era el siguiente a la noche de mi desafortunada incursión por la finca. Hacía unas quince horas que permanecía inconsciente ante la desesperación de tío Kurt, que temía haberme producido una lesión cerebral grave.

      El golpe, asestado con la culata de una pistola Luger, había sido contundente y, según tío Kurt, debía agradecer la salvación a la anormal dureza del cráneo o a un milagro.

      ¿Por qué esta seguridad? porque él había golpeado con mucha fuerza; según sus palabras; la suficiente como para matar al intruso. Esta violencia se debía a que tío Kurt esperaba un atentado, un ataque de un momento a otro.

      Tenía motivos para creer en ello, como se verá, y la mala fortuna –u otra causa– quiso que Yo tuviese la malograda idea de efectuar la sospechosa visita nocturna.

      En un primer momento, luego de cerciorarse que no había más intrusos, tío Kurt me arrastró hasta la casa y se entregó a la tarea de revisar los bolsillos en busca de armas y elementos de identificación. Con la sorpresa que es de suponer, halló la Cruz de Hierro –su condecoración–, la carta de Mamá y los documentos y carnets que probaban debida-mente mi identidad.

      Según tío Kurt, se hubiera suicidado allí mismo si no fuera que inexplicablemente Yo aún respiraba. Su primer reacción fue buscar ayuda, pero, consciente de lo irregular de la situación, decidió ser sumamente cauto a fin de evitar la intervención policial. Por este mismo motivo, resultaría inconveniente recurrir a un médico desconocido que podría ponerlo en aprietos.

      Debo aclarar que tío Kurt no se había casado, por lo que vivía solo en la Sala, asistido por un matrimonio de viejos y fieles indios, los que habitaban una pequeña casa contigua. Aparte de los nombrados nunca moraban allí menos de diez peones –para atender las vides y la pequeña fábrica de dulces y arrope– pero éstos ocupaban una barraca alejada treinta metros de la Sala y no eran dignos de confianza.

      Al viejo mayordomo, de nombre José Tolaba, llamó tío Kurt desesperado golpeando la ventana de su pieza.

      –Pepe, Pepe.

      –Sí Don Cerino –contestó el viejo con presteza.

      –Ven pronto Pepe. Ha ocurrido una desgracia –gritó Kurt.

 

      Aunque solamente nombró al viejo, cinco minutos después aparecían Pepe y su mujer pues por el tono del llamado, supusieron que algo grave pasaba.

      La vieja Juana se santiguaba constantemente mientras tío Kurt y Pepe, trasladaban mi cuerpo exánime hasta un sofá del livingroom ya que los dormitorios se encontraban en el piso superior, escalera mediante.

      Perdí un poco de sangre por un profundo tajo a la altura del occipucio, pero lo más impresionante era sin duda, la forma en que los perros me destrozaron los antebrazos. Tío Kurt dejó a los viejos para que lavaran las heridas y me cuidaran y partió en busca del Ampej Palacios.

      Sacó del garaje un flamante jeep Toyota –adquirido en tiempos de la “plata dulce”– y partió velozmente, notando al salir la presencia del Ford a pocos metros del portón.

      La hora era intempestiva para buscar a cualquier médico, pero no para el Ampej Palacios.

 

      Este personaje que no es de ficción pero merecería serlo, es un médico indio mundialmente famoso por su dominio de la kinesioterapia. Ya viejo en estos años, aún atiende su humilde consultorio sin ser molestado por nadie, pues su prestigio es tan grande como la fortuna que amasó gracias a las dádivas que generosos como acaudalados pacientes fueron depositando en sus manos. El Ampej Palacios, ha hecho caminar a hombres y mujeres paralizados por años, ha hecho mover cuellos tan tiesos como un obelisco y ha enderezado tantas columnas vertebrales desahuciadas por traumatólogos de todo el mundo, que resultaría difícil de creer si no existieran para probarlo los libros de firmas.

      Estos libros son una segunda fuente turística para Santa María, pues allí hay firmas y notas de gente, de todo el mundo, que llegó hasta el Ampej Palacios a buscar una esperanza. Ricos y pobres, curas y médicos, nobles y plebeyos, todos han firmado sus libros para testimoniar la sabiduría del Ampej. Aquí no hay magia ni hechicería sino pura y simplemente Sabiduría Antigua que dinastías de Ampej diaguitas han conservado y transmitido de padres a hijos. Hoy los hijos de Ampej Palacios son Médicos graduados en la Universidad de Salta y especializados en: ¡Traumatología! Siguen así la tradición familiar y practican con éxito un conocimiento miles de años más antiguo que la Ciencia materia-lista de Occidente.

 

 

      Acompañado por el Ampej Palacios, volvió tío Kurt media hora más tarde. Este, que es un viejo corpulento de gruesos mostachos blancos y manos tan grandes como una alpargata Nº12, se entregó a revisar mi cabeza y brazos.

      –La cabeza no está rota –afirmó el Ampej diez minutos después– pero habrá que esperar unas horas para saber si no hay lesión en el cerebro. El brazo izquierdo está roto, hay que ponerle escayola; el derecho tiene el hueso sano pero la carne está muy lastimada.

      –Mirá Cerino –continuó el Ampej– no creo que esté grave pero hay que coserle la cabeza y el brazo, y darle desinflamatorios y antibióticos. Demasiado para mí que sólo arre­glo huesos; te mandaré al chango menor que justo está de visita. El es Doctor y lo atenderá mejor.

      Una hora después llegaba el Dr. Palacios rezongando, pues debía viajar a Salta a las 5 hs. y lo habían despertado a la 1.

      Se entregó de lleno a su tarea administrando varias inyecciones, cosiendo las heridas del brazo derecho y enyesando el izquierdo.

      El tajo del cuero cabelludo lo cerró, previo afeite de la zona lastimada, con unos ganchitos de plástico inerte.

      –¿Seguro que los perros no están rabiosos? –preguntó con desconfianza el hijo del Ampej.

      –Puedo asegurarlo, –afirmó tío Kurt horrorizado–. Mordieron porque Yo lo ordené; son animales muy domesticados y me obedecen ciegamente. Jamás atacarían a nadie por sí mismos.

      Movía la cabeza el Doctor mientras murmuraba algo sobre las dudas que albergaba en cuanto a la mansedumbre de los dogos del Tíbet.

      Tres horas después se iba el Dr. Palacios y tío Kurt, luego de tomar las llaves que tenía en el saco Safari, entró el automóvil a la finca y lo estacionó adentro de su garaje.

 

      El segundo día intenté levantarme pues volví en mí en un momento en que no había nadie en el cuarto. Sentí, entonces, una terrible debilidad y un mareo tal que casi caigo al suelo. Quedé sentado en el borde de la cama contemplando, no sin cierta curiosidad, el lugar en que me hallaba.

      Era un cuarto sobriamente amueblado, con juego de dormitorio de nogal tallado y cama con mosquitero de encaje. Que estaba en un primer piso, lo deduje por el techo en pendiente y las gruesas vigas de quebracho que lo soportaban. En ese momento entró la vieja Juana y se espantó de verme sentado.

      –Ay Señorcito –dijo la vieja– ¿Cómo hace Usted estas cosas? Tiene que hacer re-poso, así lo ordenó el Doctor.

      Me empujaba firmemente por los hombros para forzarme a tomar la horizontalidad mientras Yo la dejaba hacer, asombrado por la actitud de la desconocida.

      Enseguida estuve acostado y tapado nuevamente en tanto la vieja no cesaba de pro-testar:

      –Señorcito, ha movido el brazo enyesado; eso no está bien; él se va a enojar...

      –Y. . . el Señor –pregunté tímidamente.

      –¿Don Cerino? Enseguida vendrá; –respondió la vieja– en cuanto le avise que Ud. ya se ha recobrado.

      Se acercó a la puerta de mi derecha –la otra daba a un baño según supe después– pero antes de salir se volvió y dijo:

      –Estése quieto Señorcito que pronto le traeré un caldo y una horchata de nueces –sonrió– verá como pronto recupera sus fuerzas.

 

 

      Conforme pasaron los días me fui reponiendo y quince días después ya bajaba al comedor y daba paseos por el parque contiguo a la casa.

      Otros quince días más tarde me quitaron el yeso y, recién a los treinta y cinco días de haber llegado a Santa María, pude partir para Tafí del Valle en asombrosas circunstancias que luego narraré.

      Al comienzo escribí varias veces a mis padres, mintiendo una supuesta investigación arqueológica en el Pucará de Loma Rica para tranquilizarlos por mi prolongada ausencia. También hablé por teléfono con el Dr. Cortez con el fin de solicitarle una extensión de quince días a mis vacaciones que expiraban en esos días, pero sólo accedió a ­ello cuando le informé que había sufrido un accidente.

      Las cosas se ponían difíciles pues aún no había comenzado a averiguar el paradero del hijo de Belicena Villca y ya se acababan mis vacaciones. Sin embargo al partir de Santa María, la moral era alta y tenía más fe que nunca. A ello habían contribuido las prolongadas conferencias que sostuve con mi extraordinario familiar. Pero regresemos a aquellos días de convalescencia, cuando tío Kurt inició el relato de su fantástica vida.

 

 

 

 

 

Capítulo II

 

 

 

Como soy médico, ya en los primeros días de la convalescencia, comprendí que ésta sería larga, por lo que, disponiendo del tiempo suficiente, no veía ninguna razón para no contarle mi aventura a tío Kurt. Nunca experimenté el deseo de compartir mis asuntos con nadie ni he tenido confidentes. Pero ahora era distinto. Desde el día del sismo, venía lamentando no conocer a nadie en quien confiar; alguien lo suficientemente “espiritual” como para no burlarse de los hechos ocurridos al-rededor de la muerte de Belicena Villca. Pero también que dispusiese de la libertad necesaria para poder asumir un conocimiento que entrañaba tan graves peligros.

      En un momento dado pensé acudir al Profesor Ramirez, pero luego me avergoncé de esta idea egoísta que podía poner en peligro la vida y la mente de este hombre ejemplar entregado a sus cátedras y a su familia.

     

      Estaba contrariado desde entonces pues sentía que empezaba a manejar ideas demasiado “grandes”, demasiado inhumanas, que podrían perturbarme si no las compartía. Y he aquí que de pronto resucita del pasado un hombre de mi sangre a quien nunca soñé conocer. Un hombre solitario como Yo; de acción. Un hombre jugado y de una edad en que no se teme por la vida pues la muerte comienza a perfilarse como una realidad.

      Sí –pensaba decidido– confiaría todo a tío Kurt.

      Al principio charlamos de nimiedades pues ambos evitábamos contar nuestros secretos; Yo no revelaba el motivo de mi visita y él callaba sobre el brutal ataque de los dogos y su cachiporrazo. Le hablé sobre mis estudios y también de mis padres; él me explicó las técnicas para obtener un buen arrope de tuna.

      Así estuvimos ganándonos la confianza, hasta que un día, de los últimos que guardé cama, le dije:

      –Tío Kurt, desearía que me alcances el maletín que traje conmigo. Quedó en el coche la noche que llegué.

      Para mi sorpresa tío Kurt abrió una de la puertas del ropero y extrajo de un compartimiento el maletín que, por lo visto, había estado todo el tiempo allí. Lo abrí y extraje la carta de Belicena Villca y algunas notas que había tomado cuando dialogué con el Profesor Ramírez.

      –Voy a explicarte el motivo de mi visita, –dije tratando de transmitir la importancia que me merecía el asunto–. Es una historia fantástica e increíble y pienso seriamente que sólo a ti me atrevo a contarla sin reservas ni temor.

      Tío Kurt arqueó las cejas, vivamente interesado en algo que, al menos para mí, parecía de extrema gravedad. Mis palabras y tono que usé, crearon el clima apropiado para ello.

      Eran las tres de la tarde de un día cualquiera, ambos habíamos almorzado y la serena tranquilidad que reinaba en esa perdida finca invitaba al diálogo y la confidencia. Teníamos todo el tiempo del mundo a nuestra disposición para aprovecharlo como nos viniera en gana.

      Comencé a narrar los sucesos conocidos y, si alguna duda albergaba sobre la credibilidad que tío Kurt daría a ello, ésta pronto se disipó. Visiblemente alterado por algunos pasajes y ganado por la impaciencia en otros, me interrumpía constantemente para pedir detalles y, luego que obtenía lo que deseaba, me alentaba a continuar en un tono autoritario que le desconocía.

      El caso de Belicena Villca había capturado completamente su interés pero, al enterarse de la existencia de la carta, pareció enloquecer. La extraje en ese momento del maletín y tuve que hacer un esfuerzo para evitar que me la arrebatara de las manos: era mi intención permitir que la leyera, mas no en ese momento sino luego, cuando Yo hubiera terminado de relatar lo acontecido. Se la mostré, pues, y continué con la narración sin perturbarme por la ansiedad de mi tío, a quien le costaba un gran esfuerzo, evidente-mente, aguardar para leerla. Expliqué, en líneas generales, el objetivo de aquella póstuma misiva, sin entrar en detalles sobre la increíble historia de la Casa de Tharsis, mencionando sólo la persecución milenaria que habia sufrido por parte de los Golen-Druidas: hablé de Bera y Birsa y de mi convicción de que Ellos eran los verdaderos asesinos de Belicena Villca. En ese punto parecía que los ojos de tío Kurt iban a salirse de las órbitas; empero, sus labios permanecían sellados por la sorpresa. Finalmente, le referí la traducción que el Profesor Ramirez hiciera sobre la leyenda “ada aes sidhe draoi mac hwch” y sus posteriores alusiones a los Golen-Druidas, lo que confirmaba a mi criterio la veracidad, sino de todo, de gran parte del contenido de la carta.

      Aquí se cortó el encanto y tío Kurt, parándose de un salto, gritó:

      –¡Sí Arturo! ¡Los Druidas! ¡A Ellos esperaba la noche que tú llegaste! Luego de 35 años percibí la inequívoca señal de su presencia y sabía que en cualquier momento sería atacado, aunque ignoraba por qué habían aguardado tanto, por qué reaparecían ahora. Y ahora lo sé: ¡porque tú venías hacia mí, portador del Más Grande Secreto!

      Era un rugido el que salió de su garganta al pronunciar estas frases en alemán, siendo inmediatamente contestado por dos prolongados aullidos de los mastines un piso más abajo y fuera de la casa. No pude menos que asombrarme pues tío Kurt había hablado siempre en castellano ya que mi dominio del idioma alemán es malo como con-secuencia de la decisión de mis padres de formarme “cabalmente argentino” al punto que ni entre ellos usaban esta lengua.

      Tampoco se me escapaba que, por más fuerte que hubiera gritado, no podrían haberlo escuchado los perros. ¿Cómo entonces, le habían contestado?

 

      Miraba ahora con “otros ojos” a tío Kurt a quien hasta el momento tenía por una persona, como tantas otras, torturada por el recuerdo de los días de la guerra, pero, por lo demás, completamente normal.

      Estaba entendiendo, lentamente, que había algo más: tío Kurt tenía un secreto cono-cimiento que pesaba enormemente en su conciencia, avivado ahora por mi relato.

 

      Tío Kurt debía tener unos sesenta y dos años, pero impresionaba por aparentar diez menos. Alto hasta la exageración –Yo le calculaba un metro noventa– era fornido, de complexión atlética y se veía que se mantenía en forma. El pelo, que debió ser negro, estaba gris, cortado muy corto; los ojos azul claro, las cejas pobladas, la boca de labios finos con grueso bigote y mentón firme, completaban su descripción. Un detalle quizás lo constituía la cicatriz que surcaba su mejilla izquierda, realzada por el rojo ruboroso de sus cachetes, signo de salud para su edad.

      Gustaba vestir sencilla pero deportivamente y siempre lo veía calzando botas de grueso gamuzón.

      En síntesis, era un hombre impresionante; más aún en ese momento en que parecía echar chispas por los ojos. Estuvo unos minutos caminando en círculos por toda la habitación, con las manos atrás, en las que tenía la carta de Belicena Villca que acababa de entregarle.

       Yo guardaba respetuoso silencio aunque intrigado por esta reacción. Habíamos pasado varias horas hablando mientras afuera oscureció rápidamente. La habitación estaba sumida en penumbras cuando entró la vieja Juana y prendió la luz.

      –Jesús, Don Cerino ¿cómo es que están al oscuro? Ya está la cena. Enseguida le subiré al Sr. Arturo lo suyo –la vieja sonrió como de costumbre antes de salir.

      Esta intromisión calmó a tío Kurt que todavía giraba pensativo. Se detuvo a los pies de mi cama con las manos apoyadas en el espaldar y, en correcto castellano dijo:

      –Neffe[1], creo que me has traído una respuesta que esperé por décadas. Si es así, podré morir en paz cuando todo termine –dijo misteriosamente– pero, dime ¿qué te trajo exactamente hasta mí? ¿cómo se te ocurrió venir a verme?

      –Deseaba averiguar el motivo que tuvieron la SS. para acopiar toda la documentación sobre los Druidas, –respondí–. Cuando pensé en ello, vino a mi memoria el recuerdo de aquella noche treinta y cinco años atrás cuando me regalaste la Cruz de Hierro. Fue una intuición, pues inmediatamente, sin motivo aparente me asaltó la seguridad de que tú sabrías responder a esos interrogantes. Luego supe por Mamá que habías sido oficial de las SS. ... Y aquí me tienes.

      –Ja, ja, ja –rió admirado, con aquella carcajada estruendosa que lanzara al descubrirme en la escalera de Cerrillos, de niño, y que tan bien recordaba.

      –Has supuesto bien neffe; –continuó tío Kurt– Yo puedo contarte algunas cosas que te resultarían útiles para la solución de tus problemas. Cosas referentes a la Doctrina esotérica de la Orden Negra SS. Sin embargo, por un inevitable y significativo designio de los Dioses, te sorprenderá comprobar hasta qué extremo estaban en mis manos las respuestas que buscabas. Pero antes de hablar de ello cenaremos.

      Se fue, dejándome consumido por nuevos interrogantes. De su exclamación anterior se desprendía claramente otro misterio: ¿cómo había trabado contacto tío Kurt con los Druidas, quienes, al parecer, lo perseguían a muerte desde hacía años?

     

 

 

 

Capítulo III

 

 

 

A las 21,30 hs. tío Kurt se instaló en un cómodo sillón hamaca, junto a mi cama, y luego de permanecer pensativo unos minutos comenzó a hablar. Se veía que había estado reflexionando sobre todo lo ocurrido y tomado una decisión.

 

      –Mira Arturo; –dijo con tono solemne, tratando de ser convincente– comprendo que estarás impaciente por obtener las respuestas que te han traído hasta aquí, pero debes darme tiempo para leer la carta de Belicena Villca. Es un manuscrito extenso y me llevará varios días asimilarlo, mas es necesario que lo haga antes de responder a tus preguntas; de ese modo tendré el antecedente de lo que tú conoces, apreciaré lo que te falta saber, y podré expresarme con precisión.

      Esperaba mi aprobación sin condiciones. No obstante, Yo creía que en nada le afectaría adelantarme alguna respuesta.

      –Estoy de acuerdo, tio Kurt, que dispongas de un tiempo para leer la carta. Pero dime ahora ¿cómo es posible que el día de mi llegada estuvieses aguardando un ataque de los Druidas?; quiero decir: ¿cómo sabías que Ellos estaban por venir?

      –¡Pues porque el día anterior había escuchado el zumbido, el inconfundible zumbido de las abejas melíferas, que delata el empleo del Dorje sobre el Corazón ! Sí neffe. Desde ese instante me acometió una incontrolable taquicardia que aún me dura. Pero una vez más todos sus trucos fracasaron frente a los poderes con que me han dotado los Dioses, y se verán obligados a enfrentarse cara a cara conmigo. –Sus ojos brillaban desafiantes, pero Yo quería aclarar las cosas. La alusión al zumbido y al Dorje, elementos que Belicena mencionara el Dia Vigesimoquinto, cuando Bera y Birsa convirtieron en Betún de Judea la sangre de los Señores de Tharsis, antes de leer su carta, me había dejado helado de estupor.

      Temblando, le pregunté:

      –Pero, entonces ¿ya habías oído anteriormente ese zumbido?

      –Por supuesto, Arturo. Lo escuché por primera vez en 1938, hace 42 años.

      –¿Y dónde? –inquirí con asombro creciente, que se iba anticipando a la sorpresiva respuesta.

      –En el Tíbet; en la frontera entre este país y la China. Fue durante una expedición a las Puertas de Chang Shambalá.

     

      La sangre se me agolpó en las sienes, me sentí confundido, mareado, y entreví la posibilidad de perder el sentido. La habitación había desaparecido de mi vista y en mi mente, junto a mil conceptos y situaciones que surgían de la carta de Belicena Villca, las preguntas se reducían a su extrema abstracción: qué, cómo, cúando, dónde, pugnando por tomar forma concreta y ametrallar a tío Kurt. Este, que advertía mi confusión, comenzó a reir alegremente.

      –¿Has visto neffe? ¡Lo sabía! Será imposible que logres comprender nada de la manera como propones el diálogo. Todo te lo diré, no temas. Pero para que puedas aprovechar mi experiencia, para que puedas comprenderla, lo mejor es que conozcas un resumen de mi vida. Te lo repito: espera hasta que lea la carta; luego te relataré mi pasado y entonces sí tendrán consistencia tus preguntas y adquirirán sentido mis respuestas.

      Empero, –prosiguió– como veo que tu impaciencia no es pequeña, te daré algo en qué pensar durante estos días.

      Si no he entendido mal, tratarás de hallar una Orden esotérica que presumible-mente existiría en Córdoba, una Orden de Constructores Sabios, una Orden dedicada al estudio de la Sabiduría Hiperbórea?

      Asentí con un gesto.

      –Pues bien, neffe: Yo estoy en condiciones de afirmar que muy posiblemente dispongo de noticias precisas sobre dicha Orden. Y no sólo sobre ella sino sobre el misterioso Iniciado que la ha fundado.

      Aquello era lo último que hubiese esperado escuchar y, nuevamente, los labios permanecieron sellados mientras en la mente los interrogantes se formaban a gran velocidad.

      Pero tío Kurt no me dio tiempo a preguntar:

      –¡Te lo probaré! –dijo, mientras desataba un paquete que había traído disimulado en su campera. Indudablemente tío Kurt no tenía intenciones de referirse a ese asunto, a menos que mi impaciencia lo obligase, y por eso había ocultado aquel envoltorio: de no ser necesario, no lo habría mostrado en ese momento.

      Al concluír, quedó entre sus manos un libro de voluminoso aspecto, cubierto con gruesas tapas forradas en tela roja. Sosteniéndolo frente a mis ojos, lo abrió y quedó al descubierto la primera hoja; en ella se anunciaba en primer término, el título de la obra y el nombre del autor: “Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea” por “Nimrod de Rosario”. Más abajo, una inscripción daba indicios sobre la filiación del libro: “Orden de Caballeros Tirodal de la República Argentina”.

      Cuando hube leído aquellas escuetas frases, tío Kurt dio vuelta a la hoja y me señaló una “Carta a los Elegidos” que se hallaba inserta a modo de prólogo; al final de la misma, tres hojas después, se encontraba la firma del autor, Nimrod de Rosario, y la siguiente indicación: “Córdoba, Agosto de 1979”.

      –¡Seis meses! –exclamé– ¡Sólo seis meses que fue publicado! ¿Cómo, tío Kurt, cómo Demonios llegó a tus manos?

      –Ja, Ja. No precisamente por voluntad del Demonio sino a mi buen amigo Oskar, quien falleció hace sólo tres meses y se llevó el secreto a la tumba. –Aquí se puso serio, al notar el desencanto en mi rostro–. Sé que esta parte de la noticia no va a causarte ningún agrado, pero es preferible que conozcas de entrada la verdad.

      Oskar, de quien te hablaré más adelante, se hallaba como Yo refugiado en la Argentina desde 1947. Al igual que con tus padres y otros Camaradas, solía encontrarme con él un par de veces por año: luego de esos encuentros secretos cada uno regresaba a sus tareas habituales. Ni cartas, ni teléfono, nada nos debía vincular si es que deseábamos continuar libres. A mí, ya se sabía que me perseguía una oganización secreta cuyas órdenes decían sin dudar “ejecutar donde sea hallado”; pero el caso de Oskar era distinto: a él lo buscaban “oficialmente” para ser juzgado por “crímenes de guerra”, y el reclamo lo hacía la Unión Soviética, puesto que Oskar Feil era oriundo de Estonia. Pero Oskar, que pasaba por inmigrante italiano con el nombre de “Domingo Pietratesta”, había contraído matrimonio en la Argentina y tenía una hermosa familia a la que se debía proteger por sobre todas las cosas: en su caso no cabía ni pensar la posibilidad de dejarse atrapar por el Enemigo. Por eso extremábamos las precauciones para reunirnos cada seis meses. Y es que tampoco podíamos dejar de unirnos pues ambos éramos entrañables Camaradas, no sólo desde la guerra, sino desde muchos años antes, desde la época en que juntos cursáramos la Escuela N.A.P.O.L.A.

      –Ah, Oskar, Oskar, –suspiró tío Kurt–. Un amigo para más de una vida. Una compañía para conquistar Cielos e Infiernos, un Camarada para la Eternidad.

      –¿P, pero él murió? –dije balbuceando, para traer a tío Kurt a la realidad.

      Se quedó un instante en silencio. Al fin pareció reparar en mí, y continuó con su relato.

      –Si, neffe. Oskar falleció hace cuatro meses; de “muerte natural”, según todas las versiones, pero no se me oculta que pudo haber sido asesinado: sea de su muerte lo que fuere, su esposa jamás denunciaría públicamente la verdad. El futuro de los tres hijos de Oskar la obligaría a morderse los labios antes de hablar. De manera que ignoro con certeza lo que ocurrió ya que, por obvias razones, no podré acercarme a su familia hasta pasado un tiempo más bien largo; un año o más.

      ¡Pero vayamos a lo tuyo, Arturo! –dijo con energía, luego de suspirar profundamente, como despidiéndose de su amigo muerto–. Hace unos dieciocho meses, más o menos, nos encontramos en la Provincia de Jujuy, en el Hotel Provincial de Tilcara: ambos pasábamos por turistas que visitaban el famoso Pucará. Allí lo noté muy excitado y feliz: había hallado, me dijo entonces, a quienes poseían un contacto directo con la Fuente de la Sabiduría Hiperbórea, es decir, con la misma fuente que nutría la Sabiduría de nuestros Instructores Iniciados de la Orden Negra SS.. De acuerdo a Oskar, luego de 35 años de tinieblas “democráticas” y judaicas, surgía nuevamente la Luz Espiritual del Sol Negro: si, después de 35 años, durante los cuales el Enemigo vertió toda clase de calumnias sobre la Sabiduría de la Orden, y después de que cientos de impostores, a menudo mero personal subalterno de La SS. que ignoraba los Secretos de la Orden, sembrase la confusión sobre la enseñanza iniciática que en ella se impartía. En Córdoba, me explicó Oskar, había aparecido un gran Iniciado que se hacía llamar “Nimrod de Rosario”; lo “de Rosario” era, al parecer, para diferenciar su apodo del Nimrod histórico, un Rey Kassita que vivió 2.000 años A.J.C. Pero esto era anecdótico: lo importante consistía en que aquel Iniciado dominaba todas las Ciencias de Occidente, y en especial la Sabiduría Hiperbórea, en un grado tan alto como Oskar no había visto nunca fuera de Alemania, y desde los últimos días de la guerra, 35 años atrás. En verdad, habría que remontarse a aquellos días y a los hombres que dirigían secretamente la Orden Negra, en particular a Konrad Tarstein, para hallar un Iniciado equivalente. Por lo menos ésa era la opinión de Oskar.

      Claro, fuera de las inevitables comparaciones, y de aquello que tenían en común, existían diferencias abismales entre Nimrod y nuestros antiguos instructores. Desde luego, ninguna diferencia había en cuanto al Honor o a la Sabiduría Hiperbórea en sí: en este terreno todo era análogo a la SS.. Pero ya no estábamos en los días del Tercer Reich y l a SS., y es lógico que al organizar a los partidarios de la Sabiduría Hiperbórea Nimrod se haya visto obligado a contar con aquello que la realidad, la realidad de 1979, le ofrecía. Aún recuerdo las palabras de Oskar al referirse a la incompetencia espiritual de sus seguidores: –­“Créeme Kurt, que a Nimrod le hace falta una selección racial como la que se practicó en Alemania, y de la cual surgimos nosotros. ¡Lo sé, lo sé! Ya no estamos en Alemania sino en el mestizo Tercer Mundo. Sólo estoy planteando una posibilidad imposible, un juego de imaginación. Es que me apena observar cómo sus esfuerzos caen en vacío, son desaprovechados por gente que no consigue desprenderse del siglo. No obstante, y sin rozar ni remotamente la disciplina de la SS., ha conseguido formar un importante grupo de apoyo que le permite desarrollar su Estrategia: con personas salidas del esoterismo tradicional, especialmente muchos que comprendieron que la Iglesia Gnóstica de Samael Aun Weor es una secta sinárquica más, y otros procedentes del nacionalismo argentino, vale decir, hombres con formación política nazifascista. Con ellos formó la Orden de Caballeros Tirodal, en la cual se otorga una ‘Iniciación Hiperbórea’ en todo semejante a la que recibimos nosotros en la SS.”.

      “Pero la Iniciación Hiperbórea, que es la Primera de las tres que requiere la libe-ración espiritual y el Regreso al Origen, –prosiguió Oskar– sólo puede ser administrada por quien exhiba la Segunda Iniciación, es decir, por un Pontífice Hiperbóreo. Nimrod es, por lo tanto, un Pontífice Hiperbóreo. Cómo obtuvo su Segunda Iniciación, nadie lo sabe, pero tú y Yo conocemos muy bien que sólo los Superiores Desconocidos, los Señores de Venus, los Dioses Hiperbóreos la conceden. Naturalmente, para cumplir con su misión, este Iniciado se ha prefabricado un pasado lo más consistente posible, valiéndose para ello de su irresistible poder sobre la estructura ilusoria de la realidad. Mas esto no nos interesa: su pasado, y las contradicciones que en él puedan ser probadas, solamente interesan al Enemigo. Para nosotros, Querido Kurt, lo cierto, lo innegable, es que su Sabiduría proviene de una Fuente irreprochable: los Señores de Agartha”.

      “¿Y cuál es su misión? –se preguntó Oskar–. También es un enigma: parece estar ligada a la búsqueda de determinadas personas a las que habría que orientar estratégica-mente para cumplir un papel en la próxima Guerra Total. Todo su esfuerzo está puesto en esa búsqueda, mas no creo que haya tenido suerte pues, como te decía, sus colaboradores no son los más indicados para la práctica de la Alta Magia. De hecho, hay muy pocos Iniciados en la Orden Tirodal y ninguno responde a las exigencias de la misteriosa misión. Esta aseveración no es una presunción subjetiva sino una confidencia del mismo Nimrod: en efecto, cuando me entrevisté por primera vez con el Pontífice, éste, que de-mostró poseer el poder de leer las Runas iniciáticas, me felicitó por el grado alcanzado en la Orden Negra, pero evidenció un visible desencanto. Frente a mi sorpresa, se disculpó enseguida y me explicó cortésmente que al recibir a un Elegido por primera vez, siempre abrigaba la esperanza ‘de que fuese uno de Aquellos que cumplirían la Misión dispuesta por los Dioses’. Este comentario me aclaró todo y comprendí en el acto que Yo, obviamente, no era uno de ‘Aquellos’ a quien Nimrod aguardaba. No obstante, me trató con camaradería y ofreció participar de la Orden, realizando funciones en extremo reservadas, que en nada harían peligrar mi posición. Acepté, por supuesto; y aproveché su confianza para indagar algo más sobre la desgraciada búsqueda de los Elegidos aptos para llevar a cabo los designios de los Dioses, búsqueda que sería casi imposible en el infernal contexto de la Epoca actual”.

      –“La clase de gente que Ud. busca, Nimrod ¿es de calidad superior a los Iniciados de la Orden Negra SS.?”

      –“No se trata de calidad sino de confusión estratégica, Señor Pietratesta. Tal vez si se consiguiese trasplantar a uno de aquellos Iniciados del Castillo de Werwelsburg a esta Epoca, sin que experimentase el paso del tiempo, tendríamos a un Camarada apto para la Misión. Pero ahora, ciertamente, no tenemos un hombre semejante. Nuestros mismos Iniciados podrían ser aptos para la misión si asumiesen completamente la Iniciación y dominasen su naturaleza anímica, si se decidiesen a ser lo que son. Mas es difícil, muy difícil, que los hombres espirituales de esta Epoca cuenten con el valor necesario para dejar de ser lo que aparentan y sean definitivamente lo que en verdad son. Sin embargo, los Dioses aseguran que existen hombres capaces de tal valor, que se deben mantener abiertas las puertas del Misterio hasta que ellos lleguen o los que están se trasmuten. Y esta certeza es la que nos da fuerzas para seguir, Camarada Pietratesta”.

      “Me hallaba en una casa de la Ciudad de Córdoba, –aclaró Oskar– perteneciente a la Orden Tirodal. En la amplia habitación, amueblada como oficina, tras un imponente escritorio, estaba sentado Nimrod observándome atentamente. Al fin abrió un cajón y extrajo un libro de tapas rojas”.

      –“Señor Pietratesta –dijo con seriedad–. Nadie llega hasta este lugar si previamente no ha sido investigado en la Tierra y en el Cielo. Ud. ha satisfecho los requisitos y por eso le ofrecemos esta oportunidad: ingresar a la Orden Tirodal y convertirse en uno de sus Iniciados. Todos los que ingresan deben realizar los mismos actos, que son muy sencillos: básicamente consisten en comprender y aceptar los Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea, los que, para beneficio de los Elegidos, hemos sintetizado en este libro –me alargó el libro rojo–. El mecanismo de ingreso exige que Ud. lea este libro y decida si comprende y acepta su contenido. Si la resolución es positiva queda inmediatamente incorporado a la Orden y adquiere el derecho de acceder a los otros trece libros, que componen la ‘Segunda Parte’ de los Fundamentos y contienen la preparación secreta para la Iniciación Hiperbórea. Si la respuesta es negativa, si no comprende o no acepta los fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea, sólo tiene que devolver el libro y abstenerse de hacer copias, para quedar desvinculado de la Orden. Debo advertirle –dijo con tono de amenaza– que la falta a esta condición es castigada severamente por la Orden”.

 

 

 

 

Capítulo IV

 

 

 

Oskar prometió obrar con lealtad –dijo tío Kurt– y no tuvo ningún inconveniente en cumplir. El contenido del libro no era desconocido para nosotros, aunque la novedad lo constituía el lenguaje filosófico de alto nivel con el que estaba redactado: para un alemán-báltico como Oskar, la lectura de aquel castellano puro fue una prueba extra, que sin embargo superó con juvenil entusiasmo. De modo que al concluir la lectura, meses despúes, se apresuró a solicitar el ingreso a la Orden de Caballeros Tirodal, siéndole asignado un día semanal para reunirse en cierto lugar oculto con unos pocos Camaradas de extrema confianza, que estaban estudiando la Segunda Parte de los Fundamentos y preparándose para el kairos de la Iniciación. Y esta etapa, al decir del propio Oskar, constituía uno de los acontecimientos más felices de su vida. Empero, si había algo que aún disgustaba a Oskar, eso era mi ausencia de la Orden. Tal como me lo manifestara en aquella ocasión, en Tilcara, él creía que mi presencia y la contribución de mis conocimientos sobre la Sabiduría Hiperbórea eran imprescindibles para fortalecer carismáticamente a la Orden. Quería además que leyese el libro, más no se atrevía a desobedecer al Pontífice, por lo que me rogó hasta el cansancio que lo autorizara a presentar mi nombre para que fuese chequeado “en la Tierra y en el Cielo” y obtuviese el libro por la via correcta.

      Finalmente acepté, más para complacerlo a él que por verdadero interés, pues, como ya comprenderás, neffe, Yo dispongo desde 1945 de las instrucciones precisas para cumplir mi propia misión. Y esas instrucciones proceden también de los Dioses, de los mismos Dioses de Nimrod de Rosario que, seguramente, son asimismo los “Dioses Liberadores” que guiaban a la Casa de Tharsis.

      La siguiente vez que nos vimos, la última, fue en Córdoba, en Agosto del año pasa-do. No voy a negarte, Arturo, que abrigaba el secreto deseo de conocer el asombroso Iniciado de quien tanto me hablara Oskar. Y sin embargo ello no pudo ser, pues el Pontífice se hallaba en un retiro secreto escribiendo un nuevo libro. Pese a todo, Oskar se encontró con la significativa noticia de que en la Orden habia un libro para mí: uno de los miembros antiguos me entregó el ejemplar que ahora tienes en las manos y me transmitió el saludo de Nimrod: “el Pontífice, dijo con ­respeto, se alegraba de ‘haberme conocido’ y me aseguraba un gran desempeño al servicio de los Dioses del Espíritu”. Desde luego, aquella entrevista se realizó en un hotel, pues nadie podía conocer las propiedades ni los lugares de reunión de la Orden antes de ser aceptado.

      ¿Te das cuenta, Arturo, lo cerca que estuve de ingresar en la Orden de Caballeros Tirodal? Estuve cerca, muy cerca, pero no conseguí concretar el ingreso porque el único contacto que tenía con la Orden lo constituía Oskar y éste falleció en Diciembre del 79. Por lo menos eso era lo que anunciaba el telegrama enviado por su viuda en Enero, a mi Casilla de Correo de Salta. Otra información más precisa no poseo, neffe. Compré los diarios de Córdoba de esos días y comprobé que, en efecto, se había efectuado el sepelio de Domingo Pietratesta, fallecido en su cama a causa de un síncope cardíaco. Luego de tan infausta noticia, sin poder hacer otra cosa mas que aguardar el paso del tiempo, he leído muchas veces el libro “Fundamentos”, llegando a la conclusión de que su contenido expresa en el más profundo y riguroso sistema de conceptos las antiguas y simples verdades de la Sabiduría Hiperbórea. El porqué Nimrod concibió semejante obra para regular el acceso de los Elegidos a su Orden creo que tiene que ver con una visión superrealista de la Epoca, de la Cultura actual, y con el typo de Iniciado que él busca para llevar a cabo la misión propuesta por los Dioses. Sea de ello lo que fuere, estimo que no causaré ningun daño a la Estrategia de Nimrod permitiendo que tú lo leas ahora. Sólo contraeré una Deuda de Honor con la Orden, que algún día tendré que saldar. De todos modos, tu ya has leído previamente una carta a la que atribuyo tanto valor como a este libro, a pesar de que todavía no me has permitido que de cuenta de ella.

      Aquí sonrió tío Kurt, en tanto Yo me sentía invadido por la vergüenza. No obstante la momentánea turbación, continué riendo, como lo venía haciendo desde unos minutos atrás. Es que estaba eufórico. Mi vida se había enredado de un modo harto significativo después del asesinato de Belicena Villca, y aquella trama era evidente que no podía ser casual: Alguien, los Dioses Liberadores, ya que no el “Angel de la Guarda”, había dispuesto uno como argumento real, uno como libreto del des-tino, para que Yo lo siguiera “casualmente” y me enterara de estas cosas en el momento justo. En una palabra: había sido guiado por los Dioses. Y este pensamiento, esta certeza, me llenaba de íntimo gozo.

      Tío Kurt, ya no me cabían dudas, poseía las claves que buscaba. No me desalentaba el hecho de que la muerte de Oskar Feil lo había desconectado de la Orden. Con la información que ahora poseía, se me antojaba tarea mucho más fácil la localización de Nimrod de Rosario y la Orden Tirodal: él era el Señor de la Orientación Absoluta y aquéllos eran los Constructores Sabios de su Orden. Su búsqueda apuntaba, y tío Kurt no podía saberlo todavía porque no había leído la carta, a encontar un Noyo o una Vraya, Iniciados capaces de atravesar las Piedras de un Valle de dos Ríos y llegar hasta la Espada Sabia, junto a Noyo de Tharsis, el hijo de Belicena Villca. Y era claro para mí que al llevarle la carta de Belicena Villca, Nimrod no dudaría en ponerme en camino hacia Noyo Villca, a quien le transmitiría el mensaje póstumo de su madre. Sin dejar de sonreír por la alegría que me produjeron sus revelaciones, mi mente trabajaba a gran velocidad, mientras en el rostro de tío Kurt se reflejaba la sorpresa ante tal actitud incoherente. Pero es que Yo pensaba, pensaba sin cesar, en la forma de obtener la dirección de Oskar Feil, o Domingo Pietratesta, consciente de que mi tío jamás me la daría voluntariamente. Al fin dí con la clave, sencilla, puesto que estuvo todo el tiempo frente a mis ojos: ¡los diarios! Eso era: buscaría en Córdoba los periódicos de Diciembre de 1979 y revisaría los avisos necrológicos. ¡Y allí descubriría el domicilio de su familia!

      Finalmente adopté una actitud más seria y respondí a tío Kurt:

      –Ciertamente que la última parte de tu revelación no es del todo fausta –dije con pesar–. Lamento sinceramente la muerte de tu Camarada; y más lamento aún, sabrás entenderlo, que su muerte te haya desconectado de la Orden Tirodal. No obstante, es tan extraordinario lo que me has contado de dicha Orden, que podría repetir tus palabras de esta tarde: “creo que me has traído algo que esperé mucho tiempo”. Tú lo decías por la carta, que aún no has leído, pero Yo creo también que la información sobre la Orden, y quizás este libro que aún no he leído, constituyen una respuesta concreta al verdadero motivo de mi visita. Porque, si bien vine conscientemente a indagar sobre la relación entre los SS. y los Druidas, es claro que tal indagación está inserta en la cuestión mayor de la búsqueda del hijo de Belicena Villca, el verdadero motivo, inconsciente pero efectivo, de todos mis movimientos. Y esa búsqueda pasa inevitablemente por la Orden de Constructores Sabios de Córdoba, de la que tú me has referido: ¿comprendes por qué en el fondo estoy contento? Porque el descubrimiento de esa Orden representa lo más necesario para mí, lo más importante, mucho más que obtener noticias sobre los Druidas.

      Sí, tío Kurt, –afirmé enfáticamente– es imprescindible que leas cuanto antes esa carta. No te molestaré hasta que acabes. Pero has hecho muy bien en anticiparme que tenías conocimiento de la Orden Tirodal: ello me ha quitado un peso de encima y ahora podré aguardar con más tranquilidad lo que tengas que decirme luego.

 

 

 

 

Capítulo V

 

 

 

Acepté, pues, conceder a tío Kurt el tiempo suficiente para que leyese la carta, sin imaginar lo que derivaría de tal concesión. En primer lugar, sea porque efectuó su lectura concienzudamente, sea porque, muy probablemente, el idioma castellano le impidió captar con más rapidez los oscuros conceptos de Belicena Villca, o sea por el motivo que fuese, lo cierto es que recién concluyó a los diez días. Pero, en segundo lugar, lo más irritante del caso es que durante ese tiempo se encerró en su cuarto negándose a salir ni siquiera por un minuto del mismo. Delegó toda las tareas de la Finca en su capataz José Tolaba y ordenó que la comida le fuese servida en la habitación por la vieja Juana. Y en vano fue que Yo intentase quebrar esa determinación: mis notas no tuvieron respuesta, y no logré penetrar la lacónica lealtad de la vieja con mis preguntas. En síntesis: ¡que tuve que armarme de paciencia y aceptar la extraña conducta de mi tío! Y, para colmo de mi frustración, sin poder avanzar mucho en la lectura del libro Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea debido a la complejidad de los temas que trataba: se requería, cuando menos, un Diccionario Filosófico para comprender con profundidad la mayoría de los conceptos, que estaban empleados con mucha precisión, e ignoraba si tío poseía algún tipo de ejemplar, aunque de nada me serviría si estaba escrito en alemán. Naturalmente, no conseguí resolver el problema hasta que reapareció tío Kurt, y para entonces ya no sería necesario el Diccionario porque jamás terminaría de leer el libro de Nimrod: el relato de tío Kurt, y los sucesos que ocurrieron luego, me lo impidieron inevitablemente.

 

 

 

      Ha de haber sido muy intenso el efecto psicológico que la carta produjo en tío Kurt pues, como efecto de la lectura, demostraba entonces un cambio físico muy notable, sin dudas un producto psicosomático de la impresión recibida. Con pocas palabras, por el aspecto que mi tío presentaba, aparentaba haber retrocedido varios años en esos diez días, estaba mucho más joven, mostraba un carácter positivo y comunicativo que antes no le conocía. Sospecho, y no creo equivocarme demasiado, que los treinta y tres años pasados en Santa María habían agriado su temperamento, normalmente jovial, y causado esa personalidad huraña y pesimista que advertí al llegar a la Finca. La personalidad de aquél que ya no confía demasiado en que se cumplirán los designios de los Dioses y espera resignado la resolución de la Muerte. Treinta y tres, son muchos años para aguardar en Catamarca, Yo lo comprendía mejor que nadie, y me parecía lógico que hubiesen erosionado su carácter. Y por eso entendía entonces que el cambio estaba justificado, incluso que era previsible, toda vez que la carta de Belicena Villca cubriese sus expectativas por tantos años postergadas. Pues estaba claro, ya que él mismo lo había confesado, que sus instrucciones para después de la guerra, “instrucciones de los Dioses”, lo obligaron a permanecer en aquel lugar, y que mi llegada portando la carta, y el presunto e inminente ataque de los Druidas, constituían pruebas de que esa espera casi había terminado.

 

      –En verdad, neffe –fue lo primero que dijo tío Kurt, confirmando mis presunciones– no es la carta lo que me ha afectado hasta un extremo que no puedes imaginarte, sino el Misterio de Belicena Villca, lo que estaba oculto tras su existencia real y que ahora se descubre ante nosotros. De la carta, neffe, de su contenido, es posible asumir una participación meramente intelectual; pero del Misterio que la carta y que la muerte de Belicena plantean, del Misterio de la Casa de Tharsis, no es posible excluirse sin quedar fuera de la Estrategia de los Dioses.

      El Misterio ha llegado a nosotros –aquí tío Kurt, decididamente, se incluía en mi aventura– y no podemos ni debemos intentar esquivarlo. Ahora, que el kairos lo permite, hay que llegar hasta el final, hasta la Orden Tirodal, hasta Nimrod de Rosario, hasta Noyo de Tharsis y la Espada Sabia, hasta la Batalla Final.

      Asentí con un gesto, sorprendido aún por la firme y solidaria actitud de mi tío. Este continuó, asombrándome una vez más.

      –Mira Arturo, he pensado en estos días más de lo que tú puedes suponer, evaluando los sucesos ocurridos y calculando cada paso que se debe realizar en el futuro. Por medio de ese análisis estratégico global, y teniendo en cuenta mi experiencia personal, que pronto tendrás ocasión de saber en qué consiste puesto que te narraré la historia de mi vida, he sacado algunas conclusiones que sería bueno tomaras en consideración. Ante todo, y tal como lo supuse desde un principio, he comprobado que tú no estás para nada preparado para enfrentar esta misión. –Quise protestar, pero tío Kurt alzó la mano en forma inapelable y decidí permitirle completar su exposición–. Atiende bien, neffe: no dije que no puedas llevarla a cabo sino que aún no estás preparado para emprender la misión. Pero lo estarás muy pronto si comprendes mis argumentos y sigues mis instrucciones al pie de la letra.

      –Por consiguiente, lo primero que debes comprender es que jamás se inicia una misión como ésta sin un desprendimiento previo. Lo entiendo, y no necesitas explicármelo, que tal desapego es un estado de conciencia espiritual que tú experimentaste desde el momento en que te lanzaste a esta aventura: ahora mismo te sientes desconectado del mundo, liberado de las ataduras materiales. Mas, debo decirte con realismo, que semejante actitud es completamente subjetiva, ingenua, obstaculizante para conseguir el objetivo espiritual; una actitud que no toma en consideración a los enemigos que tratarán de impedir la concreción de la misión, enemigos dotados de unos poderes terribles y que gozan de una movilidad absoluta; una actitud, en fin, que es estratégicamente suicida. Porque ¿acaso está realmente “desconectado del mundo” quien se dispone a “cumplir una misión espiritual” aprovechando “el período de sus vacaciones”; quien depende “del dinero” para viajar, de un dinero que es limitado y que en algún momento puede terminarse; quien subestima al enemigo y deja tras de sí, fuera de sí, “puntos débiles” que pueden ser fácilmente atacados y destruidos, es decir, quien viaja sin renunciar previa-mente al amor por las “cosas del mundo”, sean éstas lo que fueren, la familia, las pro-piedades, los amigos, el contexto habitual donde se desarrolla la vida rutinaria, etc., todos posibles “blancos” de los golpes enemigos? No neffe; quien así se comporte es puro y simple, un buen hombre, pero no un buen guerrero: no llegará nunca a cumplir su misión; el Enemigo lo detendrá golpeando a sus espaldas, amenazando o destruyendo aquello “de afuera” que él ama, aquello a lo que él está realmente conectado, atado o apegado, aunque no lo admita o reconozca.

      Comprendí perfectamente su punto de vista y le dí en el acto la razón: en verdad Yo permanecía aún atado a muchas cosas y mi viaje no podía haber sido más improvisado. No obstante, poco fue el tiempo del que dispuse para decidir mi Destino. Antes bien el Destino decidió por mí, sin darme tiempo a cambiar, a despertar, a “prepararme” como pretendía tío Kurt. ¡Todo había sucedido tan rápido! ¿Qué debía hacer ahora? Es lo que le preguntaría a tío Kurt:

      –¿Qué más podía hacer dada las circunstancias, considerando como ocurrieron los hechos? –interrogé más para mí mismo que para tío Kurt, tratando de justificarme–. Es cierto, todavía conservo mi trabajo, pero es que no se me había ocurrido que podía no regresar. Y en cuanto al dinero: no soy rico y lo sabes; y realmente no sé cómo haré para conseguir lo que necesite si esta aventura se prolonga demasiado. Lo afectivo, por otra parte, el amor a mis familiares y amigos, supongo que no sabré hasta qué punto lo domino sino cuando sea sometido a una prueba: ¡con el corazón nunca se sabe, tío Kurt! Sí, son justos los reproches, pero deberás ser tú quien me oriente en este momento, pues de lo contrario no tendré más remedio que continuar del mismo modo “ingenuo” como comencé.

      Tio Kurt me contemplaba con lástima, sin dudas admirado de ver la irresponsabilidad con que Yo tomaba las cosas. Según él, los Druidas eran feroces enemigos a los que no había que temer pero tampoco subestimar. Yo no temía, y eso era bueno; pero parecía evidente que Yo subestimaba al enemigo, que no advertía que podría ser destruido en cualquier momento, que me arrojaba a desafiar a un adversario poderoso “sin estar preparado para ello”. Ignoro si mi actitud de entonces alcanzaba tal grado de insensatez, pero tío Kurt así lo creía y eso lo desesperaba. De allí a que se dispusiese a considerarme un soldado inexperto, un soldado en instrucción de su ejército particular, y en lugar de sugerir y discutir conmigo lo que se debía hacer tornase a ordenar las medidas que a su juicio habrían de tomarse sin dilación.

      –Enviarás de inmediato una serie de telegramas cancelando todos tus compromisos. Renuncia a tu trabajo, a tus estudios, a los clubes, bibliotecas o a cualquier organismo al que estés vinculado. Despídete de quien tengas que hacerlo comunicándole que emprendes un largo viaje: si desalientas sus expectativas de verte o despedirse, pronto te olvidarán. Si tienes alguna propiedad nombra un apoderado, alguien a quien no conozcas y que no te conozca, una firma de abogados por ejemplo, y ordena su liquidación. Procede del mismo modo con todo lo que te vincule a tu antigua vida: corta todos los lazos, borra todas las huellas, suprime todas las pistas. ¡No basta que hayas muerto para ti mismo; también debes morir para el Mundo!

      El dinero no será problema por ahora: Yo te proveeré lo suficiente para llevar a cabo esta misión. He pasado más de treinta años reuniendo dinero y el día ha llegado de utilizarlo. Y es tanto tuyo como mío, neffe. (¿Sabes que había testado a nombre tuyo?). Por supuesto, mi dinero soluciona los problemas de momento, pero no es solución definitiva: trataré, en el futuro, de enseñarte las tácticas operativas para que siempre puedas conseguir el dinero o las cosas que necesites. Se trata de técnicas, métodos para valerse de sí mismo, técnicas que todo Iniciado Hiperbóreo debe saber aplicar.

 

 

      Desde luego, hice todo lo que él me había ordenado. Lo fui llevando a cabo mientras duró mi convalescencia, durante los días en que tío Kurt me narraba su extraordinaria historia. Al fin, el día que tuvimos que partir, nada quedaba intacto en Salta, de mi vida anterior. Todo cuanto había hecho en años de esfuerzo y trabajo, ahora estaba deshecho: tarde o temprano, el Dr. Arturo Siegnagel sería sólo un recuerdo; y luego ni eso existiría, posibilidad que entusiasmaba a tío Kurt. No quería pensar en la impresión que aquellas medidas habrían causado a Papá y Mamá, a Katalina, porque se me “aflojaría el corazón” y temía que tío Kurt lo notara: frente a él, quería aparecer más fuerte de lo que era, quería tranquilizarlo sobre mi equilibrio y valor. Quería ponerme a su altura, a nivel de sus exigencias, porque, casi sin advertirlo, había comenzado a admirar a tío Kurt, a valorar sus grandes aptitudes, a apreciarlo y comprenderlo.

 

 

 

 

Capítulo VI

 

 

 

Al día siguiente de aquel en el que terminó de leer la carta, a las 21,30 hs. tío Kurt se instaló en un cómodo sillón hamaca, junto a mi cama, y luego de permanecer pensativo unos minutos comenzó a narrarme su vida.

   –Tal como te ocurre ahora a ti, una serie de “extrañas” coincidencias influyeron de manera determinante en los primeros años de mi vida. Para apreciar con mayor perspectiva esta aseveración, debo comenzar el relato muchos años antes de mi nacimiento, en el momento preciso en que mi padre, el Barón Reinaldo Von Sübermann viene al mundo, es decir en el año 1894, en la ciudad de El Cairo, Egipto. Ese mismo año, en Alejandría, a 130 km. de El Cairo, nace también, una persona que sería en mi vida más importante que ninguna otra. Me refiero a Rudolph Hess, cuyo natalicio ocurrió el 26 de Abril de 1894.

      A pesar de las distancias entre ambas ciudades, mi padre y Rudolph Hess pronto se conocieron, pues los padres de Hess enviaron a éste a estudiar al Liceo Francés de El Cairo –la escuela a la que concurría Papá– desde los seis hasta los doce años. Compañeros de la infancia, estaban unidos por una tierna amistad que se consolidó con los años.

      Al finalizar los estudios primarios –tal como hacían muchos germanos acomoda-dos con sus hijos– los dos fueron internados en el Evangelische Paedagogium de Godesberg-Am-Rheim, ciudad distante diez  km. de Bonn.

      Cuando ambos tenían dieciséis años, es decir en 1910, se separan para seguir distintas carreras. Papá se matricula para el Instituto Politécnico de Berlín en la carrera de Ingeniería Industrial. Rudolph Hess viaja a Suiza, a la Ecole Superieure du Commerce en Neuchatel, por imposición de su padre, rico exportador de Alejandría, quien deseaba iniciar al joven en el mundo del comercio. La intención de Rudolph era, dentro de lo posible, cursar el Doctorado en matemáticas.

      La guerra de 1914 arruina todos los planes. Papá es reclamado por mi familia a El Cairo, adonde regresa cuando estalla el conflicto y permanece allí definitivamente pues al hacerse cargo del Ingenio Azucarero no podrá ya concluír sus estudios.

      Rudolph Hess, que sólo permaneció un año en Suiza, se hallaba en Hamburgo perfeccionándose en Comercio Exterior y no vaciló en alistarse en el Primer Regimiento de Infantería de Baviera. Fue herido dos veces, en 1916 y 1917, recibiendo la Cruz de Hierro por actos de heroísmo. En 1918 ingresa al recién formado Cuerpo Imperial del Aire, sien-do instituido como piloto calificado, pero sin intervenir en combates aéreos pues en Noviembre de 1918 se firma el armisticio y es desmovilizado.

      Vuelve a Egipto portador de una doble tristeza: Alemania derrotada es despedazada por el Tratado de Versalles y sus padres han muerto durante la guerra. Los negocios familiares son atendidos por sus hermanos, el mayor Alfred, que es contador y una hermana casada.

     

      El no desea ocuparse del comercio y así lo hace saber: piensa retornar a Alemania para estudiar, no ya matemáticas, sino Historia o Filosofía.

      El tiempo que pasa en Egipto lo dedica a buscar respuestas para tanta desdicha. Respuestas que sólo pueden dar los Iniciados de las grandes Sectas Islámicas o Gnósticas de las que Alejandría en particular y Egipto en general es fértil semillero.

      Pero dejaré para otro día el relato de la Corriente Esotérica en la cual Rudolph Hess iba a ingresar en esos días de 1919, en Egipto, que lo llevaría junto a Adolf Hitler en 1920 y a Inglaterra en 1941. Continuaré con el desarrollo cronológico de los principales hechos que interesan a la historia y, luego, analizaremos estas cosas.

      Tío Kurt era, por lo visto, un narrador preciso, que sabía lo que quería decir y no se apartaba de ello. Me daba cuenta que pasarían varios días hasta que completara sus re-cuerdos y esta perspectiva me regocijaba.

 

      –En Febrero de 1919 –continuaba imperturbable tío Kurt– Rudolph Hess viajó a El Cairo para visitar a Papá y a otro amigo, Omar Nautais. Se encontraron por primera vez luego de seis años, con la consiguiente alegría mutua y de mi madre que también conocía a Rudolph de la niñez.

      Papá se había casado en 1917 y el 17/11/1918 nací Yo por lo que en esa fecha, Febrero de 1919, contaba con tres meses de vida. Como aún no me habían bautizado, Papá pidió a Rudolph que fuera mi padrino, a lo que éste accedió gustoso pues amaba mucho a mis padres y deseaba brindarles una muestra de su afecto.

      La ceremonia se llevó a cabo en la Iglesia Luterana de El Cairo, una fresca mañana de Febrero de 1919, el día 17 para ser exacto.

      Aquí tienes neffe una primera coincidencia –decía tío Kurt en tono reflexivo– pues ese joven héroe de guerra de 25 años que me tomaba en sus brazos, sería quince años más tarde Ministro de estado de Alemania y el hombre de confianza del Canciller Adolf Hitler, su Stellvertreter [2].       

      En Egipto, como en todos los países extranjeros, la comunidad germana organizó para el entrenamiento de sus niños, las Hitlerjungen, juventudes hitlerianas, con la supervisión velada de los agregados militares a la Embajada Alemana. Dentro de este movimiento, figuraba un grupo “junior” llamado Jungvolk [3] para niños de 10 a 15 años, al que ingresé a los 10 años, cuando aún cursaba los estudios primarios en el Colegio Alemán de El Cairo.

      Egresé en 1932 y Papá decidió enviarme a Alemania para seguir estudios superiores. Contaba entonces 14 años y ostentaba el título de Faehnleinsführer en la Hitlerjungen.

       Al año siguiente, en Julio de 1933, partimos de Alejandría en un barco mercante que, con pocas escalas, iba directamente a Venecia; de allí seguiríamos en tren a Berlín.

     

      En esos días Rudolph Hess era un personaje muy importante en el Tercer Reich e increíblemente popular entre los miembros de la comunidad germana de Egipto quienes se sentían gratificados con el triunfo de uno de los suyos. Rudolph trabajó duro todos esos años para contribuir a la victoria del Führer y salvo algunos viajes cada uno o dos años, había abandonado completamente su primera patria egipcia. Sin embargo nunca olvidó a sus amigos, que no eran muchos, ni a su ahijado Kurt Von Sübermann.

      Invariablemente recibíamos una tarjeta navideña todos los años y cuando en el Jungvolk necesitamos un tambor, recuerdo que Papá me instó a escribir una carta a mi prestigioso padrino, quien no sólo respondió amablemente con una misiva en la que me estimulaba a estudiar y perseverar dentro de las Hitlerjungen, sino que se ocupó de mi infantil solicitud.

      Un día recibimos una citación de la Embajada de Alemania para retirar una encomienda, cuyo remito debía ser firmado por el Faehnleinsführer Kurt Von Sübermann, es decir por mí. Era el tambor oficial de las Hitlerjungen pintado con flamas negras y blancas una RunaS ” (s) del antiguo alfabeto germano futark, con forma de rayo. La Hitlerjungen utilizaba una Runa “ S ” pero la Schutzstaffel [4] estaba autorizada para emplear dos (SS.). Venía también una carta del Reichjugenführer [5] Baldur Von Schirach en la que confirmaba que a pedido del Secretario Privado del Führer, Rudolph Hess, enviaba un tambor a los lejanos Camaradas de la Jungvolk de Egipto. Seguía una larga lista de conceptos y finalizaba recomendando emplear el Himno de la Juventud Hitleriana:

 

              Vorwarts, Vorwarts,

              Schettern die Hellen Fanfaren,

              Vorwarts, Vorwarts,

              Jugen Kennt Keine Gefahre.[6] 

 

      Estaba la firma de Baldur Von Schirach y tres palabras: Heil und Sieg [7].

      Ese tambor y esa carta me dieron una injustificada fama entre los niños germanos de El Cairo, a la vez que estimulaban mi vocación para continuar en la línea de las Hitlerjungen.

      En 1933 llegaron noticias a Egipto de que el Führer, al celebrar su 44 cumpleaños, abriría las escuelas NAPOLA que fueran disueltas por los aliados en 1920[8].

      Serían escuelas de formación para la futura Elite alemana y en ellas se capacitarían los cuadros de la Juventud Hitleriana. Pensando en la dificultad de ingresar en ella siendo germano-egipcio, Papá, que poseía la amarga experiencia de no ser considerado “verdadero alemán” durante sus estudios en Bad-Godesberg, consideró la posibilidad de dirigirse a Rudolph Hess para que facilitara la admisión.

      Para ello, antes de partir, le envió una carta solicitándole una entrevista e informándole la fecha aproximada de nuestra llegada a Europa.

      Los puertos y ciudades extrañas que tocábamos eran sitios fantásticos para un orgulloso Faehleinsführer de 15 años que se debatía entre el gozo de conocer y la ansiedad de llegar. Llegar, sí, porque lo maravilloso era el destino final del viaje mágico: Alemania.

 

      –Me miras con incredulidad neffe –se disculpaba tío Kurt– y te comprendo; es difícil entender lo que sentíamos en esos días los jóvenes germanos, aún extranjeros como Yo. Egipto era la patria amada, la tierra donde nací y crecí.

      Pero Alemania era otra cosa.

      La Tierra de Sigfrido y del Führer; del Río Rhin y de Lorelay; de las Walkirias y de los Nibelungos. Era una “Patria del Espíritu”, donde se nutría al mito, la leyenda y la tradición de nuestros mayores.

      Una patria eterna y lejana que de pronto se tornaría real por intermedio de ese viaje fabuloso. Habíamos sido educados en una mística cuya formulación era: “Sangre y Suelo”; obrábamos en consecuencia.

      A fines de Julio, pleno verano europeo, arribamos a Venecia, punto final de nuestro viaje por mar, desde donde tomaríamos una combinación de trenes hacia Berlín. Estábamos prontos a descender del Barco cuando el Capitán nos anunció que deberíamos pasar por las oficinas, que la compañía posee en el puerto, para retirar un mensaje.

      Llegamos allí, con el corazón oprimido pensando en malas noticias de Egipto, para encontrar en cambio, una carta con membrete oficial del Tercer Reich. En ella, Rudolph Hess nos advertía que estaría ausente de Berlín hasta la segunda semana de Agosto pero que, si deseábamos visitarlo enseguida, podríamos dirigirnos a la Alta Baviera. La causa de esto era que el Führer había decidido descansar unos días en su Villa “Haus Wachenfeld”, sobre el Obersalzberg, en Berchtesgaden y parte de su gabinete le acompañó alojándose en hosterías cercanas. Rudolph Hess y su esposa Ilse se hallarían encantados de recibirnos si decidíamos ir hasta allí[9].

      Papá no podía ocultar su satisfacción pues esta situación era por demás beneficiosa para nuestros planes. Por un lado nos ahorrábamos de viajar cientos de kilómetros, pues de Venecia a Berchtesgaden hay sólo doscientos kilómetros en tanto que a Berlín más de mil. Por otro lado teníamos la posibilidad de entrevistar a Rudolph, fuera de todo protocolo oficial, sin padecer la interferencia de secretarias o asistentes y disponiendo de tiempo para conversar y recordar las buenas épocas.

 

      La vista de la legendaria Venecia, el paso por Austria y la llegada a los Alpes Bávaros, fueron el umbral de mi ingreso a un mundo nuevo y maravilloso.

      Desde el momento en que pisé suelo Bávaro, noté que el aire estaba como electrizado, como si un oculto motor enviase vibraciones poderosas a través del éter. Era algo tan evidente en esos días –o años– que cualquiera que estuviese medianamente predispuesto, podía percibirlo.

      Esas vibraciones, que no se captaban con un órgano físico, llevaban al espíritu receptor un mensaje: ¡Alemania despierta![10]. Pero esta traducción en dos palabras es burda; parece una proclama patriótica elemental, no transmite cabalmente lo que evocaba en nuestro Espíritu esa fuerza misteriosa. Trataré de explicarlo. ¡Alemania despierta! decía y quien escuchaba no pensaba en la Alemania geográfica, ni siquiera en el Tercer Reich, sino que se sentía claramente en otro mundo, sin fronteras, en una Alemania sin Tiempo ni Espacio, cuyos únicos límites eran justamente los fijados por esta misma vibración.

      Alemania concluiría solamente donde ya no se percibiera la vibración unificadora pues, ahora lo sabían todos, Alemania era también ese inmanente sonido inaudible llamado volkschwingen [11].

      ¡Alemania despierta! decía el mensaje trascendente y Alemania, como el ave fénix, renacía de las cenizas de sus últimas derrotas; se convertía en el epicentro de una nueva weltanschauung [12] en la que no tendrían lugar las infamias de la conspiración judía mundial y de la subversión marxista leninista.

     

      La revolución parda traería un Nuevo Orden que sólo admitiría en su Elite dirigente la jerarquía del Espíritu; serían superiores quienes lo fueran realmente por sí mismos, sin importar ninguna otra condición. Esta perspectiva estimulaba la sana competencia, insuflaba nuevas esperanzas y alentaba a todos a compartir la aventura del “despertar alemán”. Y nadie debía dudar pues el Nuevo Orden estaba garantizado, asegurado en su pureza por la figura del Führer  [13].

      Sí, al fin Alemania tenía su Führer. El era el verdadero artífice del Nuevo Orden, el Jefe que conduciría al pueblo germano a la victoria.

      Corría el año 1933, Alemania despertaba, Adolf Hitler era el Führer.

 

 

 

Capítulo VII

 

 

Tenía quince años, el Alma cargada de ilusiones y la clara percepción de la volkschwingen cuando, de la mano de Papá, llegamos al hospedaje de Rudolph Hess en Berchtesgaden.

   Se había difundido la noticia de que el Führer estaba en Haus Wachenfeld y la zona se vio invadida de periodistas y curiosos, por lo que nos fue difícil alojarnos. Finalmente lo hicimos en la modesta hostería “Kinderland” a unos dos kilómetros de la casa de Rudolph Hess.

      Pernoctamos allí y por la mañana bien temprano partimos atléticamente por un sendero nevado que seguía en sus curvas a la colina cercana. Papá, vestido a la usanza Bávara, llevaba la estrecha botamanga del pantalón montañés dentro de gruesas medias de lana que llegaban a la rodilla. Borceguíes, camisa y saco sin cuello completaban el equipo. Yo lucía un flamante uniforme gris oscuro de la Hitlerjungen, compuesto de pantalón corto, chaqueta con bolsillos y cuello marinero; cinturón de hebilla con Runa S, correa cruzada sobre el pecho y un pequeño puñal al cinto con la inscripción “Blut und Ehre” [14] grabada en la hoja; corbatín ceñido con anillo, botines de cordón y zoquetes grises.

      La casa donde se hospedaba la familia Hess, era una antigua construcción de madera de clásico estilo alpino; pequeña pero confortable. Al llamar a la puerta, fuimos atendidos por un somnoliento oficial de la SS. que ejercía la custodia durmiendo en el livingroom, junto al hogar encendido. Se llamaba Edwin Papp y era SS. Obersturmführer [15].

      –Herr Hess se encuentra aún acostado, –dijo el oficial de la SS..– Se alegrará de verlos pues los espera desde hace varios días. Siéntese en el living, por favor, mientras preparo café.

 

      Media hora después aparecía Rudolph Hess, impecablemente vestido con equipo de gimnasia: pantalón, rompevientos y zapatillas azules. Alto, fornido, de rostro cuadrado y cejas espesas, se destacaban claramente los ojos negros y brillantes que parecían atraer la atención puesta en él.

      Apenas sonriente, se detuvo un momento a mirar a Papá y luego se confundieron en un abrazo que arrancó en ambos exclamaciones de alegría y espontáneas carcajadas. Hacía muchos años que Yo no lo veía y, por lo tanto, guardaba de él un recuerdo muy vago, pero me sorprendió descubrir una timidez que no podía ni imaginar en el poderoso lugarteniente del Führer.

      Se volvió hacia mí y me observó admirado.

 

      ¿Dieser mein patekind? [16] –dijo como para sí–. ¡Cómo pasa el tiempo! ya es todo un hombre. Un nuevo hombre para un nuevo Reich.

      –Dime Kurt –se dirigía esta vez a mí– ¿no deseas quedarte en Alemania? Aquí podrías estudiar y servir a la patria.

      –Sí taufpate [17] Rudolph, –respondí alborozado– eso es lo que quiero. Mi mayor ambición es ingresar a la Escuela NAPOLA.

      –Esa sí que es una gran ambición –dijo Rudolph Hess– veremos qué podemos hacer.

      En ese momento entró Ilse Prohl de Hess a quien Papá no conocía pero que luego de hechas las presentaciones, parecía ser una amiga de toda la vida. Esto se debía a que Ilse era una mujer sencilla y enérgica, pero dueña de una gran amabilidad. Antigua militante nacionalsocialista estaba alejada de la política desde su casamiento con Hess en 1927 y manifestaba, a poco de estar hablando con nosotros, el deseo de tener hijos, que Dios parecía negar. –Recién cinco años después, nacería el único hijo de Rudolph Hess, Wolf, pero esa es otra historia–.

      Pasamos una semana en Berchtesgaden durante la cual Rudolph, Ilse y Papá intimaron en varias ocasiones, cuando ellos no iban a Haus Wachenfeld a ver al Führer que por otra parte se hallaba asediado por Goering y otros miembros del partido.

      En esas veladas, cuando Papá y los Hess intercambiaban recuerdos y anécdotas, Yo solía interrogar durante horas al oficial de la SS. encargado de la custodia. Según mi criterio de aquellos días, no existía una meta más digna de los esfuerzos de un joven alemán, que llegar a pertenecer al cuerpo de Elite de la SS..

      Un día, de los primeros que pasamos en Berchtesgaden, Papá y Rudolph se retiraron para hablar a una galería exterior, ubicada sobre una ladera y protegida por una baranda que rodeaba la casa. Normalmente no hubiera hecho caso de ellos, pero algo en los gestos, un tono de cuchicheo en la conversación, me alertó sobre la posibilidad de que estuvieran hablando de mí.

      Pensé que se referían al ingreso a la Escuela NAPOLA y una ansiedad creciente me ganó. No pudiendo resistir la tentación –delito imperdonable diría mi padre– hice algo repudiable: los espié.

      Disimulando estar parado contra una ventana que se abría en las proximidades de Papá y Rudolph Hess, traté de escuchar su conversación, que efectivamente se desenvolvía en torno al tema de mi persona. Pero no versaba sobre el ingreso a la Escuela NAPOLA, sino sobre una cuestión que me llenó de estupor.

      –... Puedes dejarme a Kurt entonces –decía Rudolph– ¿le hablaste del Signo?

      –No lo creí conveniente –respondió Papá–. Además no sabría explicarle con la suficiente profundidad ese Misterio. Tú sabes más que Yo de estas cosas; eres el más indicado para hablar con él.

      Movía la cabeza afirmativamente Rudolph Hess mientras en su rostro se mantenía esbozada esa sonrisa tímida tan característica de su persona.

      –Esperemos unos años; –dijo Rudolph Hess– si es que Kurt no pregunta antes. ¿Nunca ha sospechado nada? ¿No ha sido protagonista de algún suceso anormal?

      –No, Rudolph, salvo el asunto de los Ofitas, que ya te conté en mis cartas, no le ocurrió nada extraño después, e incluso parece haberlo olvidado, o por lo menos, el recuerdo no le afecta.

     

      En este punto de la conversación entre Rudolph Hess y mi padre poco era lo que yo entendía, pero al mencionar a los Ofitas un increíble episodio de la niñez vino a mi memoria instantáneamente. ¡Cuando tenía unos diez u once años fui víctima de un secuestro! No era un secuestro criminal con el fin de cobrar rescate, sino un rapto perpetrado por fanáticos de la Orden Ofita que sólo duró unas horas hasta que la Policía, merced a los datos que aportó un soplón profesional, pudo desbaratarlo.

 

 

 

 

Capítulo VIII

 

 

 

Las cosas sucedieron así: mis padres habían viajado hasta El Cairo –el Ingenio familiar dista unos kilómetros de esta ciudad– con el objeto de hacer compras.

   Mientras Mamá se entretenía en las vastas dependencias de la Tienda Inglesa Yo, ávido de travesuras, me fui deslizando con mucho disimulo hacia la calle. Un momento después corría a varias cuadras de la Tienda atraído inocentemente por el bullicio del “Mercado Negro”, barrio laberíntico de miserables puestos callejeros y refugio seguro de mendigos y delincuentes de poca monta.

      Ese día la marea humana era densa por las callejuelas estrechas en las que la distancia entre dos puestos de ventas apenas dejaba un pasillo al tránsito peatonal. Alfarería, frutas, alfombras, animales, de todo lo imaginable se vendía allí y ante cada mercadería se detenían mis ojos curiosos. No tenía miedo pues no me había alejado mucho y sería fácil volver o que me hallara Mamá.

      Siguiendo una callejuela fui a dar a una amplia plaza empedrada, con fuente de surtidor, en la que desembocaban infinidad de calles y callejuelas que sólo el irregular trazado de esos Barrios de El Cairo puede justificar. Estaban allí cientos de vendedores, vagos, pordioseros y mujeres con el rostro cubierto por el chador, que recogían agua en cántaros de barro cocido.

      Me acerqué a la fuente tratando de orientarme, sin reparar en un grupo de árabes que rodeaban cantando a un encantador de serpientes. Este espectáculo es muy común en Egipto por lo que no me hubiera llamado la atención, a no ser por el hecho inusual de que al verme, los árabes fueron bajando el tono del canto hasta callar por completo. Al principio no me percaté de esto pues el encantador continuaba tocando la flauta en tanto los ojos verdes de la cobra, hipnotizada por la música, parecían mirarme sólo a mí. De pronto el flautista se sumó también al grupo de silenciosos árabes y Yo, comprendiendo que algo anormal ocurría, uno tras otro daba prudentes pasos atrás.

      El hechizo se rompió cuando uno de ellos, dando un alarido espantoso, gritó en árabe –¡El Signo! mientras me señalaba torpemente. Fue como una señal. Todos a la vez gritaban exaltados y corrían hacia mí con la descubierta intención de capturarme.

      Se produjo un terrible revuelo pues siendo Yo un niño, corría entre la muchedumbre con mayor velocidad, en tanto que mis perseguidores se veían entorpecidos por di-versos obstáculos, los que eliminaban por el expeditivo sistema de arrojar al suelo cuanto se les cruzara en sus caminos. Por suerte era grande el gentío y muchos testigos del episodio pudieron informar luego a la Policía.

      La persecución no duró mucho pues el fanatismo frenético que animaba a aquellos hombres multiplicaba sus fuerzas, en tanto que las mías se consumían rápidamente.

      Inicialmente tomé por una calle pletórica de mercaderes, escapando en sentido contrario al empleado para llegar a la plaza, pero a las pocas cuadras, intentando esquivar una multitud de vendedores y clientes, me introduje en un callejón. Este no era recto, sino que seguía estrechándose cada vez más, hasta convertirse en un camino de un metro de ancho entre las paredes de dos Barrios que habían avanzado desde direcciones distintas, sin respetar la calle.

      A medida que corría, el callejón parecía más limpio de obstáculos y, por consiguiente, mis perseguidores ganaron terreno, hasta que una piedra saliente del desparejo suelo me hizo rodar derrotado. Inmediatamente fui rodeado por los excitados árabes que no tardaron un instante en envolverme con una de sus capas y cargarme aprisionado entre poderosos brazos. La impresión fue grande y desagradable y, por más que gritaba y lloraba, nada parecía afectar a mis captores que corrían ahora, más rápido que antes.

      Un rato después llegamos a destino. Aunque Yo no podía ver, entendía perfecta-mente el árabe y comprendí entonces que los fanáticos llamaban a grandes voces a alguien a quien denominaban Maestro Naaseno.

      Al fin me liberaron del envoltorio en capuchón que me cegaba, depositándome sobre un suave almohadón de seda, de regular tamaño. Cuando acostumbré la vista a la penumbra del lugar, comprobé que estaba en una amplia estancia, tenuemente iluminada con lámparas de aceite. El piso, cubierto de ricas alfombras y almohadones, contaba con la presencia de una docena de hombres arrodillados, con la frente en el suelo, los que de tanto en tanto levantaban la vista hacia mí y luego, juntando las manos sobre sus cabezas, elevaban sus ojos extraviados hacia el cielo clamando ¡Ophis! ¡Ophis!

      Por supuesto que todo esto me atemorizó pues, aunque no había sufrido daño, el recuerdo de mis padres, y el hecho de estar prisionero, me producían una gran congoja. Sentado en el almohadón, rodeado de tantos hombres, era imposible pensar en fugar y esta certeza me arrancaba dolorosos sollozos. De pronto, una voz bondadosa brotó a mis espaldas trayendo momentánea esperanza y consuelo a mis sufrimientos. Me di vuelta y vi que un anciano de barba blanca, tocado con turbante, se llegaba hacia mí.

      –No temas hijo –dijo en árabe el anciano a quien llamaban Naaseno–. Nadie te hará daño aquí. Tú eres un enviado del Dios Serpiente, Ophis-Lúcifer a quien nosotros ser-vimos. Lo prueba el Signo que traes marcado para Su Gloria.

      Me indicó en gesto afectuoso que permitiera ser tomado en brazos por él, para poder así “enseñarme la imagen de Dios”. Realmente estaba necesitando un trato afectuoso pues aquellos fanáticos no reparaban en que Yo era un niño. Abracé al anciano y éste echó a andar hasta un extremo de la sala –que resultó ser un sótano– adonde se elevaba una columna en cuyo pedestal brillaba una pequeña escultura de piedra muy pulida. Tenía la forma de una cobra alzada sobre sí misma con ojos refulgentes, debido quizá a la incrustación de piedras de un verde más intenso. La imagen me fascinó y la hubiese tocado si el anciano no retrocede a tiempo.

      –¿Te ha gustado la imagen de Dios, “pequeño enviado”? –dijo el Maestro.

      –Sí –respondí sin saber porqué.

      –Tú tienes derecho a poseer la joya de la Orden. –Continuó el Maestro mientras hurgaba en una bolsita de fino cuero que llevaba colgada al cuello.

      –¡Aquí está! –exclamó el Maestro Naaseno– es la imagen consagrada del Dios Serpiente. Para obtenerla los hombres pasan duras pruebas que a veces les llevan toda la vida. Tú en cambio no necesitas pasar ninguna prueba porque eres portador del signo.

      Con un afilado puñal que extrajo del cinto, cortó un cordón verde de un manojo que colgaba en la pared y, ensartando la réplica de plata en un lazo, la colocó en mi cuello. A continuación me miró a los ojos, de una forma tan intensa que no he podido olvidarlo nunca. Tampoco olvidé sus palabras, las que pronunció con voz muy fuerte, ritualmente. Me tenía agarrado con su brazo izquierdo y me elevaba para que fuese visto por todos, mientras con el índice de la mano derecha señalaba al Dios Serpiente. Dijo esto:

 

      –¡Iniciados de la Serpiente Liberadora! ¡Seguidores de la Serpiente de Luz Increada! ¡Adoradores de la Serpiente Vengadora! ¡He aquí al Portador del Signo del Origen! ¡Al que puede comprender con Su Signo a la Serpiente; al que puede obtener la Más Alta Sabiduría que le es dado conocer al Hombre de Barro! En el interior de este niño Divino, en el seno del Espíritu eterno, está presente la Señal del Enemigo del Creador y de la Creación, el Símbolo del Origen de nuestro Dios y de todos los Espíritus prisioneros de la Materia. Y ese Símbolo del Origen se ha manifestado en el Signo que nosotros, y nadie más, hemos sido capaces de ver: ¡niño Divino; él podrá comprender a la Serpiente desde adentro ! ¡pero nosotros, gracias a él, a su Signo liberador, la hemos comprendido afuera, y ya nada podrá detenernos!

      –Sí, Sí ¡Ya podemos partir! –gritaban a coro los desenfrenados Iniciados Ofitas.

 

 

      Pasaron los minutos y todo se fue calmando en el refugio de la Orden Ofita. Los árabes estaban entregados a alguna clase de preparativo, y Yo, entusiasmado con el serpentino obsequio y tranquilizado por el buen trato del Maestro Naaseno, no desconfié cuando éste me acercó un vaso de refrescante menta. Pocos minutos después caía presa de profundo sopor, seguramente a causa de un narcótico echado en la bebida.

      Cuando desperté estaba con mis padres, en el Sanatorio Británico de El Cairo, junto a un médico, de blanco guardapolvo, que trataba inútilmente de convencerlos de que Yo simplemente dormía.

      Con el paso de los años, fui reconstruyendo las acciones que llevaron a mi liberación. Al parecer el Jefe de Policía se movió rápidamente, temiendo que el secuestro de un miembro de la rica e influyente familia Von Sübermann, concluyera con una purga en el Departamento de Policía cuya cabeza –sería la primera en rodar– era él. Por intermedio de confidentes, mendigos, vagos o simples testigos, se enteraron sin lugar a dudas que los autores del secuestro eran los fanáticos miembros de la milenaria Orden gnóstica “Ofita”, considerados como inofensivos e incluso muy sabios.

      Esto desconcertó en un comienzo a los policías, que no alcanzaban a vislumbrar el móvil del secuestro pero, siguiendo algunas pistas, llegaron a la casa del Maestro Naaseno. Los árabes, en la euforia por transportarme hasta allí, se habían comportado imprudente-mente, penetrando todos juntos en medio de gritos y exclamaciones. Un mendigo, testigo presencial de la extraña procesión, tan deseoso de ganar la recompensa que mi familia había ofrecido, como de evitar las porras policiales, dio los datos de la casa donde entraron los raptores. Esta fue rodeada por las autoridades, pero, como nadie respondía a los llamados, se procedió a forzar la puerta, encontrándose con una humilde vivienda, totalmente vacía de gente. Luego de una prolija inspección, se descubrió, disimulada bajo una alfombra, la puerta trampa que conducía, mediante una mohosa escalera de piedra, al soterrado templo del Dios Serpiente.

      Un espectáculo macabro sorprendió a los presentes pues, tendido sobre un almohadón de seda, yacia mi cuerpo exánime rodeado de cadáveres con expresión convulsa que, como último gesto, dirigían los rígidos brazos hacia mí.

      Todos los secuestradores habían muerto con veneno de cobra. El Maestro Naaseno y el ídolo se habían esfumado.

      La impresión que recibieron los recién llegados fue muy mala pues pensaron que Yo también estaba muerto, pero salieron de inmediato de su error y fui transportado al Sanatorio Británico junto con mis padres.

      Aún conservaba colgada del cuello la serpiente de plata, siendo ésta guardada celosamente por Papá, aunque a veces, años después, me la solía mostrar cuando recordábamos aquella aventura.

      En aquel momento, mientras escuchaba a Papá y Rudolph Hess hablar de los Ofitas, todos estos sucesos se agolpaban en mi mente.

      Me había situado de costado contra la ventana, de manera que sólo podía verlos de reojo conversar, pero la voz llegaba nítida a mis oídos.

      –Esta es la joya de plata –decía Papá– con la imagen de Ophis-Lúcifer. La conservé con el cordón original; toma, ahora deberás guardarla tú.

      Era una revelación extraordinaria, –no pude evitar volverme un poco para ver mejor– pues Papá nunca dio importancia al pequeño ídolo y Yo, que no comprendía su significado, tampoco. Incluso hacía años que se había borrado de mi mente.

      ¡Y resultaba allí que Papá había simulado y restado importancia al asunto, pero en realidad atribuía cierto valor desconocido al ídolo de plata! Y lo más extraño era que lo hubiese traído oculto a Alemania, ofreciéndoselo en custodia a Rudolph Hess. Esto para mí no tenía sentido.

      Por otra parte hablaban del Signo como los árabes, ¿qué Signo? Años después del secuestro, todavía me miraba en el espejo buscando al bendito Signo que había llevado a aquellos desgraciados a la muerte; y jamás hallé nada anormal. Tampoco sospeché que Papá creyera en la existencia de aquella señal –¿o estigma?–.

      En mi cabeza un torbellino de ideas giraban desordenadas, mientras distraídamente veía a Rudolph Hess examinar la serpiente de plata.

      De pronto, introduciendo la mano por el escote del rompevientos, extrajo un cordón que le rodeaba el cuello. ¡Colgando del mismo había una serpiente de plata, exacta-mente igual a la mía!

      Rudolph Hess las había reunido en su mano para la contemplación de mi Padre y, luego de unos minutos, se colocó la suya y guardó la otra en el bolsillo. Instantes ­después ambos ingresaban al cálido livingroom sin hacer mención del tema de su conversación precedente.

      Esta actitud reservada me convenció de la inconveniencia de abordar de algún modo el asunto, pues delataría el censurable espionaje cometido. No lo pensé mucho: callaría hasta tanto no se me hablara directamente, pero me prometí hacer lo imposible para obtener información sobre el misterioso Signo.

 

 

      Eran las dos de la mañana y tío Kurt se paró con intención de marcharse a su habitación. No le reprochaba esa actitud pues había estado hablando varias horas, pero el relato despertó inquietudes e interrogantes en mi Espíritu, tornándome impaciente y des-considerado.

      –Tío Kurt –dije– es tarde, lo sé y sé también que mañana podremos continuar la charla, pero de veras necesito que respondas a dos preguntas antes de irte.

      –Ja, Ja, Ja, Ja –rió con su terrible carcajada– eres igual que Yo a tu edad: necesitas obtener respuestas para poder vivir. Es como una sed. Te comprendo neffe ¿qué quieres saber?

      –Sólo dos cosas –dije–. Primero: ¿Hay posibilidad que ese Signo que los árabes veían en ti, sea igual al que Belicena Villca vio en mí?

      –Sin ninguna duda neffe –respondió–. El Signo significa muchas cosas, pero también es una Sanguine Signum[18] y ambos tenemos la misma sangre. La sangre no es factor determinante para la aparición del Signo pero sí es “condición de calidad”; si aparece un signo en miembros de nuestra familia es el mismo signo.

      Yo había ignorado hasta hoy que hubiese otro Von Sübermann vivo con dicha marca. Papá, con quien hablé finalmente sobre ello, me contó que según una tradición familiar, un antepasado nuestro “demostró” a sus contemporáneos mediante ciertas seña-les, “ser un elegido del Cielo”, en virtud de lo cual el Rey Alberto II de Austria le otorgó el título de Barón en el siglo XV. A partir de esa Epoca, se registraron los anales familiares, siendo todo lo anterior oscuro y desconocido. En los siglos posteriores, la familia siempre se dedicó a la producción de azúcar, como dice Belicena Villca en su carta, y se mantuvo atenta a la aparición de descendientes con “aptitudes especiales”. De hecho, hubo varios integrantes de la Estirpe que demostraron poseer dones sobrenaturales, pero nadie logró resolver el enigma familiar. Solamente las últimas generaciones de la rama egipcia, pudieron acercarse a la solución del misterio, al descubrir la existencia de una marca o signo de aparición cíclica entre los miembros de la familia a través de las edades. Pero salvo esta noticia, obtenida gracias a los contactos realizados con ciertos ulemas, sabios del Islam, poco es lo que pudo saberse con más precisión.

      Para mi desesperación tío Kurt seguía acercándose a la puerta, con la firme intención de marcharse.

      –Te haré la segunda pregunta –dije–. ¿Has podido saber qué es el Signo?

      Tío Kurt hizo un gesto de fastidio.

      –¿Crees que una respuesta que Yo mismo busqué durante años puede resumirse en dos palabras? Supongo que tu pregunta apunta al Símbolo del Origen, que es la causa metafísica de nuestro signo. Si es así, sólo te diré que todo cuanto pude averiguar al respecto es menos de lo que expone Belicena Villca en su carta. Coincido plenamente con ella, y de acuerdo a lo que me fue revelado en la Orden Negra SS., que el Símbolo del Origen está ligado al Misterio del encadenamiento espiritual. El Símbolo del Origen, neffe, es análogo a un Marco Carismático: quien es abarcado por dicho marco, consciente o no, “orientado” o no hacia él, permanece inevitable-mente encadenado a la Materia; quien logra en cambio abarcar al marco, comprenderlo o trascenderlo, logra liberarse del encadenamiento, “es libre en el Origen”. Y quienes procuran mantener al Espíritu Eterno encadenado bajo tal marco, o Símbolo del Origen, son los Maestros de la Kâlachakra, la Fraternidad Blanca de Chang Shambalá. Y quienes tratan de que el Espíritu trascienda el Símbolo del Origen, tal vez comprendiendo a la Serpiente, son los Iniciados de la Sabiduría Hiperbórea, los Dioses Liberadores de Agartha.

      Esto es, en síntesis, lo que sé sobre el Símbolo del Origen. Ahora bien, si tu pregunta se refiere al Signo como marca, te diré que aún sé menos, pues al Signo sólo pueden reconocerlo quienes ya lo conocen.

      Es básico neffe, para distinguir una cosa de otra, hay que conocerla primero; el mismo principio vale para el Signo; sólo lo “ven” aquellos que tienen la Verdad en su interior, pues sólo así es posible reconocer la Verdad exterior, por eso tú y Yo no podemos ver el Signo aunque lo llevemos con nosotros, porque aún nos falta llegar a la Verdad.

      Escuchaba a tío Kurt desolado pues había abrigado la secreta esperanza de que él sabría lo concerniente al Signo y que tal vez accedería a confiarme su secreto, pero su respuesta negativa era simple y lógica: la revelación del Signo debía ser interior.

      Mi cara reflejaba el desaliento y esto hizo reír nuevamente a tío Kurt.

      –No te preocupes neffe, no es tan importante que nosotros veamos el Signo sino que lo reconozcan quienes nos deben ayudar. Y esto siempre ocurre como lo prueba tu propia experiencia.

      Pero hay algo que quizás compense la curiosidad que sientes. En los años que estuve en el Asia, obtuve una información precisa sobre nuestro Signo: su ubicación corporal.

      –¿Dónde está? –pregunté sin disimular la impaciencia.

      –En un lugar curioso neffe –respondió con evidente regocijo– en las orejas.

      Miró el reloj y sin esperar respuesta dijo –Hasta mañana neffe Arturo –y salió.

 

      En un primer momento pensé que tío Kurt se burlaba de mí, pero luego fui hasta el baño, al espejo, a mirarme las orejas. No había nada anormal en ellas, pequeñas, sin lóbulo, pegadas a la cabeza, eran, eso sí iguales a las de tío Kurt.

      Definitivamente Yo no era capaz de “ver” el famoso Signo; y me fui a dormir.

 

 

 

 

Capítulo IX

 

 

 

La siguiente mañana desperté con el recuerdo presente de los últimos conceptos expuestos por tío Kurt la noche anterior, que iban aclarando lenta pero efectivamente el Misterio en que me hallaba inmerso. Por de pronto, era ya seguro que mi tío compartía la misma filosofía oculta de Belicena Villca, la “Sabiduría Hiperbórea”, y que la misma le fue revelada durante su carrera como oficial de las Waffen SS.: ¡esto era más de cuanto Yo podía soñar al venir a Santa María!

      Y además estaba la cuestión del Signo: ¡no sólo tío Kurt conocía la existencia del Signo sino que me confirmaba que tanto él como Yo éramos portadores del mismo! No cabían dudas entonces que, al igual que los Ofitas, Belicena Villca lo había percibido, en mis orejas o donde quiera que estuviese plasmado, y ello la había decidido a redactar su increíble carta. ¡Y tanto en el caso de los Ofitas como en el de Belicena Villca, la muerte había intervenido implacablemente, como si Ella fuese un actor insoslayable en el drama de los señalados por el Signo!

 

      –Buen día Señorcito, vengo a curarle la cabeza. –dijo la vieja Juana, circunstancial enfermera–. Traje lo que me pidió. Mire, señorcito...

      Enarbolaba una navaja de refulgente filo, utensilio que había solicitado con la intención de afeitarme la cabeza, ya depilada en parte por el Dr. Palacios en torno a la herida.

      Concluída la cura, que consistía en lavar la cicatriz y teñirla con una tintura roja a base de iodo, la vieja Juana se entregó a la tarea de afeitarme la cabeza, concesión hecha al comprobar la imposibilidad de poder hacerlo Yo mismo, con una mano sola.

      Media hora después, luciendo el cráneo perfectamente rasurado como un bonzo de Indochina, tomaba el nutrido desayuno que me sirviera la solícita vieja.

      –A este paso pronto estará bien Señorcito –dijo la vieja, deleitada por la forma en que devoraba las vituallas.

      –Sí, pero con varios kilos de más –repliqué sin dejar de comer.

      A las nueve en punto subió tío Kurt a mi habitación.

      –¿Cómo estás neffe? ¿dispuesto a escuchar otra parte de mi historia?

      –Sí tío Kurt –respondí– estoy ansioso, realmente ansioso por escuchar lo que tienes que contar.

      Se acomodó en su sillón hamaca y comenzó a hablar.

      –Bien; habíamos quedado en que luego de sorprender la conversación de mi padre con Rudolph Hess sobre el Signo, decidí no hablar de ello hasta que alguno de los dos tomara la iniciativa.

      Asentí con la cabeza mientras tío Kurt retomaba el hilo del relato.

      –Al finalizar la primera semana de Agosto de 1933, partimos hacia Berlín en tren. Rudolph Hess e Ilse, en cambio, irían hasta Munich en automóvil y desde allí arribarían a Berlín en un avión, junto con el Führer, Goering y varias personalidades del Tercer Reich, que finalizaban sus vacaciones.

      En Berlín nos hospedamos en el hotel Kaiserhof, antiguo cuartel general del N.S.D.A.P.[19] y esperamos, de acuerdo a lo convenido en Berchtesgaden, noticias de Rudolph Hess. Estas llegaron a mediados de Agosto en forma de una citación para encontrarnos con Rudolph Hess en el Ministerio de Educación y Ciencia. Deberíamos estar preparados a las 7 hs. del día siguiente en el hotel, pues seríamos recogidos por un vehículo oficial.

      A las 7 en punto llegó el oficial SS. Papp, a quien conocíamos por ser custodia de Rudolph Hess en Berchtesgaden, en un coche con chofer uniformado de las S.A.

      –Herr Hess los espera en el Ministerio de Educación y Ciencia. Lo he dejado allí antes de venir a buscarlos. –Dijo el SS..

      Llegamos en unos minutos y fuimos conducidos por el SS. hasta una puerta en la que se leía “NAPOLA Dirección Nacional”. Entramos.

      En un amplio recinto, sobriamente amueblado, encontramos a Rudolph Hess con el uniforme de las S.A., a un hombre de aspecto severo y a una secretaria que tecleaba una máquina de escribir. Todos se pararon cuando llegamos.

      –Profesor Joachim Haupt, le presento al Barón Reinaldo Von Sübermann –dijo Rudolph Hess.

      –Barón Von Sübermann, estás frente a Joachim Haupt, Director Nacional de los NAPOLA –completó la presentación Rudolph Hess.

     

      Mientras se daban la mano Rudolph tomó la palabra.

      –He estado discutiendo el ingreso de Kurt con Herr Profesor y, pese a la falta de vacantes, llegamos a un acuerdo. Será incorporado al primer NAPOLA en Lissa para integrar el “Cuerpo Selectivo de Estudios Orientales”.

 

      Mi Destino estaba por lo visto resuelto. El Profesor Haupt me observaba con detenimiento; al fin habló.

      –Joven Von Sübermann, tengo entendido que domina Ud. varias lenguas. ¿Me podría decir cuáles son? –preguntó.

      –Sí Herr Profesor. Aparte de mis lenguas natales árabe, inglés y alemán, hablo francés y griego –contesté tímidamente.

      –Cinco idiomas es más que suficiente para ingresar al NAPOLA de Lissa –dijo el Profesor Haupt– pero a nosotros nos interesa su dominio del árabe. ¿Estaría Ud. dispuesto a estudiar otras lenguas del Medio Oriente o del Asia, digamos por ejemplo, turco o ruso?

      –Sí. Me gustaría aprender otras lenguas y estoy dispuesto a estudiar aquello que mejor convenga para servir a la patria, –respondí un tanto perplejo pues jamás se me hubiera ocurrido que en el NAPOLA recibiría un entrenamiento tan específico.

      –Entonces no hay más que hablar, –dijo el Profesor Haupt–. Le haré extender una orden de incorporación. El próximo lunes debe presentarse en Lissa.

 

      Se dirigió a Papá.

      –Hemos convenido con Herr que ésta sería la mejor carrera para su hijo. Normalmente en la Escuela NAPOLA se dicta el plan de estudio de segunda enseñanza oficial con especialización en letras, ciencias naturales, lenguas modernas, etc., pero por un decreto reservado del Führer, acabamos de crear una división especial de estudios asiáticos. Esta división se llamará “Cuerpo Selectivo de Estudios Orientales” y allí se formarán los futuros Ostenführer [20] quienes, más adelante, servirán en misiones especiales en el Asia. El Reichführer [21] Himmler ha presentado un proyecto sobre el plan de estudios, y uno de los requisitos a cumplir es el dominio de lenguas asiáticas. Tenemos ya Profesores de dialectos tibetanos y mongoles, y de sánscrito. El joven Kurt puede ser un buen auxiliar para el Profesor de árabe, lo que es una ventaja para todos.

      Serán tres años intensivos en el NAPOLA, que luego se complementarán, si nuestros planes se realizan, con un posterior entrenamiento en la SS.. Esta es una información confidencial que revelo a Ud. por el solo hecho de que Herr Hess avala su discreción.

      Entiendo que estando Ud. en Egipto, no podrá velar debidamente por el bienestar de su hijo ¿Pensó a quién delegará la responsabilidad de la Tutoría? –preguntó el Profesor Haupt.

      Se miraron Papá y Rudolph Hess y, acto seguido, éste movió la cabeza en muda aceptación.

      –Yo me haré cargo del joven Kurt –dijo Rudolph Hess–. Disponga los papeles necesarios para cumplir esta formalidad.

      –Entonces está todo solucionado –dijo el Profesor Haupt– ¿Está Ud. de acuerdo Barón Von Sübermann?

      –Totalmente de acuerdo. No podría hallar otro tutor mejor para mi hijo, ni hay en Alemania nadie en quien confíe más que en Rudolph –dijo Papá, que aún estaba conmovido por el gesto de Rudolph Hess.

 

      Momentos después una eficiente secretaria, preparaba un Legajo Personal a mi nombre, archivaba las declaraciones Juradas de Rudolph Hess y de mi padre y me entregaba un sobre cerrado que debía entregar en Lissa al presentarme el lunes siguiente.

      –¡Heil Hitler! –dijeron al unísono el Profesor Joachim Haupt y Rudolph Hess, al despedirse intercambiando el antiguo saludo romano, consistente en alzar el brazo derecho y chocar los talones.

      En las escaleras de piedra del Ministerio de Educación y Ciencia se produjo otra despedida, pero esta vez más dolorosa, pues Papá y Rudolph Hess se apreciaban profundamente. Las múltiples ocupaciones de Rudolph Hess, hacían a éste muy difícil concretar otra entrevista, por lo que decidieron despedirse allí mismo.

      –Hasta pronto estimado Reinaldo –dijo Rudolph a Papá, incapacitado por su habitual timidez de ser más expresivo. –Te echaré de menos. Eres de los pocos amigos verdaderos que tengo y siempre es una gran alegría estar contigo. No te preocupes por Kurt, Yo cuidaré de él; como su tutor, seré avisado de inmediato sobre cualquier novedad que pueda surgir.

      –Y tú Kurt –dijo Rudolph Hess dirigiéndose a mí– no dejes de avisarme de las necesidades o problemas que tengas. Toma esta tarjeta; –me extendió un rectángulo de cartulina con el águila del Tercer Reich en relieve –puedes llamar al teléfono que allí figura y solicitar mi presencia o transmitir tu pedido al SS. Obersturmführer Papp, a quien ya conoces.

      Descendió un escalón, según su costumbre de tomar distancia para observar a sus interlocutores, y nos miró con ojos tristes, mientras en su boca apenas se esbozaba una sonrisa tímida.

      –Hasta pronto familia Von Sübermann, ¡Heil Hitler! –dijo y, previo abrazo con Papá, partimos en direcciones opuestas.

      Empleamos el resto de la semana en adquirir ropa y diversos elementos que necesitaría para mi internación en el NAPOLA de Lissa. El siguiente lunes, luego de efectuar la presentación correspondiente a un secretario con uniforme pardo de las S.A., me despedí de mi padre para comenzar una nueva vida.

 

 

 

 

Capítulo X

 

 

 

Tres años permanecí en Lissa perfeccionándome en el “Cuerpo Selectivo”, durante los cuales sólo vi a mi familia en las ocasiones en que podía viajar a Egipto; esto es, una vez cada año en las vacaciones de verano. A Rudolph Hess me propuse molestarlo lo menos posible, pero las pocas veces que llamé al número telefónico que él me diera, no logré hablarle directamente sino por intermedio del oficial SS. Papp.

      De todos modos, nunca fui desatendido en mis escasas solicitudes, a todas las cuales accedió amablemente dicho oficial. Pero Rudolph Hess era mi tutor y, por lo tanto, el responsable de firmar las planillas de calificaciones y otros trámites burocráticos, como corresponde a cualquier padre. Jamás me enteré que esto no se cumpliera, por lo que Yo suponía que Rudolph Hess habría previsto un mecanismo automático, por el cual sería informado sobre el desarrollo de mis estudios. Finalmente verifiqué que esta teoría era correcta.

      Para algunas navidades y celebraciones especiales, que la familia Hess pasaba en la intimidad, fui invitado a estar con ellos, lo que me producía mucha alegría, pues constituían mi única familia en Alemania.

      Durante esos tres años, aparte de la instrucción secundaria normal, aprendí religiones, lenguas y costumbres del Asia y recibí intenso entrenamiento en prácticas expedicionarias y de exploración. Montañismo, equitación y técnicas de supervivencia, nos apartaban de las prácticas de deportes convencionales que realizaban los demás cuerpos estudiantiles del NAPOLA.

      Era “vox populi” entre los estudiantes del “Cuerpo Selectivo de Estudios Orienta-les”, que se nos entrenaba para futuras misiones en el Asia, pero nadie sabía dar noticias del carácter que tendrían aquellas.

      En 1936, tercer año de estudios en una carrera que duraba cuatro, fui seleccionado para recibir instrucción aérea y transferido a las Flieger H. J. (Flieger Hitlerjugen) división de las juventudes Hitlerianas especializada en vuelo de planeador. Sin embargo –éramos veinte en las mismas condiciones– se nos instruyó en el manejo de avio­nes Messerschmitt y perfeccionó nuestra deficiente práctica con armas ofensivas.

      También recibimos por esa época un cursillo sobre “El Graal y el destino de Alemania” dictado por el Coronel SS. Otto Rahn, prestigioso erudito en Historia de la Edad Media y autor en 1931 del libro “La Cruzada Contra el Graal”.

      Llegó, por fin, el egreso del NAPOLA en 1937 y la consiguiente posibilidad de encauzar una exitosa carrera profesional.

      Las opciones que se ofrecían a los graduados iban desde hacer carrera en el ejército o el partido, hasta la incorporación a la administración, la industria, o la vida académica. Quienes seguían carreras no militares, cursaban la Universidad y se doctoraban en Filosofía y Letras, en Leyes, o en Matemática y Ciencias Exactas.

      Gran parte de los graduados, aspiraban a incorporarse a la Waffen SS. para lo cual debían someterse a rigurosas pruebas de ingreso. Pero para el Cuerpo Selectivo, este ingreso era automático, pues muy grande había sido el esfuerzo que la patria depositara en nuestro entrenamiento. Y, además, éramos solamente noventa egresados los que aspirábamos al grado de Ostenführer de la SS..

      Se podría pensar que una gran alegría embargaba a todos, y eso era cierto en lo que respecta a mis ochenta y nueve compañeros. Yo, en cambio, sentía empañada mi felicidad por un extraño suceso que merece ser mencionado en este relato, por las implicaciones posteriores que tuvo.

      Al completar el plan de estudios la primera promoción del Cuerpo Selectivo, –del cual Yo formaba parte– uno de nuestros Profesores, Ernst Schaeffer, se abocó a la tarea de seleccionar un pequeño grupo para una “operación especial”. Comenzó a circular entre nosotros, el rumor de que dicha operación era en realidad una importante misión en el Asia, por lo que se produjo un consecuente estado de excitación general. No había quien no anhelara participar en la ultraconfidencial misión que, se decía, había sido encomendada por el Reichführer Himmler en persona.

      El Profesor Ernst Schaeffer dictaba cátedras de religiones orientales, especialmente Budismo, Vedismo y Brahmanismo con singular erudición, pero no era oficial de la SS. sino de la Abwer, el Servicio Secreto del Almirante Canaris. Por esta razón las conjeturas indicaban que la misión en el Asia sería una operación de espionaje, quizás en India o Rusia.

      Nuestro pequeño grupo de pilotos de la Flieger –H.J. no había sido incluido en la selección por alguna razón que ignorábamos y, aunque la rígida disciplina interna exigía absoluta obediencia y subordinación, Yo no creía faltar a ningún reglamento si me ofrecía como voluntario. No sabía el destino de la misteriosa misión, pero el entusiasmo por ser admitido me hacía pensar que el conocimiento de diez lenguas orientales sería un buen argumento para lograr mis propósitos.

      Conforme a esta convicción fui un día al encuentro de Ernst Schaeffer. Se encontraba en un aula con un grupo de seis camaradas del Cuerpo Selectivo, dándoles algún tipo de instrucción. Una sola mirada al pizarrón, de donde pendían láminas con dibujos de cuerpos humanos cubiertos de flores de loto, me bastó para saber que daba explicaciones sobre los antiquísimos conceptos fisiológicos del Tantra Yoga.

      La cara de disgusto que puso al verme fue como un presagio de que en algo me había equivocado al suponer que el Profesor podría incluirme en sus planes. No obstante el mal presentimiento que tenía, decidí jugar mi carta.

      –Heil Hitler –dije por todo saludo.

      –¿Qué desea Von Sübermann? –dijo ignorando el saludo político.

      –Perdón Herr Profesor. He sabido que Ud. selecciona personal para una importante misión en el Asia y, si bien no sé gran cosa de ella, deseo que se considere la posibilidad de incluirme. Es decir, me ofrezco voluntariamente.

      –¿Ud. Von Sübermann? –Me miraba aguzando la vista, con una expresión cínica–. ¿Y para qué desea Ud. ir al Asia Von Sübermann?

      –Creo que no me ha comprendido Herr Profesor. Yo deseo ser útil a la patria y ésta es una forma de demostrarlo. Tal vez mis conocimientos de las costumbres y lenguas de Medio Oriente, puedan servir en su misión. O mi licencia de piloto. O las lenguas del Lejano Oriente. Tengo voluntad de servir y por eso me ofrezco –dije con convicción.

      El gesto, en un principio sardónico, en la cara del Profesor, se estaba tornando agresivo y en sus ojos se traslucía un brillo de ira. Yo tampoco las tenía todas conmigo y ya sentía hervir la sangre en las venas. Al fin de cuentas, en ese 1937, yo tenía 19 años y el orgulloso Profesor, no más de 25 ó 26, es decir, edades en las que conviene medir las pa-labras y los gestos...

      –Von Sübermann –dijo con violencia– debo agradecer su buena voluntad, pero Ud. es la última persona que Yo llevaría al Asia ¿me entendió?

      –No, Herr Profesor –contesté, pues realmente no comprendía el motivo por el cual el Profesor Schaeffer me ­odiaba hasta llegar al extremo de no poder disimularlo.

      –¿No entiende Von Sübermann? –comenzó a gritar en forma descontrolada–. Pues bien, se lo diré con todas las letras. Ud. es una persona siniestra, portadora de una marca infamante. Su presencia es una afrenta en cualquier ámbito espiritual, una afrenta a Dios, que en su infinita misericordia le permite vivir entre los hombres. Debería ser marginado, apartado de nosotros o, mejor, exterminado como una rata, porque Ud., Von Sübermann, contamina de pecado todo cuanto le rodea, Ud. ... –continuaba Ernst Schaeffer con sus insultos, totalmente fuera de sí y Yo, que en un primer momento había quedado asombrado al oír una alusión al Signo, estaba reaccionando rápidamente.

      Sin pensarlo, disparé el puño derecho a la cara del Profesor, dándole de pleno en el mentón. El golpe fue bastante fuerte, pues lo envió trastabillando varios metros más allá, sobre los pupitres del aula. Los seis estudiantes, alertados por los gritos de Schaeffer, concurrieron apresuradamente en su socorro y, mientras cuatro de ellos lo ayudaban a levantarse, otros dos me sujetaban para evitar que volviese a pegarle.

      Estaba envuelto en furia pues la agresión del Profesor, me había herido en lo más profundo. Yo era inocente; nada sabía de Marcas ni Signos; estudiaba con mis esfuerzos puestos en buscar el bien de la patria y eso era sin ninguna duda un fin noble.

      No entendía el odio del Profesor Schaeffer ni su deseo de que me “exterminaran como una rata”.

      –Sin duda está loco –pensaba mientras era arrastrado hasta la puerta por los alumnos escogidos de Ernst Schaeffer.

      –¡Llévenselo! ¡Quítenlo de mi vista! –gritaba completamente fuera de sí–. ¡Es un mentiroso y un homicida! ¡Dice no entender pero en el fondo de su corazón todo lo sabe, porque él es la imagen de Lúcifer tentador! ¡Su propósito es destruir nuestra misión con su presencia maldita...!

      Minutos después todavía sonaban en mis oídos, las absurdas acusaciones de Ernst Schaeffer: Homicida, mentiroso, marca infamante, Lúcifer... ¿Dios, qué es esto?

      –¿Estás bien Kurt? –Uno de los “elegidos” me sacudía por los hombros, tratando de hacerme reaccionar. Lo miré, cegado aún por la furia y el desconcierto que la actitud del Profesor me había provocado, y recién lo reconocí. Era Oskar Feil, un buen camarada originario de Vilna, Letonia. Ambos trabamos amistad en los primeros años del NAPOLA, cuando por nuestro carácter de “extranjeros” éramos objeto de la burla de nuestros cama-radas alemanes.

      –Kurt, tranquilízate –dijo Oskar–. Debo volver al aula, pero tengo que hablar con-tigo. Espérame en el gimnasio dentro de media hora.

      Lo miré alejarse y sacudí la cabeza tratando de despejarme de esa pesadilla. No sabía que Oskar formaba parte del grupo seleccionado por Ernst Schaeffer ni sospechaba sobre qué quería hablar, pero lo esperaría pues él era uno de los pocos amigos que tenía en Lissa. Sin embargo esa media hora de espera sería tan larga como un siglo, pues mi estado de ánimo me impulsaba a irme inmediatamente de allí y retornar a Berlín, asiento de la Flieger H.J.

      Luego de lavarme la cara con agua fría y dispuesto a aguardar a Oskar, me situé en un rincón solitario del enorme gimnasio. Estaba más tranquilo cuando llegó mi kamerad.

 

      –Hola Kurt –dijo– veo que estás mejor.

      –Sí Oskar. Ya pasó todo. Siento haberme descontrolado, pero los insultos del Profesor no me dejaron otra alternativa. ¿De qué querías hablarme? –pregunté fríamente, pues ignoraba su posición sobre lo ocurrido.

      –Escúchame bien Kurt, –dijo–. Tú eres mi amigo, el único en quien puedo confiar. He sido elegido por Ernst Schaeffer probablemente por equivocación, pues nada me une a él y a su grupo. Cada día que pasa, más me doy cuenta que hay algo raro en todo esto, pero vivo simulando, llevado por el deseo egoísta de compartir la misión en Asia y obtener el beneficio profesional que reportará a todos sus miembros. Quisiera hablar con plena confianza contigo para que me aconsejes, pero debes prometerme que no dirás a nadie lo que te cuente. ¿Lo harás Kurt? ¿Puedo confiar en ti?

      –Sabes que sí Oskar –dije aliviado– ten la seguridad que nadie se enterará de nuestra conversación ni de su contenido.

      –Acepto tu palabra, Kurt –me dio la mano para sellar el pacto–. Hay en todo este asunto varios puntos extraordinarios. El primero es el lugar de la misión: El Tíbet. Evidentemente nos equivocábamos cuando presumíamos que se trataría de espionaje. En el Tíbet no hay nada para espiar; allí se va a buscar otra cosa. Y eso no es todo. Tampoco es claro el criterio puesto en la selección de nuestro grupo, pues no se han elegido los mejores sino los más obsecuentes con el Profesor Ernst Schaeffer. ¿Qué dices a todo esto Kurt? 

      –Después del incidente que he tenido hoy, no podría opinar imparcialmente sobre el Profesor Schaeffer, pero admito que hay algo anormal en todo esto –dije reflexionando sobre lo que me confiaba Oskar.

      –Si alguna duda tenía –continuó– ésta se disipó hace un rato, cuando discutió con-tigo. El no te rechazó por algún motivo profesional, sino porque algo en ti, algo espiritual, podría hacer fracasar la misión. Y ese algo es para él sumamente odioso. No me gusta nada toda esta locura. ¿Crees que debería renunciar al grupo?

      –No sé distinguir ya lo bueno de lo malo –dije con tristeza– pero veo una buena razón para que continúes en la misión al Tíbet: ¡eres la única persona cuerda de ese grupo y alguien debe contar las cosas como son a la vuelta del viaje!

      Rió Oskar con mi respuesta.

      –Creo que te haré caso –dijo– pero será a ti a quien tenga al tanto de todo lo que ocurra.

      Me sentía halagado por la confianza de Oskar.

      –Otra cosa Kurt –continuó–. Sé que dejarás pasar lo de hoy y pronto lo olvidarás, pues así es tu carácter generoso, pero esta vez seré Yo quien te aconseje: ¡habla con tu Tutor y cuéntale todo lo ocurrido hoy! Se dicen cosas increíbles sobre los poderes espirituales de Rudolph Hess; nadie mejor que él para analizar la incalificable actitud de Ernst Schaeffer. Prométeme que lo pensarás, por lo menos.

      –Lo pensaré, lo pensaré –dije sorprendido por la sugerencia de Oskar–. Te lo pro-meto, aunque recién veré al taufpate dentro de un mes, para la graduación.

      Nos despedimos y una hora más tarde, abordaba el tren a Berlín sumido en sombrías cavilaciones.

 

 

 

 

Capítulo XI

 

 

 

La ceremonia de fin de clases se realizaba, conjuntamente con otras escuelas, en un gran festival, con desfiles multitudinarios de la Juventud Hitleriana, que culminaban en el Estadio de Berlín. Allí la plana mayor del Tercer Reich, encabezada por el Führer, establecía un contacto directo con la juventud por medio de discursos y proclamas.

      Papá había venido de Egipto especialmente para asistir a la graduación, siendo invitado por Rudolph Hess para concurrrir a una fiesta a celebrarse esa noche en la Cancillería. Sería ésta, a mi juicio, la oportunidad esperada para aclarar muchas incógnitas.

      A las 10 en punto de la noche subimos las escaleras de mármol de la Cancillería. Papá, elegantemente vestido de jaquet, y Yo, con el uniforme de las Hitlerjungen, no desentonábamos entre la numerosa concurrencia que ya llenaba el gran Salón del Aguila, formando distintos corrillos rumorosos de voces y de risas. Atravesamos el salón en dirección al gigantesco hogar de mármol tallado, buscando a Rudolph Hess, mientras sobre nuestras cabezas una araña de colosales dimensiones derramaba torrentes de luz, suave-mente amortiguada por miles de piezas de cristal de Baccarat. Nunca había visto tanta gente distinguida e importante junta. Estaban allí todos los líderes de la Nueva Alemania, el Dr. Goebbels, el Mariscal Goering, el Reichführer Himmler, Julius Streicher, ... En un rincón apartado distinguimos a un grupo formado por Rosenberg, Rudolph Hess y Adolf Hitler. Papá, temiendo interrumpir una conversación reservada, me indicó que aguardáramos a unos pasos de distancia, mientras bebíamos una copa de champagne que solícitos mozos nos habían alcanzado.

      Al cabo de un momento, Rudolph Hess reparó en nosotros y, luego de cambiar una palabra con el Führer, se acercó sonriente.

      –¿Cómo están Reinaldo, Kurt? –dijo–. Vengan que les presentaré al Führer.

      Era la primera vez que veía de cerca a Adolf Hitler, honor poco frecuente para un estudiante extranjero, y aunque venía preparado sabiendo que el Führer estaría en la fiesta, no se me había ocurrido que seríamos presentados.

      –Adolf: el Barón Reinaldo Von Sübermann –dijo Rudolph.

      El Führer saludó a Papá dándole la mano efusivamente pero sin pronunciar palabra.

      Mein patekind Kurt Von Sübermann –continuó Rudolph–. Flamante egresado del NAPOLA, piloto y soldado polígloto, futuro Ostenführer de la Waffen SS.

      No pude evitar ruborizarme por la elogiosa presentación del Taufpate Hess.

      El Führer estiró la mano, mientras me clavaba una mirada helada en los ojos. Sentí que una corriente eléctrica me corría por la columna vertebral, al tiempo que una especie de vacío estomacal cosquilleaba a la altura del ombligo. Fue una sensación de un instante, pero de un efecto terrible. Aquella mirada, y el contacto de la mano del Führer, habían obrado como un agente ácido en un cubo de leche, descomponiendo y disolviendo mi estado de ánimo. Fue un instante, repito, un sólo instante en el cual me sentí explorado por dentro.

      Ya recompuesto observé con sorpresa que –algo inusual en él– una sonrisa enigmática se dibujaba en la cara del Führer.

      –¿De Egipto, eh? –dijo Hitler–. Adoro Egipto, tierra maravillosa que fascinó a Napo-león y que ha producido un Camarada invalorable como Rudolph.

      Rosenberg que a todo esto ya había sido presentado, observaba la escena con ex-presión divertida.

      –Al verlo a Ud. joven Kurt –continuó Hitler– verifico que no es casualidad lo de Rudolph. Egipto es realmente un “Centro de Fuerza Espiritual”; el enigma de la Esfinge aún tiene vigencia. Ustedes son la prueba –nos tomó a Rudoph Hess y a mí, de un brazo a cada uno– de que un Orden Superior guía el destino de Alemania. Dos germanos-egipcios, que han respirado los efluvios gnósticos de Alejandría y El Cairo, conducidos por los Superiores Desconocidos hasta aquí, para poner vuestra gran capacidad espiritual al servicio de la causa Nacionalsocialista.

      Al veros –siguió diciendo el Führer– comprendo lo Sagrada que es la tarea que hemos tomado sobre nuestros hombros, al fundar el Reich de los mil años. Nuestra causa no es sólo el mejor ideal por el que puede vivir y morir un germano, es también la causa de la libertad de la humanidad, de la lucha por salvar al mundo de las fuerzas oscuras, del combate final contra los elementalwesen[22]...

      Rosenberg y Papá asentían con la cabeza a cada afirmación del Führer, quien continuaba vertiendo conceptos místicos sin permitir que nadie interrumpiera su monólogo. Me distraje pensando en el extraño poder que había experimentado al saludar al Führer. Una poderosa Fuerza emanaba de Hitler, no sabía si voluntaria o espontáneamente, y me preguntaba si este carisma no lo habría adquirido por medio de alguna técnica secreta, de algún conocimiento oculto al que unos pocos privilegiados pueden acceder.

      –... entonces dígame joven Kurt ¿Quiénes son en definitiva los enemigos de Alemania? ¿Contra quién combatimos? –preguntaba Hitler dirigiéndose hacia mí.

      Reaccioné ante la inesperada pregunta, con la desesperación de haber desatendido una parte de la conversación. Tres pares de ojos de Rosenberg, Hess y Papá, estaban pues-tos en mí esperando la respuesta. Sin embargo lo que había alcanzado a escuchar era suficiente para mí, pues la respuesta brotó sola del fondo del inconsciente.

      –El Enemigo es uno solo, –afirmé categóricamente– es YHVH-Satanás.

      Contesté intuitivamente y de manera tan firme que no cabían rectificaciones. Miré a Papá, que se puso instantáneamente lívido, y vi la sorpresa retratada en todos los rostros.

      –Muy bien, joven Kurt, muy bien, –decía Hitler con una expresión de intensa alegría–. Ha dado Ud. la mejor respuesta. Podría haber identificado como nuestros más terribles enemigos a la judeomasonería, al judeomarxismo, al sionismo, etc., pero esos nombres sólo representan Aspectos diferentes de una misma realidad, distintas Caras de un mismo y feroz Enemigo: YHVH-Satanás, el Demiurgo de este Mundo. Sólo un Iniciado o un iluminado como Ud. o Rudolph, podrían dar una respuesta tan precisa. ¿Verdad Alfred?

      Rosenberg sonreía complacido.

      –Lo felicito joven Von Sübermann –dijo Alfred Rosenberg– es Ud. una persona de claros conceptos.

      Por supuesto que Yo estaba completamente aturdido por lo que había ocurrido. De improviso, en esa reunión con aquellas notables personas, descubría que poseía como un “oído interior”, un órgano misterioso que me permitía “escuchar” las respuestas formuladas concretamente. ¡Y estas respuestas eran correctas! Nunca había experimentado algo así y sólo podía achacar esta súbita iluminación a la presencia del Führer. El, con su extraño magnetismo, me había “despertado” el “oído interior”.

      Adolf Hitler volvió a tomar la palabra.

      –La gente no compenetrada en la Filosofía Oculta del nacionalsocialismo, suele cometer gruesos errores de apreciación al juzgar muchas de nuestras afirmaciones, creyendo ver en las mismas una superficialidad estúpida, cuando generalmente se trata de ideas sintéticas, slogans, extraídos de profundos sistemas de pensamiento. Por ejemplo, ante la afirmación del joven Kurt de que “el Enemigo es Jehová Satanás”, que es una idea sintética de hondo contenido filosófico, muchas mentes ignorantes se verían tentadas de suponer que tal concepto arranca de un grosero antisemitismo. Alegarían argumentos elementales como estos: –Jehová es el Dios de Israel, un Dios de Raza, uno entre cientos de Dioses étnicos; es pues exagerado tomarlo por el único Dios o Demiurgo (objeción, ésta sí, antisemita). O este otro: –Jehová es el Dios de Israel pero, por su carácter monoteísta, es el único Dios; entonces ¿por qué se lo identifica con el Demiurgo? ¿es por una creencia he-rética del tipo gnóstica ? (interrogantes de quienes creen que ser “cristianos” implica la adoración de Jehová y que su rechazo significa una “herejía anticristiana”). Otro argumento banal es el siguiente: –si hemos de rechazar al Demiurgo considerando su obra material como esencialmente “mala”, ¿por qué identificarlo sólo con el Jehová judío habiendo cientos de denominaciones alternativas en la mitología etnológica y en los panteones religiosos de todos los pueblos de la Tierra? (interrogantes que suelen padecer quienes ignoran totalmente qué significa Israel en la Historia de Occidente y cuál es el secreto de la dinámica racial judía).

      Objeciones como las precedentes, opondrían nuestros críticos al oír hablar de Jehová Satanás como “el Enemigo contra el cual combatimos” y, por supuesto, les sorprendería la palabra “Satanás” adherida a Jehová, cuestión que, sin duda, les arrancaría irónicas conclusiones.

      Pues bien: tales argumentos reposan en una circunstancia común: ¡la ignorancia de quienes las formulan! Por supuesto que nosotros sabemos que el Demiurgo recibió otros nombres a lo largo de la Historia. Pero si elegimos, entre ellos, el de Jehová es porque se trata del último nombre con el cual El se ha autodenominado. Y con dicho nombre lo designa aún Su “Pueblo Elegido”, Israel, el cual no es otra cosa que un desdoblamiento psíquico del mismo “Jehová Satanás”.

      Estas palabras del Führer me sorprendieron vivamente por sus implicaciones metafísicas. ¿Los judíos no constituyen una Raza como las demás, compuesta por individuos ?... era una teoría turbadora la que acababa de oír.

      –¿Se sorprende Ud., joven Kurt? –preguntó el Führer, quien sin duda advirtió de in-mediato mi turbación. Pero no me dio tiempo a responder y continuó su explicación:

      Pues aún no ha oído nada: Israel es un “Chakra” de la Tierra, es decir, es una manifestación psíquica colectiva del Demiurgo Jehová y por eso nosotros afirmamos que el judío no existe como individuo; que no es un hombre como el resto de quienes componen el género humano.

      Pero la manifestación de Jehová en una Raza Elegida, es un suceso más o menos reciente, de pocos miles de años, y la ordenación de La Materia o “Creación” data de millones de años atrás. Por eso, por la “novedad” que representa el nombre “Jehová” comparado con otros nombres del Demiurgo, que empleaban pueblos más antiguos y culturalmente más importantes en la Historia, y por la antigüedad geológica del Universo, es que parece excesivo designar con el nombre “Jehová” a un Dios cósmico. Pero se trata sólo de una apariencia. Aquí hay que imaginar un Demiurgo Primordial al que podemos cómodamente denominar El Uno, tal como hacían los estoicos. Este es quien ordena el caos y se difunde panteísticamente en todo el Universo (es El también el Brahma hindú o el Alá árabe, etc., tomadas estas denominaciones en su acepción religiosa exotérica).

      Pero el Plan Cósmico, de alguna manera hay que llamar a la idea del Universo material, se asienta en el ensueño del Demiurgo, un estado de quietud que sin embargo dinamiza el Cosmos, como el “Dios motor inmóvil” de Aristóteles en ese Gran Día de Manifestación, que se denomina también, gran manvantara. Pero para que todo “funcione” sin que requiera intervención de El Uno, “quien duerme mientras todo vive en El”, es necesario disponer de un “sistema automático de corrección”. Este es el papel que cumplen las llamadas Jerarquías cósmicas, miríadas de entidades conscientes emanadas por El Uno para que mantengan el impulso dado al Universo y lleven adelante su Plan. El primer paso de la “emanación” son las mónadas, Arquetipos superiores que fundamentan toda la estructura cósmica y hacen las veces de matriz del plan del Uno.

      Estas entidades conscientes, Angeles, Devas, Logos solares, Logos galácticos, Al-mas planetarias, etc., no son seres individuales sino que forman parte del mismo Uno y poseen, pues, mera apariencia de existir debido a los grados de libertad de que están dotados durante el manvantara. Para que algo exista individualmente, por ejemplo un ente, es necesario suponer (o sub-poner) el acto de existir a su ser real, lo que supone también la subsistencia del ente, que impide la comunicación de su esencia substancial con otros entes o su participación metafísica con otros seres, es decir, le pone término formal al ente o le concede su forma natural. El recurso para lograr dicha ilusión de existencia es la extrema mecanicidad de la realidad material fundada en las leyes evolutivas, tanto referidas a fenómenos continuos como discretos, que mantienen el movimiento progresivo de la materia y la energía en la exacta consecución del Plan del Uno.

      Dichas leyes evolutivas son conservadas por las “entidades conscientes”, ya mencionadas, y dirigidas en el sentido del Plan. Así podemos distinguir por ejemplo, “Logos solares”, es decir, “entidades conscientes” capaces de “crear” un sistema solar siguiendo el Plan del Uno, pero que en realidad son desdoblamientos temporales de El Uno. Lo mismo se puede decir de los Logos galácticos o “Almas planetarias” y hasta de los simples Angeles o Devas: ninguno de ellos existe como tales, aunque “evolucionen” sujetos a las leyes universales. Lo importante aquí es comprender que todo este espectáculo grandioso que estamos recreando es pura ilusión, una concepción metapsíquica de características colosales ideadas por El Uno para su íntima contemplación. Porque la verdad es que todo lo existente desaparece finalmente, cuando sobreviene el Gran Pralaya, la noche de Brahma, en la que todo se confunde nuevamente en El, luego de una monstruosa fagocitación.

      Pero dijimos que el Universo se rige por leyes evolutivas. Dichas leyes, que determinan el Universo Material, de acuerdo a una verdadera “arquitectura celeste”, como bien dicen los satánicos masones, ocasionan la existencia de los distintos planos del espacio o Cielos en que está constituida la realidad. Así como hay varios “Cielos” (¿cinco? ¿siete? ¿nueve?) hay “Reinos de la naturaleza” (¿tres? ¿cinco? ¿siete?) o “planetas” (¿cinco? ¿siete? ¿nueve? ¿doce?) o “Razas raíces” (¿tres? ¿cinco? ¿siete?) etc. Estos aspectos engaño-sos forman parte del Plan del Uno, y los Demonios encargados de llevar adelante dicho Plan conforman un orden jerárquico preciso, basado en la famosa “ley de evolución” que rige los Cielos –todos los Cielos, desde los atómicos, químicos, o biológicos hasta los cósmicos– en los que “evoluciona” cada mónada siguiendo los Arquetipos de cada Cielo. Es la famosa “ley de causa y efecto” que enseña la Sinarquía y que las religiones védicas de la India llaman Karma y Dharma, pero que conviene sintetizar como “ley de evolución”. Esta ley dirige el camino “de ida y vuelta de la mónada”, la cual toma varios cuerpos en los distintos Cielos a los que desciende para “evolucionar”; dicho “camino” suele ser representado como la serpiente que se muerde la cola o “uroboro”. Por supuesto que jamás se alcanza la famosa individuación monádica, pues ello sería una auténtica mutilación de la substancia del Uno y antes que tal cosa sobrevenga, ya estará todo el Universo fagocitado en Su Santo Buche. –Aquí, extrañamente, sonrió el Führer mientras me miraba intensamente. Yo me debatía interiormente frente a sentimientos encontrados. Por una parte me horrorizaba la teoría que estaba oyendo, ya conocida por haberla estudiado en el NAPOLA, pero dotada ahora de un impresionante sentido de realidad al ser expuesta vehementemente con la elocuencia irresistible del Führer. Y por otra parte me sentía halagado por el honor de recibir de labios del Führer de Alemania, una explicación personal, terriblemente extensa y curiosamente fuera de lugar en una fiesta mundana en la Cancillería. De cualquier manera, mi actitud exterior era de respetuosa atención a cada una de sus palabras, pues no quería volverme a distraer.

      –Supongo que ya conoce esta teoría teosófica que la Sinarquía enseña en sus sectas masónicas o rosacruces, y que se ha de sentir espantado frente a una concepción de-terminista en que no hay lugar previsto para la existencia individual eterna, es decir, más allá de los pralayas y manvantaras. Y justamente ese espanto, ese grito de rebelión que Ud. debe percibir brotando de su Sangre Pura, constituye una excepción a todas las reglas de la mecánica determinista de El Uno, porque habla de otra realidad ­ajena a Su Universo material. ¿Cómo puede ser eso si hemos dicho que todo cuanto existe en el Cosmos, ha sido pensado y hecho por El, de acuerdo a Su Plan y por intermedio de sus Jerarquías cósmicas y planetarias? Pues bien, joven Kurt, se lo diré brevemente: porque una parte de la Humanidad, que nosotros integramos, posee un elemento que no pertenece al orden material y que no puede ser determinado por la ley de Evolución del Demiurgo. Ese elemento, que se llama Espíritu o Vril, se halla presente en algunos hombres como posibilidad de eternidad. Sabemos de él por el Recuerdo de Sangre, pero en tanto no seamos capaces de liberarnos de los lazos que nos atan a la ilusoria realidad del Demiurgo y remontemos el Sendero del Regreso al Origen, no existiremos realmente como individuos Eternos. Me preguntará Ud. cómo es que en un Orden Cerrado como el que he descripto, pueden coexistir elementos espirituales ajenos a él y por qué, si no pueden ser determinados por las leyes de la materia y la energía, permanecen sujetos al Universo de El Uno. Es éste un gran Misterio. Pero puede Ud. considerar como hipótesis que, por una razón que ignoramos pero que podemos suponer sea una orden de un Ser infinitamente superior al Demiurgo, o una negligencia incomprensible, o un engaño colosal, alguna vez han ingresado al Universo material una miríada de seres pertenecientes a una Raza espiritual que llamamos hiperbórea. Supongamos que tales seres hubieran penetrado al sistema solar por una “puerta” abierta en otro planeta, por ejemplo Venus, y que aquí, merced a un ardid, una parte de sus Guías Hiperbóreos los hubiesen encadenado a la ley de evolución. Este encadenamiento, ya lo hemos dicho, no puede ser real pero, sin embargo, los Guías Traidores logran confundir a los Espíritus Eternos anclándolos a la materia. ¿Para qué hacen esto? Otro Misterio. Pero lo cierto, lo efectivo es que, a partir de la llegada de tales Guías al sistema solar, se operará una mutación colectiva en toda la Galaxia que modifica  el Plan del Uno. Esta modificación está edificada en la traición de los Guías y en la caída de los seres inmortales. Para que Ud. lo vea claro, joven Kurt, le diré que aquí, en la Tierra, existía un ser humano primitivo que “evolucionaba” siguiendo las leyes de las “cadenas planetarias” y los “Reinos de la naturaleza”.

      Esta evolución era lentísima y perseguía la adaptación final a un Arquetipo racial absolutamente animal, dotado de una mente racional, estructurada lógicamente por las funciones cerebrales y poseedor de un “Alma” conformada por energía de los otros planos materiales más sutiles. Este “hombre” es el que encontraron, en una etapa aún primitiva de su desarrollo, los Guías Traidores al llegar a la Tierra hace millones de años. Entonces, mediante un ingenioso sistema llamado Chang Shambalá, que Ud. tendrá oportunidad de estudiar en nuestra Orden, ellos decidieron mutar la Raza humana, encadenando los Espíritus Eternos a los seres humanos ilusorios y materiales de la Tierra. Desde ese momento existen tres clases de hombres: los animales-hombres primitivos o pasú, los semidivinos o viryas, a quienes se les adosó un Espíritu, y los Divinos Hiperbóreos o Siddhas, que son todos aquellos que logran retornar al Origen y escapar del Gran Engaño. También son llamados Siddhas Hiperbóreos a una parte de los Guías, aquellos que no traicionaron y que, encabezados por Kristos Lúcifer, intentan salvar a los viryas mediante la redención hiperbórea de la Sangre Pura, que consiste en despertar el recuerdo primigenio de la propia divinidad perdida. Estos son los Señores de Agartha... Pero nos apartamos un poco de nuestro tema principal que versaba sobre Jehová Satanás, el Enemigo contra el cual combatimos para ganar el derecho a regresar al Origen perdido. Entonces se le hará clara esta cuestión, joven Kurt, pues si Ud. recuerda que El Uno delegaba en unas “entidades ­conscientes” la ejecución de Su Plan, podemos ahora agregar que el sistema solar ha sido construido por una de tales “conciencias” a la que llamamos Logos Solar, secundada por Devas de menor jerarquía quienes ocupan determinados puestos en la mecánica del sistema. En la Tierra, una “entidad planetaria” infundía vida al planeta e impulsaba la “evolución” de los Reinos de la naturaleza de acuerdo al Plan Solar, inserto en el Plan Cósmico de El Uno. Está claro que se trata de emanaciones de El Uno enlazadas jerárquicamente: El Uno ð Logos Galáctico ð Logos Solar ð Angel planetario ð Alma colectiva o grupal, etc. ¿Quién es Dios aquí? Según el nivel de conciencia y las pautas culturales y religiosas de los hombres, puede ser cualquiera de tales “entidades conscientes”, pero siempre se trata de El Uno. Si se dice que Dios es el Sol o se concibe un Dios “creador” de todo el Universo, se está hablando de El Uno. Igual si se cree que Dios es la “naturaleza” o la “vía láctea” o la Tierra. Las diferentes cosmologías gnoseológicas que presentan los hombres en sus distintas etapas de la “evolución” para concebir el mundo, no invalidan el hecho de que siempre se alude directa o indirectamente a El Uno cuando se habla de Dios.

      Pero regresemos a la Tierra. Cuando los Guías Traidores llegan a la Tierra, se instalan en un “centro” al que denominan Shambalá, o Dejung, y fundan lo que se ha dado en llamar Gran Fraternidad Blanca o Jerarquía Oculta de la Tierra. No es un lugar localizable físicamente sobre la superficie terrestre, cuestión sobre la que Ud. deberá aprender más adelante, sino que se halla situado en un pliegue topológico del espacio. Pero lo que interesa aquí es destacar que el jefe de los Guías Traidores, se autotitula Rey del Mundo, pasando a ocupar el lugar de uno de los doce Kumaras del sistema solar. ¿Qué es un Kumara? un Angel planetario, una de esas “entidades conscientes” encadenadas por El Uno que conforman la “idea de un planeta”. Es aquí adonde debe ubicarse la clave del nombre Jehová y de su “Raza Elegida”. Porque el Espíritu planetario se llamaba Kumara Sanat, quien luego de la constitución de Shambalá y de la venida del Rey del Mundo, decide actuar como regente de El Uno en la ejecución de Su Plan, ahora modificado. Para ello se encarna, en nombre de El Uno, en una “Raza Elegida” para reinar sobre los Espíritus hiperbóreos esclavizados. Esa es la Raza hebrea. Es decir que tenemos por un lado a la Jerarquía Oculta de Chang Shambalá, con sus Demonios: los Guías Traidores y su jefe: el Rey del Mundo, quienes llevan adelante ahora la “evolución” del planeta y son quienes “guían” a las Razas por medio de una siniestra organización llamada Sinarquía. Y por otra parte tenemos la Raza hebrea que no es sino la modificación de Sanat Kumara en la Tierra para ocupar el máximo escalón de la Sinarquía, en nombre de El Uno. Los mismos hebreos en su Kabala estudian que “Israel es uno de los 10 sephiroth”, el sephirah Malkut, es decir una de las emanaciones de El Uno.

      Finalmente Jehová es el nombre cabalístico del Demiurgo El Uno que Sanat Kumara representa en la Tierra y es, como dije al comienzo de esta agradable charla, el último nombre histórico que conocemos de El. Por eso nosotros, los Antiguos Seres Hiperbóreos que aún permanecemos encadenados en el Infierno, debemos tener bien presente que “el Enemigo es Jehová Satanás, el Demiurgo de este Mundo”, como bien dijera el joven Kurt.

 

      El Führer continuaba entusiasmado su largo monólogo y, aunque ya había pasado una larga hora y llovían sobre nosotros las miradas curiosas de mucha gente que deseaba sentarse a la mesa, nadie en Alemania hubiera sido capaz de interrumpirle por un motivo tan prosaico como yantar una cena. Yo por mi parte sólo deseaba seguir oyendo sus in-creíbles revelaciones y por eso, cuando me preguntó si le había comprendido, no vacilé en hacerle presente mis dudas:

      –Hay algo que ahora me preocupa –dije inmediatamente–. Todo cuanto Ud. ha dicho, mi Führer, sobre el Demiurgo El Uno lo comprendo perfectamente y lo acepto, pero no puedo dejar de preguntarme ¿quién es entonces Dios, el verdadero Dios ? ¿o...?

      –Esa es una pregunta que no debe Ud. hacerse, joven Kurt, –afirmó categóricamente el Führer–. No mientras su mente esté sujeta a la lógica racional, pues sólo logrará entonces arribar a paradojas irreductibles. Pero es evidente que la duda ya ha germinado en Ud. y que seguirá meditando en ello. Le daré entonces una respuesta provisoria: Dios es incognoscible para todo aquel que no ha conquistado el Vril. Tenga siempre presente esta verdad, joven Kurt: desde la miserable condición de esclavo de Jehová Satanás no es posible conocer a Dios, pues El es absolutamente trascendente. Es necesario recorrer un largo camino de purificación sanguínea para saber algo sobre Dios, sobre el “verdadero Dios”, como Ud. bien dice. La mayoría de las grandes religiones, al hablar de Dios, se refieren al Demiurgo El Uno. Esto ocurre porque las Razas que pueblan actualmente el mundo han sido “trabajadas” por los Demonios de Shambalá, implantándoles ideas sinárquicas en la memoria genética de sus miembros, para poder dirigirlas hacia el gran Arquetipo colectivo que se llama Manú. Así, percibiendo la realidad tras un velo de en-gaño, se llega a esas concepciones de Dios panteísta, monista o trinitario, que sólo son apariencias de El Uno, el Demiurgo ordenador de la materia.    

      Fíjese lo que ocurre con el concepto de Dios que poseen los distintos pueblos integrantes de la antigua familia de lenguas indogermanas: casi todos los nombres derivan de las mismas palabras y es seguro que éstas designan en un pasado remoto a un Dios “Creador de todo lo existente”, es decir al Demiurgo, El Uno. En sánscrito tenemos las palabras “Dyans pitar”, que en los Vedas se utilizan para nombrar al “Padre que está en los Cielos”. Dyans es la raíz que en griego produce Zeus y Theo, con sentido similar al sánscrito y que pasa a ser en latín Júpiter, Deus pater o Jovis. Los antiguos germanos se referían igualmente a Zin, Tyr o Tiwaz como el Dios “Creador” de lo existente, palabras que también provienen del sánscrito Dyans pitar.

      Igual etimología poseen palabras que designan a Dios en las familias de lenguas turanias y semitas. En esta última familia, de importante relación con el hebreo, encontramos “El” como una antigua denominación del De­miurgo en su representante planetario “El fuerte”. En Babilonia, Fenicia y Palestina se adoró a El, Il, Enlil, nombres que los árabes transformaron en Il ah o Alah, etc. No debe extrañarle, joven Kurt, esta unidad etimológica pues lo alarmante es la “unidad de concepto” que se descubre tras las palabras mencionadas, ya que en todas las religiones y filosofías siempre se llega a dos o tres ideas de Dios aparentemente irreductibles, pero que en realidad se refieren a distintos aspectos del Demiurgo: tal la preferencia por un “Dios panteísta e inmanente”: El Uno; o “trascendente” pero “Creador de la Tierra y los Cielos”: Jehová Satanás, Júpiter, Zeus, Brahma, etc.

      El Führer me miraba ahora con los ojos brillantes y Yo adiviné que sus próximas palabras tendrían un contenido realmente importante:

      –Hubo una guerra, joven Kurt. Una guerra espantosa, de la cual el Mahabarata guarda quizás un recuerdo distorsionado. Dicha guerra involucró varios Cielos en su teatro de operaciones y produjo como su expresión más externa, lo que se ha dado en llamar “el hundimiento de la Atlántida”. Pero nadie conoce a fondo a qué se hace referencia cuando se habla de la “Atlántida”, ya que no se trata sólo de “un continente hundido”. Dicha guerra lleva ya más de un millón de años en este plano físico, durante los cuales han sido varias las Atlántidas físicas, continentales, que se han hundido, y ahora, en nuestro siglo XX, podemos decir que nuevamente se apresta a “hundirse la Atlántida”. Pero dejemos este Misterio por ahora pues tendrá que volver sobre el mismo durante sus estudios.

      Para concluir esta conversación le diré una última cosa joven Kurt. Sepa Ud. que en esa Guerra Esencial, en la que se combate por la liberación de los Espíritus cautivos, por la mutación colectiva de la Raza, contra la Sinarquía y contra Jehová Satanás, el Tercer Reich ha comprometido todo su potencial espiritual, biológico y material.

      Con estas terribles palabras el Führer pareció dar por terminada su explicación. Miré a mi alrededor y comprobé que Papá, Rosenberg y Rudolph Hess aún continuaban a mi lado.

       Un elegante mozo indicó al Führer que cuando lo dispusieran podrían pasar al pa-tio interior para tomar una cena fría. Eran las once de la noche. El Führer y Rosenberg se despidieron de nosotros y fueron a reunirse con Goering y el Dr. Goebbels en la cabecera de la mesa. Rudolph Hess invitó a Papá y a mí a ubicarnos para cenar, pero Yo no había quedado bien luego de la conversación con el Führer y, a riesgo de ser ofensivo, decidí hablar francamente con ambos.

 

 

 

 

Capítulo XII

 

 

 

Es tan difícil reunirlos a los dos –dije–. La última vez que estuvimos juntos fue hace cuatro años, al ingresar al NAPOLA. Quizás mañana o pasado partimos a Egipto y no sé cuándo habrá otra oportunidad de compartir una conversación. ¿No podríamos retirarnos un momento?

      Papá había empezado a pronunciar una protesta pero Rudolph lo interrumpió.

      –Tienes toda la razón Kurt. Vengan por aquí –señalaba una puerta– que Yo también tengo que hablarles.

      Un momento después estábamos instalados en el despacho de Rudolph Hess quien, detrás de un inmenso escritorio ministerial de roble tallado, se hamacaba en un mullido sillón. Me apresuré a iniciar la conversación.

      –Ante todo –dije– deseo que alguno de Ustedes me aclare una cuestión en la que todos parecen estar de acuerdo, inclusive el Führer como pude comprobar hoy, pero de la cual sólo tengo oscuras referencias. Me refiero a una especie de cualidad espiritual que Yo tendría, desconocida para la mayoría de la gente, pero que algunas personas son capaces de distinguir. Puede ser el misterioso Signo que mencionaban los árabes Ofitas que me raptaron cuando era niño en Egipto o la “gran capacidad espiritual” de la cual habló antes el Führer. No sé qué es, pero algunos parecen saberlo... y no gustarle, como por ejemplo al Profesor Ernst Schaeffer –Rudolph Hess arqueó las cejas al oír el nombre del hombre de la Abwer. A continuación les relaté la amarga experiencia vivida días atrás.

      Percibí un brillo de ira en los oscuros ojos de mi padrino.

      –¡La Abwer sólo ha producido traidores! Esto es algo que deberás tener presente desde ahora, Kurt. Te diré un secreto que sólo conocen cuatro personas en el Tercer Reich, incluidos el Führer y Yo; un secreto que se refiere a ti y a lo que me acabas de contar: ¡no carece de razón el Profesor Schaeffer para desconfiar de ti; de cierto, que él no podría estar seguro de llevar a cabo la altwestenoperation si tú fueses incluido en ella! Pero tú estás vinculado inevitablemente a esa expedición, quiéralo o no Schaeffer, e intuitivamente lo has captado y te has acercado a él en un mal momento. No puedo revelarte ahora los motivos de tal vinculación, pero quizás te los explique otra persona a quien pronto conocerás, uno de los partícipes del secreto. Con seguridad, tú serás en el futuro un representante personal del Reichführer Himmler, la cuarta persona en el secreto, frente a Ernst Schaeffer. ¡Y él nada podrá hacer para evitarlo! Eran nuestros planes pero, sugestivamente, te has adelantado a nosotros. ¡Nada que no tenga arreglo!

      Te preguntarás cómo es que el Führer o el Reichführer sabían de ti. Aunque tú no lo hayas notado, todos estos años has sido objeto de intensa vigilancia por parte mía y de otras personas que no conoces, pues el Tercer Reich tiene preparado un camino para ti, apropiado a tus posibilidades, que te permitirá servir a la patria como nadie lo ha hecho, a la vez que desarrollarás tus facultades espirituales. ¡Pronto, muy pronto lo sabrás todo y nos comprenderás!

      Aún no había recibido respuesta a los interrogantes, pero estaba conmovido y entusiasmado con el promisorio futuro de éxitos que me anunciaba Rudolph Hess. Eso sí, una cosa me intrigaba inconscientemente ¿a qué se debería el curioso nombre de la expedición de Ernst Schaeffer “Altwestenoperation”, es decir, Operación Viejo Oeste ? El recuerdo de este interrogante, y su increíble respuesta tendrían lugar recién dos años después, en el corazón del Tíbet.

      –Deseas respuestas y tienes todo el derecho a ello –prosiguió hablando Rudolph– pero no es éste el momento ni el lugar apropiado para tratar Misterios espirituales. En estos años habrás extrañado mi presencia, pero era mejor para ti que Yo no interviniera directamente en tu vida, para que el desarrollo psicológico se produjera normalmente; incluso convinimos eso con tu padre –Papá asintió con la cabeza–. Ahora será distinto, tendrás tu puesto y estarás cerca mío. Pero primero debes conocer nuestra Filosofía. No me refiero a la doctrina nacionalsocialista tal como aparece en el libro del Führer “Mein Kampf”[23] o en el de Alfred Rosenberg “El mito del siglo XX” sino a una “Filoso-fía Oculta” a la que nosotros –un pequeño grupo– adherimos como tú sin duda también lo harás. Debes comprender que no se trata aquí de un conocimiento estéril que puede reducirse a un “código de principios” o un “manual operativo” mediante el cual regir nuestros actos; se trata por el contrario de adquirir un conocimiento que actúa dinámica-mente sobre el Espíritu, transformándonos internamente, dotándonos de una Sabiduría milenaria que nos hace trascender el plano meramente humano de la existencia.

      Tú estás especialmente dotado para acceder a ese estado semidivino –prosiguió Rudolph, respondiendo en parte a la pregunta sobre el Signo– pues tienes algo interior que pocos hombres poseen: “la posibilidad de Ser”. Esto lo comprenderás mejor próximamente, al conocer los secretos de la Orden, pero puedo anticiparte que, tal como lo ha dicho hace un momento el Führer, no todos los hombres son iguales, no todos existen, no todos pueden “ser”. Por el contrario, para quienes disponen de la posibilidad de Ser, la lucha y el esfuerzo deben ponerse en trascender este mundo de imágenes ilusorias y perpetuarse en la eternidad, en otro plano de existencia al que sólo podremos llegar si despertamos del sueño demoníaco en el que estamos sumidos. La mayoría de los hombres que ves en el mundo, no existen realmente, o si lo prefieres viven una “existencia relativa”, ilusoria, que es un soplo para la eternidad. Su conciencia se diluye con la muerte, aunque muchos crean lo contrario, y nada sobrevive a ellos. La eternidad, querido Kurt, es para unos pocos, para una Aristocracia del Espíritu, fundada en Héroes semidivinos, en Superhombres que, a costa de librar un duro combate con el Príncipe de este Mundo YHVH-Satanás –como justamente lo has denominado– trasmutan su naturaleza inferior y ganan su lugar en el Valhala[24].

      Todo te será revelado, Kurt, porque tú eres un Héroe semidivino, un virya, lo prueba la marca de Lúcifer que tanto te preocupa y que sólo indica la pureza de tu linaje espiritual.

      –Pero, Lúcifer,... ¿no es el Diablo? –pregunté con cautela.

      Esta pregunta debería habérsela hecho al Führer, pero no tuve valor para ello.

      –¿Lúcifer, el portador de Luz Increada, el Diablo? –se indignó Rudolph Hess–. Esa es la blasfema calumnia que le ha endilgado Jehová Satanás por intermedio de sus discípulos, los judíos y algunos imbéciles cristianos y musulmanes no esclarecidos. Lúcifer es Kristos. El Kristos de la Atlántida...

          

      Respiró profundamente Rudolph Hess antes de continuar.

     

      –Dejemos por ahora esos Misterios y hablemos de ti, Kurt, –dijo Rudolph, cambian-do de tema–. Has cumplido satisfactoriamente una dura etapa de estudios y se abre para ti otro ciclo de esfuerzos. Es nuestra voluntad –miró a Papá que volvió a asentir con la cabeza– que ingreses a la Waffen SS., para tu perfeccionamiento militar y político. Pero eso es, digamos, un adiestramiento exotérico, es decir externo, por lo menos hasta que llegues al Círculo Restringido de Werwelsburg[25]. Hay otra vía paralela que deberás tomar y que también entraña esfuerzos y sacrificios. Es un sendero oculto, esotérico, que te permitirá superarte espiritualmente y resolverá tus dudas más secretas. ¿Has oído hablar de la Thulegesellschaft [26] ?

      Pensé un momento, más por compromiso que por otra cosa, pues tenía la certeza de que jamás había oído mencionar ese nombre.

      –No –respondí.

      –Es un grupo secreto de hombres Sabios, –dijo Rudolph Hess con tono respetuoso–. Te facilitaré el ingreso a la Orden y ellos te ayudarán a progresar, pero debes entender desde el comienzo lo siguiente: Las Ordenes Hiperbóreas como la Thulegesellschaft siguen una disposición circular. En las organizaciones mundanas del tipo de la francmasonería –o si se quiere simplificar: como cualquier burocracia administrativa– se avanza vertical-mente, escalón por escalón, desde la base de un triángulo hasta el vértice, que ocupa la máxima Jerarquía. En una Orden Hiperbórea por el contrario se avanza superando círculos concéntricos. Tú, por ejemplo, al ingresar a la Orden eres un círculo amplio, tal vez el círculo externo. No digo que formes parte de un círculo o que ocupes un lugar en un círculo, sino que “tú eres un círculo”. Como tú, hay otros miembros que son círculos de mayor o menor diámetro, organizados concéntricamente en torno a un centro de Poder ocupado por el máximo nivel de Sabiduría. Por eso digo que se avanza “superando círculos” y no “atravesando círculos” de distinto nivel, pues la Sabiduría Hiperbórea consiste en estrechar el círculo propio hacia el centro; en “restringir el círculo” hasta donde lo permita nuestra capacidad. ¿Entiendes patekind?

      –Creo que sí –dije sin mucha convicción–. Pero todo esto que tan gentilmente me explicas, me trae sosiego y tranquilidad. Ten la seguridad que haré lo posible por no defraudar tu confianza ni la fe de Papá.

      –Bien, entonces no hay nada más que hablar. ¿Recuerdas a Papp, el oficial SS. que conociste en Berchtesgaden? Ahora es SS. Oberführer [27]. A él te dirigirás cuando vuelvas de Egipto para saber los pasos a seguir.

 

      Rudolph Hess oprimió un botón, obteniendo como respuesta la llegada presurosa de un oficial de custodia. Ordenó a éste que dispusiera que trajeran champagne al importante despacho. El no bebía pero esto era distinto, dijo, pues debíamos brindar por mi graduación y el futuro de Alemania. A continuación se trabó en franca charla con Papá, recordando anécdotas comunes de sus días de estudiante y de Egipto.

 

 

      Así concluyó la etapa de estudiante en mi vida, neffe Arturo. Al volver de Egipto las cosas tomaron otro rumbo y, mientras cumplía con las distintas etapas de entrenamiento en las Waffen SS. para llegar en 1939 al castillo de Werwelsburg, también pasaba por distintos círculos de la Thulegesellschaft. Como los sucesos que realmente te sorprenderán, ya que se conectan con tu propia experiencia, ocurren de inmediato, a partir de 1937, trataré de resumirlos con algún detalle. Recién en 1939, al regresar de una misión terrible, infernal, que eso fue la Operación Altwesten, recibí la instrucción que en parte me permitió comprenderlo todo. Los años siguientes, especialmente a partir de 1941, los pasé cumpliendo misiones en el Asia, misiones semejantes a la que había llevado a cabo en la Operación Altwesten y análogas, también, a la misión esotérica realizada por Rudolph Hess con su histórico vuelo a Inglaterra en 1941; misiones de la misma característica estratégica que la cumplida por Belicena Villca y su hijo Noyo, es decir, misiones de diversión táctica para confundir y desviar al Enemigo; pero misiones que requieren para su ejecución la previa Iniciación Hiperbórea de sus agentes.

      Pero esta parte del relato la dejaremos para después. Son las 12 y 30 hs. y la buena de Juana ya debe tener listo el almuerzo.

 

 

 

 

Capítulo XIII

 

 

 

Efectivamente, un instante después entró la vieja trayendo en una bandeja un apetitoso puchero criollo. Chiquizuela, chorizo colorado, tocino, garbanzos, porotos, papas, zanahorias, puerro, cebolla y choclos, todo hervido y humeante, acompañado de aceite, vinagre y mostaza.

      El último relato de tío Kurt me llenó de expectativas y curiosidad. Mientras untaba los choclos con la amarilla manteca casera no dejaba de pensar en las particulares experiencias vividas por tío Kurt en el Tercer Reich y en especial su predestinada relación con Rudolph Hess, extraño lugarteniente de Adolf Hitler. Ese período de la Historia reciente, que va de 1933 a 1945, a mí como a la mayoría de los que nacimos luego de la guerra, se me escapaba en su dinámica vital. Los aliados, vencedores en una guerra que es, sin exageración, la más grande que recuerda la Historia Universal, nos presenta una imagen pueril de las naciones perdedoras y de la Epoca anterior a la guerra. Los voceros de la alianza vencedora, imposibilitados moral e intelectualmente de rebatir con argumentos tan siquiera creíbles a las Grandes Ideologías Nacionalistas de la preguerra, recurren al irracional sistema de utilizar la mentira, la calumnia, la desinformación, etc. Con la aviesa intención de confundir y desvalorizar el significado de las palabras, se denomina, por ejemplo, “Fascista” a cualquier tiranuelo sudamericano, más cercano de un capo mafioso que de un estadista genial como el “Duce”. El Fascismo, el Nacionalsocialismo, el Tradicionalismo japonés, Sistemas completos de Filosofía Política, aparecen en la pluma de los Publicistas de la Revancha, desprovistos de su contenido místico, espiritual e intelectual, reducidos a burdos esquemas totalitarios, y los líderes de estos movimientos son presentados como casos patológicos.

      Por estas razones el relato de tío Kurt tenía la doble virtud de iluminarme sobre un período oscuro de la Historia reciente, que él vivió intensamente y de permitirme verificar lo que Yo sospechaba desde que comencé a dudar de las “virtudes espirituales” de unas “Potencias aliadas” que han hundido al mundo en el materialismo y la decadencia. Esto es: que los Grandes Sistemas Nacionalistas mencionados, especialmente el Nacional-socialismo, ocultaban una corriente espiritual poderosa y secreta tras la fachada de sus respectivas organizaciones políticas. En un trasfondo esotérico, celosamente ocultado por los feroces vencedores, existía una luz espiritual, un fin no revelado que ahora se traslucía en el relato de tío Kurt. ¿Qué pretendieron hacer el Führer y demás líderes del Tercer Reich? ¿Qué intentaba realizar Rudolph Hess cuando voló a Inglaterra en Mayo de 1941? Muchas preguntas como éstas danzaron en mi cerebro durante todo el almuerzo y me estremecía de gozo al considerar la posibilidad de que tío Kurt tuviese las respuestas.

      Por otra parte un pudoroso sentimiento de humildad me asaltaba cada vez que recordaba cómo había llegado hasta allí, persuadido de estar embarcado en una aventura única, de ser protagonista privilegiado en un drama cósmico. Pues lo que me había ocurrido a mí, sin subestimar el peligro real que entrañaba, era juego de niños a la luz de la experiencia vivida por mi tío SS.. Y al pensar así, sentía que nuevas fuerzas acudían en mi auxilio para cumplir el pedido de Belicena Villca.

 

      Desde unos días atrás venía deseando abandonar el lecho de enfermo pues ya me sentía bastante repuesto. Sin embargo algo inconsciente me bloqueaba la voluntad cuando decidía vestirme y bajar a las plantas inferiores de la casa. Al principio no sabía que era lo que me impedía hacerlo, pero luego fui descubriendo con estupor que simplemente me aterraba la idea de enfrentarme con los dogos que se paseaban libremente por el parque circundante de la casa. En más de una ocasión los había observado por la ventana y, pese a su descomunal tamaño y fiera estampa, no parecían ser realmente agresivos. Debería aceptar sin reservas la explicación de tío Kurt de que atacaron inducidos por él, pero una cosa es decirlo y otra enfrentarse a esos animales luego de tan desagradable experiencia previa.

      Pero esta vez estaba firmemente decidido a abandonar el lecho de enfermo. Luego de vestirme, por primera vez en quince días, con ropa que tomé de mi equipaje, bajé lentamente la hermosa escalera de ónix que daba al amplio living-room, desconocido hasta ese momento para mí. No encontré a nadie a la vista y, sin muchos deseos de explorar la casa por mi cuenta, me acomodé en un sofá –era el mismo donde yací desvanecido la primera noche– frente a los amplios ventanales que daban al parque.

      Suponía que tío Kurt todavía estaría almorzando, pero pronto salí de mi error al verlo llegar desde el exterior de la casa. Se sorprendió y alegró al mismo tiempo de ver-me levantado.

      –¡Bueno, bueno, –dijo– veo que te sientes bien!

      –Sí tío Kurt, creo que ya es hora de hacer una vida normal –di una palmada al brazo enyesado– por lo menos mientras espero que me quiten la escayola.

      Sonreía, con expresión aprobadora.

      –Si realmente te sientes a gusto aquí, nos quedaremos conversando toda la tarde, y luego cenaremos en el comedor.

      Asentí con la cabeza. Estaba feliz, esperando un nuevo relato de mi tío y pensando que las cosas tendían finalmente a encarrilarse.

      Tío Kurt se sentó frente a mí en un sillón individual y charló sobre un tema intrascendente para dar tiempo a que la vieja Juana nos sirviera dos humeantes tazas de café.

      Finalmente dijo:

      –En Agosto de 1937 regresé de Egipto y tomé contacto telefónico en Berlin con el SS. Oberführer Papp a quien había cobrado, luego de cuatro años de agradable trato, particular afecto.

      –Hola Edwin –saludé, luego que la operadora me comunicó con Papp–. ¿Hay algo para mí?

      –Sí Kurt. Debes venir a la Cancillería para recibir instrucciones ¿Dónde estás?

      –En la Estación Central de Trenes. Dentro de treinta minutos puedo estar allí.

      –Bien, dirígite a la Oficina de Seguridad e identifícate con el SS. Oberschrarführer [28] Kruger. El te conducirá hasta mí.

 

 

      Deposité el equipaje en un cofre de la estación y partí al encuentro del SS. Oberführer Papp. No tomé alojamiento en un hotel pues quería cerciorarme sobre si no tendría que continuar viaje a alguna repartición militar (como efectivamente sucedió).

      El SS. Oberschrarführer Kruger me condujo a través de una maraña de corredores y pasillos hasta la oficina desde donde se decidía todo lo concerniente a la seguridad del Führer en el ámbito de la Cancillería.

      Era un pequeño mundo aparte que ocupaba un ala trasera del Palacio de la Cancillería, pasando un patio interior, y que reunía bajo el mando del SS. Oberführer Papp, varios sectores cuyas actividades específicas tan diferentes, convergían en el objetivo común de la Seguridad. Funcionaban allí una escuadra de la Gestapo, un equipo de Comunicaciones y Radiogoniometría, un pequeño grupo del Servicio Secreto de la SS., un laboratorio químico, una enfermería con médico de guardia permanente las 24 horas del día. Todo montado, equipado y atendido por la SS. con personal de la 1a SS.Panzer División Leibstandarte Adolf Hitler.

      –¡Hola Kurt! Me alegro de verte, muchacho. Sinceramente –dijo el SS. Oberführer Papp–. Siéntate, por favor.

      Me ubiqué en una silla frente al escritorio ocupado por Papp. La oficina era una construcción reciente de hormigón armado por lo que el techo tan bajo contrastaba con la gran altura de los pasillos atravesados para llegar hasta allí. El SS. Oberführer Papp me observaba con visible simpatía, sentado en un sillón giratorio. Sobre su cabeza un cuadro mostraba al Führer mirando a la lejanía; a ambos lados sendos archivos metálicos flanqueaban el escritorio.

      –Yo también me alegro de volverte a ver –respondí–. Estoy tremendamente feliz de estar nuevamente en Berlín.

      –Pues no será por mucho tiempo –dijo Papp sonriendo–. Creo que partes enseguida para el Ordensburg Crossinsee. Por aquí tengo las órdenes para ti. Son dos sobres... –se puso a buscar en un archivo.

      –Crossinsee queda en Prusia Oriental ¿no? –pregunté.

      –Sí, en Pomerania. ¡Acá están tus órdenes!

      Me alargó dos sobres de papel manila. Uno, más grande en el cual se leía en letras grandes “Crossinsee” contenía todos los papeles de incorporación al Ordensburg de la SS.. En el otro una inscripción manual, en delicados caracteres góticos, ordenaba que el sobre debía ser abierto en presencia del SS. Oberführer Papp. Procedí a romper el sello y extraje del interior del sobre una carta de puño y letra de Rudolph Hess. Decía así:           

     

Berlín - Agosto de 1937

Sr. Kurt Von Sübermann

Querido patekind:

         He dispuesto lo necesario para que ingreses al Ordensburg de Crossinsee y luego, al recibir la instrucción mínima seas transferido a los otros Ordensburg. Debes partir de inmediato a Pomerania e incorporarte y adaptarte a la nueva vida. Recién cuando hayas cumplido esta parte, –deja pasar un mes por lo menos– te pondrás en comunicación con la Thulegesellschaft.

        Tu contacto en Berlín se llama Konrad Tarstein; lo hallarás en la Gregorstrasse 239. El ya está al tanto del ingreso a la Orden; sólo debes presentarte dando tu nombre. En principio te unirás a la Thulegesellschaft de Berlín por lo que deberás viajar desde Pomerania a Berlín los fines de semana, pero si debieras venir en algún otro momento puedes dirigirte al SS. Oberführer Papp para que gestione el permiso correspondiente.

        Suerte patekind; recuerda mi consejo: “avanza en círculos, restringiendo el círculo”.

Rudolph Hess.

 

Nota:

      Memoriza el nombre y la dirección de tu contacto y entrega esta carta al SS. Oberführer Papp, quien tiene la orden de destruirla. Nada debe haber escrito que pueda comprometerte, comprometernos o comprometer a la Thulegesellschaft.

 

Heil Hitler.

 

     

     

     

      Leí dos veces la carta y luego se la entregué al SS. Oberführer Papp quien la destruyó ante mis ojos prendiéndole fuego con un encendedor.

      –Rudolph Hess ¿está en Berlín? –pregunté.

      –No. Se encuentra en Berchtesgaden con el Führer.

      Inmediatamente recordé que para esa misma fecha, cuatro años antes, estuvimos con Papá y Rudolph Hess en Berchtesgaden. No había, pues, nada más por hacer en Berlín y, luego de despedirme del SS. Oberführer Papp, partí hacia la estación de trenes para emprender el viaje a Prusia Oriental lo más rápido posible.

 

 

 

 

Capítulo XIV

 

 

 

Una hora más tarde, desde la ventanilla del tren norteño, veía pasar los últimos barrios de Berlín. Iba ensimismado pensando en la carta de Rudolph Hess y lamentándome no haber podido entrevistarlo para transmitirle algunos interrogantes que requerían urgente respuesta. Algo extraordinario me estaba sucediendo desde hacía algún tiempo atrás y, salvo Rudolph Hess, no me atrevía a confiarlo a nadie.

      Desde la noche de la graduación, cuando fui presentado al Führer, comencé a experimentar un curioso fenómeno psicológico. En esa ocasión respondí “YHVH-Satanás” a las preguntas del Führer ¿quién es el Enemigo de Alemania? ¿contra quién combatimos?, y creí reconocer que dicha respuesta no había sido razonada por mí, sino “captada” o algo así como “escuchada” con un oído interno.

      Para mí estaba fuera de dudas que la “Voz” oída era ­ajena, es decir que venía de afuera de mi conciencia. Pero también comprendía la imposibilidad de transmitir esta experiencia a otra persona sin correr el riesgo de inspirar desconfianza sobre mi cordura. Durante el viaje a Egipto medité en esto y llegué a la conclusión de que la presencia del Führer había desencadenado un fenómeno de descarga inconsciente siendo la Voz oída simplemente una intuición formal. O sea que de alguna manera Yo “sabía” la ­respuesta y, en un momento en que estaba psicológicamente bloqueado por la arrolladora personalidad del Führer, la “adiviné” o creí hacerlo, tomando una intuición por una percepción extrasensorial. Era una conclusión escéptica pero Yo tenía la seguridad de que dicho fenómeno sería puramente circunstancial, que no volvería a producirse. Me aferraba a esta certeza con el oculto temor de que su repetición implicase una pérdida del equilibrio racional.

      Es comprensible: en una sociedad que considera “normal” lo que es común a todos, es decir colectivo, y reprime con la alienación al que se aparta de lo “normal”, sentirse distinto puede ser peligroso en muchos sentidos. Principalmente porque la falta de “patrones” o “modelos” –eliminados sistemáticamente o autoeliminados por el miedo– para comparar nuestra “anormalidad” nos induce a temer una pérdida de la razón. Este temor a poseer dones o virtudes que nos hagan diferentes a los demás es considerado una “santa prudencia” en un mundo que glorifica la mediocridad del hombre promedio y des confía del individuo.

      De modo que, temeroso de las implicancias que tendría considerar esa experiencia como un fenómeno real, Yo atribuía la Voz escuchada a una proyección del inconsciente sobre la conciencia.

      Sin embargo el fenómeno se volvió a repetir y no una sino varias veces más con la consiguiente alarma por mi parte que temía padecer alguna especie de esquizofrenia.

      Pero, a poco que desechaba las dudas y meditaba serenamente no podía dejar de reconocer que este fenómeno distaba de ser peligroso y diría que incluso resultaba simpático. La razón de tal conclusión estaba en la “seguridad” que sentía ahora de que la Voz oída era totalmente ajena a mi propio ser. Por supuesto, se podrá argumentar que la “seguridad” que puede tener un hombre en la percepción de fenómenos pertenecientes a su propia esfera de conciencia es totalmente subjetiva. Y es cierto pues, en general, la “seguridad” no garantiza de ningún modo la verdad de su afirmación.

      Por ejemplo cuando el cazador se siente “seguro” de acertar a su presa y yerra el tiro o cuando el estudiante “seguro” de haber dado la respuesta adecuada comprueba que el Profesor lo ha calificado con un cero se puede decir que ha “fallado” la seguridad. ¿De qué depende entonces el éxito si cuando estoy “seguro” de obtenerlo puedo fracasar?

      Para responder se debe distinguir antes entre “seguridad subjetiva” y “seguridad objetiva”. La primera está más cerca de la imaginación y la segunda de la realidad. La seguridad subjetiva se apoya en la fe; la seguridad objetiva se apoya en la realidad. El que cree tomar una manzana con la mano y lo que realmente toma es una manzana, indudable-mente dispone de seguridad objetiva. Si en cambio cree tomar una manzana y en realidad toma otra cosa, su seguridad es subjetiva. Hay pues una brecha entre la seguridad subjetiva y la seguridad objetiva, que, según los individuos, puede llegar a ser un abismo.

      Pero es deseable que la seguridad experimentada en lo que se haga o piense sea lo más objetiva posible. Entonces: ¿cómo se debe hacer para cerrar la brecha que separa la seguridad subjetiva de la seguridad objetiva? Salvando el caso de una predisposición natural a la realidad objetiva, la respuesta sería que la “experiencia” previa asegura mayores probabilidades de que la “seguridad” en la concreción de un acto se realice objetivamente.

      Si se quiere comprender mejor el tema se debe distinguir también entre la seguridad del diletante y del experto. Ante una misma prueba ambos se sienten “seguros”, pero con mayor probabilidad, sólo el experto arriba al éxito en tanto que el diletante fracasa. La “seguridad” del experto se funda en la experiencia previa; la del diletante en la fe en sí mismo; pero como todo experto en algún momento inicial debió haber sido un diletante, es posible que el diletante, si persevera, alguna vez llegue a ser un experto.

      De modo que la seguridad es tanto más objetiva cuanto más vaya acompañada de la experiencia. Pero si la seguridad subjetiva es traicionada por la realidad objetiva, si se fracasa, sobreviene la decepción de la derrota. Se debe concluír, entonces, que la capacidad de sobreponerse a los fracasos es un factor condicionante para capitalizar la experiencia en favor de una seguridad objetiva.

      La seguridad, por otra parte, es una actitud psicológica fundamental para encarar las pruebas de la vida. El que se enfrenta al desafío de una prueba debe contar por anticipado con el éxito, debe estar “seguro” de ganar y un fracaso no lo ha de desanimar como para no intentarlo de nuevo. En los casos anteriores, ni el cazador deja de cazar porque falle un tiro, ni el estudiante deja de estudiar porque lo aplacen en un examen; ambos se sobreponen y capitalizan la experiencia aumentando su seguridad objetiva, siendo más “expertos”.

 

      Considerando estos conceptos puede ahora comprenderse mi actitud ante el fenómeno de la Voz: concluía que “estando preparado psíquicamente durante varios años en un riguroso entrenamiento intelectual, la seguridad que disponía en la certeza de los juicios era bastante objetiva”. Es decir que, intelectualmente, cuando estaba “seguro” de un concepto era “seguramente” correcto. Y con esa seguridad tan objetiva en los juicios, me decía que la Voz que oía no provenía de mi inconsciente, no formaba parte de mi Yo, era ajena a mi Espíritu o era, quizás, otro Espíritu.

      Debo destacar que la seguridad que tenía de estar en lo cierto iba acompañada de un profundo análisis en el que consideraba, entre otras cosas, el hecho de que la Voz era capaz de emitir conceptos que Yo de ningún modo conocía. Esto puede tener una explicación más o menos psicológica pero algunos conceptos eran muy específicos y sin embargo la Voz los utilizaba y estructuraba con gran precisión. Ergo, la Voz era “Sabia” y esto sí que no tiene explicación rebuscada salvo que se acepte lo que realmente es: que la Voz pertenecía a una entidad psíquica ajena a mí.

      Otro elemento del fenómeno que tomaba en cuenta para el análisis era el hecho de que no había sido espiritualmente “invadido” por otra entidad como ocurre en la posesión diabólica o en el espiritismo, sino que a mi conciencia llegaba solamente la Voz, nítida y enérgica, sin consecuencias psicosomáticas de ninguna especie.

      Es decir que al producirse el fenómeno Yo no “veía”, ni “sentía”, ni “gustaba”, ni “olía” nada raro; solamente oía la voz y era, repito, como si se me hubiese “abierto” mi oído interior.

      Las primeras veces que escuché la Voz fui sorprendido por el inesperado mensaje que surgía a saltos, enérgica y velozmente, disparada rítmicamente como un rayo. No aparecía siempre, sino cuando meditaba en alguna cuestión que requería cierta concentración. Para que se entienda mejor la calidad del fenómeno que me acontecía daré algunos ejemplos. Tú eres médico psiquiatra, neffe, y no deseo, dentro de lo razonable, que dudes de mi cordura pues lo que ocurría debe interpretarse como una ampliación de la capacidad de percibir, antes que como una “enfermedad”.  

      (Hice una seña de asentimiento y confianza a tío Kurt pues nadie como Yo sabía cuantas arbitrariedades se cometen en torno a las auténticas virtudes psíquicas del hombre, aquellas que se desarrollan “solas” o autodesarrollan y lo enaltecen sin afectarle en nada su equilibrio racional pues se integran “naturalmente” a la personalidad. Virtudes psíquicas que se obtienen espontáneamente, sin recurrir a absurdos “métodos ocultos” o “gimnasias de meditación trascendental” que terminan por quebrar el delicado orden mental y acaban por conducir al discípulo a la locura y la muerte).

      –Recuerdo un día –prosiguió tío Kurt– en que me encontraba leyendo el Bhagavad-Ghita [29], escrito védico perteneciente a la gran epopeya del Mahabarata, guerra mítica que envolvió en la lucha a hombres, Angeles y Dioses y de cuyo recuerdo los antiguos arios de la India escribieron y recopilaron.

 

      El Ghita trata sobre la batalla que debe librar el héroe Arjuna para recuperar el trono, usurpado por su primo. Arjuna es un miembro de la casta guerrera o sea un Kshatriya y junto a él se encuentra Sri Krishna, encarnación del Dios Vishnu.

      En la primera parte llamada “El pesar de Arjuna”, Arjuna se desplaza con su carro frente al ejército enemigo comprobando que junto con su primo se han alineado gran parte de sus parientes y amigos:

                     

    26. – Entonces, Arjuna vio allí a sus tíos, tíos-abuelos, instruc­tores, tíos maternos, sobrinos, sobrinos-nietos, suegros, amigos y Camaradas.

    27. – Viendo a los parientes y amigos reunidos allí, Arjuna sintió gran compasión y muy apesadumbrado, dijo lo siguiente:

    28. - 30.  –Dijo Arjuna:

    ¡Oh Krishna!, viendo a esos parientes deseosos de pelear, me fallan los miembros del cuerpo, mi boca está seca, estoy temblando, el cuerpo se me estremece, mi piel arde, no puedo sostener el arco. No puedo estar de pie, mi mente está en un torbellino. ¡Oh Sri Krishna!, veo signos de mal agüero.

    31. - 34. –No veo qué bien puedo lograr, matando a mis parientes en la guerra. ¡Oh Krishna!, Yo no deseo la victoria, ni la soberanía, ni los placeres. ¡Oh Govinda! ¿de qué nos servirían la soberanía, los placeres, aún la vida misma, cuando mis instructores, tíos, hijos, tios-abuelos, tíos maternos, suegros, nietos, cuñados y demás parientes para quienes deseamos esas felicidades, están reunidos aquí para luchar,       habiendo renunciado a sus bienes, y aún a sus vidas?

    35. –¡Oh Madhusudana ! (Krishna) aunque ellos me maten, Yo no quiero mataros, ni para reinar en este Mundo, ni para la soberanía de los tres Mundos.

    36. - 37. –¡Oh Yanardana ! (Krishna) ¿qué placer tendríamos matando a los Dharta-Rashtras ? Sería un acto pecaminoso matar a esos agresores. Por eso, no debemos des­truír a nuestros parientes, los Dharta-Rashtras. ¡Oh Madhaya ! (Krishna) ¿cómo podríamos ser felices, matando a nuestros propios parientes?

    38. - 39. –Aunque ellos, con la mente dominada por la codicia, no ven ningún mal en destruír a los parientes, ni pecado en ser hostiles a los amigos, ¿porqué ¡Oh Yanardana !, nosotros que vemos el gran mal que nace de la destrucción de los parientes, no desistimos de cometer ese pecado?

    - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

    47. –Diciendo esto Arjuna tiró su arco y flechas y, con el corazón muy dolorido, quedó sentado en su carro.

 

      En la segunda parte del Ghita, llamada “El Sendero del Discernimiento”, Sri Krishna responde a las inquietantes y angustiosas preguntas de Arjuna.

 

    1. –A él (Arjuna) que estaba así abatido por el pesar y la compasión, con los ojos llenos de lágrimas y con la mente confusa, Madhusudana (Krishna) dijo lo siguiente:

    2. –Dijo el Bendito Señor:

    En este momento crítico, ¡Oh Arjuna! ¿de dónde te viene esa indigna debilidad no aria, abyecta y contraria al logro de la vida celestial?

    3. –No te portes como un eunuco ¡Oh Partha!; eso es indigno de ti; echa lejos esa debilidad de corazón y yérguete, Oh fulminador de los enemigos!

     

      A continuación Sri Krishna aconseja a Arjuna seguir el “Sendero de la Acción” (o Karma yoga) y cumplir con su Dharma, o sea con el destino del Kshatriya que es presentar batalla y combatir por la justicia sin preocuparse (a priori) por el resultado de la batalla, ni por la suerte del enemigo (aunque sean parientes y amigos).

     

    31. –Considerando tu deber, tampoco deberías vacilar, porque para un Kshatriya no hay mejor suerte que luchar por una causa justa.

    32. –¡Oh Partha! (Arjuna), son realmente afortunados aquellos Kshatriyas a quienes se les presenta la oportunidad de luchar en una guerra semejante, que les abre las puertas del Cielo.

    33. –Pero, si tú no peleas en esta guerra justa no responderás a tu reputación, faltarás a tu deber y cometerás un pecado.

     

      Esto debe ser así, dice Sri Krishna, porque la realidad es Maya, ilusión, y el “enfrentamiento” es circunstancial, sólo perceptible para el que se siente “enfrentado”. En un plano superior, espiritual, las oposiciones están resueltas, los enfrentamientos son pura ilusión. El Espíritu no puede matar ni morir, por eso dice Sri Krishna:

   19. –Aquél que piensa que este Ser (Espíritu) mata y aquel que piensa este Ser es muerto, los dos son ignorantes. El Ser no mata ni muere.

   20. –El Ser no nace, ni muere, ni se reencarna; no tiene principio; es Eterno, inmutable, el primero de todos, y no muere cuando matan el cuerpo.

   21. –Aquél que sabe que el ser es imperecedero, Eterno, sin nacimiento e inmutable ¿cómo puede matar o ser muerto?

   22. –Como uno deja sus vestidos gastados o se pone otros nuevos, así el Ser corpóreo, deja su cuerpo gastado y entra en otros nuevos.

   23. –Las armas no lo cortan, el fuego no lo quema, el agua no lo moja y el viento no lo seca.

   24. –A este Ser no se le puede cortar, ni quemar, ni mojar, ni secar; es Eterno, omnipresente, estable e incambiable; sabiendo que es así no debes lamentarte.

   26. - 27. –Pero, ¡Oh tú, de brazos poderosos! si piensas que este Ser siempre nace y muere, aún así no debes afligirte por él; porque lo que nace, muere y lo que muere renace con seguridad. Por lo tanto, no debes sufrir por lo inevitable.

 

      Sólo cuenta entonces afrontar el conflicto siguiendo el “Sendero de la Acción”, enfrentando al opuesto y cumpliendo con el Dharma. “No temas matar, –dice Sri Krishna–, ellos ya están muertos en mí”.

     

      Estaba Yo meditando sobre el precedente párrafo del Ghita, en las extraordinarias implicancias morales que surgen de este antiquísimo texto indoario cuando “escuché” nuevamente la Voz:

      –No debes engañarte por el significado superficial de los conceptos, Oh Kurt, hombre de Sangre Pura. El mensaje de Krishna está dirigido a las dos naturalezas de Arjuna, la anímica y la espiritual. A su parte anímica, a su naturaleza de animal-hombre, Krishna aconseja continuar con el argumento dramático en el que está involucrado en razón de su Karma: Arjuna es humano, está encarnado y vive circunstancias kármicas; debe cumplir el Dharma y resolver el conflicto de los Arquetipos opuestos; de ese modo rea­lizará la condena impuesta a priori por los Señores del Karma de Chang Shambalá, la condena in-comprensible de la guerra familiar que pesa sobre su corazón. Pero a su parte espiritual, a su naturaleza aria-hiperbórea, el Si­ddha Krishna sugiere trascender los opuestos, no por medio de su síntesis, cual podría ser la guerra, sino situándose en la instancia absoluta del Espíritu Eterno. El Espíritu, “el Ser”, en efecto, es Eterno o Increado, ajeno a todos los opuestos Creados, que no son más que Maya, Ilusión. Para el Espíritu no hay vida ni muerte Creada sino Ilusión y, por lo tanto, no hay pecado ni culpa, no hay deudas que saldar ni Karma: si la decisión procede del Espíritu, la acción no producirá efecto posterior sobre Sí Mísmo porque la Ilusión carece de capacidad para actuar sobre la Realidad del Ser; y esto, cualquiera sea la acción realizada, incluso matar a los parientes y amigos. Sin embargo el Kshatriya debe cumplir una condición esencial para que su naturaleza espiritual predomine sobre la parte anímica o animal: debe endurecer su corazón, debe “echar fuera esa debilidad no aria”, vale decir, debe despojarse de todo sentimiento compasivo hacia quienes no son sino actores de un argumento kármico, pura Ilusión; ellos no existen realmente, no viven, o como dice Krishna “ya están muertos en mí”. Esta es la Sabiduría de los Señores de Venus de Agartha: sólo es un verdadero Kshatriya quien posee un corazón duro como la Piedra y frío como el Hielo; y sólo un Ksahtriya tal puede realizar cualquier acción, incluso matar, sin que el Karma lo toque. ¡Ese es el Poder, Oh Kurt, hombre de Sangre Pura, del Kshatriya-Iniciado-Hiperbóreo, el hombre semidivino que tiene su Espíritu Increado encadenado al Alma Creada!

      Aquellas palabras irrumpieron como un relámpago en mi conciencia llenándome de perplejidad, ésta, por varias razones. Primero porque me acometía la seguridad –como ya dije– que la Voz era externa a mi ser. Segundo por el tono de la Voz: firme y enérgica, era a la vez una Voz confiable y amistosa. Yo sentía en su presencia que no me era posible desconfiar ni dudar de sus palabras pues esa Voz era emitida por Alguien superior a mí mismo. Alguien que se “acercaba” para ayudarme y guiarme. Y tercero porque el “contenido” de esas palabras, los “conceptos” volcados en mi conciencia no siempre eran claros y comprensibles.

      Esto último debe entenderse no en el sentido de que fueran oscuros o velados, sino que dichos conceptos aludían a cosas y situaciones desconocidas u olvidadas por mí. Digo “olvidadas” porque en ese sentimiento de veracidad que me inducía el escuchar las palabras de la Voz coexistía como una reminiscencia de un Saber perdido, de una Verdad olvidada.

      Shambalá, Agartha, Señores de Venus, conceptos brevemente familiares que alguna vez formaron parte de algún conocimiento más vasto pero que, inexplicablemente, había olvidado sin poder precisar dónde ni cuándo, con seguridad no en esta vida y tal vez no en “otra vida” sino en un “estado del Espíritu” fuera de toda vida y manifestación.

      De una cosa estaba seguro: la Verdad estaba en el pasado, un remoto pasado que, sin embargo, casi podía tocar con la punta de los dedos.

 

 

 

 

Capítulo XV

 

 

 

Cuando reaccionaba, luego de recibir uno de estos “mensajes”, mi primer impulso era “preguntar” algo más a la Voz, interrogar sobre la “interpretación” del mensaje, o sobre la misma Voz.

   Pero era inútil pues la Voz desaparecía tan misteriosamente como había aparecido y sólo obtenía el silencio por respuesta. Sin embargo, cuando no pensaba en ello, y me encontraba meditando sobre alguna cuestión del ámbito de la Historia, la Filosofía o la Religión, aparecía el Comentario Fugaz, la Palabra Sabia y Fulgurante, como una Chispa de Sabiduría.

      Esa dificultad para “comunicarme” con la Voz lejos de decepcionarme estimulaba mi curiosidad y me embarcó en una breve búsqueda de información sobre tan extraño fenómeno.

      El oído interior se había abierto cuando fui presentado al Führer, debido al poderoso influjo de su presencia, y luego partí con Papá hacia Egipto para pasar unas vacaciones, como ya dije. Era durante esos días que intenté develar el misterio de las apariciones furtivas de la Voz. Para ello comencé a leer todo cuanto se refería a casos similares al mío, comprobando con horror que hasta pocos años atrás cualquier persona que experimentaba la audición de voces se hacía sospechosa del cargo de brujería o demonología. La imagen de Juana de Arco, la “Doncella de Orleans”, ardiendo en la hoguera por seguir el dictado de una Voz interior no resultaba un aliciente muy grato para profundizar en el asunto.

      Pero me alentaba el pensar que estábamos en otro siglo, en una época abierta a la investigación y al conocimiento. A pesar de que comprobaba a cada paso que en el terreno de la experiencia psíquica abundaba la superstición o el escepticismo.

      Leyendo las obras de Allan Kardec, el fundador del Espiritismo moderno, comprobé que entre las múltiples formas de Mediumnidad descriptas como “comunes a mucha gente dotada”, figuraba una Mediumnidad Auditiva, la cual creí que podría equipararse con el fenómeno que venía experimentando.

      Según Allan Kardec un Médium es una persona que puede ponerse en contacto con el “Mundo de los Espíritus”: “¿Qué es un Médium? Es el ser, el individuo, que sirve de enlace a los Espíritus para que éstos puedan comunicarse con los hombres. Sin Médium no hay comunicación posible, ya sea ésta tangible, mental, escrita, física o de cualquier otra clase”. Y también dice: “un Espíritu es un hombre sin cuerpo físico”.

      La Mediumnidad como facultad humana se presenta en “relación a los sentidos” siendo una extensión de éstos tal que permite abarcar parte del “Otro Mundo”. Hay así una Mediumnidad Auditiva, una Mediumnidad Escribiente, etc. Sin por ello aceptar la Cosmogonía Espírita que afirma, como lo hace la Gnosis, la Alquimia, etc., una triple composición del hombre: cuerpo, Alma (o periespíritu) y Espíritu, puede uno detenerse a analizar los fenómenos que mencionan los espiritistas, casi siempre reales.

      Eso fue lo que Yo hice inútilmente en esos días de Egipto, recorriendo diversos Centros Espíritas y entrevistándome con numerosos Médiums.

      La desilusión no podía ser mayor pues, en la mayoría de los casos, el Médium era una persona de baja capacidad intelectual, incapaz de explicar claramente la naturaleza de los prodigios por él protagonizados, o por el contrario el Médium era un pícaro, demasiado avispado para brindar explicaciones y más bien gustoso de rodearse de un halo de “misterio”.

      La conclusión que sacaba de esas exploraciones se resumía en que cuando el sujeto era protagonista real de un fenómeno Mediumnímico no podía ejercer ningún control sobre el mismo, siendo en la generalidad de los casos un “mentecatto”. El Médium Escribiente no era consciente de lo que escribía, situación abyecta que sin embargo llenaba de alegría a los testigos quienes afirmaban que ello constituía la “prueba” de la veracidad del prodigio. Lo mismo podía decirse sobre las otras clases de Mediumnidad.

      El Médium Parlante, totalmente “poseído” por el Espíritu o “entidad desencarnada” –según la jerga espírita– hablaba, reía, bramaba, o se contorsionaba ante el éxtasis contemplativo de los acólitos, tan ignorantes como insensatos. Y el Médium Oyente, que despertaba mi particular interés, oía, pero no una sino un concierto de voces. Y ­éstas lo invadían en todo momento, ordenando, solicitando o suplicando determinadas acciones, muchas veces des­honrosas o groseras. Algo deprimente que nada tenía en común con mi superior experiencia.

     

      Convencido de que por ese camino sólo hallaría enfermos o fanáticos, hice lo más lógico que puede uno hacer en esos casos: me aboqué a buscar una solución a mi problema valiéndome de mí mismo, de mi propio análisis y experiencia.

      De ese modo, repasando rigurosamente los procesos psíquicos que culminaban con la aparición de la Voz, comprobé que la clave no radicaba en la interrogación mental, en “preguntar” a la Voz esto o aquello. En mi confusión, a la que contribuyó no poco el contacto y la observación de los espiritistas, Yo creía que la Voz respondía a interrogantes planteados en mi conciencia durante la meditación. Tomando arbitrariamente esta creencia por una verdad concluía que sería posible interrogar conscientemente a la Voz, es decir, que Yo preguntaría y la Voz respondería: Craso error... como verás enseguida.

      La meditación de todo esto me permitió comprender que la “interrogación” es una actitud intrínsecamente racional; es decir, que sólo es posible interrogar a partir de esa ordenación que llamamos razón. De todas las criaturas ­existentes sólo el hombre interroga y lo hace para saber, para obtener conocimiento. Expresión de su miserable ­ineptitud y del drama de su ignorancia, la interrogación, a partir de la razón, de su lógica, le permite emitir inferencias, proposiciones, y establecer juicios. Pero el conocimiento obtenido exclusivamente a partir de la razón, por la interrogación a la realidad del mundo, entraña una ­violencia y una rebeldía embozada. La interrogación lleva implícita la posibilidad de la respuesta y en esta implicación hay algo soberbio y arrogante. Interroga el que orgullosamente “sabe” que será saciado en su saber. Esta rebeldía, este orgullo, esta arrogancia, en fin, esta violencia que subyace en la interrogación es, por supuesto, totalmente inútil, toda vez que no facilita la liberación del hombre de su encadenamiento a las formas ilusorias de la materia.

      El error moral de la interrogación como “medio para conocer” se evidencia en toda su absurda contradicción cuando el hombre afirma el “derecho” a preguntar, es decir cuando establece que es jurídica y moralmente lícito el obtener conocimiento por la interrogación. Porque si es lícito y hasta aconsejable practicar la interrogación, sín límites ni vallas morales hacia la cosa cuestionada (sin tabúes), no tardaremos en ver al hombre fieramente plantado cara a cara con Dios interrogándole, posibilidad absurda que conduce inevitablemente a la negación de Dios (ateísmo), a confesar la imposibilidad de esta pregunta (agnosticismo) o a las más perturbadoras hipótesis que son sólo eso, respuestas pro-bables pero no verdaderas respuestas.

      La Gnosis, corriente filosófica a la que se refirió bastante Belicena Villca, afirmaba la posibilidad de “salvarse” por medio del conocimiento (gnosis), pero este “conocimiento” no debía ser obtenido de manera racional. Como decía Serge Hutin: “La gnosis, posesión de los Iniciados, se opone a la vulgar pistis (creencia) de los simples fieles. Es menos un ‘conocimiento’ que una revelación secreta y misteriosa”. “... La gnosis constituye una vez que ha sido alcanzada, un conocimiento total, inmediato, que el individuo posee enteramente o del que carece en absoluto; es el ‘conocimiento’ en sí, absoluto, que abarca al Hombre, al Cosmos y a la Divinidad. Y es sólo a través de este conocimiento –y no por medio de la fe o de las obras– que el individuo puede ser salvado”.

      Existe entonces otra vía para “conocer” y, aunque una conspiración oscurantista haya borrado de la Historia Oficial a la Gnosis y su Sabiduría Iniciática, fue a la manera “gnóstica” que hallé la solución para comunicarme con la Voz.

      Es que efectivamente hay una forma de obtener conocimiento “más allá” de la razón, sin caer en la mecánica de la pregunta y la respuesta, de la comparación y la conclusión, del análisis y la síntesis, en fin, de la dialéctica. Y es sumamente sencilla. Consiste en disponer el Espíritu para recordar, en forma análoga a la actitud asumida por la conciencia cuando “busca” un recuerdo en la memoria.

      En este caso no se trata de adoptar una postura contemplativa, de “mente en blanco”, sino de una acción dinámica, que “busca” sin “preguntar”.

      La sabiduría de comprender esto estriba en aceptar el hecho de que la conciencia es “orientable”, “direccionable” hacia zonas de la mente.

      Cuando deseamos recordar algo, la razón puede interrogar o no, pero el recuerdo viene inexorablemente. Por ejemplo ¿qué corbata usé en la fiesta de Juan Pérez? y la res-puesta viene automáticamente –la corbata verde–. Pero seamos sinceros ¿es una verdadera “respuesta” la obtenida? o cuando quisimos saber qué corbata usamos dispusimos la mente a “buscar” el recuerdo de la fiesta en lo de Juan Pérez y este recuerdo apareció en la conciencia como una imagen que fue prontamente traducida por la razón en forma de proposición: la corbata verde.

      Porque si en lugar de preguntar, simplemente evocamos el recuerdo de la corbata usada, ésta “aparecerá” sin ser necesariamente la respuesta a una pregunta ni tampoco una proposición.

      Cuando comprobé esto y verifiqué fehacientemente que al “recordar” la conciencia se “dirige” hacia el recuerdo, dispuse análogamente mi Espíritu para “dirigirse” a la Voz.

      Al principio no tuve éxito, principalmente porque la razón interfería con dudas y escepticismo, pero cuando me concentré bien y pude recrear en la mente los momentos fugaces en que la Voz irrumpió, entonces comencé a progresar. La Voz había aparecido y desaparecido en un instante, con una velocidad mayor que el más veloz de mis pensamientos, al punto que, a veces, no solía distinguir claramente sus palabras.

      Por eso es que debía concentrarme mucho, y evocar el recuerdo, sólo evocar, no interrogar, disponer la conciencia para que sobrevenga el recuerdo y permanecer en total inmovilidad espiritual. El que entienda comprenderá que no se trataba de una actitud contemplativa sino de una actitud enérgica (de energía), similar a la del guerrero un ­instante antes de descargar el brazo con la espada, plena de fuerza potencial. En la contemplación hay paz (quietud), en la evocación energía expectante.

      El procedimiento empleado con éxito puedo explicarlo así: Recreaba en mi Espíritu el momento en que apareció la Voz. Trataba que este recuerdo fuera lo más “exacto” posible, es decir, que me transportara psicológicamente al clímax vivido durante la experiencia. Entonces se presentaba la Voz, el recuerdo de la Voz, tan velozmente como “recordaba” que había aparecido. Pero entonces, utilizando el recientemente descubierto poder “orientador” de la conciencia, “dirigía” a ésta “hacia” la Voz (repito: como quien recuerda) y lograba así “ampliar” imperceptiblemente el Tiempo de manifestación de la Voz. Surgía la voz en el recuerdo y Yo trataba de ceñir el recuerdo en torno a ella, recortando lo accesorio, concentrándome sólo en ella, tratando de convertir la fugacidad en permanencia, sin que por esto perdiera en algo su dinámica vocal. Así iba logrando, cada vez más, “seguir” el mensaje de la Voz desde su aparición hasta su extinción.

      La aparición (comienzo) no me preocupaba, pero sí la extinción, pues iba ampliando cada vez más el momento último de la Voz, hasta que llegué a “oír” con total nitidez el tono final, el límite preciso entre la Voz y el Silencio. Llegado a ese punto sentía en la conciencia –de tan dirigida hacia la Voz– como si hubiera una prominencia cónica y aguda, como un embudo visto desde el lado en que se vuelca el líquido.

      La Voz había penetrado en mi mente por un punto –el oído interior– y hacia allí apuntaba el vértice del cono psíquico en que se convertía la conciencia al perseguir tenaz-mente el instante de la extinción final del “mensaje”.

      Fui practicando esta suerte de evocación selectiva cuando, al “examinar” (de algún modo hay que decirlo) el cono psíquico, de pronto me ví precipitado en un túnel ligera-mente espiralado y vaporoso, como un vórtice de energía brillante y lechosa que pronto concluyó con una imagen perfectamente definida y nítida. Podía verla y oírla a la vez pues de ella era de quien brotaba la Voz.

      Siguiendo la Voz en su extinción, como un eco, había arribado a su fuente de origen y ésta era deslumbrante y cegadora. Provisto ahora no sólo de un oído interior sino también de una visión interior participaba absorto de una excelsa imagen ígnea. Porque aquel maravilloso y sabio Verbo no era emitido por garganta alguna, ni provenía de una entidad humana o tan siquiera antropomorfa.

      Simplemente brotaba de una lengua de fuego que titilaba rítmicamente acompañan-do el devenir del Verbo.

      –¡Oh fuego helado y rutilante, Dios es testigo que en ti he reconocido la Divinidad del Espíritu Hiperbóreo!

      De frente a esa Presencia Divina, hecha de Fuego, Voz y Sabiduría, no cometí la necedad de interrogar, ni tuve sorpresa o deseo de saber o comprender.

      Una salvaje alegría, un gozo primordial me fue invadiendo mientras el logos ígneo resplandecía bajo la mirada interior. Y ese júbilo inefable obedecia a una certeza: había recobrado algo perdido hacía mucho tiempo, no sabia decir cuándo ni dónde. Pero con seguridad de eso se trataba pues la flamígera Presencia no me era desconocida aunque de algún modo misterioso Yo la había olvidado hasta ese momento. Y la alegría del reencuentro colmaba mi Espíritu de un placer indescriptible.

      Ignoro cuánto duró aquel primer éxtasis, pero recuerdo claramente el conocimiento que “quedó” en mi conciencia como un estrato sedimentario al fin de la experiencia. Digo “conocimiento” porque al conectarme telepáticamente con la misteriosa Voz, accedí a un Torrente de Sabiduría –no sabría llamarlo de otro modo– que al penetrar en el Espíritu disolvía toda duda, tornaba inútil cualquier interrogante y reunía y sintetizaba los opuestos. Esto sucedía así porque la Voz –auténtico Logos– cuya substancia la constituía el Fuego y el Verbo, transmitía Su Palabra por el sólo hecho de entrar en contacto con ella.

      ¿Y qué decía la Voz en aquella ocasión? Sería una torpe pretensión intentar describir con palabras semejante experiencia trascendente pero correré este riesgo y breve e imperfectamente resumiré las partes esenciales del mensaje:

      –“Yo soy un Ser perteneciente a la Antigua Raza que llegó a la Tierra con Lúcifer hace millones de años. Me han llamado Angel, pero ésa es una denominación ambigua. He sido uno de los Grandes Guías Hiperbóreos y como tal me has conocido tú en un pasado remoto que, sin embargo, es siempre presente en el Misterio de la Sangre Pura. Por mi nombre Hiperbóreo debes llamarme: Kiev; pues así me ‘conocerá’ nuevamente la Humanidad al final de la Edad Oscura o Kaly Yuga. Estás unido a mí, como otros innumerables Espíritus encadenados por el Símbolo del Origen, el lazo que vincula a lo Crea-do con lo Increado: tú, y cualquiera de ellos, puede llegar hasta mí y hasta el Origen de la Raza del Espíritu, resolviendo el Misterio del Laberinto, atravesando la Ilusión de la Formas Creadas, remontando el Sendero de la Sangre Pura, como has hecho ahora sin comprenderlo. Allí, en el Origen, existen otros Seres como Yo, pertenecientes a la Raza del Espíritu, a quienes también han llamado Angeles. Pero, en verdad, todos procedemos de Venus, de la Puerta de Venus.

      –Puedes comunicarte cuando quieras conmigo ahora que sabes regresar al Origen siguiendo el Sendero de la Sangre Pura, pero no debes hacerlo en tanto no hayas conseguido comprender el Misterio del Laberinto y seas dueño del Espacio y del Tiempo. En caso contrario mi presencia actuará como una droga que adormecerá tu incipiente conciencia espiritual. Eres víctima del Gran Engaño. Crees ser y casi no existes más allá del capricho de Jehová Satanás. Mientras no regreses conscientemente al Origen, allí donde ahora estás sin saberlo, no debes venir a mí pues podrías extraviar el camino. Primero debes ser lo que ya eres, debes retornar al Principio desde donde nunca has partido, recuperar el Paraíso que jamás perdiste. Cuando resuelvas este Misterio, marchando por el camino del Laberinto y llegando a la salida, recién podrás decir Yo Soy. Pero no temas, no estarás abandonado, serás guiado carismáticamente hasta el fin. Sigue los Círculos Cerrados de la Orden de Thule pero no te detengas en ninguno; avanza siempre, hasta llegar al Penúltimo Círculo; allí nos volveremos a ver. Y finalmente, trata de interpretar con sabiduría éste, mi consejo y guía: en el orden planetario primero el Führer; en el orden individual primero Rudolph Hess. Por lo tanto, sigue a Rudolph Hess, inspírate en Rudolph Hess”.

 

      Había conseguido resolver el Misterio de la Voz, llegando hasta su oculta fuente, el Divino Kiev, pero inmediatamente de lograda esta maravillosa hazaña psíquica se me prohibió restablecer el contacto ocasionándome una rara sensación de tristeza. Respetuosamente autoimpedido de contemplar la centelleante esfinge de Kiev a causa –lo aceptaba tácitamente– de mi imperfección, sólo deseaba salvar los obstáculos que me separaban del Penúltimo Círculo de la Thulegesellschaft donde sería autorizado a restablecer el vínculo telepático con el Origen.

      En todo esto pensaba mientras el tren me llevaba velozmente a Pomerania, lamentando no haber hallado a Rudolph Hess en Berlín para confiarle lo acontecido y consultarle sobre el Divino Hiperbóreo Kiev.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo XVI

 

 

 

Tío Kurt, lo que me has contado es maravilloso! ¡Tú solo, internamente, vale decir, sin ayuda de nadie, llegaste hasta uno de los Dioses Liberadores! –exclamé, impresionado por la similitud de su experiencia con mi percepción de aquel instante infinito, la noche del terremoto, durante el cual contemplé la Divina imagen de la Virgen de Agartha.

      –Y dime tío: –agregué, haciendo caso omiso a los gestos de protesta de tío Kurt, que pretendía continuar linealmente con su relato– ¿pudiste conservar la facultad de comunicarte con el Capitán Kiev? quiero decir: ¿lograste escucharlo más adelante? ¿lo oyes aún hoy?

      –Sí, neffe –afirmó con resignación–. Aunque pasaron varios años hasta que Yo me atreví a dirigirme directamente a El, Su Voz me guió en todo momento, salvándome la vida poco tiempo después, en Asia, como verás si me dejas proseguir el relato. Pero te anticipo una respuesta afirmativa a tu última pregunta: aún le oigo; aún me guía. El me ordenó venir a Santa María y permanecer aquí. Y si bien cumplí con Su mandato, lo hice a disgusto, y todos estos años, estos treinta y tres años, los pasé en abierta rebeldía contra los Superiores Desconocidos. Sí, neffe: El me habló muchas veces, y aún me habla, como lo hizo antes que tú llegases, cuando vibró el zumbido de las abejas, el sonido del Dorje de los Druidas, y me advirtió que sería atacado; mas Yo no he respondido a Sus mensajes. Nunca lo he hecho desde 1945.

      –¿Dios mío! ¿Por qué, tío Kurt?, ¿cómo has podido quedarte en silencio, permanecer indiferente frente a la Voz de los Dioses? –no comprendía su actitud y se lo hacía saber casi gritando. Perseguido por los Druidas, por la Fraternidad Blanca, por toda una Jerarquía de seres infernales: ¿cómo se podía despreciar la única ayuda posible, el auxilio de los Dioses Liberadores? Oh mein Gott, qué difícil se me hacía entonces entender a tío Kurt.

      –Sé que no puedes comprenderme, Arturo. Pero es que tendrías que ponerte en mi lugar, estar en mi pellejo en 1945, viendo a Alemania destruida por la Sinarquía de los Aliados y comprobando que los hombres más Sabios, los Iniciados de la Orden Negra, desaparecían sin dejar rastros en los Oasis Antárticos o a través de las Puertas Expandidas. Y mientras Ellos se iban, hasta la Batalla Final o quién sabe hasta cuando, Yo recibía la orden de quedarme en el Infierno, solo, a cumplir una misión de la cual no sabía nada en absoluto y en la que no creía. Sí, neffe, puedes llamarle falta de fe o como quieras, pero Yo no creía que mi permanencia aquí fuese realmente importante: me sentí abandonado, traicionado por los Dioses, librado a mi suerte. ¿Qué podría hacer Yo frente a la Gran Conspiración triunfante? Y sin embargo estaba equivocado. Ahora lo sé, y espero que no sea tarde para corregir mi estúpida postura. La carta de Belicena Villca me ha mostrado una parte insospechada de la Historia, un costado que otorga sentido final a mi vida. Porque, naturalmente, sólo me resta morir con honor para lavar la mancha de estos años de quietud innoble.

      Tío Kurt se torturaba inútilmente y, una vez más, era Yo el causante de su dolor. Maldecí haber preguntado y hubiese querido que la tierra me tragase allí mismo. Y no había forma de detener su subjetiva autocrítica.

      –¡Yo soy un SS., Arturo! ¡Un Iniciado de la Orden Negra SS.! –dijo con desesperación–. Y me he mantenido en una cómoda situación; oculto todos estos años, pero seguro, cómodamente seguro!: ¡maldito sea Yo y todos los oficiales SS. que hayan actuado del mismo modo! ¡Deberíamos haber luchado, formado conciencias jóvenes, revelado la Sabiduría Hiperbórea! Pero preferimos callar, asumir una actitud cobarde que pretendía ser prudente: Imagínate, Arturo: ¡si ni a los Dioses fui capaz de responder, cuánta menos voluntad tendría para esclarecer a nadie! ¿Y sabes por qué? ¡porque en el fondo no creímos en las nuevas generaciones, ni en el Triunfo del Führer, ni en la Batalla Final! Tal vez, y digo sólo “tal vez”, seamos en parte disculpados porque en nuestra convicción ha de haber intervenido la mano del Enemigo, el Poder de Ilusión de la Fraternidad Blanca. Fuimos incrédulos y egoístas, y no debemos esperar perdón de los Dioses pues Ellos no son jueces. En verdad, estamos obligados por nosotros mismos, por nuestro honor...

      Hasta hoy, neffe, viví adoptando el papel de víctima, afirmando con intransigencia que nada se podía hacer contra la Sinarquía salvo aguardar la Batalla Final, el Fin del Mundo, el Apocalipsis, una intervención Divina. Y esto lo decía con ironía, sin creer que la Parusia fuese a ocurrir, que Yo llegase a verla. Y en mi desdén, y en la indiferencia de tantos otros que quizás obran igual que Yo, condenamos a la ignorancia a quienes con seguridad deberán participar en la Guerra Esencial, en la Batalla Final de la Guerra Esencial. ¡Oh, Dioses, que necios hemos sido! No lo había comprendido hasta hoy, hasta que tú viniste y me expusiste tu vida predestinada, hasta que tú me relataste los años de búsqueda y me mostraste la imposibilidad de hallar la Verdad en alguna parte: ¡cuánto camino a ciegas te podrías haber ahorrado si me hubieses conocido antes! A mí, a Oskar, o a cualquiera de los que conocíamos la Verdad! ¡Oh, Arturo ¿qué hemos hecho?! Salvamos nuestras miserables vidas pero al costo de perder el honor, de abandonar a los jóvenes a sus propias fuerzas, de permitir que fuesen corrompidos y destruidos por el Enemigo...

      –Pero tío Kurt –dije tratando de calmarlo– tú recibiste una orden del Capitán Kiev: debías permanecer oculto por motivos estratégicos, quizás aguardando la carta de Belicena Villca. Puede ser que otros SS. hayan actuado egoístamente, como dices, mas Yo encuentro muy significativa tu historia, la mía, y la de Belicena Villca. Veo todo muy sincronizado, muy coincidente, y se me ocurre que los ­Dioses lo tenían calculado de antemano. Así, pues, que no debes amargarte en vano: las cosas tendrán sentido, tus treinta y tres años en Santa María tendrán sentido, si cumplimos con el pedido de Belicena Villca y hallamos a su hijo y a la Espada Sabia, si mostramos su carta a Nimrod de Rosario y nos incorporamos a su Orden de ­Constructores Sabios.

      –Tal vez tengas razón. Pero he comprobado mi error y nada me impedirá pagar la deuda de honor que debo a los que venían tras de mí. ¡La deuda es contigo, Arturo, lo sé! Y por eso estoy dispuesto a morir si es preciso; a morir con honor, como muere un oficial SS.. Sí, Arturo, considéralo como un juramento: ¡te protegeré de los Druidas, pondré a tu disposición todas las facultades y poderes que desarrollé en la Orden Negra, y moriré por ti si es necesario, para que tú cumplas la misión que te encomendara Belicena Villca!

 

      Fue inútil que intentara persuadir a tío Kurt que la situación no era tan grave, que nadie iba a morir. Sólo logré convencerlo de mi ingenuidad. De todos modos, una cosa era clara: increíblemente, poseía la facultad de comunicarse telepáticamente con el Capitán Kiev, uno de los Señores de Venus que Belicena Villca mencionara reiteradamente en su carta.

 

 

 

 

Capítulo XVII

 

 

 

Me prometí a mí mismo no interrumpir más a tío Kurt. Su relato prosiguió así:

   –De acuerdo a los papeles firmados y sellados que contenía el sobre entregado por el SS. Oberführer  Papp ya era miembro de la Schutzstaffeln (Escalones de Guardia o SS.) y marchaba a recibir entrenamiento al Ordensburg de Crossinsee incorporado con el grado de SS. Obersturmführer [30]. A la d se ingresaba normalmente, para la ­­carrera de oficial, con el grado SS. Untersturmführer [31] pero los graduados del NAPOLA, por su preparación militar previa, eran incorporados con un grado más. Por esta razón yo entraba como SS. Obersturmführer de la legen­daria 1a Panzer División Leibstandarte Adolf Hitler y porque los Ostenführer del Cuerpo Selectivo de Estudios Orientales del NAPOLA tenían su asiento natural en el Leibstandarte.

      Los oficiales SS. recibían instrucción en centros especialmente preparados al efecto, en distintos lugares de Alemania. Eran los Ordensburg, castillos-monasterios rodeados de bosques y parques, autosuficientes con respecto al fin pedagógico para el que habían sido dispuestos. Tres Ordensburg dependían del N.S.D.A.P. y uno, el castillo de Werwelsburg, pertenecía exclusivamente a la Waffen SS..

      Crossinsee en Prusia Oriental se ocupaba del entrenamiento físico y mental y de completar la instrucción puramente militar. Vogelsang en Renania impartía la enseñanza política y mística y, por último, Sonthofen en Baviera, se ocupaba de la formación superior de los oficiales SS. en Política, Diplomacia o Artes Militares. A estos tres burgos, Crossinsee, Vogelsang y Sonthofen, se concurría en ese orden pudiendo permanecer uno o más años en cada uno de ellos de acuerdo a la particular carrera seguida. Pero a Werwelsburg sólo ingresaba una auténtica Elite, extraordinariamente seleccionada, que aspiraba a recibir la Iniciación al Conocimiento Más Oculto de la Orden Negra, cuyo Gran Maestre era el Reichführer Heinrich Himmler.

      En mi caso particular, existían órdenes expresas, de Rudolph Hess, de acelerar la estadía en Crossinsee y Vogelsang por lo que sólo asistí tres meses al primer burgo y tres meses al segundo. En Sonthofen estuve seis meses y luego pasé tres meses en Bernau, cerca de Berlín, un centro secreto del S.D.[32] donde se impartía enseñanza en técnicas de contraespionaje. En total quince largos y duros meses de estudio que culminaron a fines de 1938 cuando, con el grado de SS. Hauptsturmführer [33] abandoné definitivamente las aulas y bibliotecas oficiales en calidad de alumno.

      Desde mi llegada a Alemania, en 1933, habían pasado seis años durante los cuales recibí una educación de Elite, tan específica y bien concebida para lo que se deseaba obtener de mí, que es difícil imaginar cómo podría haberse mejorado.

      En esa fecha –continuó tío Kurt– Alemania y sus aliados iban a entrar en la Guerra Total contra las Potencias de la Materia, guerra que fue más terrible que la del Mahabarata, y, al agotarse los tiempos, tuve oportunidad de actuar en bien de mi patria y de la Humanidad. En efecto, neffe: antes de que estallase el conflicto recibí mi primera misión, una empresa tan extraña que costaría encuadrarla dentro de las operaciones militares, especialmente en la actualidad, cuando los ejércitos “profesionales” son máquinas bien aceitadas y los soldados simples robots. Pero es que la Waffen SS. no era una organización meramente militar sino la expresión externa de la Orden Negra, una Orden de Iniciados Hiperbóreos: existían, pues, junto a las operaciones clásicamente militares, misiones de neto carácter esotérico. Una de ellas era la Operación Altwesten que había emprendido en 1937 el Profesor Schaeffer, financiada y dirigida por la SS.. Como lo había anticipado Rudolph Hess, mi Destino estaba ligado a aquella expedición al Tíbet y nadie, ni el traidor Schaeffer, podrían impedir que participase de ella. Sin embargo en 1937 el grupo ya había partido y sólo un año después me incorporé a ellos en el Tíbet.

      Las circunstancias previas no fueron menos extrañas, pero te las narraré luego que hayamos cenado –dijo sorpresivamente tío Kurt. Miró su reloj y se llevó la mano a la frente con asombro–. ¡Soy un desconsiderado! Hace cinco horas que te entretengo sin contemplar que ésta es la primera vez que dejas la cama en quince días. ¿Realmente estás bien? Dime la verdad pues quizás sea mejor que te acuestes y te haga subir la cena.

      –Estoy muy bien tío Kurt –dije– y si quieres saber la verdad, lo que siento ahora es hambre. Así que ¡vayamos a cenar!

      Reía gozoso tío Kurt mientras nos dirigíamos al comedor. Una hora más tarde volvíamos a ubicarnos en los sillones luego de haber tomado una cena fría y liviana, a base de fiambres y ensaladas, durante la cual hablamos de diversos temas desvinculados completamente de la narración interrumpida.

      Al fin, mientras bebíamos una taza de café, decidió tío Kurt continuar el relato.

 

      –Es una hermosa noche de verano –dijo–. Cielo despejado, temperatura agradable, silencio y fragancias del campo. ¡Te propongo que nos sentemos bajo los sauces neffe! Verás que disfrutas la frescura de la noche en tanto avanzamos con el relato.

      –Oh no, –respondí–. Será mejor que retornemos al living-room. Allí estaremos más cómodos.

      Lamentaba estropear el entusiasmo de tío Kurt pero no deseaba enfrentarme a los dogos. Sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo pero procuraría que fuera de día. ¿Los dogos nuevamente de noche? La idea me llenaba de aprensión, pero tío Kurt no debió notarlo pues encogiéndose de hombros se dirigió al living seguido por mí.

     

      –Tres o cuatro semanas después de llegar a Crossinsee retorné a Berlín –continuó narrando tío Kurt– para entrevistar a Konrad Tarstein, mi contacto en la Thulegesellschaft.

      La Gregorstrasse 239 correspondía a un vetusto caserón de dos plantas que debía contar con más de dos siglos de azarosa existencia y su único habitante, Konrad Tarstein, resultó ser un típico berlinés pequeño burgués, calvo, de baja estatura, dotado de gruesa barriga, quien hacía juego perfectamente con la decrepitud del lugar.

      Es probable que semejante lugar y sujeto –pensé– tuviesen por objeto despistar a posibles espías o decepcionar a inquietos aspirantes. Yo sufrí el segundo efecto al golpear una mohosa argolla que giraba dentro de un puño de bronce dudosamente fijado a la destartalada puerta.

      –¿Sí? –preguntó una voz chillona que emergía de algún lugar indefinido.

      –Soy Kurt Von Sübermann –dije, dirigiéndome a la diminuta mirilla que al fin había descubierto en uno de los paneles de la puerta, desde donde un par de ojillos hui­dizos me observaban impacientes. –Me envía Herr Rudolph Hess...

      Se abrió la puerta y una figura rechoncha y pequeña apareció, con la mano cortés-mente extendida para saludar.

      –Soy Konrad Tarstein –dijo–. Pase, lo estaba esperando.

      El interior no mejoraba para nada la impresión inicial. Amueblada con manifiesto mal gusto, en una descuidada mezcla de formas y estilos, unos minutos en la casa bastaban a cualquiera para desalentarse de que allí hubiese o pudiese tratarse algo importante. Y sin embargo yo esperaba mucho de la Thulegesellschaft en la que, según Rudolph Hess, hallaría respuesta a todos mis interrogantes.

      Sentado en un ridículo sillón Luis XV, que nada parecía tener que hacer allí, frente a una mesa normanda y unas sillas fraileras, observaba con sorpresa que Konrad Tarstein se aprestaba a llenar una ficha. Era lo más alejado de una actividad espiritual que yo podía imaginar y por eso titubeé al dar mis datos personales, actitud que Tarstein interpretó erróneamente como producto del temor.

      –No tema –dijo Tarstein– los libros de la Orden nunca podrían ser hallados. Puedo asegurarle, Herr Von Sübermann, que jamás ha ocurrido una filtración importante sobre detalles del Culto o la identidad de nuestros miembros. Hemos sufrido deserciones y alguna traición menor, pero siempre en los niveles superficiales de la Orden, y por gente que no poseía un conocimiento muy preciso de la organización interna.

      –¿Recibe muchos aspirantes Señor Tarstein? –pregunté.

      Konrad Tarstein levantó la vista de la ficha y me observó unos largos minutos con curiosidad. Al fin, como si cayera en la cuenta de un olvido u omisión, se llevó una mano a la frente en tanto su rostro se iluminaba con una sonrisa.

      –¡La parquedad de Rudolph Hess! –dijo como si pensara en voz alta–. Su eterna y tímida parquedad. Debí suponer que Ud. no estaría avisado de que esta entrevista no forma parte de ninguna práctica regular en la Thulegesellschaft. Dígame Kurt Von Sübermann ¿Qué información recibió de Rudolph Hess para llegar hasta aquí?

      Le respondí en forma completa sobre todo cuanto sabía acerca de la Thulegesellschaft: lo que había dicho Rudolph Hess en nuestra charla de la Cancillería, la noche de la graduación, y la referencia a un “contacto” en Berlín, Konrad Tarstein, expuesta en su carta que llegó a mis manos por mediación del SS. Oberführer Papp.

      Mientras hablaba me asaltaba la duda de que se hubiese producido un inesperado malentendido, a causa de algún error cometido por mí en la interpretación de las instrucciones. Pero por más que reflexionaba no encontraba ningún motivo que pudiese haber provocado la sorpresa de Tarstein ante mi pregunta sobre la recepción de otros aspirantes a la Thulegesellschaft. ¿O es que, efectivamente, no venían jamás otros aspirantes a la Gregorstrasse 239? Esto me lo confirmó, finalmente, Konrad Tarstein pocos minutos después. Aprobó con un gesto de su calva cabeza todo cuanto dije y, luego de guardar la ficha en un maletín de cuero, me invitó a pasar a un ambiente interior del enorme caserón.

      La sala donde estábamos se conectaba con la puerta de calle por medio de un pasillo desde el pequeño hall. A la derecha se veía una escalera de fina madera lustrada y alfombrada, que, mediante una curva de noventa grados, conducía a la planta superior y se continuaba en la baranda, la cual se extendía lateralmente a lo largo de un pasillo, perfectamente visible desde abajo. Hacia el frente de la sala se abrían dos puertas de grandes marcos de madera tallada. Tomando por la puerta de la derecha accedimos, con Tarstein, a un patio abierto, rodeado de galerías con pequeñas columnas bajo arcos normandos, en cada uno de los cuales se abrían sendas puertas. Siguiendo la galería de la izquierda, recorrimos la distancia de un lado del patio embaldosado y continuamos a través de una puerta cancel transversal que nos condujo a otro patio, éste cerrado con una campana de vidrio, en tanto la galería se extendía a lo largo de este patio para morir en la pared del fondo.

      Antes de llegar allí, entramos en la última de las incontables puertas que daban a las galerías traspuestas. El sitio al que habíamos arribado, luego de tan laberíntica excursión, era en verdad sorprendente. Al cerrar la puerta que daba a la galería, diríase que entrábamos a un moderno apartamento, más propio de estar en un rascacielos de la Bernaverstrasse que allí, en el corazón de una decadente mansión del siglo XVIII.

      –¿Le sorprende Sr. Kurt? –preguntó sonriendo Konrad Tarstein–. Hice remodelar un ala de esta antigua casa para vivir con cierta comodidad. Nada del otro mundo, más bien sencillo, pero cómodo para quien ya tiene recorrido gran parte del camino final.

      ...Vea Kurt, ésta es la cocina, moderna y bien instalada; éste, el comedor y living-room. Por aquí, por favor. Vea, éstos son los dormitorios, hay dos porque suelo recibir a un matrimonio de viejos amigos como huéspedes. Pase por aquí Kurt; vea, éste es el principal ambiente, adonde paso gran parte del día y la noche.

      Nos hallábamos ante un cuarto de grandes dimensiones, con las cuatro paredes cubiertas de estanterías con libros. En el centro, bajo una lámpara cuadrada y de altura regulable que colgaba del techo, una mesa tapada de libros, algunos abiertos, otros apilados, y varios manuscritos, dejaba adivinar el lugar de trabajo o estudio de Konrad Tarstein.

      Algo abrumado por el particular espectáculo que estaba presenciando y conteniendo los deseos de ir de inmediato a examinar los lomos de los libros, que evidentemente eran muy antiguos, contuve mi ansiedad y pregunté:

      –¿Por qué aquí? ¿Por qué construir una casa dentro de otra casa? ¿No era más factible adquirir otra propiedad más cómoda en un barrio más respetable?

      –Calma, calma, Kurt, –dijo Tarstein– esto ha sido hecho así por una importante razón: No podemos abandonar esta propiedad que es muy querida para nosotros. En ella han pasado cosas muy importantes para la Alemania y la Humanidad. Por eso, aunque pocos son los que suelen visitarla, nosotros la mantenemos intacta, sin cambiar nada de su antiguo y desconcertante mobiliario. Hace treinta años, en 1908, funcionaba aquí una agrupación secreta cuyos miembros fundaron en 1912 la Germanenorden que luego daría lugar a la Thulegesellschaft y al N.S.D.A.P. ¿Entiende ahora por qué debemos conservar esta casa?

      –Porque aquí empezó todo, –dije con admiración.

      –Exacto, aquí empezó a escribirse la historia del próximo milenio. ¡¡Aquí, sola-mente aquí, vinieron un día los Superiores Desconocidos a sellar la fundación del Tercer Reich!! Antes caerá Berlín de sus cimientos que pueda tocarse un alfiler en esta casa sa-grada.

      Cuando Konrad Tarstein hablaba en esta forma, su chillona voz adquiría tonos proféticos y se tornaba magnética y atrayente, haciendo olvidar por momentos el estrafalario aspecto de quien la emitía.

      –Vamos a tomar una taza de té –propuso Tarstein– y le impondré de algunas cosas que debe saber de la Thulegesellschaft y del arreglo que hemos hecho con Rudolph Hess sobre su ingreso.

      Le acompañé lamentando dejar aquella fascinante biblioteca, hasta la flamante cocina. Abandonamos la biblioteca por otra puerta, adyacente de la que habíamos entrado, y fuimos a dar nuevamente a la galería y al patio. Comprendí, así, que la casa de Konrad Tarstein se extendía en toda esa ala de la vetusta mansión, frente al segundo piso.

      –¿De cuántos cuartos cuenta la casa? –pregunté mientras azucaraba el aromático Té de Shanghai.

      –Contando ambas plantas, unos... treinta o treinta y dos ambientes –respondió enigmáticamente–. ¿Quién podría saberlo?

      Me miró un largo instante, como dudando si debía detenerse allí o completar la respuesta. Al fin algo en él pareció relajarse, y optó por la segunda alternativa.

      –Mire Kurt, Yo no sé si estará ya preparado para aceptar ciertos hechos que escapan a la normal comprensión del hombre corriente. De todos modos, puesto que pretendemos hacer de Ud. un Iniciado Hiperbóreo, tarde o temprano tales hechos no le resultarán para nada sorprendentes: es sólo cuestión de tiempo que los comprenda. Así que, le daré una información que para cualquier mente racional sería lógicamente increíble, pero no lo será para nosotros pues corresponde a la más rigurosa verdad, perfectamente comprobable por todo Iniciado: en esta casa, hoy pueden haber 32 ambientes pero mañana, tal vez, hayan 35, 40 ó más; o tal vez menos, 20, 25, 30, ¿quién podría saberlo?

      Naturalmente, neffe, aquella revelación me produjo la incomprensión que preveía Tarstein. No olvides que sólo tenía 19 años y que aún me hallaba conmocionado por la recientemente adquirida facultad de oír la Voz de Kiev, el Señor de Venus. Sin embargo no me sobresalté y tomé sus palabras con tranquilidad. Konrad Tarstein prosiguió, aparentemente satisfecho por el efecto nulo que causaban sus datos.

      –Esta no es una casa común, Kurt. No señor, Ud. se encuentra dentro de lo que nosotros llamamos una plaza liberada, un oppidum, es decir, un espacio ganado al Enemigo. Aunque Ud. vea sólo paredes rodeando al área edificada, ellas sólo encubren a un cerco estratégico denominado Arquémona o vallo obsesso, que separa y aísla a la plaza del Valplads o territorio enemigo, vale decir, del campus belli. Ud. no puede percibir el Arquémona porque aún no está Iniciado y su Alma le bloquea la visión espiritual: solamente su Espíritu Increado es apto para captar el cerco carismático del Arquémona. Pero ya lo verá, Kurt, ya lo verá. ¡Y entonces comprenderá que es real lo que parece imposible, y que la casa no es geométricamente estable porque su estructura no participa exclusivamente de los Arquetipos Creados, como toda casa, sino que en ella interviene un elemento increado, el Infinito Actual !

      Luego de ese anuncio, Tarstein suspiró y dijo:

      –Aquí, Kurt, el Tiempo transcurre de otro modo, desincronizado del Tiempo exterior, del Tiempo del Mundo. Por eso, en este espacio liberado de la plaza, y con este tiempo propio, la construcción no puede ser estable y no sólo sus sectores varían, sino que lo hacen en sincronía con el Tiempo interior: siglos y milenios de distancia se podrían salvar al atravesar una de estas puertas. Por una de tales aberturas del tiempo y del espacio, llegaron alguna vez mis Antepasados, los Señores de Tharsis de la rama germana, quienes pertenecían a una Orden medieval conocida históricamente como Einherjar : debe saber Ud. que mi apellido Tarstein, significa “piedra de Tharsis”, en memoria de una Casa legendaria que remonta sus orígenes raciales a los Atlantes blancos, los sobrevivientes blancos de la Atlántida. Sé que ésto le parecerá fantástico, pero Yo desciendo de una Estirpe que permaneció oculta durante siglos debido a la tenaz persecución, persecución mortal, a que la sometieron las Potencias de la Materia, vale decir, esa Jerarquía Oculta dirigida por tenebrosos seres extraterrestres radicados en Chang Shambalá.

      Seré más claro: mi familia, la rama germana de los Señores de Tharsis, era oriunda de Suabia, país donde se habían asentado con el mayor secreto en el siglo XIII, huyendo de un legendario ataque de los Demonios que casi extermina toda nuestra Estirpe. Allí se mantuvieron durante cuatro siglos, conservando la Sabiduría Hiperbórea que había sido confiada en tiempos remotos a nuestra Casa. En el siglo XVI, un Pontífice Hiperbóreo procedente de Inglaterra, fundó en la corte del Emperador Rodolfo II, en Praga, la Orden Einherjar, que tenía como objetivo desarrollar y aplicar en todo momento de la Historia un método exacto para localizar el advenimiento del Señor de la Voluntad Absoluta, el Enviado del Señor de la Guerra, es decir, el Führer de la Raza Blanca. En aquel momento, el Pontífice decidió que la mejor Estrategia para el sostenimiento y perdurabilidad de la Orden exigía que sus miembros perteneciesen siempre a ocho linajes escogidos entre las Estirpes de Sangre Más Pura de Europa. El caso fue que uno de los Príncipes convocados por el Pontífice pertenecía a mi familia, en tanto que otro provenía de la Casa de Branderburgo, de un linaje colateral de los Hohenzollern. La Orden trabajó en secreto durante los siglos siguientes, formando Iniciados Hiperbóreos y aguardando los tiempos de la llegada del Gran Jefe de la Raza Blanca. Su base de acción más importante la constituyó el margraviato de Branderburgo, que era desde el siglo XII un principado hereditario enfeudado con el Emperador. Y justamente, la presencia de la Orden no es ajena al posterior ascenso de la Casa de Branderburgo por sobre los restantes principados de Europa, hasta la obtención de la investidura de Rey alcanzada por Federico Guillermo III en 1791. Nace entonces Prusia, el Estado donde el principio rector nacional era el honor, donde la familia se organizaba en torno a la figura autoritaria y ejemplar del padre, donde el orden imperaba en todas las clases sociales, nobleza, burquesía y campesinado, porque se afirmaba en las nociones fuertemente arraigadas del cumplimiento del deber, del ahorro, de la incondicional obediencia de los subalternos, en la entera subordinación de los funcionarios, y en la más rígida disciplina militar.

      Pero, por sobre todo, Prusia fue desde el comienzo un Estado militar: dos tercios de su presupuesto se dedicaba al sostén del poderoso ejército nacional que infrigió derrotas a Francia, Austria, Rusia, etc., e impuso respeto y admiración por el austero y señorial “modo de vida” prusiano. Y junto con el arte de la guerra, se cultivaba aquí la filosofía, la literatura, la música. Mas nada de esta revolución ocurría por casualidad: la Orden estaba ensayando, en una sociedad de Sangre Pura, el Nuevo Orden que el Führer, en su próxima venida, aplicaría a Alemania entera y al Mundo. Es por eso que el Führer no ha ocultado jamás su deuda con Prusia y ha hecho pública su simpatía por Federico II de Prusia y por Bismarck, el Canciller de Hierro.

      Pues bien, Kurt: la antigua Orden Einherjar estaba tan fortalecida en el siglo XIX, que uno de sus Iniciados llegó a ser coronado Rey de Prusia en 1840. Me refiero a Federico Guillermo IV, llamado cortésmente “Damián de Branderburgo” por su amor a la Elocuencia y en recuerdo del famoso retórico de Efeso. Fue el mismo Rey que hizo reconstruir Marienburg, el castillo que sirviera de residencia en la Edad Media a los Grandes Maestres de la Orden Teutónica; esta obra de restauración, como Ud. sabrá, es proseguida en la actualidad por una división especial de la SS., cumpliendo órdenes directas del Reichführer Himmler. Y fue ese mismo Rey quien, considerando que el antiguo peligro había cedido, y que los Demonios no podrían impedir ya que el Nuevo Orden se impusiese en el Mundo, autorizó la creación del apellido Tharstein o Tarstein, contracción de Tharsisstein, acompañado del título nobiliario de Conde y el derecho a exhibir en el Castillo de la Casa el escudo de armas familiar. El Castillo de Tarstein se encuentra muy cerca de aquí, Kurt, a unos 100 km. de Berlín, mas Yo no lo frecuento desde hace muchos años pues me hallo totalmente entregado a trabajar para la Thulegesellschaft y la Orden Negra SS.

      Venga Kurt; le mostraré algo muy secreto, y relacionado con este tema.

      A continuación, me condujo por el pasillo exterior hasta un cuarto cercano, herméticamente clausurado con doble cerradura. Una vez adentro, se reveló ante mi vista otra nutrida biblioteca: en dos paredes debían estar depositados unos cuatro mil libros, muchos de ellos de evidente antigüedad; en otra pared, una estantería rebosaba de documentos y rollos.

      –Todo este material tiene una característica común: –explicó– se refiere a los “Druidas” y al “druidismo”. Varios de esos documentos son muy secretos y han sido obtenidos a alto precio: proceden de toda Europa y corresponden a todas las Epocas, hasta hoy. Es, con seguridad, la más completa colección que nadie ha reunido jamás sobre los Druidas.

      –Pero –exclamé sorprendido– ¿los Druidas no fueron personajes históricos ya desaparecidos? ¡Habla Ud. como si aún existiesen!

      –Hace un momento le mencioné el hecho de que mi familia, la Casa de Tharsis, se vio obligada a huir hace siete siglos por causa de “un ataque de los Demonios”; pues bien: esos “Demonios” eran Druidas, o “Golen”, como los denominaban mis antepasados. Y a partir de entonces, que yo sepa, nunca ha decrecido su poder. Por el contrario, se podría afirmar que hoy es más fuerte que nunca. Pero tenga presente esto, Kurt: si la Estrategia del Führer ­triunfa, y algún día el Tercer Reich acaba reinando sobre la Humanidad, una de nuestras grandes batallas esotéricas deberemos librarla contra los Golen, que en Europa se constituyen en pilar de la Sinarquía.

      –Pero ¿quiénes son? ¿dónde están? –pregunté atónito.

      –En la Edad Media su centro de acción era la Iglesia Católica –respondió pensativa-mente– donde, al parecer, fueron combatidos encarnizadamente por miembros de mi familia. Luego del siglo XIV, más concretamente luego de la destrucción de la Orden del Temple que obedecía a su ­inspiración, se difundieron y fortalecieron en diversos estamentos de la sociedad europea. Hoy en día apenas existe organización donde no estén infiltra-dos los Golen.

      Sé que con esta respuesta no le aclaro mucho. Pero más adelante le describiré la compleja estructura de la Sinarquía y entonces podrá comprender funcionalmente el papel que desempeñan en la actualidad y podrá identificarlos con facilidad. Si le he mostrado ahora esta biblioteca y le he mencionado a los Golen, no es para responder a la natural curiosidad que ello le despertaría, sino para hacerle una seria advertencia. ¿Ha oído hablar de la caza por especies ?

      –Pues, creo que sí. ¿No es la que consiste en que cada cazador debe cobrar una pieza de una especie determinada? ¿Como un juego, en el que un cazador debe cobrar, por ejemplo, una liebre, otro un conejo, un tercero un faisán, el cuarto un pavo, etc.?

      –Exactamente, Kurt –confirmó Tarstein–. Escuche esto, entonces, y grábeselo bien en el cerebro: análogamente a la caza por especies, de entre los cazadores de la Sinarquía, los Druidas están encargados de cobrar las piezas de su especie.

      Me quedé mirándolo sin comprender; o sin querer comprender. El repitió:

      ... de su especie, Kurt Von Sübermann.

 

 

 

      No sabría decir qué me resultaba más asombroso, si la historia que había narrado Tarstein, sin dudas verdadera, o el saber que estaba frente a un Conde, un Noble de linaje antiquísimo: por su apariencia ciudadana, por su trato humilde y caballeresco, por su indumentaria de dudosa calidad, difícilmente lo hubiese sospechado. Yo también heredaba un título nobiliario; sin embargo algo interno, una intuición inexplicable, me decía que su Sangre era más Pura, que su Estirpe era más antigua, que su nobleza era superior a la mía. De su advertencia, sobre el peligro de los Druidas, por supuesto, no hice el menor caso.

      Antes de salir tomó unas hojas mecanografiadas de la estantería de documentos y me las alargó. “Son –me dijo– la trascripción del artículo ‘Druidism’ de la Enciclopedia Británica: leálo; le refrescará la memoria”. Echó llave a la biblioteca druídica y regresamos a la cocina.

      Bebía otra taza de té, aún confundido por las revelaciones de Tarstein, cuando éste, que había salido un momento antes, regresó.

      –Fui hasta mi estudio para buscar este manuscrito –me enseñó un libro, hábilmente encuadernado, y escrito a mano con exquisitos caracteres góticos–. Su título es “Historia Secreta de la Thulegesellschaft”. Lo escribí empleando conocimientos que son del todo secretos y que en Alemania sólo unos pocos Iniciados conocen en parte. Ud. lo podrá leer más adelante, pero no lo deberá sacar de esta casa pues es el único ejemplar que existe y los secretos allí contenidos podrían cambiar la organización política del Planeta si cayesen en poder del Enemigo. Aquí se explica, por ejemplo, cómo hicieron los Iniciados de la Orden Einherjar para determinar que Adolf Hitler era al Führer de la Raza Blanca y cómo lo guiaron hacia el Poder; y las Ordenes intermedias que tuvieron que fundar, como la Germanenorden y la Thulegesellschaft, hasta llegar a la Orden poseedora de la Sabiduría Hiperbórea en el Más Alto Grado, es decir, la Orden Negra SS..

      Es de imaginar la avidez con que observé aquel manuscrito, deseando tener la posibilidad de leerlo allí mismo. Las palabras sonaban misteriosas en la boca de Tarstein, y esta impresión se acentuaba debido a la irrealidad del lugar, en donde se atravesaban los siglos con sólo recorrer unos metros de pasillo.

      –A su taufpate Hess –continuó Tarstein, cambiando de tema– lo conozco desde que apareció en Munich en 1919. Era un joven estudiante de geopolítica cuando ingresó, ese año, a la Thulegesellschaft. Sin embargo reconocimos en él a uno de los grandes Espíritus de Alemania, a quien venía a ser el Escudero del Rey Arturo. Un Parsifal cuya misión no sería esta vez, la búsqueda del Gral sino el sacrificio de sentarse en el asiento peligroso durante la crisis del Reino, ese puesto número trece en la tabla redonda que sólo puede ocupar un Loco Puro, un Caballero capaz de hacer una Locura de Amor para salvar el Reino. Por eso Rudolph ha estado siempre cerca del Führer, aguardando su hora, como el fiel Caballero.

      Y todos debemos desear que nunca llegue su oportunidad, pues cuando Parsifal emprenda su misión ello querrá decir que el Rey Arturo está herido, y que el Reino es terra gasta.

      Asentí con un gesto ante la mirada inquisidora de Tarstein, pero esta muda respuesta no lo impresionó en lo más mínimo.

      –No entiende completamente lo que le digo ¿No? Así debe ser, pues: ¿quién será capaz de comprender al loco puro?; su misión no es terrena; la victoria, si triunfa, sólo se puede festejar en otros Cielos. Pocos serán, sí, los que aplaudan al héroe anónimo que hay en Rudolph Hess. Y, sin embargo, de él depende en gran medida el triunfo del Führer.

      ¡Cuánto significado tendrían estas palabras, que Tarstein me decía en aquella primera visita a la Gregorstrasse 239, cuatro años después, cuando en 1941 Rudolph se aprestase a enfrentar valientemente a los elementalwesen ! Pero aquel sábado de 1937 la guerra, y todo el horror que vendría, aún estaban lejanos, en un futuro que Yo no podía sospechar.

      Por otra parte, los comentarios de Tarstein me causaban un cierto orgullo, en su calidad de ahijado del ponderado Rudolph Hess, y con una sensación placentera sonreía tontamente, sin profundizar el sentido oculto que había tras la simbología de la leyenda artureana.

                                                                                                                                                      

     

      No me extenderé sobre esta primera visita pues no fue mucho más lo que hablamos. Al cabo de una hora, según recuerdo, partí de allí sumido en un mar de dudas pero con el firme propósito de continuar hasta el final.

      Rudolph Hess había interpuesto su influencia para hacerme llegar hasta Konrad Tarstein, quien quiera que éste fuese, y no estaba dispuesto a defraudarlo.

 

 

      Una hora después, en el tren, leía el artículo de la Enciclopedia Británica: no era mucho lo que decían los ingleses sobre los Druidas.

      “Druidismo era la fe de los habitantes Celtas de la Galia hasta la época de la romanización de su país y de la población Celta de las Islas Británicas hasta la romanización de la Gran Bretaña, o bien en partes alejadas de la influencia romana hasta el período de la introducción del Cristianismo”.

      “Desde el punto de vista de las fuentes disponibles, el tema presenta dos campos marcados para la investigación, el primero de ellos Pre-Romano y Galo-Romano, y el segundo Pre-Cristiano y cristiano primitivo Irlandés y de Pictland. De acuerdo a las condiciones actuales de conocimiento es difícil evaluar la interrelación del paganismo druídico”.

      “Galia (Gaul): la primera mención acerca de los Druidas la ha-ce Diógenes Laercio (Vitae, intro., I y 5) y fue encontrada en un trabajo perdido de un autor griego, Sotión de Alejandría, escrito alrededor del 200 Antes de Jesús-Cristo, época en que la mayor parte de la Galia fue Celta por más de 200 años y en que las colonias griegas habían ocupado durante un tiempo aún mayor la costa del Sur”.

      “Los Druidas galos, que posteriormente fueron descriptos por César, constituyeron una Orden antigua de oficiales religiosos, pues cuando Sotión escribía Ellos ya poseían su reputación de filósofos en el mundo exterior. De todas maneras, el relato de César es la fuente principal de la presente información y es un documento especialmente valioso ya que el amigo y consejero de César, el noble Audeano Divitiacus [34], era Druida. La descripción que hace César de los Druidas (Commentarii de bello Gallico, VI) enfatiza sus funciones judiciales y políticas”

      “A pesar de que oficiaban en Sacrificios y enseñaban la Filo-sofí de su Religión, eran más que Sacerdotes: en la Asamblea anual de la Orden, que tenía lugar cerca de Chartes, no era para rendir Sacrificios que la gente concurría desde lugares remotos sino para presentar sus disputas en un juicio justo. Su poder era mayor aún: no sólo decidían en las discusiones de menor importancia pues su función incluía la investigación de las acusaciones criminales más graves, así como también las disputas entre tribus”.

      –¡Himmel!, exclamé, mientras suspendía un momento la lectura: ¿será que me encuentro tan sugestionado por la Doctrina del Führer, que veo judíos por todas partes? Pues ¡a qué negarlo! aquellos Sacerdotes-Jueces, con su blanco efod, se me antojaban Levitas de pura Raza hebrea–. ¡No estás equivocado! –afirmó en mi mente la Voz de Kiev–. ¡Los Druidas son hebreos! ¡Algún día conocerás la Verdad!

      Seguí leyendo:

      “Esto, y el hecho que reconocían un Archidruida investido del poder supremo, nos demuestra que su sistema se concebía en una base nacional y que además estaban habitualmente lejos de los re-celos entre las tribus; y si a esta ventaja política le agregamos su in-fluencia sobre la opinión pública, a la que formaban en su calidad de principales instructores de los jóvenes, y, finalmente, la formidable sanción religiosa detrás de sus decretos, es evidente que ante el choque con Roma los Druidas deben haber controlado totalmente la administración civil de la Galia”.

      Este poder omnímodo, tanto en la paz como en la guerra, esta intermediación entre el Cielo y la Tierra, esta capacidad de “formar al pueblo” en todos sus estratos, esta potestad de legislar y juzgar, ¿no era análoga a la de un Aarón, un Josué, un Samuel, unos Levitas, es decir, aquella tribu de Israel a quien Jehová encargó la misión de ­oficiar el Culto de la Ley  ? Preguntas sin respuesta por ahora; pero preguntas que daban paso a muy sugestivas intuiciones. Así seguía el artículo:

      “Del druidismo en sí es poco lo que se dice, excepto que los Druidas enseñaban la inmortalidad del alma humana, sostenían que ésta pasaba a otros cuerpos ­después de la muerte. Esta creencia fue identificada por otros autores posteriores, tales como Diodorus Siculus, con la Doctrina de Pitágoras, pero probablemente ello sea incorrecto ya que no existe evidencia de que el sistema religioso druídico incluyese la noción de una cadena de vidas sucesivas como forma de purificación ética, o de que estaba formada por una doctrina de retribución moral, siendo la liberación del Alma la última esperanza, y esto parece reducir el credo druídico al nivel de una especulación religiosa común”.

      Muy contradictorio, pensaba Yo en el tren. Es bastante improbable que unos pueblos bárbaros, como eran los celtas, se sometiesen por millones a la conducción religiosa, moral y judicial, de Sacerdotes-Jueces, retirados en los bosques, que sólo sustentaban una “mera especulación religiosa común”. Algo patente debían exhibir los Druidas, algo superior a una mera especulación racional, algo que para los celtas era la Verdad.

      “De la Teología del druidismo, César nos cuenta que los Galos, de acuerdo a la enseñanza druídica, decían descender de un Dios que correspondía a Dis en el panteón latino, y es posible que lo considerara como el Ser Supremo; también nos dice que ellos adoraban a Mercurio, Apolo, Marte, Júpiter y Minerva, y que en cuanto a estas deidades tenían las mismas creencias que el resto del mundo. En resumen, los comentarios de César implican que aparte de la doctrina de la inmortalidad, no había nada en el credo druídico que hiciese de su fe algo extraordinario, por lo tanto podemos deducir que el druidismo profesaba todos los dogmas conocidos de la antigua religión Celta y que los Dioses de los Druidas eran las deidades múltiples y conocidas del panteón Celta”.

      Aquí el autor inglés del artículo se pasaba de la raya. En ninguna parte, antes de éste último párrafo, había dicho o sugerido que los Druidas fuesen algo diferente de los celtas, salvo “que formaban una Orden oficial de Sacerdotes”. Pero ahora, claramente, daba a entender que en verdad ignoraba las creencias de los Druidas y suponía que eran las mismas que sostenían los antiguos celtas. ¿Entonces quiénes eran los Druidas, si no eran celtas? ¿Y por qué los celtas habrían cambiado su Religión tras la, ahora muy probable, llegada de los Druidas? Preguntas sin respuesta. Preguntas para Konrad Tarstein.

      “La Filosofía del druidismo no parece haber sobrevivido a la prueba de su contacto cultural con las creencias romanas y era sin dudas una mezcla de Astrología y Cosmogonía mítica. Cicerón (De Divin., i, xli, 90) dice que Divitiacus se jactaba de poseer un gran conocimiento de physiología, pero Plinio decidió eventualmente (Natural History, xxx, 13) que el saber de los Druidas no era más que un montón de supersticiones. En cuanto a los Ritos religiosos, Plinio (N.H., xvi, 249) ha hecho un impresionante relato de la ceremonia de recoger los muérdagos, y Diodorus Siculus (Hist., v, 31, 2-5) describe sus adivinaciones por medio del sacrificio de una víctima humana. César ya había mencionado que muchos hombres eran que-mados vivos en jaulas de mimbre. Es posible que estas víctimas hayan sido malhechores y también que tales sacrificios fuesen expiaciones en masa ocasionales, más que la práctica común de los Druidas”.       

      ¿Me equivocaba, o la Enciclopedia trataba, con un argumento subjetivo, de dejar bien parados a los asesinos Druidas? Porque una cosa es ser verdugo, tarea desagradable pero socialmente necesaria, y otra muy distinta ser Sacerdote sacrificador de víctimas humanas: a los verdugos los puede justificar el hombre, pues el ajusticiado es culpable de faltar a la ley; matar al que falta a la ley común es comúnmente comprensible: simple-mente se elimina a aquél que es incapaz de convivir en comunidad; mas los Sacerdotes matan para aplacar a un Dios del cual ellos son sus representantes, y propician un sacrificio humano que es comúnmente incomprensible; sólo Ellos lo presentan como necesario y sólo El Dios los puede justificar. Me daba cuenta, entonces, que se trataba de un gran favor el que le hacían los ingleses al presentar los crímenes de tan siniestros Sacerdotes como naturales actos de justicia.

      “El advenimiento de los Romanos llevó rápidamente a la caí-da de la Orden druídica. La rebelión de Vercingetorix debe haber terminado con su organización entre las tribus, pues, aunque algunas de ellas se mantuvieron apartadas del conflicto, muchas se pusieron del lado de los Romanos. Empero, más adelante, al comienzo de la Era Cristiana, sus prácticas crueles fueron la causa de un conflicto directo con Roma, que llevó finalmente a la supresión oficial del Druidismo”.

      Y seguían las contradicciones. Un pueblo juridicista como el romano ¿cómo no comprendía que los asesinatos rituales de los Druidas eran positivos actos de justicia, según la convicción que el articulista expresaba renglones más atrás? ¿O quizás el redactor, conocedor de la Historia, luchaba entre su deber de exponer los hechos verdaderos y una orden de los Directivos de la Enciclopedia, o de otras personas de singular influencia, por la que se lo obligaba a exaltar lo bueno del druidismo, muy poco por cierto, y a ocultar lo malo, que era demasiado, o a edulcorar lo inocultable ? Como verás, neffe, ésta era la teoría de Konrad Tarstein.

     “Al final del siglo I D. de J.C. su status decayó hasta convertir-los en simples Magos, y en el siglo II ya no se hace referencia a ellos. Un poema de Ausonius muestra que en el siglo IV todavía había gente en la Galia que alardeaba de su descendencia druídica”.

     “Islas Británicas: en Gran Bretaña hay una sola mención de los Druidas como contemporáneos del clero Gálico y es la referencia que hace Tacitus (Annals, xv, 30), de donde se conoce que había antepasados de ese nombre en Anglesey en 61 A. de J.C., pero no hay mención alguna de los Druidas en toda la Historia de la Inglaterra Romana, y se podría preguntar si alguna vez hubo Druidas en las provincias del Este que hayan sido sometidos a la influencia Germana, antes de la invasión Romana”.

     “Por otro lado, seguramente habría Druidas en Irlanda y Es-cocia, y no hay razón para dudar que la Orden pudiese por lo me-nos remontarse al siglo I ó II A. de J.C.; la palabra drai (Druida) se encuentra únicamente en los glosarios Irlandeses del siglo VIII D. de J.C., pero existe una tradición firme en la Historia Irlandesa actual de que los Druidas y su Ciencia (druidecht) eran de un origen aborigen o Picto. Con ­respecto a Gales, aparte de Druidas en Anglesey, es poco lo que se puede decir excepto que los primeros vates (los Cynfeirdd) muy pocas veces se hacían llamar derwyddon”.

     “El Druida Irlandés era una persona muy notable, y figura en las primeras sagas como profeta, maestro y mago; no poseía, sin embargo, los poderes judiciales atribuidos por César a los Druidas Galos y tampoco parecía pertenecer a una colegiatura nacional con un Archidruida a la cabeza”.

        “Además en ningún texto se menciona que los Druidas Ir-landeses presidieran sacrificios, a pesar de que se dice que ellos llevaban a cabo adoraciones idólatras, celebraban funerales y ritos bautismales. Son mejor descriptos como adivinos, que en su mayoría eran si­cofantas (sic) de los príncipes”.

        “Origen: se puede evitar una confusión si se establece una distancia entre el origen de los Druidas y el origen del druidismo; en cuanto a los oficiales, resulta posible que su Orden fuera pura-mente Celta, y que se originase en Galia, tal vez como resultado del contacto de la sociedad desarrollada de Grecia; pero el druidismo, por otro lado, es probablemente en sus términos más simples la fe pre-Celta y aborigen de Galia y las Islas Británicas que fue adoptada con pocas modificaciones por los emigrantes Celtas. Es fácil entender que esta fe puede adquirir la especial distinción de antigüedad en los distritos remotos, tales como Gran Bretaña, y este punto de vista explicaría la creencia expresada por César de que la disciplina del Druidismo sea de origen insular”.

     “La etimología de la palabra Druida es todavía dudosa, pero la vieja opinión ortodoxa que toma dru como prefijo tonificante y vid con el significado de saber ha de dejarse de lado en favor de una derivación más probable de la palabra roble. Otra derivación, de Plinio, que hace proceder Druida del griego ( deuV ) es, de todos modos, muy improbable”.

     “En los Siglos XVIII y XIX tuvo lugar un gran resurgimiento del interés por los Druidas, impulsado en su mayor parte por las teorías arqueológicas de Aubrey y Stukeley, y en general por el Romanticismo. Uno de los resultados de este interés fue la invención del “neo-druidismo”, una extravagante mezcla de teología helio-arcaica y bardismo Galés, y otro ha sido que más de una sociedad ha clamado ser hereditaria de la fe y del conocimiento tradicional de los primeros Druidas. La Antigua Orden de Druidas Unidos, sin embargo, una sociedad amistosa, fundada en el Siglo XVIII, no hace reclamos al respecto”.[1]

 

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[1] Trascripción literal del artículo de la Enciclopedia Británica:

DRUIDISM: was the faith of the Celtic inhabitants of Gaul until the time of the Romanization of their country, and of the Celtic population of the British Isles either up to the time of the Romanization of Britain, or, in parts remote from Roman influence, up to the period of the introduction of Christianity.

   From the standpoint of the available sources the subject presents two distinct fields for inquiry, the first being pre-Roman and Roman Gaul, and the second pre-Christian and early Christian Ireland and Pictland. In the present state of knowledge it is difficult to assess the interrelation of druidic paganism.

   Gaul.- The earliest mention of druids is reported by Diogenes Laertius (Vitae, intro., I and 5) and was found in a lost work by a Greek, Sotion of Alexandria, written about 200 B.C., a date when the greater part of Gaul had been Celtic for more than two centuries and the Greek colonies had been even longer established on the south coast.

   The Gallic druids which were subsequently described by Caesar were an ancient order of religious officials, for when Sotion wrote they already possessed a reputation as philosophers in the outside world. Caesar's account, however, is the mainspring of present information, and it is an especially valuable document as Caesar's confidante and friend, the Aeduan noble Divitiacus, was himself a druid. Caesar's description of the druids (Comentarii de bello Gallico, vi) emphasizes their political and judicial functions.

   Although they officiated at sacrifices and taught the philosophy of their religion, they were more than priests; thus at the annual assembly of the order near Chartres, it was not to worship nor to sacrifice that the people came from afar, but to present their disputes for lawful trial. Moreover, it was not only minor quarrels that the druids decided, for their functions included the investigation of the gravest criminal charges and even intertribal disputes.

   This, together with the fact thay they acknowledged the authority of an archdruid invested with supreme power, shows that their system was conceived on a national basis and was independent of ordinary intertribal jealousy; and if to this political advantage is added their influence over educated public opinion as the chief instructors of the young, and, finally, the formidable religious sanction behind their decrees, it is evident that before the clash with Rome the druids must very largely have controlled the civil administration of Gaul.

   Of druidism itself, little is said except that the druids taught the immortality of the human soul, maintaining that it passed into other bodies after death.This belief was identified by later the writers, such as Diodorus Siculus, with the Pythagorean doctrine, but probably incorrectly, for there is no evidence that the druidic belief included the notion of a chain of successive lives as a means of ethical purification, or that it was governed by a doctrine of moral retribution having the liberation of the soul as the ultimate hope, and this seems to reduce the druidic creed to the level of ordinary religious speculation.

   Of the theology of druidism, Caesar tells us that the Gauls, following the druidic teaching, claimed descent from a god corresponding with Dis in the Latin pantheon, and it is possible that they regarded him as a Supreme Being; he also adds tath they worshipped Mercury, Apollo, Mars, Jupiter and Minerva, and had much the same notion about these deities as the rest of the world. In short, Caesar's remarks imply that there was nothing in the druidic creed, apart from the doctriny of immortality, that made their faith extraordinary, so that it may be assumed that druidism professed all the known tenets of ancient Celtic religion and that the gods of the druids were the familiar and multifariours deities of the Celtic pantheon.

   The philosophy of druidism does not seem to have survived the test of Roman acquaintance, and was doubtless a mixture of astrology and mythical cosmogony. Cicero (De Divin., i, xli, 90) says that Divitiacus boasted a knowledge of physiologia, but Pliny decided eventually (Natural History, xxx, 13) that the lore of the druids was little else than a bundle of superstitions. Of the religious rites themselves. Pliny (N.H., xvi, 249) has given and impressive account of the ceremony of culling the mistletoe, and Diodorus Siculus (Hist., v, 31, 2-5) describes their divinations by means of the slaughter of a human victim. Caesar having already mentioned the burning alive of men in wicker cages. It is likely that these victims were malefactors, and it is accordingly possible that such sacrifices were rather occasional national purgings than the common practice of the druids.

   The advent of the Romans quickly led to the downfall of the druidic order. The rebelion of Vercingetorix must have ended their intertribal organization, since some of the trives held aloof from the conflict or took the Roman side; furthermore, at the beginning of the Christian era their cruel practices brougth the druids into direct conflict with Rome, and led, finally, to their official suppression.

   At the end of the 1st century their status had sunk to that of mere magicians, and in the 2nd century there is no reference to them. A poem of Ausonius, however, shows that in the 4th century there were still people in Gaul who boasted of druidic descent.

   British Isles - There is one mention of druids in Great Britain as contemporaries of the Gallic clergy, and that is the reference to them by Tacitus (Annals, xiv, 30) from which it is learned that there were elders of that name in Anglesey in A.D. 61; but there is no mention of the druids in the whole of the history of Roman England, and it may be questions whether there ever were any druids in the eastern provinces that had been subjected, before the Roman invasion, to German influence.

   On the other hand, there were certainly druids in Ireland and Scotland, and there is no reason to doubt that the order reaches back in antiquity at least to the ist or 2nd century B.C.; the word drai (druid) can only be traced to the 8th-century Irish glosses, but there is a strong tradition current in Irish literature that the druids and their lore (druidecht) were either of an aboriginal or Pictsih origin. As to Wales, apart from the existence of druids in Anglesey there is little to be said except that the earliest of the bards (the Cynfeirdd) very occasionally called themselves derwyddon.

   The Irish druid was a notable person, figuring in the earliest sagas as prophet teacher and magician; he did not possess, nevertheless, the judicial powers ascribed by Caesar to the Gallic druids, nor does he seem to have been a member of a national college an archdruid at its head.

   Further, there is no mention in any of the texts of the Irish druids presiding at sacrifices, though they are said to have conducted idolatrous worship and to have celebrated funeral and baptismal rites. They are best described as seers who were, for the most part, sycophants of princes.

   Origin - Some confusion is avoided if a distinction is made between the origin of the druids and the origin of druidism. Of the officials themselves, it seems most likely that their order was purely Celtic, and that it originated in Gaul, perhaps as a result of contact with the developed society of Greece; but driudism, on the other hand, is probably in its simplest terms the pre-Celtic and aboriginal faith of gaul and the brithish Isles that was aposted with little midificacion by the migrating Celts. It is easy to understand that this faith might acquire the special distinction of antiquity in remote districts, such as Britain, and this view would explain the belief expressed to Caesar that the disciplina of druidism was of insular origin.

   The etymology of the word druid is still doubtful, but the old orthodox view taking dru as a strengthening prefix and uid as meaning “knowing”, whereby the druid was a very learned man, has been abandoned in favour of a derivation from an oak word. Pliny's derivation from Greek deuV is, however, improbable.

   A great revival of interest in the druids, largely promulgated by the archaeological theroies of Aubrey and Stukeley and by romanticism generally, took place in the 18th and 19th centuries. One outcome of this interest was the invention of neodruidism, an extravagant mixture of helio-arkite theology and Welsh bardilore, and another result is that more than one society has professed itself as inheriting the traditional knowledge and faith of the early druids. The United Ancient Order of Druids, however, a friendly society founded in the 18th century, makes no such claim).

 

 

      Tío Kurt me había alcanzado un artículo de la Enciclopedia Británica, idéntico al que Tarstein le hiciera leer en Alemania, en 1937. Considerando lo que había aprendido últimamente sobre los Druidas, desde que éstos asesinaran a Belicena Villca, y luego de leer su carta y recibir las explicaciones magistrales del Profesor Ramirez, es natural que compartiese el criterio de Konrad Tarstein, en el sentido de que aquel artículo era suma-mente resumido y ambiguo para justificar su inclusión en una obra tan prestigiosa: la primera edición de la Enciclopedia Británica databa de 1771, por lo que cabía esperarse que en 1930 hubiesen reunido suficiente material sobre los Druidas como para componer un artículo más extenso y completo. Pero resultaba obvio que los ingleses no deseaban profundizar sobre la historia de unos antiguos y olvidados Sacerdotes, que podían matar hoy mismo con renovada eficacia.

      –En la segunda visita que hice a Konrad Tarstein –recordó tío Kurt– aprobó mis razonamientos y me aseguró que lo ocurrido en el artículo era el hecho más común, y que deseaba alertarme sobre ello; por eso me lo había dado: para ponerme sobre aviso de que una increíble conspiración europea negaba la información o la distorsionaba, con la finalidad de evitar que miradas indeseables pudiesen caer sobre un tema que las más poderosas fuerzas sinárquicas estaban interesadas en ocultar. Y me volvió a alertar sobre la, por entonces incomprensible, circunstancia de que Yo constituía la presa que Ellos se propondrían cazar.

      En fin, neffe; con respecto a la información era fácil comprobar que Tarstein estaba en lo cierto y que no admitía una explicación sencilla de la ocultación druídica que se efectuaba en Inglaterra. Esto saltará a la vista si realizas una comparación esclarecedora. Por ejemplo, lee el artículo “Druida” del Diccionario Enciclopédico de Montaner y Simón, el cual está editado en Barcelona a fines del siglo XIX, y no te quedarán dudas de que la publicación inglesa está afectada por un extraño raquitismo, aunque en el ensayo español se advierte el mismo propósito de dejar bien parados a los Druidas.

      Acto seguido, tío Kurt puso en mis manos el Tomo VII del Diccionario Enciclopédico, obra en 25 tomos que indudablemente tenía menor envergadura que la Enciclopedia Británica. Busqué el artículo aludido y leí:

 

     

DRUIDA (del lat. druida; del címrico druiz o deruiz, de dervo, encina): m. Sacerdote de los antiguos galos y britanos.

 

Druida: Hist. Mucho se ha discutido sobre la etimología de la palabra druida. Los etimólogos han acudido hasta a los diccionarios hebreos para ver si en ellos hallaban algo que les diera alguna idea sobre ella. El nombre de druida es un apelativo como la mayor parte de los sustantivos radicales de todas las lenguas. En lengua gala draoi o druidas significa adivino, augur, mago, y druidheatch adivinación y magia. Se ha dicho también que esta palabra se deriva de la voz griega druV que significa encina, porque habitaban y enseñaban sus doctrinas en los bosques, y porque, como dice Plinio el Viejo, no hacían sus sacrificios sino al pie de una encina; pero esta etimología, aunque tenga en su favor la razón de la antigüedad, puesto que es de los tiempos de Plinio, no por eso deja de parecer puramente caprichosa, pues no es muy natural que los druidas fueran a tomar su nombre de una voz extranjera. Otros sos-tienen que la palabra druida se deriva de la voz británica dru o drew, que también significa encina, y que de ésta se deriva la voz griega druV. De las muchas etimologías orientales que se han presentado parece la más aceptable la forma sánscrita druwidh, que significa pobre indigente, porque los druidas, como los sacerdotes de todas las naciones, debían hacer voto de pobreza. Los argumentos en favor del origen oriental de los druidas son muy dignos de ser atendidos, ya que no por otras razones, porque ha sido aceptado por muchos escritores de la antigüedad. Diógenes Laercio y Aristóteles colocan a los druidas y a los caldeos al lado de los magos persas y de los indios, opinión que con ellos comparten gran número de escritores. La divinidad de los brahmanes tiene una gran semejanza con la divinidad druídica. La importancia que los druidas concedían a los bueyes es otra coincidencia singular; los misterios druídicos tienen también gran analogía con los misterios de la India. En la vara mágica de los druidas se ve el bastón sagrado de los brahmanes. Unos y otros tenían los mismos objetos consagrados: usaban tiaras de tela, y el círculo simbólico de Brahma, como la media luna, símbolo de Siva, eran ornamentos druídicos. Gran-des eran también las analogías entre la idea que tenían los druidas de un Ser Supremo y la que se encuentra en las obras sagradas de la India; así que no parece muy aventurado suponer grandes relaciones entre druidas y sacerdotes indios y pérsicos.

     Hubo druidas no solamente en la Bretaña habitada por pueblos galos, sino también en la Galia cisalpina y en el valle meridional del Danubio, habitado también por pueblos galos; pero no los hubo en Germania, como sin ningún fundamento pretenden los que dicen que los germanos son los hermanos de los galos y los denominan con el apelativo imaginario de celtas; o más claro y terminante, los sacerdotes de los germanos no llevaban el nombre de druidas.

     Según César, en su obra De Bello Gallico, en cuyo libro VI se ocupa de los usos y costumbres de los galos y los germanos, la ciencia druídica fue inventada en Bretaña y de allí pasó a la Galia. Aunque es evidente que las Galias estuvieron habitadas antes que la Bretaña y la Irlanda, es, en rigor, posible que la organización jerárquica del cuerpo de los druidas y el sistema de su doctrina fuera inventado en Bretaña. Sin embargo, es más creíble que hubiera varias escuelas de druidas en el Continente y en las islas, y que una o algunas de la Bretaña gozaran de mayor celebridad por ser más completa la instrucción que en ella o en ellas se diera. En efecto, César no dice que todos los que querían entrar en la clase de druidas estuvieran obligados a ir a estudiar a Bretaña, sino que iban allí los que deseaban recibir una instrucción más completa. Una nueva prueba de que la Bretaña no era el centro principal de la organización de los druidas, es que sus asambleas generales las celebraban en un bosque consagrado, en el país de los carnutos, que estaba considerado como el centro de la Galia. Se ha creído que este bosque estaba en los alrededores de Dreux, y que esta ciudad tomaba su nombre de los druidas; pero esto no pasa de ser una suposición, puesto que el nombre de Dreux (Duro-Cath o Caz) significa un fuerte cerca de un río.

     En la obra ya citada De Bello Gallico, dice César que todos los hombres que pertenecían a las clases elevadas en la Galia, figuraban, ya entre los nobles, ya entre los druidas. Estos eran los encargados de la dirección religiosa del pueblo, así como también los principales intérpretes y guardadores de las leyes. Tenían los druidas poder para imponer los más severos castigos a aquellos que se negaban a someterse a sus decisiones.

     De entre las penas que podían imponer la más temida era la de expulsión de la sociedad. Los druidas no formaban una casta hereditaria, estaban exentos del ser-vicio en el campo y del pago de tributos, y por estas excepciones y privilegios to-dos los jóvenes de la Galia aspiraban a ser admitidos en la Orden. Las pruebas a que un novicio debía sujetarse duraban a veces veinte años. Toda la instrucción o ciencia druídica se comunicaba oralmente, mas para ciertas proposiciones tenían un len-guaje escrito, en el cual usaban los caracteres griegos. El presidente de la Orden, cuyo cargo era electivo y vitalicio, ejercía sobre todos los individuos que la formaban una autoridad suprema. Enseñaban los druidas que el alma era inmortal. La Astrología, Geografía, Teología y Ciencias físicas eran sus estudios favoritos. Los galos no hacían sacrificios humanos sino en casos muy raros, y en ellos se sacrificaba a grandes criminales. Todo lo que se sabe sobre las doctrinas religiosas enseñadas por los druidas se reduce a algunos fragmentos que se encuentran en varias obras de escritores de la antigüedad, y particularmente en César, Diódoro de Sicilia, Valerio Máximo, Lucano, Cicerón, etc. De estos fragmentos resulta que creían, como ya se ha dicho, en la inmortalidad del alma y su existencia en otro mundo, no siendo la muerte más que el punto o momento de separación de dos existencias. De esta creencia es natural que se derivara la del premio y castigo en la otra vida, creencia que explica naturalmente el valor indomable de los galos y su desprecio a la muerte. Enseñaban la posición y el movimiento de los astros y la magnitud del Cielo y de la Tierra, es decir que se dedicaban al estudio de la Astronomía, y sin duda alguna al de la Astrología. Cicerón dice que se consagraban también al estudio de los secretos de la naturaleza y al de la Fisiología. De esto nació su pretensión de poseer la ciencia de la Adivinación y de la Magia. Su estudio más importante fue el estudio teológico, mas sobre él no se poseen datos ciertos, siendo muy poco conocido su sistema teológico, porque los escritores griegos y latinos, al hablar del nombre y las funciones y atributos de las divinidades druídicas, los refirieron a su propia teogonía; así que sólo pueden hacerse conjeturas a las cuales el estudio etimológico puede dar algunas probabilidades. César dice que su divinidad principal era Mercurio, que presidía las Artes, los viajes y el Comercio. Seguían después, por orden de importancia, Apolo, Marte, Júpiter y Minerva. Lucano y otros escritores colocan a la cabeza de los dioses a Teutates, y después de él a Hesos, Belenos, Taranos y a Hércules Ogmios. Añade César que los druidas pretendían descender de Dis, nombre que traducía como significando Plutón, y que a este origen se debía que contasen por noches y no por días. Esta opinión es evidentemente errónea, y el error nació de que Dis o Día era entre los galos uno de los nombres del Ser Supremo, al cual llamaban también Esar o el Eterno y Abais o Aiboll, el infinito. Belenos o Beal o Beas, era uno de los nombres del Sol, al cual llamaban también Ablis o Atheithin el caluroso, y Granius o Grianu el luminoso. Teutates o Tuitheas era el dios del fuego, de la muerte y de la destrucción.

     Al tratar de las creencias religiosas de la Galia es preciso citar la opinión del insigne escritor Thirrey. Según él, las creencias religiosas de los galos se referían a dos cuerpos de símbolos y de supersticiones, a dos religiones completamente distintas: una muy antigua, fundada sobre un politeísmo derivado de la adoración de los fenómenos naturales, y la otra el druidismo, introducido últimamente por los inmigrantes de la raza címrica, fundada sobre un panteísmo material metafísico y misterioso. Las principales divinidades de los pueblos celtas eran las ya citadas y Ogmo Ognius, dios de la ciencia de la elocuencia, representado bajo la figura de un viejo armado de maza y arco, seguido de cautivos sujetos por las orejas con cadenas de oro y ámbar que salían de la boca del dios. Además de las divinidades principales tenían los druidas otras divinidades asimiladas ya a Marte, como Camul, Camulus, Segomon, Belaturcadus y Catuix, ya a Apolo, como Mogounus y Granus, y también otras divinidades que eran la deificación de los fenómenos naturales, como Tarann, Tarannis, el trueno; Kerk Circius, viento impetuoso del Nordeste, o deificación de montañas, bosques, ciudades, como Pennin, dios de los Alpes; Vosege, Vosegins, dios de los Vosgos, Ardaena, Arduinna, asimiladas a Diana, diosa del bosque de los Ardennes; Nemansus, Vesontis, Luxovia, Nennerius, Bornonia, Damona, divinidades locales de Nimes, de Besancón, de Luxeui, de Neris, de Borbón, Lancy. Epona era la diosa protectora de los palafreneros y de los domadores de caballos.

     Los druidas eran muy venerados por el pueblo; llevaban una vida austera y alejada del consorcio con los demás hombres; vestían de un modo singular; por lo común usaban una túnica que les llegaba hasta más abajo de la rodilla. Dotados del poder supremo imponían penas, declaraban la guerra y hacían la paz; podían deponer a los magistrados y aún al rey, cuando sus acciones fueran contrarias a las leyes del Estado; tenían el privilegio de nombrar a los magistrados que anualmente gobernaban las ciudades, y no se elegía a los reyes sin su aprobación. César dice que únicamente los nobles podían entrar en el orden druídico, mientras que Porfirio sos-tiene que bastaba gozar del derecho de ciudadanía. Es, sin embargo, difícil creer que un cuerpo tan poderoso como el druídico admitiera en su seno a individuos que no pertenecieran a una casta determinada. Formaban los druidas el primer orden de la nación; eran los jueces en la mayor parte de las cuestiones públicas y privadas; conocían de todos los delitos, del asesinato, de las cuestiones hereditarias, de las cuestiones sobre la propiedad, y sus sentenciados a esta pena estaban considerados como infames e impíos; se veían abandonados de todos, hasta de sus parientes; todo el mundo huía de ellos, a fin de no verse manchados con su contacto, y perdían todos sus derechos civiles y la protección de las leyes y de los Tribunales. La veneración que se daba a los druidas era tan grande, que si se presentaban entre dos ejércitos combatientes cesaba el combate inmediatamente, y los combatientes se sometían a su arbitraje.

     Como antes se dijo, según opinión de los escritores de la antigüedad, la doctrina druídica no estaba escrita, se transmitía oralmente, y los novicios estaban obligados a estudiar durante veinte años para poseer la ciencia. Parece, sin embargo, que este aserto es erróneo, y que el ­error proviene del cuidado con que los druidas ocultaban su ciencia a los profanos. Con la edad se debilita la memoria inevitablemente, y si nada hubieran escrito tendría que resultar, forzosamente, que los jefes, es decir, los más ancianos, se encontrarían inferiores a los más jóvenes en los detalles de su doctrina. Los druidas tenían una escritura sagrada que, según la tradición, se llamó Ogham. Es, pues, probable que tuvieran libros escritos con aquellos caracteres, que quizá fueran, como se indicó más arriba, caracteres griegos, pero esto no quiere decir, como han creído algunos, que escribieran en griego. Desgraciadamente no ha llegado hasta la época presente ninguno de aquellos libros. Los que escaparon a los edictos de los emperadores romanos en la Galia y Bretaña fueron destruidos por los primeros propagandistas cristianos, por San Patricio en Irlanda y San Colombán en Escocia.

     El cuerpo de los druidas se dividía en varias clases: los druidas propiamente dichos, los adivinos, los saronidos, los semnoteos, los siloduros y los bardos. Respecto a estos últimos opinan algunos autores que no deben figurar entre los druidas, y otros afirman que los bardos fueron una corporación de ministros dedicados al culto religioso, que precedió al orden o corporación de los druidas. Los bardos, lo mismo que los escaldos de los germanos, no eran sino poetas agregados a los jefes, y que estaban encargados de cantar los grandes hechos de los héroes, de impro­visar alabanzas y elogios, oraciones fúnebres y cantos de guerra. ¿Celebraron también los misterios de su religión como hicieron los escaldos? Pregunta es ésta a la que no es posible con­testar, porque entre los cantos de los bardos que se han conservado no hay ninguno que contenga nada relativo a los dogmas ni a las ceremonias de religión alguna. La adivinación era el atributo común de los druidas, todos eran adivinos, y no hay razón para dividirlos en clases, bajo este aspecto, a no ser por el ejercicio de las diferentes funciones que desempeñaban. Los semnoteos, palabra derivada de sainch (éxtasis) eran los extáticos o contempladores; los siloduros eran los instructores o institutores, y tomaban su nombre de la palabra realadh, que significa enseñanza, y por último los saronidos no debieron formar una clase especial, sino que debió llamarse así a los jefes, pues el nombre saronidos se deriba de sar-navidh o sar-nidh, que significa muy venerable; es, pues de creer que saronido fuera un título y no una clase nueva en el orden druídico.

     Hubo también druidesas, ora fuesen las mujeres o hijas de los druidas, ora simplemente agregadas a la corporación, pues no es posible admitir que los druidas permitiesen el ejercicio de la magia, adivinación y sacerdocio a mujeres que no pertenecieran al cuerpo druídico y estuviesen sometidas a su disciplina. Y es indudable que las hubo, pues la Historia habla de vestales galas de la Isla de Sen, adivinadoras y magas. Las que predijeron a Aurelio y a Diocleciano que serían emperadores, y a Alejandro Severo su funesto destino, eran druidesas. Una inscripción hallada en Metz da el nombre druidesa a la sacerdotisa Avete (Druis antistisa).

     Según opinión de Thierry el druidismo estaba ya en decadencia antes de la época de César. Desde hacía algún tiempo, los nobles por una parte y el pueblo por otra, celosos del gran poder de los druidas, consiguieron ir reduciendo paulatina-mente su influencia política.

     Reynaud, uno de los escritores que mejor han ido estudiando el druidismo, sostiene que los antiguos druidas fueron los primeros que enseñaron con gran claridad la doctrina de la inmortalidad del alma, y que tenían una concepción tan perfecta de la verdadera naturaleza de Dios, como los mismos judíos. Si después transigieron con el culto a otras divinidades, fue con el objeto de conciliar el druidismo con las ideas profesadas por las clases ineducadas más dispuestas a creer en semidioses y divinidades que a concebir un solo Dios. Según el mismo Reynaud, declinó y desapareció al fin el druidismo, porque le faltaba un elemento de vida necesario en toda religión: el amor o la caridad. El cristianismo dio ese elemento y desapareció el druidismo; pero desapareció después de haber cumplido una misión importante: la conservación en una parte de Europa de la idea de la unidad de Dios. Si esta teoría, apoyada en datos muy incompletos, o en razonamientos más o menos acertados para probar entre los galos de ciertas ideas sobre la verdadera naturaleza de Dios y su relaciones con el hombre, que degeneraron después en grosera superstición, es o no cierta, cuestión es que no debe ser discutida aquí.

 

 

 

 

Capítulo   XVIII

 

 

 

Como te imaginarás, neffe Arturo, recién ahora, al leer la carta de Belicena Villca, he logrado comprender aquella referencia hecha por Konrad Tarstein a que su familia constituía la “rama germana” de la Casa de Tharsis. Evidentemente, él era uno de los descendientes de Vrunalda de Tharsis, y, según sus confidencias posteriores, que eran muy parcas con respecto a este tema, era también el último retoño de su Casa; mas no sabría decir si con ello quería decir “el último Iniciado” o realmente aludía a que representaba el último miembro de su linaje. Pero una cosa es cierta: que la profecía del Capitán Kiev, que Belicena Villca trascribe en el Día 50 de su carta, se había cumplido estrictamente, dado que la Orden Einherjar, no sólo administró al Führer la Iniciación Hiperbórea, sino que alguien perteneciente a la “rama vrunaldina de la Casa de Tharsis”, “¡Qué Honor el suyo!”, estaría “junto al Gran Jefe Blanco cuando él declarase la Guerra Total a las Potencias de la Materia. ¡Porque la Sabiduría Hiperbórea de esa Estirpe, de esa Sangre de Tharsis, causará la Primera Venida del Enviado del Señor de la Guerra!”.

      Sí, Arturo, la profecía de Kiev se cumplió matemáticamente, y no hay por qué dudar que la segunda predicción, la que se refiere a los descendientes de Valentina de Tharsis, no se haya de cumplir también. Vale decir que la misión de Belicena Villca y su hijo Noyo debe tener éxito para que propicie la Segunda Venida del Führer: “esa Estirpe de Tharsis ¡qué Gloria la suya! participará activamente en la Batalla Final. ¡Porque la Sabiduría Hiperbórea de esa Estirpe, de esa Sangre de Tharsis, causará la Segunda Venida del Enviado del Señor de la Guerra!”

      Belicena Villca, la última Iniciada descendiente de Valentina de Tharsis ha muerto asesinada por los Druidas. Pero su hijo Noyo, según todos los indicios, ha logrado llevar a cabo su misión. Si esto es así, Arturo, ¡Qué cerca estamos de la Batalla Final! ¡Qué próxima está la Segunda Venida del Führer! ¡La Guerra Esencial se librará una vez más sobre la Tierra y los Dioses Liberadores regresarán para guiar a los hombres despiertos hacia el Origen Infinito de su Espíritu Eterno! ¡Oh, Arturo, tu presencia, y el mensaje del que eres portador, ha cerrado un círculo de mi vida, abierto más de cuarenta años atrás, y me ha devuelto la fe en los ideales de la Orden Negra! ¡Por ello, nunca dejaré de agradecerte!

      –Calma tío Kurt, calma –supliqué–. No es a mí a quien debes agradecer sino a los Dioses, a esos misteriosos hermanos de Raza que nos han guiado hacia la triple coincidencia entre Belicena Villca, tú y Yo. Es claro que todos nosotros participamos de una misma historia, desempeñamos papeles en un mismo libreto, somos personajes de un mismo argumento. Debes terminar de contarme tu vida para intentar, después, planear la forma actual de nuestros movimientos, para ajustarnos a la Gran Estrategia de los Dioses, que sin dudas esperan algo de nosotros y por eso nos han reunido, en fin, para no cometer errores irreparables.

      –Tienes razón, neffe. Pero proseguiremos mañana, pues el tiempo se ha pasado sin notarlo y ya son las 2 de la madrugada. Sólo agregaré algo sobre la extraña referencia que hiciera Tarstein de la “locura” mística de Rudolph Hess. Te adelanto que, en efecto, cuando mi taufpate decide realizar su histórico vuelo y lanzarse con paracaídas en Inglaterra, su acto no puede más que calificarse de “locura”. Esto desde el punto de vista político, y aún estratégico militar. Pero diferente será la opinión de quien observe los hechos con perspectiva esotérica e iniciática. Porque la “locura” de Rudolph es análoga a la locura de Belicena Villca cuando decide desarrollar una táctica de distracción para posibilitar los movimientos de su hijo Noyo: ella sabía perfectamente que su acto era arriesgadísimo, que atraería la persecución de los Golen y estos ­acabarían por capturarla y ejecutarla: lo sabía y sin embargo no vaciló en actuar, en sacrificar su vida, para que triunfase la Estrategia de los Dioses Leales. Del mismo modo, Rudolph se entrega a los Golen Druidas de la Orden Golden Dawn, es decir, a su representante, el Golen Duque de Hamilton, pues se propone distraer al Enemigo para favorecer los movimientos del Führer. ¿Qué ganaría el Führer luego de la “locura” de Rudolph Hess? Pues, un objetivo humanamente invalorable: después de la “captura” de Rudolph Hess, los Druidas no podrían ya “abrir” una Puerta hacia Shambalá en Inglaterra, quedarían aislados de las Moradas de los Dioses Traidores y de la Fraternidad Blanca, y sólo desde Asia podrían reestablecer ese contacto.

      –Te preguntarás por qué se produjo tal efecto, en virtud de qué Poder consiguió Rudolph ese milagro, y te anticiparé que ello ocurrió por su sola presencia, gracias al Signo del Origen que él, al igual que tú y Yo, ostentaba sin advertirlo. Así fue, neffe; y más adelante te narraré con detalles la verdadera operación esotérica que significó el viaje de Rudolph a Inglaterra, hecho que ha sido estúpidamente interpretado después de la guerra. Pero mucho antes, mañana tal vez, conocerás la Doctrina que sustentaba la Orden Negra sobre el Poder del Signo del Origen.

 

      Nos retiramos a nuestros cuartos en el mayor silencio, cada uno inmerso en sus propios pensamientos. Yo, desde luego, no salía del asombro al comprobar en qué forma perfecta encajaban las historias de Belicena Villca y tío Kurt. Y no dejaba de preguntarme cómo terminaría aquella aventura, ahora que indudablemente contaría con el apoyo de tío Kurt para buscar al hijo de Belicena Villca.

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo XIX

 

 

 

Eran las 9 de la mañana y afuera caía una tenue llovizna.                 

Ambos habíamos dormido poco y lo sabíamos. Pero ambos, también, presentíamos que se nos acababa el tiempo, que esa tranquilidad que disfrutábamos no duraría mucho.

      Tío Kurt sorbió el último trago de su café y siguió con el relato.

      –En el nórdico Ordensburg de Crossinsee, como ya dije, permanecí tres meses. Al mes de estar allí visité por primera vez a Konrad Tarstein y los siguientes dos meses concurrí a la Gregorstrasse 239 todos los sábados merced a que el SS. Oberführer Papp había gestionado para mí una comisión permanente en Berlín los fines de semana. No me resultaba difícil así el viaje desde Prusia a Berlín, pero temía, en esos días, no poder hacerlo con la misma facilidad desde el Ordensburg Vogelsang bastante más lejos, en el Occidente renano.

      En aquellos dos meses, a medida que Tarstein me iba instruyendo en los secretos de la Thulegesellschaft, Yo experimentaba hacia él un afecto y una admiración cada vez mayor. Pronto quedó totalmente sepultada la pobre impresión inicial ante su fascinante personalidad y debo decir que no hubiese vacilado en golpear a cualquier insolente que osa-se expresar en voz alta algo de lo que Yo mismo, el primer día, había pensado sobre Tarstein. ¡Así de irreflexiva es la juventud!

      El “arreglo” que Rudolph Hess y Konrad Tarstein habían hecho acerca de mi persona consistía en que debía concurrir a la Gregorstrasse 239 durante un cierto tiempo con el fin de ser instruído en la Sabiduría Hiperbórea, que esa era la “Filosofía Oculta” de la verdadera Thulegesellschaft. Esta preparación, que me capacitaría para recibir la Iniciación Hiperbórea, sería impartida por el propio Tarstein, un raro honor según se me hizo notar muchas veces, que jamás se concedía a nadie. Es que Tarstein era, según fui comprendiendo con el tiempo, uno de los hombres más importantes de Alemania por su jerarquía secreta en la Thulegesellschaft.

      Según Konrad Tarstein para recibir la Iniciación Hiperbórea debía purificarme previamente. Con ese fin fue introduciéndome en ese maravilloso conocimiento que es la Sabiduría Hiperbórea. Pero, debo aclarar, esta enseñanza no constituye un mero saber, una información suspendida en la memoria para ser utilizada en los juicios racionales. Por el contrario Tarstein recomendaba no memorizar en lo más mínimo y, de ser posible, olvidar lo conversado, pues el objetivo de la instrucción apuntaba a despertar la Memoria de Sangre, fenómeno que sólo se podría lograr si el conocimiento adquirido actuaba gnósticamente sobre la cepa hiperbórea primordial que constituye la Divinidad del virya.

      Es así como fui testigo asombrado –asombrado en todos los grados del asombro, hasta el espanto– de relatos y explicaciones que sobrepasan lo imaginable, por lo menos lo que Yo podía imaginar, en esa fantástica Cosmogonía Hiperbórea de la Thulegesellschaft. Si hubiese una escala heresiológica para medir aquellas ideas que se desvían pro-fundamente de la “Cultura Occidental” en su concepción judeocristiana, podría afirmar que muchas de las exposiciones de Tarstein ocuparían un lugar destacado en dicha escala de herejías. Porque si una herejía es lo que contradice a un Dogma (por eso hay herejías católicas, budistas, islámicas, etc.) ¿qué decir de una filosofía que cuestiona la totalidad de la existencia humana con todos sus Dogmas, Filosofías, Religiones y Ciencias, que intenta cambiar el rumbo histórico, que afirma la posibilidad de la trasmutación del hombre semidivino o virya en Siddha inmortal, que, en fin, ha declarado la guerra a las potencias materiales de Jehová Satanás, dueñas del Mundo, de la Historia y de la mayoría de los hombres? Convengamos en que en la Heresiología tales ideas ocuparían un lugar distinguido.

      Esto lo digo porque al abrazar conceptos que se apartan u oponen a la “Cultura Occidental” debe uno ser consciente del grado de “apartamiento” u “oposición” en que se sitúa con respecto a ella para conducirse prudentemente y evitar futuros males...

      Y Yo era consciente que las cosas que oía y el efecto que causaban en mí pre-anunciaban cambios de conducta irreversibles. Sin embargo eso no me preocupaba por-que tenía una meta que eclipsaba toda prevención personal y hacía aparecer como puro egoísmo cualquier intención de retroceder. Esa meta, ese objetivo para el cual volcaba todos mis anhelos, era la patria alemana: Ein Reich, Ein Volk, Ein Führer [35].

 

      Comprenderás ahora, neffe, que vivía y actuaba dentro de una Mística Hiperbórea y que el vínculo carismático con el Führer era cada vez mayor, en la medida en que profundizaba el Misterio de la Thulegesellschaft.

      En mis primeras visitas a la Gregorstrasse 239 me sentí tan confiado en Konrad Tarstein, que una tarde no vacilé en referirle mi extraña experiencia con la Voz del Hiperbóreo Kiev. Esta confidencia no pareció impresionarle pues me observó un largo rato en silencio y luego me dijo:         

      –Dígame Kurt ¿ha hablado a alguien más de esa percepción?

      –No –respondí–. Pensaba hablarle de ello al Taufpate Hess pero aún no he podido verlo desde que regresé de Egipto.

      –Entonces haremos un trato: –afirmó Tarstein– a nadie revelará que está en posesión de ese carisma fuera de su propio Círculo en la Thulegesellschaft.

      –Lo prometo –dije prestamente– pero ¿quiénes componen mi Círculo?

      –Ay, joven Kurt, debería saber que un Círculo de la Thulegesellschaft no lo determina un número de personas, como en las organizaciones exotéricas que fomenta la Sinarquía, sino una relación cualitativa denominada vinculación carismática. La vinculación carismática es independiente del número y, como todo Círculo cerrado de la Thulegesellschaft existe como tal merced a la vinculación carismática, son integrantes del Círculo aquellos que experimentan esa relación.

      –Pero ¿cómo se reconocen realmente los miembros de un Círculo? –pregunté un poco desconcertado ante semejante galimatías.

      –El reconocimiento es interior. Simplemente se sabe que tal o cual virya pertenece a su propio Círculo. Por supuesto que en Círculos externos, constituidos por miembros no Iniciados, se practican algunas formas tradicionales de las Sociedades Secretas para la reunión y reconocimiento, es decir “el Santuario” y “el santo y seña”; pero esto se hace provisoriamente, atendiendo a la urgencia que requieren ciertas investigaciones. El verdadero Espíritu de la Thulegesellschaft no está en los Círculos externos, que serán pronta-mente eliminados luego de la Guerra Total, sino en los Círculos internos, los que son rigurosamente Hiperbóreos. En ellos, repito, el reconocimiento es interior, se sabe con la sangre.

      –De modo que Yo no podría reconocer a los miembros de mi Círculo...

      –... en tanto no reciba la Iniciación Hiperbórea –completó Tarstein.

      –... y como Yo prometí no hablar sobre mi carisma...

      –... no lo hará –continuó nuevamente Tarstein– mientras no reciba la Iniciación.

      –Pues me siento algo trampeado –dije sonriendo.

      –No debe tomarlo a mal Kurt, pero esto es asunto de la más alta reserva . Debe Ud. agradecer a la confianza que nos inspira el que no dispongamos su inmediata separación e internación mientras dura la instrucción que le estamos brindando. Si el Enemigo, es decir la Sinarquía, sospechase simplemente de su carisma sería ejecutado sin esperar confirmación. Y eso es algo que ni la Thulegesellschaft ni la SS. pueden permitir. Lo suyo es importante Kurt.

      –¿Es tan importante? –pregunté impresionado por la velada amenaza que adivinaba tras las amables palabras de Tarstein.

      –Muy importante Kurt. Véalo de esta manera: tiene el Signo de Lúcifer, posee notables cualidades psíquicas y es un Ostenführer de la SS. ¿no le parece demasiado para ser casual? ¡Pues ello no es casual!

      Me observó un largo rato como dudando sobre si debía continuar. Al fin dijo:

      –Es Ud. la persona que esperábamos desde hace veinte años para encabezar una misión especial. Tan importante, Kurt, tan importante, que tal vez el destino del Tercer Reich y ¿por qué no? el de la Raza Aria dependan de ella.

      Estaba anonadado por esta revelación y, en mi confusión, pensé ser víctima de una broma. Pero por más que escrutaba el impasible rostro de Konrad Tarstein no hallaba nada que confirmara esta suposición.

      –Yo... –balbuceé– jamás soñé formar parte de una misión de tal naturaleza. Además no creo merecerla.

      ¿Formar parte? –interrumpió Tarstein excitado– ¿formar parte, dice? Ja, Ja, Ja –reía frenéticamente– Ud. no formará parte Kurt, Ud. solo llevará a cabo la misión.

      ¿Quién más podría hacerlo? –preguntó como para sí mismo.

      Ya lo sabrá todo Kurt –continuó ahora mirándome a los ojos–. Pero tenga presente que aquí no se trata de elegir. Ni Ud., ni Yo, ni nadie puede elegir porque la elección ya ha sido hecha, en otra esfera de conciencia, en otro Mundo. No nos queda más que afrontar nuestro Destino, que es también el destino de la humanidad, y agradecer por haber sido señalados para tan augusta tarea. Nuestro Dios, Kristos Lúcifer, es el Más Bello Señor, pero también es el Más Intrépido, Padre del Valor; no debemos ni soñar en defraudarlo.

      –Nada querría Yo más que servir a la patria y a la humanidad –dije atolondrada-mente– pero es que me sorprende todo lo que dice Ud. No comprendo cómo puedo ser una pieza tan importante en este juego y me abruma la responsabilidad. ¿Cómo vivir sabiendo que en mis manos está el obtener algo que es precioso para el Tercer Reich y la Raza Aria? Yo, como todo Camarada, y más siendo Oficial SS., estoy dispuesto a morir por nuestras divisas cuando así sea dispuesto pero, a partir de ahora, no desearía vivir con la angustia de fallar antes de tiempo, de no llegar a cumplir. ¿Comprende Tarstein? me aterra el tiempo que falta para el desenlace. Si hay algo tan importante para hacer quisiera realizarlo cuanto antes.

      –¡¡Pues debería tener paciencia!! –afirmó Tarstein, casi gritando–. Aunque falte un minuto o un siglo Ud. no debe demostrar ninguna alteración ni conducta impropia del Kshatriya.

      Recuérdelo, es Ud. un Caballero, un Monje Guerrero, debe comportarse en consecuencia. Pronto será Iniciado y luego cumplirá su Destino.

      Asentí turbado por la merecida reprimenda que recibí de Tarstein. Pero ese día no hablamos más del asunto.

 

 

 

 

Capítulo XX

 

 

 

Bueno, neffe –dijo tío Kurt luego del almuerzo, con los ojos extrañamente brillantes– nos estamos acercando a la parte más importante de mi vida, al momento en que recibí la Iniciación y me fue confiada aquella insólita misión, esa operación que tanto valorizaba Tarstein y que aún me resultaba incomprensible.

      –En aquel tiempo, con Tarstein de instructor, aprendí mucho. El parecía saberlo todo y Yo solía sentirme avergonzado pues, tras tantos años del NAPOLA, sólo era capaz de seguirlo atentamente en sus exposiciones pero me sentía incompetente para completar por mi cuenta nada de lo que decía. Sin embargo Tarstein acudía a consolarme a su manera paradójica:

      –No se preocupe Kurt, es sólo confusión, impureza sanguínea. Pero va más a prisa de lo que cree. Pronto lo sabrá todo, despertará y, entonces, si lo desea, podrá dominar tanta Ciencia como el más grande Sabio. Claro que nuestra Ciencia Hiperbórea es una Ciencia maldita para este mundo satánico. Pero eso no debe preocuparle pues el Siddha es realmente uno y no tiene necesidad de nada más que de Sí Mismo. Para la Sabiduría Hiperbórea existen tres clases de hombres. El pasú, que fue concebido por el Demiurgo ordenador de la materia, Jehová Satanás, y que sólo bajo ciertas reservas puede ser considerado “hombre”, siendo más acertado llamarle animal hombre. También está el virya, que es básicamente un pasú de linaje hiperbóreo, es decir, un pasú que ha mezclado su sangre con un Siddha inmortal, Misterio éste que comprenderá en el transcurso de su instrucción. Los viryas están en mayor o menor medida extraviados o perdidos por la confusión de Sangre y sólo el recuerdo contenido en la Sangre podría purificarlos. A eso apunta la Estrategia del Führer; a eso y a poner fin al Kaly Yuga o Edad Oscura.

      Tenga presente que un pasú jamás podrá ser virya semidivino, pero que un virya puede descender completamente al nivel de pasú por una definitiva confusión sanguínea. Y finalmente están los Siddhas Leales, aquellos que vinieron con Kristos Lúcifer a la Tierra hace millones de años y pertenecen a una Raza “Hiperbórea”, otro Misterio que más adelante comprenderá con claridad pues los términos “hiperbóreo” y “Thule” casi nada tienen que ver con las leyendas de la Antigüedad.

      Así pues son Siddhas, viryas y pasú, en el sentido hiperbóreo que le he dado y no como vulgarmente se entienden estos términos en el Tíbet, las tres “categorías” de hombres con las que deberá acostumbrarse a razonar de aquí en más. A esto agréguele un importante concepto: “la Sinarquía organiza y planifica el mundo para los pasú y viryas perdidos. La Sabiduría Hiperbórea enseña cómo debe purificarse el virya para recuperar el Vril y trasmutarse de semidivino mortal en Divino Hiperbóreo Inmortal”.

      He de decirle algo, Kurt, que debe llenarlo de legítimo orgullo. Su análisis para-psíquico de “oír la Voz de Kiev”, aún cuando no haya seguido las pautas de la Sabiduría Hiperbórea para conquistar dicho carisma le ha conducido a la conclusión correcta. Me refiero a que su afirmación de que es necesario “disponer el Espíritu para recordar”, como la mejor actitud ante el peligro de racionalizar el fenómeno psíquico formulando un interrogante equivalente, coincide estrictamente con nuestra filosofía. Es “disponiendo el Espíritu para recordar” como se accede al Recuerdo de Sangre. Y este paso pre-vio, inevitable para obtener la Iniciación Hiperbórea, Ud. lo ha dado solo, hazaña que debe, como ya dije, enorgullecerlo.

     

      Por estas últimas palabras podría pensarse que Tarstein, versado en temas de Ocultismo, era una persona soñadora e indigna de crédito en cuestiones rigurosas, como suele acontecer generalmente. Y nada sería más erróneo que tal apreciación pues si bien no he conocido a nadie que supiera como él de Ocultismo, Filosofía Hermética o Religiones, eso era sólo una parte de su inmenso saber. En aquellos años 30 Alemania, en pleno despliegue industrial, era un gigante de Ciencia. Y Konrad Tarstein lo sabía todo. Era un erudito del saber germano en todos sus matices: dominaba las matemáticas superiores en su más alto nivel, la química, la física, la biología, las múltiples tecnologías industriales, etc. Para no hablar del campo humanístico donde su dominio de las Filosofías antiguas y modernas, la Lógica, la Filología, la Psicología, etc., era temible. ¿Cómo definir a un hombre así? Y lo más difícil: ¿cómo transmitir su pensamiento sin deformarlo? Efectivamente, neffe, Yo no hubiese sido capaz de exponer, ni a ti la Sabiduría Hiperbórea; y si ahora puedo hablar contigo de ella es gracias a esos extraordinarios Iniciados, Belicena Villca y Nimrod de Rosario. Recuerda que Oskar Feil afirmaba que sólo a la de Tarstein podía comparar la Sabiduría Hiperbórea de Nimrod de Rosario: estoy seguro que lo mismo habría dicho Belicena Villca. Gracias a ellos, neffe, podré confiarte esta parte de mi vida, que se-ría incomprensible para cualquier interlocutor que desconociese los fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea.

      Seré, pues, breve, dado que entiendes perfectamente a qué me refiero. Konrad Tarstein me instruyó profundamente en la Sabiduría Hiperbórea y un día, en una sala subterránea del Castillo de Werwelsburg, recibí la Iniciación Hiperbórea. En la Cámara Hiperbórea especialmente construida para tales ceremonias, un Alto Iniciado de la Orden Negra, supongo que un Pontífice, efectuó el ritual frente a un público de sólo ocho Iniciados. Y allí me enfrenté con la Muerte, con la Muerte Kâlibur de Pyrena, como diría Belicena Villca. Vale decir, con el Arquetipo de la Muerte, la Muerte que mata la Vida Tibia; y luego con la Muerte Fría Kâlibur, la Verdad Desnuda de Sí Mismo que se encuentra tras el Fin de la Vida Tibia. Y al regresar a la Vida Tibia, después de hundirme en la negrura infinita de Sí Mismo, comprobé que la angustia de la Muerte había huido de mí para siempre. El temor animal a morir, el instinto de conservación estaba definitivamente superado por la Sabiduría de la Vida Eterna. Una voluntad de acero se adueñó definitivamente de mi naturaleza animal y supe que nada podría detenerme, es decir, nada que implicase la Muerte, la amenaza de la Muerte. Era pura Voluntad Resuelta: avanzaría hacia donde se me ordenase y repito, nada podría detenerme.

      Fue entonces cuando se me reveló el objetivo de la misteriosa misión para la que me habían preparado durante tantos años. Y una vez más, el encargado de la revelación fue Konrad Tarstein.

      –No será difícil que comprenda en qué consiste la misión –me dijo Tarstein– cuan-do lo ponga al tanto de ciertos hechos que están ocurriendo. Digame, Kurt ¿Ud. sabe de dónde proceden las fuerzas que sostienen a la Sinarquía, a la Conspiración Judía Mundial? Me refiero a las fuerzas psíquicas, naturalmente, puesto que las fuerzas económicas o políticas son sólo expresiones exteriores de aquéllas.

      –Bueno, según le oí afirmar al Führer, y tal como Ud. mismo me lo ha explicado, tales fuerzas provienen de un Centro Oculto llamado Chang Shambalá, donde mora una Jerarquía de Seres Infernales dedicados a imponer en la Tierra el Plan de Jehová Satanás. En la Orden Negra existen pruebas al respecto. Por ejemplo está probada con documentos la participación de la Jerarquía en la fundación de la Masonería, de la Orden Rosacruz, de la Sociedad Teosófica, etc. Sin ir más lejos, tenemos copia de la carta que el Supremo Sacerdote de Chang Shambalá, Rigden Jyepo, le envió a Lenin a través de Nicolás Roerich, felicitándolo por el éxito de la Revolución bolchevique: detrás de Lenin y los conspira-dores de Octubre, actuaba la Logia Transhimalaya, fundada por la Fraternidad Blanca. Sí, Camarada Tarstein: detrás de la Sinarquía se encuentra Chang Shambalá, los Maestros y Sacerdotes de la Jerarquía Oculta o Fraternidad Blanca de Chang Shambalá.

      –Correcto, Kurt. Y ahora complete el concepto, por favor: ¿qué es Chang Shambalá? ¿un lugar físico en la Tierra, o una Construcción extraterrestre?

      –Como Ud. bien sabe, Shambalá es una Construcción extraterrestre, extendida entre la Tierra y el Sol, sobre dimensiones del Espacio que la tornan invisible para el hombre corriente –respondí un tanto asombrado por tan obvias preguntas–. Sus Constructores fue-ron los Dioses Traidores, los fundadores de la Fraternidad Blanca, y los Iniciados de la Jerarquía aprenden una Ciencia llamada “Kâlachakra” que les permite abrir las Puertas de Shambalá, Puertas que se encuentran en todas partes.

      –¡Perfecta respuesta, Kurt! Ahora comprenderá cuál es su misión: Ud., Kurt, es la Llave que puede cerrar esas Puertas.

      De cierto que entonces comprendía menos que nunca. Pero Tarstein se disponía a aclarar el enigma.

      –En rigor de la verdad, Kurt, la Llave que cierra esas Puertas Malditas es el Signo del Origen, el Signo que tiene el Poder de recordar a los Dioses Traidores su Traición Primor-dial, el Signo que puede comunicarles el Símbolo del Origen y enfrentarlos a la Verdad Absoluta del Espíritu, el Símbolo del Origen que puede disolver la Mentira absoluta de la Creación Material que ellos sostienen. Por ese Poder de revelar la Verdad Absoluta, quienes sostienen la Mentira Absoluta, han resuelto no enfrentarse jamás al Signo del Origen, es decir, mientras dure la Mentira del Universo material. Y por eso el Signo del Origen es Llave de las Puertas de Shambalá, una LLave que cierra con su sello infranqueable la Ruta de los Demonios. Y Ud., Kurt, manifiesta como nadie el Signo del Origen, aunque no sea capaz de advertirlo por sí mismo; pero eso no afecta estratégicamente su misión: su sola presencia basta para cerrar las Puertas Malditas; los Demonios no están dispuestos a contemplar el Signo que Ud. es capaz de proyectar. Desde luego, lo matarían al acercarse a la Puerta, si no fuese porque ahora Ud. está más allá de la Muerte. ¿Me comprende, Kurt? ¡Si Ud. se sitúa frente a una Puerta de Shambalá, y se mantiene fuera del alcance de los Demonios practicando la Via de la Oposición Estratégica que lo independiza del Tiempo y del Espacio, la Puerta deberá ser inexorablemente clausurada!

      Ahora sí entendía algo: con mi sola presencia, Yo causaría el cierre de una de aquellas Puertas que conducía a la Ciudad Maldita, morada de los Demonios de la Fraternidad Blanca. Pero aún no comprendía el objetivo de la misión ¿a qué puerta se refería Konrad Tarstein? Un instante después, la explicación de Tarstein me llenaría de estupor.

      –Y ahora que ya hablé de su facultad, de ser Signo Clave, iré directamente a los detalles de la misión, a lo que la Orden Negra, el Tercer Reich y el Führer esperan de Ud. ¿Recuerda al Profesor Ernst Schaeffer? –preguntó con ironía; mas no me dio tiempo a responder– Sí, creo que no lo ha olvidado. No después del incidente que protagonizó el año pasado al ofrecerse como voluntario para la Operación Altwesten y de la cual estoy enterado en todos sus detalles. Ud. no podía saberlo entonces, pero su participación en esa operación es la última cosa en el mundo que aceptaría Ernst Schaeffer. Lo comprobará si tiene en cuenta la facultad que dispone, de cerrar las Puertas de Shambalá, y posee la respuesta a esta pregunta: ¿sabe en qué consiste la Operación Altwesten ?

      –Camarada Tarstein, Ernest Schaeffer ya partió hace un año hacia el Tíbet. Supongo que Ud. sabrá que en la expedición iba un buen amigo mío, Oskar Feil, quien me suministró toda la información que poseo –dije, advertido en el acto de que no me convenía mentir al bien informado ­Tarstein–. Lo siento si falté a alguna regla, pues sé que la operación es ultrasecreta, pero no he de negarle que mi ­desconfianza hacia Schaeffer no puede ser mayor: incluso mi Taufpate Rudolph Hess confirmó que sobre él pesaban ciertas sos-pechas y me sugirió que, pese a todo, Yo formaría parte de la expedición. Pero lamentablemente eso no ha ocurrido, ignoro si para bien o para mal, y ya no tiene arreglo debido al tiempo que llevan en el Asia. De todos modos, desearía asumir toda la responsabilidad por cualquier falta que pudiese haber cometido Oskar Feil al mencionarme la Operación Altwesten, pues sólo mi curiosidad y las dudas que albergo sobre la conducta de Schaeffer son culpables de sus confidencias.

      –Tranquilícese, Kurt, que nadie lo está acusando de espionaje. Respóndame, simple-mente ¿qué sabe de la Operación Altwesten ?

      –Pues casi nada, Camarada Tarstein. Sólo estoy al tanto del camino recorrido por la expedición hasta ahora, merced a las cartas secretas que Oskar ha logrado enviarme desde distintos puntos del Asia. La última fue despachada hace tres meses en Lhasa, en el Tíbet, con un mensajero que la hizo llegar a Alemania a través de uno de nuestros consulados en la India. En ella me informaba que se aprestaban a partir hacia el Noroeste, guiados por dos misteriosos “lamas del Bonete Kurkuma”, y que llevaban salvoconductos del Dalai Lama. Es todo lo que sé. El destino final no conseguí averiguarlo pues ni Oskar lo sabe, pero es evidente que no se trata de una exploración hacia el Oeste, como indica su nombre, sino hacia un sitio ubicado directamente en la dirección opuesta. Parece que Schaeffer no confía plenamente en él e incluso lo ha aislado del resto de los Oficiales.

      –Es cuanto deseaba oír, Kurt. Yo le diré sin más adónde se dirige Ernst Schaeffer: hacia la Puerta de Shambalá. Va a solicitar al Rey del Mundo, en nombre de unas pretendidas “Fuerzas sanas de Alemania”, su intervención para poner fin al Tercer Reich.

      –¡Traición! –grité.

      –Ja, Ja –rió con nerviosismo ante mi exclamación–. Se sorprendería Ud. si supiera la magnitud, la multiplicidad y los alcances de las traiciones que corroen al Tercer Reich y conspiran contra la conducción del Führer. Pero es natural que así ocurra, puesto que el enfrentamiento que el Nacionalsocialismo plantea a las Potencias de la Materia es Total: todo hombre está sometido a la tensión esencial entre el Espíritu y la Materia; y muchos serán los que cederán ante la Ilusión de la Materia, frente a la forma judaica de la Ilusión de la Materia, es decir, el dinero, la paz, la democracia, la libertad, la ley, etc. Sólo los hombres espirituales serán capaces de superar esta Ilusión: la superarán con la sola fuerza de su Voluntad Graciosa, con el acto de su Honor, con el valor de su Sangre Pura.

      La de Ernst Schaeffer es una más de tales traiciones. Sólo que a nosotros nos afecta particularmente por tratarse de un hecho esotérico, de una circunstancia que podemos comprender de manera eminente. Sí, Kurt: la de Schaeffer es una traición enorme pero no es la mayor de las traiciones que debe afrontar el Führer. Sin embargo, hace bien en tomarla en serio, porque de Ud. depende que sus Planes desleales triunfen o fracasen.

      –¿Cómo podría Yo intervenir, e influir en los planes de Schaeffer, desde Berlín? –pregunté aturdido.

      –Pues no será Berlín desde donde actuará, Kurt, sino desde el Asia. ¡Partirá Ud. de inmediato hacia la India! Mañana se presentará al S.D. y recibirá órdenes del d Oberführer Papp: ¡él le demostrará cómo es posible alcanzar a la expedición de Schaeffer antes que llegue a la Cordillera Kuen Lun! Pero ahora le anticiparé algo que, no lo dudo, lo motivará a Ud. profundamente. Ante todo, le diré que la Orden Negra tiene, desde el principio, excelentes espías en el grupo de Ernst Schaeffer: es por sus informes que hemos sabido del “incidente” con el profesor y de su amistad con Oskar Feil. Bien; es sobre éste último que deseaba hablarle:

      Tómelo con calma, Kurt, pero la verdad es que Oskar Feil corre mortal peligro. Ciertamente, Schaeffer no ha confiado nunca en él, y si le ha permitido integrar la operación es porque planea eliminarlo en el Asia: ¡sólo Ud., si llega a tiempo, podrá quizás salvarlo!

      –Pero ¿por qué llevarlo al Asia? Si desconfiaba de Oskar ¿por qué no se deshizo de él en Alemania? –grité desesperado.

      –Ay, Kurt. Lamento tener que darle estas noticias. Sosténgase fuerte, pues lo que va a oír es impresionante: su Camarada ha sido elegido para ser sacrificado. Sí; no me mire de ese modo: ¡está confirmado! Aunque todavía es posible evitarlo. El caso es que, en su trayecto hacia el Lago Kyaring, más allá del Río Azul, Schaeffer habrá de cruzar el Cancel de Shambalá, el último pórtico antes de llegar a la Puerta de Chang Shambalá. Y dicho pórtico se halla custodiado hace milenios por una tribu de crueles guardianes, quienes están dirigidos por los malignos lamas Jafranpa o “lamas del Bonete Kurkuma”, miembros de la Fraternidad Blanca. En el Tíbet, la verdadera autoridad religiosa no la ejerce el Dalai Lama sino su instructor de máxima jerarquía en la secta Gelugpa: un Rimpoche, es decir un lama “precioso”. A los Gelugpa, o “lamas del Bonete Amarillo”, están sometidas todas las demás agrupaciones lamaistas, incluida la Jafranpa: sólo los Bodhisattvas, los Mahatmas, los Inmortales, están por arriba de ellos. Los Gelugpa protegen a los lamas del Bonete Kurkuma y por eso Schaeffer dispone de salvoconductos del Dalai Lama. Sin embargo, tales pases tienen un valor relativo, pues si bien el poder religioso del Dalai Lama abarca todo el Tíbet, su poder político está limitado por las fronteras chinas: y El Cancel de Shambalá se encuentra actual-mente en territorio de China.

      Los lamas del Bonete Kurkuma son expertos en la Ciencia de la Kâlachakra, o “Rueda del Tiempo”, la Sabiduría que permite comprender y dominar las conexiones kármicas, rten abel, y sincronizar la Rueda de la Vida, Bhavachakra o Sridpai Khorlo, con el ritmo de los Planes de la Fraternidad Blanca. Son, entonces, fervorosos adoradores de los Señores del Karma y de su jefe, Rigden Jyepo, el Señor de Shambalá, el Rey del Mundo, Jehová Satanás. ­Ellos exigen a todo lama peregrino que solicite autorización para franquear el Cancel de Shambalá, el Yajnavirya, es decir, un sacrificio humano. Como comprenderá, Ernst Schaeffer no dio ningún motivo para que se lo exceptuara de tal obligación.

      En síntesis, Kurt: Oskar Feil fue seleccionado por Ernst Schaeffer para ser entregado a los Lamas del Bonete Kurkuma. Ellos ofrendarán su vi-da a Rigden Jyepo mediante el degollamiento ritual Yah-Sa.

 

      Horas después de esta conversación con Konrad Tarstein, mientras viajaba a Renania para retirar mis pertenencias de Werwelsburg, me miré en un espejo del tren y aún tenía los ojos inyectados en sangre. Durante la reunión, cuando Tarstein me reveló la muerte que esperaba a Oskar, hubiese destrozado a Ernst Schaeffer con mis manos, de haber podido darle alcance en ese momento.

      Konrad Tarstein se ocupó de advertirme que no era esa la conducta que la Orden Negra solicitaba de mí. Todo lo contrario: mis órdenes consistían en localizar la expedición de Schaeffer lo antes posible e incorporarme a ella sin violencia. Para eso iría munido de las correspondientes autorizaciones oficiales: un decreto secreto del Führer y un pase del Reichführer Himmler. Además me acompañarían dos agentes secretos de la SS.. Se trataba de dos SS. Haupsturmführer que asociaban las paradójicas virtudes de poseer, ambos, un doctorado en leyes, y haberse desempeñado por cinco años en la Gestapo, donde se convirtieron en asesinos expertos.

      Según Tarstein, la mejor Estrategia exigía que Yo me plegase a la expedición y manifestase allí el Signo del Origen. Tal demostración sería suficiente para hacer fracasar la Operación Altwesten. Y ello se lograría sin efectuar ninguna maniobra esotérica, sin emplear ninguna técnica mágica: bastaría el solo acto de mi presencia para que los Demonios cerrasen la Puerta de Shambalá.

 

 

 

 

Capítulo XXI

 

 

 

El Oberführer Papp, antiguo conocido, me impuso de los detalles de la misión. La partida sería en cuatro días, pues ya tenían todo listo: víveres, equipos, armas, documentación falsa, etc. En verdad, recién entonces lo vi con claridad, aquella operación estaba preparada desde mucho tiempo atrás y, al parecer, sólo de-pendía de mí para ponerse en ejecución. Vale decir, que todos los que participaban de la operación, o de su secreto, el Führer incluido, estaban aguardando mi Iniciación, esperan-do el momento en que Yo adquiriese conciencia espiritual de la Clave del Signo y me pudiesen exponer la misión en el Asia. Creo que jamás sentí tanta vergüenza como entonces: Yo, el estúpido y arrogante aprendiz de Iniciado, había perdido meses, meses precio-sos, tratando de profundizar racionalmente en la Sabiduría Hiperbórea de la Orden Negra; al fin, comprendiendo que transitaba por un callejón sin salida, que era presa de una trampa de la lógica, busqué en mi Espíritu la Verdad última que la razón, y el conocimiento racional, me negaban; y propicié así el Kairos Iniciático, de acuerdo a la confirmación que de él hicieron los Iniciados de la Orden Negra; luego fui Iniciado y Konrad Tarstein me explicó el carácter de la misión “Clave Primera”, tal su denominación codificada, y describió la facultad que Yo debería emplear para “cerrar la Puerta de Shambalá”, puerta que Ernst Schaeffer se proponía abrir y que tal vez estuviese abriendo en ese momento.

      Esos pensamientos, y esta posibilidad, me angustiaban sobremanera, y diría la ver-dad si afirmara que aún aquellos cuatro días para partir se me figuraron interminable-mente largos.

 

 

      La primera etapa era en avión. Volaríamos desde Berlín hasta Tanzania, en la costa oriental de Africa, haciendo escala en diversos países africanos o colonias de aliados de Alemania, tales como España e Italia. En Tanzania, en la región de lo que fuera hasta la Primera Guerra Mundial el Estado de Zanzibar, nos arrojaríamos en paracaídas sobre la granja de una antigua familia de colonos alemanes que trabajaban ahora para el Servicio Secreto. Debía seguirse tal ruta porque la misión estaba calificada como “operación ultra-secreta de la Waffen SS.” y porque se efectuaba el vuelo en un avión militar especialmente adaptado para el caso: se trataba de un Dornier, o “lápiz volante”, al que se había reemplazado su clásica carga de bombas por tanques suplementarios de combustible.

      En Tanzania, pues, descendimos sin problemas tanto nosotros como la carga de armas y equipos. Los colonos nos esperaban desde hacía tiempo y habían adquirido para nosotros un cargamento de hilos de algodón, en el que se apresuraron a ocultar los objetos comprometedores. Un día después, y luciendo un atuendo de indudable confección levantina, muy apropiado para el papel de comerciantes egipcios que debíamos representar, los colonos nos condujeron a la isla de Zanzibar en un lanchón de regulares dimensiones. En el puerto estaba anclado el buque italiano Tarento, que participaba secreta-mente de la operación y nos transportaría hasta Dacca, en el N.E. de la India.

      En Zanzibar cambió completamente nuestra identidad. Tanto Yo, como los dos d Haupsturmführer, seríamos a partir de allí “comerciantes egipcios”. Era una jugada arriesgada, puesto que Egipto estaba en poder de los ingleses, pero nuestros pasaportes e historias fraguadas tenían pocas fallas y parecía difícil que despertásemos tantas sospechas como para iniciar una investigación. Yo mismo era verdaderamente egipcio y hablaba tan bien el inglés como el árabe, idioma que también dominaban mis Camaradas, aunque no así el inglés, al que imprimían fuerte acento alemán. Empero y llegado el caso, bastaría con que se expresasen correctamente en árabe, puesto que en Egipto nadie estaba obliga-do a saber inglés.

 

      El Tarento cruzó el Océano Indico, con una sola escala en Ceilán, y luego se internó en el Golfo de Bengala con rumbo a Calcuta y Dacca. Finalmente ascendió por el Río Dalasseri, que es un brazo del Brahmaputra, y se fondeó frente a su orilla izquierda, en el puerto de Dacca, importante ciudad de lo que fue la Presidencia del Bengala Propio, luego Provincia de Bengala, después el Estado islámico del Pakistán oriental, y hoy Bangla Desh. El cargamento de hilo africano, con su precioso contrabando, pudo ser desembarcado sin inconvenientes y almacenado en un depósito que alquilamos al efecto.

      No planeábamos permanecer demasiado tiempo en Dacca: el suficiente para vender o cambiar los hilos por las ricas sedas y muselinas bengalíes, aprovisionarnos de víveres, y contratar porteadores. Nuestra siguiente meta era la ciudad de Punakha, capital de Invierno del País de Bután. Allí nos aguardaba el SS. Standartenführer Karl Von Grossen y su ayudante, el SS. Obersturmführer Heinz Schmidt, ambos de la División III de la R.S.H.A.[36], ­llamada “Servicio Extranjero de Información” o “S.D. exterior”. Von Grossen era el jefe de la “Operación Clave Primera” y, aunque tenía como superiores inmediatos a Schellemberg y Heydrich, para esta misión fue puesto bajo el mando directo del Reichführer Himmler. Se había adelantado hacía ya muchos meses y mantenía, de algún modo extraño, bajo permanente observación a la caravana de Ernst Schaeffer. Tenía fama de hombre inteligente y rudo. También había sido policía, como mis asistentes Kloster y Hans, revistando varios años en la Gestapo de Baviera. Más luego solicitó el pase al S.D. exterior para hacer valer su doctorado en Historia. Era experto en Historia y Geografía del Asia, además de especialista en tácticas de despliegue rápido, conocimientos que explican porqué el Reichführer Himmler lo eligiera para comandar la Operación Clave Primera.

 

      Tres días después salimos de Dacca hacia el Norte, tomando por un camino que bordea la orilla izquierda del Brahmaputra hasta Bonarpara y luego se desvía en dirección a Rangpur, la residencia del Rajá de Assam. Nos hallábamos en Otoño de 1938 y el clima agobiante de esas regiones pantanosas, surcadas por incontables ríos y sólo aptas para el cultivo del arroz, nos hacían desear el ascenso a las zonas altas y frías de Bután. Los dos SS. Haupsturmführer, Hans Lechfeld y Kloster Hagen, marchaban al frente, precedidos por quince porteadores arios puros, de Raza holita, con todo el cargamento; Yo cerraba la columna. Exhibíamos sólo tres fusiles Mauser de la Primera Guerra Mundial, armas acordes con nuestra supuesta profesión de comerciantes, en tanto ocultábamos entre las ropas las pistolas Luger de servicio y en las mochilas las temibles metralletas Schmeisser.

      Acampamos un día en los montes Garro y cruzamos el Assam sin detenernos más que lo indispensable. Pronto nos encontramos a más de 2.000 mts. de altura, alegrándonos de dejar atrás las regiones tropicales, infestadas de animales salvajes y por los no menos salvajes bandidos de las tribus angka, michi, dafla, abors, etc. Una senda que serpenteaba por la ladera oriental del Himalaya nos conducía lentamente hacia el Bután.

     

      En la aldea de Taga Dzong nos recibieron con gran alborozo, como si fuésemos embajadores de alguna potencia occidental, lo que nos causó gran contrariedad pues no deseábamos llamar la atención de los ingleses ni de ningún verdadero diplomático de la nación que fuese. Sin embargo, el misterio pronto se aclaró, al comprobar que dos enviados de Von Grossen esperaban nuestra llegada desde hacía meses para guiarnos hasta Punakha: eran dos lopas, funcionarios del Deb Rajá de Bután.

      Acompañados por los delgados pero vigorosos lopas, también de Raza aria, atravesamos numerosos valles pequeños, enclavados entre cordilleras de enorme altitud. Tras cada escalón de la ladera himaláyica ascendíamos cientos de metros, no siendo infrecuentes los pasos, o dvaras, de 4 ó 5 mil metros. Los lopas hablaban bodskad, la lengua tibetana que Yo, como Ostenführer, comprendía perfectamente. En el dialecto de Jam nos explicaron que no iríamos directamente a Punakha pues allí, junto al Deb Rajá, se hallaba una guarnición inglesa: Karl Von Grossen estaba en un monasterio cercano, bajo la protección del jefe espiritual del País, el Dharma Rajá.

 

      Al fin, arribamos al monasterio taoísta, construido sobre un monte cubierto por nieves eternas y desde el cual partía un escabroso sendero, sólo apto para peatones, que atravesaba el Himalaya y conducía al Tíbet. Von Grossen y su ayudante nos salieron al encuentro.

      –¡Heil Hitler! Temía que no llegasen a tiempo –nos dijo por todo saludo.

      –¡Heil Hitler! –respondí– El SS.Haupsturmführer Doktor Kloster Hagen y el SS. Haupsturmführer Doktor Hans Lechfeld, –presenté a mis acompañantes– y Yo, SS. Sturmbannführer Kurt Von Sübermann. ¡Sieg Heil, main Standartenführer !

      Von Grossen me observó atentamente, con curiosidad científica.

      –¿Así que Ud. es el misterioso Iniciado de quien puede depender el Destino del Tercer Reich? –se preguntó con asombro– ¡Me lo imaginaba de otra forma!

      –¿Cómo? –exclamé, perturbado por la indiscreta franqueza del Standartenführer.

      –No lo tome a mal –dijo sonriendo por primera vez– pero es que aquí se ha hablado mucho de Ud., quizás más que en Alemania. Ud. sabe: esta gente tiene facultades psíquicas muy desarrolladas y durante varias semanas le han captado mientras se aproximaba. ¡No exageraría en lo más mínimo si le afirmo que todo el Tíbet espiritual conoce en este momento su llegada a Bután! Pues bien, Von Sübermann: ha sido Ud. observado psíquicamente y descripto de muy diversas formas, de allí mis dudas. Hay quienes sostienen que es Ud. un Gran Santo, y otros, por el contrario, que hacen de Ud. un terrible Guerrero. –Nuevamente, la interrogación se había pintado en su rostro–. Pero nosotros sabemos que Ud. es lo último ¿No?

      Existía un dejo de duda en la voz de Von Grossen que me molestó sobremanera.

      –¡En efecto, Kamerad Von Grossen! Según la Regla de la Orden Negra Yo soy un Guerrero, un Guerrero Sabio. Ignoro qué apariencia suponía que debía tener, pero no le quepan dudas que soy capaz de matar de la manera más terrible. Y que mataré de ese modo al que intente frustrar mi misión.

      –¡Bravo! –exclamó Von Grossen con evidente sinceridad– Lo repito: debe Ud. disculpar mi sorpresa pero, tras tantos meses de espera, y oyendo las historias más disparatadas de boca de los lamas, ya no sabía a ciencia cierta qué clase de hombre esperaba. ¡Me alegro que sea Ud. un completo oficial SS., Von Sübermann!

 

      Karl Von Grossen y Heinz Schmidt, que no dijera una palabra ni la diría más adelante pues era por demás de parco, nos habían alcanzado cinco km. antes del Monasterio. En ese momento llegamos y fuimos invitados a pasar a una confortable sala, donde ardía leña y guano en un hogar de piedra; afuera reinaba una temperatura de diez grados bajo cero.

      En realidad no estábamos en un simple monasterio de lamas, como había supuesto, sino en una pequeña ciudadela rodeada de disuasiva muralla: tras los muros existían tres edificios de muy diferente arquitectura. El más imponente, era al Palacio del Dharma Rajá, donde residía en Invierno el Jefe espiritual de Bután. El segundo en importancia se trataba de una antiquísima Pagoda, quizá la construcción más vieja del conjunto. –Es un Templo tallado magníficamente en una sola y colosal pieza de piedra ­–nos explicó Von Grossen cuando atravesamos el patio exterior–. Data de los tiempos en que esta región estaba dominada por los Sacerdotes Budistas de Manipur: el Templo se dedicaba al Culto del Manú Vaivasvata, quien rige el presente mânvântâra o Manuantara, es decir, el ciclo de existencia de una Humanidad de animales-hombres. Posteriormente el País fue conquistado por una tribu lopa al mando de Iniciados taoístas, quienes eran profundamente iconoclastas y odiaban a todos los Sacerdotes, sin distinción de Culto. Ellos, naturalmente, clausuraron el templo luego de pasar a cuchillo a sus últimos mora-dores. De no haber sido así, ahora se veneraría aquí a Maitreya, la próxima reencarnación del Manú, quien no sería otro que el Meshiah que esperan los judíos. Pero las Ordenes de Sacerdotes budistas no han olvidado este lugar y permanentemente acechan, buscando la oportunidad de reconquistarlo.

      La tercer construcción, en la que nos hallábamos, era el Monasterio propiamente dicho y consistía en un laberíntico edificio donde habitaban por igual una numerosa comunidad de monjes y monjas tibetanas. Aquella composición de Iniciados mixtos me sorprendió y así se lo hice saber a Von Grossen.

      –Es que los actuales ocupantes constituyen una Sociedad Secreta que no es ni hinduísta, ni budista, ni taoísta, sino que se halla “más allá” de tales sistemas religiosos: y “más allá” no significa “por arriba” o “sobre”, sino fuera. Es decir, que la Sabiduría que ellos poseen se halla fuera de los sistemas religiosos. No sostienen, pues, un mero sincretismo sino una Sabiduría espiritual verdadera, posiblemente lo mismo que Uds. en la Orden Negra, y nosotros en el Instituto Ahnenerbe, denominamos Sabiduría Hiperbórea. De hecho ellos adhieren totalmente al Nacionalsocialismo, aunque no les interesa tanto la política como la Filosofía de la SS. y la presencia terrestre del Führer, a quien llaman “El Señor de la Voluntad”.

      Los cinco oficiales SS. ocupábamos sillas en torno al extremo de una mesa de notable longitud: un grupo minúsculo en un sitio donde cabían más de cincuenta comensales. Von Grossen estaba sentado en el centro, de espaldas al crepitante hogar. Los porteadores holitas descansaban en una cuadra cercana. La conversación se interrumpió al hacer su entrada tres monjes ataviados con negras túnicas de lana de yak. Llevaban la cabeza cubierta con una capucha cosida a la misma túnica, lo que les ensombrecía la cara, aunque se podía apreciar que los tres tenían el cabello largo y eran de Raza tibetana, posiblemente lopas. Dos aparentaban ser muy jóvenes y fuertes, y eran de distinto sexo: un yogui y una yoguini, Iniciados en Artes Marciales, que se movían con gracia felina. El tercero, un anciano de edad indefinida, dirigió unas palabras a Von Grossen en bodskad de Jam.

      El SS. Standartenführer se apresuró a presentarlo:

      Kameraden: frente a Uds. el Guru Visaraga, jefe de este Monasterio, junto a sus dos principales sadhakas.

      Saludaron con una inclinación de cabeza, a la que respondimos absurdamente mediante la venia nazi.

      –A pesar de ser los anfitriones –aclaró Von Grossen– solicitan permiso para permanecer a nuestro lado. Les he contestado afirmativamente, pues son gente de absoluta confianza. Prosigamos, entonces, tratando nuestros negocios.

      Los monjes tomaron asiento y Von Grossen continuó tranquilamente hablando en alemán. Y durante el tiempo que duró la conversación, pude comprobar con desagrado que no me quitaban los ojos de encima, como si algo en mi aspecto atrajese irresistible-mente su atención y los hubiese hipnotizado.

      –Como les decía –explicó Von Grossen– estos monjes ­constituyen una Sociedad Secreta conocida como “Círculo Kâula”. Su Sabiduría es el Kula, el tantrismo “de la mano izquierda”, un sistema de yoga que permite trasmutar y aprovechar la energía sexual, pero que requiere la participación física de la mujer. De allí la población mixta que a Ud. le ha sorprendido, Von Sübermann. Los kâulikas son temidos en el Tíbet pues se los considera “Magos Negros”, pero a mi modo de ver lo único negro que tienen es la túnica. Bromas aparte, es evidente que tal calificación procede de sus más enconados enemigos, los miembros de la Fraternidad Blanca, una misteriosa organización que está atrás del Budismo y de otras religiones, y que es muy poderosa en estas regiones: es por oposición y contraste a la “blanca” Fraternidad que los kâulikas son llamados “negros”, ya que ellos son ascetas de elevada moral. Todos los hombres y mujeres que Ud. ha visto aquí son sadhakas vamacharis [37].

      Los Iniciados e Iniciadas en el Camino del Kula realizan periódicamente un Ritual denominado “de los Cinco Desafíos”, en el que practican “cinco actos prohibidos a los Maestros de la Kâlachakra”, lo que explica por qué son ­odiados por los Gurúes de Shambalá. Vulgarmente, el Ritual secreto es conocido también como “Pankamakâra” o “de las cinco M”, porque con esa letra comienzan los cinco nombres de las “cosas prohibidas”: madya, vino; mâmsa, carne; matsya, pescado; mudrâ, cereales; maithuna, acto sexual. Según sus enemigos budistas, por practicar este Ritual los kâulikas se sitúan en el vâmo mârga, o “Camino de la Izquierda”, el sendero de los Kshatriyas, que conduce a la Guerra y no a la Paz, a Agartha y no a Shambalá, a la unificación absoluta de Sí-Mismo y no a la aniquilación nirvánica del Yo identificado con El Uno Parabrahman. Lo cierto es que por medio de técnicas secretas de su Tantra sexual, los kâulikas desarrollan increíble poder sobre la naturaleza animal del cuerpo humano e, incluso, consiguen obtener la liberación espiritual.

      Resumiendo, Von Sübermann, los kâulikas son yoguis perfectos, Iniciados capaces de alcanzar en el éxtasis del acto sexual el Infinito y la Eternidad del Espíritu, y de situar su núcleo de conciencia más allá de Mâyâ, la Ilusión de las formas materiales.

      Del taoísmo primitivo poco ha quedado, aunque formalmente, a fin de evitar persecuciones, los monjes se definen a sí mismos como “taoístas”, Religión más potable para los Príncipes budistas e hinduístas de los países vecinos. Pero en los shastras de Lao Tsé que se conservan en este Monasterio la palabra “Tao” ha sido sustituida por “Vruna”, vale decir, por Shakti, el Espíritu Eterno e Infinito del hombre. No olvide, Von Sübermann, que aquí estamos frente a una Sabiduría que proviene de una fuente distinta de Chang Shambalá, y por eso la Shakti significa “Espíritu Puro”, un concepto semejante a la “Gracia” de la teología occidental.

      Vruna es una antigua palabra indoaria que significa “Espíritu Eterno, Infinito e Increado”: de ella derivan los signos que representan tales sentidos, es decir, las Runas, reveladas a los arios por Wothan; también el Dios Varuna registra la misma raíz. Empero, y de acuerdo a las más remotas tradiciones de la Raza Blanca, la misma “Vruna” procede a su vez de la palabra atlante Vril, que tenía idéntico significado. Ya ve, Von Sübermann, que el “Vril” propuesto en Alemania como ideal espiritual del Caballero Iniciado SS., es un estado representado aquí por Vruna, el poder tántrico de situarse más allá de Kula y Akula, y como el aunténtico Tao espiritual está más allá de Ying y Yang. Para el hombre espiritual, el Vril como Vruna reviste siempre la forma de una Diosa Antigua, una Shakti Divina, que no es otra más que la imagen olvidada de la Pareja del Origen. Los kâulikas creen que una vez alcanzada la Vruna, lo que sólo se consigue luego de pasar por la muerte ritual, el Espíritu libre se encuentra frente a la Verdad del Origen, se reencuentra con su pareja original, y se consuman las Bodas del Espíritu, luego de las cuales se recupera la Eternidad. El kâulika, vivo o muerto, experimenta desde entonces un Amor helado que no es de este Universo y queda reintegrado a una Raza de Dioses Vrúnicos, Señores del Vril.

      En síntesis, aquí los kâulikas siguen el Sendero Kula, que comienza en la mujer de carne y termina en la Pareja Original, en lo profundo de Sí Mismo: al final de ese peligroso camino, el kâulika, enfrentado definitivamente con la Verdad, corridos los velos de todos los Misterios, es Shiva, el Destructor de la Ilusión, el Guerrero por excelencia. Para nosotros, Von Sübermann, Shiva es Lúcifer, es Caín, es Hermes, es Mercurio, es Wothan: para nosotros, Shiva es el prototipo del Caballero d.

 

      El Guru Visaraga y sus sadhakas continuaban observándome con delectación. El extraordinario informe brindado por Karl Von Grossen me acababa de revelar por qué había sido elegido para presidir aquella operación: a sus dotes y conocimientos militares, el Standartenführer sumaba una gran comprensión de las costumbres y creencias religiosas del Asia. Decidí hacerle una pregunta concreta, sobre el objetivo principal de la misión.

      –Mucho le agradezco sus valiosos datos –dije– pero hay algo que me preocupa des-de que arribamos. Entonces Ud. dijo: “creí que no llegarían a tiempo”. ¿De qué tiempo disponemos, Herr Von Grossen?

      –Poco, muy poco, Von Sübermann. Pero será suficiente, si partimos cuanto antes y redoblamos la marcha, para alcanzar a Schaeffer antes del lago Kyaring ¿Está Ud. enterado que allí será entregado a una secta de fanáticos asesinos uno de los integrantes de la expedición, el oficial Oskar Feil?

      –Sí –respondí–. Fui informado en Berlín. Lo que me intriga es cómo ha podido saberlo Ud., de qué medios se vale para conocer en todo momento la ubicación de la expedición de Schaeffer.

      –No es ningún secreto, ni se trata de ningún procedimiento misterioso o sobrenatural: es espionaje liso y llano; el caso más clásico de espionaje que ha estudiado en el Curso de Seguridad. Como Ud. ya sabe, desde que la Operación Altwesten se gestó en Alemania, fue infiltrada por el S.D.: tenemos allí dos hombres del Servicio Secreto que no han despertado sospecha alguna en el desconfiado Ernst Schaeffer. Sin embargo, ellos nada hubiesen podido hacer si no contásemos a nuestro favor con el apoyo del Círculo Kâula, cuyos tentáculos se extienden por todo el Tíbet. Son los fieles kâulikas quienes transportan los mensajes de nuestros espías a través del Himalaya y nos facilitan permanente-mente la localización de la expedición. Ya le dije, Von Sübermann, que en estos países los kâulikas son muy temidos, y su fama favorece la colaboración de los supersticiosos pobladores. Fama que, en este sentido, ellos no ­desmerecen en absoluto, pues más que ascetas son monjes guerreros y los traidores pueden estar seguros de que tarde o temprano morirán en sus manos. Así, pues, una vasta red de espionaje se ha tendido en torno de nuestro objetivo.

      Conviene que sepa, Von Sübermann, que el Dharma Rajá, el Jefe espiritual de todo el país de Bután, es secreto partidario del Círculo Kâula y por eso ha destinado el Palacio contiguo como Residencia de Invierno. Odia intensamente a los ingleses, a los que considera “representantes de los Demonios”, y ha ordenado que se nos preste la mayor ayuda posible mientras permanezcamos en su País. El segundo hombre importante es el Deb Rajá, a quien se ha encargado de la Administración y los asuntos de Estado, por lo que de-be permanecer en Punakha y soportar a los ingleses, a los que odia tanto como el Dharma Rajá. De todos modos, nosotros contamos con salvoconductos oficiales que nos permitirán llegar al Tíbet y aún movernos en ese país, presentándonos como funcionarios y comerciantes al servicio del Rajá.

      –De acuerdo a lo dicho –prosiguió Von Grossen– disponemos de muy poco tiempo. Deberíamos partir mañana mismo si fuese posible. Ernst Schaeffer ha salido de Lhasa hace tres semanas, siguiendo la ruta hacia Chamdo, pero su marcha es lenta pues no desea que algún malentendido malogre su visita a Chang Shambalá: sabe que sus movimientos son permanentemente vigilados desde la Torre Kampala. Su cautela se torna más comprensible, también, si se considera que debió permanecer un año en Lhasa, en el Palacio del Dalai Lama, hasta que recibió la autorización para acercarse a Chang Shambalá: debe todavía atravesar el Cancel y persuadir a sus Guardianes de que, en efecto, cuentan con el aval de los Maestros. Se comprende, entonces, que trate de evitar errores y se aproxime lentamente a su infernal destino.

      Por nuestra parte, debemos partir lo antes posible pues se acerca el Invierno y pronto los pasos del Himalaya se convertirán en glaciares. Empero, una vez en el Tíbet, nos apartaremos de la ruta comercial tomada por Schaeffer y adelantaremos jornadas hasta darle alcance.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo XXII

 

 

 

Karl Von Grossen tenía todo previsto para ­salir de inmediato cuando nosotros llegásemos. No obstante, pese a los esfuerzos, no se podría iniciar la marcha hasta dos días después. El día siguiente a nuestra llegada lo pasé, pues, entretenido en recorrer el Monasterio y examinar la maravillosa obra escultórica de la Pagoda. Allí me ocurrió un simpático hecho que, asombrosamente, te ha afectado a ti, neffe Arturo, más de cuarenta años después...

      Al penetrar en la nave de la ciclópea roca tallada, me vi rodeado de improviso por un grupo de monjes kâulikas. Hasta ese momento habían estado entonando un mantram frente a una gigantesca estatua de Shiva danzando sobre el Dragón Yah: al notar mi presencia fueron silenciando poco a poco sus bijas y luego, al igual que los árabes que me secuestraron en El Cairo, se precipitaron como hechizados junto a mí. Mas entonces Yo estaba prevenido pues largos años había pasado en los Ordensburg y en la Orden Negra bajo la instrucción de Konrad Tarstein para ignorar lo que les sucedía a aquellos Iniciados. Era el Signo del Origen, el Signo invisible para mí que en los kâulikas causaba el efecto carismático de elevarlos espiritualmente hacia el Origen de Sí Mismo: por eso ellos deseaban situarse cerca mío, contemplarme, sostener la percepción de lo Increado. Nada más que eso querían y por eso Yo permanecí inmutable en el sitio, mientras aquellos Iniciados se ausentaban de la irrealidad del Mundo y accedían a la Realidad del Espíritu.

      Así permanecimos un rato, en absoluto silencio: una nueva corte de estatuas para aquel gélido panteón. Yo comprendía su lengua y había intentado hablarles, pero fue inútil pues en su estado místico consideraban casi un sacrilegio dirigirme la palabra. Luego de un tiempo prudencial comencé a pensar la forma de librarme de ellos, cuando advertí que se acercaba, inusualmente sonriente, el Guru Visaraga. Todos los monjes se apartaron a su paso y él, tomándome del brazo izquierdo, me sacó de tan difícil situación. Lentamente me condujo al patio, seguido a regular distancia por los alucinados monjes.

      En el patio lo aguardaban los sadhakas que vimos la noche anterior, soportando cada uno la rienda de un enorme mastín. Llevaban correa al cuello, sin bozal, de donde se sujetaba la mencionada rienda, y sin embargo no proferían ni un ladrido: mudos, silenciosos como los monjes que me rodeaban, aquellos terribles canes me observaban sin pestañear.

      Entonces el Guru Visaraga habló. Y sus palabras aún resuenan en mis oídos con extraña nitidez.

      –Oh Djowo: Vos sois para nosotros un Shivatulku, es decir, una manifestación de Shiva. Estos perros que veis aquí, son un obsequio de nuestra comunidad para quien exhibe tan claramente el Signo de Bhairava: la hembra se llama “Kula”, y el macho “Akula”.

      Era el último regalo que hubiese esperado recibir de los kâulikas. Iba a protestar pero el Guru no admitía réplica: –¡Vielen dank! dije solamente.

      –Vuestro compañero Von Grossen, que compartió varios meses nuestra mesa, nos ha confiado que los Iniciados de la SS. sois capaces de detener a un mastín enfurecido por medio de un grito.

      Asentí con un gesto:

      –En efecto –dije–. Todo Iniciado SS. debe demostrar que es capaz de imponer el Señorío del Espíritu sobre todas las criaturas animales de la tierra, por más salvajes que sean.

      –Ah –suspiró el Guru–. Nos resulta difícil imaginar vuestro mundo así como a vosotros se Os torna casi imposible representar el nuestro. Más que las Razas, nos separa un Universo de Símbolos, un Muro de Ilusión plantado por el Gran Engañador. Vosotros a menudo os conformáis con palabras vacías, vale decir, os contentáis con palabras que re-presentan ideas, ideas que tienen poco peso en la realidad, ideas que son tan ilusorias como las restantes formas de Maya. El Signo que vos portáis os hace distinto al resto de los mortales. Sin embargo ni vos, ni vuestros Gurúes, sabéis cómo demostrar esa supremacía. Pues bien, con esta simple pareja de dogos, Oh Bhattaraka, vos haréis lo que nadie, salvo que porte también el Signo de Shiva, es capaz de hacer en este Mundo: Os revelaremos un Kilkor [38] que os permitirá comandar mentalmente a ambos mastines a la vez.

      Lo de dirigir a un perro con la mente sería efectivamente increíble para cualquier mentalidad racionalista, mas Yo lo consideraba posible y lo tomaba con naturalidad; lo que me resultaba incomprensible era aquello de controlar a “ambos mastines a la vez”. El Guru Visaraga, que continuaba explicando las características del siniestro regalo, no tardó en aclarar todas mis dudas.

      –No os dejéis engañar por su aspecto fiero –afirmó con vehemencia–. No son animales comunes sino una pareja especialísima de perros daivas [39], balanceados en nuestro Monasterio gracias a fórmulas antiquísimas que posee el Círculo Kâula: los perros daivas son manifestaciones de la pareja arquetípica de perros celestes; cada uno es el exacto reflejo del otro, y ambos emanan perfectamente del Perro del Cielo; incluso sus cuerpos etéricos pertenecen a la misma Alma Grupal. Son como pares de principios opuestos manifestados y, normalmente, uno neutralizaría al otro sin remedio. Durante una guerra muy antigua, quizás anterior a la que narra el Mahabarata, los Gurúes entrenaban a los perros daivas como arma, para que atacasen en pareja y no pudiesen ser detenidos por los enemigos de varna inferior: sólo los Kshatriyas, los Héroes espirituales, los que por su Sangre Pura se encontraban “más allá” de los principios opuestos Kula y Akula, lograban detener a los perros daivas. ¡Es lo que vos, que ostentáis el Signo de Shiva, podéis hacer hoy con Kula y Akula!

      Ya veis –concluyó el Guru– que aunque vuestro poder de detener a un mastín enfurecido mediante voces de mando os pueda parecer una hazaña inimitable, y tal vez lo sea en Occidente, nada podríais hacer contra una pareja de perros daivas. Desde luego, hablo de los Iniciados SS. en general. Porque vos, Dulce Peregrino, sois distinto a todos, poseéis el antiguo Tao, la quietud activa de Shiva meditando: ¡Vos podéis dominar a los perros daivas con la mente porque Vuestro Espíritu está más allá de Kula y Akula!

 

 

      Imagínate, neffe Arturo, ocho varas con un trisula o tridente en cada extremo, es decir, ocho varas y dieciséis tridentes, dispuestas paralelamente una junto a otra y sepa-radas por pequeñas distancias. Imagínate luego otro conjunto igual, pero con las varas ordenadas perpendicularmente a las anteriores. Aplica finalmente un conjunto sobre otro para formar una rejilla, y obtendrás la forma básica del Yantra que me enseñó el Guru Visaraga: una reja cuadrangular con ocho tridentes de lado y cuarenta y nueve cuadrados interiores.

      Después de la explicación referida, el Guru, siempre acompañado por la pareja de sadhakas y los feroces canes, me condujo a una estancia iluminada por cientos de velas y cuyo piso no estaba pavimentado en modo alguno. De una de las múltiples repisas cubiertas de velas, tomó unas bolsas llenas de fina arenilla de colores varios y, con singular maestría, las fue derramando en el suelo hasta formar el Kilkor descripto.

      Me preguntó si sería capaz de recordarlo. Asentí con un gesto y entonces dijo:

      –Hijo de Shiva: no os sorprendáis porque conozcamos vuestros secretos, porque sepamos sobre vos más de lo que vos mismo aprehendéis. Vos procedéis de un país lejano, muchísimo más distante que el Assam Kâmarupa que a nosotros nos parece muy apartado, pero tenéis bastante en común con los kâulikas: sois de nuestra misma Raza y varna, sois un Kshatriya; lucháis en nuestro mismo bando contra idéntico Enemigo; estáis Inicia-do en la misma antigua Sabiduría de Shiva, el Señor de la Guerra y la Destrucción de Maya, la Sabiduría que fundamenta el Tantra Kâula. Y, para nosotros, que somos Iniciados en el Tantra Kâula, vos sois un Tulku de Shiva, como os llamé hace un momento. ¿Sabéis qué es un Tulku?

      –Creo que sí: –respondí sin demasiada convicción– la reencarnación de un Dios.

      –¡No! –negó con firmeza el Guru Visaraga, aunque sonreía compasivamente–. Debéis decir, en todo caso: una de las reencarnaciones simultáneas de un Dios. De acuerdo con la Doctrina tántrica, cuando un  Dios, en determinada Epoca, decide revelarse a los hombres, puede hacerlo, y generalmente lo hace, en una multitud de manifestaciones físicas: el Dios posee entonces una pluralidad de cuerpos, existe como hombre simultáneamente en distintos lugares y circunstancias. Esos hombres, como vos, expresan las señales del Dios pero a veces ignoran que son Tulkus.

      Hay, pues, varios Tulkus al mismo tiempo. Nuestro Tíbet, siempre fue rico en Tulkus debido a la espiritualidad elevada de los arios y de otras Razas que dominaban igualmente la antigua Sabiduría; nosotros somos quizás los únicos Iniciados en el Mundo que sabemos leer las señales de los Tulkus. Pero ahora, al final de la Era de Kâly, los Dioses se han trasladado a los países de la región que vos provenís y a otros que se hallan tras los océanos tenebrosos. Vuestra patria, Alemania, donde se han reunido hoy en día los descendientes más fuertes del tronco racial común, es uno de los últimos escenarios terrestres en que los Tulkus representarán el Drama de la Guerra de los Cielos. ¡Vos, sois un Tulku de Shiva! No es casual que estéis cumpliendo esta misión ni que nosotros os ayudemos: son los otros Tulkus, que conviven con vos en vuestra Nación, quienes con gran Sabiduría os han enviado a bloquear el paso de los Asuras de Shambalá.

      Y porque os reconocemos como Tulku es que os vamos a dar la dîkshâ en el Kilkor svadi[40].

     

 

      Puedes suponer, neffe, las dudas que me causaban las creencias de los kâulikas. ¿Yo un Tulku? La verdad era que Yo me sentía la manifestación de un único Espíritu, pero de ningún modo podía afirmar o negar que fuese también su única manifestación. Jamás se me había ocurrido pensar en tan inquietante posibilidad pero, de hecho, en ese momento no creía en ella. Aunque no me hubiese disgustado, por ejemplo, participar como Tulku de la esencia del Führer y compartir de esa forma su Destino de Gloria.

      El Guru me ofreció una copa construida con un cráneo humano, artísticamente revestida en su interior con láminas de plata y tachonado de esmeraldas, que se hallaba rebosante de un desagradable brebaje. Contenía nang tcheud, la versión tántrica del soma, amrita o hidromiel, vale decir, el elixir de los Rituales de Iniciación, la bebida de los Dioses (Siddhas) o semidioses (viryas); el nang tcheud se emplea principalmente, en el Ritual de los Cinco Desafíos, pues se halla elaborado con las cinco “cosas prohibidas”: cinco clases de carne, inclusive humana; cinco peces; cinco cereales; cinco vinos; y cinco substancias vinculadas al sexo, tales como orín, semen, sangre, heces, y médula.

      Lo bebí con evidente desconfianza y el Guru Visaraga, tal vez para tranquilizarme, se extendió un poco más en su explicación:

      –Existen muchas clases de Kilkor: de Muerte, de Liberación, de Encantamiento, de Poder, etc. Y todos requieren la maestría en el Mantram Yoga y la perfección en la pronunciación de las fórmulas mágicas que los vivifican. Por eso hay tres grados o formas de afirmar las palabras de poder o bijas: la japa vâchika, que consiste en gritar los bijas, como órdenes acústicas, al modo de vuestras “voces de mando” militares; ésta es la más baja de las japas y es la que utiliza la SS. para dominar a los mastines; la japa[41] upâmshu, que exige expresar los bijas sin gritar ni hablar, como órdenes astrales; y por último, la más elevada de las japas es la manasâ, cuyo efecto no es causal sino sin-cronístico, es decir, que hace coincidir carismáticamente los bijas con el hecho que se quiere afectar, como órdenes increadas. Como los palos del I-Ching forman un significado increado que revela o descubre los designios de los Dioses, un significado no querido por los Dioses, un significado que no estaba en el destino, un significado que emerge por coincidencia acausal entre lo Superior Desconocido y lo Inferior Conocido, un significado arrancado por la fuerza de los Hombres Magos a los Dioses Traidores, del mismo modo la japa manasâ actúa por la sola determinación de los Iniciados, de aquellos que están mas allá de Kula y Akula.

      Debéis saber, Oh Shivatulku, que sólo los grandes Iniciados son capaces de adquirir maestría en la japa upâmshu, la de segundo nivel. Ellos son los que poseen el poder de tulpa, o mudratulpa, la capacidad de conceder realidad a las ideas ordenadas y hacerlas surgir en el Mundo: con el Kilkor adecuado y la correcta japa upâmshu, es posible hacer aparecer toda clase de objetos materiales o de producir infinidad de fenómenos. Aquí mismo, estos perros daivas que véis, son sólo tulpas creados por nosotros para de-mostrar vuestro poder de Tulku.

      –En efecto, no os asombréis; hemos creado mentalmente los dogos para que vos pongáis en práctica la japa superior, la japa manasâ, que es virtud particular sólo de los Siddhas o viryas y que los Tulku poseen naturalmente. Los perros daivas producto del tulpamudra son efectivamente reales, pero sólo vos, Oh Shivatulku, los podéis gobernar con las japas del Kilkor svadi. Los kâulikas requieren una peligrosa dîkshâ y sólo alcanzan a expresar la japa upâmshu, pero vos, que sois virya, sólo necesitáis que os transmitamos el Poder viryayojanâ que permite “dar vida” a las proyecciones menta-les tulpa, el angkur de la japa manasâ. Vos no sois un kâulika, pero sois un tântrika; y ya tenéis la potestad de la japa manasâ.

 

      A continuación, procedió a suministrarme la clave de los 49 bijas que iban en los correspondientes sectores del Kilkor.

      El procedimiento “mágico” de control era el siguiente: Yo debía imaginar la reja del Kilkor y situar en cada cuadrado un  bija o palabra de poder; y cada bija era una orden que los perros obedecerían automáticamente: un bija significaba ¡silencio!, otro ¡avanzar!, otro ¡detenerse!, otro ¡atacar!, etc., etc., hasta completar cuarenta y nueve.

      Pese a mi escepticismo inicial, y para alegría de los monjes, pude comprobar que el sistema era ciertamente infalible: una vez que hube memorizado el Yantra, los perros se convirtieron en una extensión de mi propia mente y bastaba la más leve insinuación de los bijas para que obedeciesen sin chistar, o, mejor dicho, sin ladrar.

      Como aquel efecto era lógicamente sorprendente, no pude evitar interrogar al Guru sobre el modo en que el control mental se hacía efectivo.

      –Para nosotros es muy simple –aclaró–. Hemos plasmado un Kilkor semejante a éste en el cuerpo sutil de cada perro y hemos establecido una correspondencia analógica entre cada bija y ciertas funciones vitales o motrices de ambos animales. Si esto se hiciese con un solo animal, de cualquier especie, el Guru o el Iniciado kâulika podría dominarlo sin obstáculos. Pero, como os dije antes, la pareja de perros daivas es diferente: ellos participan de un único Arquetipo perro y ambos están normalmente equilibrados; si la orden mental se emite “por debajo” del Plano arquetípico, uno neutra-liza al otro y carece de efecto; sólo quien es capaz de pensar “por arriba” del Plano arquetípico, más allá del Arquetipo Creado por los Dioses de la Materia, sobre la dualidad relativa de lo manifestado y la unidad absoluta de lo inmanifestado, puede hacer prevalecer su voluntad en la acción de los perros daivas. ¡No lo olvidéis nunca: ni un Maestro de la Jerarquía ni nadie cuyo pensamiento se componga de principios opuestos, podrá detener a los perros daivas!

 

      Kula y Akula, neffe Arturo, eran los tatarabuelos de Ying y Yang, los dogos que te atacaron cuando ingresaste de manera tan furtiva en la finca y Yo te tomé por enemigo. Igual que sus antepasados, estos obedecen las órdenes mentales del Yantra y se mueven ambos a la vez, perfectamente sincronizados.

 

 

 

 

Capítulo XXIII

 

 

 

Esa mañana el Dr. Palacios me quitó la escayola. El brazo estaba curado pero aún subsistía una horrible sensación de debilidad que me recordó la terrible eficacia de los perros tibetanos. Los últimos relatos de tío Kurt iban aclarando todo... al tiempo que me sumían en un Misterio mayor. Su Iniciación, la misión en el Tíbet, el Poder del Signo del Origen, el increible parentesco de su Instructor Konrad Tarstein con Belicena Villca, y el asunto de los dogos. Sí, todo se iba aclarando, pero al mismo tiempo crecía el Misterio de mi propia existencia. A cada instante se iban incorporando nuevos elementos al contexto de mi vida: parientes desconocidos, países remo-tos, Doctrinas ignotas, enemigos implacables. Pero ¿qué era Yo? De una cosa estaba ahora seguro: jamás había tenido la más mínima chance de escapar de la historia, jamás había sido libre de elegir mi Destino, jamás dispuse de una pizca de albedrío. Todo fue ilusión, todo una farsa. Me sentía jugado, como un trebejo de ajedrez, por seres inhumanos que evidentemente conocían las reglas del juego y la posición de las piezas: el tablero era el Misterio, que apenas vislumbraba, pero que no podría abarcar por estar inserto en él.

      Comprendía que tenía que sacarme esas ideas pesimistas del cerebro para no enloquecer. Y paradójicamente, cuando tío Kurt no me hacía partícipe de su narración, me entretenía observando a los perros daivas, a los que ya no temía: aguardaba, eso sí, que tío Kurt cumpliese su promesa de revelarme los bijas del Yantra. Según él, Yo también podría controlarlos con la mente.

 

 

 

 

Capítulo XXIV

 

 

 

A  todo esto –prosiguió tío Kurt esa tarde– se habían pasado los tres días y un helado ­amanecer nos vio salir del Monasterio rumbo al Tíbet. La caravana se componía ahora por los cinco oficiales SS., cinco de los porteadores holitas de Dacca, que aceptaron el porte hacia el Tíbet, y diez lopas kâulikas, expertos en Artes Marciales y Magia Tántrica. La travesía del Himalaya se hizo por un paso sólo conocido por los monjes, que evitaba toda población hasta bien entrado en el valle de Gangri pero que subía a más de 5.000 mts. y pasaba junto a la ladera del Kula Gangri, majestuoso pico de 7.600 mts.

      Ya en la meseta del Tíbet, el país de Pey-Yul, debíamos marchar en derechura hacia el Norte; el plan de Von Grossen parecía descabellado en principio, aunque bien mirado no lo era; y de hecho produjo los resultados esperados. Consistía en alcanzar las orillas del Brahmaputra, que en el valle de Gangri corre paralelo al Himalaya, de Oeste a Este, y embarcarnos en balsa para navegar en su furiosa corriente: el punto indicado para descender (si es que no naufragábamos antes) sería en los 30º de lat. N. y 95º de long. E. donde el río “Hijo de Brahma” tuerce violentamente su curso rumbo al Sur y se dirige a los valles de Bengala. Con semejante procedimiento táctico recuperaríamos parte del tiempo que nos aventajaba la expedición de Ernst Schaeffer.

      Según la información que disponía Von Grossen, Schae­ffer y sus hombres circulaban por el camino YungLam, el cual terminaba su recorrido de 2.000 km. en China y sólo se permitía su uso al correo o a los funcionarios oficiales del Tíbet; los comerciantes, en cambio, utilizaban el camino Chang-Lam. Pero la operación de Schaeffer, avalada por el Dalai Lama, era casi una misión oficial. Sin embargo, el tránsito por aquella senda no sería fácil pues, antes de llegar al lago Kyaring, asiento del Cancel de Shambalá, se debían salvar decenas de obstáculos; para que te formes una idea, neffe Arturo, de lo accidentadas que eran aquellas vías de comunicación, te diré que en sólo 600 km. de su trayecto, desde Lhasa a Chamdo, el camino Chang-Lam franqueaba más de cuarenta cordilleras, por pa-sos que se elevaban entre 3.000 y 5.500 mts.; y eso sin contar los innumerables torrentes y ríos, a menudo carentes de puente, que corrían briosamente por los valles interme­dios.

      En Chamdo, la caravana de Schaeffer se apartaría del camino oficial y tomaría una senda de lamas peregrinos, abierta paralelamente a la orilla derecha del río Mekong, que transportaría a los viajeros directamente al lago Kyaring. Una vez allí se dirigirían hacia el Monasterio, o Gompa, de los lamas del Bonete Kurkuma, de la tribu duskha, Guardianes del Cancel de Shambalá. Ese Monasterio, conocido desde la Antigüedad como “Ashram Jafran” y que nosotros incendiamos, se hallaba tras la muralla de la ciudad de los duskhas, un pueblo de Raza tibetana famoso por la variedad de azafrán, o kurkuma, que cultivaban, del cual extraían una droga narcótica de uso Ritual y una tintura con la que teñían los bonetes o tiaras de sus lamas. Si todo salía bien, vale decir, luego que éstos hubiesen aceptado la Víctima Necesaria y abierto el Cancel, la expedición proseguiría viaje hasta las inmediaciones del lago Kuku-Noor, donde existe uno de los extremos meridionales de la Gran Muralla China y también, o justamente por eso, una de las Puertas de Chang Shambalá. Nuestra estrategia, por supuesto, exigía que diésemos alcance a Ernst Schaeffer antes de su arribo al Ashram Jafran pues, de lo contrario, habríamos perdido irremediablemente a Oskar Feil.

 

      De todos modos, la operación que íbamos a realizar había sido estudiada minuciosamente por Von Grossen y Schmidt, y, aunque la ansiedad por socorrer a Oskar me colmaba de impaciencia, no tenía otra alternativa más que confiar en que ellos estuviesen en lo cierto. Así, mientras la expedición de Schaeffer se encaminaba hacia las mesetas escalonadas del Este del Tíbet, cruzadas por decenas de cordilleras que se extendían de Norte a Sur y otros tantos valles eslabonados, nosotros avanzábamos a velocidad máxima por la llanura del valle de Gangri rumbo al Norte, procurando llegar lo antes posible al río Yaru-Zang-Bo o Alto Brahmaputra. Por ese río sólo navegaríamos cuatrocientos kilómetros pero, de acuerdo a la apreciación de Von Grossen, en cuatro o cinco días recorreríamos una distancia que, por tierra, por el camino Yung-Lam, exigía un tiempo cinco veces mayor.

      En un punto prefijado de la costa nos aguardaban dos balsas de firme construcción, aptas para transportar cada una a 10 personas y una tonelada de carga: más que suficiente para cubrir nuestras necesidades. Los kâulikas se habían encargado de contratarlas y el precio fue alto, pues hubo que pagarles el viaje hasta Sadiga y el costo de los remolca-dores que las traerían nuevamente hasta el Alto Brahmaputra.

      Los diestros barqueros, estimulados por la promesa de una remuneración extra, o atemorizados por la peligrosidad de los monjes kâulikas, conducían diestramente las balsas por el centro del canal, aprovechando al máximo la velocidad del río. Y en tanto la caudalosa corriente me acercaba aceleradamente al objetivo de la misión, Yo contemplaba admirado uno de los paisajes más extrordina­rios de la Tierra, sólo comparable, en una medida menor, a la meseta de Tiahuanaco en América. Porque aquel río “Hijo de Brahma”, que surcaba longitudinalmente un frío valle situado a 4.000 mts. de altura, tenía sus orillas custodiadas por dos cordilleras tan célebres por la elevación de sus montañas como por la de los conceptos que merecía a las Religiones más antiguas de la Humanidad: a la derecha se extendía el Himalaya, en cuyo sistema afirma la tradición asiática que se encuentra el Monte Meru, el Olimpo de los indos; y a la izquierda se alzaban los montes Gangri, cordillera que culmina al Oeste con el monte Kailas, la Morada de Shiva.

      Una semana después nos encaminábamos hacia Yushu, en el N.O., tratando de acelerar las jornadas mediante la adquisición de yaks, pues existía un itinerario de pasos y abras que permitía avanzar con tales animales. Luego de recorrer una serie ininterrumpida de pequeños valles, atravesar numerosas cadenas montañosas, cruzar el caudaloso río Saluen y muchos otros torrentes menores, llegamos un día a las orillas del Mekong, a unos 80 km. de Chamdo. A esa altura los kâulikas ya habían averiguado que la expedición de Schaeffer nos aventajaba en sólo quince días: poco tiempo para aquellas latitudes donde la duración de los viajes se medía en meses; mucho si se trataba de salvar la vida de Oskar Feil.

      Felizmente el buen tiempo nos acompañó durante todo el trayecto y se mantendría así hasta el final. Pasamos a la orilla derecha del Mekong y tomamos el Camino de los Lamas, con la esperanza de acortar la distancia que nos separaba de Schaeffer marchando más rápido que su columna y deteniéndonos lo indispensable para descansar. De todos modos, el progreso fue lento hasta la exasperación, pues el famoso “Camino” consistía en una angosta y elevada calzada que apenas dejaba pasar a los yaks, a los que a menudo teníamos que descargar. En algún lugar de esa senda, a más de 4.000 mts. de altura, cruzamos la frontera china. Al fin llegamos a Yushu, comprobando que el otro grupo de occidentales había abandonado la ciudad diez días antes. La noticia, en lugar de alegrarnos por el tiempo ganado, nos desesperó, debido a que aquella ciudad era un punto incluido en el camino Chang-Lam, por el cual se canalizaba la mayor parte del comercio del Tíbet con China y por el que se podía transitar con bastante rapidez.

 

      Desde el año anterior, Julio de 1937, China padecía la invasión de los japoneses, que ya dominaban Corea y Formosa desde la guerra con Rusia de 1905. En esos días de fines de 1938, Japón había conquistado la Manchuria y toda la costa meridional, amenazando extenderse hacia el interior: Cantón, Nanking, Shanghái, Pekin, etc., habían caído en su poder; con un formidable movimiento de pinzas procuraban ahora ocupar la enorme franja entre los ríos Yang Tse Kiang y Hoang-Ho, es decir, entre los ríos Azul y Amarillo. En el país reinaba la descomposición social, y, en las regiones que los japoneses aún no controlaban, había estallado con singular violencia la guerra civil.

      Yushu, situada en la frontera occidental, estaba lejos de los japoneses, pero no de la guerra civil. En la ciudad ­existía bastante agitación y de ningún modo convenía hacernos ver demasiado, por lo que permanecimos ocultos en la casa de una familia kâulika. Ellos fueron quienes nos proporcionaron la información sobre los diez días de delantera que nos llevaba la expedición alemana.

 

      Sería imposible alcanzarlos viajando en caravana como hasta entonces. Según Von Grossen, sólo nos quedaba una alternativa: separarnos de la carga, y adelantarnos a caballo; el avance lo realizaríamos los cinco alemanes y ocho monjes, en tanto que dos lopas se quedarían para custodiar a los cinco holitas, a los perros daivas, a los yaks con su carga, y a los recientemente incorporados zhos, que son los machos híbridos producto de la cruza del yak con la vaca. Siguiendo esta variante del plan, los kâulikas adquirieron los ejemplares de más talla que lograron conseguir de los pequeños caballos tibetanos, y cada uno tomó los mínimos víveres para diez días, puesto que en aquel camino de comerciantes se alternaban con frecuencia las aldeas y postas de descanso y aprovisionamiento. El mayor peso que debíamos transportar correspondía a las armas, para las que destinamos dos caballos.

      Ese mismo día salimos de Yushu, habiendo dormido por turnos sólo unas pocas horas. Al día siguiente vadeamos el Yang Tse Kiang o Río Azul y dimos con la mejor carretera tras cuarenta días de viaje, imprimiendo a los caballos, a partir de ese momento, considerable velocidad.

 

      Supongo que a un oficial experimentado como Karl Von Grossen no se le había escapado en Yushu que jamás alcanzaríamos a Schaeffer antes del lago Kyaring si éste nos llevaba diez días de ventaja. Indudablemente procuró complacer de la mejor manera posible mi deseo de rescatar con vida a Oskar Feil, quizás confiando secretamente en la probabilidad de que, por algún motivo imponderable, nuestros perseguidos se detuviesen más de la cuenta en algún punto de la ruta. Pero tal cosa no ocurrió y ellos conservaron la delantera el tiempo suficiente para arribar al Ashram Jafran, entregar a Oskar Feil, y partir nuevamente rumbo al lago Kuku Noor.

 

      Cuando el camino Chang-Lam cruza el Hoang-Ho, o Río Amarillo, que forma sucesivamente los lagos Kyaring y Ngoring, dista sólo unos 20 km. de la orilla Oeste del primero. Junto a ese puente encontramos a un hombre que llamó inmediatamente la atención de los monjes kâulikas: se trataba de uno de los espías que el Círculo Kâula había infiltrado en la expedición de Schaeffer y que acababa de fugar de una muerte segura a manos de los duskhas. Por él nos enteramos que los alemanes se habían ido del Ashram tres días antes, guiados por el Maestro Djual Khul, miembro jerárquico de la Fraternidad Blanca, quien los conduciría hasta la Puerta de Shambalá de Kuku Noor.

      De acuerdo al relato del valeroso tibetano, Ernst Schaeffer envió de avanzada a Oskar Feil, a fin de que explorase la región del Ashram Jafran. No bien hubo salido, fue capturado por los duskhas, que lo confinaron en un Templo dedicado al Culto de Rigden Jyepo, donde sería sacrificado recién cuatro días después, cuando la luna hiciese su transición al cuarto menguante. ¡Oskar aún se hallaba con vida! De forma inesperada disponíamos ahora de un precioso lapso de tiempo para estudiar el rescate.

      Naturalmente que todo había sido planeado por Schaeffer en combinación con los duskhas: para evitar el compromiso de entregar abiertamente a Oskar lo hizo caer en una infame trampa, de tal efecto que éste ignoraba, hasta el momento, que fuese traicionado por su Jefe. Pero no sería a Oskar a quien pretendía engañar Ernst Schaeffer, ya que moriría de todos modos, sino a algunos oficiales alemanes que evidentemente desconocían sus planes. ¡El canalla se aseguraba así una brillante coartada, ya que los mismos informarían a su regreso a Alemania que “el Kamerad Oskar Feil había desaparecido en acción”, en el curso de la Operación Altwesten !

      Esto fue lo que acortó la estadía de la expedición en el Ashram, pues Schaeffer no quería correr el riesgo de que los engañados fuesen a descubrir por casualidad que Oskar estaba prisionero de los duskhas. Precisamente, con la complicidad de los duskhas, que se prestaron hipócritamente a la farsa, dieciocho de sus Camaradas batieron palmo a palmo toda la zona durante dos días tratando de encontrarlo. Al parecer, sólo cuatro oficiales compartían los objetivos secretos de Schaeffer.

      La eficacia de aquel kâulica para espiar a Schaeffer procedía de que no era un mero porteador tibetano, aunque se desempeñara como tal por orden de sus Gurúes, sino un sudafricano de origen nepalés que comprendía perfectamente el inglés, el alemán, y el holandés. Su familia, de Raza gurka, es decir, indoaria, desertó durante la guerra de los boers y se refugió en territorios alemanes, huyendo finalmente a Bután después de 1918, cuando Alemania fue despojada de sus colonias. Tanto él, cuyo nombre era Bangi, como su hermano Gangi, fueron confiados de niños al cuidado de los monjes kâulikas, quienes los Iniciaron en el Tantra y finalmente los destacaron en Lhasa, como agentes secretos al servicio del Dharma Rajá de Bután. Allí lograron ser contratados por Schaeffer, que los tomó por sherpas, sin reparar en la diferencia de Raza. Pero ellos no eran sherpas sino dos guerreros gurkas que profesaban un odio medular hacia los ingleses y que aguardaban pacientemente alguna nueva guerra británica para alistarse en el bando contrario.

      Los espías lograron escuchar las exigencias que el traidor planteaba a los Lamas del Bonete Kurkuma y oyeron como el Maestro Djual Khul terciaba en su favor, conviniendo en atravesar cuanto antes el Cancel de Shambalá. También se enteraron de la existencia de “una ofrenda a Rigden Jyepo” propiciada por Ernst Schaeffer y comprendieron que Oskar Feil había sido entregado mediante una estratagema. En vistas que sus compañeros kâulikas no llegaban a tiempo para impedir el sacrificio, tratarían de ave­riguar dónde estaba el prisionero a fin de prestarle ayuda, cosa harto difícil en aquella aldea habitada por 2.000 duskhas y 500 Lamas.

      Ambos hermanos se entregaron a observar los alrededores del Monasterio con la mayor cautela, presumiendo con acierto que el prisionero habría sido encerrado en distinto sitio del que ocupaban los expedicionarios. En efecto, comprobaron que uno de los Templos exteriores, situado sobre un islote del lago Kyaring, estaba cerrado y custodiado por guardias armados.

      Comunicaron la novedad a los espías alemanes del S.D., solicitándoles apoyo para descubrir la maniobra y liberar a Oskar Feil. La respuesta de uno de ellos, respuesta típica de un agente secreto occidental, dejó sin aliento a los gurkas:

      –“Nosotros informamos a Alemania con meses de anticipación los planes que Schaeffer tenía para Oskar Feil, y las órdenes que recibimos fueron claras y terminantes, como ustedes bien lo saben: ‘aguardar refuerzos especiales que impedirán a Ernst Schaeffer concretar la Operación Altwesten. Firmado: Heydrich, Himmler, Hitler.’ Es decir que nada nos indicaron con respecto a Oskar Feil. Apreciamos mucho a nuestro Camarada y mucho sentimos su suerte, pero en casos semejantes el reglamento del Servicio Secreto impide actuar por iniciativa propia, pues ha sido establecido con absoluta precisión que la prioridad de nuestra misión es la Operación Altwesten. El rescate de Oskar Feil conspira contra la discreción que debemos mantener hasta el fin de la Operación Altwesten, además de contradecir expresas órdenes y constituír una acción suicida, tras la cual lo más probable es que sean tres en lugar de una las víctimas sacrificadas por estos salvajes. Nosotros, en síntesis, nada haremos y les solicitamos que procedan de la misma manera, pues aún falta mucho camino por recorrer y necesitamos la ayuda de ustedes para enviar la información a través del Tíbet”.

      Los gurkas aseguraron a satisfacción de los SS. que no intervendrían, pero al discutir el caso entre ellos concluyeron que las órdenes de los alemanes no los alcanzaban de la misma manera que los votos hechos a Shiva de combatir la traición y la cobardía. ¿Qué significaba la infracción a un frío reglamento burocrático frente a la ira de Shiva, que castigaba a los malos guerreros impidiéndoles el acceso a la Shakti Suprema? ¿Y acaso no habían jurado combatir a muerte a los miembros de la Fraternidad Blanca? Sus deberes de espías del Dharma Rajá, autorizados por el Círculo Kâula, los dispensaban de muchas obligaciones religiosas, pero permitir que se sacrificara una víctima humana en holocausto al jefe de la Fraternidad Blanca colmaba todas las medidas. Ningún Siddha podría justificar ese pecado y seguramente serían castigados en el Bhardo. No. Si para los alemanes la prioridad era llegar a la Puerta de Shambalá, la morada de los Demonios, para ellos la prioridad era el Kula, la manifestación de la Shakti Divina. Y el Kula se perdería si no actuaban como auténticos guerreros Akula. Se jugarían, pues, para auxiliar a Oskar Feil.

 

      La segunda y última noche que el grupo de Schaeffer pasaría en el Ashram Jafran, los gurkas decidieron actuar. Sin vacilar se hundieron en las heladas aguas del Lago Kyaring y nadando silenciosamente rodearon el islote para emerger en la parte trasera del Templo. Los centinelas nada habían notado. Rápidamente treparon hasta una claraboya en forma de estrella de seis puntas que, por mirar al Este, de día permitía que los rayos del Sol iluminasen la enorme estatua de Rigden Jyepo, pero que el día exacto del solsticio de verano dirigía la luz solar directamente al Corazón del Rey del Mundo. Afortunada-mente aquella horrible abertura admitía el paso de un hombre, lo que fue aprovechado por Gangi para descender arrojando una cuerda hacia el interior; su hermano permanecería de guardia en la cornisa exterior.

      Una vez adentro, comprobó que el Templo estaba iluminado por antorchas, y que, atado fuertemente con cuerdas de cáñamo, Oskar Feil dormía sobre la piedra sacrificial. Frente a él, el Jefe de los Señores del Karma gozaba anticipadamente el yajnavirya de su dolor, según pensó el intruso con un estremecimiento, al observar el rictus y la mirada diabólica de la siniestra escultura. Pero vio algo más: en el interior también había una guardia. Constaba de cuatro duskhas, aunque se hallaban a bastante distancia, junto a la única puerta del Templo: dos dormían sobre una estera, en tanto los otros dos charlaban animadamente. El gurka comenzó a arrastrarse sigilosamente, tratando de que la piedra sacrificial interceptara la visión de los duskhas y llevando en la boca un afilado puñal para cortar las ligaduras.

      Momentáneamente oculto tras el altar de piedra, el gurka kâulika se incorporó suave-mente y atisbó por encima del cuerpo de Oskar el comportamiento de los duskhas: continuaban completamente distraídos, entretenidos ahora en jugar a los dados. Deslizó una mano sobre la cara de Oskar y la apretó fuertemente contra su boca, con el propósito de evitar que hablase o emitiese algún sonido innecesario al despertar. Empero, a pesar de sacudirlo con singular violencia, el prisionero no volvía en sí. Finalmente abrió los ojos, pero Gangi los vio blancos, con las pupilas desorbitadas hacia arriba, y comprendió contrariado que el alemán padecía los efectos de un narcótico.

      Nada se podía hacer, salvo retroceder y abandonar el Templo. Shiva sabría perdonar a quien por lo menos había arriesgado su vida para rescatar a la víctima de los Demonios. Pero estaba visto que los Dioses dispusieron otro Destino para el gurka; al quitar la mano de la boca de Oskar, creyéndolo completamente desvanecido, ocurrió lo impensable: lanzó un agudo lamento y se convulsionó durante un instante, para caer en-seguida en el desmayo anterior.

      El cuerpo volvió a quedar inerte, mas ya era tarde: los centinelas corrían hacia el altar profiriendo exclamaciones. El gurka saltó sobre el primero y lo apuñaló, pero tuvo que rendirse a continuación frente a la amenaza de dos disuasivos fusiles. Otro guardia abrió la puerta del Templo y pronto hubo una multitud enardecida de duskhas rodeando al intruso. Si Gangi hubiese contado con las armas de los guerreros kâulikas habría presentado mejor batalla, pero dado el papel de porteador que representaba en la expedición lo más que podía llevar era aquel cuchillo oculto entre sus ropas. En ese terrible momento, lo único que deseó fue que su hermano consiguiese huir.

      Y su deseo se cumplió, pues el otro gurka descendió con celeridad de la cornisa y se internó en el lago, ganando la orilla sin ser visto. Escondido tras un murillo que seguía el contorno de la playa, observó cómo minutos después llegaba Ernst Shaeffer acompañado por dos de sus más fieles colaboradores y seis lamas del Bonete Kurkuma. La suerte de su hermano estaba echada.

      Para el caso de ser capturados, ambos quedaron de acuerdo en declarar que la incursión al Templo obedecía al único propósito del robo: –“suponían que en el Templo –dirían– habría objetos de valor que podrían ser sustraídos a la custodia de los duskhas para luego comerciarlos en China o en la India, produciendo así un cambio favorable en la vida de dos pobres sherpas”. Serían ejecutados, desde luego, por el sacrilegio cometido y, especialmente, porque Schaeffer no podía dejar testigos de la presencia de Oskar Feil en el Templo. Pero la versión del robo alejaría sus sospechas y no pondría en peligro la tarea de los espías alemanes.

      Ahora uno de los gurkas, Bangi, estaba libre pero no cabían alentar esperanzas sobre la suerte que correría su hermano: sería asesinado para evitar que hablase y presentar así su cuerpo al resto de la expedición, afirmando que fue muerto al ser sorprendido in fraganti efectuando un robo en un Templo, no el de Rigden Jyepo sino otro al que sería transportado el cadáver.

      No se equivocaba, pues al cabo de un rato salieron dos guardias cargando el cuerpo sin vida de Gangi, seguidos de los alemanes y los lamas: a la luz de la luna, pudo ver su cuello seccionado de oreja a oreja, debiendo apretar los dientes para evitar un grito de dolor. Se consoló pensando que su hermano poseía el Kula y que pronto danzaría junto a Shiva el baile de la inmortalidad.

      –“¡Kâly, Oh Kâly: –invocó mentalmente– comunícame tu Poder de Muerte, conviérteme en Shindje shed, el Señor de la Muerte, en Dordji Vigdje, el Señor del Terror, en Shiva Bhairava; concédeme, Oh Parvati, el Honor de vengar la sangre de mi hermano, tu fiel servidor; ayúdame a recuperar la dignidad de Kshatriya; transfórmame en Kâlybala, la Fuerza que destruya a los Enemigos de tu Sendero Kula; pon en mis manos a Trisula, el Tridente de Shiva, a Vajra, el Rayo de Indra, y a Gándiva, el Arco de Arjuna, con Isudhi, sus dos carcajes de flechas que jamás erran el blanco!”

      Mientras oraba de ese modo a la Diosa Negra, el gurka nadaba febrilmente para alejarse del maldito Ashram Jafran, consciente de que sería prontamente buscado como cómplice de su hermano y condenado a idéntica ejecución.

      Ya fuera de las murallas, trepó a un monte cercano desde donde contempló a la mañana siguiente la presurosa partida de la expedición.

      –“Los alemanes –pensó Bangi– integraban ahora un cortejo de Demonios”–. Junto a Schaeffer, en efecto, iban el Maestro Djual Khul y el Skushok del Gompa, una especie de Abad tibetano, además de cuatro lamas del Bonete Kurkuma.

      En ese momento, comprendió que tenía dos alternativas: o seguir a la distancia a la caravana, arriesgándose a morir de hambre y frío en contados días; o regresar al camino Chang-Lam y aguardar los anunciados refuerzos, arriesgándose entonces a perder el rastro de la expedición, puesto que el Cancel de Shambalá significaba la entrada en un sendero secreto, que cruzaba quizás dimensiones desconocidas del Espacio o se prolongaba en otros Mundos. No obstante, optó por esta última variante, habiendo transcurrido sólo tres días desde que se hallaba junto al puente del Hoang-Ho.

 

 

 

 

Capítulo XXV

 

 

 

Tal fue, más o menos, la historia que nos contó el gurka. Creo que a Von Grossen, igual que a sus espías en la expedición, le preocupaba más la Operación Altwesten que la vida de Oskar Feil. De acuerdo a sus órdenes, órdenes que estaban suscriptas por las más altas autoridades del Tercer Reich pero que Yo no ignoraba provenían de los “cerebros grises” del régimen, entre los que se contaba Konrad Tarstein, era prioridad absoluta “hacer contacto con la expedición de Schaeffer”, “lograr que Kurt Von Sübermann se incorporase a ella”. Es decir, que si hubiese sido por Von Grossen deberíamos haber abandonado a Oskar a su suerte y concentrarnos en seguir las huellas de Schaeffer: ésa era la mejor Estrategia para cumplir las órdenes. Pero a mí me importaba más la vida de Oskar Feil que las benditas órdenes y no me movería de allí hasta no haber conseguido su libertad.

      Paradójicamente, la “clave” de la Operación Clave Primera era Yo, mi colaboración voluntaria para desviar a la Operación Altwesten de sus objetivos ocultos. Y mi colaboración exigía, ahora, la liberación previa de Oskar Feil. Por lo tanto, haciendo gala de gran pragmatismo, Von Grossen aceptó los hechos sin discutir y se dispuso a planificar el rescate.

      Los cinco alemanes, los ocho monjes lopas, y el monje gurka, acampamos en una angosta cañada, alejada del camino principal pero situada a escasos cinco kilómetros del Ashram Jafran. Allí Von Grossen interrogó durante horas al gurka sobre los detalles de la plaza enemiga, elaborando finalmente un plan de operaciones en el que estuvimos todos de acuerdo. Básicamente, la Estrategia sería la siguiente: el rescate se efectuaría en medio de un ataque por sorpresa.

 

      De acuerdo a las tradiciones locales, lo primero que adoró el hombre en ese lugar fue el islote donde más tarde se levantó el Templo consagrado a Rigden Jyepo. Una leyenda popular aseguraba que en remotísimas Epocas, Jagannath, el Rey del Mundo, el Hogmin Dordji Chang, había salido de Shambalá a recorrer el Mundo bajo Su Aspecto de Grulla. A su regreso, eligió aquel peñasco semihundido en el lago Kyaring para descansar antes de emprender la última etapa de su viaje a Chang Shambalá. Cuenta el mito que en la playa, que se unía a la isla por un delgado pasillo de piedras, se encontraba un Santo lama llamado Dusk[42] quien, compadecido de la exhausta ave, se aproximó para alimentar-la con lo único que tenía a mano: un saco con flores de kurkuma. Agradecido, el Bendito Señor decidió premiar a Dusk haciéndolo padre de un pueblo de adoradores del Rey del Mundo y concediéndoles, a todos los Iniciados que surgiesen de su Estirpe, la custodia del Cancel de Shambalá, el cual comenzaba justamente en aquella isla sagrada.

      Otra versión de la leyenda, sin dudas más antigua, afirmaba que la Grulla Divina había amado al lama Dusk y deseaba darle descendencia antes de partir. El problema residía en que la Grulla era un ejemplar macho, del mismo sexo del lama, por lo que no habría fertilización posible. Entonces la Grulla de Shambalá, que en esta historia fuera alimentada por la sangre del lama, recordó que sólo el ayuntamiento con una serpiente macho naga es capaz de lograr el milagro de la procreación entre miembros del mismo sexo. Siempre en el islote del lago Kyaring, la Grulla activó mentalmente su Dorje de Poder, que se hallaba en el Trono del Rey del Mundo, en Chang Shambalá, y transformó al lama en una serpiente macho naga. A continuación se acoplaron con ardor quedando la Grulla Rigden Jyepo encinta de la serpiente naga. Luego de aquel acto homosexual, antes de partir, la Grulla Divina puso dos huevos color azafrán.

      Incubados posteriormente por el lama Dusk, bajo el Aspecto de Serpiente Naga, ambos huevos dieron origen a un par de gemelos híbridos, –un tercio de Grulla, un tercio de hombre, y un tercio de serpiente– quienes serían los Grandes Antepasados de los duskhas.

      No debe extrañar, pues, que con semejante creencia estos reivindicasen su parentesco con el Rey del Mundo y se convirtiesen en sus más fanáticos adoradores, exigiendo a todo aquél que intentase franquear el Cancel de Shambalá la ofrenda de dolor de una víctima humana, grato regalo para quien ostenta los títulos de “Padre del Dolor Humano”, “Señor de los Señores del Karma”, y “Supremo Maestro de la Kâlachakra”.

      Desde entonces, los duskhas, pueblo descendiente del mítico Dusk, cuidaron celosamente la región y edificaron el Templo a Rigden Jyepo sobre la “Isla Blanca”, denominada así en recuerdo de Chang Swetadvipa, la “Isla Blanca del Norte”, invisible a los ojos humanos y asiento de la Puerta de Chang Shambalá, la Mansión de los Bodhisatvas. Con el correr de los siglos, el pueblo de los duskhas creció, así como el número de su comunidad de lamas, viéndose obligados a levantar el enorme Gompa Ashram Jafran, al que rodearon de bellas Pagodas, dedicadas al culto de diversas Deidades de la Fraternidad Blanca. La isla con su Templo, se encontraba muy cerca de la orilla Oeste del lago; frente a ella, se erigía en tierra firme el Monasterio con su anillo de Pagodas; y más atrás, for-mando un amplio semicírculo que tapaba y a la vez protegía al conjunto de edificios religiosos, estaba la aldea de los duskhas.

      El Hoang-Ho, o Río Amarillo, siempre ha constituido en esa región una triple frontera entre los Reinos del Tíbet, de Mongolia y de la China. Durante miles de años los ejércitos invasores, procedentes de tal o cual Reino, pasaron frente al Ashram Jafran, respetan-do frecuentemente su status de comunidad religiosa pero en algunas ocasiones intentando ocupar la aldea o sometiéndola al saqueo. Esa realidad forzó a los duskhas a fortificar la plaza, construyendo una elevada muralla de piedra en forma de “U”, que iba de orilla a orilla del lago Kyaring: en la abertura de la “U”, frente al espacio abierto en el lago entre los extremos de la muralla, estaba la Isla Blanca con el Templo y el prisionero que procurábamos liberar.

      Y en la base de la “U”, que era el frente de la ciudad amurallada, se hallaba una enorme puerta de madera, enmarcada en dos torres elevadas que hacían las veces de atalaya, ocupadas permanentemente por vigías armados. En los dos ángulos de la “U” existían también sendas torres con sus respectivos centinelas.

      Bueno es aclarar que tales medidas de seguridad habían surgido por la fuerza de las circunstancias, es decir, por la necesidad de proteger los Templos y el Ashram ante posibles invasores, pues los duskhas carecían en absoluto, pese a su ferocidad para el Sacrificio Ritual, de vocación guerrera. Conformaban, eso sí, un pueblo de Sacerdotes natos, cuyos miembros ingresaban desde temprana edad en la práctica del Culto y vivían siempre ascéticamente, haciendo gala de un rigorismo ultramontano. No sólo no eran guerreros, sino que la guerra les causaba un horror esencial, y la imaginaban como un efecto del error humano, de la ceguera del hombre, que no veía, como ellos, la Bondad de los Dioses Creadores del Universo.

      Sus armas de fuego se reducían a un escaso centenar de fusiles Martini-Henry del siglo XIX y seis pequeñas piezas de artillería fija, montadas en las torres de la muralla: carecían por completo de armas de puño. En cambio la cuchillería era abundante y varia-da, y la manejaban con regular destreza.

      A estas deficiencias de material, se sumaba la escasa visión estratégica de aquellos infelices, que habían acuartelado la totalidad de su guarnición, unos cien efectivos, en dos barracas situadas a ambos lados del portón principal. Evidentemente, todo el peso de su defensa se basaba más en factores psicológicos que reales, vale decir, que confiaban en la disuación de sus murallas, y el escaso botín que había tras de ellas, para desalentar a los posibles atacantes. Las mismas piezas de artillería representaban antes un objeto disuasivo que un peligro real para los sitiadores, puesto que difícilmente funcionarían: y eso si se daban las condiciones ideales de que hubiese pólvora seca, municiones y mecha, y se colocasen estos elementos en la forma correcta.

      En síntesis, como la región estaba tranquila por el momento, y no tenían motivos para sospechar ningún ataque, la guardia estaba reducida a su mínima expresión: un hombre en cada torre, es decir, seis vigías; dos en la puerta principal y uno tras cada una de las otras cuatro puertas laterales, o sea, seis guardias más; otros seis guardias en el Templo de la Isla Blanca, dos afuera y cuatro adentro; y cuarenta efectivos durmiendo en cada una de las barracas, pero prontos a salir ante la menor alarma.

          

 

      Esa noche, Kâly haría realidad las plegarias del gurka. No serían los golpes del Tridente de Shiva, ni el Fuego del Rayo de Indra, ni la certeza de las flechas de Arjuna, pero la venganza de Bangi se instrumentaría por medio de otros poderes semejantes: los golpes de las balas de nuestros fusiles, el fuego de las granadas, y la certeza de las flechas de los lopas.

      Por el número de efectivos que contaba, la formación que comandaba Von Grossen era apenas una escuadra; mas, por la moral combativa y la conciencia de la propia fuerza, debía ser calificada de falange o legión. Una legión, se diría, por su gran movilidad para la blitzkrieg. De entrada, atacaríamos divididos: Von Grossen conduciría el grueso de la es-cuadra, en tanto que una cuadrilla dirigida por mí operaría en el Templo. En una segunda fase del plan, la escuadra se bifurcaría en dos pelotones, para luego reunirnos todos, en un punto prefijado, y ejecutar la retirada.

      Solamente los alemanes iríamos al asalto provistos de armas de fuego: una pistola Luger y una metralleta Schmeisser por cabeza, además de dos de los obsoletos fusiles Mauser 1914, que ya se verá para qué iban a servir. En esos días, las Schmeisser de 9 mm. eran armas secretas, y sólo a un cuerpo de Elite como el nuestro se le había permitido llevarlas fuera de Alemania. Contábamos con cincuenta cargadores con treinta balas cada uno, pero Yo sólo llevaría dos, quedando los restantes para mis Camaradas que sostendrían el grueso del ataque. Naturalmente, todos portábamos la daga de Caballero SS., con la leyenda “Blut und Ehre” labrada en la hoja.

      Los guerreros kâulikas, por su parte, empleaban tres clases de armas: arco y flechas, cimitarra, y puñal. Como dije antes, aquellos monjes eran expertos en artes marciales, y su habilidad para la arquería no tenía rivales en el Tíbet, donde nadie dudaba en atribuir un poder mágico a sus flechas y se afirmaba que, tanto podían dar en el blanco de día como de noche, con los ojos abiertos o vendados, etc. Todos cargaban cincuenta flechas, ni una más ni una menos, en un carcaj que dejaban suspender contra la pierna derecha: cada flecha correspondía a uno de los cráneos del collar de Kâly y por eso tenía grabada en su vara una de las letras del alfabeto sagrado de los arios. La cimitarra era una espada corta, de unos 80 centímetros con hoja de un solo filo, corva, tronchada de forma convexa y a contrapunta, y ensanchada en ese extremo; el arriaz protegía el puño con dos gavilanes que imitaban la uña del águila, y la empuñadura, de marfil negro, tenía un pomo exquisita-mente cincelado, que representaba el Rostro de Kâly como Mrtyu, la Muerte. La cimitarra, envainada, pendía de un tahalí sobre el costado izquierdo. Y finalmente, en una pequeña vaina trabada por la faja, iba el puñal de hoja flameada y empuñadura de marfil, de tamaño semejante al Panzerbreher medieval o a su contemporáneo “Misericordia”.

      Los integrantes del Círculo Kâula denominaban en su Tantra, “Rudra” a Shiva, palabra que surgía de la contracción y aglutinación de Ru y Duskha, y que significaba “El que destruye el Dolor”. Shiva era así el Enemigo del Dolor, o el Enemigo de Dusk; y sus discípulos, por extensión, serían los Enemigos de los duskhas. Esto lo aclaro, neffe, porque no podría dejar de considerar, en el balance del armamento propio, al profundo odio que los kâulikas experimentaban por los duskhas, como un importante elemento táctico a favor. Los kâulikas tenían a los duskhas poco menos que como vampiros que vivían del dolor humano, y estaban psicológicamente predispuestos a actuar con el máximo rigor contra “la familia de Dusk”: Shiva Rudra aprobaría y premiaría la demostración de valor de sus Kshatriyas kâulikas.

 

      El Sol se ocultó tras la formidable Cordillera Bayan Kara y la noche, impenetrable debido a la escasa luz lunar del cuarto menguante, descendió sobre el lago Kyaring. A las cero horas dejamos los caballos bien sujetos un kilómetro antes del Ashram Jafran y comenzamos a avanzar a pie, cargando el material necesario para el ataque. Este se había fijado para la una en punto, hora en que los dos grupos debían estar en sus puestos.

      El gurka, conocedor del trayecto hacia el Templo, uno de los lopas, y Yo, nos encargaríamos de rescatar a Oskar, en el momento exacto en que Von Grossen con los demás iniciarían el ataque frontal. La sorpresa era el factor determinante del éxito de nuestra Estrategia y por eso nos movíamos con extrema cautela.

      A la una menos cuarto, y a unos trescientos metros de la torre de vigilancia, entramos en el lago. Los tres éramos Iniciados y sabíamos cómo liberar el calor de la energía ígnea Kundalini para evitar la congelación, pero sin ninguna duda en ese medio acuático de alta montaña los kâulikas me aventajaban: las prácticas de Hata yoga de la SS. se concentraban principalmente en resistir con el cuerpo desnudo las bajas y secas temperaturas de los Alpes bávaros. Así, Yo tiritaba aún de frío, cuando arribamos a la Isla Blanca minutos más tarde, sin que los duskhas nos oyesen.

      En la parte posterior del Templo, los tres invasores trepamos hasta la abertura estrellada por la que ingresara cuatro días atrás el infortunado Gangi. Era casi la una de la madrugada. A partir de entonces debíamos actuar con matemática precisión, pues cabía la posibilidad que los guardias interiores tratasen de dar muerte a Oskar al recuperarse de la sorpresa del ataque.

      A la una y cinco segundos, con exactitud germánica, una poderosa explosión exterior hizo vibrar el Templo y dejó paralizados de terror a los custodios. En ese instante, mientras afuera se desataba el Infierno, Yo salté desde la ventana, rodé por el piso en dirección al altar, me paré bruscamente, y con una sola ráfaga de la Schmeisser acabé con los cuatro guardias. Los cuatro recibieron las balas por la espalda y murieron sin saber qué pasaba, remachados contra la puerta del Templo hacia la que estaban vueltos. Una ofrenda más justa que Oskar Feil era la que ahora recibía el horrible ídolo, tras el cual me había parapetado en prevención de que se abriese la puerta e ingresasen otros guardias.

      Los kâulikas, que llegaron segundos después junto al altar, se ocuparon de cortar las ligaduras y quitar la mordaza que impedía hablar a Oskar, a quien ya se le pasara el efecto del narcótico.

      –¡Kurt! ¡Kurt Von Sübermann! –gritó aturdido–. ¿Eres realmente tú o estoy soñando?

      –¡Soy Yo, soy Yo! –afirmé con impaciencia–. Prepárate pues tenemos que huir cuanto antes de aquí. Luego te explicaré todo.

      El pobre Oskar no podía tenerse en pie.

      Durante siete días lo mantuvieron maniatado en el altar y sólo lo alimentaron lo indispensable para que llegase vivo al día de su ejecución. El lopa y Yo pusimos cada uno un hombro bajo sus brazos y retrocedimos al fondo del Templo alzándolo en vilo. Mientras, el gurka pegaba su oído a la puerta y, al no advertir peligro alguno, se aseguraba con el puñal que los guardias estuviesen bien muertos.

      En verdad, podíamos haber salido por la puerta del Templo, ya que los guardias exteriores corrieron hacia la aldea al oír las explosiones; pero entonces no lo sabíamos y no queríamos arriesgarnos a sostener un combate desigual. Lo que hicimos, en cambio, fue salir los cuatro por la ventana: primero trepó el lopa; luego Oskar, parado sobre mis hombros, recibió ayuda y pasó a la cornisa exterior; y, finalmente, subimos Bangi y Yo.

      Rodeamos el Templo y comprobamos que el frente estaba desguarnecido. Atravesamos, pues, el pasillo que unía la Isla Blanca con la playa y nos ocultamos tras el murillo para observar, cincuenta metros adelante, lo que sucedía en el Monasterio. ¡En los minutos siguientes nos reencontraríamos con nuestros Camaradas!

 

 

 

 

Capítulo XXVI

 

 

 

El entorno de la muralla había sido despojado de rocas, por lo que tuvieron que arrastrarse cincuenta metros. Faltando cinco minutos para la una Von Grossen, los tres oficiales SS., y tres lopas, se hallaban pegados en el suelo a veinte metros de la puerta principal. Los restantes cuatro monjes estaban encargados de eliminar a los vigías, desplegados en posiciones adecuadas para tal fin.

      Su acción fue muy veloz y los vigías “nada vieron” cuando los lopas emergieron de la tierra con la velocidad de la cobra, se hincaron en una rodilla, y lanzaron cuatro flechas. ¡Cuatro flechas en la noche, cuatro blancos certeros! Se diría que aquellas saetas sagradas buscaron el corazón de los adoradores del Señor de Shambalá.

      Von Grossen y su grupo corrieron entonces en dirección a la puerta, uniéndose a dos de los arqueros; los otros dos marchaban, separadamente, a liquidar a los centinelas de las torres extremas de la muralla, esas que estaban sobre las aguas del lago. Todos se apretaron al muro, en tanto Kloster y Hans sujetaban en goznes y cerraduras los cuatro petardos de demolición. La entrada principal a la aldea estaba guardada por un pesado y enorme portón de única hoja, construido con tablas ensambladas y cubierto de herrajes que tapaban totalmente las hendiduras. Era ciertamente una fuerte valla, que hubiese resistido más de una carga de ariete, pero sin dudas ineficaz en la guerra moderna, frente a la artillería o a las bombas como las que nosotros colocamos. Kloster miró la hora: dos minutos para la una; entonces dio ignición al detonador retardado de dos minutos y se apretó contra el muro, al lado de Von Grossen.

      Psicológicamente, dos minutos pueden durar un instante o una Eternidad, especialmente si existe la posibilidad de que uno muera al cabo de ellos. Los alemanes, para evitar pensar en todo aquello que no fuese el combate, se entregaron a verificar que las metralletas tuviesen destrabado el seguro; a controlar por enésima vez que los cargadores vendrían fácilmente a la mano, de las cartucheras de lona; y a asegurarse que las granadas de palo se deslizarían sin problemas del cinturón y de la boca de las botas. Así, para los alemanes, los dos minutos estuvieron más cerca del instante que de la eternidad. Los kâulikas, en cambio, permanecieron absolutamente inmóviles, con la mente concentrada en la unidad infinita del Kula. Para ellos, que se habían despojado de la conciencia de la duración, los dos minutos fueron semejantes a la Eternidad.

      Pero todos corrieron igualmente cuando las bombas explotaron. Y, literalmente ha-blando, se cansaron de matar.

      Las cargas, distribuidas con singular pericia, arrancaron completamente el portón y lo destrozaron, esparciendo los pedazos a decenas de metros a la redonda. Aún no se había disipado el humo de la entrada y ya Von Grossen y Heinz estaban plantados frente a las dos únicas puertas de las barracas.

      Adentro reinaba una gran confusión, y sólo unos pocos atinaron a tomar su arma e intentar salir; mas tal reacción sobrevino muy tarde para salvarles la vida. Kloster y Heinz corrían desde un minuto antes alrededor de las barracas arrojando las granadas por las troneras: a la quinta granada, simultáneamente, ambos tugurios comenzaron a desmoronarse. Desesperados, los que resultaron milagrosamente ilesos, pugnaban por ganar las puertas y salir, para caer abatidos sobre los cadáveres de sus predecesores, fulminados por las inclementes ráfagas de las Schmeisser. Ni uno solo escapó de aquella trampa mortal.

      Al no aparecer más guardias por las puertas, Von Grossen dio una orden y dos kâulikas penetraron en las ruinas y se dedicaron a rematar a heridos y sobrevivientes con certeras puñaladas. El Standartenführer consultó su reloj pulsera de agujas luminiscentes: la una y ocho. ¡En solamente ocho minutos, y sin darles tiempo a disparar un tiro, los tres oficiales SS. exterminaron a la guarnición duskha!

      Desde la entrada principal, y hasta la amplia plaza donde se elevaba el Monasterio, corría una ancha avenida de 300 metros de largo por la que Von Grossen había planeado el siguiente avance. Salvo los dos lopas que quedaron afuera, y cuya misión consistía en subir a las torres, a los kâulikas se les encomendó “despejar” el paso de los alemanes. Con ese propósito, apenas voló el portón, tres de ellos se dirigieron directamente hacia allí blandiendo sus cimitarras y, con notable maestría, degollaron a todos los duskhas que se cruzaron en su camino. Se habían repartido el trayecto y cada uno iba y venía unos cien metros prodigando mandobles a diestra y siniestra. Los primeros en morir fueron, desde luego, los habitantes de las casas con fachada a la avenida, y que cometieron el irreparable error de salir a la calle al oír las explosiones: ancianos, hombres, mujeres, niños, a nadie perdonaba la cimitarra kâulika. Después de la una y diez, al sumárseles los dos lopas que volvían de rematar a los heridos de la guarnición, los cuerpos de decenas de familias completas yacían sin vida en la vecindad de sus moradas.

      Mas, a esa altura de los hechos, tras la explosión de las bombas, las granadas, y el tableteo de las metralletas, el caos era dueño de la aldea duskha. En medio de infernal gritería, una multitud de gente desconcertada convergía sobre esa calzada, algunos con el fin de llegar hasta las murallas, y otros para encaminarse hacia el Monasterio. Y aunque muchos venían armados con puñales y sables, y ofrecían fugaz resistencia a los monjes kâulikas, éstos segaban inexorablemente sus miserables vidas.

      Cuando los cuatro oficiales SS. marcharon a la carrera rumbo al Monasterio, la avenida se había convertido en un río de sangre. Pero el camino estaba eficazmente “despejado”. Sólo dispararon algunas ráfagas al pasar, sobre la muchedumbre que afluía por las callejuelas laterales. Detrás de ellos avanzaron también los kâulikas, cumpliendo admirablemente su función de asegurar la movilidad de los alemanes.

     

      A la una y diez, entretanto los alemanes marchaban por la avenida, regresaron los dos arqueros lopas del exterior y subieron por una escalera de piedra hasta las torres que custodiaban el destruido portón de entrada. Allí se separaron: uno tomaría por el pasillo de la izquierda y el otro por el de la derecha, pasillos que conectaban todas las torres entre sí y que consistían en angostas plataformas voladizas, distribuidas periféricamente en el lado interior del muro. En cada torre existía un primitivo fogón, que ahora resultaba inútil para calefaccionar los definitivamente helados cuerpos de los guardias. Los kâulikas, desde las primeras torres, observaban el conglomerado de casas que se extendía compacto en una franja de trescientos metros de ancho, paralela a la muralla. Utilizando las distintas torres era posible dominar cada detalle, manzana, callejuela, casa o Templo, de la aldea duskha.

      El día anterior lo habían pasado fabricando las flechas incendiarias. No fue difícil: bastó con arrollar en las puntas de las flechas comunes un hilo de lana impregnado en una mezcla de aceite combustible y azúcar. Tenían cien flechas de aquellas pues, según Von Grossen, no se requerían más; lo importante, explicó el Standartenführer, no era la cantidad de flechas sino la calidad de los blancos seleccionados y el grado de acierto en los tiros. Conforme a dicha táctica, los kâulikas eligieron los cien blancos uno a uno, procurando apuntar a los materiales inflamables tales como maderas y telas.

      Las puertas, ventanas, toldos, cortinas, sacos de alimentos, las parvas de forraje y los telares armados bajo anchos corredores, comenzaron poco a poco a tomar diferentes categorías de combustión. En algunos sitios, las llamas pronto sobrepasaron la altura de las casas y las chispas invadieron las inmediaciones; el fuego se propagó inexorablemente y el incendio se hizo general.

      Al llegar ambos kâulikas a las torres finales, a la una y veinte, la aldea duskha se había transformado en una gigantesca hoguera. Las turbas incontroladas trataban en su mayoría de escapar del calor sofocante y llegar al lago o salir fuera de las murallas. Los centinelas de las puertas laterales, atrapados entre las llamas y la muchedumbre, abrieron y no pudieron impedir el paso de cientos de pobladores aterrorizados. A esa hora, los dos monjes kâulikas asumieron muy distintas actitudes. El que se hallaba en la torre de la extrema derecha, se descolgó con una cuerda fuera de la muralla y se dirigió resueltamente hacia el lugar donde estaban ocultos los caballos, derribando sin contemplaciones, con mortales golpes de cimitarra, a los desconcertados duskhas que encontraba en su camino. El de la torre de la izquierda, preparó la cuerda para ­descender al exterior, pero luego bajó por la escalera de piedra hacia el interior y, convertido en un torbellino de mortíferas estocadas, limpió de enemigos las inmediaciones de aquel sitio: aguardaba la llegada de la escuadra de Von Grossen, que ya tendría que encontrarse allí.

 

      Una y quince. El numeroso corrillo de duskhas, reunidos ante la entrada del Monasterio, reclamaba con fuertes voces la presencia de los lamas del Bonete Kurkuma. Ignorando el clamor de sus hermanos, los monjes se habían atrincherado y estaban, probable-mente, rezando plegarias a Rigden Jyepo y a los Dioses de la Fraternidad Blanca.

      Era improbable que en el interior del Gompa, sede física del Ashram Jafran, hubiese algún arma de fuego; y era más improbable aún que algún lama estuviese dispuesto a defender con armas su refugio.

      La aparición a la carrera de Von Grossen y los oficiales SS. fue sorpresiva y causó el pánico de los pobladores. Dos granadas cayeron entre ellos y completaron aquel cuadro de terror sin nombre. Los estallidos, en medio de la multitud, mutilaron los cuerpos más cercanos y proyectaron decenas de esquirlas en todas direcciones, dientes de metal ávidos de morder y herir la carne, fieras ciegas y aladas que mataban al azar. Von Grossen sólo tuvo que disparar dos veces con la metralleta, para que la lluvia de balas dispersase al gentío enloquecido.

      Todo el grupo se resguardó preventivamente bajo la galería de una hermosa Pagoda budista de estilo tibetano, con el fin de preparar la siguiente acción. Kloster y Hans, en el centro del círculo de cimitarras kâulikas, bajaron sus mochilas y extrajeron las cuarenta granadas de fusil. Tomaron luego los Mauser 1914 e insertaron dos de ellas en el adaptador de los cañones.

      Las granadas de fusil tenían carga de fósforo, que estallaba con el impacto, y constituían una eficasísima bomba incendiaria táctica. Despedidas con un fusil semejante al Mauser, era posible acertar blancos precisos a 300 metros. Sus blancos, las ventanas del Monasterio, los invitaban a lanzar los proyectiles sólo 25 metros adelante.

      Asentado sobre una base cuadrada de setenta metros de lado, el Gompa mostraba tres filas de ventanas en el nivel superior a la puerta de entrada, fachada principal que veíamos de frente. Albergaba, como dije, unos 500 lamas del Bonete Kurkuma, muchos de los cuales se asomaban y arengaban a los duskhas, ora suplicando, ora mandando, a resistir al enemigo, a reorganizar la defensa, a no huír, etc. Quizás la más paradójica de tales dramáticas intimaciones fuera la que aseguraba, en el Nombre del Bendito Señor, que los intrusos no eran Demonios sino simples mortales.

      Existía también una gran puerta trasera, que daba a la Isla Blanca, y dos pequeñas puertas en sendos lados del edificio, todas las cuales permanecían trancadas por dentro. Los techos, cubiertos de tejas marrones, se inclinaban en suave pendiente hiperbólica, y había un patio central rodeado de galerías y finas columnas.

      En esos momentos, los lamas advirtieron el incendio que consumía a la aldea y exhortaron al pueblo a combatirlo empleando el agua de los estanques y canales interiores, los que se podían inundar en cuestión de minutos abriendo unas exclusas que contenían la presión del lago. Hay que admitir que algunos duskhas conservaron la calma en esos trágicos instantes y corrieron a cumplir las órdenes, que los lamas no se atrevían a realizar por sí mismos; y otros hubo que intentaron vanamente oponerse a la voracidad del fuego. Pero una cosa es detener un incendio ocasional, surgido por accidente en tal o cual lugar, y otra muy distinta enfrentarse a cien focos deliberadamente encendidos.

      El incendio se tornó incontenible en ciertos barrios y sus moradores huyeron des-pavoridos, algunos rumbo al exterior, y otros en dirección al Lamasterio. Sin reparar en los cadáveres acribillados que sembraban la plaza, turbas procedentes de varias direcciones convergían a cada instante para solicitar socorro Divino de sus Dioses, en tanto los lamas los conminaban a luchar de inmediato, contra el fuego y contra los invisibles pero letales enemigos.

      Sin embargo, aunque era ensordecedor el lamento y los alaridos de los desespera-dos, sobre el ruido de fondo que producía el crepitar de las cosas al quemarse, ya no se escuchaba el sonido de las armas de fuego. Alentados por tal silencio, los lamas gritaban ahora oraciones y mantrams desde casi todas las ventanas.

 

      Una y dieciséis. La escuadra de Von Grossen surgió de improviso de las tinieblas de la Pagoda y marchó en orden cerrado de dos en fondo durante unos metros. Un instante después Kloster y Hans disparaban las dos primeras granadas incendiarias hacia dos ventanas del segundo piso: una impactó en el pecho del lama que vociferaba circunstancial-mente su discurso y lo hizo desaparecer bajo una luz cegadora; otra penetró limpiamente por la abertura contigua y estalló en el interior del Gompa. Y a través de ambas ventanas, luego de apagarse el brillo de la explosión, se vio como las llamas lo abrasaban todo.

      Mas los SS. no se detenían a evaluar el efecto de su ataque. Tras las dos primeras, continuaron enviando granadas contra las ventanas a razón de diez por frente, hasta completar las cuarenta. Kloster corrió por la derecha, seguido de Von Grossen y dos kâulikas, deteniéndose a trechos para cargar la granada y disparar. Hans lo hizo por la izquierda, protegido por Heinz y tres kâulikas, tirando de manera semejante.

      Nadie había contado con la posibilidad que el Monasterio tuviese su propio cuerpo de guardia, la que pasó desapercibida para el observador gurka. Empero, aquélla era insignificante en número, aunque sus miembros poseían buen adiestramiento en el empleo del sable. Allí sufrieron la primera y única baja, cuando una sorpresiva cuchillada segó la vida de un lopa del grupo de Von Grossen. Los guardias, dos o tres por puerta, permanecían afuera y trataron, haciendo gala de cierto valor, de impedir que fuese atacado el Monasterio. Por supuesto, no tenían ni la destreza ni el conocimiento necesario para rivalizar con los kâulikas y, cuando no fueron eliminados por sus cimitarras, cayeron perforados por las implacables balas germanas.

      En contados segundos el Lamasterio fue, pues, igualmente pasto de las llamas. Como huéspedes involuntarios de un horno infernal, como si el Rayo de Indra hubiese efectiva-mente caído sobre el pacífico Ashram Jafran, la mayor parte de los hipócritas Santos lamas halló horrible muerte en esos primeros minutos del ataque. Una muerte que iba acompañada por un estremecedor concierto de aullidos de dolor.

      A los dos minutos, ambos pelotones se reunieron en la puerta posterior del Monasterio, la que miraba a la Isla Blanca y al Templo de Rigden Jyepo. Los relojes señalaban la una y dieciocho, y por la playa se aproximaba a paso lento un tercer grupo: ¡era la cuadrilla compuesta por el gurka, el lopa, Oskar Feil, y Yo!

 

      De pronto se abrió la puerta y algunos lamas pretendieron salir al exterior. Tosían y lloraban por el humo, y sus simples rostros asiáticos representaban la imagen del espanto: Von Grossen los ametralló sin piedad y bramó:

      –¡A las otras puertas!

      En efecto, las restantes puertas se abrieron también pero fueron muy pocos los sobrevivientes que tuvimos que suprimir: el intenso calor, y el derrumbe de los pisos superiores, acabó con la mayor parte antes que pudiesen llegar a las salidas. Como los vigías, como la guarnición, la totalidad de los lamas del Bonete Kurkuma terminaron aniquilados a causa de nuestra superioridad en el arte de la guerra.

 

 

 

 

Capítulo XXVII

 

 

 

Una y veintiún minutos. Karl Von Grossen, Heinz, Kloster, Hans, Oskar y Yo, el conjunto de cinco lopas, y el gurka, salvamos los trescientos metros que nos se-paraban de la torre izquierda. Tuvimos que abrirnos paso sangrientamente entre el escaso gentío que aún corría caóticamente sin saber qué hacer, pero esa vía de escape planeada por Von Grossen demostró ser, sino la única posible, una de las pocas que quedaban. Otro curso de evasión, por ejemplo, podría haber considerado el medio acuático del lago; lo que no sería factible hacer era regresar por donde vinimos, es decir, por la avenida, ya que la misma se asemejaba ahora a un túnel de alta temperatura por efecto del incendio general; efecto anticipado por el previsor Von Grossen.

      En el centro de un espeluznante círculo de cadáveres, al pie de la escalera, dimos con el monje kâulika. Antecedidos por éste, fuimos subiendo en columna hasta la torre y bajando rápidamente con la cuerda al exterior de la muralla.

      Sin obstáculos dignos de mención, emprendimos la retirada en dirección al Norte. Quinientos metros más adelante hallamos al monje kâulika con los caballos y completamos la retirada, alejándonos velozmente de la destruida aldea duskha. El camino ascendía por la pendiente de una loma y Yo no pude evitar volverme un instante para contemplar por última vez la consecuencia de nuestro ataque. La imagen que percibí, como corolario de la operación, fue dantesca: con el marco tenebroso de la noche cerrada, se distinguía nítidamente el cuadrado del interior de la muralla, iluminado por los resplandores rojizos del incendio, que todavía conservaba su vitalidad destructiva; el fuego, como una bestia famélica, había decidido devorarlo todo, y aún se alimentaba del siniestro Monasterio; el edificio, que fuera el más alto de la aldea, ardía libremente y sus llamas proyectaban un abanico multicolor sobre el espejo inmutable del lago Kyaring; bajo esa luz, hasta me fue posible reconocer al maldito Templo de Rigden Jyepo, que estaba construido íntegramente con piedras blancas.

      El éxito del ataque habría sido total de haber podido seguir el curso de una variante planificada por Von Grossen, que contemplaba la dinamitación de aquel Templo satánico. Pero no se dispuso de tiempo material para ello; vale decir, el tiempo se empleó en cubrir las puertas del Gompa a fin de evitar que escapasen los lamas: al realista Von Grossen le pareció más práctico matar a todos los lamas, enemigos vivos, que emplear la violencia en un símbolo “inerte” tal como el Templo. Mas Yo discrepaba con semejante criterio, pues consideraba que tenía más peso real, como adversario, el Lamasterio que los lamas: ¡a la Fraternidad Blanca le iba a resultar mucho más fácil reemplazar a los lamas que reconstruir el milenario Templo! Sin embargo, nada le reprocharía a Von Grossen ya que, gracias a su indudable profesionalismo, ahora galopaba a mi lado Oskar Feil.

      Unas potentes exclamaciones me substrajeron bruscamente de tales pensamientos. Tardé en comprender que todos hicieron lo mismo que Yo y se volvieron un segundo para llevarse la visión final de la aldea duskha. Y ahora, al descender al otro lado de la loma, lanzaban incontenibles y alborozados gritos de júbilo. Naturalmente, me refiero a los ale-manes, pues los asiáticos permanecían tan indiferentes como siempre. Von Grossen tuvo que aludir a la autoridad de su grado militar para evitar que se entonara a viva voz la canción de Baldur Von Schirach “Canto a las Banderas de las Juventudes Hitlerianas”. Yo también la hubiese querido cantar en ese momento. Y, recordando mi niñez en El Cairo, la repetía mentalmente, como sin dudas hacían mis Camaradas:

     

              ...Alemania, un día te elevarás radiante

              ¡Aunque Nosotros tengamos que morir!

              Nuestros Estandartes ondean frente a Nos,

             nuestros Estandartes son de un Tiempo Mejor,

              nuestros Estandartes nos conducen a la Eternidad,

              ¡sí, nuestros Estandartes son superiores a la Muerte!

 

      Sí, nuestros estandartes eran superiores a la Muerte misma; y desencadenaban la Muerte sobre los enemigos, como acababan de comprobar los lamas del Bonete Kurkuma. Los alemanes desatábamos la Muerte porque la Historia nos convocaba para ello; el Ene-migo de nuestros estandartes se arrepentiría para siempre de haber clavado sus viles garras en la patria. Recordé entonces la “Canción de Rebato para los alemanes” de Dietrich Eckart, aquel miembro fundador de la Thulegesellschaft de quien Konrad Tarstein me hablara incansablemente, pues había sido también uno de los Inciadores de Adolf Hitler:

 

              ¡Convocación, Llamamiento, Alarma, Rebato!

              ¡Suelta está la Serpiente!

              ¡El Dragón de los Infiernos!

              ¡La Estupidez y la Mentira rompieron sus cadenas;

              la Avidez por el Oro reposa en horrible asiento!

              Rojo, como la Sangre, está ardiendo el Cielo;

              con estrépito pavoroso

              se derrumban las Murallas.

              Golpe tras golpe ¡también a los Sagrados Altares!

              Los reduce a escombros el Dragón.

              ¡Tocad a Rebato ahora o nunca!

              ¡Alemania despierta!

 

              ¡Convocación, Llamamiento, Alarma, Rebato!

              ¡Sonad las campanas en todas las torres!

              Tocad para que los jóvenes,

              los hombres, los ancianos,

              los que duermen, abandonen sus cuartos.

              Tocad para que las madres dejen las cunas,

              para que las niñas bajen las escaleras.

              Que el aire retumbe y resuene estridente,

              ¡que brame! ¡que brame en el Trueno de la Venganza!

              Tocad para que los muertos

              salgan de sus fosas.

              ¡Alemania despierta!

 

              ¡Convocación, Llamamiento, Alarma, Rebato!

              ¡Sonad las campanas en todas las torres!

              Tocad hasta que las chispas broten.

              Judas viene para conquistar el Reich.

              Tocad hasta que las sogas se tiñan de rojo.

              Todo en torno es Fuego ardiente

              y Dolor y Muerte.

              Que la tierra se levante

              bajo el Trueno de la Venganza Salvadora.

              ¡Ay del pueblo que todavía duerme!

              ¡Alemania despierta!

 

      La Historia convocaba a los más aptos a luchar contra el Mal. ¡Y los más aptos éramos nosotros! En un momento único de la Historia habíamos alzado los Estandartes Eternos, como pedía Baldur Von Schirach. Y por eso el Führer tocaba a Rebato, como solicitara Dietrich Eckart. ¡Ay de los pueblos dormidos, o entregados al Mal al igual que los duskhas! ¡Ay de los que desoyesen el Toque del Espíritu Eterno! ¡Sufrirían la ira de los Hijos Despiertos de Alemania!

      Lo ocurrido en el Tíbet constituía un ejemplo: cinco oficiales SS. y ocho Iniciados kâulikas, lamentando una sola baja, exterminaron a más de un millar de feroces enemigos. ¡Uno por mil!: justa proporción por la vida del Iniciado caído y la de Oskar Feil, que se proponían tomar.

      ¡Nuestros enemigos, mejor dicho, el Enemigo de nuestros Estandartes, debería comprender definitivamente que Nosotros no amenazábamos en vano!

 

 

 

 

Capítulo XXVIII

 

 

 

Quiero advertir al lector que Yo no dispuse de suerte parecida a la suya, pues la narración de tío Kurt, refiriendo la operación de rescate de su Camarada Oskar Feil, demandó varios días. Sin hacer mención a esas interrupciones, he trascripto las partes principales en forma correlativa para no causar impaciencia, una impaciencia parecida a la que, como es de suponer, me aconteció a mí en esos días.

      Sólo agregaré que, como seguramente le ocurrirá al lector, aquella hazaña en la que participó tío Kurt, me trajo de inmediato a la memoria la “Hazaña de Nimrod”, relatada por Belicena Villca. Indudablemente, la aventura del Tíbet tenía un sello de heroísmo mágico, un estilo de “intrepidez sin límites”, que la asemejaba a la historia del Rey Kassita. Por lo demás, el Enemigo era el mismo: el Enemigo del Espíritu Eterno, el Enemigo de la Sabiduría Hiperbórea, el Enemigo de “nuestros Estandartes”, como lo denominaba tío Kurt, es decir, la Fraternidad Blanca de Chang Shambalá y sus agentes terrestres.

 

 

      Del mismo modo, acopiaré en los capítulos sucesivos los relatos más interesantes de tío Kurt sin intervenir. Naturalmente, emplearé tal criterio hasta donde sea posible, es decir, hasta el Epílogo ¿Epílogo?, que fue cuando el relato de tío Kurt, y todo relato, hubo de ser interrumpido. Yo, por mi parte, ya me hallaba bien de salud a esa altura, y sólo aguardaba la culminación de la historia para cumplir la solicitud de Belicena Villca: cada día que pasaba crecía mi determinación, pues, a cada instante, las cosas se iban aclarando irreversiblemente en torno de la Sabiduría Hiperbórea.

     

      Según recuerdo, así prosiguió tío Kurt una mañana:

 

 

 

 

Capítulo XXIX

 

 

 

Cabalgamos sin detenernos hasta cruzar el camino Chang­-Lam. Junto al puente sobre el Río Amarillo, en el mismo sitio donde lo encontramos, dejamos al gurka. Permanecería oculto aguardando al resto de la expedición, es decir, a los dos monjes kâulikas y a los cinco porteadores holitas. Nosotros, en cambio, continuaríamos varios kilómetros para acampar en los montes del N.E.

      No convenía hacernos ver por el momento pues el ataque a la aldea duskha causaría la consiguiente alarma en la región e ignorábamos la reacción de las autoridades oficiales del Tíbet, quienes tal vez sospechasen de nuestra intervención.

 

      Comenzaba a amanecer cuando nos detuvimos, siendo evidente que el buen tiempo que nos acompañara hasta entonces se había acabado. Densas nubes surcaban velozmente las alturas y una brisa helada, que nos calaba hasta los huesos, anunciaba sin equívocos posibles la inminente tormenta. Se trataba de una tormenta de nieve y el lugar más protegido sería, paradójicamente, el campo raso: de acampar contra las rocas de una barranca podríamos terminar sepultados por una avalancha. Dimos al fin con una depresión eleva-da, un pequeño valle de 30 metros cuadrados rodeado de suaves laderas, y nos empeñamos con celeridad en armar las carpas de alta montaña.

      Al medio día fue imposible permanecer en la intemperie, pues la brisa se había convertido en franca ventisca, y hubo que refugiarse en las carpas: sólo los caballos tibetanos, como hijos de Céfiro que eran, resistían con naturalidad las inclemencias del viento. Aquel retoño del monzón del N.O., sacudía las tiendas con violencia y silbaba un lamento agudo y desolado, un quejido que tal vez surgía del alma de Rigden Jyepo al llorar la suerte de sus adoradores.

      Adentro de mi tienda, otra tormenta amenazaba desatarse. Pero a ésta no la causaba el viento sino la tempestuosa actitud de Von Grossen. Para el Standartenführer la operación contra los duskhas representaba pura diversión, pérdida de tiempo. Su misión, dar alcance a la expedición de Schaeffer, no se había cumplido; y el tiempo seguía transcurriendo inútilmente. De acuerdo a sus lógicas ­apreciaciones, ahora estábamos peor que antes: –en primer lugar –razonaba– desconocíamos el camino secreto que unía el Cancel de Shambalá con la Puerta de Shambalá, cerca del lago Kuku Noor; en segundo término, parecía evidente que ya no podríamos seguirlos como hasta entonces, es decir, contando con la colaboración de la red kâulika, puesto que los espías gurkas quedaron fuera de la expedición; y en tercer lugar, cabía esperarse que a lo largo de aquel camino poco o nada frecuentado no hubiese pobladores a quienes indagar; pero, en cuarto orden, sería muy improbable que si los hubiera, ellos nos facilitasen la información requerida, después que nosotros descubrimos nuestra filiación contraria a la Fraternidad Blanca destruyendo a la comunidad de lamas del Bonete Kurkuma.

      –¿Cómo, entonces, cómo haríamos para darles alcance, según rezaban las órdenes de la División III de la R.S.H.A.?

      Yo fingía ignorar estas preguntas y me contentaba en explicar a Oskar Feil las verdaderas causas de su secuestro a manos de las duskhas: en verdad, había caído en una emboscada; la celada era parte de un complot entre Ernst Schaeffer y los lamas del Bonete Kurkuma, cuyo propósito tenía por fin proveer de una víctima humana al Culto de Rigden Jyepo; empero, tal conspiración tenía sus raíces en Alemania, en los traidores que se titulaban “las Fuerzas Sanas de Alemania”, quienes planearon aquella expedición y negociaron con la Fraternidad Blanca el precio de su apoyo. Y tal precio sería sin dudas muy alto: sólo para atravesar el Cancel se requería un sacrificio, la ejecución de un símbolo de la Nueva Alemania, la muerte de un SS., el holocausto de un exponente de la Aristocracia de Sangre del Tercer Reich. Luego, en Shambalá, Schaeffer conocería el resto de las condiciones: la Jerarquía Oculta apoyaría a los conspiradores con sus poderes mágicos y con sus, más efectivas, organizaciones sinárquicas, a cambio de destruír los cimientos espirituales del Tercer Reich. No sólo el Führer y su plana mayor tendrían que morir, y el partido Nacionalsocialista ser disuelto, sino que se debería extirpar el núcleo del tumor; esto es, habría que desintegrar a la SS. y demoler a la Orden Negra SS., exterminando sin misericordia a sus Iniciados. Sí, el bisturí de la Fraternidad interesaría esta vez el fondo de la herida, ras-pando si fuese necesario el hueso de la estructura social alemana: sólo así, a posteriori de la cirugía mayor, podría edificarse la Civilización del Amor sobre las cenizas de la Civilización del Odio Nazi.

      –Mas, hasta aquí, se trataría solamente de una parte del precio: con el cumplimiento de estas pautas, los traidores no lograrían más que demostrar su buena voluntad para colaborar con el Plan de la Fraternidad Blanca –aclaré a Oskar–. El apoyo completo vendría más tarde, si los conspiradores triunfantes demostraban estar dispuestos a llegar hasta el final y encaraban una transformación profunda de la sociedad alemana que borrase todas las huellas de la Cultura Nazi y la Sabiduría Hiperbórea: una sociedad alemana que se integrase pacíficamente en la Sinarquía Universal de la segunda mitad de Siglo XX exigiría, para que fuese abierta y confiable a la Fraternidad Blanca, una forma de gobierno democrática y liberal, y una Cultura Oficial en la que tuviesen libre expresión el sionismo, la judeomasonería y el judeomarxismo, o las ideologías nacidas de esos troncos sinárquicos. Entonces sí, si los traidores reinantes realizaban estas condiciones del pacto, Alemania se situaría en el bando de Dios, del Bien, del Amor, y de la Justicia; y los alemanes se verían apartados para siempre de sus malignas Deidades ancestrales.

      Así es, Oskar –concluí–. Ernst Schaeffer es uno más de un conjunto numeroso de traidores. Su función en la ­conspiración es firmar, en nombre de las “Fuerzas Sanas de Alemania”, un Pacto Cultural sinárquico con los representantes de la Fraternidad Blanca. No puedo revelarte en qué consiste nuestra misión, cómo vamos a frustrar sus planes, pero te aseguro que ya en Alemania tu suerte estaba decidida. ¡Jamás pasarías por el Cancel de Shambalá!

 

      Oskar se sintió ridículo cuando supo que Ernst Schaeffer lo había condenado desde el principio a morir en el Tíbet, que quizás sólo con ese fin le permitió participar de la Operación Altwesten, y que el espionaje que realizara para mí había sido a su vez supervisado por dos espías profesionales del S.D., participantes también de la expedición. Y para colmo de males hubo de enterarse de que involuntariamente había causado la muerte de Gangi.

      –He sido un tonto –afirmó avergonzado–. Y pensar que Yo me atreví a acosejarte a ti sobre la forma en que debías actuar y te sugerí consultar a Rudolph Hess. ¡Todos se han burlado de mí!

      –No te tortures, Oskar, que en ese entonces Yo ignoraba estos hechos. Y hasta último momento Yo desconocía la ­existencia de otros espías entre ustedes. Ahora sólo debemos pensar en impedir que el infame traidor de Schaeffer lleve a cabo su infernal cometido. Sus planes ya están fallando: tú estás vivo y eso es lo que cuenta. Vendrás con nosotros y conocerás el final de la historia, comprobarás el fracaso de sus vanos esfuerzos por destruir el Nuevo Orden –aseguré con convicción.

      –Muy claros conceptos y muy admirable su fe, Von Sübermann –intervino Von Grossen volviendo a la carga–. Pero no me ha dicho aún cómo vamos a encontrar a Schaeffer en este laberinto de montañas, y con el Invierno casi encima. ¿Cómo lo buscaremos? ¿Cree acaso que es posible rastrillar al azar semejante región?

      Realmente, Yo no tenía ni la menor idea que respondiese a esas preguntas. Ante la presión del Standartenführer, sólo atiné a proponer:

      –Debemos inquirir a los kâulikas. Posiblemente ellos sepan el modo de localizar a quienes se desplazan por territorios que les resultan sobradamente conocidos.

      Karl Von Grossen se tomó la cabeza entre las manos, al comprender que sus sos-pechas eran fundadas: Yo no poseía la solución al problema de hallar a Schaeffer. (¡Mein Gott: si fallaban en ese objetivo ni soñar con regresar a ­Alemania!) Aquella operación, Himmler y Heydrich se lo habían dicho bien claro, podía constituir un viaje sin retorno. El fracaso no estaba permitido. Si fracasaba, debía protagonizar una suerte de harakiri o seppuku, el honorable suicidio ritual de los samurais japoneses.

      Pero Von Grossen, además de duro, era un hombre de proverbial sangre fría. No obstante su aprensión, dijo:

      –Buena idea, Von Sübermann, trataremos de llevarla de inmediato a la práctica.

      Sin esperar respuesta, desenganchó las telas de la tienda y se precipitó al exterior, efectuando vigorosos saltos de rana. Afuera la ventisca arreciaba. Lo seguí perplejo y penetré con él en una de las vecinas carpas de los lopas. Contrariamente a nosotros, que nos manteníamos abrigados introducidos en las bolsas de dormir, los cinco tibetanos que teníamos adelante sólo vestían el uniforme de porteador inglés de alta montaña: saco y pantalones verdes y borceguíes.

      Contemplé con la mirada perdida como la nieve de sus ropas se derretía y el agua chorreaba y corría por la lona del piso hacia la abertura de eliminar desperdicios, mientras Von Grossen interrogaba a los tibetanos en bodskad de Jam. Naturalmente, por dentro estaba invocando a los ­Dioses, rezando una plegaria para que se cumpliese el milagro y los kâulikas conociesen las respuestas que obsesionaban al Standartenführer.

      De pronto, y puedo asegurar que por primera vez en las semanas que llevábamos juntos, vi a todos los lopas sonreír al unísono. ¡Sí, no cabían dudas: nos miraban y sonreían! Y luego de intercambiar entre ellos sugestivos gestos de complicidad, volvían a observarnos y reían más fuerte aún. Finalmente llenaron la tienda con un coro de carcajadas incontenibles.

      El severo rostro del jefe SS. demostraba estupefacción y el mío debía manifestar algo parecido. Sin embargo, ambos aguardamos con paciencia que los lopas dominasen la gracia que les causara la pregunta de Von Grossen, tratando con esperanza de vislumbrar una respuesta positiva en la asombrosa reacción.

      –¿Qué piensa de esto? –dije en alemán.

      –Intuyo que se trata de Ud. –contestó enigmáticamen­te–. Supongo que ellos creen que Ud. conoce la forma de seguir a Schaeffer.

      Así era. Al concluir la hilaridad general, Von Grossen repitió la pregunta: ¿existía algún modo de encontrar la expedición occidental, ahora que ya habían cruzado el Cancel de Shambalá? Volvieron a mirarse entre ellos, tentados de reír, pero al fin uno de los monjes kâulikas tomó la palabra:

      –No os burlamos de vosotros, aunque vuestra pregunta bien parece lo que acostumbráis llamar broma. Pues no otra cosa que una broma nos parece el averiguar cómo se puede seguir a algo o a alguien en el Universo, cuando quien lo pregunta va acompañado por el amo de los perros daivas. Contestad vos, en serio ¿quién podría ocultarse, y dónde habría un escondite tal, una vez que los perros daivas obedezcan la orden del Hijo de Shiva y corran tras sus pasos?

      Von Grossen no supo qué responder y me miró a los ojos con expresión hostil.

      –¡Le juro que no lo sabía! –me disculpé, escandalizado frente a la posibilidad de que sospechase que Yo no quería seguir a Ernst Schaeffer.

      –¡Decidme qué debo hacer y cumpliré! –grité indignado a los monjes–. Vuestro Guru no me ha dado más información que un Yantra incomprensible y sólo 60 días atrás no tenía ni la más remota idea de que existían los perros daivas. Explicadme vosotros cómo debo proceder para conseguir que esas bestias localicen la expedición alemana.

      Nuevamente se miraron entre sí los lopas, pero sus rostros mostraban ahora la habitual indiferencia. El que había hablado, y al que llamaban Srivirya, tomó la palabra:

      –Sin duda vos también bromeáis, Oh Svami. Pues debéis saber mejor que nadie, vos que os halláis más allá de Kula y Akula, cómo dirigir a los perros daivas. Y si no lo sabéis, o lo habéis olvidado, no os costará mucho saberlo o recordarlo empleando el Scrotra Krâm, el Oído trascendente de los Tulkus, del cual estáis dotado. Nuestro Guru os ha revelado el Kilkor svadi, mediante el cual es posible formar cualquier palabra o nombre de cosas Creadas; y vos conocéis el nombre de vuestro enemigo. Oh Sahakaladai, Magia es Poder: y las palabras y nombres son los utensilios de la Magia. Reproducid el nombre hacia el que queréis dirigir a los perros daivas con el lenguaje mágico del Kilkor svadi y ellos os obedecerán.

      Sea porque realmente creía que se trataba de una broma o de una especie de prueba, o porque no deseaba seguir hablando sobre el tema, no hubo manera de obtener más información del lacónico Srivirya. Sus últimas palabras fueron:

      –Oh, Mahesvara, el que no discute jamás, no alcanzamos a comprender el motivo que tenéis para confundirnos con preguntas de las que sólo vos podéis saber las respuestas. El Círculo Kâula conoce la Magia que permite existir a los perros daivas, pero nadie que no sea un Gran Guru o un Tulku consigue dominarlos con la mente, única vía por la que reciben órdenes: ellos escuchan únicamente la Voz Interior de los Gurúes y los Dioses, los que están más allá de Kula y Akula, los que son como Shiva; o tienen su Signo, como vos. Yo nací en un Monasterio del Círculo Kâula, y mi padre y mi abuelo fueron Iniciados kâulikas; y ni Yo, ni mi padre, ni mi abuelo, vimos nunca un Guru capaz de hablar con los perros daivas, hasta que los Dioses os enviaron con nosotros. Si es que queréis confirmarlo, el haberos conocido nos enorgullece. Pero no nos avergoncéis más con preguntas que son propias de los Dioses. Sabemos de nuestra debilidad y confusión en el Infierno de Maya y hacemos todo lo posible para remediarlo. ¡Creednos, Oh Kshatriya: algún día emergeremos de la miseria humana en que se ha hundido el Espíritu y seremos como vos! ¡Tendremos entonces abierto el Scrotra Krâm, como vos, y podremos saberlo todo; y los Dioses nos revelarán los secretos del Tantra; y los svadi daivas nos obedecerán como a vos!

 

      Regresamos a la carpa profundamente impresionados, aunque por motivos diferentes. A Von Grossen le sorprendía que los temibles kâulikas se dulcificaran en mi presencia y me trataran casi como un Dios. A mí, justamente, esa deferencia me causaba inocultable desagrado, quizás porque no acababa de comprender completamente lo que ocurría a mi alrededor: desde que fuera secuestrado por los ofitas, durante mi niñez, hasta entonces, había ocurrido el fenómeno de que ciertos hombres particulares percibían en mí, o por mí, un significado espiritual que los arrancaba del Mundo material y los elevaba hacia las cúspides más excelsas del Espíritu Eterno, Infinito e Increado. Y ese significado procedía de un Signo que se revelaba en mí, o por mí, un Signo que los ofitas llamaban “de Lúcifer”, Konrad Tarstein, “del Origen”, y los kâulikas “de Shiva”. Los hombres particulares que lo percibían, según Tarstein, y coincidiendo según veo ahora con Belicena Villca, compartían conmigo el Origen común del Espíritu y llevaban en su Sangre Pura, inconsciente-mente, el Símbolo del Origen. Por eso percibían el Signo del Origen en mí; en verdad, no lo conocían recién sino que entonces lo reconocían, lo proyectaban en mí y entonces se tornaba ­consciente, descubriendo la Presencia del Espíritu en Sí Mismo, revelando el Misterio del Origen. Pero ese significado que Yo manifestaba, y que esos hombres particulares comprendían, era in-significante para mí.

      En rigor, debería decir no-significante pues el Signo me importaba mucho a pe-sar de no poder comprenderlo, de no lograr abarcar su contenido con la mente consciente. Y esa impotencia intelectual era la causa de la perturbación que aún me causaba el comprobar que ciertos hombres particulares lo percibían. Podía tolerarlo, como en el caso de la Pagoda Kâulika, pero siempre salía mal librado de la experiencia.

      Esta vez, a la perturbación de sentirme trascendido por el significado del Signo, se sumó el efecto del increíble conocimiento que tenían los kâulikas sobre el Oído Interior. Cómo se enteraron que Yo poseía esa facultad, producto del poder carismático del Führer, es algo que nunca supe. Mas a Von Grossen el tema lo fascinaba, disipadas sus dudas luego de la insólita explicación de Srivirya, y el asunto del Oído Interior no se le había escapado. Apenas nos acomodamos en la carpa, preguntó a boca de jarro:

      –¿Qué Demonios es eso del Scrotra Krâm, Von Sübermann?

      –Lo siento mi Standartenführer –dije en el acto, y no sin rudeza– pero no puedo responderle a esa pregunta. Le diré, sí, que haré todo lo que pueda para realizar la idea de los monjes kâulikas. Si es cierto que los perros daivas son capaces de rastrear a Ernst Schaeffer tenga la seguridad de que lo hallaremos. Voy a trabajar desde ahora para encontrar la solución del problema, y emplearé si fuese necesario el Scrotra Krâm. Es todo cuanto puedo decir.

      Los ojos de Von Grossen echaron chispas pero, como de costumbre, mantuvo la serenidad y no me molestó más. Indudablemente Yo no podía hablar con él, del Oído Interior, porque Konrad Tarstein había tomado mi palabra de que sólo lo haría con “miembros de mi propío Círculo”; y un sexto sentido me advertía a gritos que Von Grossen no lo era.

     

      Esa noche, cuando todos estuvieron dormidos, me decidí a “emplear el Scrotra Krâm”, es decir, a comunicarme con la Voz del Capitán Kiev. Como la primera vez, como siempre, no tardé en verme inundado de Sabiduría. Comprendí así que los bijas del Yantra no sólo permitían emitir un conjunto de órdenes fijas, según me revelara el Guru Visaraga, sino que constituían un Alfabeto de Poder con el que se podía formar “cualquier nombre de cosas creadas”: los kâulikas, evidentemente, conocían aquella propiedad pero ignoraban la clave alfabética que ordenaba los 49 bijas y posibilitaba la codificación de cualquier palabra. Sin embargo, no hubiese sido difícil para ellos descubrir el Alfabeto de Poder efectuando un análisis criptográfico de las “palabras de mando” para los perros daivas que figuraban en sus fórmulas mágicas.

      Sea como fuere, lo cierto es que a mí me había sido revelada la totalidad del secreto. Conocía ahora un símbolo, semejante al plano de un laberinto, que aplicado sobre el Yantra dotaba a los bijas de un determinado orden, a cuyo arreglo se debían ajustar las palabras formadas. Lo verifiqué varias veces con las “palabras de mando” del Guru y, cuando estuve seguro de no cometer errores, me aboqué a la tarea de traducir la sentencia “sigan a Ernst Schaeffer” en la lengua del Yantra svadi.

 

 

 

 

Capítulo XXX

 

 

 

Por la noche amainó el temporal y a la mañana el cielo se presentaba despejado, sin vestigios de la pasada tormenta. Hasta el viento había cesado por completo y el vayu tattva se mostraba sereno: un silencio total reinaba ahora en el diminuto valle. Los tibios rayos de Surya, el Sol, apenas alcanzaban a derretir parte de la nieve acumulada. Pero más radiante que el Sol me hallaba Yo pues, aunque no había dormido en toda la noche, estaba seguro de tener la solución para dirigir a los perros daivas tras los pasos de Ernst Schaeffer, y ese logro me estimulaba y sobreexcitaba.

      Al verme, Von Grossen no necesitó preguntar nada para saber que el problema es-taba resuelto. Se ocupó, en cambio, de enviar un lopa para relevar al gurka y notificarle la ubicación de nuestro campamento; luego se concentró en estudiar los deficientes mapas del Tíbet y el Oeste de China. Pasé la mañana conversando con Oskar y los otros oficiales d, y al mediodía almorzamos tsampa, una olla cocinada por los monjes, formando todos juntos una gran rueda de conmilitones. La reciente aventura nos había aproximado al peligro y a la muerte, y dejado como saldo positivo una sana camaradería que me recordaba los días de la hitlerjugend. Sí; hasta podría asegurarte, neffe Arturo, que en aquellos momentos nos embargaba una despreocupada alegría.

 

      Ya anochecía cuando llegaron el gurka, el lopa mandado por Von Grossen, los dos lopas que dejamos en Yushu, y los cinco porteadores holitas con los yaks, los zhos, y los terribles dogos. Creo que jamás en mi vida me sentí tan contento como en esa ocasión, al recobrar a los perros daivas. El arribo fue muy festejado por los oficiales SS. pues, además de víveres, en los yaks venían otros cincuenta cargadores de Schmeisser y balas de Luger, justo para reponer las municiones gastadas contra los duskhas. Los dos monjes kâulikas traían noticias frescas sobre el ataque, recogidas en el camino Chang-Lam.

      Toda la región del Tíbet estaría, al parecer, conmocionada por el suceso. Por el camino, tropas de un titulado “Príncipe de Kuku Noor” los habían interceptado, pero luego de las explicaciones recibidas les permitieron partir sin problemas. Aquel incidente era consecuencia de la guerra civil: en algún momento de su Historia, el país del Tíbet llegaba hasta el lago Kuku Noor; posteriormente, los chinos formaron la provincia de ese nombre e hicieron retroceder la frontera del Tíbet más al Sur del Río Yang Tse Kiang; y últimamente, luego de la incorporación de otros pequeños estados, principados, o feudos tibetanos, constituyeron la gran provincia de Tsinghai.

      Al comenzar la guerra entre Japón y China, y a causa de la ausencia del poder central por la ocupación de la capital del Celeste Imperio, los tibetanos vieron la oportunidad de recuperar sus antiguos señoríos e independizarse de China y unirse nuevamente al Tíbet. En ese caso particular, el resurgido Príncipe de Kuku Noor era un fervoroso budista de la tribu tibetana lubum, cuyos miembros forman parte de la aristocracia lamaísta. Su devoción y respeto por el Dalai Lama no tenían límites, y la agresión a los duskhas lo había afectado profundamente: por tal razón envió varias partidas de hombres armados a la búsqueda de los ­atacantes.

      –“Somos –dijeron los lopas– servidores de un rico comerciante de Bután, que se encaminan a Sining para canjear su mercancía”.

      Viajaban con el consentimiento del Dharma Rajá, para quien debían cumplir ciertos encargos. Y enseñaron a los soldados tibetanos una carta del Dharma Rajá en la que constaba la lista de objetos a adquirir.

      Eso fue suficiente. Los lopas obsequiaron una botella del aguardiente de solja butaní y los soldados brindaron abundante información. “Debían cuidarse durante el viaje porque existía una gavilla de bandoleros fuertemente armada que operaba en la Región. Recientemente atacaron y destruyeron una aldea de pacíficos y Santos lamas, por lo que se veía bien claro que no se trataba de tibetanos, ni siquiera de religiosos, sino de extranjeros indeseables. A menos que fuesen miembros de la clandestina secta Kâula, quienes odiaban a los lamas budistas o hinduístas en general; pero ellos nunca se habrían atrevido a tanto. Los sobrevivientes duskhas afirmaban haber sido atacados por los Asuras, mas los soldados no eran tan crédulos y sospechaban que los ‘Demonios’ serían en realidad bandidos occidentales, secundados por matones chinos. Si estaban en  lo cierto, los malhechores intentarían regresar a China por la indefinida frontera del Este, a la que se proponían vigilar desde ahora”.

      De manera que nos buscaban y, como atinadamente predijera Von Grossen, no podríamos hacernos ver por bastante tiempo. Los monjes kâulikas tenían otras novedades.

      Sus contactos con miembros del Círculo Kâula les permitieron enterarse de que un profundo movimiento subterráneo de simpatía hacia nosotros se estaba articulando en to-do el Tíbet espiritual. A muchos admiraba aquel grupo de Iniciados que mataban sin pie-dad a los discípulos del Señor de Shambalá. Sería muy difícil regresar a Bután por el mismo camino, pero nuestros aliados tibetanos nos garantizaban un seguro escape a través de China hasta las líneas japonesas. Japón se hallaba entonces en excelentes relaciones con Alemania y en el consulado alemán de Shanghai funcionaba activamente una delegación del Servicio Secreto de la d. Si llegábamos hasta allí, podríamos embarcarnos sin inconvenientes. La comunidad kâulika de Sining nos ayudaría en esa empresa.

 

      Pero aún era prematuro hablar de la salida del Tíbet. Antes debíamos hallar a Schaeffer y neutralizar sus planes.

      –¿Estamos en condiciones de partir al amanecer, Von Sübermann? –preguntó cortésmente Von Grossen.

      –¡Iawohk, mein Standartenführer ! –respondí con seguridad.

 

      Dejamos todo listo y, al amanecer, levantamos las tiendas y nos dispusimos a partir. Von Grossen esperaba que Yo le indicase claramente el rumbo, pero lo único que podíamos hacer sería acompañar a los perros daivas. Se lo hice entender y me situé adelante de la columna, tomando con las dos manos las riendas de los dogos. Desde el Infinito del Espíritu, más allá de Kula y Akula, descendió la orden “seguir a Ernst Schaeffer” en la lengua del Yantra svadi y penetró en el Universo de las Formas Creadas, atravesó el âkâsha tattva y se implantó en el cuerpo anímico de los perros daivas. Y los increíbles animales, como si realmente estuviesen husmeando un rastro físico, se pusieron rígidos y estiraron las cabezas hacia arriba, y luego partieron como flechas en dirección al Norte.

     

      Viajamos varios días de ese modo, siempre escoltando a los perros daivas y éstos siguiendo las invisibles huellas de la expedición alemana. Al principio Von Grossen no puso objeción alguna pero luego comenzó a inquietarse, a desconfiar, y a insinuar abierta-mente la posibilidad de que los perros se hubiesen extraviado. En honor de la verdad, debo decir que no carecía de razones para dudar, pues la errática marcha de los dogos, que ora iban hacia el Norte, ora hacia el Este, ora regresaban al Sur, ora torcían al Oeste, lo había desorientado por completo.

      Su brújula y sus mapas eran totalmente inútiles, me dijo dramáticamente un día. –¡Estamos perdidos en el corazón del Tíbet, en un lugar absolutamente desconocido para la civilización! ¡Quizás en un lugar que no es de este Mundo!–. No es que el racional Von Grossen se hubiese tornado repentinamente supersticioso: ocurría que los perros daivas nos condujeron realmente por una ruta que no parecía de este Mundo. En ese momento nos encontrábamos en un enorme valle, ornado de regular vegetación y dotado de primaveral clima; todo era tranquilo y perfecto allí: sólo que ese lugar no podía existir donde estaba. Observé un pequeño pájaro posarse en un árbol, vi un arbusto con flores amarillas, eché una mirada perdida a una liebre veloz, y comprendí que la circunstancia no tenía explicación. Recién entonces me entró preocupación y le concedí razón a los reclamos de Von Grossen.

      “¿Dónde Diablos estamos?” pensé, mientras detenía con una orden mental a los dogos. Von Grossen me contemplaba fastidiado.

      –¡Al fin ha comprendido el problema! Hace tiempo que le advierto que algo no an-da bien pero Ud. no me escucha. No escucha a nadie. Sólo presta atención a sus malditos perros. No niego que en todo esto hay hechos sobrenaturales, hechos que quizás Yo no pueda o no deba comprender: lo acepto y ni intento cambiar las cosas. Sé que los perros nos guiarán por sendas extrañas, ilógicas, para alcanzar a quienes también transitan por un camino mágico. Lo sé y no busco comprender cómo lo hacen. Para eso está Ud. Pero óigame bien, Von Sübermann ¿no puede suceder que, en éste o en otro Mundo, los perros se desorienten, se extravíen, pierdan la pista de Schaeffer o sigan un rastro falso? ¿no puede haber, acaso, otros Magos, enemigos nuestros, que interfieran su rumbo?

      –¡Absolutamente, no! –le dije, pero ahora era él quien no escuchaba.

      –Hace una semana que marchamos, supuestamente hacia el Lago Kuku Noor, vale decir, hacia el N.E. ¿Sabe en qué región deberíamos estar?

      –Sí –acepté de mala gana–. En Tsinghai. Este valle...

      –¡No, Von Sübermann: Ud. sabe perfectamente que un valle como éste no existe en Tsinghai ! Es un Ostenführer, si mal no recuerdo; lo leí en su legajo. Vale decir que conoce bastante la geografía del Asia. Deberíamos estar en Tsinghai, y a veces parecía que estábamos allí, pero definitivamente esto no es Tsinghai ! ¡No sabemos siquiera si es el Tíbet!

      Karl Von Grossen rió histéricamente y continuó. Yo decidí esperar que se calmara.

      –Míre la brújula. Hacia allá está el Este, de donde venimos. ¿Recuerda el gran lago que vimos ayer con los prismáticos, y que convinimos en que no podía ser otro más que el Kuku Noor? Pues bien, la orilla Este de ese lago da al valle de Tsinghai, entre los montes Nan Chan al Norte y la cordillera Kuen Lun al Sur. ¿Conoce la distancia entre el lago y los montes Kuen Lun? Si quiere puede consultar el mapa.

      –Considerando que la cordillera Kuen Lun se extiende paralelamente de Este a Oeste, creo que hay unos 30 km. entre el lago y su extremo oriental, la cadena Amne Ma-Chin; –dije de memoria– y entre la orilla Este y el extremo occidental de la Kuen Lun, la cadena Altyn Tagh por ejemplo, en cambio hay unos 1.000 km.

      –¡Eso es! –confirmó triunfalmente–. Ahora mire hacia el Sur con los prismáticos ¿Reconoce esos montes, a no más de quince kilómetros?

      –¡Son los Altyn Tagh! –exclamé estupefacto– ¡El extremo Oeste de la cordillera Kuen Lun!

      –¿Y a Ud. le parece, Von Sübermann, que desde ayer a hoy pudimos recorrer 1.000 km.?

      –¡Nein!

      –Ahora va siendo Ud. razonable –aprobó–. Le diré cuánto anduvimos, ya que he efectuado un cálculo preciso: sólo veinticinco kilómetros. ¿Comprende? Hemos unido en sólo 25 km. dos lugares que normalmente están separados por 1.000 km. ¿Qué ocurrió con la distancia normal? ¿Se acortó? Tome conciencia, Von Sübermann: en el planeta que nosotros nacimos y estudiamos, el lago Kuku Noor no se encuentra a 25 sino a 1.000 km. de los montes Altyn Tagh. ¡Este lugar es Tíbet y China a la vez!

      Ante aquella realidad tangible, de hallarnos frente a los montes Altyn Tagh, en el Oeste de la cordillera Kuen Lun, se aclaraba inesperadamente el significado del nombre clave Altwestenoperation, que entendíamos como Operación Viejo Oeste: ingeniosa-mente, habían cortado la palabra China Altyn para formar la voz alemana Alt, viejo. Pero entonces, casi al final de la aventura, se comprendía el sentido verdadero: la nefasta misión se llamaba en verdad “Operación Altyn Tagh”. Pensé tontamente en esto, mientras Von Grossen insistía en plantear la necesidad de revisar la Estrategia de la Operación Clave Primera: él, que una semana atrás me obligara a emplear la facultad del Scrotra Krâm y a lanzar los perros daivas tras las huellas de Schaeffer, afirmaba ahora la necesidad de revisar la Estrategia propia: ¡Wahnsinn!

      Comenzamos a hablar apartados del resto de la caravana, pero los tres oficiales SS. se fueron acercando en silencio y ahora estábamos rodeados por ellos. Von Grossen sus-piró y me puso paternalmente una mano en el hombro.

      –Fíjese en los tibetanos –indicó–. ¿No le parece insólita su expresión? –En efecto, aquí Von Grossen no exageraba: la actitud de los monjes kâulikas era indudablemente fuera de lo común. La natural e imperturbable tranquilidad había desaparecido y se los notaba nerviosos y alarmados. ¡Aquellos guerreros, que no vacilaron frente a un enemigo cien veces superior, se revolvían incansablemente para vigilar todas las direcciones, como si esperasen que el mismo Satanás fuese a irrumpir a sus espaldas! No reparé antes en ello porque los perros atrajeron toda mi atención, como me reprochara Von Grossen.

      Maldije por dentro y sólo musité:

      –Es curioso...

      –¿Curioso? Es increíble. Ud. recién lo advierte, pero hace un día que se han puesto así. Yo intenté averiguar qué les pasaba mas me han respondido con evasivas, pero a Ud., a quien respetan, no se negarán a responder.

      –¡Quiero saber qué pasa, Von Sübermann! –prosiguió–. Antes de continuar este viaje de locos quiero saber qué pasa: si estamos extraviados, o en otro Mundo, o qué les ocurre a los tibetanos, quiero saberlo todo. No me opondré a reanudar la marcha guiados por los perros, mas creo necesario que Ud. reflexione y esté al tanto de lo que ocurre a su alrededor.

      Evidentemente, mi abstracción de los últimos días lo había afectado. Pero se equivocaba Von Grossen. Si quería hallar a Ernst Schaeffer, si pretendía que los perros daivas obedeciesen la orden correcta, el peor error que podía cometer, sería “estar al tanto de lo que ocurría a mi alrededor” y “reflexionar”. Justamente, el secreto para controlar a los perros consistía en la capacidad de situarse lejos de todo “alrededor”, fuera del Espacio y del Tiempo, más allá de Kula y Akula; y por sobre todo, se requería no pensar, no apercibir, no “reflexionar”.

      Sin percatarse, el Standartenführer quería obligarme a caer en Mâyâ, la Ilusión de las formas materiales que llenaban nuestro “alrededor”, que componían el contexto del Gran Engaño. Pero él era un hombre cultísimo, que hablaba con soltura del Vril y demostraba comprender los términos del Espíritu: la Eternidad, el Infinito, la Libertad Absoluta. ¿Cómo explicarle, entonces, lo que ya sabía? Opté por callar. No quería lastimarlo, pues sólo podía atribuir su olvido de los principios básicos de la Sabiduría Hiperbórea a una intensa sensación de terror.

      –Interrogaré al gurka –propuse–. Me parece que es quien más afinidad tiene con nosotros.

      Von Grossen estuvo de acuerdo y lo llamamos enseguida. Como él supusiera, Bangi no se negó a responderme.

      –Estamos –dijo– en el “Valle de los Demonios Inmortales”. Muy cerca de aquí ha de encontrarse la Puerta de Chang Shambalá. Vosotros no habéis desarrollado la visión psíquica y por eso no véis el Santuario de la Reina Madre del Oeste. Pero hace un día que nos aproximamos a él y los kâulikas lo percibimos a cada instante con mayor nitidez.

      El gurka señalaba hacia los montes Kuen Lun. Por momentos hablaba en bodskad, y por momentos en inglés y alemán, lo que demostraba su perturbación.

      –¡Sí: allí está el Santuario de Hsi Wang Mu, la Enemiga de Kula! –afirmó con un estremecimiento–. Ella es quien otros llaman Dolma, Tara, Kuan Yin, y también Binah, la Madre de los hombres mortales de barro. Es tradición que a este Valle de los Inmortales sólo entran los que Ella ama y desea preservar para que adoren a Brahma, El Creador, y sirvan al Rey del Mundo, es decir, sólo entran los que odian a Kula, los que rechazan la Boda Eterna con la Shakti Absoluta, los no-hombres, los no-viriles. ¡Jamás un kâulika ha puesto los pies en este camino contrario al Tao, el Camino y el Fin al Principio; nunca un Esposo de Kula ha hollado tan mísero camino, opuesto a la propia Vruna!

      Vos y los perros daivas nos habéis conducido al Infierno, a protagonizar en cuerpo físico el más grande desafío de esta vida. Ella tratará de convertirnos en anima-les, pero nosotros lucharemos aquí si es preciso; por Shiva; y por vos, Hijo de Shiva; y por vuestro Führer, el Señor de la Voluntad Absoluta. Pero, sobre todo, lucharemos porque sabemos que vos, que nos habéis guiado a la Guerra contra los Asuras, no nos abandonaréis en el Infierno. ¡Vos sois un Guerrero del Cielo y del Infierno, un Hombre de Honor, y sabréis cómo sacarnos de aquí!– Tal convicción, obvio es aclararlo, me impresionó profundamente.

      –¿Estamos en el Infierno? ¡Sí que hemos llegado lejos! –comentó Von Grossen con ironía–. Es posible entonces que el hijo de puta de Schaeffer se encuentre próximo, ya que éste es el lugar más apropiado para él.

 

 

      Por supuesto, nadie imaginó que la chanza de Von Grossen correspondía a la más estricta realidad: el traidor y la expedición alemana se hallaban cerca, muy cerca de allí. Sin embargo el viaje no se reanudó hasta la mañana siguiente, por iniciativa mía. Deseaba que todos descansasen y busqué excusas triviales para justificar la parada. Expliqué, al ya no tan apresurado Standartenführer, que necesitaba “reflexionar” sobre lo visto y oí-do, y revisar las órdenes de los perros daivas. Y creo que por primera vez en el viaje, des-de Bután, todos agradecieron internamente tener que perder un día en el Umbral del Valle de los Demonios Inmortales.

 

      La camaradería no es un vínculo cuantificable, una relación mensurable, una razón entre compañeros. No es un mero nexo afectivo, como la amistad, sino coincidencia espiritual, identidad de ideales que se realizan simultáneamente. La camaradería es determinada por instantes absolutos: el tiempo y el espacio del hecho; pero carece de dimensión temporal extensiva; vale decir, la camaradería no admite categoría de duración, es inconcebible un Camarada permanente, como un amigo. La camaredería produce Camaradas del acto, de la circunstancia coincidente; implica el encuentro de dos o varios, en un mismo instante, con un ideal común que se concreta. La amistad, por el contrario, es temporalmente extensa y espacialmente limitadora y abarcante; consiste en un grueso nexo sentimental, casi mensurable, que une a las personas con independencia del hecho en el que participan. La amistad es independiente de toda norma ética porque brota del corazón, como toda relación afectiva. En la camaradería, por el contrario, siempre está presente el Honor. Se exige no cuestionar la conducta moral de un amigo; es obligación, en cambio, observar la actitud ética de un Camarada: Se podría traicionar a la patria, con ayuda de un amigo. Pero sólo es posible morir por la patria, con ayuda de un Camarada.

      De la oposición entre la amistad, afectiva, y la camaradería, espiritual, surge con claridad por qué el traidor consigue extender su traición en el tiempo, “para siempre”, análogamente a la amistad, y por qué el héroe debe demostrar su valor en el acto de un instante, instante que el Honor, y la ética de la humildad, obligan a olvidar posteriormente: ese instante del héroe, que lleva implícito todo el valor en el acto de su ocurrencia, es la instancia absoluta de los Camaradas, la coincidencia perfecta de los que van a luchar a favor del mismo ideal. Porque, y la aclaración es evidente, el instante del héroe es un tiempo propio de Kshatriyas, de Guerreros, es decir, de Camaradas.

      En una trinchera, están refugiados un jefe y diez soldados. De pronto cae adentro una mortífera granada. Un soldado se arroja sobre ella y amortigua la explosión con su cuerpo: ha muerto pero ha salvado a todos los demás; es un héroe. Hay que advertir, en este ejemplo, que el héroe, en su instancia absoluta, es el líder carismático del grupo. Observemos bien: se trata de un ejército profesional, existen jerarquías y grados militares, superiores y subordinados, jefes y soldados. Sin embargo esa organización exterior, ese or-den superficial, no cuenta frente a la Muerte imponderable; las fuerzas internas del orden humano son impotentes para oponerse a la potencia disolvente de la Muerte. Al caer la granada, en la trinchera, sólo son reales la Muerte y los hombres que van a morir: en ese instante de terror no hay superiores y subordinados, jefes y soldados, sino hombres que van a morir. Pero alguien decide oponerle el cuerpo a la Muerte. Lo piensa en un instante y lo decide: él detendrá a la Muerte, no la dejará pasar más allá de sí. No es un suicidio: es un acto de entrega de la propia vida en favor de un ideal. “Muero para que triunfen ellos”.

      Primer acto: Cae la granada en la trinchera y la granada es la Muerte: frente a Ella, un grupo de hombres va a morir.

      Segundo acto: Un hombre se levanta desde su propia humanidad y decide “morir él solo y salvarlos a ellos”, “para que triunfen ellos”. Y quien así obra no es ni jefe ni soldado, pues el valor no requiere jerarquías, sino el héroe. He aquí el milagro: un soldado se apodera de la instancia absoluta y deja de ser soldado para convertirse en héroe. Y ya no hay jefes ni soldados, ni siquiera hombres que van a morir, sino el héroe y sus Camaradas.

      Sus compañeros, jefe y soldados, son los Camaradas que coinciden junto a él en el acto de la Muerte. Pero, por sobre todos los actos, está el objetivo de la guerra, el ideal del guerrero, la patria o tal vez una meta nacional. La realización del ideal necesita, pues, el hecho de la vida. La Muerte, en ese caso, es el Enemigo. De allí que, frenar a la Muerte, evitar que quite la vida de los que luchan por el ideal, sea un acto de servicio al ideal, fuera de todo reglamento. Si no fuese así, el acto del héroe sería un mero suicidio y los sobrevivientes salvarían una vida sin sentido. Pero la vida rescatada de la Muerte tiene un sentido: el triunfo del ideal . El héroe se arroja sobre la granada pero les dice bien claro a todos: “muero para que vosotros ­triunféis”, es decir, “muero así para que triunfemos todos”, “muero así para que triunfe el ideal”, “¡triunfad!”; no les dice “Os regalo la vida”.

      ¿Y cómo se los dice?: carismáticamente. Todos lo escuchan con la Sangre; por eso no sienten que le deben la vida al héroe sino que deben triunfar, derrotar al Enemigo, cumplir con su mandato. ¿Entonces hay orden? Sí, pero no el orden artificial de la organización militar sino la formalidad de la Mística: en el instante de arrojo, el héroe es el líder carismático de sus Camaradas y su último pensamiento es una orden que to-dos acatarán. Una orden dada fuera de la jerarquía militar, desenganchada de la cadena de mandos, pero dotada de mayor fuerza que cualquier disposición exterior porque ha sido emitida dentro de cada uno, simultáneamente con la explosión de la Muerte. Bajo la forma Mística del ideal, los Camaradas han recibido, en un instante único, la orden del líder carismático, que lo es porque en esa instancia absoluta los supera a todos con el valor heroico de su acto.

      Regresando a la comparación anterior, ahora se puede apreciar mejor la diferencia entre la amistad y la camaradería: los amigos pueden darnos mucho, incluso todo lo que tienen; tal vez hasta den la vida por nosotros; pero sólo los Camaradas nos darán algo mayor que sus vidas, incluso mayor que nuestras propias vidas, esto es, el ideal. Sólo un héroe, o un Camarada, creerá en nosotros como héroes o Camaradas y nos ordenará seguir al ideal, nos señalará el ideal, nos revelará el ideal, nos aproximará al ideal.

      Ser amigo es estar ligado a un corazón ajeno. Ser Camarada es estar comprometido con un ideal; significa asumir, en el momento oportuno, la instancia absoluta del héroe; si fuese necesario, liderar carismáticamente a los Camaradas, ordenar la marcha hacia el ideal, morir por el ideal. “Alemania, un día te elevarás radiante / aunque Nosotros tengamos que morir / ... / ¡Sí, nuestros Estandartes son superiores a la Muerte!”

      Pero no siempre los héroes tienen que morir. Héroe es también aquél que lidera a sus Camaradas en el instante absoluto y los conduce directamente a la victoria. Y todos lo siguen, persuadidos, arrebatados, ganados, porque saben carismáticamente, con la Sangre, que él ha visto el ideal y se propone realizarlo. Se cumple así un principio universal de la Sabiduría Hiperbórea; “uno conduce a los Camaradas y el ideal se realiza”.

      En nuestra escuadra, imperaba el orden militar. Existía una escala de mandos que se iniciaba en Von Grossen, continuaba conmigo, proseguía con Hans y Kloster, y culminaba en Heinz; los guerreros kâulikas también tenían su jerarquía, y sus jefes recibían directivas nuestras.

      Sin embargo, por arriba de la organización militar, a todos nos unía el ideal común del Espíritu, del Nacionalsocialismo, del Führer. En un instante dado, todos éramos Cama-radas, y entonces podía ocurrir la instancia absoluta del héroe. Durante el viaje, y el ata-que a los duskhas, la escuadra funcionó como un cuerpo militar y las jerarquías y grados se respetaron. Empero, cuando el objetivo buscado se tornó incorpóreo, y la Muerte y la locura comenzaron a rondarnos, y fue al fin evidente que ni Von Grossen ni nadie, salvo Yo, podría sacarlos de aquel siniestro “Valle de los Demonios Inmortales”, el orden jerárquico se descompuso y se produjo la coincidencia carismática: Yo y los Camaradas. To-dos creían en mí, esperaban de mí, confiaban en mí.

      La circunstancia, es claro, requería un héroe y un líder. Era consciente de ello y no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad. Por eso quería que descansaran antes de retomar la búsqueda de Ernst Schaeffer: luego no habría más tiempo. Porque, en ese instante absoluto, seguido sin titubear por mis Camaradas, y siguiendo a mi vez el Camino de Kula y Akula, nos arrojaríamos a la garganta del Enemigo. Moriríamos o triunfaríamos, pero sea cual fuese el caso, nuestra muerte o triunfo significaría para los Cama-radas de Alemania la orden de realizar el ideal, la victoria del Führer. –“Moriremos para que ellos triunfen” –pensaba, temblando de resolución heroica. ¿El ideal? Como diría Baldur Von Schirach, el ideal consistía en “nuestros Estandartes”.

 

 

 

 

Capítulo XXXI

 

 

 

A  partir de allí todo sucedió muy rápido, y del mismo modo te lo narraré, neffe Arturo.

   A la mañana temprano estábamos preparados para reiniciar la persecución. La totalidad de los guerreros aprontó las armas, como si fuésemos, en cualquier momento, a librar una batalla: los tibetanos revisaron las flechas y el filo de sus cuchillos, y aguardaban la voz de marchar con una mano apoyada en el pomo de las cimitarras; los alemanes se proveyeron de cargadores y granadas de palo, y reemplazaron los fusiles Mauser por las metralletas Schmeisser. Aunque las órdenes de Konrad Tarstein, idénticas a las que recibiera Von Grossen del S.D., me exigían sumarme pacíficamente a la expedición de Ernst Schaeffer, Yo dudaba que ello fuese posible ahora. Y tampoco lo consideraba posible Von Grossen y los otros oficiales SS.. No después de haber entrado en aquel Valle de los Inmortales, después de haber visto esa región paradisíaca en medio de las nieves eternas, ese oasis en las alturas de Kuen Lun. Tal sitio no podía existir sin vigilancia. Y los guardianes no estarían dispuestos a dejarnos avanzar ni retroceder. Guardianes que, presentíamos, serían terriblemente más peligrosos que los duskhas.

      Apenas habíamos ingresado en el Umbral del Valle cuando nos detuvimos y acampamos. Si eramos vigilados, los guardianes del Umbral no tardarían en actuar; de allí nuestros aprontes, la certeza de que algo nos amenazaba y habría que enfrentarlo. Buscábamos a Schaeffer, ése era el objetivo principal, pero entonces la realidad era que nos hallábamos en un Valle del Infierno.

      –Nada nos indica que Schaeffer haya tomado este rumbo, y mucho menos que haya pasado por aquí, pero creo que ahora da lo mismo avanzar o retroceder –concedió Von Grossen–. La verdad es que este Valle no existe en nuestro Mundo: ¡de todos modos, da lo mismo ir hacia una dirección que otra!

 

      Los porteadores holitas se negaban a continuar. Mas tampoco sabían cómo volver, por lo que fue menester separarnos nuevamente. Se quedaron con ellos los mismos dos lopas, monjes de edad avanzada pero igualmente peligrosos, los yaks, zhos, y la totalidad de los caballos. Pese a que no había nieve por ningún lado, y el clima era primaveral, las cimas de los montes Kuen Lun se veían demasiado cerca para suponer que los caballos nos fuesen útiles por mucho tiempo.

 

      De esa manera, partimos los cinco alemanes, los siete lopas, y el gurka, Camaradas del Espíritu Eterno, trece héroes en su instancia absoluta. Dí la orden mental a los perros daivas y éstos salieron en la misma dirección que seguían el día anterior.

      –No se puede negar que es Ud. persistente –gruñó Von Grossen al comprobar el rumbo tomado.

      Pero Yo no disponía de tiempo para atenderlo a él ni a nadie más. Kâla, el Tiempo Devorador, era ahora la Muerte Mrtyu frente a nosotros, un instante definitivo en el que moriríamos o triunfaríamos, sin términos medios. Y en ese instante de héroes, se requería de un Héroe entre los héroes, un líder que transmitiese la orden carismática de luchar por el ideal, “por nuestros Estandartes”, “aunque nosotros tengamos que morir”. Si el ideal se realizaba finalmente, morir o vivir significaban un honor o un ­triunfo, cualquiera fuese el caso. A ninguno debía preocupar morir o vivir sino la realización del ideal, la imposición universal de nuestros Estandartes, la victoria de la Estrategia propia. Esa era la orden carismática a mis Camaradas. A los perros daivas les mandaba “sigan a Ernst Schaeffer” en el lenguaje del Yantra svadi. Y los perros Kula y Akula seguían el rastro del traidor en una región que no estaba ni en la Tierra ni en el Cielo. Y Yo seguía a los perros daivas, más allá de Kula y Akula. Y mis doce Camaradas iban detrás de mí, sin importarles ya nada de lo que les rodeaba, sin contemplar la posibilidad de morir o vivir, sólo pensando en el ideal, en la realización del ideal, en la Victoria Final de nuestros Estandartes.

 

      Desde que dejamos el vivaque, la excitación de los dogos fue en aumento, como si su presa se encontrase cada vez más cerca. Con mucha seguridad nos guiaron por varias sendas descendentes, hasta dar con el cauce de un torrentoso arroyo cuya corriente pro-venía de los montes Kuen Lun. Durante una hora, más o menos, marchamos paralela-mente a su orilla derecha, debiendo los monjes kâulikas, en varias ocasiones, picar con las cimitarras para abrirse paso entre el tupido espinillo.

      Al cabo, llegamos a una magnífica cascada de 50 mts. de caída, y allí obtuvimos la primer prueba de que no ibamos desencaminados. Frente a nosotros se erigía la pared de un barranco de piedra de 50 a 60 mts. de altura, por donde se derramaba el agua del arroyo, y en cuya base ­existían inequívocas señales de la presencia del hombre. En un pequeño claro había un minas, uno de esos túmulos de piedra semejantes a las apachetas sudamericanas, que se van formando en los “lugares sagrados” del Tíbet por la adición que todos los lamas peregrinos hacen de una piedra pintada con signos correspondientes a bijas de la Kâlachakra. En un nicho excavado en la pared de piedra, estaba el motivo del minas: la escultura del Buda Viviente Maggogpa, el Maestro Rey de Shambalá, Rigden Jyepo. Lo habían representado sentado en la posición del loto, meditando, y en sus manos, una diminuta estatuilla de la Shakti Kâkinî sostenía un Corazón sangrante, en cuyo centro estaba el signo de la Estrella de David, indicador del Anâhata chakra. El conjunto correspondía al Símbolo de la Doctrina del Corazón, el Yoga del Amor que deben practicar todos los adeptos que aspiran a conocer la Kâlachakra. Su presencia allí era franca-mente amenazadora e intimidatoria: sólo quienes fuesen adeptos Iniciados en la Doctrina del Corazón podrían seguir viaje hacia la Puerta de Shambalá. La aceptación de tal condición se demostraba agregando una piedra con el nombre escrito con sangre, al túmulo del minas.

      Nos detuvimos solamente quince minutos en aquel lugar, ya que los dogos insistían briosamente en continuar la búsqueda y exigían un esfuerzo sobrehumano para contenerlos. Durante ese tiempo, mis Camaradas exploraron el sitio y descubrieron que varias sendas llegaban y partían: los perros daivas, tal vez para acortar camino, nos condujeron por zonas del todo intransitadas. Pero se veía que aquella “Puerta de Shambalá” había sido visitada con frecuencia dado el volumen del minas, o al menos desde hacía bastantes años.

      –¡Von Grossen, Von Sübermann, miren esto! –gritó Heinz Schmidt, que estaba entretenido examinando las piedras del minas.

      Tenía una piedra en la mano y me la alcanzó. Observé que aparecía escrita con sangre en dos de sus caras: una resultaba ilegible, pues sus signos eran desconocidos para mí, pero la segunda inscripción me estremeció el corazón: decía, en correcto alemán: Ernst Schaeffer.

      Sin decir palabra se la pasé a Von Grossen y llamé a ­Srivirya y a Bangi. –¿Podéis decirme que lengua es ésta? –indagué.

      –Es Zenzar, el idioma sagrado de los Bodhisattvas de Chang Shambalá. El Arhat Djual Khul, que guía a los alemanes, les ha de haber revelado ciertas fórmulas de la Kâla-chakra para escribir en las piedras –explicó Srivirya.

 

      Y eso fue todo cuanto ocurrió allí. Momentos después los perros daivas subían de dos en dos los peldaños de una escalera tallada en la piedra, que llevaba a lo alto del barranco.

      Finalizado el ascenso, se accedía a una amplia terraza, en cuyos límites comenzaba la ladera de un monte perteneciente al extremo oriental del sistema Altyn Tagh. El lugar se presentaba igualmente desolado, pero con evidentes señales de la actividad humana. Nos sorprendió a todos, en efecto, la presencia de un imponente Chortens, monumento sagrado tibetano de base cuadrada y cuerpo estrangulado en forma de campana, habitualmente rematado con un cono truncado, en cuya cima se asienta la imagen de una Deidad. Colocada sobre el cono superior del Chortens, se destacaba la horrible estatua de una Diosa incontablemente multiplicada en sí misma y desdoblada en cientos de perfiles semejantes: innumerables rostros, piernas y brazos, la convertían en un torbellino de Presencias, es decir, significaban indudablemente Su Omnipresencia. La Diosa expresaba un sólo Aspecto repetido incansablemente: tal aspecto, aislado, la mostraba sonriéndonos compasivamente mientras danzaba sobre un Corazón sangrante; lucía el cabello suelto y tocado con corona de Reina, un ojo en medio de la frente, y ojos en las palmas de las manos y en las plantas de los pies. La habían pintado delicadamente, y los colores predominantes eran el blanco y el azul: cuerpo blanco, prendas azules.

      El Chortens medía por lo menos 15 mts. de altura, y la estatua de la Diosa tenía el suficiente tamaño para permitirnos apreciar todos sus detalles. Los alemanes la observábamos en silencio, expresando con gestos elocuentes el desagrado que nos causaba: ¡teuflisch!

      Los tibetanos también la contemplaban en silencio. Sin embargo, en un acto inusual el gurka se dirigió hacia el grupo de oficiales SS.:

      –¿Os impresiona la imagen de Kuan Yin, la Reina Madre del Oeste? A nosotros nos impresiona igualmente, pero mucho más nos afecta el contemplar a la propia Diosa interesada por los visitantes de su milenario Santuario. Si lo deseáis, os puedo traducir con palabras claras lo que este humilde monje kâulika ve y siente al percibir el Chortens de la Diosa de la Misericordia en el Valle de los Inmortales.

      Todos accedimos, sin imaginar hasta qué detalles de la trama oculta podía llegar la aguda visión del monje kâulika.

      –Ayer le dije a dos de Vosotros que si pudieseis ver el mundo sutil comprobarían que nos encaminábamos hacia el Santuario de Hsí Wang Mu –recordó Bangi–. Hoy hemos avanzado un trecho y nos aproximamos más a Ella, la Madre de la parte animal del hombre. Pero vosotros seguís sin verla, a pesar de que su presencia está en todas partes. ¿Os impresiona su imagen? Pues ¿qué sería de vosotros si lograseis levantar el velo de Mâyâ y contemplaseis a Kuan Yin en toda su Inteligencia y Majestad, en su total Omnipresencia Misericordiosa ? Os lo diré: ¡no podríais resistir la Mirada de la Diosa del Amor Animal, la Compasiva del Corazón!

      –Y no podríais hacerlo porque la suya es una mirada de muchos ojos, de cientos de ojos, de millones de ojos, que observan el corazón del hombre, o jîva, aguardando que se aproxime e identifique con su âtman, el Arquetipo Divino creado por Brahma a semejanza de Sí Mismo. Y para eso la Shakti Kâkinî hace oír su voz en el sonido anâhata shabda, y dice “om mani padme hum”, “Oh tú, joya que está en el loto”, “Oh Madre que está en el chakra”, “Oh Devi, que está en el Anâhata chakra”. Y si el jîva escucha este mantram, y lo recita como anâhata japa, se convierte en jîvâtman; y también recibe la kâlagiya, la señal para ingresar a Chang Shambalá e integrarse a la Fraternidad Blanca.

      En cada punto del Espacio real hay un pequeño globo o átomo arquetípico, que simboliza con exactitud la unidad de Brahma, El Creador. Y en el centro de cada uno de tales átomos, hay un ojo con el cual El Uno se contempla a Sí Mismo desde todas las cosas creadas. Cada ojo del Padre Uno se llama Yod, pero cada pupila le pertenece a la Madre Kuan Yin. Cuando la sangre del hombre es estigmatizada por los Señores del Karma, y el dolor penetra en los ojos de El Uno como una sinfonía placentera, las pupilas de la Madre Kuan Yin suavizan los acordes sufrientes con la Misericordia de su Corazón. Por eso Ella es Avalokiteshvara, un Bodhisattva de Compasión. Si, Kameraden occidentales: esta imagen que os impresiona es apenas un opaco reflejo de Kuan Yin tras el Velo de Mâyâ. ¡Aquí mismo, en este momento, la Diosa danza el Baile de la ­Vida y sus incontables ojos miran en vuestros Corazones buscando el calor del Amor! ¡Kuan Yin quiere sentir a Vuestros Corazones palpitar de Amor por las cosas creadas! ¡Quiere sentiros estremecer de compasión por el dolor que azota la vida del hombre, el dolor causado por quienes se apartan de la armonía del Universo, de la Ley del Uno! ¿Y qué recogen los ojos de Avalokiteshvara en Vuestros Corazones? Solo Frio y Odio, en lugar del Calor y del Amor a la Vida. Y entonces se retiran envueltos en llantos los ojos de la Madre, prometiéndose ayudaros para que tornéis a la condición animal, al Corazón cálido de los que aman la Vida tibia. Ella es la Madre de los animales hombres, de los pasúes: ¡Su Misericordia os alcanzará y os calentará el Corazón con su Amor, desalojando al Frío y al Odio, al duro hielo! ¡Y lo hará aunque tenga que girar la Kâlachakra y convertiros en simios primitivos!

      Pero aquí, con vosotros, está Ganesha, el Hijo de Shiva, a quien llamáis Kurt. ¿Qué ha visto la Diosa Madre del Oeste en el Corazón del Hijo de Shiva? También Frío y Odio, pero formando el nido para la máscara de la Muerte Fría, el refugio de Kâly, La Negra. Sí, en el Hijo de Shiva está la abominación mayor, porque ha hospedado a la Muerte en su Corazón, a la Máscara de la Muerte que oculta la Verdad Desnuda de la Negrura Infinita de Sí Mismo. En el Corazón de Ganesha, sobre el cuerpo muerto del pasú, hijo de la Madre Kuan Yin, danza Kâly La Negra el Baile de la Muerte Fría; y en el cadáver del pasú, que es carroña, está viviendo aún el falo de Shiva, el lingam diamantino de vajra: frente al símbolo de la virilidad absoluta, Kâly se descubre y deja manifestar a Pârvatî Frya, la Verdad tras la Muerte Negra; Pârvatî Frya realiza entonces el yonimudrâ sobre el lingam de Shiva, y Bhairava resucita en el Corazón del Hijo de Shiva; ¡ha nacido anormalmente un Niño de Vajra en el Corazón de Ganesha! ¡un niño engendrado por el Espíritu de Shiva con la Verdad tras la Máscara de la Muerte! ¡un niño gestado en la matriz de la Negrura Infinita de Sí Mismo! ¡un niño nacido en la vulva rota del Corazón muerto del pasú! ¡un Niño de Vajra, un Niño de Diamante, un Niño de Piedra, un Niño de Rayo, un Niño de Fuego Frío, un Niño Dios ! ¡un Niño que es la Vruna Increada y que está más allá de Kula y Akula, más allá del Tiempo y del Espacio, más allá de la Vida y de la Muerte, más allá del Bien y del Mal, definitivamente más allá del pasú asesinado por Kâly en el Corazón del Hijo de Shiva !

      Un mal muy grande han visto los millones de ojos de Avalokiteshvara en el Corazón del Hijo de Shiva. Un mal para el que no bastan Sus Lágrimas de Misericordia, ni su Compasión, ni su Amor. Un mal para el que no hay redención posible, ni en ésta ni en otra vida de la Rueda de la Vida Sripai Khorlo.

      Es el mal de aquél que huye a los cuidados del Padre y de la Madre, que reniega del Padre y de la Madre, que ­descubre que no tiene Padre ni Madre, que encuentra la Verdad Desnuda de Sí Mismo y se empeña en Ser lo que Es y no lo que debe ser de acuerdo a la Ley. ¡Oh qué ingratitud la de quien así enfría el Corazón para la Madre y abriga odio contra el Padre! La Verdad Desnuda se ha instalado en el Corazón del hombre, sobre un lecho de hielo, y éste se ha convertido en un vîrya, en un Dios que compite con el Dios Uno. Pero Ella ha enfriado el Corazón porque es la Enemiga del Amor y la Madre Kuan Yin no puede permitirlo. La Enemiga del Amor ha causado mucho daño: con la Máscara de Kâly ha asesinado al pasú, su hijo primogénito; y con el Poder de la Verdad Desnuda, ha procreado un ser abominable que nació sobre el cadáver del pasú, un Niño de Piedra Diamante, un niño que no es ni será jamás humano. Grande es el daño causado por la Enemiga, Terrible el mal que anida en el Corazón del Hijo de Shiva.

      Es deber de la Madre Kuan Yin, quien todo lo ve y Su Misericordia alcanza a todos, proteger a sus hijos animales hombres. Porque sus hijos, de Corazón caliente y mente fría, son como ovejas en la manada: dependen del Pastor y su cayado. Y porque los Niños de Piedra, de Corazón Helado y mente caliente, son como lobos hambrientos: acechan la manada para asesinar a los corderos, y sólo huyen frente al cayado del Pastor.

     

      –¿Qué ha visto la Diosa Madre del Oeste en el Corazón del Hijo de Shiva? Un lobo, un asesino de corderos, un Niño de Piedra Hijo de Sí Mismo y Esposo de la Verdad Desnuda, una Existencia abominable Táo-t'ie fuera de la Creación. Mas, por sobre todos los males, Kuan Yin ha visto a quien puede manifestar la Verdad Desnuda al Mundo, des-cubrir la Belleza Prohibida y Embriagante de la Enemiga de los hombres y propagar el mal de la Sabiduría como una epidemia. A los ojos de la Madre Kuan Yin, el Hijo de Shiva es el Demonio de la Destrucción del Hombre. La Verdad Desnuda que Ganesha puede exhibir a los hombres dormidos causará en ellos una nueva y atroz caída en la nada de lo Increado. Sobre las ruinas de la Humanidad del Amor, Ganesha transformado en Shiva, danzará la disolución de lo Creado, la descomposición de Mâyâ, la Muerte Final de la Ilusión. Y en el Pralaya del Amor y la Misericordia de Kuan Yin, sobre la Muerte de la Humanidad, en el Gottendemerung de la Fraternidad, los resucitados Héroes, los vîryas semidivinos, los Hombres-Dioses, exaltarán a la Verdad Desnuda de Sí Mismo, a la Enemiga del Amor, a la Esposa del Origen. ¡Oh, cómo lloran los millones de ojos de Avalokiteshvara al comprender el mal que habita en el Corazón del Hijo de Shiva!

      Pero Kuan Yin sabe que el mal de Ganesha es demasiado grande para poder ser perdonado. ¡No; para Kurt Von Sübermann no existe ninguna posibilidad de trato, pues su Presencia es humillante para la dignidad de los Bodhisattvas, su Presencia que expone sin pudor la Verdad Desnuda del Origen! ¡Nadie que esté en el bando de El Uno, de Brahma, El Creador, aceptará tal afrenta! Y será una vez más la Misericordiosa, quien hable en el Corazón del Hijo de Shiva y le anuncie la decisión de los Dioses. ¡Así habla la Diosa Madre Kuan Yin al Corazón del Hijo de Shiva Kurt Von Sübermann!:

 

              Como lobo, mis borregos matarás.

              Como Niño de Piedra, T'ao-t'ie,

              después en lobos como tú los convertirás.

              ¡Para ti compasión no habrá!

              ¡Sereno mi amoroso Corazón,

              secos mis múltiples ojos están!

              Monstruo de la Verdad Prohibida

              que trasmuta la humana Paz:

              ¡la decisión tomada está!

              ¡Por donde has venido te irás!

              ¡Fuera del Sendero del Hombre saldrás!

              ¡Lobo feroz, a mis ovejas no acecharás!

              ¡Verdad Desnuda del Origen

              a los hombres dormidos

              tu Signo no revelarás!

              ¡Porque eres eterno,

              aunque no lo sabes, ulfhednar,

              no morirás;

              mas si el Sendero del Hombre

              pretendes transitar,

              al Mundo del Hombre

              jamás regresarás!

              ¡A mi Santuario en la Tierra

              no entrarás!

              ¡Yo soy la Madre de la Humanidad!

              ¡Soy la Pastora atenta

              y a mi rebaño cuido

              con celo sin igual!

              ¡Quien aqui llega busca la Inmortalidad!

              ¡Es quien ha pasado todas las pruebas

              y es un cordero en mi corral;

              es el que ha ofrendado un Corazón tierno

              a Avalokiteshvara;

              es el que ama y sufre,

              el que sigue su Dharma,

              el que es un perfecto hombre animal;

              el que llega a mi Santuario

              y al Padre va a adorar!

              ¡A él Yo le concedo

              la Inmortalidad!

              ¡A él Yo lo guío

              hacia la Fraternidad!

              Mas tú, que eres lobo

              con disfraz de cordero

              ¿qué vienes a buscar?

              Portador de la Muerte Negra y Fría,

              en tu Corazón de Hielo,

              la Enemiga Oculta va.

              Los Dioses no pueden castigarte,

              pero tampoco desean verte más.

              ¡No hay sitios para lobos

              en esta propiedad!

              ¡Por mi sûtrâtmâ de Misericordia

              el lycántropo no transitará!

              ¡Aquí soy Kuan Yin, Chenrezigs,

              la Diosa del Fondo del Mar!

              ¡Yo guardo el Sendero del Deva Yâna

              para los Inmortales de la Fraternidad!

              Tu pecado de Piedra Frya

              ha ofendido, mis ojos de bondad,

              y te he cortado el camino

              hacia la Fraternidad.

              ¡Por tu abominable mal

              hoy he cerrado

              la Puerta de Chang Shambalá!

              ¡Yo soy Palden Dordji Lhamo!

 

     

     

      Todos quedamos asombrados y sorprendidos por las palabras del monje. ¡El llamaba a eso “traducir sus impresiones sobre el Chortens”, cuando parecía que la misma Dio-sa Kuan Yin nos había hablado! Sin dudas, Bangi poseía una facultad superior que le permitía ver y oír a los Bodhisattvas. Pero el más alterado por aquella visión era Yo, pues descubría en ella aspectos que me tocaban de cerca, significados que interesaban a la Operación Clave Primera, conceptos que cobraban sentido en el marco de la Estrategia propia. El gurka, en efecto, me había transmitido un mensaje, aunque no dejaba vislumbrar si lo hiciera consciente o inconscientemente.

      En síntesis, lo que dijera el gurka, y que nadie podía comprender entonces salvo Yo, era que mi presencia en el Valle de los Inmortales obligaba a los Demonios a cerrar la Puerta de Chang Shambalá, tal como esperaba Konrad Tarstein que sucediera. Vale decir, que si Ernst Schaeffer aún no había conseguido pasar, su Operación Altwesten quedaría definitivamente suspendida, pues la Diosa Kuan Yin “decía en mi Corazón”: “la decisión tomada está”, “hoy he cerrado la Puerta de Chang Shambalá”.

 

 

 

 

Capítulo XXXII

 

 

 

Era pleno mediodía cuando dejamos el Chortens. Los perros daivas exigían trepar por la ladera Oeste de uno de los Altyn Tagh, mas pronto descubrimos un sendero disimulado que permitía ascender unos mil metros. Cuatro fatigosas horas después arribamos a la cumbre del monte, constatando que por el Norte, la montaña caía miles de metros en una pared vertical: desde la base, se extendía en todas direcciones una amplia llanura desértica, salvo hacia el N.O., donde se divisaban las azules aguas de un lago de enorme superficie.

      –¡Teufel! –exclamó el eficaz Von Grossen–. Tenemos la suerte de contemplar el país desde una privilegiada terraza de 4.000 mts. Lo que vemos, en toda su extensión, es la provincia china de Sinkiang; esa llanura, no es otra que el desierto de Takla Makan, que se halla conectado con el desierto mongol de Gobi en su extremo oriental; y el lago, con toda precisión, se trata del Lop Noor. ¡Al fin un área geográfica que se ajusta a la realidad de los mapas germanos!

      Pero, si fuera del Valle de los Inmortales el Mundo seguía igual, en su interior el Espacio y el Tiempo estaban tan distorsionados como antes, los Dioses Traidores y los Sacerdotes de la Fraternidad Blanca nos acechaban para cerrarnos el paso o atacarnos, y aún debíamos localizar a Ernst Schaeffer. Esto último ocurrió antes de lo previsto. Efectivamente, mientras observábamos maravillados el Sinkiang, los monjes kâulikas exploraron los cien metros cuadrados de la cumbre y a los pocos minutos trajeron impactantes noticias: ¡al pie de la ladera Sur había un campamento! Corrimos hasta allí y lo verificamos con los prismáticos. ¡No cabían dudas: era el campamento alemán!

  

      La pequeña cañada, que mas bien parecía un desfiladero, medía unos 500 mts. de largo y 50 mts. de ancho, y en Invierno cumplía la función de transportar la nieve de un gigantesco glaciar, cual titánico canal de piedra. Estaba orientado de Este a Oeste, y en cada extremo, sendas gargantas permitían entrar o salir: desde adentro, podía observarse que la garganta Oeste estaba flanqueada por las esculturas de dos enormes bodhisattvas armados. Por alguna razón, la expedición no se atrevió a cruzar ese portal de piedra tan elocuentemente ornamentado, y decidió acampar en el extremo opuesto de la cañada, junto a la garganta de entrada. Se veía que llevaban ya unos días en aquel lugar, y que tal vez pensaban permanecer más tiempo, pues habían desempacado todo el equipo y distribuido racionalmente, luego de una rigurosa castrametación: hasta disponían de dos centinelas, uno al Este y otro al Oeste del campo.

      Para el momento, largamente acariciado, de toparnos con la expedición de Schaeffer, Von Grossen elaboró un plan de aproximación al que sólo faltaban agregar detalles tácticos de acuerdo a las circunstancias. Dado el caso presente, sólo hubo que confirmar los puestos y funciones de cada uno para que la escuadra estuviese dispuesta a ejecutar el plan.

      Conforme a ello, descendimos en silencio hasta la entrada de la cañada, sitio en el que desembocaba el camino de la cumbre. Ya allí, Von Grossen, Oskar Feil, el gurka y Yo, con los perros daivas, permanecimos ocultos unos minutos, en tanto los tres oficiales SS. y los ocho monjes lopas, se desplegaban alrededor del campamento. Ellos debían mantenerse a resguardo y cubrir nuestro próximo avance, en previsión de un malentendido o de que algo saliese mal.

      Sin sospechar nada, el centinela se hallaba fumando, distraído por sus propios pensamientos, recordando quizás la patria lejana. Los tres alemanes surgimos de pronto frente a él y creyó estar soñando. Pero ya era tarde para reaccionar, especialmente al ver las negras bocas de las Schmeisser: la Luger, el puñal, y el subfusil MP40 pasaron a manos de Von Grossen.

      –Somos oficiales del Tercer Reich –explicó Von Grossen– pero no podemos correr riesgos. ¡Heil Hitler! ¡Acérquese ahora al campamento, muy lentamente, y avise de nuestra llegada!

      –¡Heil Hitler! –respondió el atribulado centinela.

      Con exquisita delicadeza, se fue asomando a cada una de las seis carpas y comunicando lo que ocurría a sus ocupantes. Muchos, posiblemente, habrán supuesto que el centinela desvariaba.

      En segundos se reunieron 20 o más hombres, pero no se podía distinguir quién era oficial o suboficial porque todos estaban vestidos con traje de paisano. Uno de ellos soltó una exclamación y se acercó varios pasos:

      –¡Yo a Ud. lo conozco! ¡Es el Standartenführer Karl Von Grossen! ¿Qué Diablos hace aquí, en la axila del Tíbet?

      –Y Yo sé quien es Ud., Standartenführer Reinhard Von Krupp –replicó maliciosamente el siempre bien informado Von Grossen, remarcando el grado y el nombre del oficial. De sus años en la Gestapo, Von Grossen conservaba la mala costumbre de poner cierto énfasis sugestivo al nombrar a las personas, dando a entender que poseía sobre ellas información confidencial o comprometedora.

      –Estamos aquí para... –iba a proseguir Von Grossen, cuando fue interrumpido por la aparición de Ernst Schaeffer.

      Es posible, y más aún, muy probable, que Schaeffer haya perdido irreversiblemente la razón al encontrarse ante aquel espectáculo inesperado. Para comprenderlo hay que figurarse lo que sería para él haber llegado al Valle de los Inmortales, a un paso del Santuario de la Reina Madre del Oeste y de la Puerta de Chang Shambalá, y comprobar que en lugar de los Arhats aparecía un grupo de alemanes, uno de ellos su enemigo jurado. Y junto a éste, inexplicablemente, venía la víctima propiciatoria, Oskar Feil, y el gurka desaparecido.

      –¡Ahahahah...! –dio un alarido demencial y clamó– ¡disparen, mátenlos a todos!

      Los SS., oficiales y tropa, alzaron sus fusiles pero aguardaron que su Standartenführer confirmara la orden: Schaeffer era oficial de la Abwer y no tenía mando directo sobre la Schutz Staffel. Esa indecisión evitó un enfrentamiento armado de imprevisibles consecuencias.

      –¡Son alemanes, hombres de la SS.! –trató de explicar Von Krupp, que estaba atónito frente a la alucinante actitud de Ernst Schaeffer.

      Pero éste ya había extraído su Luger y me apuntaba, con la manifiesta intención de eliminarme del mundo de los vivos.

      No alcanzó a disparar. En veloz movimiento, dos de los SS. de su expedición se abalanzaron sobre él y lo tomaron de rehén: uno le arrebató la pistola y lo sujetó, mientras el otro apoyaba una daga sobre su garganta. ¡Eran los dos espías del S.D.!

      –¡Al primero que se mueva, degollamos a este hombre! –amenazó uno de ellos–. ¡Acérquese, mi Standartenführer, y desarme a esos cuatro! –agregó, señalando a los secuaces de Schaeffer.

      Von Grossen no se hizo esperar y gritó varias órdenes. Ante la sorpresa general, Hans y Kloster emergieron de entre las rocas y rápidamente despojaron de sus armas a los cuatro, que no opusieron resistencia. Seis figuras, vestidas con túnicas color azafrán y con el rostro y las manos cubiertas de ceniza, intentaron huir a la carrera en dirección a la salida Oeste de la cañada, pero cayeron a los pocos pasos acribillados a flechazos: eran el Skushok del Ashram Jafran y sus lamas. Aquello colmó la medida. Von Krupp bramó a su vez una orden y todos sus hombres hicieron cuerpo a tierra; y poco faltó para que se llegase nuevamente al enfrentamiento.

      La escuadra de Von Krupp nos duplicaba en número. Sin embargo primó el sentido común y el Standartenführer interrogó a Von Grossen airadamente:

      –¿Qué es esto, Von Grossen? Se presenta aquí, nos trata como si fuésemos enemigos, y mata a los guías tibetanos, que contaban con nuestra protección. ¡Me imagino que tendrá un buen justificativo para este atropello!

      –No tenemos nada contra Ud. sino contra ese hato de traidores –vociferó Von Grossen–. Y si le parece suficiente justificación, acá están nuestras órdenes, aprobadas por el Führer.

      Le alargó un sobre lacrado que rezaba: “Altwestenoperation”. Reinhart Von Krupp lo rasgó y extrajo el escrito. Era un decreto de breve texto. Movió la cabeza afirmativamente y le comentó a Schaeffer:

      –¡Han venido de Alemania a hacerse cargo de la expedición! Desde este momento la seguridad y logística están a cargo del Standartenführer Karl Von Grossen.

      El rostro de Schaeffer lucía más blanco que la nieve de los Altyn Tagh. Von Krupp dijo en tono suficientemente alto como para que todos le oyesen:

      –Por mi parte está bien. Acepto las órdenes y me pongo bajo su mando. Pero tendrá que explicarme qué significa su acusación de traición. Y cómo es que Oskar Feil se encuentra con ustedes.

      El SS. aflojó la presión del cuchillo. Los hombres de Von Krupp se pararon y bajaron los fusiles, en tanto Heinz y los ocho monjes kâulikas se aproximaban, estos últimos con las flechas aún montadas en sus arcos.

      –¡Traición! –gritó el traidor, fuera de sí–. ¡Traición! ¡Malditos asesinos, no saben el daño que han causado a Alemania y a la Humanidad! ¡Ahahahah...! ¡Von Sübermann, hijo del Demonio, sabía que se proponía impedir nuestra misión! ¡Ha venido a destruirnos: debimos haberlo matado en Alemania! ¡Por su culpa seré castigado: los Maestros jamás me perdonarán su presencia condenada en este Valle Sagrado! Cuando el Arhat Djual Khul se marchó debí imaginar que algo terrible estaba sucediendo! ¡¡Era Ud.!! ¡Ud. y su Mancha excecrable que ofende a los Santos Seres!

      ¡Maldito, mil veces maldito Von Sübermann, engendro del Infierno, ¿cómo hizo para encontrarme?! –rugió completamente encolerizado. Los dos espías d lo mantenían sujeto de los brazos para evitar que se arrojase sobre mí.

      –Despreciable Herr Lehrer, lo último que hubiese querido en mi vida era volverlo a ver –afirmé con sinceridad–. El mérito de llegar hasta aquí es obra exclusiva de estos nobles canes.

      Acto seguido solté un poco de rienda a los perros daivas, que aún obedecían la or-den “buscar a Ernst Schaeffer”, y los dogos saltaron y lanzaron dos feroces dentelladas a escasos centímetros de su cuello.

      Con los ojos desorbitados de terror, el rostro descompuesto por la ira, Schaeffer era la imagen de la locura.

      –¡Ya lo veis: sólo un ser infernal podría venir acompañado por los lobos de Wothan ! No acepte ese decreto Von Krupp, y mátelos a todos. Todavía está a tiempo de evitar un mal terrible a Alemania y al Mundo. Yo le aseguro que nada le ocurrirá si me hace caso. Mejor dicho le garantizo que será condecorado como héroe.

      –¡Ud. está loco, Schaeffer: en Alemania nadie hay superior al Führer! Si no cumplo estas órdenes la única condecoración que recibiré será una cuerda de cáñamo con nudo corredizo –se disculpó Von Krupp.

      –No Camarada Von Krupp –aclaré–; no se trata de las palabras de un loco sino las de un traidor. El sí cree que existen hombres más poderosos que el Führer: son quienes planean la desaparición del Tercer Reich y le han encomendado una misión secreta que ayudará a consumar la traición. Y en cuanto a Ud., Herr Lehrer, de cierto que Kula y Akula no son los lobos de Wothan, aunque es verdad que vengo de un Infierno y ahora estoy en un Infierno mayor; pero estos perros, como Cerbero, le impedirán llegar al peor de los Infiernos, el que se halla detrás de esa Puerta al fin de la cañada, vale decir, su ama-da Chang Shambalá, la guarida de los Demonios Inmortales.

      –¡Blasfemia! ¡Blasfemia! ¡Mátelos, Von Krupp! ¡Mátelos ahora y salvará su Alma! ¡Mátelos antes que sea tarde y suelten a Lúcifer en el Mundo! –imploraba, perdido ya completamente el control de sus palabras.

      Von Grossen mandó que lo encerraran en una carpa, bajo la custodia de Hans y Kloster. Ya comenzaba a anochecer y los monjes kâulikas se apresuraron a levantar las tiendas, ante la mirada asombrada de la escuadra de Von Krupp. Este se aproximó a nosotros y preguntó sin mayor delicadeza:

      –¿Alguien me puede explicar qué es lo que está pasando? Se suponía que debía conducir y proteger una expedición científica que tenía por objetivo investigar los ancestros orientales de la Raza Aria. Nada que ver con lo que estoy oyendo: “Demonios”, “Infiernos”, “traición al Tercer Reich”. ¿Qué significa toda esta locura? ¿Cómo se puede traicionar al Tercer Reich en este remoto lugar? Y lo más increíble ¿dónde encontraron a Oskar Feil?¿cómo nos siguieron? ¿qué es eso de los lobos de Wothan?

 

      Durante media hora, Karl Von Grossen aclaró lo mejor que pudo todas las dudas de Von Krupp. Al cabo, éste planteó una pregunta para la cual Von Grossen no tenía res-puesta.

      –¿Y ahora qué haremos?

      –Mis órdenes –reveló Von Grossen– especifican que al tomar contacto con la expedición debo obrar de acuerdo a las instrucciones del Sturmbannführer Kurt Von Sübermann. Y como Ud. debe obedecerme a mí, me ahorraré el retransmitirle tales instrucciones si ambos las conocemos al mismo tiempo –concluyó con lógica aplastante–. Y bien, Von Sübermann, ¿qué tiene que decirnos?

      –¡Que tenemos que volver inmediatamente a Alemania! –dije sin dudar–. Mañana mismo debemos emprender el regreso. A Ernst Schaeffer y sus cuatro cómplices los conduciremos arrestados, pero si se resisten, los ejecutaremos bajo mi reponsabilidad.

      Karl Von Grossen aprobó sin reservas esa decisión pero el más aliviado era Von Krupp.

      –¿Eso es todo? ¿Regresar a Alemania? Es la mejor noticia que escucho en más de un año. Temí que solicitara continuar la exploración del Tíbet. ¡Me adhiero totalmente a esa propuesta! La verdad es que ya estaba harto de Ernst Schaeffer y sus misterios.

 

      ¡Pobre Von Krupp! Ni Von Grossen, ni Yo, imaginamos entonces que jamás regresaría a Alemania...

 

 

 

 

Capítulo XXXIII

 

 

 

No te podría asegurar, neffe, si lo primero que percibimos fue el sonido o la luz, o el olor dulzón y penetrante, inconfundible del humo de sándalo, o si captamos sendos tattvas a la vez.

   Los hombres de Von Krupp ya estaban guarecidos en las carpas, salvo los dos centinelas. El gurka y los lopas terminaban de armar nuestras tiendas ayudados por Heinz. Y los dos Standartenführer y Yo aún estábamos hablando. El Sol hacía tiempo que se había puesto y el crepúsculo muriente dejaba paso rápidamente a la helada noche de las cumbres tibetanas. Sin embargo, en un instante, la cañada comenzó a iluminarse desde la salida del Oeste, como si asistiésemos al amanecer de un nuevo y ­deslumbrante Sol.

      Perplejos, pasmados, hipnotizados, los tres nos quedamos mirando la bola de luz, que atravesaba la garganta y avanzaba por el centro de la cañada, a no más de cien me-tros de altura. Aunque el halo se extendía decenas de metros alrededor del núcleo brillan-te, era posible distinguir que el centro se componía de cuatro esferas incandescentes, intersectadas excéntricamente entre sí. Pero tal observación fue cosa de un segundo, porque el sonido que acompañaba a la resplandeciente aparición nos impidió enseguida toda otra percepción.

      Al menos para mí, que pasé mi infancia en una granja de El Cairo donde se criaban abejas melíferas, aquella vibración resultó claramente familiar: era el zumbido clásico de un enjambre en movimiento. Había empezado como un débil rumor, así como la luz fue al principio un suave fulgor, pero pronto se tornó insoportable. Creo que los tres nos tapamos los oídos con las manos, para comprobar desesperados que nada lograba detener la penetración sonora. Con la cabeza entre las manos, y el cerebro taladrado por la onda asesina, caí de rodillas completamente aturdido.

      Sentí que iba a perder el sentido y, en un esfuerzo supremo de voluntad, miré a mi alrededor. Vi a Von Grossen, aún de pie, convulsionarse y gritar, en tanto que a escasos centímetros mío yacía el cuerpo inerte de Reinhart Von Krupp. Automáticamente puse la mano en su cuello, buscando el pulso, pero comprendí que había dejado de existir. Mi mente se nublaba; un intenso mareo me causaba la sensación de que todo giraba a mi alrededor; la náusea, iniciada en el estómago, me estremeció en una ­violenta arcada; y una angustia creciente en el corazón, que ya era una declarada taquicardia, me produjo la impresión de que aquel órgano quería saltar y huir de mi pecho. En fin, víctima de un ataque psicofísico, para el que no conocía defensa alguna, me desmayaba sin remedio. Risa de los Demonios, Música de los Infiernos, Armonía del Dios Creador del Universo, frente a esa fuerza desintegradora del Alma ¿qué quedaba del Héroe, del líder carismático, del Iniciado que horas antes conducía su legión dispuesto a luchar contra enemigos de la Tierra o el Cielo? Muy poco, neffe, muy poco. Apenas una chispa de voluntad.

 

      De improviso fui acometido por un recio temblor y tardé en tomar conciencia de que Bangi me había agarrado por los hombros y me sacudía con firmeza. Entre brumas, lo reconocí ante mí gritando a voz de cuello; los ocho lopas estaban también allí: dos arrastraban a Oskar Feil; otros dos sostenían a Von Grossen; uno corría con los perros daivas, que estaban atados en un extremo del campamento; y los restantes trazaban febril-mente círculos y signos en el suelo con sus cimitarras, al tiempo que entonaban mantrams y adoptaban mudras guerreros. La bola de luz se encontraba ya sobre nosotros y el zumbido de las abejas alcanzó su máxima intensidad. Sea por el zamarreo de Bangi, o por el efecto de los yantras de los lopas, lo cierto es que recuperé en parte la lucidez; lo suficiente para comprender las dramáticas palabras del gurka.

      ¡Shivatulku! ¡Shivatulku! –llamaba impacientemente, sin dejar de zarandearme, acto que culminó con dos impetuosas bofetadas. Con un movimiento de cabeza le hice entender que lo escuchaba.

      –¡Oh Pawo[43]: sacadnos de aquí! ¡Pronto o el Vîmâna de Shambalá nos destruirá!

      –¿C... cómo? ¿Cómo haré, si no puedo tenerme en pie? –balbuceé desalentado.

      –¡Los perros daivas. Oh Dubtob[44]! ¡Ordenad a los perros daivas que os conduzcan volando a un destino fuera de aquí! ¿Me comprendéis?

      Asentí, a pesar de que no comprendía totalmente la solicitud del gurka.

      –¿Qué debo hacer para que los perros daivas vuelen ? –me interrogué absurdamente a mí mismo, pero en voz lo suficientemente alta como para que Srivirya respondiese. El lopa, evidentemente estaba atento a mis reacciones.

      –¡Nombradlos como si fuesen idénticos a Kyungta, el ave Gáruda que transporta a los Dioses; o como Lungta, el caballo Pegaso que cumple igual función! ¡Decidles Svadi-lung; Kula y Akula Svadi-lung; y ellos volarán !

      ¿Destino? ¿Qué destino? La cabeza parecía que me iba a estallar. Quizás fuese el in-consciente, quizás el Scrotra Krâm, pero lo positivo fue que una Voz Interior me dijo:

      –“Sining, debes ir a Sining” –pensé en el Yantra, lo imaginé como pude, y traduje: “Sining-to, Kula y Akula Svadi-lung”.[45]

 

      Alguno de los lopas había puesto las riendas de los dogos en mis manos. Estaban enfurecidos por la presencia del diabólico vîmâna y aullaban como si efectivamente fue-sen los lobos de Wothan. Cuando imaginé el Yantra se pusieron rígidos y echaron las cabezas hacia adelante, preparados para partir en cumplimiento de la orden. Y cuando ordené “Sining-To, Kula y Akula svadi-lung”, sucedió el increíble prodigio de que los perros daivas saltaran a una especie de abismo que insólitamente se creaba frente a ellos.

      Me sentí arrastrado por las riendas, izado en el aire y transportado en dirección al Este, hundido en una negrura impenetrable que ahora ocupaba el lugar donde segundos antes estaban las montañas Altyn Tagh. Al ser levantado en vilo, un peso anormal en las piernas puso mi cuerpo en tensión durante un instante. Me volví, sorprendido, y advertí que una cadena humana pendía de mis extremidades: los tibetanos habían realizado una serie de tackles en el momento del salto, agarrándose entre ellos y levantando también a Karl Von Grossen y Oskar Feil. La mirada se deslizó hacia abajo y contemplé estúpida-mente la cañada iluminada por el vehículo de Shambalá y el campamento convertido en un sepulcro colectivo: Reinhart Von Krupp, muerto; los centinelas, muertos; y en las entra-das de las carpas, estaban diseminados los cadáveres de quienes alcanzaron a salir pero no llegaron muy lejos. El zumbido era ensordecedor, aterrador, paralizante; ¡el zumbido era el llamado de la Muerte! ¡Heinz, Hans, Kloster! Recordé a mis Camaradas y creo que grité de impotencia, antes de sumergirme en la negrura y perder el conocimiento.

 

 

 

 

 

 

Capítulo XXXIV

          

 

 

Segundos después recobré la conciencia: ni señales del ensordecedor sonido o de la diabólica centella. Todavía subsistía la luz crepuscular por lo que pude comprobar, sin ninguna duda, que nos hallábamos en un lugar completamente diferente a la cañada donde acampara Schaeffer. De inmediato vino a mi memoria todo lo ocurrido, el ataque del zumbido mortal y la fuga gracias a los perros daivas. ¡Aún vivía por milagro! ¿Pero dónde estaba? Porque aquello no era evidentemente Sining sino la orilla de un río, una breve playa al pie de la ladera de un cerro.

      Me encontraba sentado en el suelo, sosteniendo aún en las manos las ahora inertes riendas de los perros daivas. A centímetros de mis pies, el río rumoroso entonaba la melodía de la Naturaleza. Un resplandor contra la ladera me mostró a los lopas reuniendo leña y alimentando un improvisado fogón. Karl Von Grossen y Oskar Feil se habían para-do y contemplaban la escena en silencio, como atontados. Cuando los ojos del Standartenführer se encontraron con los míos reaccionó:

      –¡Von Sübermann: Gott sei dank! ¿Adónde estamos? ¿Qué fue de los otros?

      Me incorporé y le respondí con cruda franqueza:

      –No lo sé. Ignoro qué lugar es éste. Con seguridad estamos muy lejos del campamento, pero por lo menos seguimos con vida. Porque si de algo estoy convencido es de que quienes no vinieron con nosotros deben haber muerto en la cañada. ¿Quién podría sobrevivir a ese ataque de los Demonios? ¡Si hasta los monjes kâulikas, que son expertos en tal clase de Magia Negra, temían morir inevitablemente!

      En ese momento los tres recordamos a los monjes y los buscamos con la mirada: estaban los ocho junto al fuego que habían encendido al resguardo de unas enormes rocas, y nos observaban a su vez con tranquilidad. Karl y Oskar se acercaron a ellos. Yo quise hacer lo mismo, pero las riendas me lo impidieron. Con horror descubrí que uno de los dogos había muerto; el otro parado a su lado, emitía periódicos gemidos de dolor.

      Si a alguien debía la vida en este mundo, aparte de a mis padres, era a aquellos perros, así que me sentí comprensiblemente conmovido por la pérdida de uno de ellos. Dejé al superviviente continuar con sus lastimosos aullidos, desconsolado réquiem para la pareja ausente, y me aproximé al grupo. Sin cortesía, interpelé a Srivirya:

      –¿Cómo es que ha muerto uno de los perros daivas? ¿No me había asegurado el Guru Visaraga que ambos constituían una pareja arquetípica, la síntesis manifestada de un par de principios opuestos, cuya existencia debía ser necesariamente simultánea? Si eso era cierto ¿no deberían haber muerto los dos? O, mejor dicho ¿por qué no están vivos los dos?

      –Tened paciencia, Hijo de Shiva –aconsejó compasivamente el monje– y recordad que estos perros son tulpas, creaciones mentales de los Magos del Círculo Kâula. Por lo tanto no están sujetos a las leyes naturales sino a la Voluntad de los Gurúes. Os dije hace unos días que, aunque nuestra Orden conocía el secreto de los perros daivas, jamás se habían proyectado hasta ahora porque no existía un Iniciado que fuese como vos, capaz de controlarlos más allá de Kula y Akula. Por lo tanto, carecíamos de información práctica sobre lo que sucedería al ser realizados por un Shivatulku. Vale decir, que no sabíamos cómo se iban a comportar en esta etapa del Kaly Yuga: la última vez que los perros daivas recorrieron la Tierra fue en la Atlántida, hace miles de años. Evidentemente, esta Epoca de Hierro ha debilitado de algún modo su Poder de Vuelo y uno de ellos resultó afectado por la Fuerza del Dordje. Pero si no sabíamos cuánto iban a vivir, en cambio os puedo responder por qué uno de ellos ha continuado vivo luego del vuelo lung-svadi: se debe a las leyes particulares que rigen su reproducción.

      Vos habéis razonado bien, pero no contemplasteis las leyes de la reproducción. Al ser una pareja perfecta, arquetípicamente equilibrada, los dos canes, en efecto, deberían haber muerto al unísono. Pero la ley de la reproducción establecida por los Gurúes exige que antes de la desintegración, la pareja engendre y dé a luz otro par de perros daivas. El proceso sería, pues, el siguiente: la muerte de uno cualquiera de ellos, significará la automática metamorfosis del otro en un ejemplar andrógino; es como si uno de los principios arquetípicos, que se hallaba manifestado afuera, se incorporase adentro del sobreviviente; y el que viva, llevará en su seno el germen de una nueva pareja de perros daivas, el cual crecerá, madurará, y nacerá al cabo: entonces, luego del alumbramiento, el ejemplar antiguo se desintegrará fatalmente. ¿Comprendéis ahora por qué vive uno de ellos?

      Asentí, aliviado al saber que en poco tiempo recuperaría la pareja de perros daivas.

      –Pues bien –agregó Srivirya–; entonces no olvidéis que en este período, mientras el dogo andrógino se encarga de gestar la nueva pareja, debéis referiros a él con el nombre de “Vruna”, puesto que es la unidad de Kula y Akula.

      Volví a asentir, dado que aquello era indudablemente lógico. En eso estalló Von Grossen.

      –¡Por Dios, Von Sübermann! ¡Siempre los malditos perros! ¿Se preocupa por la muerte de un perro? ¿Y nuestros Camaradas? Me ha comunicado su sospecha de que también han muerto: ¡pues debería afligirse por ellos! Y tampoco sabe dónde estamos. Eso trataba de averiguar a los tibetanos cuando Ud. me interrumpió para hablar de los condenados mastines.

      Decidí no responder a las injustas acusaciones de Von Grossen.

      –Nada sabemos nosotros sobre el lugar al que nos ha traído el Shivatulku –terció Srivirya–. A él toca responder, pues sólo él conoce la orden que dio a los perros daivas.

      A Von Grossen se le descompuso la expresión del rostro al verificar que el tema de los dogos era ineludible. Yo no tuve que reflexionar para exponer una cuestión que me intrigaba desde que recobrara el conocimiento en aquella playa.

      –¡A Sining! Yo ordené a los dogos ir a Sining. Fue el primer lugar que se me ocurrió, seguramente porque los dos monjes que guiaban a los holitas afirmaron que desde allí nos ayudarían a llegar a Shanghai. No me explico por qué los perros daivas no nos condujeron a Sining.

      –¡Oh, qué extraña es la mente del Shivatulku! –exclamó Srivirya, quien no podía concebir que mis actos fuesen simplemente estúpidos, como en verdad lo eran–. Si deseábais ir a Shanghai ¿Por qué no mandar a los perros a que os condujesen directamente hacia allí, en lugar de solicitarle la plaza de Sining, situada 2.000 km. antes? ¡Incomprensibles son los Designios de los Dioses! Pues ahora que los perros daivas están en proceso de reproducción no podréis emplearlos ya más para un vuelo lung-svipa: sólo los futuros cachorros, algún día, os llevarán a través del Tiempo y el Espacio. Claro que ahora sabremos dónde estamos ¿Qué Sining habéis traducido en vuestra orden?

      –¿Cómo qué Sining? No entiendo a qué se refiere –declaré, temiendo oír lo que vendría.

      –Pues claro, Hijo de Shiva –explicó candorosamente Srivirya–. ¿La orden solicitaba dirigirse a Sining-Fu o a Sining-Ho, es decir, a la ciudad de Sining o al río Sining?

      Solté un juramento. ¿Por qué había sido tan poco preciso al definir el destino impuesto al viaje aéreo de los perros daivas? La respuesta era obvia: porque la orden fue for-mulada en un momento crítico, en medio de un tremendo desorden físico que me impidió razonar lo suficiente. En aquella terrible circunstancia olvidé todo, no describí con precisión la meta pues supuse inconscientemente que los perros entenderían, que interpretarían exactamente mis deseos. Y la verdad era muy otra: los canes eran tulpas, yidams, máquinas mágicas proyectadas por la voluntad de acero de los Magos y que requerían el correcto control de sus funciones.

      –De cierto que no especifiqué si se trataba de Sining-Fu o de Sining-Ho –confesé contrariado. El monje kâulika meditó un segundo y dijo sonriente:

      –Entonces es muy probable que nos hallemos junto al río Sining. Al recibir la orden, los perros daivas se encontraron con que existían dos objetivos diferentes con el mismo nombre. Eligieron, por motivos que sería largo detallar, el objetivo más antiguo que correspondía a ese nombre, al parecer, el río. Y esa indefinición explicaría también la muerte de uno de los dogos: la causa sería el dilema al que fueron sometidos los principios opuestos, que obró como si con una cuña lógica se hubiese intentado partir la unidad absoluta del Arquetipo perro. Creo que el problema radica en los grados de realidad de las cosas en juego. Por una parte, los perros daivas no constituían una pareja perfecta, no podían serlo en esta etapa del Kaly Yuga, y exhibían cierto grado pequeño de desequilibrio. Por otra parte, el río Sining resulta ser un poco más real, dentro de la Ilusión de Mâyâ, que la ciudad de Sining. Consecuencia: los perros daivas se encuentran frente a una disyuntiva y se ven forzados a elegir; a causa del desequilibrio supuesto, uno de los perros tiende hacia Sining-Fu y el otro tiende hacia Sining-Ho; como mágicamente el destino real es el que corresponde al nombre más real, sólo uno de los dogos llega a Sining-Ho, donde estamos, en tanto el otro can se desintegra para evitar la alteración imposible del Arquetipo. Y como los perros daivas no pueden existir sino en pareja, el presente andrógino se desintegrará igualmente luego de la reproducción.

      –¡De modo que los perros han concurrido al río Sining, al cual correspondería la corriente que pasa frente a nosotros! –admitió Von Grossen, que al fin comenzaba a ubicarse geográficamente–. Siendo así, Kameraden, les expondré el cuadro de situación: Elementos a favor de nuestra Estrategia: a) tres alemanes y ocho tibetanos, miembros de la Operación Clave Primera, aún estamos con vida; b) es posible que la ciudad de Sining se encuentre cerca de aquí y es probable que ello represente nuestra definitiva salvación, si conseguimos pasar la noche en estas condiciones. Elementos en contra de nuestra Estrategia: a) experimentamos cinco bajas, tres alemanes y dos tibetanos, además de los cinco porteadores holitas y todo el equipo; b) si realmente este sitio se halla al Este de lago Kuku Noor, ello implica una distancia más de 1.000 km. alejada del Valle de los Demonios Inmortales, lo que torna imposible por el momento regresar para inspeccionar o rescatar los cuerpos y materiales. Conclusión: Es casi seguro que los efectivos a cargo de la Operación Altwesten han corrido idéntica suerte que los miembros de la Operación Clave Primera, vale decir, que están muertos o desaparecidos. Esta conclusión pone término a la Operación Clave Primera, y nos impone la delicada obligación de explicar convincentemente a nuestros superiores los hechos ocurridos en el campamento de Ernst Schaeffer.

      Von Grossen me miró significativamente, como dando a entender que el principal responsable de las explicaciones sería Yo. Sus últimas palabras fueron:

      –Considerando el diabólico ataque que hemos sufrido en aquel Valle del Infierno, a la luz de las órdenes recibidas de Alemania y de la estructura de la Operación Clave Primera, he extraído ciertas conclusiones que les comunicaré en carácter estrictamente confidencial y personal. Creo, Caballeros, que nuestros líderes de Alemania tenían una idea bastante aproximada sobre lo que pasaría en el Tíbet si Kurt Von Sübermann se integraba a la Operación Altwesten. Más claramente, creo que ellos, Hitler, Himmler, Heydrich, Rudolph Hess, y Dios sabe quiénes más, sabían que determinados enemigos reaccionarían con extrema violencia al descubrir a Von Sübermann: enemigos que son quizás seres extraterrestres, poseedores de armas terribles, incomparables a ningún arsenal terrestre. Si sabían lo que podría suceder ¿por qué permitieron que el enemigo nos encerrara en una trampa mortal? Esta es una pregunta para la que carezco de respuesta. Intuyo que deseaban comprobar concretamente la eficacia de Von Sübermann para causar las reacciones de los “Demonios” de Chang Shambalá y que tal vez subestimaron al enemigo: quizás pensaron que la Fraternidad Blanca cerraría las malditas puertas de sus guaridas, y desecharon la posibilidad de que los Demonios tratasen de matarnos a todos. Sea de ello lo que fuere, Yo estoy persuadido que Von Sübermann jamás nos revelará el secreto que enardece a los Demonios. En resumen, doy por concluida en este momento la Operación Clave Primera; la evaluación de sus resultados la hará en Alemania el correspondiente Estado Mayor. Y, como SS. Standartenführer a cargo de la ejecución de la Operación Clave Primera, dispongo que se emprenda el inmediato regreso a Alemania. ¿Están de a-cuerdo, Kameraden, con el Cuadro de Situación y las conclusiones?

      ¿Qué otra cosa podíamos hacer Oskar Feil y Yo, mas que aceptar incondicionalmente las decisiones de Von Grossen? Los monjes tibetanos, por su parte, nunca discutían las órdenes y, una vez más, se disponían a apoyar nuestros planes.

      Partiríamos al amanecer. En tanto, formamos un círculo alrededor del fuego y nos abrazamos para transferirnos calor, postura que adoptó también el dogo Vruna. A pesar del frío reinante a la madrugada, todos logramos dormir, debido al gran cansancio psíquico que acumuláramos durante los últimos días. No teníamos ni una manta o capa, tan sólo lo puesto, y por eso nos apretábamos los unos con los otros para evitar la congelación, aunque era evidente que en aquel sitio no hacía tanto frío como en las cumbres de los montes Kuen Lun. Y en cuanto a las armas, sólo conservábamos las dagas y las Luger de Karl, Oskar y Yo, y las dos metralletas Schmeisser que llevábamos cruzadas en la espalda: para esta temible arma, contábamos solamente con dos cargadores cada uno, igual que para las Luger. Insuficiente para transitar por un país en guerra civil, pero siempre mejor que nada.

      Todos los kâulikas, por el contrario, tenían sus puñales, cimitarras, y carcajes con las cincuenta flechas. Por lo demás, ni comida, ni agua, ni pertrechos de ninguna clase, salvo lo que llevábamos encima en el momento de huír de la nefasta cañada. Eran pocas cosas, muy pocas si hubiésemos estado mucho más perdidos en el Tíbet; resultaron suficientes para llegar a Sining-Fu.

 

      Ateridos de frío, desde el amanecer marchamos paralelamente al río Sining-Ho. Von Grossen nos sorprendió a todos al extraer del interior de su chaqueta el portacartas de lona y desplegar un mapa de la región Oeste de la China. Y de sus bolsillos, cual inagotables cajas de Pandora, surgieron la inseparable brújula, una regla escalimétrica plegable, y un compás; elementos inútiles, salvo la brújula y el mapa.

      Antes de partir, hice un túmulo de piedras y sepulté al infortunado perro daiva. No tenía por costumbre orar, pero en esa ocasión me concentré unos minutos y elevé mi Yo a la esfera de los Dioses, empleando el Scrotra Krâm para conseguir que Ellos me escuchasen: entonces me dirigí a Wothan, a él personalmente, y le solicité un vaso de Hidromiel por la hazaña de Heinz, Hans, y Kloster. ¡Sí, le dije a los Dioses: esta vez Ellos debe-rían brindar por esos tres guerreros de la Alemania Eterna, recibirlos como Héroes en el Valhala; y, de ser posible, tendrían que hacerle lugar al perro daiva, al perro de Shiva que transportaba a los guerreros volando como Vâyu, el Viento!

     

 

      Originado en los sistemas más meridionales de Nan Chan, el Sining-Ho desciende hacia el Sur y desagua en el Tatung-Ho, luego de pasar bajo el puente de la Gran Muralla y bañar los muros de la ciudad de Sining: el Tatung-Ho, por su parte, continúa hacia el S.E. y tributa sus aguas al Hoang Ho o Río Amarillo en la confluencia de Lan Cheu. Alrededor del medio día, llegamos a una pequeña aldea fortificada y rodeada de rudimentarios cultivos: ¡era Hwang-yugn, una de las postas del camino Chang-Lam!

      En la aldea había un Templo budista, varias posadas para peregrinos y comerciantes, y un mercado libre de respetables dimensiones. El caballerizo pertenecía al Círculo Kâula y a su establecimiento nos dirigimos con presteza. Allí nos tranquilizamos, a la vez que tomamos la primer comida caliente en 24 horas. Según su informe, los hombres del Príncipe de Kuku Noor nos buscaron durante algunos días, y al cabo retornaron al Tíbet. Sería difícil que volviesen a menos que alguien los convocase, cosa que no sucedería si obrábamos con prudencia y no nos hacíamos ver. De todos modos, el poder de los tibetanos sublevados llegaba sólo hasta Hwang-yugn, poblado situado del lado Norte de la Gran Muralla, en una región tradicionalmente disputada por mongoles y tibetanos. Pocos kilómetros adelante, tras la Gran Muralla, estaba la provincia china de Kansu y la ciudad de Sining, donde el poder del Círculo Kâula era considerable.

      Claro que si en Sining-Fu no debíamos temer la persecución de los tibetanos, en cambio tendríamos que evitar vernos envueltos en las continuas revueltas de las encona-das facciones chinas. Por esta vez, la logística y la táctica quedaron en manos de los kâulikas, mejores conocedores del terreno y poseedores de una poderosa infraestructura de apoyo. Su plan, por lo demás, era extremadamente simple: pernoctaríamos en la caballeriza, que se nos antojaba un palacio luego de la noche anterior, y a la mañana el chino y su hijo nos llevarían hasta Sining-Ho ocultos en dos carretas de cuatro bueyes cada una.

 

      Los monjes kâulikas nos hicieron saber que planeaban regresar al Tíbet después que nosotros estuviéramos fuera de peligro rumbo a Shanghai. No volverían directamente a Bután pues tratarían de hallar a sus dos compañeros, que habían quedado con los holitas en el Umbral del Valle de los Demonios Inmortales. Aunque no disponían de perros daivas, conocían mucho sobre la magia de los Kilkor y sabían positivamente que el Valle perdido se encontraba en el Oeste, en tierras de la Reina Madre Kuan Yin: sea por el Este, como hicimos nosotros, sea por el Oeste, ellos hallarían la manera de entrar y rescatar a sus Camaradas o, quizás, vengarlos. Luego, si regresaban, se retirarían al Monasterio de Bután, o a algún otro perteneciente al Círculo Kâula, para meditar sobre todo lo ocurrido en aquella aventura. Combatieron codo a codo junto al Shivatulku, fueron guiados al Valle de los Inmortales por los perros daivas, y participaron de su vuelo lung-svipa: eran cierta-mente afortunados, los Dioses les habían sonreído, y sólo les quedaba retirarse a meditar y agradecer.

      Nada podía objetar frente a esa admirable decisión, pero Karl Von Grossen pensaba diferente. Llamó aparte a Srivirya y a Bangi y los calificó de “desertores”. “Su misión, les dijo, sólo concluiría cuando los que saben eva­luasen los resultados de la operación”. Y tales personas, por supuesto, se encontraban en Alemania: a ambos, pues, les correspondía acompañarnos hasta nuestra patria y brindar sus valiosos testimonios. Entonces quedarían libres para regresar, y la SS. pondría a su disposición todos los medios necesarios.

      Como los monjes vacilaban, Von Grossen los presionó moralmente asegurándoles que de cualquier modo nos tendrían que acompañar hasta Shanghai para oficiar como intérpretes de chino, y, una vez allí, “no les costaría mucho” embarcarse hacia Alemania, “que quedaba casi tan lejos como Bután”. Pero esto no era cierto.

      Srivirya y el gurka, en efecto, hablaban chino, pero nadie conocía ni una palabra de japonés, el idioma de quienes ocupaban la mitad de China. Por el contrario, Oskar y Yo cursamos chino y japonés en la carrera de Ostenführer del NAPOLA; y los dos dominábamos el mandarín y el japonés. Pero, de cualquier modo, siempre existía el recurso del inglés, lengua desprestigiada en el Asia pero con la cual podía comunicarse Von Grossen o cualquiera de nosotros. El idioma universal del Asia, según habían pretendido los hijos de la Pérfida Albión, sería el inglés, mas la verdad era que sólo lo hablaban los funcionarios coloniales y los cipayos de siempre; entre los miembros cultos de los pueblos asiáticos, llámense India, Nepal, Cachemira, Bután, China, Birmania, etc., el inglés era resistido y permanecía habitualmente desconocido, por no decir ocultado y odiado.

      Aunque desaprobábamos la actitud de Von Grossen, ni Oskar ni Yo desmentimos sus argumentos. Observábamos risueñamente, en cambio, como los dos extraordinarios Iniciados iban poco a poco cediendo en sus posiciones. La verdad era que en el fondo todos queríamos que los dos monjes viajasen con nosotros a Alemania. Cuando, al día siguiente, partimos hacia Sining, ya estaban casi convencidos por el persuasivo Standartenführer.

 

 

 

 

Capítulo XXXV

 

 

 

Qué ciudad, neffe! En aquellos días contaba con no menos de 130.000 habitantes, y un perímetro de más de 20 km. A sus altísimas murallas llegaban rutas de todo el Asia: de Mongolia, de Rusia, del Turquestán, de la Dsungaria, del Afganistán, de la India, etc., además del mencionado Chang-Lam procedente de Lhasa, por el que arribaron las carretas que nos transportaban. Nuestro camino, desde que los perros daivas nos depositaron al pie de la cordillera Chan Nan, seguía un mismo derrotero natural: bordear la cordillera por un lado, que ahora se prolongaba en los montes Ma-ha-che, y el Río Sining por otro; sobre su orilla derecha se hallaba ­Sining-Fu, a 2.500 mts. de altura.

      La ciudad de Sining era un gigantesco mercado, al que ni la guerra civil, ni la guerra nacional contra el Japón, habían afectado su ritmo febril. La única alteración la constituían las diferentes tropas que coexistían recelosamente y que de tanto en tanto protagonizaban algún incidente. Tales tropas pertenecían a otros tantos ignotos ­­Señores o triadas y controlaban, cada una, un sector de la ciudad: hasta existían facciones nacionalistas y comunistas, además de las aristocráticas o nobles, tradicionalistas, religiosas y mafiosas. Sin embargo, Sining-Fu era entonces “plaza libre”, es decir, que no había caído bajo el control de los japoneses. Ante un ataque exterior, paradójicamente, cada tropa se ocuparía de defender su parte de la muralla y se olvidarían todas las diferencias para hacer frente al enemigo común.

      La comunidad kâulika de Sining-Fu era realmente importante. Lo comprobamos al ingresar al barrio “de los caras pálidas”, llamado así por el color de la tez de sus vecinos, y admirar el enorme Santuario de Shiva que aquellos poseían. Se ofrecieron a proveernos de todo lo necesario para iniciar una nueva expedición al Tíbet: especialmente los entusiasmaba la idea de que emprendiésemos la aniquilación de otros Gompas como el de los duskhas. Quedaron desencantados cuando les explicamos que debíamos regresar a Alemania.

      –Si nuestra Raza llega algún día a dominar el Mundo, y se mantiene fiel a la Sabiduría Hiperbórea de la SS., no habrá lugar sobre la Tierra para los adoradores y siervos de las Potencias de la Materia: la SS. Eterna los destruirá sin misericordia y ustedes, heroicos kâulikas, estarán junto a nosotros, luciendo, quizás, la insignia Totenkopf  [46] –les aseguré, sin sospechar que esto último se haría realidad antes de lo que Yo pensaba.

      En vista de nuestra irrevocable decisión, los kâulikas accedieron a apoyar el viaje al Este. Brevemente, nos expusieron la situación. Las dos fuerzas militares más poderosas de China eran los “nacionalistas” de Chiang Kai-Shek y los comunistas de Mao Tse-Tung. Antes de 1937 los dos ejércitos luchaban encarnizadamente, pero ahora enfrentaban juntos al enemigo nipón. Como es natural, para cualquiera que comprenda la estructura política de la Sinarquía, a los comunistas de Mao los abastecía la Unión Soviética y a los “nacionalistas” de Chiang los socorría Inglaterra y Estados Unidos, vale decir, el imperialismo anglosajón. Y fraternalmente unida, como lo estaban en la Sinarquía sus socios extranjeros, la derecha y la izquierda se aliaban contra el “fascismo” japonés: en escala reducida, estaba ocurriendo en la guerra China lo que sucedería cuatro años después en la Segunda Guerra Mundial.

      Había una sola diferencia, que para el caso no revestía importancia pues el hombre despierto se guía por hechos y no por nombres: era el calificativo de “nacionalistas” que adoptaban para definirse a sí mismos los miembros del partido de Chiang Kai-Shek. Curiosamente, aquellos “nacionalistas” no estaban apoyados por nosotros, los nacionalsocialistas, sino por el liberalismo a ultranza de los anglosajones. Y ello se explica fácilmente porque eso es lo que eran Chiang y sus partidarios: exponentes de la más reaccionaria derecha liberal de China, vale decir, la más cipaya. En esto de ser cipayo, partidario de las potencias colonialistas en perjuicio de su propio pueblo, hay que admitir que Chiang Kai-Shek fue casi tan grande como el Mahatma Gandhi, ese agente del Servicio Secreto inglés que entregó la India a la explotación de los amos del commonwealth impidiendo que allí se concretase una verdadera revolución nacionalista, o sea, nacionalsocialista.

      Por eso, llamar “nacionalista” a Chiang sería un chiste, una broma de mal gusto, si no fuese porque el papel que le hicieron representar sus jefes de la Sinarquía causó finalmente la caída de la milenaria Cultura china en la mezquina y estrecha Doctrina marxista-leninista. No; Chiang no era nacionalista sino lisa y llanamente un cipayo. Y el que dude de ello que observe lo que él hizo con Formosa, la moderna Taiwan, donde no existen las corporaciones populares y los códigos éticos que caracterizan al nacionalismo sino la rapaz acción de las compañías multinacionales y la Banca mundial, y la ilimitada explotación del pueblo chino, completamente marginado de decidir el Destino de su “Nación” puesto que éste ya ha sido determinado por la Sinarquía.

      Si un pueblo desea ser imperialista, la Historia le ofrece dos modelos clásicos, que no por menos comprendidos por los observadores son menos utilizados en todos los tiempos. Uno es el modelo grecorromano, heredado del antiquísimo concepto de “Imperio Universal” de los indoiranios: este modelo, y Roma nos dio uno de los últimos ejemplos, sólo exige que los restantes pueblos sean sometidos militarmente, no culturalmente; así, los pueblos de distinta idiosincracia podían integrarse al Imperio romano conservando su Cultura, lengua y costumbres, y, si eran lo suficientemente aguerridos para resistir con orgullo la pax romana, podían obtener concesiones extraordinarias, como la ciudadanía de los galos y españoles, y el control del ejército, y del Imperio todo, lograda por los germanos; ello fue posible porque en ese modelo de Imperio el valor se asentaba paradójicamente en el valor, real, de los pueblos: era más valioso el más valiente; este principio tenía carácter indudable y nadie temía el ascenso imperial de un pueblo valiente pues era obvio que tal pueblo resultaba valioso para el Imperio.

      Es decir, en ese primer modelo no sería necesario practicar el adoctrinamiento cultural de los vencidos, emplear el lavado de cerebros, destruirlos moralmente, corromperlos, mantenerlos en la barbarie o regresarlos al salvajismo: eso no le convenía a nadie, iba contra la esencia jurídica del Imperio Universal Ario, vale decir, iba contra el Honor. Y aquí está el meollo de la cuestión: el soporte ético del principio anterior, y de cuantos constituyen el Imperio Universal, es el Principio de los principios, el Principio Supremo que es piedra fundamental de la estructura jurídicosocial del Estado nacional: el Principio del Honor. La justicia con que el Imperio tratará a un pueblo conquistado o aliado, de la que dependerá su existencia y desarrollo, sólo requerirá la garantía del Honor. Por ejemplo, Alejandro, imperialista con Honor, no necesitó desmembrar Egipto, ni imponer la lengua griega a los egipcios, ni aniquilarlos, ni someterlos a esclavitud, ni destruir sus pirámides, para aceptarlos sin prejuicios como federados del Imperio macedónico. Y los romanos, salvando las distancias, cuando al fin someten a los galos, que se habían resistido sangrientamente durante siglos, procedieron de igual forma honorable: y a tal extremo les abrieron las puertas del Imperio que en poco tiempo ya no se habló más de galos sino de galorromanos.

      El otro Modelo de Imperio es el cartaginés, típicamente no ario, heredado por los fenicios de sus antepasados semitas de Asiria, Babilonia y Sumer. Conviene comprender este concepto porque al modelo cartaginés han adherido los ingleses y los norteamericanos, pueblos completamente judaizados por la sistemática e incansable labor de la Fraternidad Blanca.

      De los cartagineses ya habló Belicena Villca en su carta: pueblo de mercaderes carentes de principios éticos; sólo hábiles para el comercio y la piratería, famosos por los sacrificios humanos que ofrecían a su Idolo de Hierro Incandescente. ¡Cartagineses, ingleses, yanquis: como sus predecesores del imperio asiriobabilónico, pensarían que los restantes pueblos de la Tierra son un artículo de consumo para sus apetitos insaciables! He aquí el principio equivalente al del valor de los pueblos en el modelo grecorromano: para los cartagineses, ingleses y yanquis, los pueblos sometidos no tienen el valor en sí mismos sino en la medida en que sean útiles al Imperio . Así, el pueblo conquistado o dominado resulta esclavizado, humillado, deshumanizado, vaciado de su propio valer, transformado en herramienta, en utensilio: vale mientras sirve . Principio judaico del valor que no es casual hallar en la cúspide del imperialismo anglosajón. Si un pueblo “colonial” sirve, entonces debe ser explotado sin límites; si puede servir, entonces debe ser adoctrinado para que brinde utilidad, lo que representa una inversión que habrá que proteger y recobrar con intereses. Si algo se opone a la explotación, debe ser neutralizado: si no se procediese así, se justificarán hipócritamente, no se estaría “ayudando” a ese pueblo a recobrar su valor, es decir, su utilidad . El hombre tiene un precio, como las mercancías: vale por lo que hace, y puede valer más por lo que es capaz de hacer. El Imperio cartaginés-anglosajón se comprometerá a extraer el máximo valor utilitario de los pueblos, concediéndoles la posibilidad de valer mucho produciendo mucho. Lo que se oponga a esta magnánima concesión de los que detentan el Poder del Mundo, será destruido: en bien de los que están sometidos pero pueden demostrar su valor; en defensa de la posibilidad de ser útil a los imperialistas, posibilidad a la que denominan seriamente “libertad democrática”. ¿Y qué es lo que se opone a que ese pueblo que nada vale, se valorice siendo útil al Imperio, sirviendo, produciendo, permitiendo que el Imperio se apodere de sus riquezas, si las tiene, o guardándose de gastarlas en provecho propio si el Imperio las necesita ahora o mañana?

      ¿Es su Cultura propia el obstáculo? Pues será reculturalizado por todos los medios posibles ¿Es la conciencia nacional el enemigo? Pues se atacará la esencia del Ser nacional: se comenzará por desprestigiar o negar lo bueno propio y se exaltará lo bueno ajeno; contrariamente, se disminuirá lo malo ajeno y se exaltará hasta la exageración lo malo propio; así entrará en colapso la confianza en el Destino nacional, y el pueblo creerá apabullado que la distancia cultural entre la debilidad nacional propia y la fuerza y grandezas ajenas es insuperable. El segundo paso consistirá en atacar específicamente los soportes del Ser nacional: la territorialidad, los símbolos patrios, las tradiciones, etc. Se desplazarán o amenazarán las fronteras para crear la sensación de que la Nación “no está terminada”, que es algo a medio construir, que no existe; se calumniarán los prohombres de la Patria, que mal o bien contribuyeron a su existencia, para que el pueblo se avergüence de su pasado; se presentarán a la comparación, en cambio, a los contemporáneos imperialistas de aquéllos, para que el pueblo repudie a sus próceres y admire a los gringos, y se lamente ¿qué hacíamos nosotros, mientras ellos construían sus poderosos Imperios?

      ¿Es la unidad racial el impedimento? Se bastardizará al pueblo favoreciendo la inmigración de Razas inferiores. ¿Es la unidad nacional? Se la desintegrará sobornando o comprando dirigentes, enfrentando a unos con otros, y creando el caos, la evidencia de que “se trata de un pueblo en el que sus miembros no pueden ponerse de acuerdo entre sí”.

      Como ves, neffe, el modelo cartaginés demuestra todo un modus operandi en la acción de los imperialistas. Mientras que en el modelo grecorromano “el más valioso era el más valiente”, y los pueblos valerosos podían crecer y desarrollarse sin problemas, según sus propias pautas culturales, en el modelo cartaginés-anglosajón hay que aplicar permanentemente el principio “vale mientras sirve”, lo que obliga a someter a los pueblos vencidos, o dominados, mediante las prácticas más viles. Y aquí llegamos también al meollo de la cuestión: el soporte jurídico del principio anterior, y de cuantos constituyen el Imperio cartaginés-anglosajón, es el Principio de los principios sinárquicos, el Principio Supremo que es piedra fundamental de la estructura juridicosocial del Estado sinárquico: el Principio de la División.

      ¿División de qué? De todo, porque el Principio de la División otorga al Emperador o Rey, cartaginés, inglés o yanqui, el derecho a dividir la estructura de los pueblos. Hay que comparar de inmediato, para que salten las diferencias: el Principio del Honor de los imperialistas grecorromanos era esencialmente ético y creaba la obligación de procurar el bien común, de valorizar el valor del valeroso; por el contrario, el Principio de la División de los imperialistas cartagineses-anglosajones era fundamentalmente jurídico y amoral y generaba el derecho a dividir para asegurar el valor de los que sirven, para proteger la libertad democrática de valer siendo útil, produciendo, sirviendo.

      Aquí están las diferencias fundamentales de ambos modelos: lo ético contra lo jurídico y amoral; la obligación moral de procurar el bien común, contra el derecho amoral de dividir el bien común para extraer su valor utilitario. El imperialismo grecorromano producía “ciudadanos del Imperio”, honroso título que de ningún modo menoscababa su nacionalidad u orgullo racial. El imperialismo cartaginés-anglosajón modela “ciudadanos del Mundo”, ambiguo y deshonroso título que la más de las veces oculta la traición inconfesable.

      A los ciudadanos del Imperio ya los conocemos por la Historia. Es de interés, en cambio, saber ¿cómo son los “ciudadanos del Mundo”, título análogo al de “esclavo de la Sinarquía”? Pues, se trata de seres que han sido conformados de acuerdo al modelo cartaginés-anglosajón, vale decir, seres que han padecido todos los modos del Principio de la División. Son habitualmente internacionalistas porque su nacionalidad ha sido dividida y disgregada: creen que lo internacional salva la diferencia entre los pueblos. Son decididos pacifistas porque su estructura psíquica fue dividida froideanamente y su instinto guerrero calificado de “tendencias agresivas primitivas que se originan en el cortex, el cerebro animal, y surgen a través del Inconsciente”: para la Cultura psicoanalítica, el instinto guerrero es un impulso vergonzoso, casi animal, sumamente peligroso “porque puede encarnarse en el Mito del Héroe” y tornarse dominante en la conciencia; quienes están así adoctrinados, identifican guerra con salvajismo, y creen que la paz debe conseguirse a cualquier costo pues en ese estado social es posible demostrar la utilidad sirviendo al imperialismo pacifista, Gobierno Mundial, Sinarquía, o como quiera que se llame el sistema que los explote. Estos ejemplares son daltónicos a la nacionalidad y se les ha bloqueado el instinto guerrero; carecen por lo tanto de heroicidad, de capacidad de reacción patriótica, son seres psicológicamente mutilados que creen en la unión de varios conceptos imposibles de unir bajo un imperialismo cartaginés-anglosajón: paz, felicidad, creación, progreso, libertad, civilización del amor, fraternidad universal, etc. Natural-mente, en nuestra Epoca, pueden ser buenos comunistas o buenos liberales, indistinta-mente.

      Pero además de internacionalistas o pacifistas pueden ser colaboradores del sistema imperial cartaginés, trabajando desde adentro de sus Naciones, en las que no creen, para favorecer la contribución de valor utilitario que los imperialistas le han asignado a su pueblo o país; o pueden ser agentes internacionales del imperialismo y consagrarse a ejecutar sus planes. De cualquier modo, su tarea consistirá, desde adentro o desde afuera, en dividir, es decir, en aplicar el Principio de la División allí donde exista algo unido que se oponga al imperialismo cartaginés-anglosajón: la intriga, la corrupción, el maquiavelismo, el soborno, la insidia, la difamación, la publicidad, la desinformación, etc., todos los medios y crímenes serán válidos para dividir los todos y fortalecer las partes que sean útiles y sirvan al imperialismo extranjero. En la formación de lacayos de esta clase, el imperialismo cartaginés-anglosajón siempre ha descollado: el tipo clásico es el “cipayo”. Naturalmente, no me refiero al cipayo hindú, al hombre concreto que muchas veces con increíble valor trató de librarse de los expoliadores ingleses, sino al tipo del cipayo, a la clase de hombre “valioso a su servicio” que los ingleses querían fabricar dividiendo todos sus principios. En Cartago existieron miles de mercenarios de esa clase. En el Asia y en el Africa los ingleses los fabricarían por centenares de miles.

      Y llegamos así a Chiang Kai-Shek, que era el clásico tipo de cipayo al servicio de la potencia colonial cartaginesa anglosajona, y comprobamos que al definir correctamente los términos un personaje tal nada puede tener de “nacionalista” y sí mucho de agente imperialista. El, como Gandhi en la India, Marcos en Filipinas, F. Duvalier en Haití, Reza Pahlevi en Irán, Tito en Yugoeslavia, Fidel Castro en Cuba, y tantos incontables tiranuelos de Asia, Africa y América Latina, fueron grandes cipayos que sistemáticamente dividieron los verdaderos movimientos nacionalistas de sus países y luego los aplastaron parte por parte; se entiende: el nacionalismo es el peor enemigo del imperialismo cartaginés-anglo-sajón.

      Ahora bien, neffe: te he demostrado que el Principio Supremo del imperialismo cartaginés-anglosajón es el Principio de la División y lo opuse al Principio del Honor, que fundamenta el Imperio Universal Ario. Pues bien: cabe agregar que tal “Principio de la Di-visión” es esencialmente no ario.

      Pero no se trata sólo de una presunción, del hecho que tanto los cartagineses como los fenicios, egipcios, asirios, babilónicos, etc., lo hayan empleado profundamente, porque en los Reinos arios donde la hipocresía sacerdotal haya predominado durante algún período el Principio de la División también ha sido usado, dado que las castas Sacerdotales y la Sinarquía registran ambas intereses comunes. La prueba de su origen no ario está, como no podía ser de otro modo, en su procedencia bíblica. Vale decir, el Principio, que da el Derecho a Dividir, aunque antiguo y no ario, halla su formulación jurídica en el pueblo que adora un Dios de Justicia, Uno que pone las Tablas de la Ley; y ese pueblo es Israel, el Pueblo Elegido por Jehová-Satanás.

      Para presentar el Principio de la División los Doctores de la Ley lo expresan mediante una metáfora en el Libro I de los Reyes. A partir de esa figura se extraerá el Principio y se lo reglamentará legalmente, se lo convertirá en derecho Divino de Reyes y Emperadores; y, modernamente, en derecho no declarado propio de los jerarcas del imperialismo cartaginés-anglosajón.

      Lógicamente, por tratarse de un derecho, su sanción debe realizarse en el transcurso de un juicio. Y un juicio en el que el juez resulte inapelable, de manera tal que el derecho ejercido se convierta en Principio Supremo, en Ley Primera. Un juez así sólo puede ser “el hombre más sabio de la Tierra y de la Historia”; y también debe ser Rey, porque el Principio de la División otorgará el derecho sólo a Soberanos del modelo cartaginés.

      El hombre que reunía esas condiciones era, por supuesto, el Rey Salomón:

      “Tu siervo Salomón está en medio del Pueblo Elegido, que es tan numeroso que no se puede contar su muchedumbre. Concede, pues, a tu siervo un corazón prudente, para que sepa juzgar y discernir entre lo bueno y lo malo. Porque ¿quién es capaz de juzgar a este Pueblo tuyo tan considerable?”

      “Agradó a Jehová que Salomón hiciera esta petición por lo que dijo: ...Voy a concederte lo que pides: Te daré un corazón tan sabio e inteligente, como no ha habido otro antes de ti ni lo habrá después de ti”. (I Reyes 3,7).

      Ya está presentado el personaje: es sabio por disposición de Dios, su juicio es inapelable; y es Rey. Debe, a conti­nuación, ejercer el Derecho a Dividir, para que se con-vierta en Principio Supremo, en Ley Primera. La oportunidad se la brindan dos prostitutas judías que discuten sobre la maternidad de un niño: una de ellas sustituyó su hijo muerto por el niño de la otra.

      “Dijo entonces el Rey: ésta dice: Mi hijo es el vivo, y tu hijo es el muerto. Mientras que aquella replica: No es cierto; tu hijo es el muerto y el mío es el vivo. Y añadió el Rey: traedme una Espada y ordenó: Partid en dos al niño vivo y dad una mitad a una y la otra mitad a la otra” (I Reyes 3,23).

      Este es el famoso “juicio salomónico”, que legaliza el derecho del Rey a dividir si ello es útil ; en este caso la utilidad está en conocer la verdad, que valorizará a la madre con su niño restableciendo el servicio. Hay que advertir que se ha dejado bien claro el carácter Sacerdotal de la Investidura: el Rey no porta la Espada: la solicita; es un Sacerdote. Recordemos que la Biblia es un Libro Sagrado y que en ella hasta el último ápice tiene significado. Escuchamos diariamente a los predicadores evangelistas calificar a la Biblia de “Palabra de Dios”. Pero hay quienes creen ciegamente que ello es cierto: son los Rabinos Cabalistas, los mismos que, justamente, manejan secretamente la Masonería y decenas de Sociedades Secretas de la Sinarquía, organizaciones en las que, casualmente, militan los “hombres de Estado” que dirigen el imperialismo-cartaginés-anglosajón.

      Por lo tanto es cosa seria el Principio que se desprende de la metáfora bíblica. ¿Qué significan, en términos rabínicos, aquellas imágenes? Que el Sacerdote-Rey tiene el derecho de solicitar la Espada y dividir: y que ese hecho es justo. No sólo justo, sino la fuente de la Justicia. La Justicia al principio del juicio no está manifestada, no se sabe quién es en verdad la madre: la Justicia se hizo presente a posteriori de que el Sacerdote-Rey ejerció el derecho de dividir. En resumen: el Sacerdote-Rey toma la Espada, “el Poder del Estado”, y ejerce el derecho de dividir el cuerpo de un niño, “un pueblo pequeño”, y ello es justo, produce la Justicia, el propio fundamento del Sacerdote-Rey ; conclusión: el derecho del Rey a dividir sus bases justifica la ruptura y fortalece el Trono.

      Con su acostumbrado realismo, los Doctores Rabinos han interpretado de este modo el juicio salomónico y lo han sintetizado en el Talmud, de donde seguramente lo a-prendió Maquiavelo: “el Rey debe dividir para reinar”.

      Este principio no ario, judaico y amoral, se ha constituido en el axioma rector de los imperialistas cartagineses-anglosajones. Ellos todo lo dividen, como demostré antes, y aún en el momento de retirarse, por ejemplo de una colonia, la dejan dividida en todos los órdenes posibles, desde el territorial hasta el político y económico, contando para esa tarea, desde luego, con sus cohortes de cipayos.

      Recuerda, neffe, que la célebre “Divisón Internacional del Trabajo” es un concepto del liberalismo inglés del siglo XIX. Ahora puedes ver que se inspira en los Principios talmúdicos: “el Rey, si es Sabio, debe dividir a sus bases para reinar”; “el Rey es el único todo, al que no pueden alcanzar ninguna de las partes”; “las partes del Reino, valen mientras sirven”. Naturalmente, este Reino es Malkhut, el décimo Sephiroth.

     

 

 

 

Capítulo XXXVI 

 

 

 

Los comunistas y los nacionalistas del Kuomintang, nos explicaron los kâulikas de Sining, si bien luchaban unidos contra los japoneses, sostenían duros enfrentamientos entre sí en las regiones interiores de China. Japón controlaba toda la costa oriental, al sur de Cantón, y ocupaba ciudades tan importantes como Shanghai, Nankin, Hankou, Pekín, etc. Pero nunca ha sido fácil apoderarse de China: in-numerables ciudades estaban dominadas por las tropas de Chiang Kai-Shek mientras que los comunistas eran notablemente fuertes en la campaña, donde contaban con la simpatía incondicional del campesinado chino; esto era el resultado de 20 años de proselitismo en el campo, contradiciendo los postulados del marxismo-leninismo que afirmaban la primacía revolucionaria del proletariado o clase obrera urbana: aquel acierto táctico político fue obra de Mao Tse Tung; y así un pequeño movimiento de guerrillas, que comenzó en las australes provincias de Kiangsi[47] y Fukien, y se extendió a la céntrica Szechwan tras la “larga marcha”, ahora era una poderosa fuerza militar irregular que tenía bajo su control a tres provincias más, en torno de Yenan: Shensi, Ningshia, y Kansu, la provincia en la que nos hallábamos.

      Esto significaba que los comunistas imperaban en el campo y vigilaban los caminos de aquella región. Por otra parte, las fuerzas de Chiang Kai Shek, fuertes en las ciudades, también patrullaban los caminos, hostigándose a veces con los comunistas. Esta situación, suponía riesgos seguros para quien intentase desplazarse hacia el Este sin estar enrolados en algunos de los bandos en pugna. El Shivaguru de Sining nos propuso una forma de llegar a Shanghai:

      –Puesto que no consideráis a los japoneses vuestros enemigos, os voy a sugerir la manera de llegar hasta ellos sin que antes os maten los comunistas o los nacionalistas. Unos meses atrás ello habría sido muy simple tomando los caminos del Noreste y aprovechando los tramos navegables del río Amarillo. Pero ahora ha ocurrido una terrible desgracia, que ha tornado intransitable esa región: el Tung Chih [48] Chiang Kai-Shek, que Kuan Yin se apiade de su apasionado corazón, acaba de volar los diques del río Hoang-Ho para detener el avance de los japoneses, pero tal acción ha costado un terrible sacrificio de vidas chinas inocentes.

 

      En efecto, neffe: en 1938, Chiang inundó el valle del Río Amarillo y condenó a morir ahogada a la friolera de 880.000 personas. Sí, casi un millón de muertos por una sola orden: y no he sabido que nadie le promoviera un juicio por “crímenes contra la humanidad”, en 1945. Si ello no ha ocurrido habrá que admitir que fue absuelto de antemano, y que tal indulto le fue concedido en reconocimiento a su refinada calidad de cipayo.

      –Tal como están las cosas –continuó el Shivaguru– os aconsejo viajar hasta Lan-Chen-Fu, ciudad situada 200 km. al Este. Desde allí es posible dirigirse a Shanghai de diferentes modos: ya os dirán cómo. Os recuerdo que en tiempos de paz, era factible recorrer los 200 km. que median a Shanghai empleando el ferrocarril. Ahora eso no se puede hacer pues el tramo que nos llevaba a Lan-Chen-Fu está interrumpido por la voladura del puente sobre el Río Amarillo; y desde Lan-Chen-Fu, sólo funciona un ramal que no llega más allá de Cheng Chou, en la provincia de Honan[49]. En fin, tendréis que salvar a caballo los 200 km., por un camino infestado de guerrilleros o “nacionalistas” y, posible-mente, deberéis matar a miembros de los dos bandos; pero no os preocupéis ¡matar es tarea común en estos días!

      –Vosotros sois once: Os reforzaré con 25 hombres armados de fusil, parte de la tropa que protege nuestro barrio. Hablemos ahora de lo que haréis en Lan-Chen-Fu. ¿Habéis oído nombrar a la Banda Verde ?

      –¿Se trata de la cofradía de bandidos? –preguntó Von Grossen, que evidentemente sabía algo del asunto. El Shivaguru sonrió con un gesto compasivo.

      –No seais duro con nosotros. La Banda Verde es una Sociedad Secreta. Y las Sociedades Secretas son para China lo que las fragancias son para las flores. La Banda Verde es una Sociedad de Iniciados que comparten nuestro mismo Tântra y coinciden en idéntico Tao: muchos de sus miembros han sido o son monjes kâulikas. Sólo que ellos, por su particular idiosincracia, han elegido un camino que se interna mucho más en el Mundo de los hombres dormidos. Pero ellos, claro está, no podrían aceptar ni cumplir las leyes de ese Mundo sin acabar también aletargados. ¡Y no lo hacen! Ellos obran a su modo, según su propio código de Honor, y por eso son llamados “bandidos” por los hombres dormidos. Mas no los subestiméis pues se requiere mucho valor para ser el Señor de Sí Mismo en medio de los placeres y las tentaciones: sólo quien ha probado y dominado el deseo de las Cinco Cosas Prohibidas, dispone de voluntad suficiente para actuar en la Banda Verde.

      Ese camino no es para cualquiera, lo repito. Yo, por ejemplo, prefiero la tranquilidad de nuestros Monasterios, la serenidad de los gimnasios de Artes Marciales, al permanentemente peligroso sendero de la Banda Verde. Sin embargo, todos nos necesitamos si hemos de marchar luchando hacia la misma meta. Es así que la Banda Verde ayuda al Círculo Kâula con lo que representa su fuerte: el dominio de los valores materiales. Y el Círculo Kâula auxilia a la banda Verde con lo que mejor sabe hacer: sha[50]. Naturalmente, para nosotros, como para Krishna, el hijo de Indra, matar no significa nada, si el Espíritu del asesino está más allá de Mâyâ, la Ilusión de la Vida; si cuando nuestra cimitarra siega la vida miserable, el Espiritu danza junto a Shiva el Baile de la Destrucción.

 

      –Sé que no debo explicaros estas cosas a Vosotros, que estáis iluminados por Shiva, y que habéis realizado la maravillosa proeza de diezmar a los vampiros duskhas. Os pregunté por la Banda Verde, no para conocer Vuestra opinión, sino para informaros que serán ellos quienes os conducirán hasta Shanghai. En Lan-Chen-Fu os pondremos en contacto con la Banda Verde y a partir de entonces quedaréis en sus manos, que son de absoluta confianza. Si quisiérais, os podrían sacar de China por Hong Kong, mas si insistís en tratar con los japoneses podéis ir igualmente a Shanghai.

 

      Antes de salir, el Shivaguru de Sining nos hizo una notable reflexión:

      –Vosotros, los alemanes, os equivocáis al confiar en los japoneses: ¡ellos, tarde o temprano, os traicionarán! Nosotros los conocemos desde hace milenios y por eso podemos hablar con fundamento: en el fondo son miserables budistas, aunque hagan gala de su tradición samurai. Alguna vez fueron valientes guerreros, es cierto, pero de eso queda sólo el recuerdo; y de recuerdos viven los lisiados y los ancianos. Ellos han sido trabajados por los Sacerdotes budistas de la Fraternidad Blanca, han sido “moralizados”, es decir, ablandados, debilitados, amansados, pacificados. Hoy, bajo la aparente austeridad palpita el Dragón de la Envidia por el lujo y la Cultura occidental; bajo el disfraz de la humildad jadea el burgués deseoso de todos los placeres; bajo la máscara del guerrero consagrado a las penurias de la lucha, está el rostro pusilánime del que ama las comodidades de la paz; bajo el declamado honor se oculta la traición. Recordad mis palabras, Shivatulku, y repetidlas a vuestro Führer si podéis. ¡Vuestro aliado natural no es el Japón sino China: por aquí pasa el tao!

 

      ¡Ay, neffe Arturo, cuanta razón tenía aquel monje ­kâulika en 1938! Tal como el Führer me explicara aquella noche de la graduación, en la Cancillería, y tal como era de público conocimiento, él fue el primero que desnudó la armadura interna de la Sinarquía y expuso su médula judaica. En el centro estaba el sionismo, sostenido esotéricamente por los Sabios de Sión del Gran Sanhedrín; para dominar al Mundo, la Sinarquía disponía de dos alas tácticas, una derecha o judeoliberal, y otra izquierda o judeomarxista; el ala derecha estaba apoyada esotéricamente por la masonería y cientos de sectas afines; el marxismo contaba directamente con el control de los miembros del Pueblo Elegido, así que su fundamento esotérico sería simplemente rabínico. Según el Führer, el hombre política-mente más esclarecido de la historia, así funcionaba orgánicamente la Gran Conspiración Judía o Sinarquía Universal. Pero, una cosa era afirmarlo y otra demostrarlo. ¿Cómo con-seguir que el enemigo, un enemigo lo suficientemente capaz de desarrollar una Estrategia durante siglos e involucrar en ella a pueblos, países y naciones, se desenmascare? ¿Cómo lograr que el Enemigo abandone toda cautela y deje al descubierto su tenebrosa alianza? ¿Cómo provocarlo para que se delate de ese modo?

      El Führer halló la solución. “Si hay algo que jamás permitirán los Sabios de Sión, ni la Sinarquía, ni la Fraternidad Blanca, ni el mismísimo Creador, Jehová-Satanás, será que perezca el comunismo”, fue más o menos el genial razonamiento. En efecto, el comunismo, la más pura expresión política de la mentalidad judía, no podía perderse: semejante posibilidad, para la Sinarquía, era naturalmente inconcebible. Y desde tal punto de vista político “el comunismo”, ergo, era la Unión Soviética. En síntesis, un golpe táctico contra el comunismo soviético obligaría a todos los Estados partícipes de la Sinarquía a correr en auxilio de su aliado. Atacar a la Unión Soviética era, así, un objetivo estratégico de primer orden contra la Sinarquía Universal. El Führer lo sabía y obró conscientemente, previendo que la Guerra Total del Tercer Reich contra la Sinarquía sería una Guerra de Principios Supremos: el Espíritu Eterno contra las Potencias de la Materia. Durante la guerra anticipó lo que iba a venir, con su precisión habitual: “si ganamos la guerra, el poder judío mundial habrá desaparecido para siempre; si perdemos, su triunfo será de corta duración, pues su organización quedará definitivamente expuesta”.

      ¿Y qué hicieron los “Camaradas” japoneses para favorecer la Estrategia del Führer? Recordemos. Alemania invade a la Unión Soviética el 22 de Junio de 1941. Cualquiera pensaría que con un “aliado” como Japón ocupando China desde 1937, la Unión Soviética se vería entre dos fuegos. Pues quien tal pensara, se equivocaría por mucho, pues el 13 de Abril de 1941, “casualmente” dos meses antes de la Operación Barbarroja, Japón firmaba el “Pacto de neutralidad japonés-ruso soviético” que implicaba la desmilitarización de Manchuria y Mongolia. Es claro, neffe, que si Japón hubiese compartido real-mente nuestra weltanschauung habría atacado a la Unión Soviética simultáneamente con los alemanes: con los ejércitos alemanes por el Oeste y las hordas japonesas por el Este el comunismo soviético se habría asfixiado en una mortífera pinza nacionalsocialista.

      Lógicamente, después de 1945 he reflexionado mucho sobre las palabras del Shiva-guru de Sining y me resultó difícil no hallarles razón, toda vez que los hechos las con-firmaron. Desde luego, frente a la actitud deshonesta del Japón, mas nos hubiera valido tener por aliados a los chinos: ellos en esos años deseaban destruir al comunismo soviético casi tanto como sacarse los japoneses de encima. ¿Se había equivocado el Führer al confiar en el Japón, ­error que le habría costado la Campaña de Rusia y el resultado de la Guerra Mundial? Yo creo que no hubo tal ­error y que la Estrategia del Führer era tan genial que iba a lograr el increíble efecto de descubrir la “mentalidad judaica” allí donde estuviera, aún entre los mismos “aliados” de Alemania. En una guerra de Principios Supremos como la que planteara el Führer no interesaba “ganar” o “perder” en la Tierra, en el plano material, sino imponer una weltanschauung espiritual cuyo valor estaba del todo fuera del plano material: si la weltanschauung, la concepción hiperbórea del Mundo, “nuestros estandartes”, eran comprendidos por el hombre de Honor, la guerra se ganaría, aunque se sufriese un traspié material; si la weltanschauung no se compren-diese, o fuese olvidada, la guerra se perdería, aún cuando nos favoreciese la suerte de las armas. En esa guerra de Principios Supremos, no interesaría una vida sin Honor: sería el momento histórico en el que cada pueblo demostraría su verdadero ser y lo que desearía ser. Un hombre extraordinario, quizás un Dios, uno a quien los kâulikas denominaban el Señor de la Voluntad Absoluta, había creado las circunstancias que obligarían a cada pueblo a manifestar su esencia, que pondría a la Sinarquía al descubierto, que maduraría la pus judaica y la haría brotar allí donde se estuviera incubando su cultivo corruptor. ¿Sien-do así, se equivocó el Führer o acertó maravillosamente al conseguir que el Japón se desenmascarara ante el Mundo y la Historia y mostrara su faz oculta, que hoy causa la admiración de la Sinarquía?

      En la historia no existen las sorpresas. Los hechos históricos registran causas que a veces se remontan siglos o milenios anteriores. El Japón es hoy un gigantesco kibutz, la “mentalidad judaica” se ha impuesto en todos los órdenes, de manera semejante a como ocurre en Inglaterra, y predomina un generalizado consenso para que el país permanezca alineado en la Sinarquía, pertenezca a la Comisión Trilateral, a la O.N.U., a la O.T.A.N., etc.; todo el mundo, allí, habla de yens, de paz, de consumo, de turismo, de hermandad, libertad, fraternidad, etc. Este “cambio”, aparentemente “sorpresivo” dada la vocación “guerrera” de los japoneses antes de la Segunda Guerra Mundial ¿es realmente un cambio, debido al escarmiento de Hiroshima y Nagasaki, o la exhibición de la verdadera naturaleza de los japoneses, quienes tal vez por una especie de trauma colectivo han querido durante siglos ser lo que no eran, esto es, Kshatriyas, Samurais, y habían terminado simulando, re-presentando, el papel de guerreros? Porque todos los fenómenos históricos, como este su-puesto “cambio” de los japoneses, tienen causas antiguas que lo justifican: nadie se torna judío de la noche a la mañana, ni así lo circunciden; para ser un buen hijo de Israel hacen falta muchas “virtudes”, como por ejemplo la usura y el amor al lucro, que requieren bastante tiempo desarrollar. Pero en tan poco tiempo los japoneses han demostrado ser tan buenos judíos como los israelitas y los ingleses ¿no significa eso que en el Japón la mentalidad judaica se hallaba larvada y que el calor de Hiroshima y Nagasaki solamente produjo su metamorfosis, el nacimiento de la crisálida sinárquica que hoy en día es ya una bella mariposa más en el en-jambre de la Fraternidad Blanca?

      Querido neffe: tú eres un joven idealista y conoces bien la Historia. Escucha este principio, comprobado por un viejo que ya ha vivido demasiado, y que sintetiza cuanto te he dicho sobre la actitud de los japoneses: ningún pueblo, jamás, pierde su Ho-nor de golpe; no hay ejemplo alguno en la Historia que pruebe lo contrario. Los pueblos, como todo lo que vive, siguen las leyes de la naturaleza y entre ellos, como entre los habitantes de la selva, hay pueblos leones y pueblos borregos, pueblos cóndores y pueblos ratas; y, como entre los animales, ningún león se convierte de golpe en borrego, ningún cóndor se transforma súbitamente en rata: si tal “cambio” fuese en ver-dad posible, requeriría de una larga, milenaria, evolución. Claro que, como en las fábulas, los borregos pueden alguna vez disfrazarse de leones, las ratas vestirse de cóndores. He aquí lo que creo: la Estrategia del Führer ha marcado una hora histórica, análoga a la hora convenida en los bailes de disfraz cuan-do todo el mundo debe quitarse la máscara, en la que nos ha sido dado observar a los borregos y a las ratas, y a una infinidad de alimañas más, bajo los vistosos y engañosos trajes de león, cóndor, y otros depredadores.

      Creo, neffe, que los japoneses ya eran antes de la Guerra Mundial lo que hoy son; que no “cambiaron” un ápice; que el Shivaguru tenía razón en sus temores, pero que no comprendía totalmente la Estrategia del Führer; que, efectivamente, nos traicionaron, pues sus corazones estaban con la Fraternidad Blanca, aunque sus labios desmintiesen los actos estratégicos opuestos a nuestra weltanschauung; y que ello era previsible, especialmente para los chinos, que desde hacía milenios sabían con la clase de bueyes que araban. Pero la traición no consistió solamente en el infame pacto, respetado escrupulosamente, que dejaba a los soviéticos las manos libres para ocuparse únicamente de Alemania. Recordemos también que el 7 de Diciembre de 1941, cuando los alemanes afrontaban el terrible Invierno ruso enfrentando sin tregua a los bolcheviques, los “Camaradas” japoneses atacaban Estados Unidos en Pearl Harbor, concediendo de ese modo la oportunidad a esa colosal y estúpida potencia sinárquica para intervenir directamente en la contienda mundial.

      De acuerdo al modelo clásico de la Justicia judaica, el “pecado” de un pueblo hacia Jehová es redimible mediante el Sacrificio Ritual de una parte de sus miembros y del so-metimiento del resto a la Ley. Si bien los japoneses no participaron directamente de las bondades de la cultura judaica, su aficción al budismo, y a toda forma de religión fundada en la Kâlachakra de Chang Shambalá, demostró que su apartamiento de la Ley no era tan grande: el pecado mayor consistía, sin dudas, en su reciente alianza con el nazismo y el fascismo. Pero ese pecadillo sólo requería un purgatorio, de Fuego, frente a la condena eterna que los Rabinos pretendían aplicar al nacionalsocialismo alemán.

      ¿Cómo purgar a todo un pueblo de un pecado que ofende al Creador? Mediante la lejía, responden los Rabinos; lavando el pecado de toda la Raza por medio de la lejía humana obtenida en el Sacrificio Uno, y reincorporando luego del purgatorio a toda la Raza al Paraíso de la Sinarquía Universal. No sería muy caro el precio a pagar: 250 a 300 mil hombres bastarían para fabricar la ceniza suficiente. Los Rabinos y los Sacerdotes japoneses de la Fraternidad Blanca arreglan el pacto, y es así como el 6 de Agosto de 1945 y el 9 de Agosto de 1945 caen las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki: ceniza de mi-les de hombres, sal de la Tierra y del Cielo, agua del Cielo y de la Tierra, lejía humana que lava el pecado del hombre contra Jehová Dios y contra la Ley de Dios.

      Quien ordena el mini Holocausto de Fuego de los japoneses es el presidente hebreo de los Estados Unidos, Harry Salomón Truman, cuyo verdadero apellido es Shippe. Masón de grado 33 cuenta con el asesoramiento oculto del Gran Sahnedrín y judíos y masones de la talla de Dean Acherson, del General Marshall, Snyder, Rosenman, etc., quienes están desembozadamente apoyados por la banda judía de Baruch, Eleanor Roosvelt, Herbert Lehman, Haverell Harriman, Paul Hoffman, Walter Lipman, etc. Porque la verdadera obra sinárquica de Estados Unidos en la Segunda Guerra no fue desarrollada por Truman, quien sólo accedió al poder el 12 de Abril de 1945, luego de la repentina muerte del judío Roosvelt: éste fue el auténtico realizador de los planes judaicos. Descendiente de Klaes Martensen Rosenwelt, hebreo de pura cepa que inmigró a Nueva York en 1644, Franklin Delano Roosvelt registraba doble paternidad judía: tanto su padre, James Roosvelt, como su madre, Sarah Delano, pertenecían al Pueblo Elegido. También su esposa, Eleanor, hija de los judíos Elliot y Anna Hall. La mafia judía que desató la crisis de 1929 lo catapultó al poder: algunos de los colaboradores de esa época fueron judíos de extrema peligrosidad y maldad sin nombre, como Bernard Baruch, Herbert Lehman, Haverell Harriman, Sol Bloon, Samuel Rosenman, Henry Margenthan, Oscar Straus, Marios Davies, Truman, etc., todos de excepcional poder en la Casa Blanca.

 

      Cumplido el Sacrificio, lavado el pecado japonés con lejía humana en Hiroshima y Nagasaki, vendría la recompensa que está a la vista: el Plan de reconstrucción del judío Marshall, el fin del “militarismo” japonés, la integración al sistema sinárquico internacional, el trueque de los samurais por los yens, la elevación de su stándard de vida, en fin, el descubrimiento del verdadero rostro del Japón, como adelantara sabiamente el Shiva-guru de Sining.

 

      Por supuesto, estos cargos contra el Japón no pueden ser relativizados ni atenuados por el hecho cierto de que durante la Guerra muchos japoneses combatieron con heroísmo sin par, como por ejempo, los kamikazes. Hay que llamar a las cosas por su nombre y reconocer las excepciones a las reglas: así como en la Alemania leal existieron incontables traidores, en el Japón traidor se destacaron honrosamente muchísimos valientes guerreros leales.

 

 

 

 

Capítulo XXXVII

 

 

 

Si Sining-Fu me había asombrado por sus grandes dimensiones ¿qué decir de Lan-Cheu-Fu que era cuatro veces mayor? Mas se trataba de dos clases distintas de ciudad: Sining-Fu representaba la típica urbe fronteriza, situada sobre un importante camino comercial; su vida dependía más que nada del tráfico de mercancías y no se interesaba particularmente en la producción; por eso semejaba, como dije, un descomunal mercado. Lan-Cheu-Fu, por el contrario, ­constituía la clásica metrópoli: era la capital de la provincia de Kansu y, si bien comerciaba tanto o más que Sining, estaba dotada de industrias clave, tales como las textiles y siderúrgicas, y acopiaba una gran variedad de productos agrícolas. Asentada sobre la margen derecha del Río Amarillo, daba la impresión de tratarse de una ciudad medieval europea por sus murallas almenadas y sus altas torres, pero su densidad demográfica resultaba incomparable: alrededor de 1.000.000 de habitantes. Pese a que existían arrabales fortificados de pobre aspecto, tras la muralla se hallaba la parte principal de la ciudad: unas 80.000 casas de madera bella-mente decoradas, con todas sus calles pavimentadas de mármol o granito verde. Los “nacionalistas” se habían apresurado a ocuparla, acantonando un regimiento de 10.000 efectivos; el motivo: controlar una famosa fábrica de cañones pesados y otras de pólvora y fusiles.

      Cosas de China. O quizás del racionalismo de Confucio. Lo curioso era que en la muralla de Lan-Cheu-Fu existía una Shen Hei, o “puerta negra”, la que no recibía su nombre por el color con que estaba pintada, sino porque pertenecía al mercado negro. Con ejemplar sentido práctico, el Tsung-Tu[51] negoció con los jefes del crimen organizado la cesión de aquella puerta. De acuerdo al arreglo, los mafiosos se encargarían de mantener una guardia permanente, coordinada con la guardia nacionalista de las restantes puertas; podrían entonces, canalizar por la Shen Hei todo el contrabando que quisieran, sin ser molestados por la policía. La ganancia que obtenía el Tsung-Tu con este original pacto radicaba en la tranquilidad de sus tropas, a las que podía ocupar en la guerra contra los japoneses o en combatir a los comunistas. Las Sociedades Secretas criminales eran tan viejas como China y siempre se había podido convivir con ellas: re-presentaban el mal menor. En cambio con los comunistas o los japoneses sería imposible coexistir en paz. Al cederles soberanía sobre la Puerta Negra, legalizaba de algún modo las actividades ilegales y conseguía cierta supervisión sobre el incontrolable tráfico del Mercado Negro. De no obrar así, y obligar a las Sociedades a operar en la clandestinidad, sería necesario vigilar las 24 horas del día las murallas y habría que sostener periódicos enfrentamientos armados con los contrabandistas.

 

      Los kâulikas de Sining se dirigieron directamente a la Shen Hei y allí dieron una contraseña a viva voz. De inmediato nos cedieron el paso. Pero, una vez adentro, no nos condujeron frente a un tosco malhechor, jefe de una “cofradía de bandidos”, como la definición de Von Grossen permitía presumir. El jefe de la Banda Verde era un anciano chino de exquisitos modales, que por el rubí encarnado que lucía en el gorro oficial de-claraba ser un mandarín de primera categoría y primera clase: tal señal significaba la más alta jerarquía en la aristocracia china; también distinguimos una imagen de un unicornio ricamente bordado en su traje, insignia propia de los Kuan militares: los Kuan civiles llevaban insignias de aves.

      Se llamaba Thien-ma, es decir, Caballo del Cielo, y nos sorprendió con su cono-cimiento sobre todos nuestros pasos: sabía que éramos alemanes, que procedíamos de Bután, que exploramos el Tíbet al mismo tiempo que otra expedición alemana proveniente de la India, que destruimos la aldea duskha, que aparecimos misteriosamente en el valle Kan-cheu y llegamos a Sining, y que ahora solicitábamos ayuda para viajar a Shanghai. Hablaba en mandarín culto y dejó formar un halo de intriga en torno a sus informes.

      Estábamos en una enorme y lujosa casa que bien podría pasar por un palacio. Los sirvientes terminaban de poner la mesa y el Kuan nos invitó a sentarnos.

      –Me dará gusto almorzar con Vosotros. Tengo entendido que sois Doctores, hombres de estudio, además de guerreros. Yo también lo soy: hace años alcancé el grado de Hamlin, que equivale a lo que llamáis profesor, el título más elevado que otorga la Universidad de Pekín. Mis especialidades son las Matemáticas y la Filosofía. He estudiado a fondo el Taoísmo y lo profeso: la nuestra podría considerarse como una Sociedad taoista. Es por esa filiación que somos aliados naturales del Circulo Kâula del Tíbet: nosotros consideramos que ellos conocen la parte oculta del taoísmo; de todos los taos, el Tao; de todos los caminos, el Camino; la Senda estratégica que lleva al Espíritu a liberarse de sus ataduras materiales. Muchos de los integrantes de la Banda Verde, al retirarse, suelen recluirse en los Monasterios kâulikas.

      Von Grossen y Yo, al conocer a Thien-ma, convinimos en que se requería un nuevo estudio sobre las Sociedades criminales chinas. Evidentemente existía una sugestiva confusión, quizás originada en que la fuente común que disponíamos los europeos para conocer China eran los copiosos informes suministrados por los ingleses, los que contendrían información maliciosa y falsa. ¡Al fin de cuentas, para los ingleses la SS. era también una Sociedad Secreta criminal! Porque de lo que menos se podía acusar a Thien-ma era de ser un típico criminal; aunque las acciones de su organización estuviesen reñidas con la ley. El, y todos los de su “Banda”, eran idealistas, tenían una meta espiritual que alcanzar; y se encontraban en un mundo diabólico. En tales circunstancias gnósticas, la solución es siempre la misma: el fin espiritual justifica cualquier medio empleado para abrirse paso en territorio enemigo.

      Los 25 hombres de Sining-Fu y los seis lopas almorzaban en una casa contigua. A Thien-ma lo acompañábamos Von Grossen, Oskar Feil, Srivirya, Bangi y Yo, que éramos los que proseguirían viaje a Shanghai; los primeros regresarían a Sining esa misma tarde, junto a los lopas cuyo destino era el Tíbet. El jefe de la Banda Verde hablaba muy bien el inglés, aunque ello no lo enorgullecía en absoluto y prefería expresarse en mandarín. No fue hasta muy avanzada la comida que lo supimos pues accedió a comunicarse en ese idioma con Von Grossen. Pasamos así, conversando con aquel hombre anciano, dotado de la curiosidad de un niño, toda la tarde: cuando se agotó el tema filosófico y religioso, caímos naturalmente en la cuestión política, es decir, en la realidad. A partir de allí, siguieron varias horas durante las que tratamos de hacerle comprender el nacionalsocialismo y su esencia hiperbórea. El tenía información, por supuesto, mas nosotros le brindamos todos los detalles que nos requirió.

      Al fin, satisfecho de sostener una conferencia totalmente infrecuente en aquellas regiones, –nos aseguró– se dispuso a revelarnos cómo nos iba a hacer llegar a Shanghai. Pero antes nos hizo una reflexión sobre la situación en su patria.

      –Oh, Tsing[52]: lo que me contáis sobre vuestro Führer, y su gobierno apoyado en masas patrióticas, trae a mi Espíritu sombríos pensamientos sobre el futuro de China. El Führer ha puesto frente a los alemanes su heroica y gloriosa tradición, y ellos la han aceptado con orgullo. Aquí, por el contrario, Mao-Tse-Tung adoctrina a los campesinos con las teorías de los judíos Marx, Engels, y Lenin, y les enseña a admirar a los rusos, un pueblo que era salvaje cuando ya China tenía una civilización desarrollada. Y por otra parte, Chiang Kai-Shek ha resultado ser una “piedra blanda”[53], pues se ha convertido al cristianismo renegando de nuestras milenarias tradiciones: quizás si él hubiese puesto, como vuestro Führer, la Cultura china frente a los chinos, ellos lo hubiesen apoyado masivamente. Pero en cambio les ofrece las atrayentes y engañosas imágenes de una Cultura extranjera. Una Cultura que pertenece a quienes hasta ayer nomás nos explotaron como a esclavos. Mao y Chiang, ambos chinos renegados, se hallan deslumbrados por Dioses extraños, ambos presentan al pueblo sus ideales extranjeros ¿Y a quién creen Ustedes que elegirán los chinos? ¿A los que seguramente nos volverán a oprimir, como ya lo hicieron, o a los que prometen hacer algo por el pueblo? No quiero responder Yo, prematura-mente, a ese trascendental interrogante, pero desde ya os informo que el pueblo apoya en mayor medida a Mao que a Chiang, porque Mao cree en el pueblo y sabe expresar esa creencia, en tanto que Chiang sólo cree en Jesús, en Inglaterra y en Estados Unidos.

 

      ¡Jesús! He allí otro judío, ajeno por completo a la Historia y Tradición de China. ¿Pero qué maldición es esta, que ha caído sobre el Reino del Medio[54]? ¿Es que no existía otra opción para China que el judío Jesús o el judío Marx? Ninguno de nosotros contestó a estas dramáticas preguntas, pero me prometí a mí mismo hacerle llegar la edición inglesa de Mein Kampf, el libro del Führer.

 

      –No deseo agobiar a mis huéspedes con lamentos de viejo –se disculpó Thien-ma– pero se darán cuenta que, a pesar de constituir una “pandilla criminal”, como nos califican los extranjeros, los Verdes amamos profundamente a China y nos preocupamos por su futuro. Preveemos que ciertas fuerzas extranjeras, a las que denominamos Pai-Lung-Yah[55], tratarán de matar al elefante dormido chino, antes que despierte.

      Os diré cómo llegaréis a Shanghai. Debéis saber que existe una Tao-Hei, o ruta negra, por la que circula en ambos sentidos el contrabando hacia el Mar Occidental. La misma es casi oficial, ya que en todo su trayecto hay funcionarios sobornados, y atraviesa las mismas líneas japonesas, puesto que tampoco los nipones se resisten a ganar unos yens extra. Dentro de dos días parte de aquí un tren que sólo llega hasta Cheng Chow. Pero Vosotros descenderéis antes, en la ciudad de Sian, provincia de Shensi[56]. Desde allí marcharéis al Sur, atravesando los montes Tsing-Ling[57] que separan los Ríos Amarillo y Azul[58], hasta la aldea de Han-Kiang, en la orilla derecha del Río Han-Kiang. En esa aldea haréis contacto con nuestros hombres, quienes os embarcarán en un transporte que habitualmente lleva contrabando.

      Navegaréis por las aguas del Han-Kiang y, en la confluencia con el Yangtse-Kiang, tomaréis por éste hasta Shanghai. Como veis, se trata de un plan muy simple.

      –En efecto, lo parece –replicó el meticuloso Von Grossen–. Pero permítame que le haga unas preguntas.

      Asintió con un gesto chino que consiste en inclinar la cabeza hacia adelante.

      –Ud. me habla de 500 km. en tren. ¿No es posible que alguien sospeche y nos someta a un interrogatorio? ¿Qué haremos entonces? Porque carecemos de papeles oficiales alemanes y además estamos clandestinamente en China.

      –Ah, Tsing. ¡Debéis cultivar la virtud de la paciencia! –condenó Thien-ma, con ingenua severidad–. Os dije que el tren parte dentro de dos días: para esa fecha los tres alemanes poseerán papeles que afirman que se trata de tres ingleses acreditados en China por la Sociedad de las Naciones, con la misión diplomática de observar la situación local y pre-sentar informes que servirán para una futura mediación. Exhibirán sellos de entrada por Hong Kong y estarán escritos en inglés y mandarín: pero no temáis ¡nadie que os pueda inquirir de aquí a Shanghai conoce suficiente inglés para notar que sois alemanes! Os daremos, también, salvoconductos diplomáticos y un pase para los dos tibetanos, en el que figurará que los habéis contratado en Sining-Fu.

      Os daremos también dinero, bastante dinero chino y japonés. Todo falso, los papeles y el dinero. Todo de la mejor calidad. Pero no proseguiréis solos: un Verde os acompañará hasta Shanghai. El os hará ingresar al tren por una Shen-Hei y os acomodará en un vagón que está bajo nuestro control. La única ocasión en que podríais ser interrogados sería al descender en Sian, cosa muy improbable porque sólo descenderéis si hay señales de seguridad, o si el tren fuese detenido en el camino, algo posible y bastante frecuente, pero generalmente todo se arregla con una generosa dádiva. Sean nacionalistas, o comunistas, en la pobre China nadie se resiste al soborno. Los bolcheviques tampoco en esto han sido originales, pues se integraron a la antigua institución del cohecho mediante un cambio de nombre que dejó a salvo su dignidad: le llaman “contribución a la Revolución”. Empero, si de todos modos os requisan, haréis valer vuestros papeles y vuestro, más valioso talento. ¿Estáis conformes? En caso contrario os daré más detalles; pero os con-viene confiar en la Banda Verde, que conoce China como nadie.

      Von Grossen se había quedado de una pieza: el apoyo logístico con que contaríamos sería análogo al que brinda un Servicio Secreto. Sin embargo no se amilanó y volvió a la carga con otra pregunta:

      –Supongo que el resto del trayecto estará igualmente cubierto ¿No? Créame que confiamos en ustedes; mis preguntas obedecen a un fin más bien... profesional. ¡Eso es: profesional! Soy un oficial de inteligencia y no puedo evitar interrogar. En verdad en quien confiamos completamente es en el Círculo Kâula: y ellos nos han puesto en sus ma-nos. Así que debemos tener confianza en la Banda Verde.

      –Hacéis bien en darnos crédito. No os defraudaremos. Y os aseguro que nuestro hombre los llevará sanos y salvos a Shanghai: él conoce el paso por los montes Tsing-Ling y a la gente de Han-Kiang, así como a los japoneses de la guardia fronteriza en Nanking. Mas, por las dudas, antes de partir de aquí os daré una contraseña para el contacto en Han-Kiang y os diré dónde encontrarlo.

      Por el momento, Von Grossen se dio por satisfecho, y los cinco fuimos conducidos a un amplio cuarto de húespedes, atendidos por solícitas y discretas damas chinas. En los siguientes días ya habría oportunidad para que el Standartenführer le arrancase a Thien-ma todos los datos que le interesaban.

 

 

 

 

 

Capítulo XXXVIII      

 

 

 

Puedo decir, neffe, que los Verdes nos pusieron sin inconvenientes en las puertas mismas del consulado alemán en Shanghai. El plan se realizó como lo había previsto Thien-ma. Seis días ­después nos hallábamos navegando en un recio y macizo junco por la cenagosa corriente del Yangtse-Kiang. Pasamos tranquila-mente frente a Nanking y, a la altura de la ciudad de Chin-Kiang, dimos con la confluencia del río Vu-Sang. Con gran habilidad, el capitán viró el timón y se introdujo en la corriente descendente de este último río, pues 500 km. más adelante, sobre su orilla izquierda, se levanta la populosa Shanghai.

      Es inimaginable la mercancía que transportaba aquel inocente junco. Claro que no lo sería tanto si se lo inspeccionaba de cerca y se admiraba la hilera de cañones a babor y estribor, y las dos ametralladoras pesadas a proa y a popa. Pero las precauciones no estaban de más pues el barco contrabandeaba armas, explosivos, telas finas, porcelana, me-tales, minerales, especias, alimentos, opio, y hasta desertores de ambos bandos chinos o vulgares delatores, además del clásico cargamento de prostitutas chinas del que ninguna organización semejante podía prescindir. Junto a tan heterogéneos y peligrosos artículos, nosotros resultábamos una insignificante molestia. Recién lo comprendimos en Han-Kiang, al abordar el junco y comprobar el fuerte volumen de mercadería que traficaba la Banda Verde: como aquél, nos informó nuestro guía, la Sociedad poseía toda una flota sólo en el Yangtse-Kiang, sin contar los que flotaban en otros Ríos y en el Mar, y que viajaban hasta Hong Kong, Cantón o Macao.

      Sobre el río Vu-Sang, pasamos frente a numerosos y modestos poblados, dedicados a la labranza y el cultivo, y al lago Tai-Hu que llena con sus aguas. Tras deslizarnos 200 km. llegamos a Shanghai y atracamos en un pequeño embarcadero privado, provisto de una gran choza que servía de depósito. Otros miembros de la Banda, que aguardaban disciplinadamente, se encargaron de la descarga y la estiba, y de llevarse a las prostitutas y a los fugitivos. Nos sorprendió la ausencia de control japonés, a los que tampoco vimos en Nanking ni en ninguna otra parte. –Es que los japoneses ya fueron untados –nos dijo el guía en su llamativo pidgin, una jerga mezcla de portugués e inglés que se habla en las costas marítimas de China: obviamente, llamar untar al soborno es una ironía propia de Portugal y España. –¿No os lo explicó el Señor Thien-ma? Le contesté en la misma lengua que sí, pero que nos impresionaba el poder que la pasta de la Banda Verde ejercía sobre las personas untadas. Sonrió y nos comunicó que iríamos de inmediato a Shanghai.

      Al salir de la zona portuaria, tomando por calles que el guía parecía conocer muy bien, llegamos a una plaza-mercado de enormes dimensiones, donde existía una natural aglomeración de cientos de yin-kiricsas, esos vehículos japoneses tirados por un hombre, que tienen forma de calesa individual y los ingleses denominaban rickshaw. Nos pare-ció el colmo de la organización y la disciplina el verificar que seis se hallaban apartadas esperándonos, sin dudas advertidos por los Verdes que habían salido antes del puerto. Miré de reojo a Von Grossen, pero lo notó.

      –Estos malandrines sí que saben hacer las cosas –gruñó–. Deberíamos venir a a-prender de ellos.

      Yo no atendí a esta exageración pues ya rodábamos a bastante velocidad y me absorbía completamente la vista de la gran ciudad: con 5.000.000 de habitantes en 1938, Shanghai para los ingleses, Changai para los franceses, y Xangae para Portugueses y Españoles, era una ciudad tremenda para cualquier par de ojos occidentales. Ahora nos dirigíamos a la “Colonia modelo”, o bund, la isla que los occidentales supieron levantar en medio de un pantano insalubre, que fue el único lugar cedido por los chinos en el tratado de Nanking de 1842, rubricado a cañonazo limpio por los ingleses que en ese año ocuparon Shanghai pese a los 250 cañones de las baterías sobre el Vu-Sang: los piratas desembarcaron la infantería, que neutralizó los cañones y marchó sobre la ciudad, mientras los barcos ingresaban por la puerta del Norte y los chinos huían por la puerta del Sur.

      Sobre esos terrenos pantanosos se levantó una magnífica ciudadela europea, amurallada, con canalización empedrada del agua, y calles pavimentadas e iluminadas. Se construyeron edificios gigantescos pertenecientes a las tres potencias ocupantes: Inglaterra, Estados Unidos y Francia; y pronto surgieron tres barrios característicos de esas nacionalidades, además del infaltable chinatow, llamado Nantao por los chinos. Las tres potencias colonialistas obtuvieron zonas extensas de puerto privado para que sus Compañías de Comercio Exterior instalasen factorías comerciales. Cuando los alemanes pretendieron ingresar en este negocio, el puerto ya estaba completamente repartido y se vieron obligados a pagar franquicias a sus competidores. De todos modos, no era mucho lo que Alemania comerciaba con Shanghai, aunque suficiente para exigir la presencia de un Cónsul; la Embajada se encontraba en Nanking. Naturalmente, la presencia japonesa en Shanghai, y su desconfianza hacia las potencias imperialistas cartaginesas que habían operado en la región, abría promisorias expectativas a Alemania de obtener un mayor reparto del botín.

 

      Los rickshaw atravesaron a la carrera la cerca enrejada, cruzaron un bien cuidado jardín, y se detuvieron frente al portal de una mansión de estilo renano. Un sargento de la Kriegmarine se aproximó a nosotros mientras descendíamos.

      –¡Heil Hitler! –saludó Von Grossen–. Soy el SS. Standartenführer Karl Von Grossen en misión especial, Sargento. Tenemos que ver urgentemente al Cónsul.

      –Sí, Señor –aceptó el marino–. Haga el favor de entregarme sus papeles y enseguida será atendido.

      –¡No tenemos papeles, Sargento! Aquí tiene una lista con los nombres y el grado militar de estos Caballeros que me acompañan y el mío. Todos somos oficiales SS.

      El previsor Von Grossen había redactado una nota para el Cónsul, anticipándose a un posible bloqueo burocrático. Decía así:

     

Señor Cónsul del Tercer Reich,

Shanghai,

        Nos presentamos ante Usted, y solicitamos ser repatriados inmediatamente a Alemania, los SS. Standartenführer Karl Von Grossen, SS. Sturmbannführer Kurt Von Sübermann, SS. Hauptsturmführer Oskar Feil, y los hombres procedentes de Bután, el gurka Bangi y el lopa Srivirya, todos integrantes de la Operación “Clave Primera”, Ultraconfidencial, código A I R.S.H.A., autorizada: Hitler, Himmler, Heydrich.

                                                                                 Saludamos a Ud. atentamente

                             

Firma: Karl Von Grossen

      Comandante de la Operación Clave Primera.

     

      –Aguarde un momento Señor –solicitó el marino, y penetró con presteza en el edificio. Afuera quedaba aún otro guardia.

      Parece que está todo bien –dijo el Verde–. Yo me retiraré ya mismo, pero todavía estaré un día en Shanghai. Podéis buscarme en el puerto si surge algún problema y, por si he partido, os dejaré el nombre de un contacto al que advertiré que vosotros os encontráis bajo la protección de la Banda Verde. Recordad que nosotros siempre os podremos sacar de China.

      Afortunadamente no fue necesario recurrir nuevamente a la Sociedad Secreta del hampa chino. Mientras aguardábamos al Sargento, Von Grossen interrogó al marinero. Este le informó que el Consulado se hallaba al final del barrio francés, casi junto al arroyo Oang-Kin-Pan, rodeado por las sucursales de las pocas compañías alemanas que comerciaban con Shanghai. También le dijo que en el puerto estaban anclados dos barcos ale-manes, con salida prevista para tres y siete días después.

      El sargento regresó acompañado de un Secretario diplomático.

      –Pasen por favor, Señores –ordenó.

      Los cinco ingresamos a una cómoda sala de espera.

      –Tomen asiento, que enseguida serán atendidos –pidió, y salió por una puerta panel, no sin antes echar una mirada de desconfianza a Bangi, Srivirya y al perro daiva.

      Una hora tuvimos que esperar, hasta que al fin regresó el Secretario y nos condujo a la oficina del Cónsul. Era éste un diplomático de carrera oriundo de Colonia, enviado a Shanghai seguramente para aprovechar su conocimiento natal del francés, y el inglés universitario. Impecablemente vestido con traje negro, no representaba más de 40 años de edad y aparentaba estar tranquilo.

      –Disculpen la demora, pero he debido llamar a Nanking. No se imaginan de qué manera ha protestado el Embajador, Barón Heinrich Von Baden, por lo que considera una intromisión de la R.S.H.A. en el Ministerio del Exterior: no acepta excusas por no haber sido informado sobre esa misión secreta “Clave Primera”.

      –Pero es que la operación no debía desarrollarse en la China sino en el Tíbet –interrumpió Von Grossen–. Aquí hemos llegado huyendo.

      –No se preocupe, Standartenführer: Von Baden siempre protesta –lo calmó el Cónsul sonriendo–. Déjeme terminar. Fue consultado el agregado militar, quien confirmó que sus nombres y grados figuran en el listado cifrado de la SS.. De lo que no conocía una palabra, por supuesto, era de la Operación Clave Primera. Por lo tanto, se ha enviado una solicitud de informes a Alemania y se está a la espera de la respuesta. Apenas llegue el cable la situación de Uds. quedará resuelta.

      –¿Y eso cuánto puede demorar? –pregunté irracionalmente.

      –¿Cómo saberlo? Si es cierto que son quienes dicen ser, comprenderán que Berlín puede responder en una hora, en un día, o no contestar y hacer algo. Tratándose de la R.S.H.A. nadie puede anticipar su reacción. Y tengan presente que no estoy efectuando una crítica pues Yo también soy de la SS. –se atajó–. SS.Sturmbannführer honorario : obtuve ese grado en 1936, gracias a la gestión del actual ministro del Exterior, Joachim Von Ribbentrop.

      –¡Muy bien! –aprobó Von Grossen.

      –Sí. Soy de la SS. y por eso les aconsejaré lo que harán desde ahora. Si permanecen aquí me veré en la obligación de ponerlos bajo custodia, cosa que para Uds. sería muy molesto. En cambio los haré conducir a un Hotel que se encuentra a cuatrocientos metros, donde estarán cómodos hasta que lleguen noticias de Alemania o de Nanking. Al Embajador le diré que no pude detenerlos y que, de todos modos, están seguros allí. No tenían sus papeles verdaderos ¿pero tienen otros papeles? ¿dinero? Se me ocurre que deben estar provistos de ellos pues sino no hubiesen logrado atravesar China.

      –En efecto, Sturmbannführer Kónsul: disponemos de documentación falsa y dinero. Buen dinero, nos dijeron, pues también es falso, –confirmó Von Grossen con sarcasmo–. Le agradecemos sus consejos, y los seguiremos al pie de la letra pues parecen muy sensatos. Luego de pasar meses explorando el Asia no podríamos resistir ni una hora prisioneros.

      –Es cierto que me dijo que venían de Bután. ¡Por Dios, qué viaje! ¿Y de qué huían a través de China, se puede saber? ¿de los comunistas?

      Creo, neffe, que los cinco pensamos en ese momento en el Valle de los Demonios Inmortales, en el vîmâna de Shambalá, en el zumbido mortal, y nos echamos a reír a carcajadas.

      –Ja, ja, ja ¿De los comunistas? No Herr Kónsul: huíamos de sus Jefes –respondí con los ojos inundados de lágrimas –Ja,ja, ja. Pero no podemos revelarle quiénes son: ¡no lo creería!

      Karl Von Grossen asintió riendo, gesto que imitó Oskar, Bangi y Srivirya. El sorprendido Cónsul optó por no preguntar más y nos hizo acompañar por el Secretario hasta el cercano Hotel.

 

      Todo se solucionó en los siguientes días. Llegaron órdenes terminantes de Alemania para que se nos embarcara inmediatamente y sin discusiones. Siete días después salíamos en un buque carguero que haría en Macao la primera de una interminable serie de escalas comerciales. Sin embargo, el Capitán nos comunicó que “en algún lugar del Océano Indico”, cuyas coordenadas le serían transmitidas por radio, trasbordaríamos a un buque de guerra. Así ocurrió a pocas millas de Sumatra: un desconcertado Almirante nos recogió en su crucero y puso rumbo directo a Alemania. El barco se dirigía a la Argentina junto a otros dos, ejecutando una maniobra largamente planeada. A la altura de Ciudad de El Cabo, recibió la orden de desviarse al Océano Indico para alzar cinco pasajeros. Su nueva misión estaba calificada de “máxima seguridad” y, desde el momento en que abordaran los misteriosos personajes, debía transmitir en una clave supersecreta y evitar todo con-tacto con otros barcos o estaciones terrestres. Nadie debía poder ubicar al crucero pues, de lo contrario, existía la posibilidad de que “entrasen en operaciones”. –“¿Quién nos atacaría a nosotros en tiempos de paz?” –mascullaba el Almirante–. “Debe tratarse de otro juego de Estado Mayor, una maniobra secreta de prueba para la Kriegmarine”.

      El Almirante no imaginaba que si las fuerzas sinárquicas hubiesen conocido la ubicación de su barco, y la identidad de sus ocupantes, se lo habrían hundido allí mismo.

 

 

 

 

Capítulo XXXIX

 

 

 

Veinte días después de partir de Shanghai, desembarcamos en Hamburgo. Allí nos estaba esperando un oficial del S.D. exterior al mando de un pelotón; sus órdenes: conducir a Karl Von Grossen, a Oskar Feil, a Srivirya y a Bangi, en dos coches hacia Berlín. Yo debía apartarme del grupo y abordar un tercer coche hasta el aeropuerto local, donde un avión me transportaría igualmente a Berlín.

      Ibamos a separarnos por primera vez en varios meses y la experiencia resultaba dolorosa. Todos habíamos perdido Camaradas y corrido juntos peligros mortales; las aventuras vividas nos hermanaban. Antes de abandonarlos, Von Grossen quiso hablarme a so-las.

      –¡Lo sabía! –me dijo con tono preocupado–. Von Sübermann: ¡Ud. era la clave primera de la Operación Clave Primera! Y la Thulegesellschaft sólo se ocupará de Ud. Nosotros, desde este momento, quedaremos incomunicados, aislados del resto de la SS. para evitar que hablemos. ¡Sabemos mucho, Kurt, quizás más de lo que a los Iniciados de la Orden Negra les conviene que alguien sepa! Presiento que tal vez no nos volvamos a ver –concluyó lúgubremente.

      –¡Ud. delira, mi Standartenführer ! –exclamé horrorizado– ¡Eso no puede ser! Regresamos de cumplir una importante misión, creo que exitosamente, y no hay motivo alguno para que en lugar de recibir la aprobación superior alguien sea castigado. ¡Ud. está cansado, Von Grossen, se lo digo respetuosamente! Verá como pronto nos reuniremos en una cervecería de la Friedrichstrasse para festejar. Es natural que primero debamos brindar los informes correspondientes a nuestras respectivas unidades, pero luego de esos lógicos trámites dispondremos de tiempo para volvernos a ver.

      Von Grossen sacudía la cabeza como negándose a admitir que mis argumentos penetraran por sus oídos.

      –¡No; no! Von Sübermann, una vez más Ud. no comprende la situación. Escúcheme bien ahora porque la posibilidad de que nos separemos definitivamente es real. Se lo digo muy consciente y basándome en toda mi experiencia previa en operaciones secretas. No estoy tan cansado como para no poder prevenir lo que puede ocurrir: seremos eliminados. Es decir, si Ud. no nos salva, Kurt. Créame, viviremos sólo si Ud. asegura a sus Jefes que no hablaremos a nadie sobre lo que hemos visto. Esa es la garantía que ellos necesitan para dejarnos en libertad: ¡todo lo contrario de lo que Ud. supone! Ja, ja, ja: ¡un in-forme! Ud. me hace reír, Von Sübermann: ¿a quién le interesa que Yo haga un informe sobre lo que he visto en el Tíbet y lo que le he visto hacer a Ud.? ¿piensa que los Iniciados de la Orden Negra permitirán que exista un informe oficial sobre el vîmâna de Shambalá, o sobre los perros daivas, o su Scrotra Krâm? No, Von Sübermann: por Ud. estamos condenados a muerte. Y sólo Ud. nos puede salvar. Por el contrario de lo que ingenuamente ha sugerido: ¡asegure a sus Jefes que ni Oskar Feil, ni Yo, haremos ningún informe, y puede ser que así conservemos la vida!

 

      Lo tranquilicé lo mejor que pude, reafirmándole mi lealtad: ¡jamás permitiría que a ellos les sucediese nada por mi causa! Y partimos, separadamente, hacia Berlín.

      En el aeropuerto de Berlín aguardaba un Mercedes Benz de la Cancillería con escolta de motos. Al verlo, pensé que se encontraba a la espera de un Ministro o un General, pero mi sorpresa fue grande al reconocer al SS. Oberführer Papp parado al lado de la puerta.

      –¡Kurt Von Sübermann! –llamó, sonriendo cariñosamente. No pude evitar recordar la primera vez que lo viera, en la cabaña de Rudolph Hess, en el Obersalsberg de Berchtesgaden. El también lo recordó, porque dijo, apenas me acerqué:

      –Seis años, Kurt. ¿Mucho o poco? Seis años y regresas de tu primera misión. Hemos temido por ti ¿sabes? Fue un alivio para todos los que estaban al tanto de la operación el recibir noticias tuyas. ¡Pero desde Shanghai! Ja. Nadie podía creerlo. Ya me contarás cómo hicieron para atravesar China.

      El coche cruzó el Spree por el Puente del Castillo y comenzó a girar alrededor del Lustgarten. Miré a Edwin sorprendido, pero no tuve tiempo de decir nada:

      –Pensé que te gustaría dar una vuelta previa por la ciudad, antes de llegar a la Can-cillería; ¡te reanimará, después de tantos meses en el Asia!

      Edwin Papp había interpretado correctamente mis sentimientos. Era indescriptible la felicidad que sentía entonces por hallarme nuevamente en la patria, de la que más de una vez en las últimas semanas me despedí, suponiendo que no regresaría nunca. El Mercedes tomó hacia el Oeste y dobló frente a la Puerta de Brandenburgo, que estaba cubierta de banderas con svástika y guirnaldas de las recientes fiestas. Ahora iba rumbo al Este, por la Unter der Linden o Avenida de los Tilos: vi pasar la Plaza de París y la Estatua de Federico el Grande. Al fin de la avenida, dimos la vuelta a la Plaza de la Opera, ámbito del Palacio del Emperador, de la Biblioteca Real, de la ­Opera de Berlín, de la iglesia católica de Santa Eduvigis, de la Universidad, y de varios edificios militares. Finalmente, desde los Tilos y la Plaza de la Opera, el coche se dirigió al barrio Friedrichstadt y empezó a rodar por la Vilhelmstrasse, que es su límite Este. El paseo había terminado.

      –¿Te imaginas quien me envió a buscarte al aeropuerto, no? Tu patekind sufrió mucho cuando te creímos perdido y tiene enorme impaciencia por saludarte y abrazarte. No quiso que nadie te desviara y por eso mandó su coche a recibirte y me comisionó, bajo órdenes rigurosas, –bromeó– para que te custodiara sano y salvo a su lado.

      Minutos después arribamos al 77 de la Vilhelmstrasse. En la Reichskanzlei [59], en efecto, nos esperaba el Stellvertreter [60] del Führer.

 

 

      Una hora más tarde, luego de despedirme del Oberführer Edwin Papp, dejaba la Cancillería en compañía de Rudolph Hess. Se había emocionado sobremanera al verme, y entonces comprendí cuánto me quería aquel antiguo Camarada de Papá. Durante los seis años que se ocupó de mi destino en Alemania no sólo fue como un padre, sino que me profesó idéntico afecto. Ahora ibamos rumbo a la Gregorstrasse 239, a visitar a Konrad Tarstein.

      Era la primera vez que iríamos juntos y, como Rudolph Hess podía ser fácilmente reconocido por el público y no quería llamar la atención sobre el domicilio de Tarstein, había insistido en que Yo manejase el Mercedes mientras él se mantenía discretamente sentado en el asiento trasero. En verdad, no sólo con Rudolph Hess, sino con nadie más que Tarstein estuve nunca en la misteriosa mansión. Incluso llegué a sospechar que los Iniciados de la Orden Negra se reunirían en otro sitio, pues jamás hubo nadie más que nosotros dos durante los dos años que frecuenté la casa. Pero esa vez sería diferente.

      Como si fuera la repetición de un Ritual, golpeé la mohosa argolla que giraba dentro del puño de bronce y la chillona voz de Konrad Tarstein respondió desde algún in-definido lugar, detrás de la desvencijada puerta.

      –¿Si?

      –Soy Kurt Von Sübermann –me presenté, hablando en dirección a la diminuta mirilla donde los huidizos ojillos del Gran Iniciado verificaban mi identidad.

      Se abrió la puerta y la figura rechoncha y pequeña de Konrad Tarstein apareció, con la mano cortésmente extendida para saludarme.

      –Kurt, Rudolph, me alegro de verlos –dijo, rompiendo el Ritual.– Pasen: los estábamos esperando.

 

 

      Corría el mes de Enero de 1939. El año nuevo lo pasamos en alta mar, con Von Grossen y otros Camaradas. Pensé en ellos mientras Tarstein me guiaba hacia una estancia en la que nunca había entrado, situada en la planta alta. Pensé en ellos y recordé las noticias que traía: a mi juicio, la expedición de Ernst Schaeffer había fracasado en su propósito de sellar el pacto entre las “fuerzas sanas de Alemania” y la Fraternidad Blanca de Chang Shambalá. Si no me equivocaba, la Puerta de Shambalá se había cerrado antes de llegar a ningún acuerdo, y, por consiguiente, la destrucción del Tercer Reich y la instauración universal de la Sinarquía no estaban aseguradas para el Enemigo.

      Corría Enero de 1939 y la Segunda Guerra Mundial empezaría en Septiembre de ese año.

 

      En derredor de una extraña mesa con forma de media luna, se sentaban 16 Iniciados de la Orden Negra SS.. Aparte de Tarstein y Rudolph Hess, sólo reconocí a cuatro más como altas personalidades del Tercer Reich: los diez restantes eran hasta entonces completamente desconocidos para mí. Todos vestían de civil, pero supuse que varios serían militares, aunque otros debían ser indudablemente ciudadanos, especialmente el asiático cuya presencia me llenó de asombro.

      Fui presentado por Tarstein, y los Iniciados me saludaron amablemente, pero no dieron sus nombres en ningún momento. Por el contrario, se identificaron con seudónimos tales como Aquilae, Leo, Serpens, Draconis, Corvus, Pavo, Cycnus, etc. El asiático dijo llamarse Ave Fénix.

      Me invitaron a sentarme frente a ellos, en un sillón ubicado en la parte convexa de la media luna.

      –Y bien, Lupus ¿que ocurrió con la Operación Altwesten de Ernst Schaeffer y con los hombres que perdió la Operación Clave Primera? –preguntó Tarstein, bautizándome de ese modo.

      –Todos muertos o desaparecidos –afirmé–. Tanto los integrantes de la Operación Altwesten como los nuestros. Pero permítanme, Caballeros, que les relate paso a paso los hechos sucedidos desde que partí de Alemania.

      Nadie se inmutó cuando adelanté la suerte corrida por los ausentes. Ni durante las horas siguientes, empleadas en la narración, en la que me esmeré por brindar los principales detalles y presentar la información lo más objetiva posible. Tarstein amenizó la extensa velada con dos rondas de café, la última acompañada de exquisitas confituras. Y casi no fui interrumpido, salvo para solicitar alguna aclaración concreta. Como comprendería luego, aquellos hombres no necesitaban preguntar nada pues eran todos extraordinarios clarividentes; poseían lo que denominaban en la Thulegesellschaft: Facultad de Anamnesia, vale decir, un poder propio de los Iniciados Hiperbóreos que les permitía explorar los Registros Culturales Akashicos.

      Desde allí, desde la Gregorstrasse 239, ellos habían visto cuanto Yo les relatara de nuestras aventuras en el Asia.

      –No lo tome a mal, estimado Lupus, –dijo Tarstein al fin– pero le vamos a rogar que aguarde abajo. Debemos sostener un Consejo.

 

      Una hora más duró la deliberación, hasta que fui convocado nuevamente. Konrad Tarstein abrió el diálogo:

      –Lo felicito, Lupus: unánimemente hemos coincidido en que la Operación Clave Primera ha sido un éxito. A pesar de las pérdidas, que nada cuestan frente al beneficio espiritual de haber frustrado los planes de los Demonios. Los tres caídos, Heinz, Hans y Kloster, serán condecorados, así como también Von Krupp y sus hombres, pues no participaban de la conspiración de Schaeffer.

      –Permítame interrumpirlo, Kamerad Unicornis. Está muy bien eso de condecorar a los muertos, pero ¿y qué me cuenta de los vivos? ¿que va a pasar con Karl Von Grossen, Oskar Feil, y los dos tibetanos? ¿dónde están ahora?

      –Incomunicados, por supuesto –confirmó fatalmente Tarstein–. Mire, Lupus, solamente podríamos dejarlos libres, y aún promoverlos, si Ud. se encarga de que no hablen fuera de lugar.

      –¿Y cómo haría Yo para dar semejante crédito?

      –Es simple, Lupus: sólo habría que formar un cuerpo dirigido por Ud. Por ejemplo, Oskar Feil sería desde hoy su asistente; y Ud. se encargaría de controlarle la lengua. Del mismo modo, Karl Von Grossen se dedicaría a entrenar un equipo de Elite para apoyarlo en sus futuras misiones, y estaría en permanente contacto con Ud. ¿Qué le parece?

      –Estoy de acuerdo –afirmé aliviado–, y muy complacido; porque esos hombres merecen el mejor trato: son valientes y patriotas sin precio. Pero ahora, Señores, luego de aclarar ese asunto que me preocupaba ¿podría hacer Yo algunas preguntas?

      –Desde luego –aceptó Tarstein “Unicornius”.

      –Bueno. El caso es que Uds. parecen saber qué ocurrió en aquel valle del Tíbet. Podrían entonces, aclararme algunas dudas. Por ejemplo ¿por qué fuimos atacados y por quién? Y también tengo un interrogante, quizás no tan “serio” como los anteriores, pero que no me avergüenza plantear aquí: es sobre el futuro del perro daiva. No puedo negarles, Señores, que me ha causado gran contrariedad dejar a Vruna enjaulado en Hamburgo, teniendo en cuenta que se trata de un ejemplar único en la Tierra y que está próximo a dar a luz.

      –¡Tiene Ud. razón, Lupus! –aceptó Tarstein–. Mañana temprano enviaremos al mejor oficial veterinario de la SS., y su equipo de asistentes, con la misión de cuidar y transportar sano y salvo a Berlin al perro daiva. No tenga dudas, que valorizamos a ese animal en su justa medida y lo consideramos un arma secreta del Tercer Reich.

      Y sobre lo que preguntó primero: –prosiguió Tarstein– ¡fueron Uds. atacados por los Druidas!

      –¿Por los Druidas? –repetí incrédulo– ¡Pero si estábamos en el Tíbet!

      –Sí, por los Druidas. ¿Recuerda lo que le advertí el primer día que vino a esta casa?: “de entre los cazadores de la Sinarquía, los Druidas están encargados de cobrar las piezas de su especie” ... de su especie, Von Sübermann . Le sorprende que ellos lo hayan emboscado en el Tíbet, pero debe tener presente que Ud. se fue a meter en “La Puerta de Bera y Birsa”, vale decir, la siniestra abertura por la que ingresan a Shambalá los Sacerdotes de Melquisedec. En esa puerta en particular deseaba llamar Ernst Schaeffer, porque de allí han provenido hace miles de años los Archi-Sacerdotes y Archi-Druidas de las Ordenes europeas de la Fraternidad Blanca.

      –¿Bera y Birsa? –pregunté desconcertado.

      –Efectivamente, Bera y Birsa –replicó el asiático, al que llamábamos “Ave Fénix”.

      –Recuerde Lupus ¿no vio Ud. dos imágenes majestuosas, una a cada lado de la Puerta?

      –Supongo que se refiere a las figuras de los bodhisatvas alados, que estaban tallados en las paredes de la garganta, o dvara, o shen, es decir, en la abertura entre montañas al final de la cañada. Las recuerdo perfectamente: en ambas paredes de la garganta de salida, y como de una altura de 25 ó 30 mts., existían dos bajo relieves que representaban a unos Seres de naturaleza Divina, una especie de “ángeles” o “bodhisatvas” armados.

      Quedé en silencio unos segundos, evocando aquella inolvidable visión. Luego agregué:

      –Tenían alas: los dos ángeles exhibían desplegadas sendas alas de paloma. Y vestían túnicas blancas hasta los tobillos: ¡sí, era un traje de Druida o de efod levita! Incluso os-tentaban el trébol de cuatro hojas en el pecho; y pequeñas estrellas, soles, medias lunas, en las guardas. Y recuerdo también sus armas: cada uno tenía su mano derecha cerrada sobre un mango, del que sobresalían a ambos lados dos globos. La escena era muy sugestiva y por eso la recuerdo con tanta nitidez: Yo me hallaba parado en la garganta de entrada, cuando ya se habían aclarado las cosas con Von Krupp; entonces miré hacia el Oeste, al final de la cañada, y ví el vértice del abra, o paso, flanqueado por aquellas colosales esculturas. Ambas señalaban con el índice de su mano izquierda la salida, como in-vitando a pasar, gesto que asimismo acompañaban con la expresión de sus diabólicos rostros ; empero, las manos derechas no cesaban de apuntar con sus globos en dirección de todo posible visitante, es decir, hacia el centro de la cañada. Creo que Yo miraba justamente la garganta del Oeste, y a sus terribles guardianes, cuando surgió desde allí la bola de luz que los tibetanos llamaban “el vîmâna de Shambalá”.

      –No caben dudas, pues, que Ud. ha estado frente a la Puerta de Bera y Birsa –aseguró Ave Fénix–. Los misteriosos “ángeles” que ha descripto no son tales, ni tampoco “bodhisatvas”, sino Demonios de la peor especie, a los que se denomina comúnmente “Inmortales”: Bera y Birsa son dos Demonios Inmortales que durante miles de años han actuado en Europa y Asia, y cuya imagen Ud. ha tenido la suerte, o la desgracia, según se mire, de contemplar en esa cañada del Tíbet. Su amo, Melquisedec, los destinó hace milenios para que trabajasen en favor de la Sinarquía Universal del Pueblo Elegido, ocupándose especialmente de sostener la conspiración en el seno de los pueblos de linaje indoeuropeo, indoiranio e indostánico. En el contexto europeo, Ellos han sido los Archi-Druidas-Supremos que dirigían secretamente a la Orden druídica, y es por eso que Unicornis y otros Iniciados los califican también de “Druidas” o “Golen”. Pero Ellos son seres mucho más poderosos que los Druidas, a quienes mandan.

      Por ejemplo, Ellos han sido distinguidos por Rigden Jyepo, el Rey del Mundo, con el Poder del Dordje, el arma más terrible del Sistema Solar. Dordjes: ¡esas eran las armas, semejantes a dos globos unidos por un mango, que Ud. observó en los bajos relieves de los Inmortales! Pero Ud. Lupus, no sólo percibió los Dordjes tallados en la piedra: Ud. experimentó en carne propia su mortífero poder.

      Lo miré boquiabierto. Y Ave Fénix aclaró aún más lo que mis oídos se negaban a escuchar.

      –Concretamente, Lupus: el zumbido de abejas que sintió, y que causó la muerte de sus Camaradas, no es otra cosa más que la manifestación acústica del Poder del Dordje, el cual actúa además en los otros cuatro tattvas; con el Dordje es posible emitir el om o el yod final, el monosílabo de la disolución de las Formas Creadas, que es idéntico al bija del Principio de la Creación. Es muy posible que haya sido el Demonio Bera quien aplicó el Poder del Dordje sobre su corazón. En síntesis, tenga por cierto que ha estado frente a la Puerta de Bera y Birsa, en un desfiladero del Tíbet conocido desde remotos tiempos como “La Brea”. Desde luego, a La Brea no es fácil llegar, es decir, no es fácil alcanzar su garganta Este, pero curiosamente en muchos mapas antiguos figura allí donde Uds. la encontraron, junto a los montes Altyn Tagh.

      –No puede ser –negué irracionalmente–. Yo vi un vehículo volador, un navío extra-terrestre; no sé que era, pero con seguridad el zumbido brotaba de él.

      –Pues así es, apreciado Lupus: el fenómeno que Ud. vio era el Demonio Bera en todo su Poder. No se trataba de un navío volador, ni de un vîmâna o avión desconocido, sino de una “unidad absoluta de energía” del Universo animada por la infernal “Inteligencia” de Bera, que es la Sefirah Binah. Una “unidad absoluta de energía”, “un átomo arquetípico”, adoptado por Bera para presentarse y desencadenar la Fuerza di-solvente del Dordje: eso es lo que Ud. presenció, aunque creyó ver otra cosa.

      –No es posible –repetí turbado, resistiéndome a aceptar que aquella Presencia Mortal fuese en verdad un Demonio, “Inmortal”, y que ese Monstruo estuviese finalmente tras mis pasos. Comenzaba a comprender lo que quería significar Tarstein al advertirme sobre “los cazadores de la Sinarquía” que procurarían cobrar piezas “de mi especie”.

      Imperturbable, Ave Fénix continuó explicando:

      –El átomo arquetípico es la Forma Primordial por excelencia, el Huevo de Brahma, la mónada hecha a imagen y semejanza de El Uno: todos los átomos reales y todas las formas atómicas, todas las unidades, emanan de él y participan de su existencia ejemplar. ¿Y sabe por qué Bera adoptó esa forma para manifestarse ante Ustedes y emplear el Poder del Dordje? Porque el único modo que le resta a un Demonio como El, traidor al Espíritu del Hombre, para resistir el Signo del Origen que Ud. exhibe, es encerrarse en la unidad absoluta de la Mónada Creada. Pero ya ha visto el resultado de esa táctica, Camarada Lupus: no ha podido con Ud., con el Signo del Origen que Ud. posee, y las Puertas de Shambalá se han cerrado para nuestros enemigos.

      –Oh, Yo no sería tan optimista, Camarada Ave Fénix –sugerí, al tiempo que me estremecía agitado por antiguos y nuevos terrores–. Le hago presente que si conservo la vida no es precisamente por efecto del  Signo sino gracias a la intervención de esos guerreros increíbles que son los monjes kâulikas, y la colaboración inestimable de los perros daivas que nos sacaron de la cañada de Altyn Tagh.

      –Ah, Camarada Lupus, me temo que Ud. no comprende la situación.

      Ave Fénix me hacía el mismo reproche que Karl Von Grossen. Evidentemente Yo comprendía nada, o muy poco, de lo que ocurría a mi alrededor. O todos pretendían comprender mejor que Yo lo que pasaba. O Yo me estaba tornando extremadamente obstinado o estúpido. Mas, sea lo que fuere, había algo que sí comprendía, y en lo que no me equivocaba: la causa de todos mis males, que hasta ayer consideraba un maravilloso privilegio, era el inaprensible Signo del Origen. ¿Distinción de los Dioses o Estigma? Frente a mí, los hombres más importantes del Tercer Reich decían contar conmigo, y con mi Signo, para llevar adelante los planes del Führer. Pero, y eso sí lo iba comprendiendo ahora, las más terribles Fuerzas del Infierno, Fuerzas que Yo había visto de cerca en el Tíbet, me consideraban a priori su enemigo mortal y desarrollarían contra mí un ataque inimaginable.

      Alegóricamente hablando, tal situación, la única si­tuación que tal vez comprendía, era que el Tercer Reich se aprestaba a marchar sobre el Mundo, como una ciclópea falange, y que Yo desempeñaría entonces la función de abanderado. Sí, sería el porta-estandarte del Tercer Reich, y la bandera que enarbolaría sería el Signo del Origen, el Signo de Lúcifer, el Signo de Wothan, el Signo de Shiva, mi Signo. Y, como en todo ejército en operaciones, el Enemigo trataría de conquistar las banderas, nuestros estandartes, procurando abatir sin previo aviso al abanderado, tratando de quitarle la Insignia Sagrada del Espíritu, tratando de quitarle la vida, tratando de quitarle el estandarte, tratando de quitarle mi vida, tratando de quitarle mi Signo.

      No protesté por el comentario de Ave Fénix, y éste prosiguió:

      –Estimado Lupus: Ud. no debe a nadie su “salvación” más que a Sí Mismo. ¿Se olvida que si hubo Operación Clave Primera, y perros daivas, ello ocurrió porque previa-mente existía un Iniciado Kurt Von Sübermann, que portaba el Signo del Origen ? Los perros daivas, y Ud., son la misma cosa, porque sin Ud. no habría perros daivas ni Signo del Origen, o de Shiva, ni nadie capaz de colocar su Yo más allá de Kula y Akula. El Demonio Bera lo atacó con la furia de un vîmâna y Ud. cree que se salvó “gracias” a los perros daivas: ¡pues sepa que es su propia inseguridad, su falta de fe en Sí Mismo, su incomprensión de la situación, la causa de que aliente tan errónea convicción! ¡Porque si fuese Ud. en realidad el Iniciado que debe ser, seguro de Sí Mismo frente a la Muerte, y más allá de la Muerte, hasta el Origen, sabría sin dudar que su Signo lo ha tornado invulnerable al ataque de cualquier Ser Creado, aún el Dios más poderoso! ¡si se encontrase solo, frente a los Demonios Bera y Birsa, u otros semejantes, y Ellos le aplicaran todo el Poder del Dordje sobre el corazón, Ud. quedaría fácilmente fuera de su alcance situándose más allá de Kula y Akula, en el Origen, o creando con un tulpamudra sus propios perros daivas, o “caballos daivas” lung-pa, o cualquier ilusión por el estilo !

      –¡Está bien! ¡Está bien! ¡Me rindo! –propuse, sonriendo tristemente; y antes de que los reclamos de los Iniciados de la Orden Negra se volvieran incontestables–. Me esforzaré en comprender sus puntos de vista –prometí–. ¿Verdaderamente creen que esos malditos Inmortales no sólo me atacaron a muerte sino que cerraron la Puerta de su Guarida?

      –Así es, Lupus –terció Tarstein–. Le diré lo que ha sucedido, de acuerdo a la visión coincidente de todos los Iniciados aquí presentes. En principio, y esto lo sorprenderá, tenemos motivos para pensar que Ernst Schaeffer no murió en La Brea. Y si hubiese muerto durante el ataque, estamos seguros de que los Inmortales lo resucitarían. ¿Para qué? Para que regrese a Europa a buscar su cabeza. Jamás, entiéndalo bien, Lupus, porque en esto le va la vida, Ellos jamás van a permitir que exista alguien como Ud. en una sociedad sinárquica. Por el contrario, estando Ud. de por medio no habrá pacto entre la Fraternidad Blanca y las Sociedades Secretas de la Sinarquía; y por consiguiente, no habrá constitución de la Sinarquía. Sin lugar a dudas, Ernst Schaeffer, u otro mentecato semejante, será delegado por los Demonios para hacer oír sus condiciones en Occidente: y en esas nuevas condiciones se exigirá la eliminación de Ud. y de todos los que como Ud. son portadores del Signo del Origen que ellos no pueden soportar.

      La Sinarquia Universal del Fin de los Tiempos debe ver a los Dioses Traidores enseñorearse en el Mundo, como en los días de la Atlántida, codo a codo con los Grandes Rabinos del Pueblo Elegido: pero eso no lo podrán hacer mientras en el Mundo haya hombres espirituales que levanten el estandarte del Origen, que hablen con las Runas de Wothan. De allí que podamos afirmar sin temor a equivocarnos que la Operación Clave Primera ha sido un éxito: hemos llevado un Iniciado con el Signo del Origen a La Brea, frente a la Puerta de Bera y Birsa de Chang Shambalá; y lo hemos rescatado para la Estrategia del Tercer Reich. En una palabra, hemos infligido al Enemigo el más grande desafío en su propio terreno: es imposible que ahora quiera otra cosa más que la venganza. Y sus represalias ya no serán de orden diplomático o político, ya no propiciará pactos secretos que avalen golpes de Estado o intrigas palaciegas: el Tercer Reich deberá prepararse para resistir un formidable potencial militar.

      Y en cuanto a Ud., Lupus: demás está decirle lo que representa para nosotros. Contar con Ud. significa disponer de ventaja estratégica para la ejecución de los planes de la Orden Negra. En base a esto deberíamos tratar de preservarlo de todo peligro; sería lo más lógico. Sin embargo haremos todo lo contrario: no descuidaremos de su seguridad, pero tampoco impediremos que Ud. cumpla su misión, la misión que le fue encomendada por los Dioses cuando lo señalaron con el Signo del Origen . ¡Seguirá, pues, corriendo riesgos! ¡Estudiaremos cuidadosamente sus futuras operaciones y lo enviaremos a cerrar, con su Signo Divino, las Puertas del Infierno! Ahora sabemos que Ud. puede hacerlo ¿lo hará?

      Los dieciséis pares de ojos me taladraban el cerebro. Miré a Rudolph Hess, casi un padre para mí ¿qué podía negarle a él? Y a Konrad Tarstein, mi Instructor Hiperbóreo, el Sabio que me revelara tantos secretos ¿qué no le daría Yo a él, que nada necesitaba ni pedía para sí? Y a los restantes Iniciados, los Arquitectos Secretos de la Nueva Alemania, los Jefes de la Orden Negra SS.: negarles algo a ellos era negarse a servir a la patria. En ese momento, neffe Arturo, mi respuesta sólo podía ser una:

      –¡Heil Hitler! –grité, y levanté mi brazo derecho para asentir inequívocamente. Mi respuesta, neffe, y eso lo comprendieron todos, era un juramento, un voto de Caballero SS..

 

      Cuando todos se retiraron, media hora después, y sólo quedábamos el anfitrión, Rudolph Hess y Yo en la Gregors­trasse 239, nos despedimos de Tarstein y partimos en el Mercedes. Igual que antes, Yo manejaba y Rudolph Hess permanecía en el asiento trasero. Ansiaba saludar a Ilse y descarté que iríamos a la casa de Rudolph, pero éste me advirtió enseguida “Al Hotel Kaiserhof”. Lo miré por el espejo retrovisor, sin comprender.

      –¿No adivinas quién nos espera allí? –preguntó, mientras sonreía burlonamente. Temblé al preguntar:

      –¿Papá?

      –Si, Kurt. Tu padre en persona. El Barón Von Sübermann ha viajado especialmente desde Egipto para entrevistar a su escurridizo hijo.

      –Oh, qué alegría; qué alegría. No puedo creerlo, todavía. ¿Tú le avisaste, no es cierto? ¿Dime la verdad, taufpate?

      –Pues sí. Yo le notifiqué, cuando supimos que estabas en alta mar, que podría venir 20 días después a Berlín. Y eso fue lo que hizo sin perder un instante. ¿Qué mal había en ello? Es bueno que tu padre te vea al menos una vez al año. O al término de una operación en la que por poco pierdes la vida. Apruebas mi decisión, ¿verdad?

      –Oh, sí, taufpate. Me has brindado el más bello regalo que Yo podía esperar.

 

      Aquella fue una de las mejores noches de mi vida. Con Papá, Rudoph, Ilse y el pequeño Wolf Rüdiger[61], en Berlín, en Enero de 1939, el Mundo parecía estar en nuestras manos. Aún recuerdo que durante la cena, papá anunció que su hija se había casado con un Ingeniero germano-argentino y que al poco tiempo partirían para radicarse en la Argentina, donde los Siegnagel eran propietarios de una bodega. Y que Rudolph anunció también que Yo sería promovido en los días siguientes, en la jerarquía de la SS., con el grado de Standartenführer, saltando así el grado intermedio de Obersturmbannführer. Sería, dijo, uno de los Stantartenführer o Coroneles más jovenes de la Waffen SS..

 

 

 

 

Capítulo XL

 

 

 

Querido neffe, así concluyó mi primera misión para la SS. y el Tercer Reich. Durante la misma, se evidenció el carácter misterioso de aquel Signo del Origen que causaba la devoción de unos y el terror de otros. Al llegar a esta altura, muchas de tus dudas iniciales se habrán disipado. Habrás comprendido, eso espero, que la historia de Belicena y mi propia historia se vertebran sobre una misma armadura, sobre una infraestructura que se llama “Sabiduría Hiperbórea”. Y habrás comprendido ¡es necesario que lo hagas! que ambas historias se continúan en ti, que la Sabiduría Hiperbórea pasa por ti, que los Dioses te han señalado a ti con el Signo del Origen.

      Tu historia y la mía, neffe Arturo, son en parte paralelas: por empezar, ambos somos miembros del mismo tronco familiar; ambos sufrimos una experiencia conmocionante: Yo, por la entrevista con el Führer, y tú por la muerte de Belicena Villca; y esas impresiones nos llevaron a ambos a buscar la verdad en nosotros mismos, en el fondo de Sí Mismo: Yo, durante las vacaciones en Egipto, en 1937, cuando se me despertó el Scrotra Krâm, y tú ahora, en 1980, en ese instante infinito del rapto espiritual por la Virgen de Agartha. Sí, neffe: creo que en ese punto ambos nos auto-Iniciamos. Sé que el Ritual de la Iniciación Hiperbórea tiene por finalidad poner al elegido en contacto con las Vrunas de Navután pero, como tales Signos ya estaban en nosotros, hemos podido realizar el milagro de la auto-revelación de la Verdad Desnuda de Sí Mismo.

      Entonces, el paralelismo de los hechos vividos por ambos, culmina en la correlatividad de la experiencia iniciática: ambos estamos, de ahora y para siempre, indisoluble-mente ligados a una Fuente Espiritual, Eterna e Infinita, a la Gracia de la Virgen de Agartha, a la Sabiduría Hiperbórea de los Dioses. Por eso, como Yo los alcé en su momento, tú debes levantar desde ahora “nuestros estandartes”, que son las banderas del Espíritu . Te preguntabas en tu departamento de Salta ¿a quién recurrir por ayuda espiritual? ¿quiénes son en este mundo los representantes de la Sabiduría Hiperbórea? Pues ahora dispones de la más clara respuesta. El Führer ha dado la respuesta: la respuesta es la d, la Orden Negra d. Recuerda que el Führer volverá, neffe, hasta Belicena Villca lo anuncia en su carta:

     

      “El Gran Jefe Blanco, el Señor de la Vo­luntad y del Valor Absolutos, vendrá una vez, dos veces, tres veces, a vuestro Mundo. La primera vez, quebrará la Historia, pero se irá, y causará la insensata risa de los Demonios (según me parece neffe, esta parte de la profecía ya se ha cumplido); la segunda planteará la Batalla Final, pero se irá, en medio del Rugido de Terror de los Demonios (y supongo, Arturo, que esto es lo que sucederá muy pronto); la tercera guiará a la Raza del Espíritu hacia el Origen, pero se irá para siempre, dejando tras de sí el Holocausto de Fuego en que se convertirán los seguidores del Dios Uno, hombres, Almas y Demonios. ¡Pero quienes sigan al enviado del Señor de la Guerra serán eternos!” (Y aquí sólo puedo pedir “fiat, fiat” , neffe Arturo).

      Son palabras del Capitán Kiev, que se cumplirán inexorablemente. Tú buscarás a la Orden Tirodal y llevarás a sus Iniciados la Carta de Belicena Villca. Será muy oportuno porque ellos buscan, también, al Noyo y a la Espada Sabia para iniciar la Batalla Final. Pero tú les llevarás algo más importante que la carta de Belicena Villca: ¡el Signo del Origen, que cierra las Puertas de Shambalá y abre las Puertas de Agartha, por la que retornará el Führer y la SS. Eterna para librar la Batalla Final!

      ¡Ese es el verdadero motivo de la gran maniobra, neffe! ¡Que tú te acerques a quienes esperan, en el momento justo, en el kairos de la Batalla Final! Ese es el significado espiritual de toda esta serie de coincidencias: ¡aproximar el Signo del Origen al kairos de la Batalla Final!

      Y como a la Casa de Tharsis, y como a mí, neffe, debes comprender que con más razón a ti intentarán quitarte del medio. ¡Los Druidas te perseguirán! ¡Quizás Bera y Birsa en persona!

      Por esta causa quiero proponerte que partamos cuanto antes. De mis relatos, aunque incompletos, ya habrás sacado bastantes conclusiones. Más adelante, si las circunstancias lo permiten, te daré los detalles de los siguientes hechos hasta 1947, año en que vine a la Argentina y desde cuando permanezco oculto.

 

 

      En resumen, y a grandes rasgos, esto fue lo que sucedió a partir de 1939.

      A Bangi y Srivirya se les concedió la ciudadanía alemana y fueron condecorados con la Cruz de Hierro de Primera Clase. Además se los incorporó a la Waffen SS. con el grado efectivo de Untersturmführer. Permanecieron hasta el verano de 1939 en Berlín, donde les impartieron entrenamiento en criptografía y tareas afines con el Servicio Secreto, y finalmente partieron hacia el Tíbet, y reunidos con los lopas que partieron de nuestra expedición, se entregaron con ahinco a la misión que les habían encomendado: preparar un cuerpo de Elite que actuaría como Legión Extranjera dentro de la Waffen SS.. De allí saldría la famosa Legión Tibetana, que dependía secretamente de la 1a SS. Panzerdivisión Leibstandarte Adolf Hitler y uno de cuyos batallones defendería hasta la muerte el bunker del Führer en Abril de 1945.

      Karl Von Grossen regresaría también al Asia. Desde India y China, se ocuparía de abastecer discretamente a la Legión Tibetana, cuyo asentamiento natural estaría en Assam, en los dominios de un Príncipe kâulika enemigo acérrimo de los ingleses. En ese pequeño Reino de la frontera con Bután, instructores SS. especialmente venidos de Alemania complementaron el arsenal ofensivo de los monjes kâulikas, compuesto de flechas, puñales y cimitarras, con armas modernas de propósito táctico, tales como granadas, pistolas y fusiles de asalto. Sin embargo, la máxima efectividad de aquellos terribles guerreros, estaría siempre acompañada del uso de sus armas tradicionales, para las que no tenían rival en el Tíbet. De todos modos, valga la referencia, aquel cuerpo jamás pasó del centenar de efectivos.          

      Pero mucho antes que la Legión Tibetana estuviese lista, Vruna daba a luz en Berlín dos hermosos cachorros de perro daiva, muriendo en el parto. Otra legión, ésta de veterinarios SS., se encargó bajo las más severas amenazas de que los gemelos vivieran. No obstante nuestras reservas, crecieron sin problemas y los bauticé Yum y Yab. Respondieron bien al entrenamiento convencional y mejor aún al empleo del Kilkor svadi, entendiendo y obedeciendo mis menores deseos.

      En Septiembre Alemania invade Polonia y comienza la Segunda Guerra Mundial. El 14 de Junio del año siguiente, 1940, las tropas del Tercer Reich entran en París. Ni la Legión Tibetana, ni Yo, intervinimos en aquellas acciones pues se nos repetía en la Orden Negra que “el verdadero y único frente del Tercer Reich se encontraba en el Este”.

      Contrariamente, pues, al movimiento de nuestros ejércitos, nosotros nos concentrábamos en planificar operaciones asiáticas, en todo semejantes a Clave Primera, en la que obtuve mi bautismo de fuego. Al fin, en Agosto de 1940, recibí la orden de ejecutar la “Operación Clave Dos”, que tenía por objetivo alcanzar el monte Elbruz, donde según las tradiciones indoarias, los arios nacían dos veces. Pero no se trataba de ir directa-mente al Cáucaso, sino de aproximarse estratégicamente con los perros daivas para arribar a una Puerta situada en otras dimensiones.

      Esa vez, viajé desde Alemania con Oskar Feil, un Hauptsturmführer llamado Caesar Von Lossow, y los dogos Yum y Yab. En la meseta de Pamir, en los orígenes del río Piandy, nos aguardaba Karl Von Grossen con la Gebirsjäger [62] de la Legión Tibetana, unos cincuenta hombres en total. Desde allí, iniciamos uno de esos alocados periplos que seguían los perros daivas para dirigirse a algún lugar. Ignoro qué atajos habían tomado, pues, en lugar de atravesar Tadzhikistán, Afganistán, Turkmenistán, Irán, Armenia y Georgia, y recorrer 3.000 km., los dogos hallaron Georgia a 500 km. de distancia. Aunque cueste creerlo, a 500 km. del Río Piandy dimos con Grozny, ciudad situada al pie del monte Elbruz; claro que las vicisitudes y peripecias pasadas hasta entonces, y que no puedo narrar ahora, nos insumieron varios meses.

      Inversamente a lo que había en La Brea, en el monte Elbruz existía un Camino hacia Agartha, o hacia Venus, que es lo mismo . La misión encomendada por Tarstein, y los Iniciados de la Orden Negra, consistía en localizar la Puerta caucasiana de Agartha y unir tal lugar con la localidad de Rastenburg, en la Prusia Oriental. ¿Cómo? Con los perros daivas; ordenando a los dogos en el Cáucaso que alcanzaran Rastenburg, mediante un salto a través del Tiempo y del Espacio. De ese modo, de acuerdo a las presunciones de Tarstein, quedaría suprimida la distancia entre Elbruz y Rastenburg o, lo que también es lo mismo, la Puerta de Agartha “queda-ría” en Rastenburg.

      ¿Qué importancia tenía Rastenburg, para demandar semejante operación? Entonces no lo sabíamos, pues sólo se nos pidió que ejecutásemos el plan antes de Mayo de 1941, pero a partir del 22 de Junio, cuando el Tercer Reich inicia la invasión a la Unión Soviética, el Cuartel General del Führer se instalaría en Rastenburg.

      El nombre clave del Führer era Lobo, Wolf, y por eso su centro de operaciones del Este, el Trono desde donde se opondría con el Poder del Espíritu a las más tenebrosas Potencias de la Materia, sería conocido como Führerhauptquartier Wolfsschanze, es decir, Cuartel General Supremo Fuerte del Lobo. Se hallaba en la provincia prusiana de Köningsberg, antigua plaza de la Orden Teutónica, en medio de los bosques que crecen a orillas del Guber, y allí aterrizamos Karl Von Grossen, Oskar Feil, Bangi, Srivirya, y Yo, un día de Mayo de 1941: el resto de la legión permanecía acampada en el monte Elbruz, a 2000 km. de distancia. Igual que sus padres en el Tíbet, Yun y Yab habían respondido a la orden de volar y salvaron en un instante la distancia establecida. Una vez en Rastenburg, nos dedicamos a señalar el lugar exacto por donde descendieron los perros daivas, pues hasta allí, estuviese donde estuviese el sitio, sería tendida una vía férrea para estacionar el vagón del Führer. Teníamos orden estricta de no movernos hasta no ser localizados por las tropas de la SS. que había destacado Himmler y que patrullaba constantemente la región. Un pelotón nos halló y de inmediato todo un batallón ocupó la zona en la que, semanas más tarde, se estacionaría el Wolfsschanze. Vale la pena recordar que en aquel mismo sitio, el 20 de Julio de 1944, un grupo de Generales traidores, los mismos que apoyaban a Ernst Schaeffer, intentaron asesinar al Führer mediante la instalación de una bomba de alto poder a escasos metros suyo. Desde luego, quienes desconocen lo que era la puerta caucasiana de Rastenburg, aún no comprenden cómo el Führer salió ileso del atentado.

      Cuando al fin regresé a Berlín, en Agosto de 1941, era ya muy tarde para despedirme de Rudolph Hess: el 10 de Mayo mi taufpate había volado a Inglaterra para intentar neutralizar la Estrategia Golen que tenía dominado al Alto Mando británico. Su vuelo fue concertado entre miembros de la Sociedad Secreta inglesa Golden Dawn e Iniciados de la Thulegesellschaft, pero no bien aterrizó fue capturado por los Druidas merced a la traición del alemán Abrecht Haushofer y del británico Duque de Hamilton, y confinado en una prisión militar. Para la Sinarquía hubiese resultado una catástrofe la paz entre Inglaterra y Alemania, y su alianza contra la Unión Soviética, proyecto que Rudolph Hess estaba autorizado a gestionar. Por lo tanto se lo incomunicó durante los años de la guerra y se publicitó una supuesta demencia mientras se intentaba destruir efectivamente su psiquis con drogas semejantes a las que menciona Belicena Villca. Análogamente, al caso de Belicena Villca, tratándose de un Gran Iniciado como Rudolph, los Golen no lograron su propósito.

      Sí, neffe, en Agosto de 1941 había llegado el momento de recordar las palabras que Tarstein me dijera cuatro años antes: “todos debemos desear que nunca llegue su oportunidad, pues cuando Parsifal emprenda su misión ello querrá decir que el Rey Arturo está herido... y que el Reino es terra gasta”. Sí, Rudolph, el loco puro, como Parsifal, había partido hacia Albión, Inglaterra, la Isla Blanca que representaba de alguna forma a Chang Shambalá, la Morada de los Demonios: Tarstein me lo predijo porque él sabía que ello era posible, porque él conocía un significado esotérico que explicaba el simbolismo profundo del viaje. Que el diplomático Abrecht Haushofer era un traidor, miembro del grupo de las “fuerzas sanas de Alemania”, ya lo conocíamos hacía años por los informes que Heydrich había elaborado en el S.D.: Abrecht era hijo del Profesor Karl Haushofer y de una judía de nombre Martha Mayer-Doss. Y que la Sociedad Secreta Golden Dawn[63], que en algún momento a principios de siglo estuvo relacionada con la Einherjar y la Thulegesellschaft, cayera en poder de los Druidas luego del copamiento efectuado por el Sacerdote Aleister Crowley, también lo sabíamos. Así que mal podría tomarlo desprevenido a Rudolph el resultado de su misión sino que debía existir una razón más profunda y secreta que justificase su sacrificio.

      Se lo pregunté directamente a Tarstein, pero esa vez evitó la aclaración directa y volvió a hablarme en lenguaje simbólico, sin dudas para no afectar al Mito, para que el Mito continuase actuando.

      –Vea Kurt: –señaló– el Rey Arturo, el Führer, puede ser traicionado por Ginebra-Alemania y tal deshonra dejar débil al Reino frente al ataque de los seres elementales, las hordas de Elementalwessen procedentes del Este. Para evitar que el Reino sea destruido, el Rey Arturo necesita contar con la fuerza del Gral. Pero el Gral no está presente en el Mundo de los hombres dormidos desde hace 700 años. ¿Qué hacer? Como en Wolfram Von Eschenbach, el Führer dice:

     

              “Man mac mich dá in strîte sehen:

              der muoz mînhalp von iu geschehen”.[64]

 

      Y Parsifal parte al Castillo de Sigune, de donde surgen las fuerzas que animan a los seres infrahumanos que amenazan al Reino. Y allí, como José de Arimatea, el Rey Crudel captura y condena a 48 años de prisión, tanto a él como a sus Caballeros. Pero entonces, en la prisión, José de Arimatea entra en contacto con el Gral y éste lo nutre espiritual-mente el tiempo que dura su confinamiento: y las fuerzas elementales se ven, así, hasta cierto punto frenadas, porque el Caballero del Gral, aún encerrado, posee fuerzas espirituales suficientes para transmitírselas al Rey Arturo y sostenerlo en su Función Regia. Algún día el Caballero José de Arimatea conseguirá salir de su injusto confinamiento y será libre con la Piedra del Gral, leyendo en ella el Nombre del Führer y restaurando su soberanía en el Reino. Será en ese momento cuando Federico II, portador de la Piedra de Gengis Khan, se encuentre con el Señor del Perro, el Preste Juan, el Señor de Catay o K'Taagar, es decir, el Señor de Agartha. Entonces las fuerzas elementales serán definitivamente derrotadas en la Tierra.

 

      Nada más que afirmaciones simbólicas de este tipo logré arrancarle a Tarstein, que no me ayudaron demasiado a comprender el significado oculto de su misión, aunque lo intuía bastante. Pero a mi taufpate no volví a verlo desde 1940. Naturalmente, durante el Juicio de Nuremberg de 1945/46, Rudolph fue interrogado por los hipócritas jueces aliados y, desde luego, no dijo una palabra sobre el Gral o el Rey Arturo. En cambio habló bastante sobre el lavado de cerebro y los tratamientos con drogas a que lo sometieron los ingleses:

     

“... Como es lógico, Yo pensaba continuamente en qué explicación podría tener el monstruoso comportamiento de la gente que me rodeaba. Excluí la posibilidad de que fuesen criminales, ya que, socialmente, causaban muy buena impresión. Y, por otra parte, también su pasado contradecía esa imposición”.

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“Se me ocurrió luego la idea de que aquellas personas habían sido hipnotizadas, aunque Yo ignoraba entonces que existiese la posibilidad de producir un estado de hipnotismo tan intenso y duradero. Manifesté con fran­queza esta sospecha al comandante F., que, evidente­mente se la tomó como una broma divertida. Dijo que él ­y todos los demás que estaban a mi alrededor eran abso­lutamente normales y que, por desgracia, Yo era víctima de autosugestión”.

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“Mi jaqueca continuaba sin cesar. Yo insistía en fingir que había perdido la memoria. Aprendía de mis ­errores. Suponía que no debía reconocer a las personas que hu­biera visto hacía más de catorce días, aunque se tratara de los médicos que llevaban varios años conmigo. Puede deducirse de ello qué veneno tan terrible me daban, un veneno para el que no existía antídoto, ...”

“Pronto no cometí ya más errores. Pasé por pruebas tales como la súbita aparición de personas a las que había co­nocido antes, y fingía no reconocerlas, aunque me en­contraba en estado de sueño hipnótico. Tenía que estar alerta día y noche. Final-mente llegué a estar presto para ­responder falsamente a las preguntas, incluso en sueños, persistiendo en fingir la pérdida de la memoria”.

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­“El 19 de Abril de 1945 vino de nuevo a verme el Briga­dier General Doctor Rees. De nuevo trató de convencerme ­de que tanto mis conclusiones como mi sufrimiento eran ­mera consecuencia de manías obsesivas. Le interrumpí ­afirmando de que nada servían sus palabras porque Yo sabía lo que ocurría. Entretanto había adquirido nuevas convicciones que justificaban mis sospechas. Las abo­minables atrocidades que, durante la guerra de los boers, perpetraron los ingleses en mujeres y niños en los campos de concentración podían ser atribuidas también a la substancia química secreta.”

“El Brigadier General Rees reflexionó unos instantes con expresión sombría. Luego, se puso de pie de un salto y salió apresuradamente, murmurando: «Es Ud. muy perspicaz; le deseo buena suerte».”

“Yo llevaba ya cuatro años preso en compañía de lunáticos y a merced de sus torturas, sin poder informar a nadie de ello, y sin poder convencer al enviado suizo de la verdad de cuanto ocurría, por no hablar de mi in­capacidad para instruir a los lunáticos sobre su estado. Era peor que estar en manos de criminales, pues éstos, al menos, tienen algo de razón en algún oscuro rincón de su cerebro, algún sentimiento en algún oscuro rincón de su corazón, y un poco de conciencia. Con mis lunáticos, esto quedaba totalmente descartado. Pero los peores eran los médicos, que empleaban sus conocimientos científicos para las torturas más refinadas. En realidad, Yo carecí de médico durante esos cuatro años, pues quienes se daban a sí mismos ese nombre no tenían otra misión que ocasionarme sufrimientos y, en todo caso, agravar­los. Igualmente, permanecí todo ese tiempo sin medi­cinas, porque lo que me daban bajo ese nombre no hacía ­sino servir a la misma finalidad y, además, era vene­no.”

“Delante de mi jardín paseaban de un lado a otro locos, o drogados, con fusiles cargados, me rodeaban locos en la casa, cuando salía a dar una vuelta iba precedido y se­guido de locos, todos con uniforme del Ejército britá­nico, y nos cruzábamos con columnas de internos de un manicomio cercano que eran llevados a trabajar. Mis acompañantes manifestaban compasión hacia ellos y no advertían que pertenecían a la misma columna; que el Doctor que dirigía el Hospital y, al mismo tiempo, dirigía el manicomio, debería haber sido su propio pa­ciente durante largo tiempo. No se daban cuenta de que ellos mismos eran dignos de compasión; y no se daban cuenta porque estaban, todos, drogados e hipnotizados. Yo les compadecía sinceramente; personas honradas se veían allí convertidas en criminales.”

“Sin embargo, ¿qué les importaba esto a los judíos? Les importaba tan poco como el Rey de Inglaterra y el pueblo británico. Porque los judíos estaban detrás de todo aquello. Si no hubiera bastado para demostrarlo la sim­ple probabilidad lo habría demostrado lo que voy a rela­tar. Se me había entregado un libro escrito por un judío sobre el trato que había sufrido en Alemania, así como informes de los Consulados británicos sobre el trato dis­pensado a los judíos en Alemania según la des­cripción de los propios judíos. El Doctor Dix dijo que mis manías obsesivas eran consecuencias de remordimientos por el trato a los judíos, del que Yo era responsable, a lo que respondía que no había sido mi competencia decidir el trato a aplicar a los judíos. Sin embargo, de haber sido así, hubiera hecho todo lo posible para proteger a mi pueblo de aquellos criminales y no habría sentido remordimiento por ello. El Teniente A.C., de los Guardias Escoceses, que estaba conmigo para mi protección en nombre del Rey, me dijo un día: «Está Ud. siendo tratado igual que como la Gestapo trata a sus enemigos políticos». El Doctor Dix y el enfermero, sargento Everett, se hallaban presentes y asintieron con una sonrisa. Como se habían apartado del papel que tenían asignado ya que siempre se afirmaba que mis sufrimientos eran imaginarios, el médico y el oficial fueron relevados poco después.”

“En mi nota de protesta del 5 de Septiembre de 1941, mencionaba la expresión utilizada por A.C., de los Guardias Escoceses, y añadía que era típico de los judíos afirmar que sus enemigos hacían lo que hacían por ellos mismos, sin que los judíos les diesen motivos, y cargarles a sus enemigos los crímenes que en realidad ellos acostumbraban a cometer. El Obispo húngaro Prohaska lo había descubierto ya tras la dominación bolchevique de Hungría de 1919. Informó que durante aquel período camiones cargados de cuerpos mutilados eran conducidos en Budapest a los puentes sobre el Danubio y su car­ga arrojada al río; que a los sacerdotes se les habían cla­vado sus bonetes en la cabeza con clavos de acero, se les habían arrancado las uñas y vaciado los ojos, y el chiste del momento era que porque tenían que ir al otro mundo con los ojos abiertos. Todos los responsables, con Bela Kun al frente, habían sido judíos. La Prensa mundial había sido silenciada o estaba en manos he-breas. Sin ­embargo, cuando tras el derrumbamiento del gobierno bolchevique, fue-ron juzgados algunos de los culpables, la misma Prensa mundial puso el grito en el cielo por el terror blanco en Hungría. Siempre ha ocurrido lo mismo, concluía Pro-haska, cuando un pueblo ha tenido que luchar contra los judíos.”

“Yo no podía preveer entonces que los judíos, para conseguir material de propaganda contra Alemania, lle­garían mediante el uso de la substancia química secre­ta, a inducir a los guardianes de los campos de concen­tración alemanes a tratar a los internados como lo hacía la G.P.V.[65]: todo acto criminal de esa naturaleza debe achacarse al uso de las drogas secretas que los judíos emplearon dentro mismo de Alemania. Al preguntarme por las razones de los crímenes perpetra-dos contra mí, sospecho lo siguiente: Primero, el Go­bierno británico había sido hipnotizado para que tratara de convertirme en un lunático, a fin de que pudiera presentárseme ­como tal si era necesario, si llegaba a re­prochárseles el no haber aceptado mi intento de un en­tendimiento con el que Inglaterra hubiera podido ahorrarse muchos ­sacrificios. Segundo, la inclinación general de los judíos o los no judíos a quienes habían inducido a maltratarme y ven­garse de mí por el hecho de que la Alemania nacionalso­cialista se hubiera defendido de los judíos. Tercero, venganza contra mí porque había intentado ­poner fin demasiado pronto a la guerra que con tantos trabajos habían iniciado los judíos, con lo que se habrían visto impedidos de alcanzar sus objetivos bélicos. Cuarto, debía impedirse que Yo hiciera públicas las re­velaciones contenidas en este informe.”[66]

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      En estas declaraciones de Rudolph Hess puede estar la verdad secreta sobre el famoso “Holocausto de 6.000.000 de judíos”. Resulta notable, en efecto, que los miembros del Pueblo Elegido hayan sido víctimas de un genocidio típicamente judío, un modo de exterminio que, tal como Belicena Villca demuestra en su Carta, es el que los Rabinos vienen reclamando desde hace milenios para aplicar a los “Gentiles” o “Goim”. Pero Rudolph Hess expuso acertadamente “que era típico de los judíos afirmar que sus enemigos hacían lo que hacían por ellos mismos, sin que los judíos les diesen motivo, y cargarles a sus enemigos los crímenes que en realidad ellos acostumbraban a cometer”. Esta actitud de los judíos es frecuente, está confirmada con cientos de pruebas históricas, y explica la increíble acusación de que la SS. habría practicado sobre ellos un mini Holocausto de Fuego, proyectando sobre los campos de concentración la imagen de la Muerte Final con que ellos mismos sueñan destruir a la Humanidad espiritual, es decir, no judía. En síntesis, neffe Arturo, sólo una mentalidad típicamente judaica podía haber concebido un modo de exterminio semejante, que jamás pasó por la imaginación de Heinrich Himmler ni, desde luego, del Führer. Y en cuanto a los alemanes que supuestamente “confesaron” haber perpetrado esos crímenes, además de que existen muchas explicaciones obvias sobre el por qué alguien declararía contra sí mismo o contra su patria, es claro que la real causa hay que buscarla en las drogas secretas que conocen los Druidas, cuya principal guarida la constituye desde hace milenios justamente Inglaterra. El mismo Rudolph Hess lo expuso en 1945, como has visto, al afirmar que no sólo los testigos habrían sido drogados e hipnotizados para declarar contra sí mismo sino que, en caso de que algún crimen pudiese verdaderamente haberse cometido en los K.Z. alemanes, ello debía achacarse a la introducción de drogas antes de la caída del Tercer Reich, con objeto de perturbar a los guardias para obtener ulteriores réditos propagandísticos.

 

      En fin, si a Rudolph Hess no lo volví a ver más después de mi regreso a Elbruz-Rastenburg, en cambio tuve noticias del maldito Ernst Schaeffer: había retornado silenciosamente, tal como lo previera Tarstein, y se encontraba en la Francia ocupada. Lo protegía el Servicio Secreto del Almirante Canaris, la Abwehr, que estaba fuera de la jurisdicción del S.D. exterior. Según los informes que disponía Walter Schellenberg, parecía muy pro-bable que también lo acompañasen sus cuatro secuaces, aunque uno de ellos “habría perdido la vista en el Tíbet”, debido a que sus ojos estuvieron expuestos “a una intensa y desconocida fuente de Luz”.

      Como es natural, Yo propuse de inmediato una operación encubierta para ejecutarlo, tanto a él como a sus cómplices, pero fui disuadido por Tarstein, quien sostenía que el traidor era más valioso vivo que muerto: “estando vivo podrá comunicar a las fuerzas sinárquicas que con el Tercer Reich tienen un sólo camino: la guerra”, nos explicaba Tarstein. La Fraternidad Blanca apoyará una alianza contra Alemania pero sólo si luego de su total destrucción se constituye en poco tiempo la Sinarquía Universal del Pueblo Elegido. Si este objetivo se concreta, Alemania sin dudas será sacrificada, pero ese Gobierno Mundial significará el fin de la Historia: Alemania renacerá una vez más, quizás no como Nación, pero sí su Espíritu, su Führer, su Dios Wothan, será apoyada por los Dioses Leales al Espíritu del Hombre, y la Batalla Final se librará sobre la Tierra.

      Ernst Schaeffer volvió convertido en un Maestro de la Jerarquía Blanca, vale decir, espiritualmente muerto. Su Iniciación en el Tíbet le valió el reconocimiento de numerosas Sociedades Secretas sinárquicas, como por ejemplo la Masonería inglesa, que le concedió el grado 33 y el cargo de Presidente del Gran Oriente del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. La destrucción de la Operación Altwesten fue atribuida en los papeles a accidentes comunes en este tipo de exploración y Schaeffer vivió tranquilo hasta después de la guerra: sus familiares aún residen en la Argentina.

      Esa libertad que disfrutó al amparo de los grupos de resistencia al Führer, le permitió, tal como habíamos calculado en la Orden Negra, planear y lanzar multitud de atentados contra mi persona. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos atentados se perpetraron contra el Führer, pero los que Yo padecí en esos años no le fueron a la zaga: envenenamientos, bombas, francotiradores, emboscadas, sabotajes en mi equipo y amenazas permanentes: o abandonaba la SS., desertaba, me iba de Alemania para siempre, me alejaba definitivamente de los lugares sagrados para los Sacerdotes, o no habría lugar en la Tierra donde me pudiese ocultar de la inevitable venganza rabínica.

      Desde luego, no cedí a las amenazas y cumplí mis órdenes hasta el fin, neffe, aún aquellas órdenes que no me agradaban, como la última, que me obligó a permanecer 35 años en Santa María de Catamarca.

 

 

 

 

Capítulo XLI

 

 

 

No hablaré de las operaciones intermedias, pues ésta será mi última referencia a las intensas empresas esotéricas de esos años. Sólo recordaré que en 1945 nos hallábamos trabajando en el Sur de Italia, en la región de Apulia, donde se encuentra el Castillo Octogonal del Emperador Federico II Hohenstaufen, que gobernó de 1215 a 1244 y de quien se ocupa bastante Belicena Villca en su carta. Nuestra misión no tenía directa relación con la guerra, pues poco era ya lo que se podía hacer para revertir una situación día a día más adversa. En esos días, Alemania retrocedía en todos los frentes; pero en todos los frentes, por primera vez en la Historia, se podía seña-lar al mismo enemigo judío: Capitalistas, Comunistas, Sionistas, todas las Naciones aliadas, sin importar su ideología, mostraban los mismos rostros hebreos, el verdadero perfil de la Sinarquía.

      Y en medio de esa colosal debacle, mientras Alemania cedía ante fuerzas mil veces superiores, fuerzas que se asomaban unidas bajo la máscara de Jehová Satanás, nosotros no trabajamos ya para Alemania, para cerrar las Puertas de los Demonios enemigos de Alemania, sino para la SS., para el Futuro de la SS.. ¿En qué consistía nuestra misión, en el Sur de Italia? En algo insólito: debíamos buscar la Piedra de Gengis Khan.

      Sí; no se trata de un delirio. Konrad Tarstein disponía de información específica y antigua que aseguraba que en 1221 Gengis Khan envió a Federico II, a su corte de Sicilia, una Piedra proveniente de Agartha, en la que se hallaba grabado un pacto tripartito para instaurar el Imperio Universal; las tres partes serían: Gengis Khan, Emperador del Asia; Federico II, Emperador de Occidente; y los Dioses Leales de Agartha, por las Fuerzas Subterráneas de la Tierra. Antes de morir, en 1244, Federico hizo construir aquel extraño castillo octogonal y escondió para siempre la Piedra. Ahora, Konrad Tarstein nos explicaba que el Castillo, en su construcción, ocultaba una clave para localizar la Piedra, que no se hallaría muy lejos de la plaza. Efectivamente, a 800 mts. de distancia, bajo una suave ladera cubierta de césped, los perros daivas rastrearon una kripta de piedra que contenía un cofre de la Reina Constanza y la ansiada Piedra de Gengis Khan, grabada en caracteres Vigur y en Runas germánicas.

      No fue fácil hallarla, hubo que realizar excavaciones profundas y mediciones trigonemétricas con teodolitos. Las mediciones fueron hechas a posteriori, para tratar de des-cubrir la clave de la construcción por oposición estratégica que permitía proteger un objeto valioso, colocándolo fuera de las murallas.

      No hubo tiempo de completar las mediciones pues desde el 5 de Abril de 1945 había comenzado la invasión aliada a Italia. Fuimos retrocediendo, pues, hacia el Norte, pero a cada paso comprobábamos la magnitud del desastre. La guerra estaba perdida para Alemania y no tardaría en terminar. Decidimos separarnos. Karl Von Grossen y Oskar Feil, bajo protesta, se quedarían ocultos en un Monasterio franciscano cuyo prior era simpatizante de Alemania y de la causa árabe: ambos tuvieron que trocar el negro uniforme de la SS. por la parda sotana seráfica . A su cuidado quedarían también los perros daivas.

      Mientras nuestros Camaradas permanecían en el Monasterio de Nápoles, la Legión Tibetana emprendió viaje hacia Berlín. Ibamos Bangi, Srivirya, cincuenta comandos y Yo. Tras múltiples enfrentamientos con los partisanos comunistas que infestaban los caminos, conseguimos llegar a Verona, desde donde partían varias sendas que pasaban los Alpes. Tomamos la de Bolzano, que nos condujo un día después directamente a Berchtesgaden.

      El 25 de Abril el comandante SS. de Berchtesgaden recibió un telegrama de Bormann en el que se le ordenaba detener al Mariscal Goering. Cuando llegamos nosotros no había nadie que nos pudiese atender o dar información. Nos dirigimos entonces al Obersalzberg, pero antes de llegar, el Destino, ese Destino trágico que siempre me perseguía, decidió representar su mejor función: 318 bombarderos Láncaster llegaron primero y comenzaron a descargar toneladas de bombas sobre la pacífica aldea alpina. Paralizado de dolor, atravesado por la nostalgia lacerante, creo que gritando de impotencia, vi volar en mil pedazos la casa de Rudolph Hess y otras aledañas. ¡Aquella casa donde 12 años atrás llegáramos con mi padre para visitar al Stellvertreter del Führer y solicitarle ayuda para encaminar mi carrera! Allí Papá le había confiado la medalla de los Ofitas ¿qué habría sido de ella? Tal vez las tuviese Ilse, la suya y la mía...

      ¡Cuántos recuerdos!...

      ¡Malditos ingleses, malditos yanquis, malditos rusos, maldita Sinarquía judía! ¿Qué necesidad había de destruir esa aldea de Obersalzberg? ¿Quizás suprimir un símbolo? Pero a los símbolos sólo es posible romperles la forma, quebrar su apariencia, porque el contenido es metafísico, trascendente, y jamás podrá ser alcanzado por una bomba de Láncaster.

      En fin, sin poder contener las lágrimas, observé las ruinas humeantes del Beghof, el Cuartel General del Führer, vacío en ese momento porque, como bien sabían los aliados, el Führer se hallaba en el bunker de Berlín, y los restos de las casas de Bormann y de Goering, y de muchos pobladores que nada tenían que ver con el nazismo y el Tercer Reich. Regresamos a Berchtesgaden y logramos al día siguiente transporte hacia Munich. Allí entrevisté al General Koller quien me informó de la desastrosa situación de Berlín: los rusos habían alcanzado las orillas del Elba y Eisenhower detuvo el Ejército americano cerca de Torgau, con el confesado propósito de que Berlín fuese arrasado por las hordas eslavas. “Eso era, se justificó el maldito judío, lo que se había convenido en Yalta”.

      Berlín se hallaba, así, sitiada por los rusos, siendo casi imposible entrar o salir por tierra. ¡Pues la legión tibetana entrará en Berlín! –afirmé con determinación.

      –No será necesario que corra semejante riesgo, Brigadienführer Von Sübermann: acaban de llegar órdenes para Ud., que mandan se dirija a Plauen. El Reichführer Himmler desea verlo personalmente allí. El General Koller, ante mi sorpresa, me alargó el telegrama de Himmler. ¿Cómo supo el Reichführer que nos encontraríamos en Munich? Había una sola respuesta: el oficial S.D. de Berchestsgaden había informado de nuestro paso. Maldije para mis adentros e indagué a Koller.

      –¿Hay línea telefónica con el Reichführer  ?

      –Sólo en caso de extrema urgencia.

      –Pues ésta lo es, mi General. Se trata de una emergencia.

      –Bien Brigadienführer. Pase por la radio que autorizaré la llamada.

      Suspiré aliviado: ¡era necesario que confirmase mis sospechas antes de partir!

      –Habla el Brigadienführer Kurt Von Sübermann mi Reichführer –saludé, a través de la inaudible línea.

      –¡Von Sübermann! ¡Cuánto me alegra saber de Ud. en este momento! Lo felicito por llegar hasta Munich. ¡Justo a tiempo! No podía esperarse menos de Ud. Bien, Brigadienführer Von Sübermann; escúcheme bien: las cosas han cambiado aquí en Alemania, y ahora Yo estoy encargado de la Operación Federico II. Así, pues, debe venir cuanto antes y traerme la Reliquia del Rey. Venga en avión. Hasta pronto. Páseme con el General Koller para que le dé las instrucciones necesarias.

      –¡Hasta pronto, mi Reichführer ! –me despedí, sumido en la más negra de las aprensiones.

      Me reuní con Bangi y Srivirya. Por suerte no había aviones disponibles en ese momento. ¿Qué haría? Era evidente que Himmler planeaba apoderarse de la Piedra de Gengis Khan para utilizarla con algún fin personal. Mas la Piedra de Agartha no le pertenecía a él sino a la Orden Negra SS., a la Thulegesellschaft, a Alemania. A mí el Reichführer me merecía el mejor de los conceptos, un Iniciado Hiperbóreo fiel al Führer y leal a nuestros estandartes: si la caída de Alemania lo había trastornado, ello sería comprensible. Pero en la Orden Negra jamás me perdonarían si Yo extraviaba un objeto que Federico II Hohenstaufen protegió durante 700 años.

      –Camaradas, estoy en un problema –les confié a los jefes de la Legión Tibetana–. Con seguridad me veré en la necesidad de desobedecer una orden del Reichführer y no quiero que Uds. se vean involucrados. He pensado en transferirlos al Comandante local de la SS., y proseguir solo el viaje a Berlín. Es mi deber entregar el cofre que encontramos en Apulia a los Iniciados de la Orden Negra, que también son miembros de la Thulegesellschaft, y para eso debo ir a Berlín; por el contrario, el Reichführer pretende que le dé sólo a él la Reliquia, en la ciudad de Plauen.

      –¿Y cómo iréis a Berlín, Shivatulku?

      –Pues, por tierra, ya que por aire es imposible llegar. Fingiré ir a Plauen, pero luego me desviaré hacia el Norte, y trataré de algún modo de atravesar el cerco ruso.

      –Entonces nosotros os seguiremos a Berlín. Pensadlo bien: Os seremos útiles para realizar la proeza que planeais. Y por otra parte ¿qué nos importan a nosotros los cargos por desobediencia, aún si significasen la muerte? ¡Ya hemos vivido demasiado y la Muerte no nos atemoriza en absoluto!

      Las palabras del gurka me trajeron a la realidad. Sin dudas aquellos días señalaban el fin del Tercer Reich. Y muy probablemente representarían nuestro propio fin. Sí; todo se terminaba, y quizás también terminásemos nosotros. Ahora o más tarde habría que jugarse la vida contra una pléyade de enemigos ¿rusos, ingleses, yanquis, franceses, quién, por Wothan, quién nos quitaría la vida? Dejar a la Legión Tibetana en Munich sólo significaba prolongarles la vida un día o dos más: esa era la realidad.

      Me decidí en el acto. Debíamos actuar antes que el General Koller consiguiese el avión.

      Los reuní a todos en un patio alejado y les hablé:

      –¡Legión Tibetana! En pocos minutos vamos a entrar en operaciones. Nuestro objetivo es alcanzar Berlín, y necesitamos pertrecharnos en el acto. Pero no podemos solicitar oficialmente esos pertrechos. Por lo tanto, nos incautaremos de ellos.

      Ante todo, hay que apoderarse de dos camiones artillados, con gomas de repuesto y suficiente munición. Bangi y quince hombres se ocuparán de ello, tratando de no causar bajas en ninguno de los bandos, que son el mismo bando de Alemania. Capturen y amordacen a quienes tengan que robar, y manténgalos ocultos en los camiones, pues los liberaremos antes de irnos. Tienen diez minutos para ejecutar la misión y estacionarse frente al depósito de Intendencia.

      Srivirya y 20 hombres asaltarán el depósito, tomando sólo lo imprescindible para un viaje de 600 km. y 50 efectivos: granadas, fusiles, municiones y mínimos víveres. Inmovilizan a todo el mundo y, cuando lleguen los camiones, cargan todo y se reúnen con nosotros en el edificio de dormitorios, junto al casino. ¡En quince minutos tienen que estar allí! –ordené.

      Los quince tibetanos y Yo nos dedicamos a recoger nuestros equipos y ropas, y api-lar todo en la puerta de la barraca. Quince minutos después salíamos del cuartel de Munich. El primer grupo había hecho cuatro prisioneros. El de mayor grado era un Schartführer: a él le di la carta dirigida al General Koller. En ella le pedía disculpas por el atropello, y le informaba que “Yo no podía obedecer la orden del Reichführer Himmler pues ésta se contradecía con otra orden anterior que me obligaba a ir a Berlín. El autor de la primer orden era un Jefe del Servicio Secreto del que sólo estaba autorizado a mencionar su nombre clave: Unicornis”. Rogaba se comunicara este mensaje textual al Reichführer y me despedía amablemente del General Koller. No esperaba que Koller me perdonase el haber ridiculizado a sus hombres, pero tenía fe que Himmler dejaría todo como estaba, antes que enfrentarse con los cerebros ocultos del Tercer Reich. Soltamos, pues a los desconcertados soldados en la entrada Norte de Munich, reiterándoles que transmitiesen cuanto antes esa carta al General Koller.

 

      Mis cálculos fueron correctos porque Himmler nada hizo luego de recibir el lacónico mensaje. Incluso nos cruzamos con tropas SS. provenientes del frente ruso a las que ninguna advertencia se les había hecho con respecto a nosotros.

      Ahora bien: era el 28 de Abril y creo que ese fue el último día en el que existió una mínima posibilidad de llegar a Berlín por carretera. Nuestra ruta era como marchar por el filo de los dientes del Dragón sinárquico: todas eran vanguardias enemigas a lo largo del camino; primero vanguardias francesas y yanquis que avanzaban desde el Oeste, y luego vanguardias rusas procedentes del Este, que chocaban con las columnas yanquis en las orillas del Elba. Munich caería en poder de los franco-yanquis el 30 de Abril, es decir, dos días después que salimos.

      De todos modos, y sosteniendo periódicos combates contra yanquis y rusos, llegamos a Postdam al anochecer. Imposible atravesar las líneas rusas en dos camiones alemanes y con una legión SS.. Dos horas más llevó localizar un campamento ruso apropiado para obtener el camouflage imprescindible: unos 60 soldados de la infantería rusa dormían en una hilera de carpas, resguardados por cuatro centinelas. Todos murieron por arma blanca, la mayoría degollados, pues nadie quería estropear su disfraz. Sin embargo, ningún legionario quiso quitarse el uniforme de la SS. y hubo que ponerse la ropa rusa arriba de ella, muchas veces ayudándola a entrar mediante generosos golpes de cuchillo.

      Así vestidos, marchamos más o menos abiertamente en dirección al Spree. Siguiendo su orilla dimos con el puente Veindendammer, que estaba cubierto por los niños de la Juventud Hitleriana de Arthur Axmann. Diez minutos me costó convencer a un Obersturmführer de 12 años que formábamos una legión de la SS. y que debía dejarnos pasar. Finalmente cruzamos y todos se quitaron allí mismo la ropa rusa, menos Yo que aún tenía que seguir bastante.

      Porque habíamos decidido separarnos, ahora sí, definitivamente. La Legión Tibetana pertenecía al Leibstandarte Adolf Hitler, el Cuerpo SS. que tenía a su cargo la guardia personal del Führer, y lo más lógico sería que ese cuerpo se dirigiese al bunker para con-tribuir a su defensa. Berlín ofrecía un aspecto catastrófico: manzanas enteras demolidas por los bombardeos aéreos y el cañoneo de los rusos, las calles cubiertas de escombros, resplandores de distintos incendios se sumaban al crepúsculo del amanecer de ese fatídico 29 de Abril de 1945. Marchamos en silencio por varias cuadras hasta llegar a la Fredrichstrasse, o lo que quedaba de ella. La idea era seguir aquella vía hasta la altura de la estación del tren subterráneo y luego descender y transitar bajo tierra; en la estación de la Vilhelmplatz ascenderíamos a pocos metros de la Cancillería. No fue posible realizar este sencillo plan porque en la calle de Federico se estaba librando una terrible batalla de tanques. Tratamos, entonces, de alcanzar a la carrera la Vilhelmstrasse cuando la Fortuna, tan esquiva hasta entonces, vino en nuestra ayuda.

      En efecto, por la calle transversal que tomamos, comenzó a doblar hacia nosotros una columna de tanques. Al mando iba un SS. Oberführer de nombre Otto Meyer, a quien conocíamos porque Von Grossen consiguió tres años antes, que nos dictara una conferencia sobre tácticas de caballería blindada: era un joven oficial de legendario valor y gran profesionalidad para la conducción de tropas motorizadas. Había luchado en Francia y Rusia, y sobrevivido, además de causar grandes pérdidas al enemigo. Cuando Rudolph, luego de mi primera misión, hizo alusión a que Yo sería uno de los Oberführer más jóvenes del Ejército alemán, incluía sin dudas a Otto Meyer en su concepto plural. Ahora lo habían convocado para la Batalla de Berlín, la última, y seguramente moriría.

      Detuvo su panzer y salió por la torre: –¡Kurt Von Sübermann y la Legión Tibetana! Ja,ja,ja. ¡Jamás hubiese esperado encontrarte aquí, agente secreto ! ¿A dónde Demonios creen que van?

      –¡Otto Meyer! –grité conmovido–. Yo tampoco imaginé volverte a ver. Oh, Otto: esta es la guardia del Führer. ¡Debe llegar a la Cancillería!

      –¡Pero si son pocas cuadras! No te preocupes que llegarán. Diles que marchen protegidos por los panzer y los dejaré en la misma puerta. Y tú sube a la cabina, que quiero charlar con alguien que aún no se haya vuelto loco, como lo están todos en esta ciudad.

      Quince minutos después los cinco panzer se detuvieron frente a la Cancillería, que ya prácticamente no existía, salvo los bunkers subterráneos; y la Legión Tibetana se formó en el jardín. El asombro del Brigadienführer Mohnke, comandante SS. de la Cancillería, no tenía límites, al contemplar esa tropa de rostros asiáticos.

      –¡La Legión Tibetana, formación especial de la 1a SS. Panzerdivisión Leibstandarte Adolf Hitler, se presenta para tomar la guardia en el bunkerführer! ¡Heil Hitler, mi Brigadienführer ! –presenté y saludé a voz en grito.

      A Mohnke le resultó sospechoso aquel refuerzo, del que no tenía ninguna noticia, y pensó en una posible deserción del frente, pero se tranquilizó cuando le probé que nuestro destino era Italia, de donde lógicamente tuvimos que retirarnos, y le comuniqué que Himmler estaba informado de nuestra marcha hacia Berlín.

      –Ahora, si puedo, debo completar la misión que me encomendó el Servicio Secreto, –solicité.

      –Por mí, cumpla Ud. con su deber, Brigadienführer. Aquí ya no hay nada más que hacer –afirmó con tono lúgubre.

      Eran las 10 de la mañana. Oí cuando le decían a Otto Meyer que el Führer se encontraba descansando, que no podría recibirlo. El heroico Meyer había intentado ver a Hitler antes de emprender una recorrida de la que quizás no volvería nunca. Le hice señas para que me aguardase un momento y me despedí para siempre de Bangi, Srivirya, y los cincuenta guerreros lopas de la Legión Tibetana. ¿Para qué describir lo que fue aquella despedida? Basta con agregar que aún después de 35 años, los veo nítidamente en el jardín de la Cancillería en ruinas, levantando el brazo para saludarme militarmente, y escucho la voz del gurka que dice “¡Adiós Shivatulku! ¡No sufráis por nosotros, que pronto nos encontraremos en otra guerra, luchando junto a los Dioses!”

 

      –¿La Gregorstrasse? –repitió Meyer, en tono de interrogante–. Pero eso queda en el Gipfelstadt[67]: hay que atravesar la Puerta de Brandenburgo y cruzar el Thiergarten[68]. Mira Kurt, desde hace unos días los rusos están tratando de ocupar el Thiergarten pero no han logrado romper nuestras baterías antitanque. Por lo tanto, ellos también han montado sus propias baterías. Conclusión: nadie puede pasar porque se ha formado un infierno de fuego cruzado. Pero no te ilusiones: tampoco podrías llegar a pie porque hemos minado to-dos los campos y caminos del Zoológico.

      Lo miré desolado y esto le arrancó otra de sus habituales carcajadas.

      –Calma, Kurt, calma, que no está todo perdido. Si bien los panzer no pueden pasar, eso no significa que nada pueda pasar. ¿Has oído hablar de los Kamikaze? –preguntó, siempre bromeando.

      –Sí: son los pilotos suicidas japoneses.

      –¡Pues bien, mi querido Camarada! ¡Si tú te atreves a ser un motociclista kamikaze, es posible que te hagamos cruzar al Gipfelstadt!

      Comenzaba a comprender.

      –El plan es elemental; sólo se necesita el kamikaze para llevarlo a cabo –dijo son-riendo.

      Yo asentí, dándole a entender que haría el papel de piloto suicida.

      –Pues entonces no hay nada más que hablar. Tomas una moto escolta, que ahora son completamente inútiles, y te lanzas por la gran avenida, cruzas la Puerta de Branden-burgo, y te internas en el Thiergarten; con suerte, en diez minutos estarás en la Gregorstrasse. Eso sí, debes tomar el Thiergarten a gran velocidad, más de cien km. por hora, para que los rusos no puedan afinar la puntería. Mientras tanto, nosotros los entretendremos con fuego a discreción  ¿Estás de acuerdo?

      –Absolutamente de acuerdo. El plan es en verdad suicida, pero el único que me da alguna posibilidad, –acepté.

      –Has hecho bien en conservar ese traje ruso: es de oficial. Puede serte útil más adelante, puesto que hacia donde vas no hay alemanes sino rusos. Y tú hablas la lengua de los infrahumanos ¿no?

      Asentí con un gesto. Ya no tenía ganas de hablar, ni de bromear; sólo ansiaba partir a la aventura suicida. Comprendía que me jugaba el todo por el todo y sólo deseaba partir.

      Otto Meyer lo entendió así pero no cesó de hacer chistes hasta el fin.

      –Adiós Camarada –se despidió sonriendo–, la próxima vez que nos veamos me llevarás a pasear en sidecar. Ja, ja, ja.

      –Y tú en un panzer de carrusel. Ja, ja, ja.

      Al final reímos ambos, y nos despedimos también para siempre.

 

 

 

 

Capítulo XLII

 

 

 

Crucé la avenida principal del Thiergarten acostado sobre un bólido que corría a más de cien kilómetros por hora, esquivando con reflejos instantáneos miles de baches de lo que parecía un paisaje lunar. Las baterías alemanas, alertadas por Otto Meyer, abrieron el fuego simulando tratar de acertarme, cosa que desconcertó a los rusos y los llevó a concentrar el fuego contra ellas, permitiéndome alejarme.

      Diez minutos después entraba en el Gipfelstadt y circulaba a regular velocidad por la Gregorstrasse. Me detuve frente al 239, me levanté las antiparras, y observé a ambos lados de la calle: ni un alma. Pero lo más curioso era que, contrariamente a las demás manzanas, que habían padecido el demoledor ataque de los bombardeos, la que contenía la casa de Konrad Tarstein se hallaba intacta, como si la guerra no hubiese pasado por allí.

      Nuevamente, como un Rito mil veces repetido, golpeé, la mohosa argolla que giraba en el puño de bronce.

      –¿Sí? –la chillona voz de Tarstein se dejó oír a través de alguna rendija de la antigua puerta.

      –Soy Kurt Von Sübermann; es decir, Lupus, soy Lupus, Camarada Unicornis.

      Se abrió la puerta y Tarstein, en el colmo de la serenidad, repitió una vez más.

      –Pase, lo estaba esperando. Son las 16 hs. Llega justo para una taza de té ¿si es que no le afecta adelantar una hora el horario inglés? –indagó con ironía.

      –No, no. Un té estará bien. Ud. no sabe lo que he tenido que pasar para llegar aquí: literalmente, atravesé un desfiladero de munición pesada. En esos instantes no sabía si iba a llegar aquí; y no sabía tampoco qué iba a encontrar aquí. Se imaginará mi sorpresa al comprobar que no se ha apartado Ud. de sus costumbres habituales.

      –Mi estimado Lupus, no es bueno para la salud que un viejo como Yo esté cambian-do a esta altura su modo de vida –explicó con renovada ironía–. Venga, vamos a la cocina y tomemos ese té, y olvídese por un largo rato de lo que ocurre afuera. Deje todo sobre ese sofá, menos la alforja que contiene la Piedra de Gengis Khan. Porque para eso ha venido ¿no? Ha arriesgado una y mil veces la vida para cumplir con la Orden Negra: es Ud. admirable Kurt Von Sübermann, un Caballero digno del Führer, un Iniciado digno de los Dioses.

      Como tantas veces antes, entré en la moderna cocina y me senté ante una mesita cubierta con fino mantel de hilo blanco. Tarstein preparó la infusión en una tetera de porcelana de Shanghai y llenó las tazas con té de la misma procedencia. Mientras lo saboreaba, ya más tranquilo, observé a Tarstein examinar la Piedra de Gengis Khan. Parecía conmovido, cosa insólita en él. Al fin preguntó:

      –¿Sabe qué es esto? La prueba de que la Humanidad cuenta con una oportunidad, el testimonio concreto de que los Dioses del Espíritu se avinieron a tratar con los Grandes Iniciados que intentaban hacer realidad el Imperio Universal. Si ellos hubiesen triunfado en el siglo XIII, la Historia de la Humanidad sería muy distinta y el Enemigo no habría tenido posibilidad de constituir la Sinarquía Universal en el siglo XIV: por ejemplo, no habría sido necesario que Felipe el Hermoso disolviese a los Templarios entre 1307 y 1314 pues Federico II los tendría que haber liquidado, de buen gusto, en 1227. ¿Y sabe por qué ello no se realizó? Pues, porque esta Piedra que Ud. ha traído se extravió durante siete años claves, de 1221 a 1228. En verdad no se extravió sino que la extraviaron, a propósito del fracaso de los planes imperiales. !Ay, Lupus: si esta Piedra hubiese llegado a tiempo a manos del Emperador Federico II, quizás mi propia familia, la Casa de Tharsis, no habría sido exterminada en 1268!

      Yo, naturalmente neffe, entendía muy poco de todo esto. Recién ahora, luego de leer la Carta de Belicena Villca, las palabras de Tarstein adquieren su verdadero y dramático significado. En aquel momento, Konrad Tarstein debió notar el desconcierto en mi rostro pues procuró aclarar con otras palabras el sentido de aquella increíble Reliquia.

      –¿Recuerda la historia del Emperador Federico II Hohenstaufen? –preguntó enérgicamente.

      –Sí. Es decir: recuerdo algunos hechos salientes –respondí vacilante.

      –Pues bien. Este hecho es muy saliente. ¿Recuerda lo que sucedió con su voto de Cruzado?

      –¡Oh, sí! –afirmé, complacido de no ser totalmente ignorante–. Creo que Federico II fue coronado en Aquisgran, en 1214, y allí hizo el voto fatal a Inocencio III de emprender una Cruzada a Tierra Santa; por diversos motivos, no cumplió esta promesa hasta 1228, lo que le costó innumerables complicaciones con los Papas, que derivaron en excomuniones y guerras.

      –Las fechas son correctas, Lupus. Lo que Ud. no conoce con exactitud, porque ha permanecido en secreto hasta ahora y sólo era del dominio de ciertas Sociedades Secretas, es el verdadero motivo por el cual Federico II retrasaba su viaje a Palestina. Y ese motivo es éste: la Piedra de Gengis Khan. Federico II esperaba desde 1221 la llegada de un Iniciado mongol que sería portador de un pacto escrito entre el Emperador de Oriente y el Emperador de Occidente: tal Iniciado no llegó nunca a Sicilia y la razón fue que lo asesinaron en la Siria franca por orden de los Druidas católicos. Cuando Federico II se decidió al fin a viajar a Medio Oriente, lo hizo con el propósito de rescatar la Piedra de Gengis Khan, que estaba en poder del Señor de Beirut. Pero ya era tarde para con-sumar el pacto metafísico, para someter el Orden del Mundo al Imperio Universal: Gengis Khan había muerto en 1227 y sus sucesores, que no eran Iniciados, cayeron rápidamente en manos de los Sacerdotes de la Fraternidad Blanca.

      Vale la pena conocer la historia con todos sus detalles, porque ahora, 700 años después, ha vuelto a presentarse la posibilidad de erigir el Imperio Universal. Y como entonces, la verdadera lucha se da en el plano de los Grandes Iniciados y de las Altas Doctrinas: el Imperio Universal contra la Sinarquía Universal; la Sabiduría Hiperbórea contra la Cultura judaica; el pacto del Führer con los Dioses Leales de Agartha contra el pacto de un puñado de hombrecillos, Churchill, Roosvelt, Stalin, De Gaulle, etc., con los Dioses Traidores de Chang Shambalá. Las enormes matanzas de las masas combatientes impresionan pero carecen de importancia, siempre carecen de importancia, frente a la confrontación de los Iniciados y los Dioses. Esta Piedra, que Ud. ha hallado en el Castillo de Federico II, era el pacto de los Emperadores con los Dioses de Agartha que iba a posibilitar la realización del Imperio Universal en el siglo XIII. Federico II la hizo ocultar por Iniciados Hiperbóreos, expertos en la Construcción Lítica, con la consigna de que sólo fuese encontrada por el futuro Emperador Universal. Esta Piedra, como Ud. comprenderá, pertenece al Führer.

      –Entonces debí entregársela a él personalmente, cuando pasé por el bunker hace unas horas –reflexioné tontamente.

      –¡No, Lupus! Esta Piedra será entregada al Führer en el Oasis Antártico donde ahora se encuentra. El Führer del bunker es posible que a estas horas haya muerto.

      –No comprendo –confesé, aún sabiendo que mis palabras irritarían a Konrad Tarstein.

      –¡Pues debería comprender! –reclamó con previsible enojo– ¡Al fin y al cabo Ud. también es un Tulku ! Los Tulkus, mi estimado Lupus, poseen varios cuerpos. Y nadie sabe ni cuántos ni dónde. Como le dijeron con acierto en el Tíbet, en el Tercer Reich se ha dado el extraño fenómeno de que existen muchos “Dioses reencarnados”; muchos Tulkus, Kurt Von Sübermann. El Führer es un Tulku y no tiene nada de extraño que él muera en Berlín y, simultáneamente, viva en la Antártida. A ese Führer, poderoso y fuerte como él era a los veinticinco o treinta años, le haremos llegar la Piedra del Pacto de Sangre con Agartha.

      Fue más fuerte que Yo y tuve que inquirir:

      –Pero ¿el Führer era consciente de que disponía de esa extraordinaria facultad?

      –Ud. “Shivatulku” ¿sabe dónde están ocurriendo sus otras, necesarias, existencias?

      –De cierto que no.

      –Pues allí está la respuesta que busca. Si Ud., tan luego Ud., es incapaz de responder ¿cómo quiere que conozca Yo el proceso de un Tulku?

      Sin embargo le daré una idea –concedió–. Es así como Yo imagino el proceso de los Tulkus: un caso especial de metamorfosis. Establezcamos una relación de analogía entre los Tulkus y los insectos lepidópteros, y supongamos que toda la vida de un ejemplar Tulku, tal como el Führer, Ud., o Rudolph Hess, es análoga a una mariposa lepidóptera . Supongamos también que existe un conjunto de larvas gemelas que, por una ley particular de los Tulkus, permanecen en estado de vida latente mientras la mariposa desarrolla su vida activa. Y, por último, supongamos que las especia-les leyes de los Tulkus determinan que al morir la mariposa, automáticamente una de las larvas retoma el proceso de metamorfosis y se transforma en crisálida, generando una nueva vida activa y una nueva realidad. Claro, porque la vida larval es vida latente, y la vida activa, de las mariposas y los Tulkus, es vida real: la realidad de la vida le corresponde pues, a las mariposas-Tulkus; las larvas-Tulkus viven en un plano de existencia no real, pero sí posible: tal existencia no es del mismo grado que la que demuestran las mariposas-Tulkus. Sólo si muere una mariposa-Tulku, o si actúa una ley de los Tulkus que exija la existencia de dos o más mariposas-Tulkus, una larva-Tulku se transformará en real. Pero, mi estimado Lupus, ¿quién conoce las leyes de los Tulkus? ¿quién sabe cuantos hombres-Tulkus pueden existir en estado larval? Un hombre común puede tomar una sola decisión para realizar en un tiempo y espacio determinado: si las alternativas son dos debe decir sin dudas “voy a hacer esto” o “voy a hacer lo otro”. El Tulku, por el contrario, puede optar por realizar ambas posibilidades, aunque para ello necesite, lógicamente, disponer de dos realidades simultáneas. El Tulku puede, por ejemplo, decir “voy a quedarme en Berlin, y voy a morir allí si el Tercer Reich pierde la guerra” y decir también “voy a retirarme a los Oasis Antárticos, junto con la Elite de ­la SS., para preparar la Batalla Final contra la Sinarquía Universal”,  y cumplir ambos enunciados. Para una persona común sería imposible realizar las dos sentencias, pero para un Führertulku ello es perfectamente posible.

      Naturalmente, Lupus, que las dos o tres realidades del Tulku sólo habrán de coincidir en el Tulku mismo, en el contexto que le confiere significado y que él significa. Fuera del Tulku, las realidades de los Tulkus vivientes pueden no coincidir, el Tiempo contraerse o expandirse, las cosas dislocarse, la Historia contradecirse. Lo que esté en la realidad de un Tulku viviente, es decir, de un Tulku real, ejemplar, de una mariposa-Tulku, más allá de lo Tulku, puede no estar en la realidad de otro Tulku real pero distinto del primero; o, inversamente, puede estar sobradamente en su contexto. Le aclaro esto para advertirle que, desde ahora, los partidarios de la Sabiduría Hiperbórea deberán definir a cual realidad se refieren: si a la realidad del Führer muerto en la Cancillería-bunker de Berlín o a la realidad del Führer vivo, siempre joven en su Refugio Mágico, donde aguarda los tiempos históricos de la Batalla Final . Y le anticipo desde ya que los que elijan vivir en la primera realidad, ­serán considerados traidores, por más que se proclamen “nacionalsocialistas” o “nazis”.

      Con los ojos brillantes, Konrad Tarstein se detuvo un ­segundo para servirse más té.

      –¿Rudolph Hess... ?

      –Sí, Rudolph Hess también es un Tulku y por eso ahora se encuentra junto al Führer, en el Refugio Secreto: está tal cual Ud. lo conoce; no ha cambiado nada. Y porque es un Tulku, puede estar con el Führer y, además, estar prisionero de los ingleses .

      Pero dejemos a los Tulkus por el momento y regresemos a la Piedra de Gengis Khan. Le decía antes que vale la pena conocer la historia con detalles. Ud. la ha encontrado y merece mejor que nadie conocer esa historia, aunque ésta no sea la mejor ocasión para relatarla. De cualquier manera se la resumiré; preste atención:

      En Mongolia, en el desierto de Gobi, existe un lugar que la Sabiduría Hiperbórea denomina “La Puerta Tar”, que comunica directamente con el Reino de Agartha. En la Epoca de Gengis Khan y Federico II, los Siddhas Leales habían aprobado un plan de los Iniciados Hiperbóreos, conocido como Estrategia Tyr, destinado a fundar el Imperio Universal en la Tierra: el Elegido en Oriente para ello era el Principe Temujin, quien recibiera de joven la Iniciación Hiperbórea por parte de unos Siddhas procedentes de la Puerta Tar. Recuerde que el Padre de Temujin, Yesügei, había muerto envenenado por los tártaros cuando el joven Príncipe sólo contaba 9 años y que, desde entonces hasta su adultez, vivió miserablemente junto a su madre y hermanos en las desiertas tierras del Alto Onon. Como todos los Grandes Elegidos de la Historia, es durante ese período que los Siddhas lo instruyen e Inician.

      Según la tradición local los Grandes Antepasados de los Mongoles fueron el Lobo gris y la Corza leonada, lo que significa que sus Antepasados no fueron humanos, o lo que es lo mismo, que fueron Dioses. En la caverna sagrada de Erkene Qon, el Lobo gris desposó a la Corza, que procedía de las inmediaciones del lago Baikal. Posteriormente, la pareja original se mudó a la montaña sagrada Burgan Qaldun, la actual Kentei, antigua morada de KSi sus grandes ök Kev, Dios del Infinito.

      Antepasados fueron Dioses, sus parientes cercanos no habían sido menos poderosos: su abuelo fue Kabul Khan[69], el primer organizador de las tribus mongólicas y conquistador militar; y su padre, Yesügei, había tomado el apodo de Ba´atur, es decir, “el Valiente”. Su madre Hö'elün lo trajo al mundo en “el año del cerdo” de 1167, vale decir que llevaba 27 años a Federico II, nacido en 1194.

      Su Pureza de Sangre era tan elevada que se hizo acreedor a una representación del Signo del Origen, la más alta distinción Hiperbórea del siglo XIII después del Gral, que fue confiado a los Cátaros occitanos. Por eso cuando una Dieta de Jefes y Reyes mongoles se reunió en 1206 en Karakorum, y lo eligió “Khan”, Temujin exhibió con orgullo el signo que le había dado el triunfo sobre sus enemigos y le permitió concretar la unidad de su Raza: ese signo, que ostentaba en su anillo y estandarte, no era otro que la swástika levógira, el mismo que setecientos años más tarde sería lucido en las gestas más gloriosas por otro pueblo hiperbóreo, pero esta vez de Raza Blanca.

      A Gengis Khan le fue encomendada una misión histórica que él supo cumplir en todos sus aspectos, de modo que no es posible reprocharle nada por el fracaso de la Estrategia Tyr. Por el contrario, este fracaso se debe casi exclusivamente a la excelente contra-ofensiva desatada en Occidente por las fuerzas enemigas, que operaban infiltradas en la Iglesia Católica. Esa misión histórica consistía en fundar un Gran Reino Mongol en el Este, que abarcase completamente el Norte y Centro de Asia, simultáneamente con el surgimiento de un Gran Reino blanco en el Oeste.

      Cuando la fundación de estos Reinos estuviese consumada, entonces llegaría el momento de sellar con un pacto la creación de un Imperio Universal en el cual los Mongoles estarían subordinados a un auténtico Rey del Mundo Blanco y donde las masas amarillas se reservarían el derecho de avanzar hacia el Oeste y las Elites blancas, menos numerosas pero más capacitadas culturalmente, marcharían hacia el Este. Allí, en Mongolia, la Corona de la Tierra, florecería una civilización hiperbórea nunca vista desde los días de la Atlántida. Estos eran, en pocas palabras, los objetivos propuestos por la Estrategia Tyr.

      Le mostraré ahora, Lupus, cómo Gengis Khan cumple su parte en la Estrategia Tyr. En 1206 une a todas la tribus de mongoles e inicia la conquista de China y, en 1215, con la toma de Pekín, alcanza el límite oriental del Asia. A partir de entonces, sólo falta tomar contacto con el “Rey del Oeste”. Pero ¿quién es este Rey? ¿cómo reconocerlo si, hacia el Oeste, lejos de existir la unidad se advierte una confusa organización feudal? Le recuerdo, Lupus, que según la Sabiduría Hiperbórea los efectos del Kâly Yuga no son de la misma intensidad en todos los puntos geográficos; por el contrario, existe una Ruta del Kâly Yuga que recorre en espiral la superficie esférica de la Tierra y sobre la cual el Kâly Yuga es “más intenso” o más actual. Dicha zona es orientable y, en la región que estamos considerando, orientable “de Este a Oeste”, es decir, que los efectos del Kâly Yuga son más intensos hacia el Oeste que hacia el Este: yendo hacia el Este aumenta la “espiritualidad” y yendo hacia el Oeste aumenta el “materialismo” propio del Kâly Yuga . Atendiendo a estos principios es que a la Puerta Tar, en el desierto de Gobi, se la denomina además “Centro de menor intensidad del Kâly Yuga”.

      Para situarse en el dilema de Gengis Khan hay que considerar que el “Rey del Oeste” debería ser “Grande” por el poder del Espíritu, como también lo era Temujin, y reflexionar sobre las dificultades que supone mirar desde el Este del Asia hacia el Oeste de Occidente. Gengis Khan, “hacia el Oeste”, sólo “veía” tinieblas espirituales... y Reinos. Muchos Reinos, pero ningún “Gran Reino”. El ­Reino de los persas, que pronto caería, el Reino de los griegos bizantinos, que a duras penas resistía el asedio árabe y turco: un Reino muy pequeño y débil, con Reyes sin Iniciativa que gustaban hacerse llamar “Emperadores”. Los Reinos eslavos de los rusos y polacos, no podían ni soñar con ponerse a la cabeza de los pueblos del Oeste y, por el contrario, serían presa fácil de la Horda de Oro. Por idéntico motivo cabía descartar a Armenia, Georgia, Bulgaria, Hungría, etc.

      Quedaban los Reinos germánicos de Europa, sin dudas los más fuertes, pero en ellos, de acuerdo a la visión de Gengis Khan, las tinieblas eran absolutas. Si allí estaba el Gran Rey sería preciso distinguirlo por sus cualidades exteriores y para eso debería contar con la información adecuada. Con ese propósito hizo conducir a su presencia a muchos viajeros, comerciantes o religiosos, a quienes interrogó duramente, con escasos resultados. Pero de sus relatos pudo saber que existían verdaderamente dos grandes Reinos cristianos, uno franco y otro romano-germano. El Reino franco era justamente el que, desde hacía un siglo, llevaba adelante esa absurda guerra contra los árabes, durante la cual habían ocupado Siria y Palestina.

      Gengis Khan pensó entonces que debería dirigirse al Rey franco y al Rey alemán pero quedaba aún una duda por despejar: ambos Reyes se decían “cristianos” y siervos de un Gran Sacerdote llamado “Papa” ¿no sería este Papa el verdadero Rey del Mundo? Para formarse una opinión sobre el cristianismo y el Papa mandó a buscar Sacerdotes nestorianos de Armenia y algunos ortodoxos griegos que estaban como esclavos en Pekín; por ellos conoció la historia de Jesús Cristo y supo que el Papa no era un guerrero sino un pastor, que no mataba sino que mandaba a matar, y que no cabalgaba junto a su pueblo durante las guerras sino que permanecía toda su vida en seguros y lejanos conventos. Y con una mueca de disgusto Gengis Khan descartó al Papa como una digna autoridad espiritual con la cual él pudiese tratar.

 

      Antes de 1220 Gengis Khan ya sabía que de los dos Reyes, el franco y el alemán, convenía a sus planes dirigirse a el último de ellos. Tal convicción la obtuvo al evaluar la información religiosa que le brindara uno de sus múltiples confidentes esotéricos. Pero vale hacer aquí una aclaración: mientras duró la vida de Gengis Khan tres fueron las religiones que le rodearon y a las que prestó especial atención: el cristianismo nestoriano, el maniqueísmo persa, y fundamentalmente, el taoísmo[70]. A la religión de Confucio la rechazó por reaccionaria y en el Budismo reconoció enseguida a un sistema basado en la Kâlachakra de Chang Shambalá, contra el cual le advirtieran tempranamente sus instructores hiperbóreos.

      Fue un sacerdote maniqueo quien le informó un Día que “más allá del Reino de los francos, en feudos del Rey de Aragón, que es a su vez vasallo del Rey alemán, hay una poderosa comunidad maniquea a quienes los Angeles han entregado en custodia un Vaso de Piedra que no es de este Mundo”. Esta noticia impresionó a Gengis Khan, así como el saber que las tropas del Rey de los francos, con la bendición del Papa, se estaban dedicando a exterminar a aquellos maniqueos del Oeste llamados “Cátaros”, es decir, “puros”. Toda una “ruta maniquea” permitía que tales novedades llegasen hasta el Asia: desde Languedoc a Italia, a las comunidades cátaras y bogomilas de Milán; de allí a Bulgaria, centro del maniqueísmo bogomil; y, de los Balcanes, misioneros bogomilos y paulicianos llevaban las noticias hasta Armenia e Irán.

      Los Cátaros sostenían que el mundo material había sido creado por Jehová Satanás con la ayuda de una corte de Demonios; creían en un verdadero Dios que era Incognoscible desde el estado de impureza espiritual que suponía la encarnación; asimismo creían en Cristo Luz, a quien llamaban Lucibel, y en el Paráklito o Espíritu Santo, un agente absolutamente trascendente a la esfera material. Consecuentemente con estas creencias rechazaban el Antiguo Testamento de la Biblia por considerar que en él se narraba la historia de la creación del mundo por Jehová-Satanás, un Demiurgo maligno, y en el que no se mencionaba para nada el verdadero Dios; del Nuevo testamento sólo aceptaban el Evangelio de Juan y el Apocalipsis. Sobre la Iglesia de Roma opinaban que era “la Sinagoga de Satanás”, un refugio para los Demonios y sus siervos en la que no brillaba ni un rayo de luz espiritual.

      Naturalmente, si los creyentes en una doctrina tan clara eran condenados a muerte por el Papa, y reprimidos hasta el aniquilamiento por las tropas del Rey franco, no cabían dudas que estos últimos eran, a su vez, partidarios del Demiurgo Jehová Satanás. Pero las cosas no se “veían” tan claras desde Mongolia; en efecto: resultaba sospechoso que el Rey franco Felipe Augusto no participase personalmente de la matanza cátara y, lo que era aún más llamativo, que toda Francia hubiese sido puesta en entredicho entre 1200 y 1213, por Inocencio III debido al concubinato que el Rey mantenía con una amante. ¿Cuál de los Reyes, el alemán o el franco, era, al fin, el aliado que mencionaban los Siddhas?

      Viendo el Oeste oscurecido por las tinieblas del Kâly Yuga Gengis Khan decidió enviar tres mensajeros embajadores, a Inocencio III, a Felipe Augusto, y a Federico II, con la misión de iniciar relaciones diplomáticas y a quienes instruyó para que realizasen discretos sondeos ­destinados a concretar una alianza entre el Este y el Oeste. Hizo ésto para ganar tiempo, en tanto otros enviados suyos viajaban hasta el “centro de menor intensidad” a buscar las ansiadas respuestas.

      Hacia 1220, Gengis Khan ya sabía que el trato debía celebrarse con el Rey alemán. Pero un pacto semejante, que no sería político sino espiritual y que se celebraría en varios mundos a la vez, requería de mayores certezas que la mera convicción humana: en 1221 el sabio taoísta Chiu Chuchi regresó, luego de dos años, de la expedición al “centro de menor intensidad”. En el campamento mongol, a orillas del río Oro, el sabio relató a Gengis Khan su increíble aventura: había sido autorizado por los Siddhas a visitar el Reino de Agartha; guiado por unos misteriosos Iniciados mongoles se internaron cientos de kilómetros en el desierto de Gobi hasta llegar a un sitio completamente desolado y yermo adonde no parecía posible que existiese ningún vestigio de vida vegetal o animal;  en tal sitio, aparentemente en medio del desierto, los monjes decidieron acampar y, aunque parecía un suicidio, el sabio chino no osó contradecirlos; permanecieron allí varios días, perdió la cuenta del total, hasta que una noche en que se hallaba profundamente dormido, tratando de reponer las fuerzas que durante el día el ardiente sol le arrebataba sin piedad, fue despertado bruscamente; sin salir de su asombro fue invitado por los monjes, a quienes acompañaban unos terribles guerreros surgidos no imaginaba de dónde, a internarse con ellos en el desierto en una dirección determinada; pero no anduvieron mucho pues muy cerca del campamento, en un lugar que en esos días había observado muchas veces y en el que no podía haber nada más que arena, se distinguía claramente un brillo blancuzco que brotaba del suelo; era una noche despejada, con una luna que derramaba torrentes de luz plateada sobre la sinuosa superficie del desierto; sin embargo, y esto lo repitió muchas veces el sabio de Shantung, al llegar a pocos pasos de distancia la luz que brotaba del suelo era cien veces más intensa que la luna, a tal punto que su cegador resplandor impedía distinguir qué o quién la producía; tambaleando se detuvo junto a la fuente de luz y sólo unos segundos después, cuando sus ojos se hubieron acostumbrado, pudo comprobar que un perfecto contorno rectangular se recortaba contra el piso, donde una pesada loza de piedra había sido corrida; la luz provenía de aquella abertura que conducía directamente a una escalera descendente cuyos escalones se perdían rápidamente de vista en las profundidades de la Tierra.

      A pesar de lo fantástico de la historia Gengis Khan la aceptó sin dudar porque el sabio Chiu Chuchi merecía su total confianza y, principalmente, porque su misión había tenido éxito : traía consigo un mensaje de los Siddhas y le acompañaba, para interpretar tal mensaje ante el Khan de los mongoles, un habitante de Agartha. Según Chiu Chuchi, luego de descender a profundidades increíbles por aquella trampa del desierto, arribaron a un túnel horizontal perfectamente iluminado, y allí subieron a “un carro que viajaba velozmente sin ruedas ni caballos”, el cual los condujo en pocos minutos a la “Ciudad de Wo-Tang, El Señor de la Guerra”, en donde “a pesar de estar bajo tierra es posible ver el cielo y las estrellas”. En Agartha “el Señor de la Guerra en persona” recibió a Chiu Chuchi a quien, dijo, “estaba esperando para entregarle la fórmula mágica que da poder sobre los pueblos”. Dicha fórmula, explicó Wo-Tang, ya era conocida por Gengis Khan desde los días de su Iniciación Hiperbórea . La novedad consistía ahora en que la fórmula “había sido dotada de una luz nueva, más intensa, con el fin de que pudiese ser leída aún en medio de las ti-nieblas más impenetrables”.

      En sintesis: Wo-Tang entregó a Chiu Chuchi una Piedra color verde, semejante al jade, en la que estaban talladas dos columnas paralelas de trece signos pues, explicó Wo-Tang, tanto la lengua Vigur, que hablaba Gengis Khan, como el idioma del Gran Rey del Oeste a quien estaba destinada la Piedra, provenían de una antigua lengua sagrada llama-da “H”, es decir, eta . La piedra, consistía en el único “pactio verborum”[71] ya que mediante la sola lectura por cada uno de los Reyes, el Mongol y el del Oeste, de la fórmula escrita, quedaría sellado un pacto metafísico que involucraba no el cuerpo ni los bienes materiales sino el Espíritu de los Pueblos y que comprometía en la contienda al Señor de la Guerra y a su ejército de Angeles. Un pacto tal era con seguridad mil veces más poderoso y duradero que las débiles y dudosas alianzas de los hombres. Para custodiar la Piedra y asegurarse que la fórmula sería pronunciada con el Ritual adecuado, uno de aquellos extraños habitantes de Agartha, de rasgos mongólicos pero de piel rojiza, acompañaría a Chiu Chuchi hasta el campamento de Gengis Khan.

 

      En 1221, cuando Gengis Khan pronunció las trece palabras en el orden y momento debidos, su parte en la Estrategia Tyr quedó definitivamente completada; a partir de allí todo dependería de las Razas blancas del Oeste: si eran lo suficientemente puras no dudarían en seguir a un Emperador Universal de su linaje una vez que éste hubiese pronunciado las trece palabras, que también eran trece Runas. Desde un año atrás, en la época en que Chiu Chuchi regresara del desierto de Gobi, unos mensajeros del Khan habían partido hacia la lejana Sicilia para adelantar al Emperador alemán la futura llegada de un Iniciado, quien portaría un mensaje “de otro Mundo”. Y durante los siguientes años, entre 1222 y 1228, aquel enviado sería vanamente esperado en Occidente, cuestión que retrasó en más de una oportunidad la Cruzada que el Emperador alemán debía emprender a Tierra Santa y que motivó finalmente, su excomunión.

 

      ¿Qué había ocurrido con el mensajero y la Piedra? Durante cuatro años Federico II esperó infructuosamente su llegada pero al “tártaro” se lo había tragado la tierra. Los excelentes clarividentes bereberes que el Emperador mantenía en su corte de Palermo le anunciaron muchas veces que el enviado del Khan “había sido detenido en Tierra Santa”, pero Federico II se negaba a dar crédito a semejantes augurios, atribuyéndolos mas bien a la antipatía que los francos despertaban en los sarracenos. Sin embargo, aprovechó su reciente viudez y en 1225 desposó a Isabel de Brienne, la hija de Juan de Brienne, Rey franco de Jerusalén. Isabel aportaba como dote el Reino de Jerusalén, pero a Federico II no le interesaba tanto esa corona como saber adónde estaba la Piedra de Gengis Khan. A través de su esposa pudo averiguarlo: sus tíos, Juan y Felipe de Ibelin, alentados por el le-gado papal, se habían apoderado del Mensajero y su Mensaje. Mas ya era tarde para la Estrategia Tyr: Federico II conoció la verdad recién en 1227, el año de la muerte de Gengis Khan, y luego de amenazar a Isabel con repudiarla.

      Dispuesto a hallar la Piedra partió hacia Tierra Santa no sin antes ser excomulgado por el Papa Gregorio IX. En ese mismo año murió de parto la infortunada Reina Isabel, dando a luz al futuro Rey Conrado IV, padre luego del desgraciado Conradino. Enterado que Juan de Ibelín se hallaba en Chipre, tomó esta isla por asalto con 800 Caballeros Teutónicos y se apoderó de sus hijos, Bailán y Balduino de Ibelín. Llegado hasta el campamento del Emperador para parlamentar, Federico II le solicitó la devolución de la Piedra y del Mensajero de Gengis Khan, a lo que respondió Juan de Ibelín que el mongol había muerto hacía años y que la Piedra la tenía en su castillo de Beirut, en la Palestina Franca. Ante esto, hizo Federico colocar a los jóvenes Príncipes en el potro de tormentos y amenazó con el suplicio si no le era restituida la Piedra en un plazo mínimo, a lo que accedió sin condiciones el Señor de Beirut.

      Una vez obtenida la Piedra, pudo conocer la raíz del complot. Este había tenido su origen en la Orden del Temple: el Gran Maestre le había asegurado al Papa, y a muchos piadosos Caballeros francos, que Federico II planeaba una alianza con los mongoles para someter el Mundo a su voluntad; el siguiente paso sería la destrucción de la Iglesia Católica. Esta información, aunque no totalmente falsa, sí era maliciosa y malintencionada, y consiguió el efecto buscado de impedir que dicho pacto se concretase. Pero el complot se había desarrollado seis años antes y ya no tenía arreglo, luego de la muerte de Gengis Khan.

      Así pues, vencido en lo que constituía el objetivo espiritual de su vida, desembarcó Federico II en Tierra Santa dispuesto a tomar venganza en cuanto le fuera posible. Paradójicamente, aquel Emperador de los Reyes cristianos afrontaba una sublevación general de los Señores francos, fomentada por las Ordenes Templaria y del Hospital, y en cambio gozaba de la alta estima de los árabes. Durante años, en efecto, Federico II mantuvo correspondencia con el Sultán de Egipto, Malik-al-Kamil, quien lo consideraba “el más grande Príncipe de la Cristiandad” y “un Santo”. En esa ocasión no vaciló en cederle las tres ciudades santas, Jerusalén, Belén y Nazareth, que estaban en su poder; en 1229 se firmó el tratado de Jaffa que confirmaba tal cesión, siempre y cuando la custodia estuviese a cargo de los Caballeros Teutónicos.

      Pero Federico II no se contentó con humillar de este modo a los francos: deseaba que toda la Siria pasase a poder de los Caballeros Teutónicos y empleó cuanto recurso tuvo a mano para lograrlo, entre ellos la promesa hecha a los Sultanes de compartir con los mahometanos los lugares santos; de hecho, permitió que en Jerusalén continuaran abiertas las mezquitas, lo mismo que en las demás ciudades que recuperó. En Jerusalén protagonizó el hecho más irritante al tomar la Corona de Rey, que se hallaba sobre el Santo Sepulcro, y coronarse por Sí-Mismo, colocándosela en la cabeza ante la presencia del Gran Maestre de la Orden Teutónica Hermann Von Salza y cientos de Caballeros alemanes y sicilianos.

      No conforme con esto, se dirigió a San Juan de Acre, Bastión de los Templarios, y la ocupó con sus tropas. En el palacio del Rey, del que se apoderó por ser soberano de Jerusalén, dio una gran fiesta a la que invitó a numerosos jefes del Ejército sarraceno, durante la cual exhibió decenas de prostitutas cristianas rescatadas de lupanares pertenecientes a los Templarios. Esta iniciativa puso al descubierto la hipocresía de los Caballeros francos, que por un lado proclamaban la castidad, y hasta practicaban la sodomía, y por otro exponían a esas mujeres bautizadas a toda suerte de tentaciones y pecados. Tan cruda realidad impresionó aún a los no demasiado virtuosos sarracenos, y el prestigio de los Templarios cayó más abajo que nunca.

      Desde luego, que el Emperador buscaba con tales denuncias que los Templarios perdiesen la paciencia y le ofreciesen una excusa para librarles batalla. Y su táctica dio resultados porque éstos intentaron asesinarle y aquél respondió atacando la Casa del Temple y el Castillo “Chatel-Pélerin”. Y si no acabaron todos exterminados por las iras de Federico II, que previsiblemente no tardaría en llamar en su ayuda a los árabes, fue porque recibió la puñalada por la espalda de saber que su suegro Juan de Brienne estaba invadiendo Sicilia por mandato del Papa Gregorio IX y que su hijo Enrique II, Rey de Alemania, lo traicionaba apoyando a los güelfos. Aquellas malas noticias lo obligaron a regresar a Sicilia donde, con tropas muy superiores, venció al Papa y lo obligó a que le levantara la excomunión, marchando luego a Alemania donde depuso a Enrique y lo reemplazó por el niño Conrado IV.

      En los años siguientes hizo construir el Castillo del Rey del Mundo por los Iniciados Hiperbóreos y soterró la Piedra que Ud. ha localizado ahora Lupus.

      Pero tenga presente que Federico II fue también un Tulku, cosa que todos aceptaban en su tiempo puesto que el pueblo jamás se resignó a su muerte y aguardó “su regreso” durante siglos. ¿Y dónde suponían los gibelinos que había viajado el Emperador? Pues nada menos que al Reino del Preste Juan, vale decir, al Reino de Gengis Khan, el Gran Emperador de Catay, K'Taagar o Agartha: el mítico Reino de Catigara, al que se situaba “en China”.

      En la Epoca de Federico II, el Gran Khan era también el Gran “Can”, es decir, el Señor del Perro, el Guardián de la Piedra del Cielo, el Rey del Imperio Universal “del Este”, tal como le mencionara Yo hace varios años, con motivo del vuelo de Rudolph Hess a Inglaterra. Cuando Federico II “partió”, después de 1250, y especialmente durante el Interregno, cientos de trovadores y juglares cantaban coplas en las que se narraba el viaje del Emperador al Reino del Preste Juan, y se vertían lágrimas y lamentos porque ambos Reyes no se hubiesen al fin “encontrado”, hecho que traería aparejado el Nuevo Orden del Imperio Universal: “no obstante, se aseguraba en las trovas, algún día Federico II, portando su Piedra de Venus, lapist exilis, se reuniría con Gengis Khan para fundar el Imperio Universal”.

      Para terminar, quiero recordarle que la mentada alianza entre el Imperio romano-germánico y el Imperio Mongol era un secreto a voces en el siglo XIII, aunque más tarde el oscurantismo sinárquico ocultó la verdad de los hechos. Pero basta remitirse a las pruebas para conocer esa verdad: no bien en Occidente se conoció la defunción de Gengis Khan, y la posición de su sucesor, Oegodeï, no se pensó en otra cosa  que en gestar otra alianza, favorable esta vez a los planes sinárquicos. Detrás de esto estaba, por supuesto, la Fraternidad Blanca. En 1245 el Papa Inocencio IV, que se había refugiado en Lyon, la Ciudad de los Druidas, huyendo de Federico II, proclamó un Concilio General con objeto de excomulgarlo y despojarlo de la investidura imperial: fue el famoso Concilio de Lyon, especie de “Congreso de Basilea” de la época, es decir, semejante al que sostuvieron los Rabinos en 1897 y que mencionan los “Protocolos de los Sabios de Sión”, en el cual se discutió la manera más rápida de acabar con la Casa de Suabia e implantar la Sinarquía Universal. Pues bien, nadie asocia el hecho de que en aquel Concilio, convocado exclusivamente para tratar el tema Federico II, el Papa Inocencio IV propuso enviar una embajada al Emperador mongol: del Concilio de Lyon emanarían las directivas seguidas por el monje franciscano Juan de Plan-Carpín y los frailes Benito de Polonia y Esteban de Hungría, quienes en 1246 llegarían a Mongolia luego de atravesar Rusia. Y sí la contra-alianza sinárquica no se concretó entonces fue porque Oegodeï había muerto y a Guyuk, su sucesor, no convencieron para nada las cartas del Papa, de quien lo advirtiera su abuelo Gengis Khan.

      Más adelante la Santa Sede enviaría a Fray Ascelín con idéntica misión de convencer a los mongoles de las bondades de la Sinarquía y el mismo San Luis mandaría Caballeros a Mongolia, pero sólo a solicitar ayuda contra los árabes: fueron representantes de San Luis, entre otros, Andrés de Longjumeau y el fraile Guillermo de Rubrouck. Estos partieron en 1253 y llegaron hasta Karakorum por la Ruta del Mar Negro, pero también fracasaron porque entonces reinaba Mongka Khan a quien Sartac, bisnieto de Gengis Khan y cristiano nestoriano, había aconsejado en contra del Papa de Roma.

      El Papa Nicolás IV, presionado por la Orden de Predicadores, envía a Bagdad al domínico Ricold de Monte-Croix, el que establece un trato fructífero con los mongoles y consigue fundar un Monasterio en Marghah. Como producto de esta embajada surge el viaje del Obispo turco Raban Coma a París en representación del Rey mongol de Persia, Argún. Reinaba entonces en Francia el nieto de San Luis, Felipe el Hermoso, acérrimo gibelino y partidario del Imperio Universal, y por eso la alianza tiene esta vez posibilidades de prosperar. Sin embargo, pese a mantener una conexión diplomática permanente con Mongolia, Felipe el Hermoso no llega a concretar el proyecto debido a la caída de San Juan de Acre en 1291, a manos de los mamelucos del Sultán Al-Achraf, que traería a Europa a los Templarios. Felipe el Hermoso deseaba ser Emperador Universal como Federico II de Suabia, pero eso sólo sería posible si antes terminaba con el poder de los Templarios y los Papas; los terribles enfrentamientos que sostuvo con Bonifacio VIII y la complejísima tarea de desmontar la infraestructura de la Orden del Temple lo mantendrían ocupado hasta su muerte. Quizás la oportunidad histórica de Federico II aún estaba presente en tiempos de Felipe el Hermoso, pero éste careció de tiempo material para consolidarse en Europa y unirse a las fuerzas espirituales de Asia.

      En síntesis, Lupus, todo esto prueba que existía un gran movimiento esotérico entre Europa y Mongolia-China mucho antes de la publicitada y folletinesca peripecia de los comerciantes venecianos Polo en el siglo XIV: la de ellos sólo fue una lucrativa aventura materialista, carente de todo contenido trascendente, y sin dudas debido a eso se la pone en primer lugar. Se ha tratado por los habituales métodos oscurantistas de ignorar lo que no se desea aceptar como real, de negar o no responder a la inquietante cuestión del poderío militar de los mongoles: su superioridad táctica, al arrasar invariablemente a las formaciones medievales, es innegable pero ha causado un trauma colectivo a los europeos. ¿De dónde puede proceder la superioridad de una Estrategia sino del Espíritu, de una Inteligencia lúcida y un Valor sin límites? Si los mongoles fuesen los bárbaros que se pretende jamás habrían pasado de los Urales. Pero de nosotros también dirán que fuimos bárbaros y que comíamos carne humana; o quien sabe que barbaridades más. No olvide que hemos actuado de manera semejante a los mongoles de Gengis Khan, y contra el mismo Enemigo, y luciendo el mismo estandarte: si hasta nuestra mejor táctica, la blitzkrieg, está inspirada en el movimiento veloz y certero de la horda mongólica.

      Aguarde un momento, Lupus, que iré a buscar algo que tenía preparado para Ud.

 

      La clase magistral que acababa de dictar Tarstein me había hecho olvidar la guerra, la inminente derrota militar del Tercer Reich, y hasta la negra realidad de que no sabía qué iba a hacer de allí en adelante, si debía ir a morir al bunker, como decidió heroica-mente la Legión Tibetana, o si habría de huir hacia un incierto destino en un Mundo sin el Tercer Reich, es decir, en un Mundo sinárquico. No quería ni considerar esta última posibilidad. En cambio abrigaba la secreta esperanza de que los Iniciados de la Orden Negra hubiesen decidido llevarme con ellos al Refugio Antártico del Führer: ¿no hice méritos suficientes para merecer tal distinción? Además allí estaba también Rudolph Hess, mi protector ¿acaso él desaprobaría mi presencia? Yo no comprendía completamente el misterioso asunto de los Tulkus y su facultad de poseer varios cuerpos. Ya te dije, neffe, que Yo me sentía único individuo, percepción que no varió hasta hoy, y entonces no veía qué problema pudiese haber en que otro Tulku se sumase a los Tulkus que se preparaban para la Batalla Final.

      Antes de continuar con el relato de lo acontecido aquel día, el último que estuve allí, en la Gregorstrasse 239, quiero que repares en que la información aportada por Tarstein sobre Federico II aclara bastante las palabras de Belicena Villca escritas en el Día Decimonoveno de su Carta: allí decía “las causas (de la hostilidad de Federico II hacia la Iglesia Golen) fueron dos: la reacción positiva de la Herencia de su Sangre Pura gracias a la proximidad histórica del Gral, concepto que ya explicaré; y la influencia de ciertos Iniciados Hiperbóreos que el mismo Federico II hizo venir hasta su corte de Palermo desde lejanos países del Asia y cuya historia no me podré detener a relatar en esta carta”.

 

 

      –Ud. ha traído hoy algo muy valioso para el Führer y la SS. –comenzó diciendo Tarstein al regresar, mientras me alargaba un estuche de cuero con herrajes de plata y cerradura con llave– y Yo lo recompensaré con algo incomparablemente menor, pero no me-nos valioso para mí. Tome, Lupus, Kurt, mi libro inédito “Historia Secreta de la Thulegesellschaft”: en él está narrada la historia de los últimos 630 años de la rama alemana de la Casa de Tharsis, y contiene las pruebas de su destacada intervención en la fundación de la Orden medieval Einherjar, que duraría varios siglos y daría lugar en el siglo XX a la Thulegesellchaft, y luego a la Orden Negra SS.. Se la entrego a Ud. porque he consultado con los Siddhas y ellos me han dicho que está predestinado a conocer todos los secretos de mi Estirpe: quizás a Ud. le sea dado saber lo que ni Yo he conseguido, esto es, seguir la historia milenaria de la Casa de Tharsis y descubrir la misión que le confiaron sus Grandes Antepasados.

      Apreciaba que para Tarstein aquel desprendimiento era muy importante, pero en-tendía también que sutilmente me estaba despidiendo, y eso era lo que temía. Lo sentía por la sensibilidad de Tarstein pero Yo tenía que aclarar las cosas. Tomé el libro e ignoré su discurso.

      –Habla Ud. como si no fuésemos a vernos jamás, pero a la vez como si Yo fuese a sobrevivir lo suficiente para leer este libro –dije con dureza.

      Tarstein no se amilanó y decidió responder con ironía a mis desplantes, pero con similar dureza.

      –¡Muy sagaz, Lupus! Pero es que efectivamente no volveremos a vernos en esta vida, a pesar que muy pronto nos reuniremos en la Batalla Final: ¡así de ambiguo es el Destino de los Tulkus! Me resultaba muy difícil comunicarle esto, créame, pero me alegra que Ud. haya ido al grano. Ahora le diré francamente cual es la situación: Ud. aún es un oficial SS y debe cumplir las órdenes como todos. Y sus órdenes son: huír de Alemania de inmediato y ocultarse en la República Argentina, donde vi-ve su Hermana.

      –¡No! –grité, interrumpiendo las directivas–.

      Ustedes no pueden hacerme esto. Yo he cumplido con todo cuanto se me ha ordenado hasta ahora, con toda la lealtad y el valor que he podido, pero estas órdenes son excesivas. Prefiero mil veces morir antes que sobrevivir en un Mundo dominado por los judíos. No es falta de valor, no es deslealtad, es asco, Camarada Tarstein, simple repugnancia y horror a vivir en un Mundo sin Honor, donde no flameen en ninguna parte nuestros estandartes: desde la infancia en Egipto, cuando me incorporé a la Juventud Hitleriana, he respirado sin cesar la Mística del Nacionalsocialismo; ¡nadie nos preparó para esto! No, Camarada, no fuimos hechos para ser derrotados por las fuerzas infernales y sobrevivir bajo su imperio. Hace un momento, abrigaba la esperanza que se me permitiese ser evacuado al Refugio del Führer-Tulku, como Ud. le llama; pero ahora Ud. me deja helado con sus órdenes de ocultarme en la Argentina. He sido oficial SS., he sido Iniciado, he desarrollado facultades asombrosas, pero ahora veo que sólo he sido un instrumento del Destino, un juguete de los Dioses. ¿Y sabe por qué me siento así? Porque, a pesar de todo lo que he sido y he hecho, la verdad es que Yo no comprendo nada, del mismo modo que no puedo ver el Signo que soy Yo Mismo y que Uds. tanto admiran. Y menos comprendo esta condena a sobrevivir a la destrucción del Tercer Reich. ¡Se lo suplico, Cama-rada Tarstein, si no es posible que parta con Uds. junto al Führer, pídame la muerte, con-cédame la autorización para morir con Honor, o hágame matar!

      –Vea Kurt, se pone Ud. difícil y deberé interrumpir la exposición de sus órdenes para aclararle algunos puntos. Primero, y principal, ya le advertí que, desde ahora, los partidarios de la Sabiduría Hiperbórea deberán definir a cuál realidad se refieren: si a la realidad del Führer muerto o a la realidad del Führer vivo. Y le anticipé que los que elijan vivir en la primera realidad serían considerados traidores por la Orden Negra. Ud., mi estimado Kurt, al plantearme el caso de la supervivencia en un Mundo donde el Tercer Reich ha sido derrotado, está participando de la primera realidad. Por supuesto, no voy a hacer de esto un silogismo y a concluir que Ud. es un traidor porque sé que no lo es. Solo que, en efecto, “no comprende la situación”, acusación que, según me ha dicho, ya le han hecho otras personas. Pues Yo le aclararé la si­tuación de tal modo que no le queden dudas: Ud. no se va a quedar en el Mundo que imagina como un condenado, sino que va a actuar como agente secreto de la Orden Negra SS. en un Mundo efectivamente judaico; y va a actuar como representante del Führer vivo, como su quintacolumna, como un Iniciado SS. infiltrado en territorio enemigo, nada diferente a las misiones que ha cumplido hasta ahora. Hágame caso, Kurt, Lupus, ¡no crea en la caída del bunker y el suicidio del Führer! Es la única manera en que podrá cumplir sus órdenes.

      Segundo, y debe creerme, nosotros lo llevaríamos de buen grado al Refugio del Führer pero los Siddhas afirman que Ud. debe cumplir esta última misión. Como le dije hace años, Ud. no sólo es importante: es un soporte de primer grado para la Estrategia del Führer. Y la Estrategia no puede permitirse el prescindir de Ud. en el lugar en que tiene que estar sólo porque padezca de náusea y judeofobia. Lo que le pedimos no es imposible para Ud. y sé que cumplirá: Ellos lo necesitan aquí. Y los Dioses Leales son quienes deciden quién va y quién no va al Refugio del Führer: tal selección escapa totalmente a la voluntad de los Iniciados de la Orden Negra.

      Tercero, Ud. ha presumido erróneamente que Yo también partiré al Refugio del Führer pero debo repetirle lo que le dije al comienzo: “no volveremos a vernos en esta vida”. Eso no significa que Yo esté autorizado para irme de aquí: como Ud., mis órdenes aseguran que debo quedarme en este Mundo, en esta casa de Berlín oriental que jamás será hallada por los rusos, ni así rastrillen todas las casas de la manzana. Sin embargo Ud. no debe venir a verme, ni debe ver a nadie más de la Waffen SS. salvo a su entrañable Camarada Oskar Feil. Sobre Karl Von Grossen ya le diré cuáles son las órdenes. Eso es todo ¿Me ha comprendido Kurt? en caso afirmativo proseguiré exponiéndole sus órdenes.

      –Supongamos que pasen los años, y nada ocurra, y Yo desobedezca y decida venir a verle –interrumpí.

      –¡No comprende Kurt! ¡No hallará jamás esta casa!  Haga la prueba cuando salga, aléjese unas cuadras en cualquier dirección, dé vuelta a la manzana, haga lo que quiera y regrese luego a la Gregorstrasse y trate de hallar el 239: comprobará que no existe, encontrará otra casa diferente, tal vez bombardeada. Si ha podido llegar hasta aquí es porque Yo le esperaba, pero cuando su Presencia no sea necesaria para la Estrategia jamás coincidirá conmigo y esta casa: tal es el poder de la locación absoluta que poseen los seres consagrados a la Estrategia Hiperbórea; sólo coinciden en el espacio y el tiempo los seres cuya coincidencia es estratégicamente significativa; y esa es la realidad de los seres que existen; y los demás seres creados, aunque estén relacionados entre sí en el espacio y el tiempo, si no son estratégicamente significativos no existen para el Espíritu, son Maya, Ilusión . Ud. como Iniciado debería saberlo. ¿Acaso se ha olvidado de que ésta es la Guerra entre el Espíritu y las Potencias de la Materia?

      Pero Yo no atendía razones. Desde luego que comprendía que un Pontífice Hiperbóreo como Tarstein tenía el poder de situarse en otras dimensiones de la ilusoria realidad de Maya, incluyendo la casa de la Thulegesellschaft, y que Yo jamás lo encontraría si él no quería que ello sucediera. Pero insistí una vez más.

      –¿Y si empleo los perros daivas? ¿Si lo rastreo a través de las dimensiones y me aproximo a Ud., aunque no sea en la Gregorstrasse 239?

      Tarstein se echó a reir.

      –Realmente es obstinado, Kurt. Si emplea los perros daivas sin dudas me encontrará. Igualmente, si los hace volar hacia el Refugio del Führer, con seguridad lo llevarán hasta allí. Pero no quiero exagerar cómo tomará cualquiera de nosotros una actitud semejante de su parte. ¡Acéptelo de una vez por todas! ¡Es Ud. un militar y seguirá siéndolo en adelante, nadie lo licenciará de la SS.! ¡Y como militar debe obedecer órdenes, órdenes que Yo le transmitiré ahora y Ud. cumplirá escrupulosamente! ¡Ordenes que si no cumple serán causales de sumario o Tribunal del Honor! Si Ud. se aparece por mi lado, o se dirige al Refugio del Führer, se haría pasible de la pena de ejecución sumarísima, pero, lo que es peor que la muerte para un Iniciado, sería expulsado de la Orden Negra SS.

      Sé que es duro lo que le digo, pero debe aceptarlo y comportarse como un militar, como un Guerrero Sabio. Antes se quejaba de que el Tercer Reich no lo instruyó para vivir bajo la Sinarquía Universal. Es cierto. Pero si en algo lo hemos esclarecido es en la diferencia entre el Corazón y la Mente egoica, vale decir, entre la razón del Corazón y la razón del Yo; entre las emociones o sentimientos del Corazón y las ideas puras del Yo espiritual. Y en la Etica noológica de la Sabiduría Hiperbórea le hemos demostrado la superioridad espiritual del Yo por arriba del Corazón, le hemos enseñado a dominar con el Yo al Corazón, lo despojamos de sentimientos y le forjamos un nuevo Corazón de acero.

      ¡Le pusimos una Piedra en el Corazón, Kurt! Y a cambio de la razón del Corazón, que es débil y encantadora, lo hicimos acceder al Honor Absoluto del Espíritu, fundamento de la Camaradería. Le recuerdo estos principios eticonoológicos porque, y discúlpeme la franqueza, su actitud me resulta pusilánime, producto de una miserable conexión afectiva, de un miedo a prescindir de las ilusorias relaciones entre Iniciados Hiperbóreos, de una falta de fe en Sí Mismo. La verdad, la dura verdad Kurt, es que nosotros no somos amigos ni nunca lo seremos; somos, eso sí, Camaradas, partidarios de los ideales místicos de la Estrategia del Führer. Y si no somos amigos, y las órdenes estratégicas exigen que no nos veamos más en esta vida ¿me puede decir por qué motivo espiritual querría Ud. reunirse conmigo fuera del kairos?

      Me quedé mudo. Ya no respondería a esta pregunta sin respuesta porque me acordaba de mi actitud en la Operación Clave Primera, cuando guiado por los perros daivas me convertí en Líder Carismático, en Héroe, y conduje a los Camaradas al Infierno del Valle de los Demonios Inmortales. Qué diferente moral la de aquel momento y la presente. Claro que entonces no había comenzado la guerra y el Tercer Reich parecía militar-mente invencible. Me daba plena cuenta que lo difícil de digerir, aún cuando uno comprendiera los motivos estratégicos del Führer y los compartiera, era la destrucción del Tercer Reich y la probable constitución de la Sinarquía Universal. No ocurría que mi Corazón se hubiese ablandado, sino que la guerra, el resultado aparente de la guerra, me habían confundido. Y de esa confusión se formaba la actitud nihilista que presentaba ante las órdenes de Tarstein. Entonces lo entendía, la Sabiduría de Tarstein me lo había hecho entender. Por eso su pregunta quedaría sin respuesta. Pero no por eso cejaría en mi actitud negativa. Como te dije, neffe, la realidad de 1945 era muy difícil de digerir, pese a que Tarstein me aconsejara no creer en ella.

      Visto que no le replicaba, Konrad Tarstein prosiguió sin más con la exposición de las órdenes.

      –Bien, Kurt: continuaré con sus órdenes. Lo primero que hará, al irse de aquí, será volver a Italia, al Monasterio de nuestros Camaradas franciscanos donde se han ocultado Von Grossen y Feil. Ustedes tres figuran en una lista secreta que maneja una organización de la SS. conocida con el nombre clave de “La Araña”. Tal organización se ha formado para apoyar a  los miembros de la Waffen SS. que sean objeto de la persecución judaica luego de la guerra. Ha de tener prudencia cuando deba tratar con ellos porque consiste en un grupo exotérico, que poco o nada saben sobre la Orden Negra, como no sean noticias de segunda mano. Para su desventura le confirmaré que los 775 Iniciados SS. de la Orden Negra, y sus Instructores, han sido o serán evacuados de la Civilización Occidental pues, aunque no todos sean aceptados en el Refugio del Führer, existen otros Refugios apropiados para aguardar la Batalla Final: los 15.000 niños de Sangre Pura, producto de los experimentos raciales de Darré y Rosenberg, han sido trasladados a esos sitios. A Ud. por el contrario, se le solicita permanecer en este Mundo y no conozco otro Iniciado al que se le haya dado semejante orden, aunque no descarto que en el futuro se envíen Iniciados para cumplir misiones especiales: los Dioses sabrán por qué lo han determinado así y a Ellos habrá de reclamarles. Pero mientras tanto deberá tener cuidado, mucho cuidado, porque quienes queden en representación de la SS. serán Camaradas sin instrucción esotérica de la Sabiduría Hiperbórea, muchos de los cuales no han comprendido ni comprenderán la verdadera Estrategia del Führer. Fíjese que, aunque el Führer sugirió resistir hasta la última gota de sangre, y destruir Alemania hasta los cimientos antes que permitir que caiga en manos enemigas, se han dejado a disposición de los aliados nuestro más valioso capital humano, es decir, los grandes científicos. La SS. podría haberlos ejecutado a todos y no obstante los ha protegido y se los ha servido en bandeja a los aliados. ¿Se preguntará por qué? Pues porque todos han recibido la orden del Führer de revelar al Enemigo, y estimular su construcción, el secreto de las armas más terribles que la mente humana pueda concebir. Desde los distintos países donde sean llevados, ellos fomentarán la competencia de los armamentos sofisticados y desarrollarán armas nunca soñadas, que pondrán a unos contra otros por la natural ignorancia de los militares, y harán peligrar la alianza universal sinárquica. Con los planos que ya se llevan del Tercer Reich tienen de sobra para iniciar dicha táctica. Táctica que obedece al propósito estratégico de generar un cierto estado de tensión mundial cuando se declare la Sinarquía Universal. Entonces intervendrán los Dioses; las corrientes espirituales subterráneas de la Humanidad, puestas en tensión extrema por el peligro permanente del fin de la Civilización, reaccionarán ante el Terror Judaico en que se afirmará la Sinarquía; y sobrevendrá la Batalla Final, durante la cual regresarán el Führer y la SS. Eterna.

      Ud. comprende esta sencilla pero ultrasecreta táctica, que constituye una celada inevitable en la que caerán los aliados, pero ¿cuántos más la entenderán? Ya verá cómo muchos supuestos nazis, y aún ex miembros de la SS., sostendrán que nuestros científicos son traidores. Pero es que ellos son incapaces de comprender la Estrategia del Führer, y por eso no entienden las acciones de quienes actúan motivados por fines estratégicos. Menos lo entenderán a Ud., si descubren lo que es, estimado Lupus.

      Deberá ser prudente y tolerante con esos Camaradas que han optado por la realidad del Führer muerto. Una vez que lo hayan ubicado se desconectará de ellos y nunca retomará el contacto. Será una elemental forma de prevenir riesgos innecesarios pues, para enemigos, Ud. ya tiene bastantes y terribles, con la Fraternidad Blanca, los Inmortales Bera y Birsa, y los Druidas y judíos que lo buscarán para eliminarlo. Como le decía, aguardarán en Italia hasta que les entreguen los pasaportes argentinos y los pasajes. La Araña les depositará en Bancos de Buenos Aires una suma de dinero que les permitirá a cada uno instalarse sin problemas; deben retirar de inmediato esos fondos para evitar posibles rastreos e investigaciones. Con ­respecto a Ud., los Siddhas dicen que debe buscar una localidad consagrada a la Virgen de Agartha, no lejos de su familia. Podrá encontrar-se con su hermana, pero empleando todas las formas de cobertura del Manual del Ser-vicio Secreto: es por el bien de ambos; piense que si el Enemigo descubre a su hermana, pueden intentar sonsacarle su paradero por medios violentos y aún presionar sobre Ud., y que si Ud. está bien cubierto, pero delata a su hermana, pueden vengarse en ella ante la imposibilidad de capturarlo a Ud.

      Iguales precauciones adoptará para encontrarse con Oskar Feil, quien debe habitar en un sitio alejado de su morada. Tienen prohibido realizar cualquier tipo de sociedad comercial, ni aún por medio de terceros, e intervenir en actividades comunes que los puedan relacionar fortuitamente. Sólo se reunirán como Camaradas, para compartir sus idea-les espirituales. Con respecto a Von Grossen, Ud. deberá despedirse para siempre de él en la Argentina. Oskar Feil podrá mantener el contacto pero es conveniente que también se aparte, pues el viejo zorro no se quedará quieto y tratará de librar su guerra privada contra la Sinarquía. Posiblemente se convierta en asesor en cuestiones de Inteligencia y Contraespionaje, y se ponga al servicio de regímenes pseudofascistas, de los que abundan en Sudamérica. Nada que les convenga a Uds.

      Por último: conserve a los perros daivas pero no los utilice salvo en caso de extrema necesidad. Lo mismo vale para sus facultades Iniciáticas: manténgase alerta, bien entre-nado, pero no actúe salvo en caso extremo. Estas son, en síntesis, sus órdenes: esperar. ¡Sobrevivir, protegerse y esperar  !

      –¡Por todos los Dioses! –grité fuera de mí–. ¿Esperar qué?

      –No puedo darle más información –respondió Tarstein impasible–. ¡Cumpla sus órdenes y ya lo sabrá!

 

 

      Me dio un apretón de manos y, como si tal saludo no ­bastara, me abrazó.

      –Hasta siempre, Kurt Von Sübermann. Vaya tranquilo, que su aporte ha sido invalorable para la causa de la Orden Negra SS.. El Tercer Reich lo ha condecorado con la Cruz de Hierro, pero la Orden le concederá algún día una distinción aún más valiosa, que Ud. ha ganado merecidamente. Le repito: pronto nos veremos nuevamente, durante la Batalla Final, aunque no nos encontremos más en esta vida.

      Estábamos en la puerta. Yo había salido y sostenía la inútil motocicleta, mientras escuchaba decir a Konrad Tarstein casi las mismas palabras del gurka Bangi. Hubiese querido llorar de impotencia ante aquel absurdo: todos morían o se iban. Solo Yo, mudo testigo de una realidad terrible y secreta, debía permanecer en el Infierno. Y sin saber por qué.

      –¡Heil Hitler! –grité por todo saludo, en tanto la puerta de la Gregorstrasse 239 se cerraba tras de mí para siempre.

 

 

      Arranqué la motocicleta y, esquivando los escombros, di vuelta a la manzana. Antes de completar la tercer cuadra alguien me disparó desde una terraza. La bala seccionó limpiamente la horquilla y la rueda delantera se cruzó de golpe; apreté los frenos y volé varios metros adelante. Sin dejar de rodar me oculté tras el chasis incinerado de un automóvil, perseguido por una lluvia de balas. “Había olvidado que llevaba uniforme ruso y me estaba paseando por una solitaria calle de Berlín sin protección alguna”. Solté varios juramentos y corrí hasta la esquina, pegándome a las paredes. Me encontraba nuevamente en la Gregorstrasse. Ya estaría lejos de allí si no me hubiese propuesto echar un último vistazo a la casa de Tarstein. Avancé los metros que me separaban de ella mirando hacia ambas esquinas, alternativamente. Era noche cerrada pero no silenciosa; ese 30 de Abril amanecería acompañado de los más recios combates y el ruido de las balas, obuses y bombas era ensordecedor.

      Pronto comprobé desolado que la advertencia de Tarstein no era vana. De hecho, el 239 no existía ahora en la Gregorstrasse. Pero sí el sitio por donde Yo saliera; lo evidenciaban las huellas recientes de los neumáticos de la motocicleta en la vereda y en la calle. Mas la puerta 239, frente a esas huellas, ya no se encontraba. En su lugar estaba la puerta cerrada de un negocio en bastante buen estado. Quité con la mano la capa de polvo que cubría la placa y leí: “Buchhandlung Hyperbórea” [72]. Sentí pasos que se acercaban; quizás los francotiradores que me habían disparado minutos antes. Allí no quedaba nada por hacer, así que eché a correr en dirección contraria.

 

 

 

      Te repito que el tiempo apremia, neffe, así que dejaré para otra oportunidad el relato de las aventuras corridas hasta llegar a Italia. Mencionaré solamente que en Junio de 1945 me reuní con Karl Von Grossen y Oskar Feil en el Monasterio Franciscano del Sur de Italia y que permanecí allí hasta Febrero de 1947. En esa fecha nuestro contacto con La Araña nos presentó a un oficial del Ejército Argentino de nombre Zapalla, quien nos proporcionó pasaportes y pasajes, y, desde luego, nuevas identidades: Yo pasé a llamarme Cerino Sanguedolce, como tú ya sabes; Oskar se convirtió en Domingo Pietratesta; y Karl Von Grossen, Carlo de Grandi. Los tres aparentaríamos ser inmigrantes italianos, de allí la filiación linguística de los nombres.

      Ya en este país, todo sucedió como lo había previsto ­Tarstein: nos entregaron el dinero en Buenos Aires, y cada uno se fue a vivir a una Provincia distinta. Von Grossen quedó en Buenos Aires y, como dijera Tarstein, no tardaría en dedicarse a organizar un Servicio Secreto en compañía de otro antiguo Camarada suyo de la Gestapo, el SS. Standartenführer Justiniano Von Grosmann. Oskar Feil eligió Córdoba, y parece que los Dioses lo habían guiado pues años más tarde encontró allí la Orden de Caballeros Tirodal, que orientó sus últimos días; y Yo, sabiendo que los Siegnagel residían en Salta, decidí que “Santa María de la Candelaria” era un buen título para la Virgen de Agartha, y adquirí esta finca donde habito desde entonces.

      Habiendo quedado atrás la Guerra Mundial, y debiendo ceñirme a “mis órdenes”, retomé la tradicional profesión familiar de la fabricación de dulces y permanecí oculto hasta ahora, meditando todos estos años sobre lo que había ocurrido en la primera mitad de mi vida. Mis únicas esparciones fueron las esporádicas visitas de tus padres, o de Oskar, a los sitios neutrales acordados anticipadamente para sostener cortos, cortísimos, encuentros. Y los únicos acompañantes permanentes que he tenido, fieles por demás, han sido los perros daivas: Ying y Yang son la tercera generación argentina, bisnietos de Yun y Yab.

      Y nunca, nunca desde que me radiqué en la Argentina, salvo el fallido intento de tomar contacto con Nimrod de Rosario en Córdoba accediendo a la solicitud de Oskar, nadie me convocó para cumplir la misión final de la Sabiduría Hiperbórea hasta que tú apareciste por aquí con la Carta de Belicena Villca. No me avergüenza confesarlo: ya había perdido toda esperanza de que se cumplieran los anuncios de Konrad Tarstein. Sin embargo me mantenía en alerta, como él me ordenara, y como tú lamentablemente comprobaste. ¡Meine Ehre heist True!  [73].

 

          

 

 

 

          

 



[1] Neffe : sobrino, en alemán.

[2] Stellvertreter:  lugarteniente.

[3] Jungvolk :  literalmente “Niños del pueblo”.

[4] Schutzstaffel: “escalón de guardia”.

[5] Reichjugenführer: jefe nacional de la juventud.

[6] Adelante, Adelante,

  Suenan Las Trompetas,

  Adelante, Adelante,

  La Juventud no sabe de peligros.

[7] Heil und Sieg: Saludo y Victoria.

[8] Las Kadete Manstelten.

[9] En Reichcoldsgrun, Baviera, estaba la casa “alemana” de la familia Hess, construida por el padre de Rudolph. Sin embargo las vacaciones del Stellvertreter transcurrían habitualmente en Berchtesgaden, cerca de la residencia del Führer.

[10] Deutschland erwacht.

[11] Volkschwingen: vibración del pueblo.

[12] Weltanschauung : “concepción del mundo”, “ideología”.

[13] Führer: jefe, conductor.

[14] "Blut und Ehre": Sangre y Honor.

[15] SS. Obersturmführer: capitán SS.

[16] ¿Dieser mein patekind? ¿Este es mi ahijado?

[17] Taufpate: Padrino.

[18] Sanguine Signum: marca de sangre.

[19] N.S.D.A.P.: iniciales del Nationalsozialistsche Deutsche Arbeiterpartei , que significa: Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores.

[20] Ostenführer: literalmente “Jefe del Este”.

[21] Reichführer : Jefe Nacional  - Grado máximo de la SS..

[22] Elementalwesen : seres elementales demoníacos que atacan a los héroes en la saga de los Edda.

[23] Mein Kampf: Mi Lucha.

[24] Valhala o Valholl: Morada de Wothan u Odin en los Edda. Sitio al que van los guerreros muertos en batalla. Paraíso celeste de los héroes. Para la Sabiduría Hiperbórea el Valhala es un centro habitado por los Dioses Liberadores o, como decía el Führer, por los “Siddhas Hiperbóreos”.

[25] Werwelsburg: era un Ordensburg o Castillo de entrenamiento de la SS., según se verá más adelante.

[26] Thulegesellschaft : Orden de Thule. Sociedad Secreta esotérica, cuya filiación se trata en otra parte de la obra.

[27] d Oberführer: grado de la SS. equivalente al de Coronel.

[28] d Oberschrarführer: Sargento de la SS.

[29] Bhagavad-Ghita: “Canto del Señor” en sánscrito. Libro sagrado de la India.

[30] d Obersturmführer: grado de Teniente en la SS..

[31] d Untersturmführer: grado de Alferez en la SS..

[32] Sicherheitsdienst: Servicio de Seguridad  de la SS..

[33] d Hauptsturmführer: grado de Capitán en la SS.

[34] Divitiacus es el mismo Druida “Viviciano” que mencionara el profesor Ramirez en el Libro Tercero, Capítulo III.

[35] Ein Reich, Ein Volk, Ein Führer : Lema Nacionalsocialista. Literalmente “Una Nación, un Pueblo, un Jefe”.

[36] R.S.H.A.: Dirección General de Seguridad del Reich (S.S.).

[37] Vamacharis : Mago kâulika o Iniciado de la Mano Izquierda.

[38] Yantra o Mandala (en tibetano: Kilkor). Figura geométrica para uso ritual o mágico. Significa “cerco”. El término “kor” da la idea de “encerrar” o “aprisionar”. Con más amplitud, un kilkor puede ser una muralla o fortificación, sentido que también alcanza al “mandala” sánscrito.

[39] Perros daivas : perros “divinos”, perros de los Dioses.

[40] Dar la dîkshâ : Iniciación en el Kilkor svadi, o “Kilkor del perro”.

[41] Japa: recitación de bijas, sonidos, o palabras mágicas.

[42] Dusk significa Dolor. Los Duskhas constituían “la familia de Dusk”, es decir, los Hijos del Dolor.

[43] Pawo: Héroe en tibetano.

[44] Dubtob: Mago.

[45] “Vamos volando a Sining, Kula y Akula”.

[46] Totenkopf:  insignia de la calavera.

[47] Ejemplo de nombre chino: Kiang : río; Si : oeste; Kiangsi : Río del Oeste.

[48] Tung Chih: Camarada.

[49] Ho : río; Nan : sur; Honan: Río del Sur.

[50] Sha: matar.

[51] Tsung-Tu: Gobernador de Provincia.

[52] Tsing : Doctor.

[53] Kai-Shek significa “piedra dura”. La afirmación de Thienma tenía sentido irónico.

[54] Ch’in : Reino del Medio.

[55] Pai-Lung-Yah : el Dragón Blanco Jehová.

[56] Shen: paso, puerta; Si: oeste; Shensi: Paso del Oeste.

[57] Tsing o Chin : medio; Ling: montes; Tsing-Ling: Montes del Medio.

[58] Los Ríos Hoang-Ho y Yiangtse-Kiang.

[59] Cancillería del Reich.

[60] Lugarteniente.

[61] El hijo de Rudolph Hess, de dos años.

[62] Destacamento de Alta Montaña.

[63] Alba Dorada.

[64] Parecerá que Soy Yo quién combate,

  pero en verdad seréis Vos quien lo haga en mi.

[65] Policía Secreta soviética, cuyos jefes son invariablemente judíos de crueldad sin par.

[66] Fragmentos del Informe de Rudolph Hess, leído por éste durante el juicio de Nuremberg, en 1946.

[67] Barrio de La Cumbre.

[68] Jardín Zoológico de Berlín.

[69] Khan, de la’an: emperador.

[70] El maniqueísmo, que había logrado expandirse hasta China en el siglo XIII, fue respetado por Gengis Khan pero no así por sus sucesores quienes lo combatieron ferozmente hasta hacerlo desaparecer; del mismo modo se persiguió luego al taoísmo.

[71] Pactio verborum: fórmula convenida; términos del acuerdo.

[72] Librería Hiperbórea.

[73] Juramento de la Orden Negra SS.d, labrado también en la Daga del Cabalero: Mi Honor se llama           Lealtad.